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LOS MÁRTIRES DE SAN JUAN DE ULÚA
Eugenio Martínez Núñez
CAPÍTULO DÉCIMOSEPTIMO
LA VIDA Y LA PRISIÓN DE JUAN JOSÉ RIOS
Causas de su encarcelamiento.
Juan José Ríos fue un hombre de claro talento, de amplia visión social y de firmes convicciones liberales. Originario de San Juan del Mezquital, Zacatecas, este gran ciudadano, que como se sabe llegó a ser uno de los más distinguidos generales de nuestro Ejército, había venido sosteniendo correspondencia desde 1905 con la Junta de San Luis, Missouri, y en su tierra natal efectuaba reuniones secretas para tratar sobre la urgente necesidad que había de secundar desde luego el movimiento revolucionario que la misma Junta preparaba en toda la República contra la Dictadura porfirista. Poco tiempo después, para contribuir al triunfo del propio movimiento, reunió y armó a más de 600 hombres, la inmensa mayoría campesinos de los contornos que por ser inicuamente explotados por los voraces terratenientes estaban resueltos a lanzarse a la contienda para sacudirse el yugo que los oprimía; pero habiéndosele interceptado unas cartas dirigidas a los correligionarios Manuel Vázquez, de Ciudad Victoria, y Cipriano Medina, de Puerto México, las autoridades dictaron órdenes de aprehensión en su contra, cosa que se llevó a efecto a fines de septiembre de 1906, para luego ser remitido a Veracruz, donde el tantas veces aludido Juez de Distrito Betancourt le instruyó proceso y lo condenó a siete años de prisión en San Juan de Ulúa.
Algo de lo que sufrió y escribió en el presidio.
Juan José Ríos llegó al Castillo en plena juventud, ya que habiendo nacido el 27 de septiembre de 1882, al pisar los calabozos de la prisión sólo tenía 23 años de edad. Pero el maltrato, las humillaciones, los suplicios, la soledad y los ultrajes que padeció durante los cinco años que estuvo en Vlúa, hicieron mella en su vigorosa constitución física, y al salir en libertad en junio de 1911 se veía enfermo y parecía tener mucha mayor edad de la que en realidad tenía.
Durante su penoso cautiverio, Juan José Ríos, que además de periodista y escritor era poeta que cultivaba los géneros serio y humorista, produjo un gran número de composiciones en prosa y verso, de las cuales tomo un soneto y una vívida descripción de los sufrimientos de cuantos por su rebeldía o desgracia se encontraban vegetando en las ergástulas de la fortaleza. El soneto, intitulado Al Cielo, dice así:
Yo también como tú estoy constelado
de diamantes de un brillo prodigioso;
y a veces como tú estoy borrascoso,
horrendo, apocalíptico, irritado.
Yo también como tú no fui formado
de un obrero al trabajo laborioso;
yo también como tú soy misterioso,
incomprensible, abstracto, inexplorado.
Me llaman hombre, nombre al que respondo
sin que entienda su intrínseco sentido,
ni su significado. ni su esencia.
Yo también como tú no tengo fondo,
porque no he, en mis desvelos, comprendido
ni el principio ni el fin de mi existencia.
Y la descripción, que tiene por título Los Caídos, es la siguiente:
Vedlos ahí ... Con la frente preñada de tristezas rugientes, el alma henchida de ternuras macilentas y el corazón pletórico de grandezas exangües, presenciando el trágico desfile de ilusiones extintas, de esperanzas ajadas por el odio, de sueños disipados por la estulticia.
Vedlos ahí ... Casi vencidos en sus cruentas luchas en la vida, poseídos de no se sabe qué extrañas rebeldías, cuando al fijar la vista en derredor de sí, descubren la bruma tenebrosa de un horizonte maldito; a su espalda, el arcabuz homicida, ante su pecho la bayoneta en reto, sobre su cabeza fulgurando con resplandor insultante la espada de Damocles oscilando al viento de la pacificación, y a sus pies el olvido abriendo un profundo abismo.
