LOS MÁRTIRES DE SAN JUAN DE ULÚA
Eugenio Martínez Núñez
CAPÍTULO DÉCIMOSEXTO
LA ODISEA DE JOSÉ NEIRA
Sus primeros pasos.
Este punto menos que olvidado luchador, que armoniosamente amalgamó en su fructífera existencia el arte con los trabajos manuales e intelectuales, nació en la Delegación de Tlalpan, Distrito Federal, el 23 de julio de 1877. Fueron sus padres don Cesáreo Neira y doña Guadalupe Obcejo, ambos pertenecientes a la clase media. A los siete años inició sus estudios primarios en una escuela oficial de la misma población, y los terminó un lustro más tarde con muy buenas calificaciones.
Se enfrenta a la lucha por la vida.
Siendo sus progenitores de escasos recursos económicos, apenas salido de la escuela y para ayudar al sostenimiento del hogar, viose obligado a abandonar sus distracciones infantiles para trabajar en una fábrica de hilados y tejidos denominada La Fama, ubicada en la propia Delegación, y en la cual permaneció bastante tiempo desempeñando con gran habilidad diversas labores peculiares del oficio. Pero en vista de que el salario era en extremo reducido y creyendo que en otro lugar podría ganar un poco más para ayudar mejor a su familia, cuando sólo tenía unos quince años de edad echó se a recorrer mundo marchando al Estado de México, donde no tardó en encontrar empleo en otra fábrica textil de nombre La Colmena. Y a para entonces el joven Neira alentaba en su espíritu las ansias de mejoramiento social, cuyos ideales externaba con entusiasmo entre sus compañeros de trabajo, todos ellos padeciendo una injusta retribución a sus prolongadas labores, circunstancia que le valió ser despedido por los dueños del negocio.
Sufre persecuciones.
Como ya había adquirido suficientes conocimientos en el ramo textil, y además le agradaba esta clase de trabajo, solicitó y obtuvo una nueva ocupación en otra fábrica similar llamada Río Hondo, también en el Estado de México, por el rumbo de Ixtapan de la Sal. Pronto se hizo aquí muy estimado por los demás obreros, tanto por su espíritu fraternal como por su inteligencia y facultades poéticas, que demostró al producir bien logrados versos y letras para canciones, que desde luego se hicieron populares. En esta fábrica comenzó a tener conocimiento de las luchas del Partido Liberal, a leer periódicos de combate como Regeneración, el Diario del Hogar, La Voz de Juárez y El Hijo del Ahuizote, así como a nutrirse en las enseñanzas de los escritores revolucionarios más avanzados de la época; e interpretando el acervo literario que palpitaba en esos elementos de difusión de las nuevas ideas, predicaba a sus compañeros el evangelio de la verdad y la justicia a fin de que se organizaran en sindicato para reclamar a la empresa sus derechos a una mejor, más humana y equitativa convivencia. Por esta labor social, que fue considerada subversiva y peligrosa y aún recuerdan los ancianos de la comarca, no sólo fue despedido por los patrones sino que lo obligaron a huir a despoblado. Casi sin probar alimento anduvo vagando por el monte varios días, pero habiendo pasado casualmente por ahí unos arrieros que llevaban mercancías a distintas poblaciones del Estado se les unió desde luego, y convertido también en arriero permaneció cerca de un año en su compañía recorriendo caminos y más caminos, hasta que en 1905 marchó al Estado de Veracruz, donde siempre con el propósito de continuar trabajando en el ramo textil pidió y le fue concedido empleo en las fábricas de Río Blanco en Orizaba.
Líder de la histórica huelga.
En estas fábricas, ya con la firme decisión de consagrarse por entero a las luchas proletarias, José Neira tuvo por compañeros de labor a los ya mencionados Juan Olivares, Rafael Tapia, Camerino Mendoza, Teodoro Escalona, Heriberto Jara, Pánfilo Méndez y Salvador González, así como a otros más que como los nombrados figuraron posteriormente de modo destacado en nuestras contiendas populares. Junto con ellos estableció en Orizaba una sucursal del Gran Círculo Obreros Libres, que los camaradas textiles de Puebla y de Tlaxcala habían organizado con el fin de lograr más justas condiciones de vida y de trabajo; y asimismo, en su compañía, fundó el periódico La Revolución Social en que, como se ha dicho, y de acuerdo con la Junta del Partido Liberal, se hacía en la región muy activa propaganda revolucionaria de tendencias socialistas; y luego, también con su concurso, e igualmente de conformidad con la propia Junta, organizó y llevó a efecto la histórica huelga que, como resultado de las intransigencias de la empresa por atender las legítimas peticiones de los obreros, que como sus hermanos los mineros de Cananea demandaban mayor salario y disminución de horas de trabajo, estalló en Río Blanco en los últimos días de diciembre de 1906. Es bien sabido que en tanto se estudiaban y resolvían sus peticiones, los obreros volvieron al trabajo en la mañana del 7 de enero de 1907; pero entonces ocurrió una infamia que en su buena fe no pudieron imaginar, o sea que las tropas de los generales Rosalino Martínez y Joaquín Maas aprehendieron a muchos de ellos y acribillaron a tiros a más de seiscientos, cuyos cadáveres fueron conducidos a Veracruz en varios furgones del ferrocarril para ser arrojados al mar como basura.
