Índice de Prolegómenos de la Independencia mexicana de Lucas AlamánCapítulo V - Tercera parteCapítulo VI - Segunda parteBiblioteca Virtual Antorcha

CAPÍTULO SEIS

Primera parte




Conspiración contra el virrey Iturrigaray.- Pónese al frente de la conspiración D. Gabriel de Yermo.- Motivos a que atribuyó Iturrigaray la resolución de éste.- Insubsistencia de tales motivos.- Medidas de Yermo.- Gana a los oficiales de la guardia del palacio.- Júntanse los conspirados.- Prenden al virrey, a su mujer e hijos.- Llevan al virrey a la inquisición y a la virreina al convento de S. Bernardo.- Declara la audiencia virrey a D. Pedro Garibay.- Varias prisiones.- Voluntarios de Fernando VII.- Proclama de la audiencia.- Reconocimiento del nuevo virrey.- Muere Verdad en la prisión, y el P. Talamantes en S. Juán de Ulúa.




Fórmanse generalmente las revoluciones, o por la influencia de algún jefe atrevido que constituyéndose en cabeza de ellas, por amaños y sugestiones, despertando las esperanzas y lisonjeando las pasiones de los individuos, de las masas populares o de la fuerza armada, consigue formar un partido que sirve a sus intentos, mientras espera ver medrados los propios: o por un camino inverso, muchos individuos que tienen entre sí los mismos intereses, en quienes dominan las mismas opiniones, o a quienes unen los mismos lazos, viendo comprometidos aquellos, combatidas las otras, o próximos a romperse los últimos, acaso sin ponerse de acuerdo entre sí, pero dirigidos por los mismos principios, conspiran todos a un fin, a todos mueven iguales deseos, todos caminan al mismo objeto. Si en estas circunstancias se presenta un hombre de capacidad y resolución, que dé direccion a los comunes esfuerzos, la revolución es hecha y viene a ser irresistible, si los intereses comprometidos abrazan a un gran número de personas, o si estas por su audacia y la oportunidad de sus medidas, suplen a la cortedad del número.

En este último caso se hallaban los españoles en México. Todos veian claramente que la reunión del congreso convocado por el virrey, iba a poner fin a la dominación española en estas regiones; que el plan formado para hacer por este medio la independencia, no se fundaba en otro apoyo que en el favor que el virrey, cualquiera que fuese el principio porque procedia, prestaba a aquella idea; que todo estribaba en su persona y que quitada esta del medio, la intentada revolución caia por sí misma, pero que para evitar esta era necesario un golpe pronto y decisivo. Todos estaban resueltos a darlo, pero les faltaba cabeza que los dirigiese y pronto la encontraron.

Estaba avecindado en la capital un español natural de Vizcaya, de edad madura; respetado por su conducta y por el caudal muy considerable que habia recibido de su mujer y aumentado mucho con su industria y trabajo; de grande influjo en la tierra caliente del valle de Cuernavaca, donde tenia extensas haciendas y en ellas gran número de esclavos, a quienes dió libertad con motivo del nacimiento de su hijo mayor, y por esto mismo contaba más con su adhesión y fidelidad. No se habia hecho notar hasta ent6nces más que por su vida activa y laboriosa, que posaba en el seno de su familia, atendiendo al fomento de sus cuantiosos intereses, porque era de suyo emprendedor y aficionado a nuevas especulaciones (1). Llamábase D. Gabriel de Yermo, y sobre él fue sobre quien echaron los ojos los principales comerciantes que formaban el partido español, no dudando que tendria las mismas ideas que ellos, y juzgándolo por su respetabilidad y energía, muy propio para ponerlo a su cabeza.

Dirigiéronse a él con este objeto D. Santiago Echeverría, D. José Martinez Barenque y otros, que tenian con él relaciones de amistad, y sin tener que entrar en largas explicaciones, como que todos pensaban del mismo modo, les manifestó Yermo con la ingenuidad y decisión que formaban su carácter, que estaba bien penetrado de que la Nueva España se perdia, si no se tomaba un pronto remedio; pero como era cosa que debia tocar en violencia, necesitaba consultarlo, para asegurar su alma de responsabilidad, y pensar en la ejecución sin efusión de sangre. Con esta respuesta contaron ya por cierto los que habian concurrido a la conferencia, con que Yermo se pondria a su cabeza, quizá porque estaban seguros de la opinión que habian de darle los eclesiásticos con quienes presumian habia de consultar; pero no atinaban con el plan que se propondria seguir, para lograr su intento sin efusión de sangre (2). Otras noticias igualmente fidedignas, me persuaden que, si bien pudo haber la conversación que he referido con Echeverría y Barenque, no fueron estos los que movieron a Yermo a ponerse al frente de la conspiración, y que más bien éste los excitó a tomar parte en la ejecución.

