LOS MÁRTIRES DE SAN JUAN DE ULÚA
Eugenio Martínez Núñez
CAPÍTULO DÉCIMOQUINTO
LA LUCHA Y PRISIÓN DE JUAN E. VELÁZQUEZ
Se afirma su convicción libertaria.
Se incurriría en omisión imperdonable si en el presente trabajo no se dedicara un capítulo a este luchador que también saboreó las amarguras de los calabozos de San Juan de Ulúa, y que por su simpatía, talento y convicciones revolucionarias fue muy estimado por los miembros de la Junta del Partido Liberal.
Nativo del Estado de Veracruz, donde vio las primeras luces por el año 1882, Juan E. Velázquez, según él mismo cuenta, comenzó a leer desde muy joven los periódicos Regeneración y El Hijo del Ahuizote, donde los Flores Magón, Juan Sarabia, Santiago de la Hoz, Alfonso Cravioto y otros escritores de gran empuje combatían sin tregua los atentados del régimen porfirista.
Con tales lecturas comprendió que era de urgente necesidad un cambio radical de las condiciones en que el pueblo mexicano, oprimido moral y materialmente por el sistema dictatorial, languidecía agobiado por la esclavitud y la miseria.
Se comunica con la Junta que lo nombra delegado.
Así pues, cuando Sarabia y los Flores Magón, obligados por las implacables persecuciones que sufrían en México emigraron a los Estados Unidos y en San Luis, Missouri, se constituyeron en Junta Revolucionaria para luchar por todos los medios contra el despotismo del general Díaz, Velázquez se comunicó con ellos exponiéndoles sus ideales por una mejor convivencia para las masas populares y su firme resolución de ayudarlos en su empresa.
Deduciendo por sus declaraciones que Velázquez era un magnífico elemento revolucionario, los miembros de la Junta le extendieron el nombramiento de Jefe de la Zona militar del Oriente de Veracruz, así como el de Delegado Especial, para que recolectara fondos y toda clase de pertrechos de guerra y organizara grupos armados a fin de que éstos, de ser posible, se lanzaran a la contienda al mismo tiempo que los insurgentes que en la región meridional veracruzana, y jefaturados por Hilarío Salas, ya venían preparando desde 1905 un movimiento revolucionario.
Hace activa propaganda y es encarcelado en Ulúa.
A partir de entonces, Velázquez, que hasta hacía poco había trabajado en la Oficina de Correos del puerto jarocho, se comunicaba constantemente con los miembros de la Junta, quienes le enviaban instrucciones, nombramientos para nuevos correligionarios, así como gran número de ejemplares del Programa del Partido Liberal con objeto de que los distribuyera entre los empleados del Gobierno y empresas particulares, trabajadores, campesinos, profesionistas, y especialmente entre los obreros de la región fabril de Orizaba, quienes por el maltrato recibido de los patrones, eran rebeldes en potencia. Con este motivo, Velázquez hacía frecuentes viajes por distintos rumbos del Estado, repartiendo propaganda y conquistando adeptos a la causa insurreccional; y estando en Orizaba, donde permaneció algún tiempo, entabló íntima amistad con los líderes de los obreros, tales como José Neira, Juan Olivares, Rafael Tapia, Camerino Mendoza, Teodoro Escalona, Heriberto Jara, Salvador González, Pánfilo Méndez y otros más, que publicaban el periódico La Revolución Social, y en el cual habían emprendido una vigorosa campaña contra la tiranía porfiriana y luchaban por el mejoramiento de las desastrosas condiciones en que se hallaban los trabajadores de las fábricas textiles de Río Blanco, Nogales y Santa Rosa. Desde su arribo a Orizaba, Velázquez colaboró en dicho periódico, publicando algunos artículos en que resueltamente apoyaba el programa social del mismo y lanzaba duros cargos contra la Dictadura como causante de todos los males que afligían al pueblo de México. Esta labor, unida a sus hechos revolucionarios anteriores que lo hacían aparecer como elemento peligroso para el régimen, le valió ser aprehendido y enviado, tras un breve proceso que lo juzgó como sedicioso y le impuso una larga condena, al presidio de San Juan de Ulúa.
