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LA MUERTE VIOLENTA DE UN SENADOR

Vito Alessio Robles

CAPÍTULO SEGUNDO



SIMULTÁNEO ASESINATO DE UN SENADOR Y SECUESTRO DE OTROS TRES

Sobre la forma en que ocurrió la muerte del senador Francisco Field Jurado hay varias versiones que discrepan en los detalles preliminares del proditorio asesinato.

Dos de estas versiones acogidas por la prensa fueron: la primera, que Field Jurado salió de la Cámara de Senadores, cuyas oficinas se encontraban entonces en el Palacio N acional, como a la una y media de la tarde, que bajó por el ascensor destinado a los senadores, atravesó el patio mayor, saliendo por la puerta principal de Palacio, y tomó un tranvía, descendiendo en la esquina de la avenida hoy Alvaro Obregón y quinta calle de Córdoba, para de allí dirigirse a pie por las calles de Córdoba a su domicilio, sito en el número 134 de las calles de Colima.

La otra versión es de que Field Jurado hizo el viaje en un camión y descendió en la esquina de las calles de Mérida y Tabasco.

Y últimamente se me comunicó una tercera versión por don José Morante, entonces senador por el Estado de Tamaulipas: Como a la una y media de la tarde salió Field Jurado del Palacio Nacional, acompañado por el licenciado Aureliano Colorado, entonces senador por el Estado de Tabasco; a pie se encaminaron a la cantina Mónaco, en donde el mismo Field Jurado tomó un aperitivo y fue invitado por el senador Morante, que allí se encontraba, para conducirlo a su domicilio en automóvil; que juntos llegaron a la casa de Field Jurado, que éste descendió y se introdujo a su casa; que poco después llegó el coronel José Preve y Io invitó en la puerta a salir de su domicilio para tener algunas explicaciones, cosa a lo que accedió Field Jurado, cayendo en la celada que le habían tendido los acompañantes de Preve, en la esquina de las calles de Tabasco y Córdoba.

Según los autores de la segunda versión, Field Jurado descendió del camión en la esquina de las calles de Mérida y Córdoba para dirigirse, no a su casa, sino a la de su paisano y amigo el general Joaquín Mucel, que entonces tenía su domicilio en el número 86 de la calle de Córdoba, muy cerca de la esquina de esta calle con la de Tabasco. En las cercanías de la casa del general Mucel cayó muerto Field Jurado.

Pero todas las versiones están acordes en que en la antesala primera de la Cámara de Senadores se encontraban desde hora temprana dos individuos, quienes al salir Field Jurado salieron también poco después, siguieron por los corredores y descendieron por la escalera principal de Palacio. Cerca de la puerta principal esperaba un automóvil Dodge, sin placas, en el que se encontraban tres individuos; que el automóvil siguió, sin perder de vista a Field Jurado, y que éste al llegar frente a la casa número 130 de la calle de Tabasco fue agredido por los cinco tripulantes del Dodge.

Aseguran los testigos que presenciaron los hechos y que nunca quisieron presentarse a declarar, por temor a una venganza de los poderosos autores intelectuales del crimen, que Field Jurado, ante la intempestiva agresión, hizo ademán de sacar su revólver, pero que, luego probablemente arrepentido por haber visto que el número de agresores era muy grande, echó a correr, dobló la esquina inmediata, seguido por los agresores que le disparaban sin cesar, y cayó muerto en las cercanías de la casa número 86 de la calle de Córdoba.

Parece que en la proximidad de la casa de Field Jurado estaban apostados otros dos individuos que también cooperaron en el atraco. Consumado éste, los asesinos se retiraron tranquilamente unos en el Dodge, sin placas, y otros en un Ford de sitio número 12127, que los dejó en las cercanías de la antigua cárcel de Belem.

Fieid Jurado acribillado a balazos

Fue una verdadera cacería ruin y salvaje la emprendida contra Field Jurado. Estaba acribillado de heridas, ocho en distintas partes del cuerpo, unas en la cara, otras en cuello, otras más en la espalda. En la calle de Tabasco se encontraba una marmolería y las paredes de la fachada mostraban numerosos impactos.

El chofer del automóvil de sitio número 12127, llamado José Mestre, dio a las autoridades las señales precisas de los asesinos que él había conducido y que conversaban tranquilamente sobre el asesinato acabado de cometer; como si contaran con una impunidad absoluta y con la protección de influyentes personajes.