Yermo consultó con su confesor, el P. Campos (3), mexicano, del orden de la Merced, y aun pasó algunos dias de retiro en aquel convento, y tomada su resolución, dijo en otra conferencia a los que habian concurrido a la primera, que estaba dispuesto a ser su caudillo, bajo la condición de que no se habia de tratar de satisfacer resentimientos, ni de otra cosa que de evitar el mal que amenazaba, sin hacer daño a nadie, debiéndose ejecutar en una sola noche, desde las 12 en adelante, el prender al virrey y poner otro en su lugar, de acuerdo con la audiencia.

Iturrigaray y los que han escrito en su defensa, atribuyen la decisión de Yermo a motivos personales e interesados. Dicen que Yermo tenia resentimientos con el virrey, porque siendo contratista de carnes en México, el virrey habia prohibido que introdujese a las carnicerías los toros muertos en los potreros, y habia mandado que los toreros en las corridas, vendiesen los toros que mataban en la plaza a quien quisiesen, sin estar obligados a hacerlo al contratista del abasto: que reconociendo sus fincas de campo mas de 400.000 ps. a fundaciones piadosas, estaba interesado en hacer cesar el fondo de amortización, cuya junta le estrechaba a la exhibición de aquella suma, y por último, que consistiendo su giro principal en el cultivo de la caña de azúcar en sus haciendas, tenia el mayor interés en hacer cesar el gravámen que reportaba el aguardiente de caña desde que se permitió su fabricación, acerca de lo cual se seguia un pleito ruidoso por los fabricantes de aquel licor, en el que Yermo, en representación de los demás interesados, se habia excedido tanto en los escritos que habia presentado, que habia llegado a darse por el virrey orden para su prisión, de que solo se habia librado por el influjo y relaciones de uno de sus paisanos amigo del virrey.

De todos estos puntos, el relativo al abasto de carnes e introducción de animales muertos para consumo de la ciudad, es insubsistente. Yermo introducia las reses muertas no por un abuso, sino porque así estaba expreso en el remate que hizo con el ayuntamiento, y la órden de Iturrigaray impidiéndoselo, fue enteramente arbitraria, y la disposición para que los toreros vendiesen a quien quisiesen los toros que matasen en la plaza, era de demasiada poca importancia para producir una queja grave. Todo ésto además era cosa olvidada, y tanto que Yermo se habia vuelto a encargar del abasto, concluido el término de su remate, por instancias de la ciudad e interposición del mismo virrey, con quien habian mediado otros oficios amistosos (4). Tampoco podia ser motivo para decidir a Yermo, el riesgo en que se supone estaba de un embargo por lo que reconocia de capitales piadosos, pues ademas de que tenia hecho un convenio para la exhibición gradual de estos a la junta de amortización, se habian suspendido todos los procedimientos ejecutivos de esta, a propuesta del acuerdo como hemos dicho arriba, y el virrey para disuadir del reconocimiento a la junta de Sevilla, que Yermo y los españoles querian que se hiciese, habia procurado insinuar el temor, de que aquella mandaria restablecer en todo su vigor la caja de amortización (5).

En cuanto al tercer punto, es menester entrar en más menudas explicaciones. Cuando por real órden de 9 de Marzo de 1796, se declaró libre la fabricación y venta del aguardiente de caña, prohibido hasta entonces severísimamente en beneficio del aguardiente traido de España, el marques de Branciforte que era a la sazón virrey, le puso el exorbitante derecho de seis pesos en barril, en lugar de uno indicado en la real orden, sin haber dado cuenta al rey para la aprobación, como estaba prevenido. Sobre esto representaron los fabricantes, y habiendo pagado muchos de ellos los derechos, por igualas concertadas con el administrador del ramo, se les exijia en el expediente que se seguia, la totalidad de aquellos, los que ascendian a sumas que debian arruinarlos. Yermo no estaba comprendido entre ellos, y ni esta ni las otras causas expuestas cuya falsedad él mismo ha demostrado, hubieran sin duda bastado para atribuir su conducta en esta ocasión a sórdidos y bastardos motivos, cuando todo por el contrario persuade, que su resolución fue efecto del espíritu que animaba a los españoles, y a él más que a otros por el temple peculiar de su carácter.