Interviene en su favor el Lic. FLores Magón.
Velázquez llegó a la fortaleza muy poco después de haber estallado los levantamientos de Jiménez y Acayucan, con cuyos jefes había sostenido correspondencia, la cual junto con varios ejemplares del Programa del Partido Liberal y otros documentos revolucionarios, le fue recogida al hacer la policía un cateo en su domicilio de la ciudad de Veracruz. Esto complicó su situación de preso, pero a pesar de ello y de estar sentenciado a una larga prisión, no sufrió sino poco más de un año de cautiverio, debido a que su defensor y amigo el Lic. don Jesús Flores Magón, desplegando gran actividad en su favor, logró, como cosa excepcional y casi como un verdadero milagro, que obtuviera su libertad a fines de octubre de 1907.
Cómo fue su vida en la fortaleza.
Durante su permanencia en las mazmorras de Ulúa, que fue precisamente en el tiempo en que con más crudeza se extremaron los rigores contra los presos políticos por estar muy recientes los primeros brotes de rebeldía que tanto desasosegaron a la Dictadura, sufrió Velázquez muchos y grandes infortunios, de que sólo experimentaba lenitivo cuando lograba comunicarse con otros de los luchadores allí encarcelados como Juan Sarabia, César Canales, Enrique Novoa, Barrera Peniche, Cipriano Medina y unos cuantos más; pues al cambiar con ellos impresiones, proyectos, esperanzas y recuerdos se mitigaban sus penas, y más aún cuando en las conversaciones se trataba de que la efervescencia revolucionaria crecía cada vez más en México y que no sería imposible que un día más o menos próximo o lejano, con el derrumbe del despotismo, pudieran alcanzar su anhelada libertad.
Vuelve a la lucha y es encarcelado en Belén.
Con las penalidades padecidas, y no obstante su juventud y fuerte constitución física, Velázquez salió del Castillo muy enfermo y hasta un poco avejentado; pero esto no fue obstáculo para que reanudara desde luego sus actividades subversivas, coadyuvando activamente en la organización del nuevo levantamiento que, después de haber sido sofocado a sangre y fuego en septiembre y octubre de 1906, preparaba para mediados de 1908 la Junta Revolucionaria del Partido Liberal.
Para el efecto, Velázquez se comunicaba con los luchadores que en el Estado de Coahuila, de acuerdo con un plan de rebelión que abarcaría toda la República, se alistaban para levantarse en armas, remitiéndoles fondos que había reunido para que adquirieran armamento y municiones. Es de sobra conocido que dichos luchadores, encabezados por Benito Ibarra, Jesús Rangel, Benjamín Canales y Encarnación Díaz Guerra, llevaron a efecto en junio del mismo año 1908 los levantamientos de Viesca y de Las Vacas, hoy Ciudad Acuña, y que después de estos acontecimientos, que tanta resonancia tuvieron en México y Estados Unidos, se desencadenó una enconada persecución no sólo contra los que tuvieron participación directa en ellos, sino también contra todos los que en alguna forma se hallaban comprometidos en las mismas acciones libertarias. Y como Velázquez figuraba destacadamente entre estos últimos, el Jefe Político de Veracruz, tomando en consideración esa circunstancia, así como su reincidencia en actividades revolucionarias, en agosto del repetido 1908 ordenó su captura, volvió a catear su domicilio donde encontró una multitud de impresos subversivos, y lo sujetó a un extenso interrogatorio en que el joven luchador sostuvo con entereza la responsabilidad de sus actos y valientemente declaró que desde mucho tiempo atrás era enemigo de la Dictadura y fervoroso partidario de la causa de liberación popular, por la que sin descanso combatían desde el destierro los miembros de la Junta del Partido Liberal. Ya una vez convicto y confeso, Velázquez fue remitido con una escolta a las bartolinas de Belén, donde se le instruyó proceso por el delito de rebelión. El 25 del propio agosto quedó formalmente preso y se le condenó a seis años de encarcelamiento.
