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La Haya 1872. Quinto Congreso
Con este ambiente díscolo, desintegrante, escisionista, llegó el día de apertura del Quinto Congreso de la Internacional el día 2 de septiembre de 1872.
Allí tenían que debatirse los poderes del Consejo General, la modificación de los Estatutos de acuerdo con lo acordado en la Conferencia de Londres; el problema de la Alianza que a pesar de su disolución continuaba actuando; el lugar donde debía residir el nuevo Consejo, etc.
Los italianos, en señal de protesta no mandaron ninguna delegación. 69 delegados representando a 11 países y al Consejo General acudieron a La Haya siendo la delegación más numerosa, aparte la del Consejo, que contaba con 21 delegados, la alemana con 10. Bélgica acudió a la cita con 9. España y Suiza con 5 cada una.
Desde el primer momento ya surgió la discusión motivada por la delegación española (Morago, Alerini, Farga y Marcelau) aliancista -Lafargue era el quinto delegado español representante de la Nueva Federación Madrileña- proponíendo una modificación en la votación para que en lugar de ser ésta por delegados fuera en base al número de afiliados. Jura propuso que fuera por federaciones pero ambas propuestas no fueron aceptadas por las delegaciones autoritarias que con 40 delegados tenían aseguradas las decisiones del Congreso.
Cuando llegó el momento de discutir los poderes del Consejo, Sorge, que pasarla a ser el próximo y último secretario de la Internacional con sede en Nueva York, dijo que había que ampliarlos porque: El Consejo General debe ser el Estado Mayor de la Internacional. Guillaume se opuso con los argumentos ya expuestos en Sonvillier y Tomás González Morago remachó el clavo diciendo: Será perder el tiempo acordar poderes al Consejo General habida cuenta de que no dispone de fuerza suficiente para someter a las secciones a la obediencia. La Internacional es una asociación libre nacida de la organización espontánea del proletariado y formando, por su existencia mínima, la más categórica protesta contra la autoridad. Sería absurdo esperar que los partidarios de la autonomía de las colectividades obreras abdicaran de sus sentimientos y de sus ideas para aceptar la tiranía del Consejo General. La Federación Española está por la libertad y no consentirá jamás ver en el Consejo General otra cosa que un Centro de Correspondencia y de Estadística.
De nada valieron las argumentaciones de los libertarios y por el contrario, se modificaron los artículos 2 y 6 del Título II del reglamento:
Art. 2. El Consejo General está obligado a cumplir las resoluciones de los Congresos y a vigilar que en cada país se apliquen estrictamente los principios, los estatutos y reglamentos de la Internacional.
Art. 6. El Consejo General tiene igualmente el derecho de suspender ramas, secciones, Consejos o comités federales y federaciones de la Internacional hasta el próximo congreso.
La mayoría autoritaria ratificó la resolución de Londres del año anterior sobre la Acción política de la clase obrera:
En la Iucha contra el poder colectivo de las clases poseedoras, el proletariado no puede obrar como clase, sino constituyéndose él mismo en partido político distinto, opuesto, a todos los antiguos partidos políticos formados por las clases poseedoras.
Esta constitución del proletariado en partido político es indispensable para asegurar el triunfo de la revolución social y de su objeto supremo, la abolición de las clases.
La coalición de las fuerzas obreras, ya obtenida por las luchas económicas, debe servir también de palanca en manos de esta clase en la lucha contra el poder político de los explotadores. Sirviéndose siempre los señores de la tierra y del Capital de sus privilegios políticos para defender y perpetuar el trabajo, la conquista del poder político viene a ser el gran deber del proletariado.
Después de ocho años de continuas maniobras Marx lograba al fin, ver convertida a la Asociación Internacional de los Trabajadores en una herramienta para la conquista del poder. En realidad, con semejante acuerdo, totalmente incompatible con el espíritu de los que fundaron la Internacional en el Saint Martin's Hall en 1864, lo que se hacía era asestar el golpe de gracia a lo que había sido la mayor promesa del proletariado de todos los tiempos.
A propuesta de Marx se acordó, también, por 30 votos contra 14 y 12 abstenciones, que el Consejo General pasara a Nueva York. Se trataba de evitar a todo costo, a cambio de la muerte de la Internacional inclusive y como ocurriera, que la base europea reaccionara contra el golpe sorpresivo dado en La Haya gracias a una mayoría lograda arbitrariamente por quienes sólo habían tenido que franquear el Canal de la Mancha y por los alemanes nada distantes de la ciudad holandesa, por un lado, y contando con la ausencia de las delegaciones itali.anas, con Ia imposibilidad que tenía Bakunín de alcanzar La Haya por el decreto de arresto que sobre él pesaba en Bélgica, con las desvastadas secciones francesas, por el otro lado. Nunca se había visto una cosa igual: confabularse una mayoría de delegaciones para imponer un suicidio a la organización a la que deberían dar vida. Adolfo Federico Sorge se llevó a América un cadáver que él, Marx y la mayoría autoritaria reunida en La Haya habían condenado irremisiblemente.
Y ya en el plan de la devastación y la desintegración, los enterradores remataron las sesiones expulsando a Bakunín y a Guillaume. Fue un consumatum est en todos los órdenes.
Esta fase final trata de explicarla G. D. H. Cole quien, a pesar de su imparcialidad, no oculta sus simpatías marxistas: En realidad existía ya una división en el grupo antiguo. La táctíca de Marx y de Engels, tratando de asegurar los resultados del congreso, la violencia de sus ataques contra los suizos recalcitrantes y, acaso sobre todo, los ataques sin atenuaciones de Marx contra los sindicatos obreros británicos que se habían separado de la Internacional, habían enfrentado a Jung y Eccarius y ya no estaban dispuestos a seguir las directivas de Marx. No les agradaban los blanquistas que habían entrado a formar parte del Consejo General; y no estaban dispuestos a ver dividida la internacional por el afán de Marx de conseguir que los jefes de la oposición, incluyendo al mismo Bakunín, fuesen expulsados. Marx tenía que comprender que semejante política acabaría con la Internacional: suponía expulsar a los españoles y a buena parte de los belgas, como también a la mayoría de los suizos. En contra de esto los alemanes, casi todos defensores enérgicos de la acción parlamentaria, podían ser persuadidos por primera vez para intervenir realmente; pero ¿quiénes quedaban para colaborar con ellos si ya no existía un verdadero movimiento ni en la Gran Bretaña ni en Francia. Sin embargo, Marx estaba completamente resuelto a conseguir su objetivo y, si era preciso, a destruir la Internacional antes de correr el riesgo de dejar que cayese en manos de sus adversarios (66).
Más adelante G. D. H. Cole añade: puede advertirse que el gran debate entre Marx y Bakunín en el Congreso de La Haya terminó, a pesar de las decisiones tomadas en La Haya mucho más en favor de Bakunín que de Marx (67).
El día 9 de septiembre, el Congreso clausuraba sus sesíones, los vencedores agotados del esfuerzo y con la pala sucia de tierra fresca con la que, conscientemente, habían enterrado a la Asociación. Los vencidos dispuestos a no reconocer las arbitrariedades de una mayoría ficticia.
Notas
(66) G. D. H. Cole. Op. Cit. Tomo II, pág. 191.
(67) Id., pág. 198.
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