Iturrigaray le ha hecho otras imputaciones aun mas odiosas, acusándolo de haber engrosado su fortuna con tratos usurarios, y con el contrabando que facilitaba el desórden de la guerra marítima; que arruinó a otros para medrar con su substancia, y que se aprovechó de los caudales destinados al fondo de consolidación. A esto ha contestado Yermo, invocando el testimonio de toda la Nueva España, que en la monarquía española no habia súbdito alguno, a quien con menos fundamento pudiesen hacerse tales imputaciones: que habiendo sido siempre un labrador industrioso, su riqueza dimanaba únicamente de los frutos de sus haciendas, extraordinariamente mejoradas desde que estaban en su poder: que nunca habia dado dinero a usura, ni sacado aprovechamiento alguno del fomento que habia procurado a muchos individuos, tanto europeos como mexicanos, que se habian enriquecido con su protección: que nunca habia tenido ni aun ocasión de hacer contrabando, no habiendo tenido giro marítimo, y que si por aprovecharse de los caudales de la consolidación se entendia, reconocer capitales de fondos piadosos, en el mismo caso se hallaban casi todos los propietarios de bienes rústicos, siendo aquellos capitales los que habian hecho florecer la agricultura en Nueva España. Concluye su contestación con estas notables palabras: Debo desafiar a Iturrigaray, a su mordaz abogado, y a todos los malignos satélites comprometidos aquí y allá en su defensa y mi difamación, a que justifiquen un sólo hecho de esas proposiciones, y desde ahora me obligo para tal caso a regalarles cien mil ps (6). Este reto no fue contestado, y el es de tal naturaleza, que hubiera sido sin duda admitido, si hubieran tenido fundamento las inculpaciones que se hacian a Yermo.

Una vez tomada por este su resolución, todo su empeño se dirigió a preparar los medios de ejecución, y a acelerar el momento de esta, de lo que pendia esencialmente el éxito, pues se acercaban a gran prisa las tropas que el virrey hacia marchar a la capital. De las pocas que a la sazón guarnecian ésta, daba la guardia del palacio del virrey, el regimiento urbano de infantería del comercio, compuesto como se ha dicho, de soldados puestos y pagados por los comerciantes, y cuyos oficiales eran individuos de esta misma clase, todos, con solo alguna excepción, del partido europeo. Entraba de servicio cada dia una compañia de este cuerpo, y habia además en el mismo palacio un destacamento de artilleros y un piquete de caballería. El plan de la conspiración consistia pues, en ganar a los oficiales de la guardia y echarse sobre la persona del virrey y sobre su familia, con un número suficiente de los conjurados bien armados.

Tenian conocimiento de este plan el arzobispo y su primo el inquisidor Alfaro: teníanlo igualmente los principales de los oidores, y los más de los comerciantes y hacendados españoles. Procedíase tambien de concierto con el comercio de Veracruz, habiendo llegado a la capital en estos dias, el capitan de artillería D. Manuel Gil de la Torre, que aunque mexicano, merecia mucha confianza a los europeos de aquel puerto, quienes lo mandaron en comisión a tratar con los de México, así como a otros varios individuos. El comisionado de Sevilla Jabat, era de los más ardientes en promover la conspiración, y aun se cree que no la ignoraba su compañero el coronel Jáuregui, quien no obstante su íntimo parentesco con el virrey, y lo que después informó a la junta central, no encontraba por entonces otro medio que el que Yermo empleó, para salvar los objetos de su comisión.

Por grande que sea la reserva y las precauciones que se tomen para tener oculta una conspiración en que entran muchas personas, es raro que no esté, por mil incidentes, a riesgo de ser descubierta. El virrey, en su defensa refiere, que desde muy al principio de su formación, se le presentó un jóven desconocido, que lo esperó al subir la escalera del palacio y le avisó que la audiencia trataba de prenderlo, lo que no quiso creer y lo comunicó al fiscal Borbón, quien acaso de buena fé, pues no era de las personas de quienes mayor confianza hacian los conjurados, le aseguró ser falsa tal especie: que poco tiempo después, el coronel Obregón recibió un anónimo, al parecer mandado de Tacuba, en el que se le daba aviso en conciencia de la conspiración (7). La tarde misma que precedió a la prisión del virrey, Yermo concurrió con D. Martin Michaus amigo suyo, sargento mayor del regimiento del comercio, a quien estuvo para comunicar todo lo que se intentaba, y por su conducto lo habria sabido el virrey, por quien Michaus se declaró, lo que no presumia entónces Yermo, creyéndolo animado de los mismos sentimientos que la generalidad de sus paisanos: la llegada de otra persona menos conocida impidió el que Yermo hiciese esta confianza (8). El P. Mier asegura haber conocido al jóven que dió aviso al virrey, en Cádiz, a donde fue llevado preso, el cual le dijo, que aunque ya se recataban de él los europeos que lo habian tenido por uno de ellos, supo cuando se iba a ejecutar la prisión, pero no pudo avisarlo al virrey, aunque lo procuró. De tales accidentes dependen los más importantes sucesos.

