INSTALACIÓN Recopilación, selección y notas de Diego Arenas Guzmán CAPÍTULO UNDÉCIMO CABRERA, CABEZA DE TURCO PARA LA CONTRARREVOLUCIÓN Es ahora Nemesio García Naranjo, uno de aquellos a quienes la prensa de oposición antirreeleccionista en 1908 a 1910 apodó: Cadetes del Corralismo, quien viene a la tribuna a romper una lanza en defensa de su camarada de círculo político. Forja este discurso. Señores diputados: Sobre el partido político, nadie; sobre el partido político, nada. La parodia es sacrílega, pero es la mejor síntesis del discurso fulminador de don Luis Cabrera, que marca el rápido descenso de la más radiante de las ilusiones a la más áspera de las realidades. No importa, para normar el criterio público, ni la libertad prometida, ni la justicia burlada, ni la patria sangrante; todo debe resumirse en el espíritu de partido, aunque ese partido se llame Constitucional Progresista y merezca todos los ataques que le ha dirigido el señor Trejo y Lerdo de Tejada. El respeto al derecho ajeno no debe ser el cimiento de la futura paz, no; la futura paz debe asentarse en la violación del derecho ajeno. Este acto atrabiliario e intransigente me recuerda a aquel girondino que, borracho de triunfo, orgulloso de poderío e inconsciente de los peligros que le rodeaban, rechazó la mano conciliadora y generosa que le dirigió Dantón, para gritarle estas palabras: Queremos la guerra y que uno de los dos partidos perezca. Entonces el tribuno candente de la Convención recogió el guante, y dijo con voz airada y profética: Si deseáis la guerra, tendréis la muerte. Sí, señores miembros del Partido Constitucional Progresista: los partidos que tienden a devorar a sus adversarios y no a vencerlos, están condenados a una muerte prematura. Nosotros somos sus adversarios; pero sabed que la vida de los partidos políticos es luchar, luchar y luchar. La Montaña, al sacrificar a la Gironda, se sacrificó a sí misma; y en cambio, después de la revolución de Inglaterra, el Partido Whig, al permitir la superexistencia de los Torys, se conquistó un reinado largo y glorioso. Por eso el señor Cabrera, cuando os aconsejaba nuestro exterminio, no hacía sino aconsejaros vuestra propia destrucción (aplausos). El presidente, que es ahora don Eduardo Hay, reprime la fogosidad de las galerías, amagándolas con hacer guardar el Reglamento.
García Naranjo prosigue: Nuestra falta fundamental -Blas Urrea lo ha dicho- es seguir existiendo políticamente; nuestro crimen consiste en no habernos encerrado en una cripta funeraria cuando el Ipiranga se llevaba para siempre al más grande de todos los mexicanos (aplausos nutridos y campanilla). El señor Cabrera habría deseado que nosotros, en el momento fatal del terríble derrumbamiento porfiriano, imitando al bravo vencedor de Puerto Arturo, nos hubiésemos vestido de etiqueta rigurosa para aplicarnos suntuosamente el hara-kiri de las tradiciones, mientras nuestros labios salmodiaban teatralmente estas épicas palabras: ¡Llegó el momento de unimos al emperador! Pero el señor Cabrera es unilateral en sus exigencias heroicas, porque pretende de nosotros una abnegación de samurai y se reserva para sí una pasividad contemplativa de fakir. En efecto, hace un año que el llamado cerebro de la revolución fue despedido del Ministerio de Instrucción Pública, y todavía el señor Cabrera no imita al general Nogi, ni grita épicamente: ¡Ya es tiempo de unirnos con el doctor Vázquez Gómez! (risas y campanilla). Varios elementos han arrojado sobre nosotros el cargo de haber celebrado un pacto incondicional con el Partido Católico, y al efecto, el mismo señor presidente de la Comisión dictaminadora, en un momento culminante de exaltación oratoria, nos ofreció desde esta tribuna las aguas lustrales del perdón, siempre que rompiéramos el bloque independiente. Ignoro yo qué fundamento de ley tendría para hacer semejante ofrecimiento, y me parece raro que el voto de ciudadanos del Estado de Jalisco, del Estado de México y del Estado de Nuevo León esté subordinado a la actitud que podamos nosotros asumir en esta situación, pero como quiera que la oferta se hizo, recuerdo que entonces la rechazamos en grupo, y la volvemos a rechazar hoy; pues teniendo la íntima convicción de que las elecciones que nos trajeron a esta Asamblea fueron genuinamente populares, creeríamos faltar a nuestro deber aceptando como una gracia lo que podemos exigir como un derecho. Y ya que hemos tocado el asunto de nuestra unión con los católicos, precisa de una vez para siempre definir nuestra actitud. Varias personalidades, y entre ellas una muy respetable por su posición social, el señor Ministro de Gobernación, han dicho que los partidos contendientes en esta Asamblea son los que lucharon durante la Guerra de Tres Años y que nosotros, los independientes, representamos al Partido Conservador. Esta aseveración motivaría nuestra protesta más enérgica, si no despertase nuestra hilaridad. Evoca a aquel niño que pone el coco y luego le tiene miedo. No, señores diputados; aquí no se han debatido hasta hoy cuestiones religiosas, y, por tal motivo, no existen más que dos grupos: el que forman los diputados que vienen a esta Asamblea con la ayuda del Poder Ejecutivo y el que formamos nosotros, los que obtuvimos el triunfo mediante nuestras propias fuerzas y aun contra la ingerencia de algunas autoridades hostiles. Entre los que depositamos boletas blancas, nos contamos muchos laicos por educación, por costumbres; y entre los que depositaron boletas rojas, hubo alguno de notoria filiación ultramontana. Esto lo reconocen los verdaderos liberales, y por eso es que en las votaciones han estado indefectiblemente del lado independiente, radicales como Juan Sarabia y como Luis Jaso; esto lo reconoce igualmente el jefe del Partido Liberal, don Carlos Trejo, que hace un momento producía, no el canto del cisne del señor Lozano, síno lo que yo llamaría el canto de la alondra, porque parece que viene a despertar la aurora ... El Partido Constitucional Progresista, de miras exclusivamente personales, pretende ahora desvirtuar la opinión pública, enarbolando la bandera roja de las supremas instransigencias jacobinas. Procuran los líderes de ese grupo hacernos pasar como conservadores, en tanto que ellos aparentan estar enteramente afiliados a un liberalismo extrarradical. ¿Y cuál es la causa de que hasta hoy adviertan peligro en la organización católica? ¿Por qué cuando el señor Madero era postulado por el Partido Católico, no exigieron los constitucionales progresistas al actual presidente que rechazase aquella candidatura? ¿Por qué los colaboradores de entonces se han vuelto perjudiciales? Hasta ahora es cuando vienen los estallidos jacobinos. ¡Ah, señores diputados! Lo que ha querido el Partido Constitucional Progresista es despertar el aplauso de la muchedumbre; así también Luis XVI, en la jornada de 20 de junio de 1792, llevó a sus labios desdeñosos una copa de vino que le brindara un atrevido sans-culotte, y puso sobre su cabeza empolvada el gorro frigio que le ofrecía la desenfrenada multitud. No nos arrojáis porque no seamos liberales, no; vosotros lo sabéis más bien que nosotros; arrojáis a Lozano