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José C. Valades
HISTORIA GENERAL DE LA REVOLUCIÓN MEXICANA
TOMO QUINTO
CAPÍTULO 40 - OTRA POLÍTICA
LA OMNICOMPETENCIA PRESIDENCIAL
Durante los viajes, conferencias, discursos, manifiestos y coloquios correspondientes a sus trabajos electorales, el licenciado Miguel Alemán se comprometió a buscar rumbos económicos novedosos y eficaces al país. Y la palabra dada,
entrañaba mucha gravedad, pues aparte de que ya no era posible
continuar dentro del juego de la promesa electoral sin menoscabar
el poder del Estado, la atmósfera ambiciosa que circundaba
al país, podía convertirse en amenaza, de no hacerse palmaria la
palabra empeñada por el presidenciable.
Asociábanse al espíritu de promoción y progreso de riqueza
que acicateaba a la nueva clase selecta creada por la Revolución,
los adelantos en los instrumentos de producción y comodidad
universales, de los cuales no disfrutaba México, de manera que
el país había tomado como cosa cierta, que el nuevo Presidente
pondría en práctica efectivos planes de empresa. El termómetro
de lo que bullía no dentro de un grupo económico privilegiado,
ni en el interior de las cajas bancarias o mercantiles, ni en la
cabeza del inversionismo extranjero o del capital de ventura
arribado durante la II Guerra Mundial, sino en el alma del
populismo creciente y dinámico, era el desenvolvimiento urbano
que se manifestaba tanto en el Distrito Federal, como en los
importantes centros de población del país; y la advertencia no
era despreciable, como ya se ha dicho.
No quedaba, en efecto, otro camino, para encauzar las
inquietudes de la laboriosidad y progreso que abrasaban al país,
que cumplir un programa, para el cual México no poseía
riquezas materiales suficientes, aunque sí una portentosa inspiración
creadora individual y popular y el espíritu emprendedor
del Presidente, quien empezó su tarea promoviendo lo que se
llamó la industrialización del país, que no era el vocablo más
exacto para las promociones de riqueza, puesto que un estado
no correspondiente a la Revolución industrial universal, no
podía ser una obra de buena voluntad oficial ni una improvisación
mágica.
Para Alemán, si la voz estaba o no acertada, era capítulo
secundario. El Presidente no iba a detenerse en las palabras. Lo
que anunciaba, era resultado de un iluminismo político: un
concepto moderno del Estado; porque no era el del Estado
totalitario. Tratábase de crear un Estado complejo, de
incumbencia, proporción, adecuación y oportunismo; quizás
demasiado cerca del burocratismo puro; y aunque sin literatura
previa y carente de teóricos, debería ser como había sido la
Revolución: obra intuitiva, pero manifiestamente pragmática.
De esa manera, sin revelación jurídica ni política, nació un
presidencialismo omnicompetente.
Ajeno a la omnipotencia de las lusíadas; alejado del personalismo porfirista; contrario a los regímenes negros del europeísmo
político de la década del 1930, la idea de Alemán al
proporcionar el Estado incumbencia social; proporción emprendedora;
adecuación política y oportunista económica, abrió
nuevos canales al futuro nacional. El Estado, sin ser intruso iba
a ser concurrente a todos los asuntos concernientes al bienestar
del pueblo de México. El país llegaba así a la síntesis de
su autoridad; y si ello no era la excelsitud de una vida política,
cuando menos constituía un estadio que trataba de ser
lo menos imperfecto posible.
Pero para esas nuevas tareas que puso a los umbrales de su
presidenciado, Alemán al paso que proporcionaba dirección,
quiso dar también prisas, como quien quería probar al país sus
cualidades responsables, y al efecto inició la rehabilitación de
los ferrocarriles, el aprovechamiento de los recursos en la cuenca
del Papaloapan y el mejoramiento de la planta y producto del
maíz.
A fin de realizar lo primero y lo último, nombró abogados,
quienes, si ajenos a la agricultura y a los sistemas de comunicaciones,
en cambio eran el reflejo de la inspiración presidencial;
inspiración de tanta laboriosidad, que pareció estar hecha para
cambiar la mentalidad, lo mismo de la clase selecta que de la
masa popular.
No todo, como es natural, podía ser favorable a los designios
progresistas de Alemán. Después de las abundancias
circunstanciales dadas al país por la Segunda Guerra; abundancias
que no fueron reglamentadas ni encauzadas hacia el bien
general, sino que sirvieron a súbitos e ilegales enriquecimientos
de funcionarios públicos y particulares, aunque estos últimos,
casi todos extranjeros; después de las abundancias, se dice, el
país empezó a sentir las consecuencias del éxodo de los capitales
y ganancias de ventura, produciéndose un descenso en las
exportaciones, una baja en la reserva nacional de doscientos
cincuenta y ocho millones de pesos, un acrecentamiento de
desempleo que dañó principalmente a los trabajadores del ramo
de construcción, y un aumento en los precios de los víveres y en
las rentas de viviendas.