Disponíase la ejecución del plan concertado para la noche del 14 de Septiembre, pero no pudo verificarse porque D. Juan Gallo, capitán de la compañía que estaba de servicio, solicitado para que franquease la entrada a los conjurados, se rehusó a ello, aunque se comprometió a guardar el secreto. Igual oposición manifestaba el capitan D. Santiago García, a quien tocó entrar de guardia el dia siguiente; pero el teniente de la misma compañía D. Rafael Ondraeta, lo persuadió con el argumento de que la fidelidad que pretendia guardar al virrey, era en aquel caso contraria a la que debia a su soberano, para quien se trataba de conservar estos dominios, y que esta es la obligación con que debe cumplir todo buen vasallo y en especial todo militar. Razones ciertas alguna vez, pero de bien peligrosa aplicación, y que con la latitud que después se les ha dado, se ha acabado por destruir todo principio de obediencia y de disciplina militar. Contábase también con el capitán de artillería D. Luis Granados, al que según ha publicado Iturrigaray, se le dieron ocho mil pesos: no he podido asegurarme del hecho, que es de aquellos de difícil indagación; pero personas fidedignas me han asegurado ser falso, y que Granados no era hombre que se dejase seducir con dinero, aunque es cierto que el virrey Garibay, desconfiando sin duda de él por lo que habia acaecido con su antecesor, lo destinó a Acapulco, donde murió poco tiempo después.

Seguro ya Yermo de no encontrar oposición en la guardia de palacio, hizo que se previniesen para la noche del 15 de Septiembre, los dependientes de las tiendas o cajones que en México llaman cajeros (9), y preguntándole si serian suficientes trescientos, contestó: Es bastante, si Dios nos ayuda. Señaló por punto de reunión los portales de mercaderes y de las flores, pues aunque el primero esté frontero al palacio, no se podia ver desde este lo que en aquel pasaba, por impedirlo el parian (10), edificio grande que entonces existia en el intermedio. En el portal de las flores, la virreina al recogerse notó desde el balcón, que habia reunión considerable de gente, y lo advirtió a su marido, que no hizo caso del aviso. Ambos habian estado aquella noche en el teatro, y se habian retirado a la hora acostumbrada.

Muchos de los conjurados se juntaron en la casa de Yermo (11), quien los hizo pasar a la deshilada al punto de reunión, y los siguió él mismo dejando al salir encomendada su familia, para el caso de un éxito desgraciado, a un eclesiástico de sus parientes (12). Juntos todos a la hora designada que fue las doce de la noche, en número que no llegaba a trescientos y entre ellos sólo dos o tres mexicanos (13), se dirigió Yermo con ellos silenciosamente hacia el palacio: el mayor de plaza Noriega habia dado orden para que la tropa no saliese de los cuarteles, y habia mudado el santo y la contraseña: García habia encerrado a los soldados de la guardia: los centinelas de la puerta, según la orden que tenian, no hicieron movimiento alguno; pero en la cárcel de corte, que hace parte de aquel edificio por el lado del Norte, y que ahora es un cuartel, habia una guardiá con la que no se habia contado, porque se habia creido que dependia de la del palacio, y que siendo del mismo cuerpo, ganado el jefe de la de aquel, nada habia que temer de ella. Esta inadvertencia pudo haber frustrado el plan, porque el granadero que estaba de centinela en aquel puesto, viendo reunión de gente, dió la voz de quién vive, y no contestándosele, tiró algunos tiros aunque sin efecto, hasta que uno de los conjurados le disparó uno con que lo tendió muerto en tierra (14).

Franqueada así la puerta y asegurado el piquete de caballería, cuyo comandante se habia fiado en que Ondraeta le habia asegurado que él velaba; sin moverse los artilleros que veian a su capitán Granados entre los conjurados, quedaron estos dueños del palacio. Yermo se situó con los más de ellos en la sala de alabarderos, en donde dormian dos de estos, uno de los cuales que intentó hacer alguna resistencia, fue herido levemente, y desde allí estuvo dando órden en todo lo que habia de hacerse: otros entraron a las piezas interiores, dirijidos por D. Juan Antonio Salaberria, que estaba bastante relacionado con la familia y era teniente del escuadron urbano; y por D. Ramon Roblejo Lozano, relojero de profesión; que en aquella misma noche tuvo noticia de la conjuración y tomó parte en ella (15). El virrey estaba en la cama y levantándose súbresaltado, preguntó quién dirigia aquel movimiento, y pareció serenarse habiéndosele dicho que era D. Gabriel de Yermo. Entregó las llaves de las gabetas de sus papeles a Lozano, y en un coche fue llevado con sus dos hijos mayores a la inquisición, acompañándolo el alcalde de corte D. Juan Collado. Como tardasen en abrir la puerta y viniese ya el dia, el mismo virrey indicó a Collado por donde podrian introducirlo, para no dar lugar a que la tropa comenzase a salir de los cuarteles y causase algún alboroto, y se le puso en la habitación del inquisidor Prado con el decoro debido a su persona, aunque quedó rodeado de centinelas de los conjurados. La virreina con su hija e hijo pequeño, fue conducida en una silla de manos al convento de monjas de S. Bernardo (16), inmediato al palacio, en el que el arzobispo dió orden para que fuese recibida.