porque su palabra es suntuosa, porque su metáfora es radiante, porque su argumento es irresistible; arrojáis a Olaguíbel porque su sátira es incomparablemente demoledora; me arrojáis a mí porque la buena fortuna, no el mérito, me ha colocado en uno de los vértices de ese temido triángulo luminoso. Y no es porque no seamos liberales, no; la verdadera causa la señalaba el licenciado Lozano: estamos inscriptos en el carnet de Robespierre, y sobre nuestras cabezas se cierne el peso de las sentencias inapelables. De todas maneras, yo acudo al último esfuerzo y os ruego, por el honor de la Asamblea, y algo más, por la gloria de la revolución, que rechacéis ese dictamen. Eso a todos vosotros, señores diputados. A vos, señor Cabrera, no os pido nada en nombre de la justicia y de la ley: a vos os hago un ruego, y ese ruego es que Votéis en nuestra contra, porque no queremos contar con la ignominia de haber recibido vuestra ayuda. El secretario en funciones pregunta a la Asamblea si considera suficientemente discutido el dictamen; clamorosas negativas determinan la prosecución del debate y concedido el uso de la palabra al licenciado Lozano, éste se encamina a la tribuna, saludado por tan sonora ovación, que el presidente Hay advierte: Si las galerías insisten en sus demostraciones, me veré obligado, sin advertirlas más, a mandar desalojarlas. Esto es en bien de todos los partidos. Lozano irgue en la tribuna su imponente figura y compone este discurso. ¡Ave, César! ¡Morituri te salutant! (dirigiendo la vista hacia el sitio en que se encuentra el ciudadano L. Cabrera). Señores diputados: Mis primeras palabras en esta ocasión, que será memorable por la gravedad y singular importancia del asunto que se discute, deben ser de gratitud para la prensa de México, que sin distinción de colores ha venido en mi socorro. Después, para el señor licenciado Elguero y el partido que lo apoya, y para mis honorables amigos Ostos y García Naranjo. ¡Gracias mil, amigos y enemigos, que sin otro estímulo que la justicia radiosa de mi causa, venís en mi socorro! Gracias mil, nobles espíritus, que al venir en mi apoyo, quizá sólo os mueve el alma caballeresca de Oliverio el paladín, para no dejarme solo en esta lucha, en la que estoy inerme, en tanto que la Comisión es armipotente y fuerte por el número. Dos partes va a comprender mi discurso: la primera estará consagrada a la defensa legal de mi credencial, porque quiero que se perpetúe en los paraninfos, en las aulas, en los liceos y en las escuelas y que resulte allí más duradera que el bronce; la segunda tiene que ser la exposición política de las causas a las que atribuyo mi definitiva expulsión de este salón. Procuraré, como es mi hábito y costumbre, estar sereno y frío hasta el impersonalismo -que me protejan, ¡oh, Urueta! ¡los manes del divino Lecomte!-, y seré en la exposición de mi discurso, tan diáfano y nítido como me sea dable. ¡Ojalá que logre que mi causa tenga a vuestros ojos la plasticidad de la materia, el relieve incrustante de un obelisco! El 7° distrito electoral de Jalisco, cuya credencial se discute, lo componen cinco municipalidades, cuyas cabeceras son: Teocaltiche, Jalostotitlán, San Miguel el Alto, Mexticacán, y Paso de Sotos. Este distrito tiene oficialmente 67,000 habitantes; en realidad, en cüras vivas, tiene 75,000, distribuidos de la siguiente manera: Teocaltiche: oficialmente, 17,000; en verdad, 22,000; San Miguel el Alto: oficialmente, 13,000; en realidad, 17,000; Jalostotitlán: oficialmente, 11,000; en realidad, 14,000; Paso de Sotos y Mexticacán: el primero, 12,000 del dato oficial; 18,000 en cüras humanas; el segundo, 8,000 dentro del censo; en verdad, 10,000. En este distrito, cuya distribución poblacional he mencionado, se presentaron en los comicios de junio cuatro candidaturas: la del señor licenciado Aniceto Lomelí, que tenía detrás de sí las fuertes raigambres del Partido Católico; la del señor ingeniero Tomás Rosales, escudado por el nimbo y por la leyenda gloriosa del Partido Liberal de Guadalajara; la del señor don Manuel Lomelí, con el carácter de independiente, pero que ante sus círculos estupefactos hacía decir que tenía el apoyo de los próceres de México, y por último, la mía, desposeída de protección de partido y escueta de protección oficial. El señor ingeniero Tomás Rosales renunció a su candidatura, porque no quiso que se dividiesen los escasos elementos liberales del distrito entre él y yo. Cito este rasgo, porque lo enaltece; y se fusionó en mi fórmula, en la calidad de suplente. Quedamos, pues, tres contendientes definitivamente en la liza: don Aniceto Lomelí, don Manuel Lomelí -que no es pariente- y yo. Don Aniceto Lomelí es hijo de Mexticacán; don Manuel Lomelí nació en Jalos, y yo vi la luz primera en San Miguel el Alto. Teníamos, pues, detrás, cada uno a su pueblo, por pasiones de campanario, por legítimo espíritu de terruño. En ese momento de la batalla, la tenía yo ganada, porque oficialmente, y desafío a la Comisión a que me desmienta ... y aquí un paréntesis: cuando digo la Comisión, me refiero exclusivamente a los señores licenciados Serapio Rendón y Víctor Moya Zorrilla; no incluyo, claro está, a don Vicente Pérez, que se excusó, ni tampoco a los señores licenciados Urueta y Luna y Parra. Pues bien; decía yo que dentro del número poblacional de estas municipalidades, a mí me pertenecía la victoria, porque San Miguel el Alto tiene una doble población sobre Mexticacán, y 2,000 habitantes más, de una manera oficial, sobre Jalos.
Quedaban como plazas decisivas Teocaltiche y Paso de Sotos. Teocaltiche, por su número, era la que tenía que decidir el triunfo genuinamente democrático, que es el número, y además, el triunfo moral de vencer en los espíritus selectos. Así lo comprendimos todos los candidatos, y vimos que aquello era el nudo de la batalla, como en Waterloo, y nos encaminamos hacia esa ciudad los tres rivales: Aniceto Lomelí, Manuel Lomelí y yo. Y en esa ciudad, señores diputados, que se había vestido ante mis ojos con ropajes monásticos y levíticos, porque allí había vencido de manera invariable el Partido Católico; en esa ciudad, señores diputados, venció el candidato católico, y don Manuel Lomelí, cuya credencial y cuyos -no tengo nombre con qué calificar- cuyos votos se pretende que sean los que subsistan, sólo obtuvo en esa población de 17,000 habitantes, según dato oficial, 6 votos. En Paso de Sotos, la otra municipalidad neutral, dividi casi por partes iguales la victoria con el Partido Católico. Don Manuel Lomeli volvió a obtener 6 votos. Tal parece que la cifra es cabalistica y sugestiva. De manera que don Manuel Lomeli fuera de su pueblo natal, en una población de 30,000 habitantes, según datos oficiales, sólo obtuvo 12 votos, señores diputados. ¿Creéis vosotros, con la mano puesta sobre el alma, sin prejuicios de partido; creéis que esa sea la encarnación volitiva del 7° distrito electoral del Estado de Jalisco? Prosigo, señores. El Partido Católico, en Teocaltiche, era, en efecto, omnipotente; y por triunfos en los comicios, tenia este poder en sus manos; además, los principales capitalistas de Teocaltiche militan de manera activa en