Debido a todo esto, las escaseces monetarias no demoraron
en aparecer, mientras que la deuda exterior, fija en quinientos
veintinueve millones de pesos (estando la paridad del peso de
cuatro ochenta y cinco frente al dólar), exigía vencimientos.
En estas condiciones, y por los apremios que exigía la obra
emprendedora del Presidente, fue necesario autorizar al Banco
de México para redescontar ilimitadamente a todo el sistema
bancario las operaciones de crédito destinadas a siembras de
maíz, trigo, frijol y otras semillas; e igualmente se hizo
indispensable acrecentar los fondos de los bancos Ejidal y Agrícola; y como en medio de esta situación la fiebre aftosa
empezaba a causar grandes daños a la ganadería nacional, el
gobierno estableció un fondo de cuarenta y ocho millones de
pesos para el pago a los ganaderos y rancheros cuyos animales
fue necesario sacrificar. A todo eso asoció el pasivo del Banco
de México, que ascendió a sesenta millones ochocientos mil
pesos.
Pronto acudió el Gobierno a contrarrestar tan difícil situación, suscribiendo al efecto, un convenio de estabilización del
tipo de cambio con la Tesorería de Estados Unidos, elevando a
cincuenta millones de dólares el crédito de estabilización
otorgado a México. Después, obtuvo un crédito del banco de
Exportaciones e Importaciones de Wáshington, hasta de cincuenta
millones de dólares y, por último, se dispuso, previa
aprobación del Congreso, la acuñación en plata de monedas con
valor de uno y cinco pesos.
Tales medidas, sin embargo, no produjeron los bienes de confianza y mejoría que esperaba el Gobierno. El licenciado Ramón
Beteta, secretario de Hacienda, individuo espectacular en su criterio
y personamiento, quien más se guiaba por su gran dínamo
mental que por sus conocimientos en el manejo de la hacienda
pública, pues no era hombre preparado al caso, y más gustaba hacer
su riqueza propia, que la riqueza nacional, tuvo que lidiar con
aquel desajuste que sin ser particularmente administrativo, lesionaba
los intereses de la administración y parecía constituir un recio
muro para llevar adelante la obra emprendedora del Presidente.
El capítulo más delicado dentro de aquella situación fue el
concerniente a la economía rural, tan grave y profundamente
dañada por la glosopeda. En efecto, la epidemia había llegado a
perjudicar no sólo a los grandes y pequeños ganaderos, sino a la
clase más pobre del campo. El labriego y ejidatario dependían,
en sus cultivos, de sus yuntas de bueyes, y la lucha del Gobierno
para erradicar la epizootia fue llevada a cabo con tantos extremos,
que los campesinos ocultaban sus animales, o alentaban la
subversión, o dejaban abandonadas sus tierras y techos para huir
a las ciudades, con todo lo cual la vida agrícola tocó a la
desmembración y penuria hacia la mitad de 1947.
Agregóse a ese mal que padecía el país, el regreso a México
de seiscientos mil braceros que quedaron desocupados en
Estados Unidos al final de la Gran Guerra, de manera que tales
braceros no sólo acrecentaron el problema del desempleo rural,
sino que disminuyeron con su vuelta al país, el ingreso de
dólares.
Como por otra parte, los cardenistas, que tantos partidarios
tenían en el campo, ponían en duda el carácter que de alarmante
daba el gobierno a la epizootia, y aprovechaban la coyuntura
para hacer un ambiente hostil a Estados Unidos, ya acusando al
gobierno de la Casa Blanca de pretender sepultar, de acuerdo con Alemán, el sistema ejidal, ya asegurando que la ayuda norteamericana al plan de exterminio de la peste constituía un atentado
a la soberanía de México, ya inventando otras muchas patrañas
que causaban el desasosiego y producían una baja cada vez más
sensible en la economía agropecuaria de México, las empresas de
aquel Estado de omnicompetencia que empezaba a construir
Alemán, parecían diluirse como si se tratase de una quimera.
Dentro de ese medio de deterioros económicos y sociales, y
avanzando la idea de que la Revolución se iba ahogando en sus
propias aguas, Alemán no dudó en acudir a medidas extremas; y
al efecto, empezó mandando acrecentar la circulación monetaria
en papel, puesto que la metálica, conforme salía de la Casa de
Moneda, se perdía en las manos de ahorradores y especuladores.
El horizonte de México, pues, era oscuro. Esto no obstante
el Presidente cobraba bríos. La idea de hacer llegar la competencia
del Estado a todos los ángulos de la Nación y de la
Sociedad, prevalecía en él con tanta firmeza, que no dejaba de
excitar a la reforma fabril; tampoco de proponer nuevas y
voluntuosas alas de promoción para el gobierno. Alemán estaba
dispuesto a romper todas las rutinas y a probar el poder de los
valores humanos sobre el valor de los recursos físicos del suelo
nacional. La empresa era voluminosa. Así y todo, ya no correspondía
únicamente al Gobierno, sino a todos los mexicanos
realizar una época destinada a dar vuelos a la ambición.
Presentación de Omar Cortés Capítulo cuadragésimo. Apartado 4 - Poder civil Capítulo cuadragésimo. Apartado 6 - La reacción industrial
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