Vedlos ahí ... turbando el silencio con sus voces apagadas de moribundo, empuñando como bandera unos jirones de su juventud enclenque, como escudo las debilidades de su vejez prematura, presentando a Themis sus derechos andrajosos como ofrenda y enseñando al mundo que ríe de indiferencia punible y bosteza de tedio egoísta, los despojos sangrientos de su dignidad conculcada.
Vedlos ahí ... atados al muro inconmovible, luchando cara a cara con la muerte, abrazándose con desesperación a la vida que flamea en el vacío como fuego santélmico: con lúgubres fosforescencias de osario ...
Pálidos, demacrados, displicentes, suplicantes, indignados, permanecen ahí como testigos mudos del silencio y de la ruina, como actores decorativos de una comedia infame, como víctimas de los caprichos de un delirio salvaje, como muertos levantados de sus tumbas, reanimados por un soplo de miseria, enseñando los puños descarnados, demandando venganza ante el genio protector del irredento ...
Representantes del dolor que protesta, del llanto que acusa, de la queja que implora. Entidades anónimas del organismo colectivo momificado por el terror, especie de fantasmas que danzan en las sombras al compás lento de un salmo funerario; funámbulos de risa silenciosa a manera de mueca convulsiva, cuya actitud terrible llena el alma de compasivo espanto y de tristeza atrozmente abrumadora ...
... Caravanas de sombras extraviadas en los áridos desiertos de la vida, lúgubre procesión de congeladas palideces destacándose con dificultad en fondo gris de decadencia; extraña sinfonía de ayes sin eco; incoherentes plegarias que se pierden en la impasibilidad de una misericordia creada a fuerza de lágrimas y obscurantismo.
Entre tanto vedlos ahí ... doblegados bajo el peso de un destino desbordante de ironía y cargado de negras veleidades; permaneciendo largos minutos con los jos fijos en no se sabe qué misteriosas profundidades, gimiendo a intervalos como si al interrogarse acerca de las amarguras de su suerte una voz interna les contestase con las fatídicas palabras que el poeta florentino supusiera en la puerta del Infierno: lasciate ogni speranza ... (1).
Expresa gratitud a su defensor Flores Magón.
Al salir en libertad, Juan José Ríos, conservando en la retina la visión dantesca de los horrores del presidio y en el alma un imborrable recuerdo de sus propios padecimientos, regresó a San Juan del Mezquital, su patria chica, donde teniendo muy presente la noble actitud del Lic. Flores Magón al constituirse en desinteresado defensor, tanto suyo como de los demás luchadores aherrojados en Ulúa, y sabiendo que el propio abogado, a pesar de su modesta situación económica, había tomado por su cuenta los gastos necesarios para que los más pobres y desamparados de los presos políticos que como él acababan de abandonar los calabozos con la caída de la Dictadura volvieran a reunirse con sus familiares, a principios de julio de 1911 envió para su publicación al Diario del Hogar las siguientes líneas manifestando su más profunda gratitud para el mismo profesionista, que en aquella época de tremendas persecuciones fue el único abogado que tuvo el valor suficiente para desafiar las cóleras del tirano al hacerse cargo de las defensas de los revolucionarios encarcelados en la fortaleza y demás presidios de la República (2):
En uno de los últimos números del Diario del Hogar, dice Ríos, vi insertada la copia de una comunicación de la Secretaría de Gobernación, en la cual da las gracias al señor Lic. D. Jesús Flores Magón por su patriótico desprendimiento, al no consentir que la referida Secretaría sufragara los gastos que, para que retornaran a sus hogares los ex presos políticos de Ulúa, se hicieran por cuenta del erario nacional, exhausto a causa de los pasados acontecimientos.
Yo soy uno de esos excarcelados que oesde 1906 fui arrojado sin piedad, a causa de mis ideas libertarias, a las macabras galeras de San Juan de Ulúa y, por consiguiente, uno de los favorecidos pOI el Lic. Flores Magón. Faltaría a mis deberes más rudimentarios, si de algún modo no le hiciera presente al referido jurisconsulto, mi sincera gratitud por tan singular rasgo de desprendimiento.