Otros muchos comprometidos son igualmente encerrados en Belén.
Casi al mismo tiempo que se aprehendía a Velázquez en Veracruz, eran capturados en distintos lugares del país otros muchos ciudadanos que asimismo resultaron comprometidos en los mencionados levantamientos, así como en los de Jiménez y Casas Grandes, a todos los cuales se encerró también en la Cárcel de Belén. Entre estos ciudadanos, que fueron más de un centenar, se hallaban los siguientes:
El talentoso y viril orador y periodista Atilano Barrera;
el distinguido luchador Aarón López Manzano, que, como Velázquez, era Delegado de la Junta;
Casimiro H. Regalado, valeroso y abnegado campesino que desde el Estado de Texas prestó muchos servicios a la causa revolucionaria;
Lumbano Domínguez, Delegado también de la Junta y jefe de grupos rebeldes en Chiapas;
Juan José Arredondo, que había jefaturado el levantamiento de Jiménez, Coahuila;
Joaquín O. Serrano, igualmente Delegado de la Junta en Veracruz;
Eulalio Treviño, periodista que desde 1905 hahía luchado en Douglas, Arizona, así como Rosendo Frausto, Venancio Aguilar, Pedro Ramírez, Apolonio Villa, Casimiro y José Rosales, Pilar Garza, Arnulfo y Apolonio Zertuche, Adolfo y Nicanor Valdés, Andrés Prieto, Amado, Guillermo y Librado Rodríguez, Ventura Cardona, Melitón Cervantes, José Leal, Nicanor y Feliciano Villarreal, José de la Cortina, Serapio Luna, Fructuoso Urdiales, Ireneo Cruz, Abraham, Cástulo y José María de la Garza, Juan Cepeda, Zeferino Bernal, Juan Garza Bazán, Antonio Rábago, Isaías Ayala, Feliciano y José Orozco, Pedro García, Tiburcio Balderas, Luis Domínguez, Modesto Abascal, José Serna, Melitón Perea, Juan de la Cruz, Apolonio y Napoleón Barrera, Mauricio Uruñuela, Jesús García Peña, Cástulo Gómez, Felipe Martínez, Antonio Salas, Guadalupe Velasco, Lázaro Parada, Juan Ibarra, José María Saucedo, Francisco Villanueva, Donaciano Rojas, Leopoldo Alvarez, Andrés Flores y Fabián, Aureliano y José María González.
Todos estos luchadores permanecieron durante más de dos años en los infectos galerones de Belén, ya que obtuvieron su libertad el 31 de octubre de 1910, con excepción de Venancio Aguilar, que fue condenado a cuatro años de prisión, y de Aarón López Manzano, Casimiro H. Regalado, Arnulfo Zertuche y Juan E. Velázquez, sobre quienes recayó una sentencia de seis años de cautiverio.
El suplicio del artista Jesús Martínez Carrión y del Dr. Juan de la Peña.
Retrocediendo un poco en esta narración, diré que cuando en agosto de 1908 llegó Velázquez a la Cárcel de Belén, encontró allí encerrados a tres luchadores de valía, o sean Federico Pérez Fernández, el genial dibujante y caricaturista Jesús Martínez Carrión y el Dr. Juan de la Peña, administrador, director y redactor, respectivamente, del semanario de combate El Colmillo Público, sobre quienes pesaba una condena de cinco años de prisión por el delito de haber editado en el taller de su periódico La Revolución Social de Orizaba, donde como se ha dicho se hacía una enérgica campaña contra la Dictadura porfirista. Por tan horrendo crimen, el Dr. De la Peña y Martínez Carrión fueron objeto de tratamientos verdaderamente inquisitoriales en la cárcel. Se les incomunicó rigurosamente en los terribles calabozos de castigo de la planta baja del edificio, lodosos, obscuros, pestilentes y poblados de alimañas venenosas; se les sujetó al suplicio del hambre, y se asegura que el general Díaz, no queriendo asesinarlos de modo tan brutal como lo había hecho con los mártires del 25 de junio en Veracruz, ordenó que se les inyectara el germen de la tuberculosis para que murieran lentamente entre las tinieblas y la fetidez de sus mazmorras; pero lo cierto es que en sus horripilantes cubiles contrajeron esa mortal enfermedad, y quedaron casi ciegos; y cuando ya se encontraban en gravísimo estado fueron trasladados al Hospital Juárez, en donde casi sin atención médica fallecieron pocos días después. El temor que inspiraban a la Dictadura estos infortunados luchadores aun ya moribundos, hizo que tuvieran centinelas de vista hasta los últimos instantes de su agonía; pero el despotismo, dando muestras de su magnanimidad y humanitarios sentimientos, permitió que una de las hermanas de Martínez Carrión fuera a darles a su lecho, poco antes de morir, algunas cucharadas de ¡Emulsión de Scott ... ! (1).