el Partido Católico; asi, pues, quedó la Junta Electoral integrada por municipes y capitalistas del credo católico. Estas personas, por su eminente posición social, por sus relaciones comerciales y politicas y, además, por la contigüidad electoral del distrito, estaban, no sólo en la posibilidad, sino dentro de la realidad, en aptitud de averiguar los consensos de aquella población y ver, no sólo al través de la estadística, sino al través de las vibraciones del alma popular, quién habia sido el electo; y todos, señores, sin observación de ninguna especie por parte de los que formaron la Junta Electoral, me entregaron a mi la corona del triunfo: la credencial. Si esto vale ante los espiritus en quienes el prejuicio no haya apagado la llama de la razón, yo hablo a esas conciencias. Continúo, señores diputados. El único cargo que se hace a mi credencial, es que en San Miguel el Alto hubo 800 votos que excedieron al padrón. No voy a demostrar las prácticas que esto tiene dentro de la ley, dentro del corolario de la lógica politica, dentro de las razones que norman las doctrinas; eso lo ha demostrado de sapientisima manera el señor licenciado Elguero. No; yo, que voy a salir de este salón si un espiritu de justicia y de conservación no me cobija, quiero defender, siquiera en estos momentos, al pueblo que me vio nacer, del cargo de fraudulento que de manera para mi iconoclasta le lanza la Comisión; no hubo alli dolo, no hubo alli fraude; fueron verdaderos los Votos; fueron más: fueron voluntades que convergieron a las ánforas para traerme a la Cámara de Diputados. Voy a demostrarlo, señores diputados. El censo de San Miguel se resintió, como en toda la República, de la inercia ciudadana. Es, durante toda nuestra vida independiente la primera vez que se ha combatido ante el sufragio, y el alma del pueblo; asi, pues, nada de particular tiene que aquellas almas vieran con escepticismo un acontecimiento que no veian posible y real. Esto trajo desde luego grandes cábulas y omisiones en el padrón electoral; pero a esta causa inicial de desmedro en el número de ciudadanos, se suscitaron otras varias; por aquellos dias en que se hacía el censo electoral, el señor presidente Madero, en uso de legitimas facultades constitucionales, pedia a cada uno de los Estados de la República el contingente que están obligados a prestar los Estados para el Ejército federal; de manera que se instalaron durante los meses de diciembre a marzo, época en que se ejecutó el censo, dos juntas: la ciudadana y la de sangre, y naturalmente, aquellos campesinos timidos, pacíficos de verdad, prefirieron ocultarse ante la Junta Electoral para ejercitar derechos que ellos tenían como problemáticos, y no correr la triste suerte de ser pasados por las cajas. Esta fue otra de las omisiones que cercenaron tremendamente el censo ciudadano. El Estado de Jalisco, en esa región a que me vengo refiriendo -y lo pueden certíficar todos mis conterráneos-, carece de agricultura de riego; sólo tiene de temporal. De manera que los campesinos de aquellos lares hacen lo que se llama la peregrinación golondrina. Se van en diciembre, que es cuando concluyen las labores del campo en aquella región, a los Estados Unidos, en busca de trabajo, y regresan en la época en que se reanudan las labores, en los meses de mayo y junio. Así, pues, señores diputados, véis que una procesión de centenares de ciudadanos no pudo ser inscripta en el padrón, porque precisamente hacía su ciclo la trágica, la lúgubre emigración golondrina. Queda, pues, señores diputados, o al menos así lo espero, demostrada esta verdad: que hubo omisiones que justifican el aumento que sobre el padrón oficial tuvo la realidad de las votaciones. Pero no sólo me colocaré dentro del terreno de las presunciones; no. Voy a demostrar algo a que no está obligado ningún ser humano, porque controvierte todas las leyes de la lógica, todos los principios de la justicia inmanente. Yo no soy el que debe probar, y, sin embargo, voy a probar que toda aquella población ciudadana de San Miguel el Alto, no sólo existe dentro de las cifras aritméticas, sino que existe como realidad psicológica y que fue a las urnas a votar por mí. Ya véis que la empresa, por imposible, parece de Rolando; y sin embargo, es tan diáfana mi causa, son tan poderosas las pragmáticas en que vengo apoyado, que la bordo, no con audacia, sino con sinceridad. El pueblo de San Miguel el Alto ha tenido desde la consumación de la Independencia, un ejercicio continuado en el voto. El Gobierno de Jalisco no le ha prestado nunca la más ligera atención, porque no hay riqueza ni fuente de poder en ese pueblo de campesinos. Así, pues, los ciudadanos por experiencia singular se han acostumbrado al voto, porque saben que del voto y de la elección de sus autoridades depende la suerte que después puedan correr. Allí la serie de presidentes municipales es inmaculada, y se llevan muchos años, casi un siglo, de que no hay queja contra los munícipes de aquel pueblo. Esta adaptación a las costumbres democráticas; el germen de ellas, que es la vida municipal, eran terreno fecundo, como el humus del Nilo, para que allí prosperaran las promesas del Plan de San Luis Potosí; y, oídlo bien, señores diputados; oídlo bien, respetables galerías: aquel pueblo que me ungió con su representación, es maderista. Sabiendo que yo no soy maderista, sin embargo me entregó su voto, y me lo entregó con frenesí, con férvido entusiasmo. Ante el pueblo de San Miguel, la promesa de sufragio efectivo ha sido blanca realidad. Segunda causa de verdadera acción popular en mi elección: Jalos y San Miguel se odian desde tiempos que ignoro; ¿por qué se odian? Anatole France diría que por la proximidad; el señor don Juan Lomelí, respetable diputado de Jalisco, podría decir que se odian porque, desde hace muchísimos años, San Miguel viene pretendiendo, por su superioridad material y poblacional, la superioridad política y judicial; ¿no es así, señor Lomelí? El nominado asiente: Sí es cierto, señor. Lozano continúa: Esta lucha entre aquellos dos pueblos, ha tenido, en ocasiones, detalles de tragedia. No estaban apagados los odios; los carbones estaban encendidos bajo ligero rescoldo; vinieron las elecciones de diputados; surgió una candidatura por Jalos, otra por San Miguel, y los odios volvieron a enseñar sus fauces trágicas, y ambos pueblos se aprestaron con entusiasmo de parateneas a llevar a todos sus ciudadanos a las urnas. Como se supiera por aquellos días la gira que hice, y que yo había sido recibido hostilmente en Jalostotitlán, hubo una junta de cuatrocientas personas que se juramentaron para llevar a todas sus peonadas el día de las elecciones. ¿Es verdad, descendiente espiritual de Gutiérrez Nájera? ¿Es verdad, José Luis Velasco? Desde el palco de la prensa, el periodista José Luis Velasco afirma: Es verdad. El señor Lozano prosigue: Los pueblos comprendieron que su suerte política dependía en gran parte de quien venciera en las elecciones, y si yo era el triunfador por el mayor número de votos, naturalmente mi pueblo tendria parte principalísima en mis quejas y en mis inculpaciones en este recinto. Por eso fue que