Promesa de los funcionarios

Era Secretario de Gobernación el licenciado don Enrique Colunga, un hombre honorable a todas luces, que, según sabemos, mandó practicar una minuciosa investigación sobre los delitos cometidos aquel día con una simultaneidad acusadora, pues al mismo tiempo que fue asesinado Field Jurado, fueron secuestrados, como veremos después, otros tres senadores. Quizá por razones de alta política, no se hizo público el resultado de dichas investigaciones, aunque sí podemos asegurar que el Secretario de Gobernación fue enteramente ajeno a la comisión de esta sarta de delitos.

Era a la sazón gobernador del Distrito Federal el senador Abel S. Rodríguez, de filiación callista. Atribuíase a uno de los más prominentes empleados de este Gobierno, un jefe de departamento, que además era de filiación laborista, una participación muy principal en el asesinato cometido.

Era Inspector General de Policía del Distrito Federal el general Pedro J. Almada y Secretario de la Inspección General de Policía don Pablo Meneses, quien hizo declaraciones comprometedoras, asegurando que había logrado evitar la consumación de varios hechos delictuosos semejantes al que desgraciadamente se consumó en la persona del senador por el Estado de Campeche y que la policía estaba dispuesta a obrar con toda energía y ya se habían girado las órdenes conducentes para descubrir a los matadores del senador Field Jurado y entregarlos a la justicia.

El plagio de los senadores Ildefonso Vázquez, Francisco J. Trejo y Enrique del Castillo

El asesinato de Field Jurado ocurrió unos cinco minutos antes de las dos de la tarde. Al mismo tiempo, minutos más, minutos menos, se registraban otros atentados en personas de senadores cooperatistas, en muy distintos rumbos de la ciudad, como si estos crímenes obedecieran al plan deliberado de acabar, inutilizar o espantar a los senadores que no asistían a las sesiones e impedían el completo del quórum, con la finalidad de facilitar el acceso a los suplentes que esperaban el momento ansiado en los salones de la Cámara de Senadores.

Entre una y media y dos de la tarde, el anciano senador neoleonés don Ildefonso Vázquez, respetable por sus canas y sus merecimientos revolucionarios, se dirigía a su domicilio por la Avenida de la Reforma, cerca de la esquina de las calles de Madrid, y fue secuestrado por unos individuos que tripulaban un automóvil. Amenazado por ellos se le obligó a callar y cuando traspusieron las goteras de la ciudad por el rumbo de la Villa de Guadalupe, se le vendaron los ojos y fue llevado a una hacienda cercana, distante unos quince kilómetros de la capital (1.

En el mismo lapso, los senadores Francisco J. Trejo y Enrique del Castillo salieron de la Cámara de Senadores, atravesaron a pie la Plaza de la Constitución y, al llegar a la Avenida Madero, fueron asaltados y obligados a subir a un automóvil, conduciéndose en igual forma que los otros plagiarios lo habían hecho con el senador Vázquez. El licenciado Enrique del Castillo era el suplente del senador ingeniero don José J. Reynoso y acababa de entrar en funciones por licencia del propietario.

La acción directa y el quórum del Senado

La acción directa preconizada por el líder don Luis N. Morones había comenzado a cumplirse en forma rigurosa y hasta sangrienta, con un saldo de un senador asesinado y tres plagiados.

Y ya podían explicarse las palabras del senador Hemández Galván pronunciadas el día anterior:

Están tomadas todas las medidas para que mañana haya quórum.

Ya faltaban cuatro senadores cooperatistas y la más elemental prudencia aconsejaba a todos los demás que se abstuvieran de asomar las narices por la Cámara de Senadores. ¡Con ello, los suplentes convocados prematuramente podían ocupar los huecos vacíos y aprobar sin dificultades las Convenciones de Reclamaciones derivadas de los pactos de Bucareli! ¡México es un país de amansadores de potros!


NOTA

(1) Informes posteriores, no comprobados debidamente, aseguran que los senadores plagiados fueron conducidos a una hacienda llamada Ojo de Agua que se encuentra a la vera del camino de México a Pachuca.

Publicado en El Día, de México, D. F., en la edición del 21 de noviembre de 1935.
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