Presentación de Omar Cortés | Capítulo cuadragésimo primero. Apartado 7 - La sucesión de 1958 | Capítulo cuadragésimo primero. Apartado 9 - El nuevo presidente | Biblioteca Virtual Antorcha |
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José C. Valades
HISTORIA GENERAL DE LA REVOLUCIÓN MEXICANA
TOMO QUINTO
CAPÍTULO 41 - ESTABILIDAD
LA MAJESTAD SUCESORIA
Aunque el culto a la libertad individual y ciudadana había decaído desde 1934 a los más bajos niveles, para rozarse con una dispepsia mental de los mexicanos; y sólo tenido un reánimo durante el presidenciado de Alemán, sin titubeos, se
propuso buscar y encontrar un nuevo camino a la gobernación
del país.
Para esto, no faltaba genialidad al Presidente. Era un filósofo. Pensaba y actuaba como un prócer. Todo lo llevaba a la
reflexión. Rehuía las controversias. Todo en él poseyó las
características de lo inalterable.
Nunca antes la República tuvo un hombre de tal naturaleza
en la más alta Magistratura. En él no se producían los fenómenos
de lo violento y atropellado; y esto a pesar de estar
circundado, quizás debido a compromisos políticos ineludibles,
por un buen número de ineptos y excesivos ambiciosos.
Tenía Ruiz Cortines la particularidad de ser muy modesto
en su persona; y así ocultaba su saber tras de una inigualable
parsimonia, y como los asuntos los conducía y aplicaba por el
lado bueno de las cosas, en pocas ocasiones decía un no a lo que
se le pedía, de manera que aprovechaba los interregnos para
arreglar lo cuestionable sin necesidad de recurrir a la respuesta
afirmativa.
Lo anterior dio lugar, por lógica, a que el Presidente se
refugiase en la mentira blanca; y como sus colaboradores no
poseían la sabiduría del Jefe de Estado, la política degeneró en
una mitomanía oficial peligrosa y dañina para el país; pues
quien más, quien menos, aprendió a prometer sin cumplir,
aprovechándose de ello quienes eran los más vulnerables al
dinero, para continuar con el punible sistema de la mordida, no
bastando a evitarlo la honestidad del Presidente ni la vigilancia
que en ocasiones éste mismo ejercía en detrimento de sus altas
funciones.
A pesar de lo último, Ruiz Cortines continuó incólume, sin
cambiar de postura, puesto que al contrario, realzó más y más la
majestad de su régimen suasorio.
Tan elocuente fue el proceder de Ruiz Cortines, que el país,
asombrado, no podía comprender como había merecido un
filósofo para conducir la presidencia; y sólo se conmovió
cuando al hacer, en 1958, el balance de aquel presidenciado,
comprobó que el sabio Presidente no había expedido en sus
años de mando y gobierno una sola orden para matar a persona
alguna, ni a fin de defraudar económicamente a la Nación, ni
con el objeto de extender privilegios, ni con el propósito de
enviscar individuos o partidos.
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