aquel pueblo se movió como una masa religiosa bajo la admonición de Ricardo Corazón de León; por eso, y no crean los que han desflorado superficialmente la cuestión política, no crean que digo una novedad: luchas religiosas son las políticas cuando llegan a esa hiperestesia; y esa fiebre y ese carácter revivieron entre los dos pueblos de San Miguel el Alto y Jalos. Ahora, señores diputados, tenéis explicado por qué fue ese número de votos en San Miguel; pero hay algo más. La Comisión podrá argüir: ¿Y por qué Jalos, arrastrado por los mismos móviles, no agotó su censo ciudadano, y sí San Miguel, que aun lo sobrepasó? Allá va la respuesta, honorables miembros de la Comisión de Poderes: porque, por aquellos días, copiosas lluvias hicieron salir de cauce a los ríos; los viajes que normalmente se hacen en unas cuantas horas, por aquellas circunstancias excepcionales y peligrosas, tenían que realizarse en una semana; así fue mi odisea en Teocaltiche: duró unas semanas lo que se hace en unas cuantas horas; porque San Miguel no tuvo ese obstáculo, ese frémito de la tormenta que encrespaba como escamandros e impedía que llegaran los ciudadanos a la villa de su nacimiento; porque San Miguel es la única población en aquel distrito que tiene vados por todos lados; Jalos carece de ellos, y por eso no elevó su población ciudadana el día de los comicios, y carecen de ellos Teocaltiche, Mexticacán y Paso de Sotos. Por eso precisamente, aquí de paso, pobres comitentes míos, en mi modesto programa me proponía remediar esa ingente necesidad de aquellos lugares. Al señor Urquidi hubiera ido con mis ruegos, a pedirle que dotara a las poblaciones que están surcadas por ríos de jurisdicción federal, que les diera transportes, creándoles puentes; como no puedo hacerlo en mi carácter de diputado, señor Urquidi, porque todo está conjurado contra mí, porque el Anangé griego pesa sobre mis espaldas, cumplo ahora con el compromiso que traigo de aquellos ingenuos campesinos (aplausos). Esta, y no otra, es la verdad. Ahora, señores, a las causas que me expulsan. Se me dijo primero en las pláticas de corrillo que yo estaba señalado con el dedo índice, por mi unión con el Partido Católico; así lo han asegurado periódicos que son el eco del partido dominante en esta Asamblea; y es verdad, nos unimos por causas que ya conocéis, que han puesto de relieve la palabra de Elguero y de García Naranjo, para defendernos de los atropellos; pero yo nunca quedo con algo que repugna a mi convicción. Si yo sigo en este Parlamento, seguiré unido al Partido Católico, mientras el Partido Católico defienda la justicia y la libertad. El Partido Católico es un engendro, un endriago traído a colación por la ingenuidad de unos, por la cobardía de otros; el Partido Católico no es ni siquiera un nubarrón en nuestro horizonte. ¿Qué puede hacer contra los textos augustos de la Reforma o de la Constitución? Nada. Para reformar esas supremas leyes, se requiere de la mayoría en la Cámara de Diputados, es decir, de los dos tercios en la Cámara de Diputados, de igual número en la Cámara de Senadores y de la mayoría de las legislaturas de los Estados. Aquí los pobres católicos no llegan a cuarenta; ¿qué peligro real hay, pues, en su presencia? El peligro real es éste: que se prestigiarán ante el país por su conducta ajustada al decoro y a la justicia. No, no hay peligro; si lo hubiera, señor Lerdo, señor Escudero; si ellos pretendieran atentar contra las Leyes de Reforma -que no la Constitución: las páginas sacrosantas y liberales son las Leyes de Reforma, como lo ha puesto de relieve la pluma más insigne que tiene ahora la América Latina: Emilio Rabasa-; pues bien, si el Partido Católico pretendiera alguna vez poner la mano de Omar sobre ese Código, para mí sacro, verdadera arca de la alianza, entonces, señor Lerdo, señor Escudero, alistadme entre los soldados que van a pelear a Calpulalpan y a Silao, y otra vez, con nuestros corazones engrandecidos por el ideal, apasionados por la civilización, volverán a salir de nuestros pechos rumorosos y victoriosos, las estrofas divinas de la Marsellesa y el canto de la Mamá Carlota; ¡no! Todos saben que soy liberal, y esto no lo hago, no lo convierto en una verdad. Es así mi organización cerebral; de manera que nadie, ni por nada, podrá dudar de la sinceridad de mis actos; ¿por qué, pues, soy expulsado?; ¿porque no podemos coexistir en esta Asamblea Luis Cabrera y yo? Y ahora, señor don Gustavo Madero, señor don Alfonso Madero, señores maderistas: oíd esto que lo arrojo al tiempo, para ver si no tiene más tarde la exactitud de una profecía. El señor Luis Cabrera es igual a Blas Urrea. ¿Cuál será, cuál es la nube en que ha puesto el pie nuestro Júpiter tonante en su campaña contra los científicos? ¿Qué fue la campaña contra los científicos de Luis Cabrera? ¿Valentía política? ¿No eran científicos rabiosos Teodoro Dehesa y Bernardo Reyes, y ambos gobernaron durante largos años en Estados fuertes y populosos alrededor de esa encina portentosa que se llamó Porfirio Díaz? Había diversos credos; y esa fue una de las causas; precisamente el gorgojo del cisma fue lo que lo aniquiló. Alrededor de él había los genuinamente porfiristas, los que no tenían otra bandería; había los científicos, y, por último, los que militaban detrás de la bandera anticientífica; pero detrás de la bandera anticientífica había también opulento botín. Que lo diga Miguel Cárdenas, gobernador de Coahuila. Así pues, ¿qué prueba de coraje o de temeridad dio Luis Cabrera al atacar al Partido Científico, cuando es bien sabido que el general Díaz acogía con sonrisas todo lo que viniera a debilitar el poder de aquellos hombres? Esa, esa es la ejecutoria moral; ese es Blas Urrea. Pero sigámoslo desentrañando al través de la política; yo no invadiré un milímetro cuadrado de otra esfera. Aquel campeón del anticientificismo, que con sus prédicas había logrado en parte desmoronar el plinto del general Díaz; aquel escritor sañudo que, en vísperas de los tratados de Ciudad Juárez, se mostraba implacable; aquel hombre que justamente se ha reputado como el mayor enemigo de los científicos, que hablaba cada vez que veía la mano de éstos en los puestos públicos, que sigue señalándolos, como lo hizo en esta tribuna, en memorable día calló. El no ha elogiado al presidente Madero, decía; ¿qué significa esto?, ¿blasón de altivez?, no; ¿qué significa?, ¿cobardía? Si fuera bravo; si, como los de El Debate, hubiera figurado en la línea de la vanguardia, recogiendo todos los odios y sin recibir ningún provecho; si fuera valeroso, ante el prestigio vacilante de don Francisco Madero, hubiera puesto a su servicio su pluma y lo hubiera cubierto de ditirambos; pero no lo ha hecho. El, que sí elogió al general Díaz, como demostraré más tarde, ¿por qué no lo ha hecho?; pues porque no ve definitivo el asiento de don Francisco I. Madero, en la primera silla de la República; porque él lo ha dicho aquí muy bien, señor Madero; que la revolución de 1910 todavía no termina, y él no tiene ningún propósito; él es vasquista en el programa que desarrolla, zapatista en las prédicas; ¿a él qué le importa que caiga Francisco Madero, si