Índice de Los mártires de San Juan de Ulúa de Eugenio Martínez Núñez | CAPÍTULO VIGÉSIMO SEXTO - La vida y la prisión del general Gabriel Gavira Castro | Biblioteca Virtual Antorcha |
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LOS MÁRTIRES DE SAN JUAN DE ULÚA
Eugenio Martínez Núñez
CAPÍTULO VIGÉSIMO SÉPTIMO
LA REGENERACIÓN DE LA FORTALEZA
Trabajos preliminares.
Con todo lo que queda referido desde el principio de estas páginas, se ha visto que durante más de un siglo el Castillo de San Juan de Ulúa constituyó un vía crucis de supremos infortunios, lo mismo para los descarriados del camino recto que para los amantes del progreso y bienestar del pueblo, un instrumento de crueldades y barbarie donde todo sentimiento de piedad y misericordia brillaba por su ausencia, un fantasma aterrador que se erguía siniestro para ahogar en sus muros y cavernas todo impulso de liberación y de adelanto, y en fin, una ergástula temible en que se ejercitaban las más ruines venganzas y se llevaban a cabo los más abominables asesinatos políticos. Así pues, tomando en consideración su trágica historia de dolor e infamia, y comprendiendo que por ningún motivo, pretexto ni razón la misma fortaleza debería continuar con el carácter de presidio, puesto que con su permanencia como tal se proseguirían ultrajando minuto a minuto, hora tras hora y día por día los fueros de la humanidad y la justicia, cuando apenas había desaparecido el yugo dictatorial que pesaba como una maldición sobre el desventurado pueblo mexicano, Camilo Arriaga, Antonio Díaz Soto y Gama, Jesús Flores Magón, Juan Sarabia, José Domingo Ramírez Garrido, Eduardo Hay, Antonio I. Villarreal y otros distinguidos luchadores comenzaron a efectuar, como miembros de la Junta del Partido Liberal que trataban de reorganizar en México, unos trabajos a fin de lograr cuanto antes esa urgente y necesarísima reforma que apremiantemente reclamaban los ideales libertadores del movimiento revolucionario.
Madero toma cartas en el asunto.
Poco más tarde tomaba posesión de la Presidencia Constitucional de la República don Francisco I. Madero, quien secundando los trabajos aludidos, en una de las primeras reuniones que tuvo con sus Secretarios de Estado, dictó el acuerdo de que, tan pronto como fuese posible, la fortaleza dejara de ser presidio. Este acuerdo fue publicado con grandes titulares el 14 de noviembre de 1912 en el periódico semioficial Nueva Era, dirigido por don Serapio Rendón, quien con justicia lo alabó mucho, pero por diversas causas difíciles de explicar el Gobierno maderista no procedió a poner en práctica el acuerdo presidencial de referencia; así pues, por tal circunstancia, harto deplorable, la siniestra ciudadela continuó como el más fatídico de los presidios no sólo de México sino de toda América. En 1914, poco antes de la invasión de Veracruz por las fuerzas norteamericanas, el Lic. Fernández Somellera, el notable historiador don Fernando Iglesias Calderón, el periodista veracruzano Juan Malpica Silva y otros personajes perseguidos por el caduco régimen de Huerta, estuvieron recluidos una breve temporada en el Castillo, aunque alojados, con excepción del último, en un amplio y confortable departamento del Palacio del Gobernador, donde disfrutaron de todo género de comodidades y consideraciones.
Por fin Ulúa deja de ser prisión.