Mientras se hizo la prisión del virrey y su familia, otros de los conjurados condujeron a la sala del acuerdo a los oidores, al arzobispo, y a otras autoridades, que declararon a Iturrigaray separado del mando, y que este, en virtud de lo prevenido en la real orden de 30 de Octubre de 1806, habia recaido en el mariscal de campo D. Pedro Garibay, interín se abria el pliego de providencia (17) pocos dias después resolvieron que no debia abrirse este, porque siendo nombrado el sucesor por Godoy, podria ser que la elección hubiese recaido en alguno de sus parciales, que no convendria poner en aquel alto puesto en las circunstancias. Por órden del nuevo virrey y oidores, y a petición de los conjurados que tomaban la voz del pueblo, se procedió por estos a la prisión de los licenciados Verdad y Azcárate que fueron llevados a la cárcel del arzobispado, en la que también fue puesto el secretario de cartas D. Rafael Ortega, y aunque buscaron en su casa al coronel D. Ignacio Obregón, no lo encontraron, habiendo saltado por la azotea a una casa vecina, en cuyo acto se lastimó una pierna, y después no hubo ya empeño en prenderlo. En el dia siguiente fueron también aprehendidos el abad de Guadalupe D. José Cisceros, el canónigo D. José Mariano Berístain, el Lic. D. José Antonio Cristo, que había sido nombrado auditor de guerra, y el P. Talamantes, el cual fue llevado al convento de San Fernando, y en la noche siguiente a la inquisición.

El nuevo virrey comenzó inmediatamente a ejercer sus funciones, y Yermo declaró fenecidas las suyas, haciendo antes que los que habian concurrido a la prisión de Iturrigaray, a los que se unieron después otros muchos, se organizasen en compañías eligiendo ellos mismos sus jefes, con lo que se formó un cuerpo llamado de Voluntarios de Fernando VII, al que el público dió el nombre de los chaquetas, por ser este el traje que usaban: nombre que después se aplicó a todo el partido europeo.

Con el objeto de crear afectos al gobierno que se acababa de instalar, promovió Yermo que en nombre del pueblo se pidiese al acuerdo, no sólo que se moderase la pensión del aguardiente de caña, sino también que cesase el cobro de la anualidad establecida sobre los beneficios eclesiásticos, porque recayendo sobre sujetos pobres, era para ellos muy gravosa y de poco producto para el erario; que se suspendiese por igual motivo el cobro del 15 por 100 sobre capitales destinados a fundación de capellanías, y por último, que se declarase la libertad de toda clase de industria, fábricas y plantaciones de viñas y olivos, fundándose en que si bien no existia de hecho impedimento alguno, convenia quitar todo motivo de queja de que pudiera abusarse, miéntras las prohibiciones existieran (18). Todas estas solicitudes tenian sin duda un objeto político muy importante, y aunque ellas redundaban en su beneficio como agricultor, este beneficio entraba en el general del pais, El fiscal pidió que se recomendasen todos estos puntos a la corte, encontrando lo que se solicitaba muy justo y fundado.

Al amanecer del dia 16 los habitantes de la capital supieron con asombro todo lo que habia acontecido en la noche anterior, y con mayor asombro todavía vieron que se queria persuadir que el pueblo lo habia hecho, en la siguiente proclama que el nuevo virrey y la audiencia publicaron: Habitantes de México, de todas clases y condiciones: la necesidad no está sujeta a las leyes comunes. El pueblo se ha apoderado de la persona del Exmo. Sr. virrey: ha pedido imperiosamente su separación, por razones de utilidad y conveniencia general: ha convocado en la noche precedente a este dia al real acuerdo, Illmo. Sr. arzobispo, y otras autoridades: se ha cedido a la urgencia, y dando por separado del mando a dicho virrey, ha recaido, conforme a la real órden de 30 de Octubre de 1806, en el mariscal de campo D. Pedro Garibay, ínterin se procede a la apertura de los pliegos de providencia. Está ya en posesión del mando; sosegaos, estad tranquilos: os manda por ahora un jefe acreditado y a quien conoceis por su probidad: descansad sobre la vigilancia del real acuerdo: todo cederá en vuestro beneficio. Las inquietudes no podrán servir sino de dividir los ánimos y causar daños que acaso serán irremediables. Todo os lo asegura el expresado jefe interino, el real acuerdo, y demás autoridades que han concurrido. México, 16 de Septiembre de 1808. Por mandado del Exmo. Sr. presidente, con el real acuerdo, Illmo. Sr. arzobispo y demas autoridades (19). Así la audiencia que con tanto teson se habia opuesto a la reunión de un congreso, reconocia en actos tumultuarios la voluntad del pueblo, cuyo nombre tomaba el relojero Lozano, pidiendo en el acuerdo al frente de los conspiradores, todo lo que habia sido decidido en el plan de la conjuración. ¡A tales contradicciones arrastran las revoluciones!

