Índice de Los mártires de San Juan de Ulúa de Eugenioo Martínez NúñezCAPÍTULO TERCERO - Juan Sarabia en San Juan de UlúaCAPÍTULO QUINTO - Elfego Lugo, su prisión y sus relatosBiblioteca Virtual Antorcha

LOS MÁRTIRES DE SAN JUAN DE ULÚA

Eugenio Martínez Núñez

CAPÍTULO CUARTO

EL CAUTIVERIO DE CÉSAR CANALES


Quién era Canales.

Desgraciadamente se han olvidado los nombres de muchos ciudadanos que con ejemplar desinterés lucharon por la libertad del pueblo mexicano en la época precursora de la Revolución y en la Revolución misma en los campos de batalla. Algunos de ellos murieron ignorados, y otros, que en un tiempo alcanzaron cierta celebridad por su inteligencia o por su arrojo, sólo son mencionados de modo accidental en algunas páginas de uno que otro libro de historia revolucionaria, o en ciertas columnas de viejas publicaciones que se conservan en empolvadas y silenciosas hemerotecas como fuente de información para los investigadores.

Uno de estos luchadores injustamente postergados es el talentoso periodista y valiente guerrillero César Elpidio Canales. Nacido en 1882 en el pueblo de Lampazos, Nuevo León, tierra de tradición liberal y cuna del ilustre soldado de la Reforma, general Francisco Naranjo, Canales, dotado de gran simpatía y de un carácter inquieto e irreductible, hizo sus primeros estudios en el solar natío; y a los 18 años de edad, después de haber terminado los cursos preparatorios con las mejores calificaciones, comenzó a combatir la Dictadura en la prensa y en la tribuna del Club Liberal Lampacense. Por esta causa fue aprehendido en abril de 1901, golpeado y encerrado en el calabozo de un cuartel de la misma población, por espacio de dos meses, acusado del delito de incitar al pueblo a rebelarse contra las autoridades legalmente establecidas.

Saliendo de la prisión gracias a un fallo del Lic. Ricardo Cicero, Magistrado del Tribunal Primero de Circuito de la ciudad de México, Canales ingresó al Colegio Militar de Chapultepec, donde desde luego se conquistó el afecto y la admiración de sus compañeros de clase por sus ideales de justicia y los arrebatos de su carácter enérgico y audaz. Pero como además de haber sido valiente hasta la temeridad era un rebelde nato, pronto abandonó el plantel por no estar de acuerdo con su reglamento, que en aquella época de opresión en muchos aspectos confundía la disciplina con el servilismo.

Poco más tarde se radicó con su familia en Eagle Pass, Texas, donde para ayudar al sostenimiento del hogar paterno, trabajó como telegrafista del ferrocarril; y a fines de 1905, comenzando a llevar a cabo algunos de sus atrevimientos inauditos y hasta heroicos en los días de la Revolución, al frente de unos cuantos hombres que reunió y armó en la citada población, hizo unas incursiones rebeldes de tipo relámpago por distintos pueblos del Estado de Chihuahua, de acuerdo con el Manifiesto que en septiembre de aquel año había expedido la Junta del Partido Liberal, invitando a los mexicanos dignos y patriotas a levantarse en armas contra el despotismo porfirista.

Es reducido a prisión en la fortaleza. En 1906, colaboró asiduamente en varias publicaciones socialistas del Sur de los Estados Unidos, y en octubre del mismo año reanudó sus actividades subversivas tomando parte muy activa, en compañía de Juan Sarabia, en los preparativos para el ataque a Ciudad Juárez, por lo que junto con éste y otros insurgentes fue aprehendido y encarcelado en Chihuahua, donde después de un intento de fuga, el tribunal de que se ha hecho mención lo sentenció también a más de siete años de cautiverio en el Castillo de San Juan de Ulúa.


En diversas mazmorras.

En la fortaleza, sufrió Canales los mismos o parecidos tormentos de que se hizo víctima a Sarabia, tales como azotes, ultrajes, vejaciones, trabajos forzados, y se le tuvo incomunicado por largo tiempo en los más lóbregos calabozos. Después de haberlo tenido más o menos seis meses en una inmunda galera en compañía de otros luchadores y de gran número de criminales, se le encerró en el espantoso Limbo, donde en medio de silencio y sombras estuvo confinado más de cien días, para en seguida ser emparedado en La Gloria, caverna infame ya descrita por don José María Coéllar, en la que permaneció más de seis meses en la más completa soledad, y otros seis junto con otros de sus compañeros que allí habían sido llevados diz que como medida disciplinaria.


Una carta de Canales.

A pesar de ejercerse sobre él una tan rigurosa vigilancia como la que se ejercía sobre Sarabia, Canales, burlando ingeniosa y audazmente los espionajes de centinelas y verdugos, había podido enviar de vez en cuando algunas cartas a sus familiares desde el principio de su encarcelamiento, varias de ellas en clave y con caracteres casi microscópicos cuando los asuntos por tratar eran de índole absolutamente reservada y considerada como peligrosa; y en una de estas últimas, escrita en La Gloria en abril de 1909 les hablaba, entre otras cosas, de que no creía que tanto a él como a los demás luchadores se les concediera la amnistía esperada para 1910, porque la Dictadura los había despojado de su carácter político para declararlos bandoleros; de cómo, en su concepto, debería ser organizado, para no exponerlo a un nuevo fracaso, otro movimiento insurreccional que sabía estaba preparando la Junta del Partido Liberal; de que había concebido un audaz proyecto para evadirse del presidio, y para lo cual les pedía que de serles posible y sin hacer ningún sacrificio para su adquisición, le enviaran por conducto absolutamente reservado un aparatito para cortar las rejas de su calabozo; y en fin, que cuando las condiciones le eran favorables, se comunicaba con Juan Sarabia, que a la sazón se hallaba en El Purgatorio, por medio de signos telegráficos golpeados en el muro que separaba sus mazmorras. De dicha carta, interesante documento que revela lo mismo que la audacia el valor y la abnegación de su autor, transcribo lo siguiente:

... Me alegro de que la prensa independiente esté resucitando, pero mucho me temo que su resurrección sea ficticia. En México no hay ni puede haber prensa independiente; todos esos periódicos no salen, no pueden salir de cierto radio.