queda bien con todos; si lo único que pretende es decapitar al Partido Científico, quizá con el deseo de substítuirlo? Oídlo bien, señor Madero; quizá en estos momentos de pasión sea yo vidente. ¿Cuál va a ser el programa de Luis Cabrera? Ya lo dijo bien: reforma agraria, atropellando lo que sea menester; reforma bancaria -aquí, al través de la hendidura, culebrea el odio-; reforma industrial. ¿Sabéis lo que es eso, señor Madero? Antes de seis meses la República, por la prolongación de la guerra; por la hemorragia de capitales propios y extranjeros; por las inundaciones del Bajío, de Guanajuato y de Jalisco, y por otras calamidades que azotan a muchos Estados en que el látigo de llamas de la guerra impide toda floración; antes de seis meses de eso, señor Madero, ese cuadro será faraónico; habrá miseria en la República; y entonces el pueblo, cuyo estómago no admite dilaciones, cuyos llamados no permiten aplazamientos, se dirá: ¿Quiénes son los culpables? El Gobierno, como se dice en todos los pueblos latinos; y vendrá aquí para justificar ese odio, para arrojar sobre el Capitolio a todas las turbas famélicas. Allí están como lábaro internacional, las prédicas de Luis Cabrera, pidiendo aquí, en esta tribuna, riqueza para todos. El nos viene a decir, al hablar de la composición del ministerio, que hay dos renovadores, dos científicos, y los restantes, de inamovilidad de roca. Fijáos en las consecuencias, señor Madero. Nosotros sabemos quiénes son los renovadores, y entonces el aura popular rodeará a esos hombres y pedirá para ellos el Poder, y vuestro hermano, que, en sus deberes de Presidente de la República tendrá que proteger a todas las clases, porque es presidente del pueblo mexicano, y pueblo es desde el rico hasta el desnudo; entonces, ante la resistencia de vuestro hermano, que tiene que ser escudo de todas las clases sociales, el clamoreo de toda la opinión pública nimbará y elevará a esos dos ministros renovadores, y quizá desde ahora empiecen a escuchar en sus oídos el vaticinio de las brujas de Mácbeth. Por ser muy posible que esto suceda, me voy con gran tristeza, señores maderistas; por no poder evitar los daños que os amagan; porque yo no soy revolucionario; yo admito y reconozco el régimen de la legalidad y, por lo mismo, no conspiraría sino dentro de los límites del parlamentarismo, de que hablé, para arrojar del Poder a los ministros actuales; pero otros quizá no procedan así. El tiempo, señor Madero, dirá quién tiene razón, y entonces, en el momento de la expectación, en el momento de las angustias, de la incertidumbre, entonces veréis que los católicos son el lastre para ese globo, para esas inflamaciones populares; entonces, volveréis a tenderles vuestra mano, como en los comicios de octubre del año pasado. Me voy; yo creía que el de la otra noche era el canto del cisne; no; aún tuve éste. Me voy; pero sabed, liberales, que estoy en vuestras filas, que soy soldado de vuestras huestes. Veracruz, que eres aquí la montaña, nido de águilas donde toma asiento Salvador Díaz Mirón, que no es hermano de Chocano, porque Salvador es hermano de Heredia e hijo de Hugo; allí donde está Hernández Jáuregui, en quien revive el ardor de Hernández y Hernández; a toda esa falange de veracruzanos que preside con suave y recia mano para los destinos políticos don Tomás Braniff, os pido ayuda en este momento. Te lo pido a ti, Oaxaca, porque aun cuando no nací en tu solar, las glorias más gratas que tengo en mi alma son. dos hijos de tus entrañas, de tus cumbres, de tus nidares: Juárez y Porfirio Díaz. Michoacán, que compartes con Jalisco la gloria de haber nutrido a Santos Degollado, el apóstol de la Reforma, el alma que llevó a la más alta temperatura del sacrificio su amor a la patria. También toco a tus puertas, diputación de Puebla: tú tienes ante la Historia el compromiso de respetar y de llevar ofrendas morales a la tumba de Aquiles Serdán. Vosotros, poblanos, sois en este momento los que vais a decir a la República si el sacrificio de tantos mexicanos fue en verdad fecundo, o si sobre tantas piras humeantes debe inscribirse el sarcástico INRI. Hablo a todas las diputaciones, porque yo aquí seré amigo del federalismo y nunca consentiré -si aquí me quedo por espíritu de justicia- que partan atropellos del centro a la periferia; guardaré como reliquia en mi campaña de diputado, el Pacto federativo de 57. Y ahora, me voy: vuestro fallo es inapelable dentro del orden legal; pero no lo es dentro del moral. La República, con su boca de bronce, será la que diga la última palabra, el pueblo, la gran masa del pueblo, la que sufre y la que padece, la que lleva en sus espaldas el flagelo de todos los explotadores, las llagas de todos los dolores sociales; el pueblo, que es intuitivo como un profeta y que tiene a la par las dotes y dones con que decoran los místicos a la divinidad, tienen también la suprema misericordia, y el pueblo -hace tiempo que lo sé-, el pueblo me ha perdonado mis pecados anteriores y hoy me sienta a su mesa como en la parábola del hijo pródigo y me da su mejor ración de pan. Así, pues, señores, haced lo que queráis. Yo, respetuoso, acataré vuestro fallo (aplausos). Viene en turno el licenciado Rendón y desmenuza así el discurso de Lozano: Ya lo habéis oído, señores; la brillante oratoria del señor licenciado Lozano, que en otras veces ha sacudido esta Cámara, y que ha inundado todos sus ámbitos, y que ha hecho romper en aplausos, y que ha atraído todas las miradas, que ha conmovido a todos, en esta ocasión, gota a gota, lentamente, sus palabras han ido cayendo solas, singulares, calientes (voces: ¡No! ¡No!), no con el entusiasmo viril de las convicciones, sino con el razonamiento del que se cree que está aplastado por la razón (voces: ¡No! ¡No!). ¿Cuál es la causa?, ¿por qué se han desbordado torrentes y torrentes de palabras y no hemos llegado al verdadero hecho, que es pequeño y conciso: el dictamen de la Comisión? Esta apenas ha necesitado de unas cuantas líneas para demostrar el caso, mientras que oradores de valentía, oradores de saber; gentes expertas como el señor licenciado Elguero, que unen a su sabiduría sus años; jóvenes entusiastas como el señor licenciado Ostos; oradores eruditos, como el señor licenciado García Naranjo, y todo el torrente de elocuencia del señor licenciado Lozano, no han bastado esta vez para conmover en lo más mínimo (voces: ¡No! ¡No!), el ánimo de la Asamblea. ¿Y por qué, señores? Porque la verdad es una. Nosotros, no hemos querido absolutamente darle tintes de topacio ... (toses, murmullos y campanilla). El presidente amonesta nuevamente: El Reglamento es estricto y se llevará a efecto si no se guarda la debida compostura. El señor Rendón reanuda su glosa: Pues decía que apenas se trata de un simple punto de hecho. ¿Cuál es éste? Este punto es el que sigue. De las cinco municipalidades que componen el distrito electoral por que ha sido electo el señor licenciado Lozano, cuatro no están afectadas de nulidad en sus elecciones, y una sí. Ahora bien; de estas cinco municipalidades, cuatro no tienen vicio alguno respecto a la elección, y en una sí este vicio es claro y evidente; habiendo 