Veíase al mismo tiempo a los voluntarios en aspecto amenazador custodiando el palacio, dueños de la artillería que habían sacado a la plaza, haciendo apartarse con imperiosas palabras a todos los que por allí transitaban, y nadie podia acabar de persuadirse que aquel puñado de comerciantes, hubiese podido intentar y ejecutar una acción tan atrevida como apoderarse de la primera autoridad del reino, en medio de una capital populosa, despojarla del mando y nombrar otro en su lugar. Los más ilustrados recordaban haber sucedido un caso semejante, cuando fue depuesto y aprisionado en 1642, el virrey D. Diego Pacheco, duque de Escalona, por la sospecha de que intentaba alzarse con el reino, como lo habia hecho con el de Portugal el duque de Braganza su cuñado; pero aquel atropellamiento no fue efecto de una conspiración a que se quiso dar el aire de un movimiento popular, sino que se procedió a su ejecución por el obispo de Puebla D. Juan de Palafox, el cual estando revestido con el carácter de visitador, obraba en nombre de la autoridad real, y como en ejercicio de las funciones de su empleo. En esta vez, para que no se dudase quien fue el pueblo que se apoderó de la persona del virrey, el editor de la gaceta, Cancelada, hablando de estos sucesos en la de 17 de Septiembre, anotó esta frase diciendo, que la Nueva España sabria con el tiempo lo mucho que debia a todo el comercio de México por esta acción, sabiendo portarse así la juventud española para exterminar los malvados: por cuyas expresiones fue severamente reprendido, y se le mandó que las corrijiese en una gaceta extraordinaria y que no volviese a imprimir nada, sin la aprobación del oidor encargado de la censura del periódico.

Díjose entónces que los voluntarios habian cometido en el palacio muchos desórdenes, y que se habian tomado las alhajas de la virreina y unas perlas compradas para la reina María Luisa, lo que se imputó especialmente a Lozano. No puede dudarse que hubiese algún desman entre tantas personas, sin más respeto que el que imponia en el momento un jefe de revolución, y en el archivo general existen las sumarias que se formaron por la audiencia, para averiguar el paradero de algunas cosas extraviadas, más bien por los mismos criados y dependientes de la casa, que por los conjurados; pero tampoco hay duda en que hubo mucha exageración en lo que sobre esto se dijo por los amigos de Iturrigaray. En cuanto a las alhajas de la virreina, ésta declaró habérselas llevado consigo y estar en su poder: las perlas hacian parte de las que se habian comprado por más de 60.000 ps. de valor para mandarlas a la reina, y luego que se supieron los sucesos de Bayona, el virrey las recogió de las cajas reales en donde estaban depositadas, y las conservaba en su poder. Con los comisionados nombrados para inventariar las alhajas y papeles del virrey, que lo fueron el oidor Villafañe, el fiscal de lo civil y varios individuos que intervinieron en la prisión a quienes Lozano entregó las llaves que habia recogido (20), concurrió también el contador mayor del tribunal de cuentas D. Pedro Monterde y otros empleados de hacienda, los cuales revisando las perlas que habian entregado, echaron de menos un hilo y algunos granos sueltos, que todo importaba 7.250 pesos: dióse por supuesto que el extravío habia sido en el acto de la prisión del virrey, y así se dijo en el Diario de México de 9 de Diciembre de aquel año, en el aviso que se publicó para que se presentasen; pero habiéndose hecho averiguación jurídica por la audiencia, esta declaró por auto que se publicó en la gaceta (21), que no resultaba fundamento para creer que el extravío de estas alhajas se hubiese verificado en la noche de la prisión del virrey, no habiendo tampoco constancia alguna de que en aquel acto estuviesen en poder de este, habiéndose encontrado cabales todas las demás que tenia en su papelera, y como los partidos son fecundos en recriminaciones, los voluntarios no dejaron de imputar a la virreina ser ella la que sacó las perlas de que hacia uso para su adorno, cuando llevó sus propias alhajas (22).