La conducta del señor Lic. Flores Magón nada tiene de extraña en esta vez; durante el tiempo que permanecimos en Ulúa, con calidad de reos políticos (léanse reos de deicidio en aquella época), el referido señor, con esa abnegación que le es tan peculiar como hombre, con esa honradez que tan bien lo caracteriza como abogado, fue el único que, arrostrando las iras de la ominosa Dictadura porfiriana aceptó de buen grado defendernos en segunda instancia, a todos los que lo nombramos defensor, y esto sin exigirnos pago alguno por honorarios.
Aparte de estos rasgos que en rigor sólo pueden tomarse como detalles de su ejemplar conducta, el Lic. Flores Magón siempre ha sido enemigo jurado de las tiranías, y, desde la aparición en México de su viril semanario Regeneración (1900-1901) supo distinguirse como un luchador intransigente, manteniendo a gran altura en aquellos tiempos de vergonzosas ruindades y de inmorales afeminamientos, el pendón del Cuarto Poder.
Quien haya tratado personalmente al señor Flores Magón, podrá haber observado en él al caballeroso amigo, al entendido jurisconsulto, al apóstol del derecho, al defensor de la ley, que así para el más humilde como para el más encumbrado, tiene frases de cariño y promesas de esperanza.
Recuerdo yo que al ir a darle las gracias por sus gestiones en mi favor durante el tiempo de mi injusto cautiverio, y prometerle cubrir el pago de sus honorarios, me dijo textualmente:
No vale eso la pena, señor Ríos; sólo le recomiendo que en dondequiera que usted se encuentre, labore en bien de la Patria, en lo político y en lo moral.
No me causaría impresión más satisfactoria el imperativo de Kant, pronunciado ante mí por el mismo filósofo alemán, que las palabras citadas del distinguido jurisconsulto. Alentado por ellas, me siento grande en mi pequeñez, y dispuesto estoy a cumplir la patriótica recomendación que encierran.
Reciba entre tanto, por medio de estas líneas, el filántropo caballero y distinguido amigo, señor Flores Magón, la expresión más profunda de mi gratitud ...
Vuelve a las lides periodísticas.
Por aquellas fechas, Juan Sarabia, a la sazón también recién salido de San Juan de Ulúa, se había hecho cargo de la dirección del Diario del Hogar, y estimando como estimaba en alto grado a su antiguo compañero de infortunios Juan José Ríos, lo invitó para que formara parte del cuerpo de redacción del mismo periódico, en el que ya figuraban luchadores de tanto relieve como Antonio 1. Villarreal, Lázaro Puente, Enrique Bonilla, Luis Jasso, Luis Mata y Santiago R. de la Vega. Ríos aceptó desde luego, y junto con Sarabia y demás periodistas emprendió una vigorosa campaña tendente a lograr que el nuevo régimen se despojara de los elementos porfiristas de que se había rodeado y conienzara a cumplir las promesas revolucionarias, particularmente sobre la depuración de la justicia, la dignificación de la clase obrera y el reparto y restitución de tierras a los campesinos de toda la República.
Lucha contra la usurpación.
Posteriormente, a raíz del asesinato del Presidente Madero, Juan José Ríos, abandonando la pluma del periodista para tomar las armas del guerrero, marchó al mineral de Cananea para reunirse con sus viejos correligionarios Diéguez y Calderón, junto con los cuales organizó dos cuerpos de obreros voluntarios que se incorporaron a las fuerzas del general Obregón para combatir las tropas del usurpador Victoriano Huerta. Al frente de uno de esos cuerpos, que formó un batallón, Ríos tomó muy importante participación en multitud de acciones bélicas, entre las que figuran los reñidos combates que tuvieron lugar del 9 al 15 de noviembre de 1913 en Culiacán y que determinaron la caída de esa plaza en poder del Constitucionalismo. Por estos hechos se le otorgó el grado de mayor, y luego, siempre en compañía de otros destacados jefes revolucionarios, continuó luchando por diversos lugares de Sinaloa, Nayarit y Colima hasta el derrumbe del huertismo, en que ya muy merecidamente había ascendido a coronel.