Más luchadores son remitidos a Belén.
Así las cosas, cuando Velázquez tenía ya poco más de dos años de reclusión, ocurrió un memorable acontecimiento que arrojó a otros muchos luchadores a las bartolinas de Belén. En los primeros días de septiembre de 1910 un grupo numeroso de periodistas, escritores y otros elementos intelectuales, encabezado por Leocadio Carrillo, Rafael Martínez, Enrique Lailson Banuet, la señorita Dolores Jiménez y Muro, Diego Arenas Guzmán y otros más, solicitaron permiso al Gobernador del Distrito Federal, don Guillermo Landa y Escandón, para verificar una manifestación pública que tendría por objeto apoyar el memorial que el Comité Ejecutivo Electoral de los partidos unidos Nacional Antirreeleccionista
En los momentos en que los manifestantes se dispersaban, los hombres del felón Castro hicieron prisioneros a un gran número de ellos, entre los que se hallaban los siguientes, que por media calle fueron conducidos a la Cárcel de Belén: Manuela Peláez Pineda, J. Cruz Rodríguez, Francisco de A. Maya, Lucio y Cesáreo Cabrera, Angel Zozaya, Aparicio Sánchez, José y Francisco Hernández, Juan Pineda, J. Mercado Freyra, Pablo Doria, Adrián Romo, Eduardo López Guerra, Francisco Escobedo, Alfredo Reyes, Saúl Navarro, Pedro Rosales, Daniel Marín, Benigno Viñas Aguirre, Alberto Enríquez, Antonio Rodríguez, así como los ya aludidos Leocadio Carrillo, Enrique Lailson Banuet, el vibrante orador Diego Arenas Guzmán, Rafael Martínez, más conocido en el periodismo antirreeleccionista por el seudónimo de Rip Rip, y la valiente y talentosa escritora revolucionaria señorita Dolores Jiménez y Muro, que tuvo un gesto de admirable virilidad desafiando al sicario Castro, que trataba de herirla con la punta del machete en los momentos de su aprehensión.
Velázquez traba íntima amistad con todos estos luchadores.
Por afinidad de ideas y sentimientos, desde que los luchadores arriba enumerados llegaron a Belén, Velázquez trabó íntima amistad con todos ellos, pero particularmente con los obreros Leocadio Carrillo y Enrique Lailson Banuet y el periodista Diego Arenas Guzmán, quienes por su trato sincero, franco y afectuoso llegaron a profesarle una gran estimación, y a llamarle cariñosamente Juanito. Durante sus pláticas, sostenidas generalmente en los inmundos patios, donde en las anchas grietas del mugroso pavimento pululaban millones de piojos blancos que en gruesas formaciones se arrastraban lentamente, Velázquez les refería infinidad de pormenores sobre su prisión en San Juan de Ulúa, y recordaba emocionado los hondos sufrimientos que tanto él como Juan Sarabia, César Canales, Lázaro Puente, Enrique Novoa y otros de los más destacados combatientes padecieron como consecuencias de las iras del viejo Dictador. Pero también salpicaba Velázquez sus relatos con detalles humorísticos, haciendo saber a sus amigos algunas de las ocurrencias de Barrera Peniche, que como he dicho en el capítulo a él dedicado, se traía al remolque al ignorante y desalmado negrazo Boa, el implacable verdugo a quien por su barbarie y salvajismo todos temían y miraban como un auténtico demonio.