Pocos dias después murió en la prision el Lic. Verdad, lo que en el ardimiento de los partidos no dejó de atribuirse a veneno, aunque sin el menor fundamento (23). Fueron puestos en libertad casi inmediatamente los dos canónigos, contra quienes no habia otra acusación que su trato familiar con el virrey, pues aunque se dijo que Beristain habia ido a Puebla ocultamente a trabajar en favor de este, tal especie no tenia otro principio que el de haber estado algunos dias sin salir de su casa por motivo de enfermedad, y con la prisión del abad de Guadalupe acaso se quiso dar algún colorido de fundamento a las voces esparcidas del intentado incendio del Santuario. El Lic. Azcárate fue traslado a los Belemitas y se instruyó contra él un voluminoso proceso, aunque no habia otra cosa de que acusarlo que de haber formado las exposiciones del ayuntamiento, no obstante lo cual continuó preso hasta Diciembre de 1811, que fue puesto en libertad como en su lugar veremos. Menos afortunado anduvo el P. Talamantes, quien permaneció en las cárceles secretas de la inquisición hasta 6 de Abril de 1809, en que por providencia de Garibay y de la audiencia, fue conducido a Veracruz para ser embarcado para España con su causa a disposición de la junta central; pero detenido mientras se le embarcaba en el castillo de S. Juan de Ulúa, murió víctima de la epidemia regional del vómito, que a veces comienza muy temprano en la primavera, sin que se le hubiesen quitado los grillos que tenia puestos según entonces se dijo, sino después de muerto. El Lic. Cristo, que habia figurado muy poco en esta revolución, fue igualmente puesto en libertad, pero quedó privado de la auditoría de guerra, y el coronel Obregón se retiró a la provincia de Guanajuato su patria, en donde falleció algún tiempo después en una de sus haciendas.




Notas

(1) D. Gabriel Jaaquin de Yermo, nació en el lugar de Sodupe, en las inmediaciones de Bilbao, el día 10 de septiembre de 1757. Casó en México con Doña María Jasefa Yermo, su prima hermana, que habia heredado de su padre D. Juan Antanio, vecino antiguo y acaudalado de México, las ricas haciendas de caña de Temisco y S. Gabriel en el valle de Cuernavaca, censuatarias del marquesado del Valle de Oaxaca. Cuando nació su hija mayor D. José María en 1790, puso en libertad a cuatracientas y tantas esclavas negros y mulatos, en aquellas haciendas; y en 1797, que campró la de Jalmolonga, que era de las temporalidades de los jesuitas, hizo lo mismo con más de doscientos que allí habia. No prevalecía entonces tadavía en Inglaterra el zelo que después ha habido por la libertad de los esclavos, y el hecho de Yermo vale más que las declamaciones de las sociedades negreras. Es cosa notable, que de tanto esclavo libertado por Yermo, uno sólo salió de su servicio; todos los demás permanecieron en sus haciendas, quedando adictos con tal fidelidad a su amo, y al rey de España, que todavía sostuvieron la causa de éste, cuando estaba del todo perdida y que habian faltado a ella muchos generales y funcionarios nacidos en España. Entre las empresas agrícolas notables de Yermo, son dignas de atención las obras para riegos que hizo en las haciendas de Temisco y Jalmalonga, abriendo canales costosísimos dignos de un príncipe, con los que hizo productivos terrenos eriales, e introdujo en ellos el cultivo del trigo y del añil.

(2) Sigo en esta relación de la conspiración, principalmente a Cancelada, que fue uno de los conspiradores y estaba muy impuesto de todo. Vease su Verdad sabida.

(3) El P. Mier supone que el eclesiástico consultado fue el Dr. Monteagudo, con quien estaba mal por consecuencia de las actuaciones a que dió lugar el sermón de Guadalupe, de que hablaré en la biografía de dicho Mier.

(4) Véase el artículo original del remate y todo lo concerniente a él, en Martiñena, doc, 101, fol. 55, en la nOta. Yermo habia regalado a Iturrigaray después de todo esto, una exquisita escopeta, conociendo su afición a la caza.

(5) Junta de 9 de Agosto. El P. Mier dice equivocadamente, que los comerciantes españoles eran los interesados en que no se llevase adelante la consolidación. Eranlo mucho más los agricultores, y estos por la mayor parte eran mexicanos.

(6) Véase todo esto en la vindicación de Yermo, extractada por Martiñena, en varios lugales del cuaderno de éste, pero especialmente fol. 70.

(7) Mier, tomo I° fol. 170.

(8) Tengo esta noticia por un conducto de la mayor veracidad.

(9) Iturrignray y el P. Mier dicen que fueron los criados de las tiendas, por usar de una expresión denigrante, pues nunca se han conocido con ese nombre, y en todas partes este género de dependientes, se considera de una clase superior a los criados.

