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José C. Valades
HISTORIA GENERAL DE LA REVOLUCIÓN MEXICANA
TOMO QUINTO
CAPÍTULO 40 - OTRA POLÍTICA
EL RETORNO A LA CULTURA DEL MAÍZ
El año de 1947, como se ha dicho, fue desastroso para el trabajo y la producción agrícolas de México. La fuga de los campesinos temerosos de las exageraciones a que daba lugar la matanza de animales víctimas de la glosopeda, la desconfianza
que sembraban entre el proletariado rural los cardenistas que
parecían intentar la sublevación de los ejidatarios, y la poca
atención que los labriegos dieron a los cultivos desde los
comienzos del año debido al estado de ventura que reinaba,
causaron daños grandísimos a la economía agrícola.
A los males, pues, producidos por lo que el vulgo llamaba
con desprecio y temor rifle sanitario, se agregaban otros dos:
el abandono de tierras y el regreso, como se ha dicho, de los
braceros que habían concurrido al auxilio de la economía
norteamericana durante la Gran Guerra.
Así, la economía agrícola que alentaba al país, era la del
noroeste, que se defendía no sólo por estar alejada de la
epizootia, sino también por sus cultivos exportables.
Atento al hecho, el gobierno resolvió dar más impulsos a tal
región, iniciándolos en Nayarit, a donde el gobernador Gilberto
Flores Muñoz, en veloz carrera política era la caracterización del
espíritu emprendedor. Y al efecto, bajo la dirección de Flores
Muñoz empezó (1948) en Nayarit, el desmonte de tierras, la
refacción de créditos y maquinaria; y el cultivo del maíz quedó
dilatado a cincuenta mil hectáreas, aprovechando la calidad y
humedad de las tierras.
Entretanto, la cosecha de trigo en Sonora se elevó a ciento
veinticinco mil toneladas con un valor de cincuenta y ocho
millones de esos; y en Sinaloa, las cosechas de tomate, arroz y
garbanzo dieron un rendimiento de noventa y siete millones de
pesos. Los agricultores sinaloenses habían realizado tantos
prodigios con sus propios esfuerzos que si en alguna ocasión se
hablase de milagros humanos, sería justo y necesario hablar de
dos milagros sinaloenses: ¡Milagro político, en 1909; milagro
agrícola, en 1948!
Verdad es que los resultados de esa producción agrícola
correspondía en Sonora y Nayarit a la empresa particular. Sin
embargo, el Estado no fue ajeno a los créditos, ni a las facilidades
fiscales, ni a los transportes, de manera que al acontecimiento
siguió un entendimiento entre el gobierno y cultivadores.
Otro tanto ocurrió en la producción, precio y exportación
del café y henequén. Este, cuyo cultivo y venta dieron el dinero
suficiente para asegurar los abastecimientos y triunfos de la
Revolución en 1915 —de lo cual ya se ha hablado— y que tanto
decayó como consecuencia de las luchas en torno a los repartimientos
ejidales, vuelta a su antiguo auge como consecuencia de
los precios de guerra, una vez más era para México uno de los
mejores productos exportables. De la producción henequenera
de 1940, valuada en veinticinco millones de pesos, en 1948 se
registró un aumento que ascendió a ciento dos millones de
pesos. De estos, México recibió por ventas al exterior setenta
millones.
A los progresos del henequén se asociaron los del café, que
regresó al mercado mundial con estimables provechos, después
de haber estado ausente, debido a la competencia de Brasil y
Colombia desde 1911. Estos provechos fueron obtenidos gracias
a la protección de precios decretada por el gobierno, por una
parte; a la organización de una comisión especial encargada de
revitalizar la industria cafetalera, cuyos rendimientos en el año
que se remira fueron de ciento cincuenta y dos millones de
pesos.
De renglón en renglón, pues, progresaba la economía rural;
y si la producción de azúcar llegó a seiscientos treinta y seis mil
toneladas, sobrepasando las necesidades nacionales, también fue
posible que México reanudara la exportación de plátano y que
el Banco Nacional de Exportación acudiera al financiamiento de
la producción chiclera, que en la realidad pasó a ser parte de las
empresas dirigidas por el Estado.
Todo eso, sin embargo, no equivalía a llevar la agricultura
nacional al nivel que requería la demanda del país; porque al
crecimiento demográfico se agregaba un aumento en la calidad y
cantidad del consumidor. Los abastecimientos no alcanzaban las
cifras para el desarrollo de la nación; y si de las tierras abiertas al
cultivo, la producción constituía una esperanza, no se ignoraba
que existían viejas tierras que por razones concernientes a la
estricta aplicación agraria, o bien debido a las tantas catástrofes
sufridas en la vida rural durante las guerras intestinas, estaban
esterilizadas.
Los cascos de haciendas, así como las tierras que a éstas
concedían las leyes agrarias, estaban en el abandono. Una
hectárea de tierra de riego en torno a una finca, tenía un precio
promedio, incluyendo inmuebles y aperos, de seiscientos pesos.
Los restos de una hacienda en Puebla con dieciocho hectáreas
irrigadas, sobre carretera, fueron rematados en 1946, por
quince mil pesos. En las colindancias del valle de Maravatío, la
finca de una hacienda con sesenta y tres hectáreas de temporal,
fue vendida en dieciocho mil pesos. El precio de las tierras que
correspondieron a grandes haciendas en el estado de Querétaro
flutuaba entre quince y diecisiete pesos por hectárea. También
las parcelas en los nuevos distritos de riego, no obstantes los
provechos de su producción, estaban depreciadas. Un lote de
cien hectáreas en la región de Matamoros tenía una postura de
veinticinco mil pesos.
Muy difícil se presentaba al mundo oficial realizar el equilibrio de la economía agrícola. Los remedios que se hallaban a
dictamen del gobierno lidiaban no sólo con los aspectos de la
desconfianza rural, antes también con la falta de técnica
agrícola y como lo primero era intocable, puesto que podía
creerse en una reacción agraria dirigida por el Estado, el
Presidente creyó conveniente encauzar las fuerzas oficiales para
mejorar el capítulo técnico.
Al efecto, con el propósito de acabar con el déficit maicero,
dictó disposiciones reforzando las tareas de la Comisión del
Maíz, de manera que el campesino sintiese alivio y estímulo con
nuevos tipos de semilla capaces de dar mayores rendimientos a
los cultivos.
Aparentemente el acontecimiento pareció una mera alegoría
oficial, puesto que nunca antes el país consideró que la
producción de maíz fuese el punto capital de la agricultura
mexicana, máxime que todavía estaba fresca la memoria de los
recursos que puso en práctica el gobierno del general Díaz tanto
de sustituir la cultura del maíz por la del trigo, atribuyendo a
esta última el vigor y desarrollo de los pueblos occidentales.
Bien puesto estaba, sin embargo, el programa del gobierno
para el desarrollo de la producción del maíz. La idea de que
abastecido el mercado nacional de este grano, estaría asegurada
la paz en el campo. Alemán hizo de la Comisión del Maíz una de
las columnas principales del Gobierno; aunque abusándose de la
propaganda periodística. Los abastecimientos maiceros constituirían
el completo de la Revolución rural. La seguridad de
que estaba garantizada la demanda del grano número uno del
pueblo de México, tendría apaciguado los ánimos de los
campesinos.
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