Velázquez y sus compañeros de prisión cantan La Golondrina de Sarabia.
Así pasaba el tiempo y cada vez era más insoportable la permanencia en la ya por fortuna desaparecida Cárcel de Belén, también llamada en un tiempo Palacio Campuzano por algunos reclusos, adonde frecuentemente llegaban nuevas víctimas de la tiranía, que como a Velázquez y sus amigos, a no pocas de ellas se encerraba en los famosos calabozos de suplicio, que mucho se parecían a las peores mazmorras de la fortaleza veracruzana, y que como he dicho en otro lugar, constituían unos de los más infames instrumentos de tortura que el régimen dictatorial utilizaba para doblegar y martirizar a los ciudadanos que tenían el atrevimiento de combatir o simplemente señalar sus injusticias, arbitrariedades y atropellos. Y como un detalle sentimental, manifestaré que según me ha referido últimamente el mismo don Diego Arenas Guzmán, cuando tanto él como Velázquez y compañeros de lucha y periodismo se sentían entristecidos o agobiados por las amarguras y penalidades de su injusto y prolongado confinamiento en que no podían comunicarse con el exterior, ni recibir noticias de los seres queridos, y tenían la desgracia de verse obligados a soportar la convivencia entre ladrones y asesinos y la estulticia y malos tratamientos de los blasfemos y rudos capataces, para consolar sus desventuras y sinsabores, entonaban a media voz y en medio de las sombras de su calabozo la inspirada y conmovedora canción de La Golondrina compuesta por Sarabia, seguramente sin saber que cosa igual habían hecho en momentos de suprema aflicción y abatimiento, muchos de los infortunados cautivos de San Juan de Ulúa.
Salen en libertad.
Pero al fin llegó la hora de la justicia. Diego Arenas Guzmán, Leocadio Carrillo, Lailson Banuet y todos los que junto con ellos habían sido encarcelados, obtuvieron su libertad el once de mayo de 1911, debido a que ya para esa fecha la Dictadura, previendo su próximo derrumbe, no se mostraba tan implacable con los que habían sido sus opositores, sino que trataba de aparecer benigna ante la opinión de los revolucionarios que cada día alcanzaban nuevos triunfos en los campos de batalla; y veinte días más tarde, ya destronado el déspota tuxtepecano, recibieron el mismo beneficio Arnulfo Zertuche, Venancio Aguilar, Regalado, López Manzano y Velázquez, amparados por la Ley de Amnistía para los reos políticos decretada por el Congreso de la Unión.
Velázquez muere en un combate.
Juan E. Velázquez no disfrutó sino sólo un breve tiempo de los goces de su liberación. Como a César Canales, lo perseguía un adverso destino, ya que habiéndose unido al movimiento rebelde que el Lic. don Emilio Vázquez Gómez encabezó contra el Presidente Madero, tuvo la mala éstrella de sucumbir a principios de 1912, a los 30 años de edad, en un combate sostenido con tropas maderistas en un punto del Estado de Tlaxcala.
De esta manera dejó de existir en plena juventud este luchador que tanto sufrió por la causa del pueblo; este abnegado y honesto combatiente que como a muchos otros se tiene injustamente en el olvido, y a quien se rinde un sincero homenaje en estas páginas.
NOTAS
(1) A propósito del Dr. De la Peña, que era hermano de Rosario la que Acuña inmortalizó en su Nocturno, diré que se ha asegurado que no falleció en el Hospital Juárez, sino que habiendo sido enviado a Ulúa murió al poco tiempo en una de sus mazmorras. Se ha dicho también que en la época porfiriana y por cuestiones políticas estuvieron presos en la fortaleza los futuros generales Juan G. Cabral y Pablo Quiroga; pero como ninguna de estas aseveraciones las he podido comprobar, me eximo de incluir los nombres de estos tres personajes entre los cautivos y mártires del Castillo de San Juan de Ulúa.