3,200 votantes, aparece, según el cómputo, que hubo 4,300 votos; quiere decir, pues, un exceso notorio. El señor licenciado Lozano nos explica este exceso de la siguiente manera: porque muchas gentes no fueron empadronadas y sí fueron a votar. Debemos creer al señor licenciado Lozano porque no tenemos motivos para suponer que no diga la verdad; pero antes de las palabras del señor Lozano está la ley, que manda que la votación deba hacerse conforme al padrón, de cada municipalidad; y si, pues, el padrón de esta municipalidad, que consta acreditado en el expediente, da tan sólo un total de 3,200 votantes, las razones del señor licenciado Lozano no son atendibles, porque no podemos creer en las palabras del licenciado, sino en lo que dispone la ley a este respecto. El señor licenciado Lozano admite que se deduzca el excedente y se le dejen los demás votos. Tampoco podemos aceptarlo, porque si en principio ha sido erronea la votación -yo no quiero llamarla fraudulenta-, en su consecuencia tiene que ser errónea, y tenemos que descartar la totalidad de los votos. Si, pues, hay más número de votos que de votantes, no puede merecer respeto esa votación, por cuyo motivo se debe descartarla totalmente. Siendo cinco las municipalidades, se deduce esa viciosa y quedan cuatro, en las cuales se hace la computación; en esas cuatro la computación es adversa al señor licenciado Lozano, y por eso el candidato que le sigue en votos tiene la mayoría y por lo cual la Comisión hizo la declaración en su favor. Eso es claro y evidente (siseos). Y así examinamos las razones de cada uno de los oradores que me han precedido en el uso de la palabra, nos encontramos con que el señor licenciado Elguero nos aduce dos causas contra el dictamen, que son éstas: una, que supone que hay consigna, y otra, que, según tratadistas franceses, solamente deben desecharse los votos de exceso. La primera es una afirmación velada del señor licenciado Elguero, y en cuanto a la segunda, no sabemos si nuestra Ley Electoral es semejante a la legislación francesa (siseos). Si pasamos al señor licenciado Ostos, su filípica principalmente se dirigió contra el señor licenciado Cabrera; tal parece que el señor Cabrera era el que se discutía y no la credencial del señor licenciado Lozano, y como no es el señor licenciado Cabrera el que está a discusión, la Comisión se desentiende absolutamente de lo relativo. Admite el señor licenciado Ostos que no debe resolverse por espíritu de partido sino por espíritu de justícia; exactamente de eso se trata. La Comisión, al venir aqui -preciso es fijarse en ello-, no ha empezado con declaraciones doctrinales, no ha tenido empeño en negar hecho alguno o de tergiversar ningún concepto. Por lo tanto, no es espíritu de partido el que la guía, sino única y sencillamente la verdad, y ésta a la luz de la ley que debe regir. Cree el señor licenciado Ostos que nosotros tratábamos de perder a los que se llaman independientes, y nosotros le contestamos con un hecho: si nosotros tratáramos de perder a los independientes que él llama, no estaría el señor Ostos sentado en esa curul, si lo hubiéramos condenado a expulsión, como supone; y por el contrario, la Comisión opinó que debía ser resuelta favorablemente su credencial, y la mayoría así lo aceptó. De modo que él mismo es un ejemplo indiscutible de la falsedad de sus afirmaciones. Añade, por su parte, el señor licenciado García Naranjo, que pretendemos exterminarlos, y también le respondo a dicho señor que la verdad está diciendo otra cosa. La Comisión no ha medido por enemigos ni ha medido por bandos, sino por la justicia; la prueba evidente está en que cuantas credenciales limpias se han presentado del Partido Católico, la Comisión inmediatamente las ha aprobado. Cuando se han ofrecido credenciales limpias del Partido Independiente, o con irregularidades no substanciales, la Comisión las ha aprobado, y por eso, tienen allí asientos muchos de los independientes. Por manera, pues, que los hechos son los que nos justifican. Y si pasamos a otra afirmación del señor licenciado Naranjo, la mayor prueba de imparcialidad que puede haber por parte de la Comisión, se encuentra en lo que ha aducido el señor licenciado Lozano. El dijo quiénes fueron los que contendieron en la elección: católicos, liberales e independientes, es decir, extraños enteramente a nuestro partido; no podía, pues, guiar a la Comisión siquiera el espíritu de partido. Esta es confesión del señor Lozano, que no había invocado la Comisión, porque no lo creía necesario. El señor licenciado García Naranjo dijo que el presidente de la Comisión había ofrecido -paréceme, si no estoy equivocado- algo así que se pareciese al perdón o aprobación de su credencial. Creo que está equivocado el señor licenciado García Naranjo. Cuando el presidente de la Comisión habló en el momento en que se discutían las credenciales de católicos y liberales, hizo un llamamiento a los liberales, recordándoles cuál debía ser su sitio; pero no ha hablado de perdones, porque ni la Comisión tiene derecho de darlos, ni la mayoría, por simple hecho de que lo diera la Comisión, había de aceptarlos. En cuanto al final, o sea lo que dijo el señor licenciado Lozano, repite la Comisión que eran más los votantes que los empadronados. Nuestra obligación es atenernos a la ley, que dice que el padrón sea la base de la votación. Si muchas gentes no fueron empadronadas y no reclamaron oportunamente por ello, la Comisión no puede suplir la omisión; de esta suerte, tiene que ajustarse a la ley, y la ley dice que es el padrón el que prevalece. Reiteradamente aquí hemos resuelto conforme al padrón, porque eso exige la ley, y si, pues, a pesar del padrón se verificó algo así como el milagro de los panes y los peces en la votación de San Miguel el Alto, esto es, hubo más votos que votantes, la Comisión tiene que declarar que es errónea esa votación y está obligada a separarla del conjunto y, por tanto, aceptar tan sólo las cuatro municipalidades no viciadas, y estas cuatro no le dan el triunfo al señor licenciado Lozano, sino al señor Lomelí. Esto es cuanto puede decirse, haciendo a un lado todo lo que es pertinente y muchas declamaciones, que podrán ser muy elocuentes, pero que no tienen nada que ver con respecto al punto debatido. El presidente da la palabra al licenciado Cabrera y éste expresa: Señores diputados: Me he propuesto, y no pienso apartarme ni un solo momento de ese propósito, no tomar parte absolutamente ninguna en los debates de las credenciales de los señores Lozano, García Naranjo y Olaguíbel, precisamente para no traer a la consideración de los señores diputados y para no sembrar en su espíritu otras razones que no sean las que jurídicamente haya estimado la Comisión y ellos hayan refutado; pero tanto el señor Ostos como el señor García Naranjo, como el mismo señor Lozano, al tratarse de las consideraciones de orden político para la resolución de las credenciales, se han referido a mí personalmente, como si yo fuese el único y exclusivo responsable de la situación política que ellos pudiesen guardar en esta Cámara. No vengo a descargar mis hombros de responsabilidades que me