Es Gobernador de Colima y combate al villismo.
Poco más tarde, el 15 de noviembre de 1914, Ríos fue designado Gobernador Provisional del Estado de Colima, cargo que solamente desempeñó hasta el 27 de enero de 1915, en virtud de que habiéndose rebelado en diciembre anterior el general Villa contra don Venustiano Carranza, marchó a incorporarse al Ejército del Noroeste jefaturado por el general Obregón, donde junto con Diéguez, Murguía, Calderón, Amado Aguirre, Pablo Quiroga y otros jefes de gran prestigio, combatió bravamente la poderosa División del Norte, tomando parte prominente en los preparativos y en los hechos de los formidables y encarnizados combates de Celaya, tan terriblemente desastrosos para el enemigo, y en los que ya con el grado de general, mucho se distinguió comandando dos Batallones Rojos integrados por los valerosos y abnegados mineros de Cananea.
Mandatario ejemplar.
Después de los acontecimientos de Celaya, y en tanto que el general Obregón se alistaba para dar las encarnizadas batallas de León de los Aldamas, el Primer Jefe volvió a nombrar Gobernador Interino de Colima al general Ríos, quien sustituyendo a don Eduardo Ruiz tomó de nuevo posesión de su cargo el 10 de mayo de 1915. Durante su gestión, que esta vez duró dos años, seis meses y veinte días, tuvo oportunidad de llevar a la práctica algunos de sus ideales revolucionarios. A pesar de que el Estado, como todos los de la República, atravesaba por muy difíciles circunstancias derivadas de la lucha armada, se preocupó grandemente por mejorar en todo lo posible la condición de los servidores públicos, de los obreros y campesinos, moralizar las costumbres, proteger a los indigentes, sanear la hacienda pública, fomentar la enseñanza, impartir justicia y dar amplias garantías a los derechos de los ciudadanos y a la libre expresión de las ideas.
En materia hacendaria, reorganizó el Catastro y la Tesorería del Estado, haciendo economías, cobrando rezagos y revaluando los bienes rústicos y urbanos. Además, lanzó dos emisiones de papel moneda por ciento treinta mil pesos cada una, que pagó puntualmente.
En obras de beneficio social, fundó dos asilos para huérfanos en la capital, estableció el salario mínimo, aumentó las retribuciones al magisterio, reivindicó las salinas de Cuyutlán, elevó a categoría de pueblos, entre otras, las congregaciones de Guatimotzín, Tepames y Cuyutlán; realizó las primeras dotaciones de ejidos en Suchitlán, Manzanillo, Cuyutlán, Tepames, Coquimotlán y otros lugares; y, en fin, además de otras cosas no menos importantes, creó la Junta de Conciliación y Arbitraje.
En restricción del vicio y las malas costumbres, prohibió la venta de bebidas embriagantes, las peleas de gallos y las corridas de toros.
Para embellecer la ciudad de Colima, y rindiendo homenaje a uno de nuestros patricios más gloriosos, levantó un monumento a don Benito Juárez en el centro de la plaza principal; y coadyuvando en la pacificación del Estado, concedió amnistía a numerosos grupos villistas que deseaban deponer su actitud rebelde.
