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José C. Valades
HISTORIA GENERAL DE LA REVOLUCIÓN MEXICANA
TOMO QUINTO
CAPÍTULO 41 - ESTABILIDAD
EL ORDEN Y LA TOLERANCIA
Como individuo hecho en la disciplina de su propia autoridad y de la autoridad del Estado, puesto que poseía un concepto severo y solemne acerca del principio jerárquico, Ruiz
Cortines tenía un verdadero culto al orden. Y tal culto lo llevó
con mucha precisión dentro de sus aplicaciones al través de su
presidenciado.
El orden lo impuso el Presidente no sólo en los medios
administrativos, sino que lo llevó adelante, y con todo rigor, a
los medios políticos; y como no era partidario de las innovaciones
y las ideas imaginativas le parecían contrarias a la idea de
un Estado reglamentado y posesivo, adoptó todos aquellos
sistemas que, como complemento del orden, fuesen manifestaciones
de tolerancia.
El sistema, que tuvo la virtud patriótica de que el país
viviese durante cinco años sin conocer un acto conmovedor de
violencia tuvo una caída a las postrimerías del presidenciado,
cuando los enemigos del Presidente y del presidente electo
Adolfo López Mateos se dispusieron a crear un estado anhelante,
con la esperanza de desequilibrar al mundo oficial y amenazar
la estabilidad nacional.
La violencia se desató después de un movimiento magisterial
de carácter económico, que luego se dilató a los medios
políticos faccionales y personalistas; y aunque los verdaderos
conductores de tan inesperado teatro estaban animados de
generosas ideas, a poco, como suele acontecer en todos los actos
multitudinarios, surgieron segundos e intencionados intereses,
que se creyeron capaces de mantener un estado de violencia,
con el propósito de debilitar la autoridad de Ruiz Cortines.
No se contó, para producir un fenómeno artificial, con el
carácter del Presidente ni con el poder que el Estado podía
desplegar en los casos de emergencia; y si tal situación produjo
algunos males, no por ello se interrumpió el orden y el trabajo.
A pesar pues, de este tropiezo, Ruiz Cortines pudo llegar a
los últimos meses de su presidenciado, viendo como continuaba
el desarrollo de la agricultura mexicana, concurriendo a la inauguración de nuevas obras de irrigación y a la consolidación de
las superficies cultivadas en Baja California y Sinaloa, Veracruz
y Jalisco, Michoacán y Puebla, y las cuales al terminar el año de
1955 pudieron dar la producción capaz para acabar con el
déficit de granos que padecía la República.
Pudo asimismo el Presidente asistir al desenvolvimiento del
cinturón industrial y de abastecimientos comestibles iniciado
por Alemán, hecho en torno a la ciudad de México, gracias al
cual la capital quedó con la garantía de que todos los medios
estaban a sus puertas para cubrir las necesidades metropolitanas.
No tuvo Ruiz Cortines una política específica, ya para
favorecer la ciudad, ya para favorecer al campo. Aquel gobierno
puso todos los problemas del país en una misma balanza; y si de
un lado favoreció las comunicaciones para auxiliar a los grandes
centros de población, de otro lado dilató esas comunicaciones a
fin de facilitar el movimiento de la producción agrícola.
Y esas mismas medidas, siempre guiadas por el espíritu de
orden y tolerancia las hizo prácticas respecto al desenvolvimiento
religioso, que a partir de la Segunda Guerra Mundial se
acrecentó extraordinariamente en México; pues terminadas las
exageraciones políticas y restablecidos los obispados y las
congregaciones, la grey católica invadió los templos, y como el
número de éstos ya no correspondía al desarrollo demográfico
nacional, sólo en la ciudad de México, durante el presidenciado
de Ruiz Cortines fueron construidos cuarenta y tres.
Permitiendo así la prosperidad de todas las artes y agrupamientos, el Presidente realizó un programa que mucho sirvió
para el aquietamiento tanto de las organizaciones obreras, como
de los grupos y caudillos agrarios.
En el orden de los sindicatos, no sólo sirvió al objeto de
Ruiz Cortines la conversión de los agrupamientos sindicales en
dependencias de Estado, sino que valió sobre todo la dirección
que a los asuntos del trabajo dio el secretario del ramo Adolfo
López Mateos. Al efecto, éste, sin lesionar las leyes laborales,
siguió una política de persuación cerca de las partes en conflicto
de trabajo; y como esto aconteció en los días durante los cuales
se producía la transformación complementaria de la Revolución
rural mexicana, con mucha habilidad sumó todos los agentes en
juego —líderes con apetitos y masas vencidas— y produjo un
lustro sin huelgas; y esto no como descenso de libertades
públicas, sino como función de una burocracia a la cual entraba
francamente la ciudad y centros industrializados.