corresponden, ni mucho menos de la pequeña parte de la responsabilidad que a mí me corresponde en la situación política parlamentaria que guardan las credenciales de los señores Lozano, García Naranjo y Olaguíbel; pero yo recuerdo que en los últimos tiempos del general Díaz era la misma costumbre la que se seguía cuando se trataba de hacer una imputación; jamás se le hacía al general Díaz, no obstante que él era el responsable de todo; jamás se pretendía que él fuese el que gobernaba mal a nuestro país, sino que siempre se buscaba una figura de segundo orden, sobre la cual era muy fácil descargar los golpes. En el presente caso, eso es lo que está sucediendo; pero no es que yo quiera esquivar los golpes, supuesto que, teniendo el propósito firme de no terciar en los debates de estas credenciales, he venido, sin embargo, a la Cámara y he permanecido clavado en mi asiento escuchando con toda serenidad lo que a mí se refiere, y todo lo demás relativo a esta discusión. Llamadle como queráis, señores, a esa actitud de los señores oradores que no quisieron descargar sobre los miembros prominentes del Constitucional Progresista la maza de sus ataques y la descargaron sobre mí; acepto esta parte de peligro y acepto los golpes que con este motivo se me han dirigido; y aquí es el caso de decir que ni siquiera lo hago por disciplina de partido, porque he dicho en muchas ocasiones que no me considero pertenecer al Partido Constitucional Progresista; pero a mí me parece que en los momentos de librarse la batalla; que en los momentos de entablarse la lucha con franqueza, por la exclusión de las tres personas mencionadas, habría sido un acto de cobardía de mi parte decir que yo no pertenecía al Constitucional Progresista, o eludir en cualquier forma que fuese la parte de responsabilidad que me toca en los actos de todos los elementos liberales que han votado contra don Francisco Pascual García, que han votado contra otras personas y que probablemente votarán contra las credenciales de los señores Lozano, García Naranjo y Olaguíbel; y éste es también el caso de recriminar a un estimable amigo mío que antes de librarse la batalla tuvo cuidado de explicar que él no se encontraba comprendido en el grupo, y, por consiguiente, buscó la mejor manera de evitar los golpes, en los momentos en que los golpes se le dirigieran, por cierta creencia de que era necesario deslindar responsabilidades en el momento psicológico. En el presente caso, señores, repito, soy suficientemente insignificante en el movimiento político que se efectúa en esta Asamblea, para que se me haga el único y exclusivo responsable de lo que ocurra; pero como la lucha va a continuar durante la discusión de las demás credenciales, yo suplico a los señores Ostos, García Naranjo, Olaguíbel y Lozano, tengan la franqueza, cuando me culpen, cuando tiren contra mí, de decir ese nombre que se les queda en la boca y que no quieren pronunciar. Señor Ostos: cuando usted se arrastraba en las antesalas de la Cámara a los pies de don Gustavo Madero, para arreglar la aprobación de su credencial, entonces no tenía usted esos alardes de oratoria y de independencia; y me dirijo a usted, porque es usted el único de los oradores que, después de hacer un papel allí detrás de la puerta, viene a hacer aquí otro distinto a la tribuna (aplausos). El presidente Hay intenta expulsar a un grupo de concurrentes a galerías que infringen, con sus manifestaciones, ordenamientos del Reglamento de la Cámara; se oponen a la expulsión los diputados Gutiérrez Hermosillo y Sarabia, y el señor Hay mantiene su resolución, advirtiendo: Me permito hacer notar a su señoría que no se me constituya en policía para decir quién aplaude y quién no aplaude. Las personas que asisten a las galerías se hacen responsables al aplaudir; por tal motivo, yo deseo hacer un ejemplo, y tengo que ajustarme a la ley. La policía desalojará toda esa parte de la galería y también a los de ese grupo. Vuelvo a hacer presente a los señores diputados que el Reglamento lo autoriza. Ruego a las personas que no discutan con la policía una orden que ya está dada. Que salgan esas personas que están junto a las ventanas; las personas que resistan serán consignadas; por última vez lo digo. Señor comandante, si las personas no salen inmediatamente, consígnelas usted. Cabrera pone término a su intervención parlamentaria con estos últimos contraataques. El incidente del desalojamiento de las galerías me excusa de dar a esta explicación cualquier otro desarrollo; me limito, por consiguiente, a manifestar que, aun cuando no formo parte del Partido Constitucional Progresista, asumo toda la responsabilidad que en los actos de todos los grupos liberales que han votado y seguirán votando, pueda corresponderme. En cuanto a los señores Lozano, García Naranjo y Olaguibel, encuentro explicable y hasta justa cualquiera frase que, siquiera sea vestida con los elegantes ropajes de la oratoria, pudieran dirigirme inculpándome. En cuanto al señor Ostos, que no tiene políticamente, por su situación dudosa ni el derecho de hablar, ni el derecho de levantar la cara, le manifiesto únicamente que me reservo para cuando concluya la discusión de estas tres credenciales, contestar las ideas que traía aprendidas de memoria, y le manifiesto igualmente que Sancho Panza se salvó de la historia porque era el sentido común hablando, pero que, si hubiera imitado a las maritornes de Don Quijote, habría sido, como el señor Ostos, la figura más digna de risa. Ostos obtiene de la presidencia oportunidad de contestar la alusión personal de Cabrera y lo hace así, cambiando de especie a su contradictor: La serpiente sigue irguiéndose en aquella tribuna, sembrando ponzoña en todas las almas y en todos los corazones. Miente el señor Cabrera con la imputación que me ha hecho en esta tribuna; yo no me he arrastrado, ni me arrastraré jamás ante don Gustavo Madero. Cuando fui presentado, después de haber pronunciado mi último discurso, al señor Madero, lo interpelo con toda energía que se sirva decir si no le he manifestado que mi actitud en esta Cámara sería siempre independiente, siempre al lado de la ley, y por eso estaría sentado siempre aquí, en esta minoría. Es verdad, señor. Y nueva explosión de aplausos en las galerías determina la expulsión de otros de los concurrentes a ellas. José María Lozano reocupa la tribuna y dice: El debate político está agotado. Sólo debo contestar afirmaciones erróneas y apreciaciones jurídicas falsas de toda falsedad, de don Serapio Rendón. Dice don Serapio que en mi credencial no se había procedido con todo apego a la ley, porque los votos de San Miguel el Alto habían sufrído el milagro de la multiplicación de los panes, pues siendo 3,440 los votantes, sin embargo, votaron en realidad 4,280, y que esto argüi a la votación de la municipalidad respectiva. Señor Rendón, ni la jurisprudencia francesa, que con desdén africano desdeñáis; ni la voz universal de la doctrina sociológica y jurídica, que dice que en toda democracia debe verse siempre la mayoría, que no hay' democracia ni hay votos que no tengan impureza ni mancha, y que eso, sin embargo, no arguye la nulidad; porque, ¿a