Al capítulo educativo, según asienta el historiador Daniel Moreno, teniendo como Director de Educación al distinguido maestro Basilio Badillo, le consagró muy especial atención. De acuerdo con los principios liberales, decretó el laicismo obligatorio en toda la enseñanza pública, incluso en los colegios particulares; prohibió el trabajo en haciendas, talleres, comercios, industrias, etc., para niño5 de edad escolar; construyó una Escuela de Artes y Oficios, y restableció la Preparatoria y la Normal para Profesores del Estado; fundó otros numerosos centros de enseñanza, entre ellos la Normal Mixta y las escuelas Ignacio Ramírez, Regeneración, Gabino Barreda, La Corregidora, en la capital; otras en las poblaciones de Chapa, Nogueras, Trapiche, Santiago, El Reumadero, Armería, Caleras y El Pedregal, que junto con otras más, fueron 68. Asimismo, elevó de categoría las ya existentes en Manzanillo, Villa Alvarez, Tecomán, Comala, Guatimotzín y Pueblo Juárez, y en los Asilos de Huérfanos estableció la enseñanza de taquigrafía, telegrafía, mecanografía, corte de ropa y tejidos de palma.
Y en cuanto a lo que se refiere al respeto que siempre profesó por la libertad de prensa, basta mencionar el hecho de que habiendo sido ruda, pero injustamente atacado por un foliculario que tenía grandes dificultades para publicar con regularidad su periódico por no contar con imprenta propia, él ordenó que dicho periódico fuese editado sin costo alguno en los talleres tipográficos del Diario Oficial del Estado, pues decía que era mil veces preferible la crítica y el consejo de los enemigos, que el servilismo y la adulación de los incondicionales.
Se le confieren otros cargos.
Al restablecerse el orden constitucional en la República, el general Ríos, ya de Brigada, entregó el Gobierno de Colima el 30 de junio de 1917, pero continuó siendo Comandante de las Armas del Estado hasta fines del mismo año en que pasó a ser Oficial Mayor Encargado del Despacho de Guerra y Marina, cargo que por su serenidad y rectitud de criterio desempeñó con beneplácito de los elementos revolucionarios hasta el invierno de 1918, y poco después fue nombrado Jefe de las Operaciones Militares en el Estado de Sonora.
Reprueba el movimiento de Agua Prieta.
Desempeñando esta comisión, en mayo de 1920 estalló el movimiento que en el pueblo fronterizo de Agua Prieta organizaron los generales Plutarco Elías Calles, Fausto Topete, Francisco R. Manzo, Abelardo Rodríguez y otros muchos contra el Presidente Carranza, por tratar de elegir como su sucesor en la Primera Magistratura al Ing. Ignacio Bonilla; y como el general Ríos no estuviese de acuerdo con tal movimiento, fue aprehendido y hecho prisionero en la Penitenciaría de Hermosillo. Entonces algunos de los jefes de esa rebelión, entre ellos Topete y Manzo, fueron a verlo a la cárcel y trataron de convencerlo de que los secundara; pero él, a pesar de la estrecha amistad que lo ligaba con ellos, les contestó con su característica franqueza:
Mis simpatías personales están con ustedes; pero mi espada está con el Gobierno legítimamente constituido.
Desempeña otras honrosas comisiones.
A raíz de la caída y sacrificio del Presidente Carranza, el general Ríos fue puesto en libertad, y bajo los regímenes que sucedieron al del infortunado Caudillo de Cuatro Ciénegas, volvió a desempeñar la Jefatura de Operaciones en varios Estados de la República, tales como Tamaulipas, Tabasco, Zacatecas, Puebla y Sinaloa; y durante el Gobierno del Gral. e Ing. don Pascual Ortiz Rubio fue Director del Colegio Militar y Jefe del Estado Mayor Presidencial.
Igualmente, fue Ministro de Gobernación en el Gabinete del mismo Ing. Ortiz Rubio, en cuyo cargo protegió a muchos de los viejos revolucionarios que habían sido sus compañeros en la lucha contra la tiranía porfirista, y a quienes, según su cultura y capacidades, concedió empleos de más o menos categoría en la misma dependencia, remediando con ello la aflictiva situación en que se hallaban.
Nunca olvidó a sus viejos compañeros.
