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Penitenciaría del Estado.
Monterrey, Nuevo León.
15 de mayo de 1910.
Señor General Porfirio Díaz.
México, D.F.
Muy señor mío:
En su carta del 27 de abril próximo pasado me decía usted: en la ley encontrarán, tanto las autoridades como los ciudadanos, el camino seguro para ejercitar sus derechos y que la Constitución no le autorizaba a usted para ingerirse en los asuntos que pertenecen a las soberanías de las entidades federativas.
A pesar de ello, la ley, aunque observada por mis partidarios, ha sido frecuentemente violada por los de usted que ocupan puestos públicos, y aunque se desprendía de su carta que la Federación no podía intervenir en los Estados para que se respetaran las garantías individuales, en cambio sí ha intervenido para apoyar los atropellos cometidos por las autoridades locales, como pasó aquí en Monterrey, en donde, para disolver una pacífica y ordenada manifestación, prestaron ayuda fuerzas federales del regimiento de rurales.
Esta intervención directa de las fuerzas federales no ha venido sino a confirmar lo que dije a usted en mi anterior y es que, según la opinión pública, usted es el principal responsable de los actos de sus partidarios en toda la República, a pesar de la soberanía de los Estados, que sólo existe de nombre.
Eso está en la conciencia de todos y usted mismo lo dió a entender en su entrevista con Creelman, así es que no puede negarse; pero aunque fuera así, el hecho innegable es que en toda la República los partidarios de usted que ocupan puestos públicos, están cometiendo toda clase de atentados contra mis partidarios y hasta contra mí mismo, acusándome de injurias a usted, basándose para ello en el testimonio del C. Lic. Juan R. Orci que confeccionó un discurso a su gusto y me lo atribuyó como pronunciado por mi en San Luis Potosí. ¡Así es que una calumnia de sus partidarios y la complacencia de los jueces y demás autoridades me han privado de mi libertad!
Esto ya no tiene nombre, y ha venido a demostrar que si conmigo, que merecia respeto, aunque fuese siquiera por decoro de usted, se han cometido atentados tan escandalosos, ¿qué no será con mis numerosos partidarios?
Algunos de ellos tratados con crueldad; en Torreón están acusados por sediciosos y el proceso tiene por base ¡anónimos que el jefe político pretende haber recibido!
Otros, como en ésta, San Luis Potosi, Saltillo, Puebla, Cananea, Orizaba, etc., etc., son reducidos a prisión porque se ocupan en preparar los trabajos electorales.
De lo expuesto. se desprende claramente que usted y sus partidarios rehuyen la lucha en el campo democrático, porque comprenden que perderían la partida y están empleando las fuerzas que la Nación ha puesto en sus manos para que garantice el orden y las instituciones, no para ese fin, sino como arma de partido para imponer sus candidaturas en las próximas elecciones.
Pero no tienen ustedes en cuenta que la Nación está cansada del continuismo, que desea un cambio de gobierno, pues desea estar gobernada constitucionalmente y no paternalmente como usted dice que pretende gobernarla. La Nación no quiere ya que usted la gobierne paternalmente, ni mucho menos que la gobierne el señor Corral.
Usted me dijo que era cierto que está muy desprestigiado el señor Corral, pero que ese desprestigio era injustificado.
Pues bien, ese desprestigio no es injustificado, como lo demuestra la política de que se está valiendo para imponer su candidatura, cometiendo toda clase de atentados contra las garantías individuales; haciendo que sus amigos, como Orcí, calumnien a sus adversarios políticos como yo; recurriendo a medios reprobados para callar la prensa independiente a pesar de su moderación, que más resalta si se compara con los órganos del partido de ustedes (El Imparcial, El Debate), los cuales emplean intemperancias tales de lenguaje, que han trabajado más eficazmente que nosotros mismos para el desprestigio de la causa que defienden.
No obstante lo desigual de la lucha, puesto que nosotros no tenemos órganos de gran circulación, porque nunca faltan pretextos al gobierno de usted para deshacerse de ellos y a pesar de que en muchas partes son reducidos a prisión los que hacen la propaganda de nuestros impresos y los que organizan clubes, nosotros aceptamos y deseamos vivamente la lucha en los comicios, porque creemos que solamente será el gobierno legítimo y la paz estable, teniendo por base la voluntad nacional y el respeto a la soberanía popular.
Por este motivo he publicado un manifiesto del cual adjunto a usted un ejemplar.
Verá usted que doy instrucciones a mis partidarios para que obren estrictamente dentro de la ley, y respeten los derechos de sus adversarios políticos; pero a la vez les indico que los obliguen también a trabajar dentro de la ley y a respetar sus derechos.
Si los partidarios de usted cumplen con la ley; si las autoridades partidarias de usted, investidas de su carácter se erigen en severos guardianes de la ley, el pueblo designará pacíficamente sus mandatarios y habremos entrado para siempre en la vía constitucional, única que podrá cimentar definitivamente la paz y asegurar el engrandecimiento de la patria.
Pero si usted y el señor Corral se empeñan en reelegirse a pesar de la voluntad nacional y continuando los atropellos cometidos recurren a los medios en práctica hasta ahora para hacer triunfar las candidaturas oficiales y pretenden emplear una vez más el fraude para hacerlas triunfar en los próximos comicios, entonces, señor General Díaz, si desgraciadamente por ese motivo se trastorna la paz, será usted el único responsable ante la Nación, ante el mundo civilizado y ante la historia.
Publique usted un manifiesto en el que haga a sus partidarios la misma indicación que yo les hago y ponga de su parte todo lo posible para que las autoridades cumplan con su deber, respetando la ley, y habrá hecho a su patria el mayor bien, consolidando para siempre la paz.
En cuanto a mí, desde este encierro en donde me tiene usted recluido, no puedo hacer más que publicar mi manifiesto aludido y tranquilo espero sus consecuencias. Sé muy bien que con jueces obedientes a la consigna y superiores poco escrupulosos en darlas cuando se trata de beneficiar a su partido, mi suerte está en sus manos y se me podrá procesar y condenar por los mayores delitos: ¡Que así sea!, pero tengo la conciencia de servir a mi patria con lealtad y honradez, y los mayores peligros personales no me han de arredrar para servirla.
Soy su atento servidor.
Francisco I. Madero
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