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AL PUEBLO AMERICANO
Anteayer pisé vuestro suelo libre.
Vengo huyendo de mi pais gobernado por un déspota que no conoce más ley que su capricho. Vengo de un pais hermano vuestro por las instituciones republicanas y por los ideales democráticos, pero que en los actuales momentos se debate contra un gobierno tiránico y lucha por reconquistar sus derechos, sus caras libertades.
Si he huido de mi pais es porque siendo yo el jefe del movimiento libertador, siendo yo el candidato del pueblo para la presidencia de la República, atraje sobre mí el odio y las persecuciones de mi rival, del déspota mexicano, del General Porfirio Díaz. Para mí ya no había ley ni jueces que me amparasen, pues la primera era sustituída, como en todo el territorio mexicano, por el capricho del dictador, y los segundos, por instrumentos serviles del mismo, resultando que el proceso que se me inició y que tenia por base la calumnia oficial, amenazaba prolongarse indefinidamente.
El objeto evidente de tal proceso era impedirme luchar por los intereses del pueblo. Tal situación no podía prolongarse pues sobre mí pesa una responsabilidad inmensa: el pueblo mexicano, cansado del gobierno despótico del General Díaz, se fijó en mí para que le sucediera y lo gobernase constitucionalmente, pero al llegarse el día de las elecciones, el General Díaz se valió del poder público para imponerse por la violencia, alejando a los ciudadanos de las casillas y llegando a cometer el fraude más desvergonzado.
De esa manera logró el General Díaz reelegirse y hacer que fuera reelecto para la Vicepresidencia el señor don Ramón Corral, y logró también reelegir a los diputados designados por él, cometiendo flagrantes irregularidades constitucionales.
Mis partidarios, queriendo agotar todos los medios legales, pidieron la nulidad de las elecciones en documentos calzados por más de cien mil firmas que lograron reunirse a pesar de las persecuciones y trabas de todas clases. Su justa petición fue rechazada y el Congreso declaró reelectos para un periodo más al General Díaz y al señor don Ramón Corral, para los cargos respectivos de Presidente y Vicepresidente.
Se me podrá decir que el espíritu de partido falsea mi criterio, pero, para justificarme, basta que sepáis que veinte días antes de ias elecciones fui reducido a prisión porque según las declaraciones de un policía disfrazado de paisano, había yo protegido la fuga de mi leal compañero de viaje, el licenciado Roque Estrada, cuando que, en vez de fugarse, penetró en mi casa en donde estuvo a la disposición de las autoridades y voluntariamente se entregó al día siguiente, cuando supo el pretexto porque se me había aprehendido.
A pesar de esto, no se me puso en libertad y tomando por base las denuncias calumniosas de un agente de mis adversarios políticos, se me detuvo por ultrajes al Presidente de la República y, por último, por sedicioso.
Si el General Díaz me redujo a prisión en tales circunstancias, es la prueba más evidente de que consideraba perdida la partida en caso de que yo hubiese continuado libre, y no queriendo someterse a la voluntad nacional, inició con mi prisión una era de persecuciones en todo el territorio de la República.
Dispensadme que os hable de mí y de mi país, pero he creído de mi deber hacerlo, desde el momento en que he venido a buscar la hospitalidad en este vuestro país, cuna de la libertad de América, y deseo que sepáis quién es vuestro huésped; deseo que sepáis que vengo a buscar aquí un refugio seguro para proseguir la lucha libertadora, para cumplir con las obligaciones que me imponen tanto mi amor a mi país, como la confianza que mis compatriotas han depositado en mí, con la esperanza de que los salve de la sombría dictadura que por más de treinta años pesa sobre ellos.
No vengo a implorar vuestra ayuda; los mexicanos estamos en aptitud de gobernarnos por nosotros mismos y el pueblo mexicano es bastante fuerte para hacer respetar su soberanía; lo único que reclamo de vosotros es la hospitalidad que los pueblos libres han dispensado siempre a los hombres que en otros países luchan por la libertad; lo único que os pido es la simpatía que siempre os han merecido los pueblos que luchan por la conquista de los derechos de que tan legítimamente os ufanáis y que os proporcionan una felicidad envidiable y un progreso firme y duradero.
Por este motivo me dirijo a vosotros por conducto de la Prensa Asociada, que ejerce una acción tan benéfica y tan poderosa en vuestro robusto organismo político y social.
Aprovecho esta oportunidad para saludar respetuosamente al pueblo americano y a sus dignos gobernantes cuya conducta desearía fuese imitada por los nuestros, a fin de que las contiendas políticas se dirimieran con entera buena fe entre los diversos partidos contendientes; que la voluntad del pueblo fuese respetada y el candidato vencido pudiese estrechar la mano de su adversario vencedor, sin que ello significara una traición a la causa del pueblo, como sería la que yo cometería obrando así en las actuales circunstancias, porque sería tanto como sancionar uno de los fraudes más escandalosos, de los atropellos más inauditos que registra la historia, y permitir que pisoteados los derechos más sagrados del pueblo mexicano siguiera bajo la opresión del actual dlctador, cuya soberbia ha llegado hasta el grado de querer imponer su sucesor que, dada su avanzada edad, indudablemente lo será el actual Vicepresidente de México.
Espero que el noble pueblo americano sabrá apreciar mi conducta y comprenderá que es muy justificada mi ambición de conquistar para mi querida patria la felicidad que él disfruta, y que conozco por haber permanecido largas temporadas en su territorio, por vivir muy cerca de él y por conocer su historia tan llena de ejemplos del más puro civismo y del más acendrado amor a la patria.
Mi idea no es ser yo quien gobierne a mi país a pesar de ser la voluntad de la inmensa mayoría de mis compatriotas, sino de salvar a mi patria de la tiranía que la oprime y restablecer en ella el imperio de la ley y de la justicia, para que mis compatriotas puedan gozar del bienestar que disfruta este gran pueblo, debido al esfuerzo perseverante de sus mayores y el celo tenaz con que sus ciudadanos han defendido tan preciosa herencia.
San Antonio, Texas, octubre 9 de 1910.
Francisco I. Madero
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