(10) Era el parian un edificio cuadrado con muchos cajones de ropa, que hizo derribar el general Santa Anna en 1843. Véase la historia y descripción de este edificio, en mi Disertación 8ava, tomo 2° fols. 239 a 245. No habia entonces guardia en la diputación, que esta inmediata.

(11) La casa de Yermo era en la calle de Cordobapes, esquina a la de Santo Domingo, en la que han permanecido sus hijos.

(12) Este eclesiástico fue D. José Saturnino Diez de Sollano. Yermo tenia una familia de nueve hijos.

(13) El P. Mier niega que hubiese ningún mexicano: hubo tres o cuatro, y entre ellos D. Agustin Pagasa, que estuvo casado con una hija de la marquesa de Selvanevada. He visto también en el archivo general la solicitud de dos colegiales de S. Ildefonso, mexicanos, pidiendo premio por haber asistido a la prisión del virrey, con un tio suyo europeo.

(14) El desgraciado granadero que murió, se llamaba Miguel Garrido, según dice D. Carlos M. Bustamante. Sup. a la hist. de los tres siglos, tomo 3° fol. 237: el que lo mató fue D. José María Maruri. Es falso lo que dice el P. Mier, que el arzobispo diese la bendición a los conjurados: aquel prelado permaneció bien encerrado en su palacio, durante el acto de la prisión.

(15) Así lo refiere Yermo en su vindicación. Sin embargo, Lozano pretendió en España alzarse con todo el mérito del suceso, lo que dió lugar a informes contradictorios, pedidos por la regencia de España, que publicó el P. Mier.

(16) El P. Mier refiere haberle dicho la virreina, que los conjurados la hicieron vestir a su presencia, y como la sacasen llorando en la litera del arzobispo, el inquisidor Alfaro se llegó a ella y le dijo bruscamente: Cállese vd., que ya he rogado a estos señores que perdonen la vida a su marido. Todos los informes que he tomado cOnvencen que no hubo tal cosa, y que no ocurrió más que lo que he dicho en el texto.

(17) Llamábase pliego de providencia o de mortaja, el que traian cerrado los virreyes con el nombramiento de las personas que habian de sucederles en caso de muerte u otro accidente que les impidiese gobernar. No habiendo este pliego, entraba la audiencia al gobierno, recayendo la capitanía general y superintendencia de hacienda en el decano, y desde que se establecieron los regentes, en estos. Siendo ministro de Indias D. José de Galvez, marques de Sonora, murió su sobrino D. Bernardo de Galvez, conde de Galvez, virrey de México, que no había traído pliego de providencia, y la audiencia que por tal motivo entró a gobernar, por no dar directamente al tio la noticia de la muerte de su sobrino, dió aviso de ella al conde de Floridablanca, ministro de estado, quien aprovechó la ocasión para nombrar virrey a D. Manuel de Flores. Sin embargo de haber apresurado este su viaje, ya le habia precedido una real orden despachada por el marques de Sonora, que dió el interinato al arzobispo Haro, despojando a la audiencia, y previniendo que en casos semejantes la capitanía general recayese en el militar más antiguo. La audiencia hizo sus representaciones y consiguió que la capitania general recayese en todo aquel cuerpo, y que el militar mas antiguo fuese sólo comandante general, y después se expidió la real órden citada. Mier, tomo 1°, fol. 14, en la nota.

En este caso habia un militar más antiguo con el mismo grado de mariscal de campo, que era D. Pedro Dávalos, pero era tan anciano que se le consideró incapaz de gobernar. En el pliego de providencia, segun Iturrigaray dijo en la junta de 9 de Septiembre, venian nombrados el capitán general de la Habana, marques de Someruelos, y el presidente de Guatemala Saravia.

(18) Véase todo esto en la vindicación de Yermo extractada por Martiñena en varios lugares del cuaderno de éste, pero especialmente fol. 70.

(19) Gaceta extraordinaria de 16 de septiembre, tomo 15, núm. 97, fol. 679. Esta proclama la redactó el oidor Aguirre, segun entonces se dijo.

(20) Véase el inventario de los bienes embargados, en el apéndice N° 11.

(21) Gaceta de México de 23 de Noviembre de 1810, fol. 980.

(22) Así lo dice Cancelada en su segundo cuaderno.

(23) Bustamante. Suplemento a la historia de los tres siglos, fol. 253. Verdad fue visitado y asistido por su familia, y enterrado por sus amigos en la capilla del sagrario de Guadalupe. Dejó una hija que casó con un tal Flores, pasante de su padre. La junta patriótica para celebrar la fiesta de la independencia en el año de 1845. dió a esta señora una suma en consideración a los servicios de su padre.

Índice de Prolegómenos de la Independencia mexicana de Lucas AlamánCapítulo V - Tercera parteCapítulo VI - Segunda parteBiblioteca Virtual Antorcha