LOS MÁRTIRES DE SAN JUAN DE ULÚA
Eugenio Martínez Núñez
CAPÍTULO VIGÉSIMO CUARTO
EL CAUTIVERIO DE LOS REVOLUCIONARIOS DE VIESCA
Se apoderan de la plaza.
Es bien sabido que como resultado de los trabajos de la Junta del Partido Liberal estallaron en diversos lugares de la República numerosos levantamientos, siendo uno de éstos el que se registró en la Villa de Viesca, Coahuila, en la noche del 24 al 25 de junio de 1908.
Este levantamiento, acerca del cual sólo diré unas cuantas palabras por haberlo tratado ampliamente en La Vida Heroica de Práxedis G. Guerrero, fue organizado por el viejo luchador Benito Ibarra, quien al frente de cien insurrectos bien montados, armados y municionados, todos ellos obreros, empleados, artesanos y campesinos, atacó el pueblo tomándolo después de un reñido encuentro con la policía municipal, que al verse derrotada huyó precipitadamente escondiéndose en las casas de la misma población.
Ya obtenida la victoria, los rebeldes pusieron en libertad a los prisioneros que injustamente se hallaban en los calabozos de la cárcel pueblerina. Luego proclamaron el Programa del Partido Liberal, recogieron algunos caballos que se encontraban en los corrales de la Presidencia Municipal y se apoderaron de los escasos fondos que había en las oficinas públicas, todo esto sin cometer un solo acto de violencia o atropellos contra las familias o las personas neutrales.
Se dispersan.
Sólo muy breve tiempo permanecieron en el pueblo, pues tratando de extender la Revolución por otros puntos, en la tarde del día 26 lo abandonaron con el propósito de tomar la cercana Villa de Matamoros; pero como aparte de que ya no contaban con suficiente parque por haberlo agotado en un combate que tuvieron en el camino, supieron que se habían destacadp numerosas tropas en su persecución, desistieron de dicha toma y se vieron obligados a dispersarse con la idea de volver a reunirse más tarde contando ya con nuevos elementos de guerra para proseguir la insurrección en el mismo Estado de Coahuila.
Son tenazmente perseguidos.
Inmediatamente después de estos acontecimientos, de los cuales se ocupó extensamente la prensa gobiernista de todo el país motejando de ladrones, salteadores y bandidos a los luchadores que tomaron parte en ellos, se desencadenó, en efecto, una tremenda persecución contra los mismos por aquellas tropas, capturándose a muchos de ellos, que algunos fueron asesinados, y otros encerrados, con largas condenas, en distintas cárceles de la República.
Entre los revolucionarios que después de varios días de intensa búsqueda fueron aprehendidos y sus familias ultrajadas por la soldadesca, figuraban:
Roberto Ortiz.
Ernesto Delgado.
Julián Cardona.
Epigmenio Escazeda.
Jesús Martínez.
Manuel Escobedo.
Julián, José, Juan y Félix Hernández.
Juan Ramírez.
Nicanor Mejía.
Miguel y Donaciano Estrada.
José Lugo.
Prisciliano Murillo.
Gregorio Bedolla.
Santos y Eusebio Ibarra.
Lorenzo Robledo.
Julián Valero.
José Ochoa.
Sabino Burciaga.
Florencio Alanís.
Pablo Mejía Nava.
Felipe Azcón.
Pedro y José González.
Lucio Cháirez.
Cecilio Adriano.
Albino y Patricio Polendo.
Leandro Rosales.
Andrés Vallejo.
Juan Montelongo.
A la Penitenciaría de Monterrey se condujo a Jesús Martínez, Julián Valero, José Ochoa, Sabino Burciaga, Florencio Alanís, Santos y Eusebio Ibarra, Pablo Mejía Nava, Felipe Azcón y Cecilio Adriano.
A la cárcel de Torreón fueron consignados Miguel y Donaciano Estrada, Pedro y José González y Prisciliano Murillo.
A José Lugo, uno de los más entusiastas y valerosos insurgentes a quien se acusó judicialmente de diz que haber cometido robos y asesinatos durante el levantamiento, se le envió a la prisión de Saltillo, donde fue condenado a la pena de muerte. Por gestiones de su defensor su ejecución se fue aplazando por espacio de largos meses, hasta que al cabo de dos años en que se agotaron todos los recursos para salvarle la vida, fue fusilado en un corral el 3 de agosto de 1910, sin permitir que le vendaran los ojos y recibiendo las descargas con valor y serenidad admirables. Así, con heroísmo, cayó Lugo como caen los grandes, y no como un cobarde, según dijo El Imparcial para denigrar su memoria.
A San Juan de Ulúa.
Y en fin, a la fortaleza de San Juan de Ulúa fueron remitidos con sentencias que variaban entre quince y veinte años de prisión y trabajos forzados, Julián Cardona, Roberto Ortiz, Ernesto Delgado, Epigmenio Escazeda, Manuel Escobedo, Gregorio Bedolla, Juan Ramirez, Lórenzo Robledo, Albino y Patricio Polendo, Lucio Cháirez, Nicanor Mejía, Leandro Rosales, Andrés Vallejo, Juan Montelongo y los cuatro mencionados de apellido Hernández.
Al llegar al Castillo, estos 19 infortunados luchadores fueron encerrados en el galerón infecto donde se hallaban los igualmente desdichados indígenas complicados en los levantamientos de Veracruz, sufriendo en su compañía tantas y tan grandes penalidades que en menos de dos años seis de ellos, Juan Hernández, Ernesto Delgado, Lorenzo Robledo, Epigmenio Escazeda, Albino Polendo y Nicanor Mejía, se reunieron con los centenares de cautivos que habían sucumbido de dolor, de desesperación o de tristeza bajo el garrote de los verdugos, en el fondo de los calabozos o en los jergones de la mal llamada enfermería.
Los sobrevivientes alcanzan la libertad.
Los 13 insurgentes restantes, que con la tremenda condena que pesaba sobre ellos no abrigaban la menor esperanza de arrancarse la túnica del presidiario en tanto que el viejo Caudillo no fuera echado del poder, tuvieron, sin embargo, la más completa seguridad de abandonar inmediatamente la mazmorra cuando la Revolución triunfó sobre el despotismo que los tenía encadenados; pero por diversas causas que más adelante se especificarán, no obtuvieron su liberación sino hasta después de tres meses del derrumbe de la Dictadura, y desde luego marcharon en la mayor miseria hasta su lejana tierra para reunirse con sus apesadumbrados familiares.