No se siguió el mismo sistema respecto a los problemas
agrarios; ahora que Ruiz Cortines procedió, con mucho tacto, a
apartar los asuntos ejidales de la política, para hacerlos meramente
administrativos, con lo cual se dio un paso más hacia la
evolución orgánica de la vida rural de México; pero se condenó a
los campesinos al aislamiento y a la mayor pobreza.
Sin embargo, y como ya se ha dicho, todo aquel aparato de
orden y tolerancia construido parsimoniosa e inteligentemente
por Ruiz Cortines, apenas iniciado el año de 1958, pareció
bambolearse.
En efecto, como el orden por sí solo, por ser una cosa mecánica, carece de resistencias capaces de detener las demandas de
las ideas, el Presidente se vio súbitamente acometido por ideas
incubadas si no por los comunistas, sí, por el influjo del Comunismo
que empezó a tentar el alma de los filamentos más sensibles
de la sociedad: los estudiantes y los gremios magisterial y
obrero. A estos dos últimos, llegaron con señalada eficacia los vapores
del extremismo ideológico, que se había acrecentado en silencio,
primero en el seno de las escuelas normales; después entre
los empleados ferrocarrileros; y ya dispuesto así el ánimo contagioso
de lo levantisco, entraron en función las facciones políticas
que no estaban ciertas del valor y pulso de Ruiz Cortines.
Muy poderosos fueron los instrumentos que, ya por ignorancia,
ya por pasiones recónditas se movieron con el intento de
reducir las defensas del Estado; pero más poderosas fueron la
voluntad y constitucionalidad de Ruiz Cortines; máxime que a
esas constitucionalidad y voluntad las acompañó el Presidente
con su probidad personal y administrativa.
Y los días que examinamos fueron prósperos en tratos
honorables. La gente del mundo popular, tan acostumbrada a
sobornar empleados y funcionarios oficiales, halló más dificultades
para seguir el camino de las penalidades. Además, como el
Presidente optó por granjear directamente a la mayoría de los
órganos de publicidad, esa fuente de inmoralidades que había
causado graves daños al sosiego del país, dejó de ser un vehículo
de estímulos contrarios a la rectitud administrativa; y como a
esto se unió la atención personal que Ruiz Cortines dió a los
progresos de la ciudad de México, la capital adquirió gravedad a
par de frivolidad en muchos de los aspectos de su vida.
La época, por otra parte, se distinguió por la escasez de
valores individuales. El pensamiento, que la Revolución quiso
estimular y elevar como parte manifiesta que una Nación requiere
para su progreso y defensa, no tuvo las caracterizaciones que
le dieran consideración días atrás. Lo que el país, ganó en
resurrección moral administrativa lo perdió en moral pensante.
Empezó así la vida y tiempo de la mediocridad. La
novela procaz sustituyó a la poesía sentimental, distinguida y
honorable. Surgió un teatro en el cual, un tema tan soez como
el adulterio, constituyó el programa atractivo para la clase
oficinesca y mercantil; y aunque las piezas representadas eran en
su mayoría versiones extranjeras, cuando solía llevarse a la
escena alguna obra mexicana, ésta tenía por objeto pasear entre
los espectadores el apetito, la venganza o la difamación personales,
persiguiéndose, al igual que con la novela, provocar el
escándalo.
Entró en juego la televisión, que si por una parte, transformó los divertimientos populares, por otra parte desobligó a la gente
del pensamiento. Con tal instrumento de divulgación, la ilustración
quedó mediatizada. El libro perdió su fuerza; el periódico
pasó a un nivel inferior; el arte sufrió una caida, puesto que la
televisión lo sustituyó con improvisaciones de personas y caracterizaciones vulgares.
Caídos los alientos propios a una intelectualidad, puesto que
las representaciones de ésta sólo merecieron premios literarios y
plazas académicas intrascendentes, el debate de ideas, no sólo
decayó, sino que pareció agotado, como si con ello se pretendiese
contrariar la vocación creadora que fue el meollo de la
Revolución y del partido histórico.
No debe culparse, porque así se establece al través de las
fuentes documentales, ese descenso de los valores del talento
mexicano al presidenciado de Ruiz Cortines. Fue ese descenso
una mera coincidencia con esos días de Ruiz Cortines; porque
en efecto, el abandono del pensamiento y de las bellas letras se
debió al influjo que sobre el genio mexicano tuvieron tanto los
nuevos vehículos de divulgación como la universal glorificación
del dinero que comenzó enseguida de la Segunda Guerra Mundial,
cuando el Plan Marshall puso sobre los hombros de Europa
todavía sangrante el signo mayúsculo del dólar.
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