En efecto, el general Ríos nunca relegó al olvido a sus antiguos correligionarios y copartícipes de infortunio en las galeras de San Juan de Ulúa, pues aparte del auxilio que les impartió a los que aún alentaban con vida cuando fue Secretario de Gobernación, ya desde tiempo atrás los había ayudado en la medida de lo posible, y en noviembre de 1929 convocó en esta ciudad de México a los precursores supervivientes que aquí radicaban, para consagrar un fervoroso recuerdo a los que fueron víctimas del porfirismo y que sUcumbieron en las mazmorras de la fortaleza o luchando por sus ideales de superación social.
Atendiendo su llamado se reunieron Plácido Ríos, Elfego Lugo, Jenaro Sulvarán, Luis García, Teodoro Hernández, Adolfo Castellanos Cházaro, Juan Antonio Flores, el Ing. Camilo Arriaga, el general Esteban Baca Calderón y unos cuantos más; y junto con ellos, después de haber pasado lista de los caídos, acordó que se publicaran las memorias de los que padecieron tormentos en las cámaras infernales del Castillo y otros presidios del país, así como que se fundara el grupo de Precursores de la Revolución, que tendría por objeto ayudar económicamente a los miembros más necesitados, continuar la lucha social conforme las enseñanzas de la época, y velar por que la memoria de los precursores idos para siempre fuese glorificada oficialmente, tanto por sus sacrificios como por los grandes servicios que prestaron a la patria al poner los cimientos de una nueva era de mejor convivencia para la comunidad nacional.
Se hizo un poco de justicia.
El mencionado grupo quedó constituido en esa misma reunión, y fue nombrado presidente el Ing. Arriaga; como consecuencia de los trabajos del mismo, que desde su fundación comenzó a llevar a cabo sus objetivos, el Gobierno del General Avila Camacho, con el concurso de las Cámaras Federales, de representantes del Ejército, de distinguidos intelectuales y de numerosos dirigentes de centrales obreras y campesinas, rindió un cálido homenaje a los precursores supervivientes y a los desaparecidos, donde en encendidos discursos se recordó la lucha por todos ellos emprendida desde los albores del siglo, lucha que al través de inmensos sufrimientos, destierros, persecuciones y cautiverios, abrió el camino de la redención de los oprimidos y conquistó para México una existencia de nación verdaderamente libre y regida por normas institucionales.
El general Ríos rechaza condecoraciones.
Pero si bajo dicho Gobierno se rindió tal homenaje a los precursores de la Revolución y oficialmente se les reconoció como tales, en cambio, según nos cuenta Teodoro Hernández, durante los regímenes anteriores se cometió la injusticia de otorgar diplomas y medallas a gran número de falsos veteranos, en tanto se dejaba en el olvido a los precursores auténticos, que siempre se vieron unidos por estrechos vínculos espirituales, y se consideraban como miembros de una sola familia que velaba por la integridad del grupo y por que se honrara la memoria de los compañeros desaparecidos.
Por estas circunstancias, el general Ríos, cuando en 1938 fue ascendido a Divisionario y con tal motivo se le concedieron las condecoraciones que lo acreditaban como Veterano en Primer Grado y Precursor de la Revolución, las declinó con firmeza y dignidad, alegando, entre otras cosas, que mientras a sus compañeros del grupo de precursores no se les hiciera justicia, prefería, respecto a esas distinciones, que se le tuviera también en el olvido. Ante esa misma injusticia, agrega Hernández, Enrique Flores Magón se dirigió a la Secretaría de la Defensa Nacional, pidiendo que declarara si existían o no los precursores de la Revolución, y el general José María Leyva Quintero defendió a los que ya no podían hacerlo por estar muertos y que fueron calumniados.
Y aquí debo decir que en la actualidad, la inmensa mayoría de los precursores de la Revolución ya ha rendido su último tributo a la Madre Tierra. Hasta hace poco sólo quedaban de esa heroica y admirable generación de luchadores el señor Plácido Ríos y el Lic. don Antonio Díaz Soto y Gama; pero como este último y magnífico combatiente, tras una larga y penosa enfermedad sucumbió el 14 de marzo de este año de 67, ya únicamente sobrevive, aunque muy anciano y enfermo, el señor Ríos, que por su limpia trayectoria y ejemplar existencia disfruta, como ampliamente disfrutó el inolvidable don Antonio, del respeto, gratitud y reconocimiento de todo el pueblo mexicano.