Entre los dirigentes obreros que tan villanamente fueron asesinados se hallaban José Juárez, Rafael Moreno, Antonio Bonilla, Nicolás López, Manuel Cortés, Agustín Mirón y Antonio Ramírez; y entre los prisioneros figuraban José Neira y Margarita Martínez, que como Juan Olivares eran delegados de la Junta del Partido Liberal en la región fabril de Orizaba.
Escapa de la muerte y es remitido a la fortaleza.
Ya una vez capturado, Neira estuvo a punto de ser pasado por las armas como lo habían sido y lo estaban siendo muchos desventurados obreros que como a él se acusaba de los delitos de homicidio, robo, reuniones tumultuosas y rebelión. Se salvó del patíbulo gracias a la súbita suspensión que de tales ejecuciones lograron por presión política ante el Dictador diversas representaciones extranjeras. Pero si debido a esta oportuna intervención no fue fusilado, el Caudillo dispuso que a cambio de una muerte fulminante, se le encarcelara por cinco años en la fortaleza, para que allí la misma muerte le llegara lenta y horriblemente en el fondo de sus más lóbregos calabozos.
Neira fue enviado al presidio junto con la gran luchadora Margarita Martínez y otros trabajadores cuyos nombres no he podido recoger para rendir tributo a su memoria. Margarita fue alojada en un departamento especial y pronto salió en libertad. Pero Neira fue tratado con suma crueldad, ya que entre los tormentos que se le aplicaron, figura el de haber sido colgado de los pies con unos garfios de hierro, cosa horrenda que solamente se perpetraba en casos muy excepcionales. Las cicatrices que tales garfios le dejaron las conservó por mucho tiempo, y aún le eran claramente visibles cuando dejó de existir a los sesenta y dos años de edad. Desde el momento en que fue condenado a prisión, su anciana madre no dejó de hacer gestiones a fin de que obtuviera su libertad, logrando esto al cabo de tres años de infinitos trabajos, mediante un nuevo indulto que milagrosamente pudo obtener del propio general Díaz, que lo concedió con la condición de que Neira nunca volviera a trabajar en fábricas textiles, y sobre todo, de que jamás intentara soliviantar de nuevo a los obreros de esas fábricas y demás trabajadores del país.
Vuelve a la lucha.
Pero una vez libertado, cosa que ocurrió a principios de 1910, Neira, fiel a sus convicciones y sin temor a represalias, volvió a expresar sus ideales de justicia social por medio de la prensa, hasta que tuvo la satisfacción de ver el derrumbamiento de la Dictadura que por tanto tiempo se había creído invencible y que tanto y tan brutalmente había tiranizado al pueblo mexicano.
Después del triunfo del maderismo y teniendo fe en que éste cumpliera sus promesas de reivindicación obrera y campesina, se dedicó tranquilamente al comercio; pero al estallar el cuartelazo de febrero reanudó la brega periodística fundando en esta ciudad de México el semanario La Voz de la Miseria, en el que como su nombre lo indica, se hacía eco de las angustias, sufrimientos y necesidades de las clases humildes y desamparadas, sin dejar por ello de combatir con gran entereza y virilidad al régimen usurpador. Esto le causó implacables persecuciones, por lo que tuvo que marchar al Estado de Nuevo León, donde en Monterrey contrajo nupcias con la señorita Dilia Ester Castillo y publicó otros periódicos, El Vale Coyote y Nueva Patria, desde cuyas columnas continuó atacando inflexiblemente las ferocidades del huertismo. Por esta tenaz campaña fue nuevamente perseguido, y habiendo sido capturado estuvo otra vez en grave riesgo de ser fusilado, salvándose gracias a la intervención de su esposa, que dijo ser nativa de Colombia con objeto de que el Cónsul de ese país tomara cartas en el asunto, como efectivamente las tomó, consiguiendo que Neira fuese conducido para ser juzgado a esta capital, donde al fin recuperó la libertad en virtud de las gestiones que en su favor hicieron algunos de sus antiguos compañeros de trabajo en Orizaba, aunque con la condición de que desde luego debería abandonar el territorio nacional.
En Estados Unidos y Alemania.
Entonces, junto con su esposa, se refugió en San Antonio, Texas, donde permaneció algún tiempo en compañía de otros muchos exiliados políticos, para embarcarse en seguida con destino a Europa, radicándose en Alemania con el propósito de conocer y tratar personalmente a algunos grandes luchadores y escritores socialistas y anarquistas que en la ciudad de Francfort se iban a reunir en un Congreso Revolucionario Internacional. Por diversas causas no pudo asistir a este congreso, y luego, en distintas poblaciones alemanas vivió cerca de dos años visitando museos, universidades y otros centros de cultura, hasta que habiéndosele agotado los recursos quedó prácticamente en la miseria. Por esta circunstancia, para subsistir y enviar fondos a su esposa tuvo que pedir trabajo en una fábrica de maniquíes, hecho que unido a sus grandes disposiciones artísticas habría de marcar el principio de su carrera de excelente modelador de figuras de cera.