Pero al fin, a mediados de 1915, un poco más de cuatro largos años de haber sido estrepitosamente derrumbado el ominoso despotismo porfiriano, la fortaleza, que por tantos lustros había sido cuna de grandes desventuras y deshonra del territorio nacional, dejó de tener ese odioso carácter, y para la dignificación del lóbrego edificio se expidió el siguiente histórico decreto como una imperiosa necesidad para satisfacer algunos de los más altos principios de humanidad y justicia de la Revolución Mexicana:
Venustiano Carranza, Primer Jefe del Ejército Constitucionalista, Encargado del Poder Ejecutivo de la Unión, en uso de las facultades de que estoy investido y
Considerando:
Que los ideales democráticos cuya realización ambiciona el pueblo desde hace tanto tiempo, no toleran la subsistencia de establecimientos penales que carezcan de los más elementales requisitos de higiene que la civilización exige y la humanidad reclama, para no agravar con sufrimientos inusitados el castigo que las leyes determinan para los delincuentes, como sucedía con el uso para prisión del Castillo de San Juan de Ulúa;
Que durante largos años esta fortaleza sirvió para alojar en lóbregas, húmedas e insalubres galerías a los reos del orden militar y no pocas veces a los procesados políticos acusados de rebeldía o sedición, exponiéndolos a adquirir, como en efecto sucedía, graves enfermedades y dolencias incurables que con frecuencia ocasionaban la muerte de muchos de ellos;
Que el Gobierno Constitucionalista, interpretando las aspiraciones populares y el sentir nacional, desea borrar esa mancha arrojada sobre el nombre de México por dictadores y déspotas, cambiando la aplicación de este edificio federal a otros servicios de la Administración Pública para dignificarlo, conservándolo como un monumento histórico y como residencia eventual del Jefe del Poder Ejecutivo de la República;
Por lo expuesto he tenido a bien decretar lo siguiente:
ARTÍCULO PRIMERO. El Castillo conocido con el nombre de San Juan de Ulúa deja desde esta fecha de tener el carácter de presidio.
ARTÍCULO SEGUNDO. Las dependencias del edificio de que se trata quedan, una parte, a disposición de la Secretaría de Guerra y Marina, para que siga siendo utilizada como Arsenal de Guerra, y la otra a disposición del Ejecutivo Federal, para que se sirva de ella como residencia eventual del Jefe del Poder Ejecutivo de la República.
Transitorio
UNICO. Este decreto comenzará a surtir sus efectos desde la fecha de su publicación.
Por tanto, mando se imprima, publique, circule y se le dé el debido cumplimiento.
Dado en la H. Veracruz, a 2 de julio de 1915.
El Primer Jefe del Ejército Constitucionalista, Encargado del Poder Ejecutivo de la Unión.
Venustiano Carranza.
La fortaleza se humaniza y transforma.
Inmediatamente después de promulgado este decreto, que fue elogiosamente comentado por los hombres de bien y elevados sentimientos, todos los reos comunes que se hallaban en los calabozos y galeras del Castillo fueron sacados para ser conducidos en lanchones custodiados por soldados a la ciudad de Veracruz, donde algunos de los que estaban muy próximos a cumplir su condena o habían tomado parte en la defensa del puerto durante la invasión americana fueron puestos en libertad, y los demás repartidos en distintas cárceles del interior del país, en que el régimen penitenciario era mucho menos rigoroso de lo que había sido en la fortaleza.
Poco más tarde, totalmente libre de penados el Castillo, que presentaba un aspecto de rara soledad en que aún parecía escucharse el eco de los lamentos y de las frases de desesperación de los cautivos, se hicieron desaparecer las famosas tinajas inquisitoriales y muchas de las más espantosas mazmorras y galeras del presidio, que posteriormente, de conformidad con el mismo decreto, fue destinado a los usos en él especificados, y además en Museo Histórico Regional, en talleres de carpintería y en productor astillero en pequeña escala. En estas condiciones, la fortaleza permaneció cerrada por algún tiempo a la curiosidad pública; la gente tenía que conformarse con mirarla desde lejos con sus torreones y muros legendarios, que lo mismo fueron testigos de dramas en que el dolor fue el argumento, que escenario de gestas gloriosas contra potencias extranjeras. Teniendo libre acceso, bien pronto fue muy visitada, y más aún en la actualidad, en que unida por un costado con tierra firme al puerto de Veracruz, es un lugar sumamente concurrido por turistas nacionales y de otros países, particularmente norteamericanos, que como he manifestado en un principio, acuden diariamente, atendidos por guías en general incompetentes, a observar las grandes reparaciones, adaptaciones y modificaciones interiores que se le están haciendo, así como a conocer lo que se conserva, para eterna maldición de tiranos y opresores, de los antros pavorosos donde desde la tenebrosa dominación española hasta la temible Dictadura de Porfirio Díaz, innumerables seres humanos padecieron horas interminables de dolor, de desolación y de amargura.
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