dónde iríamos a parar, señores diputados?; ¿si en la elección del señor presidente Madero hubiese habido cinco votos obtenidos por la violencia nulificarían el plebiscito nacional? ¡Oh, don Serapio! ... (risas), ¡qué terreno tan peligroso pisáis! No; en una democracia lo que da carácter al acto, es la mayoría de ella, y si en San Miguel el Alto la mayoría es válida, si está dentro del padrón, a lo único que obligan la jurisprudencia y la ley, es a descontar los votos; así lo dice imperativamente el artículo 113 de la Ley Electoral, que yo desearía estereotipar en la mente de don Serapio (risas). La nulidad de que habla este artículo anterior, se refiere a fraude, a violencia, a error en los votos; no afecta a toda la elección, sino simplemente a todos los votos que estuvieren viciados. Si, pues, los únicos votos viciados son 800, deben contárseme los restantes. Esta no es sólo la obligación legal, sino que se desprende como corolario obligatorio de toda democracia y es también la jurisprudencia sentada en este recinto. El señor Licenciado Aguirre Benavides, noble amigo mío, en su credencial trae igual vicio: que en determinado lugar habían votado más ciudadanos de los que arrojaba el padrón, y sólo se le descontó el número excedente; igual nulidad se le argüía al señor Roque González Garza, como al señor licenciado Carvajal, que tuvo igual resultado. Así pues, es la ley del embudo la que, a través de la mesurada y seráfica frase de don Serapio, se me quiere aplicar. La acepto de antemano, si la mayoría no lo impide por un espíritu de justicia. Ya lo oís, señor Madero: el señor Cabrera no es del Partido Constitucional Progresista; no quiere si algún día se derrumba ese partido, que se le haga solidario de las iras populares; no quiere; es demasiado hábil; si siempre ha tenido pies en uno y en otro; ha superado al Coloso de Rhodas. Ahora está bien cOn el maderismo; ayer con el reyismo; en los momentos actuales con el vasquismo; un peligro que amenaza a la legislación actual, no le llega a la fimbria de la vista al señor Cabrera. Así, pues, haced lo que queráis; si la solidaridad de grupo obliga a tales cosas, que la Historia diga si puede haber compromiso para la infamia y para el deshonor, como valiente y gallarda es la actitud de Trejo y Lerdo, que no se conforma con la ignominia y que, sólo tal vez, viene a producirse con la nobleza atávica de su raza; él sí tiene incontestable valor moral, y desde aquí me llevo, señor Lerdo, la ejecutoria de vuestro abolengo y de vuestro liberalismo. Vuestro voto sí será de calidad. En cuanto a la última alusión del señor Cabrera, que nos atribuye igual procedimiento hoy que en las postrimerías del Gobierno del señor general Díaz, él sí señaló con dedo vengador a personalidades secundarias, y se calló fríamente respecto de los superiores. Yo no he callado nada; he dicho, y lo reitero, que si yo sigo en este Parlamento, trabajaré por que la práctica entre definitivamente a la teoría y a la realidad del parlamentarismo, y porque el señor presidente Madero gobierne con la opinión pública. Eso he dicho y vuelvo a reiterarlo. Por lo demás, señor Cabrera, usted sabe de todas esas fallas, de todas esas caídas, porque, en 31 de mayo de 1908, usted hacía el elogio y producía el ditirambo más resonante en pro de la política de hierro del señor general Díaz, y decía usted que la política del señor general Díaz, salvo pequeños lunares, era la que había de continuar; era la que había dado los mejores frutos, los frutos de oro para nuestra querida patria. Ahora es usted revolucionario, ahora se aparta usted de ese pasado. Señores Madero, señores maderistas: en el momento del conflicto, no serán estos revolucionarios los que estén en torno vuestro para cuidar del Gobierno constituido; serán otros, aquellos que hoy apuntáis con el dedo. He concluido, señores diputados (aplausos). El licenciado Rendón ratifica: Pido perdón al señor licenciado Lozano por no poderle contestar con el mismo entusiasmo que él defiende su causa. Estoy enfermo desde hace dos días y casi imposibilitado para hablar; pero supuesto que la cuestión subsiste de cómo han de computarse los votos, le diré al señor licenciado Lozano que la Comisión no tiene dos pesas, ni dos medidas; uniformemente en cada ocasión que se ha presentado una computación de votos en un lugar como no debidos, totalmente los ha excluido la Comisión, no ha excluido unos cuantos, sino absolutamente todos los que están en duda; por consiguiente, no hay tal de dos pesas y dos medidas. Mas si el señor licenciado Lozano quiere ver los hechos con exactitud, tienda la vista y encontrará este dato elocuente que dice así: Es de notar, además, que los votos de San Miguel el Alto, según consta en la credencial del señor Lozano ... (leyó). Yo no me hago solidario de la afirmación; mal podría hacerlo cuando no me consta ... Interrumpe Lozano: Fueron veintiséis casillas. Y Rendón concluye: Es posible; pero yo digo al señor licenciado Lozano que si los votantes eran 3,200 y aparecieron en el acta cuatro mil y pico, nunca puede inspirar confianza esa votación, porque los escrutadores, señor licenciado Lozano o no son honrados o no saben lo que hacen. Previo un ligero debate sobre la forma que ha de usarse para recoger la votación, el dictamen, aprobado por los diputados del Partido Constitucional Progresista y su conmilitón Luis Cabrera, recibe la reprobación de la mayoría de la Asamblea; mayoría que resulta de una coalición de contrarrevolucionarios, católicos y liberales jacobinos. Votaron para que el dictamen vuelva a la Comisión y sea reformado en sentido favorable a la admisión del licenciado Lozano en el seno de la XXVI Legislatura, los siguientes diputados: Aceves, Alvarez Pedro B., Arce, Bello, Bravo, Cabrera Florencio, Camarena, Carvajal, Castelazo Fuentes, Castellanos Abraham, Castellot, Castillo Calderón, Corona, Correa, Couttolenc, Cuesta Gallardo, Chaparro, Elguero, Estrada, Farrera Fernández, Figueroa, Galicia Rodríguez, Gálindo Pimentel, García Moisés, García Naranjo, García Ramos, Garza, Gea González, Gómez Arturo, González Flavio, Gutiérrez Hermosillo, Hernández Jáuregui, De la Hoz, Hurtado Espinosa, Jaso, León, Leyva, López Demetrio, Lozada, Luna, Llave, Maldonado, Malo y Juvera, Martínez Rojas, Mascareñas, Méndez Padilla, Montaño, Mora Castillo, Mora Rafael de la, Morales, Moreno, Arriaga, Múgica, Leyva, Muñoz, Muñoz Ruiz, Nieto, Núñez y Domínguez, Olaguíbel, Oropeza, Ortiz Sánchez, Ostos, Peláez, Pontón, Puig, Rivero Caloca, Rodríguez Bonifacio, Rojas Luis Manuel, Rojas Isidro, Rosal, Ruiz de Velasco, Sarabia, Tamariz, Torres Rivas, Trejo y Lerdo de Tejada, Valle Eleazar del, Vargas Galeana, Verdugo Falques, Villaseñor José y Zavala. El entusiasmo de las galerías se desborda cuando se conoce el resultado de la votación; cerrada la sesión del Colegio Electoral y abierta la de Cámara de Diputados, Lozano otorga la protesta que prescriben la Constitución de la República y el Reglamento interior de dicha Cámara. Ya es diputado, y en ejercicio de sus funciones ha de causar muy graves quebrantos al gobierno de don Francisco I. Madero.
DE LA
XXVI LEGISLATURA
Segunda parte