Retorna a la patria.
Después de varios meses de prestar sus servicios en esa fábrica, en la que mucho sobresalió por la maestría con que ejecutaba sus trabajos, volvió a la Unión Americana para recoger a su consorte, y ya junto con ella regresó a México con la idea de continuar propagando en la prensa sus principios revolucionarios, cosa que llevó a efecto durante el Gobierno del señor Carranza; y cuando tuvo lugar el movimiento rebelde de Agua Prieta, se retiró definitivamente del periodismo y la política, y dio comienzo a la elaboración de las mencionadas figuras, mismas que para atender sus necesidades vendía a bajo precio en las calles más céntricas de esta populosa capital.
Establece dos museos.
Más tarde, cuando el llamado Niño Fidencio se hizo famoso por las extraordinarias curaciones que se le atribuían, elaboró un grupo de figuras que lo representaban rodeado por sus enfermos, y poco después modeló unas efigies del general Obregón, del arzobispo Mora y del Río, del aviador Emilio Carranza y otras más, todas de tamaño natural, que junto con las de aquel falso taumaturgo exhibió en un museo que con la cooperación monetaria de un socio logró establecer en los bajos del ya desaparecido Portal de la Colmena, que estaba situado en el costado sur de nuestra gran Plaza de la Constitución. Pero tuvo la mala suerte de que todas esas figuras, que estaban ejecutadas con destreza inigualable, le fueron recogidas y hechas pedazos simplemente porque las autoridades consideraron un desacato para Obregón exhibir su retrato junto con el eclesiástico Mora y del Río.
Este arbitrario despojo, que significaba un cúmulo de trabajos y desvelos perdidos deplorablemente, no lo desanimó, sino que con renovado entusiasmo elaboró otras muchas figuras, entre ellas unas que representaban con admirable realismo los tormentos inauditos aplicados a los herejes por la Santa Inquisición: mujeres horriblemente mutiladas y sangrantes con expresión de espanto y de dolor infinito; hombres que despiadadamente eran descuartizados en potros y máquinas infernales de suplicio, y todo esto en un ambiente lúgubre y sombrío que hacía ver aún más lívida e impresionante la palidez de los atormentados. Entonces tuvo ciertas dificultades con su socio en cuestiones económicas, por lo cual cedió a éste una parte de sus obras como pago a las deudas contraídas, y con las que le quedaron fundó en 1933 un nuevo museo en la casa número 21 de las calles de Argentina; pero por haber invertido en sus trabajos mayor cantidad de dinero del que podía pagar en tiempo determinado, el museo le fue embargado y nuevamente le fueron recogidas las figuras en garantía de los saldos insolutos. Este segundo golpe tampoco lo desalentó, sino que, como la primera vez, con verdadero empeño y perseverancia reanudó sus labores, y con la ayuda de algunos centros obreros que acudieron en su auxilio en señal de gratitud por sus luchas y sacrificios de otros tiempos en favor de sus hermanos los trabajadores de Río Blanco, volvió a abrir su museo en la misma casa de las calles de Argentina, que es donde se encuentra en la actualidad.
Una obra generosa.
Desde que regresó de los Estados Unidos, Neira tuvo muy frecuentes reuniones con sus viejos compañeros los precursores de la Revolución con objeto de estudiar con ellos los mutuos intereses, y con el transcurso del tiempo procuró aliviar, dentro de sus posibilidades, la situación de los más necesitados. Y ya en las postrimerías de su vida llevó a cabo una labor benefactora por todos conceptos digna de alabanza, al establecer de su no boyante peculio, en la calle Leandro Valle de esta ciudad, un comedor gratuito para todos aquellos de sus mismos compañeros, que agobiados por un cruel destino, carecían de todo género de bienes de fortuna.
Su deceso.
Pero esta obra generosa sólo dio sus bellos frutos de amor y de piedad para con los desheredados por espacio de tres meses, al no poder seguirla sosteniendo José Neira por haber enfermado tan gravemente que el médico que lo atendía aconsejó que, como una probabilidad de salvarle la vida, debería ser trasladado a un lugar como Cuernavaca, cuyo clima era más benigno para su caso que el de la ciudad de México. Así pues, atendiendo la opinión del galeno, los familiares del paciente lo condujeron a dicha población, donde por desgracia en lugar de haber recuperado la salud, falleció un mes más tarde en la casa número 25 de la calle de Atlacomulco, el 25 de diciembre de 1939.
Y para concluir, sólo diré que este abnegado y tesonero luchador, cuya memoria se conserva en las mejores páginas de dolor y sacrificio de la historia del movimiento obrero mexicano, aparte de los versos de combate que compuso al través de su existencia, escribió unas memorias de su cautiverio en San Juan de Ulúa, memorias que algún día publicará su familia para que se conozcan más ampliamente los tremendos infortunios que padeció en las ergástulas de tan inhumana y terrible fortaleza (1).
NOTAS
(1) Los datos para confeccionar este capítulo me los proporcionó gentilmente la familia del señor Neira.