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José C. Valades

HISTORIA GENERAL DE LA REVOLUCIÓN MEXICANA

TOMO QUINTO



CAPÍTULO 41 - ESTABILIDAD

EL LEGADO DE ALEMÁN




Al acercarse el 30 de noviembre de 1952, día último del sexenio constitucional de México presidido por Miguel Alemán, éste pudo sonreir satisfecho por haber sido el primer caudillo civil que llegaba felizmente al final de un total ejercicio presidencial desde los días de la Revolución.

Y no era todo, Alemán dejaba un sucesor seleccionado por él; sucesor que tampoco salía del antiguo grupo de los ciudadanos armados; grupo cuya tradición de mando político quedó roto a partir del general Manuel Avila Camacho, quien no lució su grado militar como laurel obtenido en los campos de batalla, sino por sus empresas oficinistas dentro del ejército revolucionario.

Alemán, pues, había iniciado una era política mexicana que sin ser de manera específica originaria de la Revolución, era incuestionablemente una continuación, aunque moribunda de la Revolución. A esa temporada, los líderes políticos la llamaron de Derecho; pero lo cierto es que se trataba de una temporada de estabilidad mexicana y de decadencia revolucionaria, que amenazaba llevar al país a un neoporfirismo.

Al terminar su presidenciado, Alemán no dejó fórmulas novedosas para el gobierno de la Nación. Su obra tuvo todos los caracteres de quien advirtió que su misión en la presidencia consistía en consolidar lo hecho y alentar sin titubeos la evolución orgánica estatal; ahora que tal obra de Alemán fue tan definida y resuelta que tuvo visos de atrevimientos, pero alejados estos de una pureza constitucional. Además, colocó los cimientos para nuevas empresas a manera de que sus sucesores no pudiesen retroceder y se viesen obligados a continuar aquel acelerado vivir del Estado.

La idea de que un sexenio constitucional no bastaba para que el Estado pudiese hacer la dicha de la Nación, fue la idea cumbre perseguida por Alemán. De otra manera no habría sido posible comprender sus vastísimos planes de irrigación y manufacturas; de bancos y comunicaciones; de cultivos agrícolas y exportaciones; de turismo y comercio; de educación universitaria e incorporación nativa, que eran complemento de la idea de omnicompetencia estatal y del cesarismo presidencial, que se hizo realidad años más adelante.

Todo eso constituyó no sólo un programa de trabajo, antes también un sistema de previsiones. Para Alemán, al efecto, el mapa de la República significó un sin número de problemas, para cada uno de los cuales eligió un tema no tanto a pensar, cuanto a desarrollar; porque aquel hombre fue tan inteligente en el mando que sobrepuso a éste un inagotable y asombroso proyectismo, debido a lo cual hizo que las cosas propias a los condenables apetitos de sus subordinados quedasen a manera de sucesos secundarios; y ello a pesar de que así desafiaba a la opinión pública empeñada en desconocer las grandes obras, para atender las pequeñeces correspondientes al egoísmo humano.

Legó, pues, Alemán a México no sólo el espíritu emprendedor iniciado por Cárdenas, sino el espíritu práctico que era de suyo alemanista. Con esto, la Revolución se hizo manifestación de un Estado necesario, de fuerza e inconsulto, entregado al progreso de México sin hacer distinción respecto a la salud o prosperidad de determinado filamento social. Para Alemán, el Estado fue la función respetable de velar por los bienes de todos los ciudadanos, y por consiguiente, representación de paz.

Sin embargo, de lo que hizo y tuvo que hacer, lo más sensato en Alemán fue la consideración respetuosa a la historia de sus predecesores. Así, no obstante la desemejanza de sus pensamientos con los modos e ideas del general Lázaro Cárdenas, no varió la modestia que éste imprimió al Poder Público, ni cambió los procedimientos administrativos, ni los organismos agrarios, ni modificó la política exterior en lo que respecta al gobierno español del general Francisco Franco, ni restó privilegios de la burocracia, ni recusó el sistema de designar Presidente, a pesar de la aconstitucionalidad de tal sistema.

Dentro de ese legado de Alemán, quedó comprendida la otra parte de las relaciones internacionales de México: la conexiva tanto al buen entendimiento mundial, como a la de una romántica colaboración de México en las grandes tareas universales; pues al efecto, si de una parte presentó la iniciativa para restablecer la paz en Corea, de otra parte, logró que México se elevara, en la persona de Jaime Torres Bodet, a la presidencia de la Unesco, que idealmente equivalía a la presidencia de la cultura universal.

No se deja así de observar, al través de los documentos oficiales, las preocupaciones de equidad mundial que alimentaba Alemán, de suerte que a par de suscribir un protocolo para la protección de los Derechos Humanos y las Libertades Fundamentales, en la cuarta Reunión de Consulta de los ministros de Relaciones Exteriores efectuada en Wáshington, México fue el principal agente en la empresa de fortalecer el Sistema Interamericano.

Así llegó Alemán al último día de su presidencia, y si no puede decirse que gozó del afecto unánime de su pueblo, sí es dable afirmar que mucha y grande fue la admiración que se le profesó por la alteza que dio al espíritu de empresa, por su personal y clarísima inteligencia, por su invariable pulso de gobernante y su casi inigualable amor al trabajo y a cuanto de grande imaginó para su patria.

De Alemán es posible también decir, que fue tan virtuosa su laboriosidad que con ella llenó el vacío que dejaron por negligencia o temor, otros tiempos; y que a sus indiscutibles cualidades de gobernante, sólo les faltó —pues era jurisconsulto y estadista— crear los instrumentos constitucionales para hacer factible, dentro del régimen presidencial mexicano, la Democracia Electoral. Un gobernante tan osado e inteligente como Alemán pudo, en aquellos días, instaurar en la República la amada y equilibrada idea de las Libertades Públicas, que en ocasiones parecieron perdidas en el cénit de la portentosa y extraordinaria carrera de la Revolución mexicana. También faltó en Alemán exigir responsabilidades a los enriquecidos en el Poder, delito siempre punible en los pueblos civilizados.
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