Ultimas actividades y muerte del general Ríos.
Después de haber sido Secretario de Gobernación, el general Ríos desempeñó la Cartera de Comunicaciones y Obras Públicas y la Dirección de los Establecimientos Fabriles Militares, así como otras importantes comisiones en diferentes Estados de la República; y el 18 de abril de 1954, encontrándose en Mazatlán, Sin., donde era Jefe de la Zona, dejó de existir ante el dolor de sus compañeros de armas y de la más grande consternación de sus hijos y esposa, la señora doña Dolores Avendaño. Su cadáver recibió los honores que a su alto rango prescriben los reglamentos militares, y fue sepultado con gran solemnidad en el panteón del puerto, con asistencia de una nutrida multitud que se congregó a presenciar sus funerales y rendir homenaje a sus virtudes ciudadanas.
Se va la Vieja Guardia.
Refiriéndose a su muerte, que fue muy sentida por todos los que conocieron su vida ejemplar de luchador por la libertad y la justicia que llegó hasta el sacrificio por sostener sus convicciones, el coronel y Lic. Manuel Pacheco Moreno, que había sido uno de sus más eficientes colaboradores, estampó los siguientes pensamientos en un artículo que bajo el título de Se va la Vieja Guardia publicó en El Universal de la ciudad de México el 30 de mayo de 1954:
Sí, la vieja guardia, la de las acciones guerreras, la guardia que realizó proezas muchas veces legendarias, ya se va ... Casi no hay un mes del año en que no tengamos que escuchar el último toque, el Toque de Silencio, que el clarín de órdenes lanza al viento, mientras lentamente baja al sepulcro el cuerpo yerto de uno de los grandes luchadores.
Pero ese toque de silencio prescrito como último honor a la memoria de un soldado, no ha de obligarnos al silencio, ya que el silencio ante las hazañas de los grandes es negación, insinceridad, olvido ... y los hombres y los pueblos que olvidan sus glorias militares de ayer, sus conquistas en la vida del pensamiento, de la ciencia y de la acción están tan perdidos como los que solamente viven de un pasado que no ha de tener retorno ...
... Apenas ayer, se fue un gran soldado de la vieja guardia, que para mí no solamente es grande, sino dos veces grande, porque con su nombre se escribió una página que es dolor y acusación. Que es ideal realizado con el sacrificio de la vida que lentamente se extinguía en las mazmorras de San Juan de Ulúa y es responsabilidad inmensa, eterna e imborrable contra una tiranía.
Ese luchador es el general Juan José Ríos y esa tiranía es la que encabezaba un hombre a quien no se le pueden negar ni méritos ni tremendas responsabilidades: el general Porfirio Díaz ...
Para entender a aquellos luchadores hay que situarnos no ahora, en que los derechos humanos son Ley y Ley Suprema, son artículo 123; hay que pensar no con el pensamiento de 1954, en que cada quien cara al sol dice su convicción y a gritos, sino de entonces, en que la defensa de un derecho se pagaba con muchos años sin ver el sol ...
... Estos fueron los hombres que superaron el dolor y el sacrificio para realizar la reforma social en nuestra patria. ¿Qué mexicano habrá que no consagre un recuerdo a la memoria de hombres tan ameritados como el general Juan José Ríos, que acaba de morir? México debe levantarle una estela a su memoria.
NOTAS
(1) Estas composiciones, escritas en 1908, fueron reproducidas en el Diario del Hogar en septiembre de 1911.
(2) Es cierto que hubo otros abogados como Pedro Reyes Torres y Serapio Rendón que defendieron a los presos de Ulúa, pero éstos lo hacían esporádicamente por vínculos de amistad o paisanaje, y no sistemática valerosa y desinteresadamente, como lo hizo el Lic. Jesús Flores Magón.
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