Además, por la buena no haremos nada. La amnistía que creen que se conseguirá en 1910, no se dictará por la sencilla razón de que el Dictador diría que no hay reos políticos a quienes amnistiar; esto bien claramente lo indica la medida que tomó al principio de negarnos carácter político y declararnos bandoleros, y para éstos no hay amnistía. Con la gente de Catarino Garza, hizo lo siguiente: En 1898, tenían aquellos infelices siete años de estar presos, y faltándoles para cumplir unos dos años, dirigieron al Dictador una carta abierta, suplicativa y humilde hasta la vergüenza, pidiéndole que en virtud de estar sus familias en el más completo abandono, y de tener ya sufridos años, les perdonara lo poquito que les faltaba. Se les negó, a pesar del poderoso apoyo que prestó la prensa ...

... Temo que la revolución que se esperaba en febrero y que en consecuencia estallará más o menos pronto, no tenga mejor resultado que las anteriores. Si se quiere cosechar buenos frutos, debe hacerse punto omiso de las precipitaciones que tan fatales nos han sido y calmosamente prepararla.

Es necesario procurarse elementos de dinero, haciendo para ello un llamamiento al patriotismo de los burgueses altruistas, como Francisco Madero, Francisco Naranjo, etc. Estos mismos, aceptando indicarán otras personas y formarán el sindicato revolucionario que se necesita escoger escrupulosamente de entre los correligionarios más convencidos y resueltos, de más experiencia y talento y tacto, de entre aquellos que siendo sangre de nuestra sangre no nos traicionen.

Los agentes enviados a todo el país, no olvidar los Estados de Guerrero, Oaxaca, Michoacán y otros que por su particular topografía, han sido la cuna y el baluarte de todas las pasadas revoluciones. Es necesario leer en el pasado. Las introducciones de armas y parque, deben hacerse desembarcándolas en las costas abandonadas y abiertas de los Estados del Sur, cuyos habitantes tienen -y eso algunos- fusiles de chispa.

Proveerse de una información sucinta sobre la oficialidad, de los accesibles, que deben ser unos 500, que, llevados unos por la ambición, y otros por el amor a las aventuras, a las emociones y a la guerra, están dispuestos a pronunciarse por cualquier bandera, son del que sepa ganárselos.

Hay que aprovecharlos antes que el general Reyes, pues precisamente esos desalmados serán los que, si no los utilizamos nosotros, consolidarán la futura dictadura: la de Reyes. Tener los ojos muy abiertos y el oído muy atento para evitar traiciones, cuidarse especialmente de la Masonería y demás sectas secretas de que tan admirablemente se ha servido el actual gobierno, haciendo de ellas una arma política terrible, para consolidarse, sostenerse y descubrir los planes de los patriotas ...

...El 15 de septiembre de 1910 me parecerá a propósito (para iniciar el levantamiento), pues además de reunir las condiciones expresadas, ya para entonces la reelección será un hecho y la indignación estará en todos los espíritus; además, la grandiosa y solemne hora llevará el entusiasmo a todos los corazones y el repiqueteo revolucionario de ese hermoso día, les parecerá a los pobres siervos oír la voz alentadora y heroica del anciano Cura de Dolores. No puedo ser más extenso, pero mientras no se tenga todo esto en cuenta no se hará otra cosa que gastar inútilmente recomendables energías, derramar sangre generosa y poner las cárceles nacionales y extranjeras pletóricas de hombres.

Con la franqueza que debe haber entre quienes, como nosotros, nos queremos mucho, voy a decirles lo que necesito, con la seguridad de que, como son cosas superfluas, no intentarán (entiéndanlo bien) enviarlas si para ello tienen que hacer un sacrificio.

Me explicaré:

Como sufro constantes registros y me interesa hacer algunos apuntes para el porvenir, necesito un escondrijo seguro: creo que una cajita con doble fondo, movible y perfectamente disimulado, podría servirme. La cajita puede ser de madera o de hoja de lata (algo mayor o así como una caja de calcetines) y que proporcione un escondrijo como de un dedo de alto. Esto sí creo que con la paciencia e industria que caracterizan a papá puede hacérmelo poco a poco y mandármelo, cuando puedan, con dulces, por ejemplo. Así no sospecharán (1).

Pasemos a lo otro: no sé qué clase de útiles meten, pues nunca me los han descrito. Pero creo que lo principal serán las sierritas. Como sigo estrechamente vigilado y no hago un gesto que no me fiscalicen, me sería imposible utilizarlas; por otra parte, narcotizar a los que me vigilan es imposible, pues por los que nos traicionaron supieron que intentábamos dar narcótico; están muy alerta, pero creo poder disponer de una hora o dos a veces, porque los soldados nos llevan al baño y el calabozo queda solo, y yo una o dos veces podría hacerme enfermo y quedarme encerrado. Ahora bien, como con las sierritas se necesita trabajar muchas horas para cortar los dos rieles -hacer cuatro cortaduras- de nada me servirían; pero recuerdo haber leído que hay un aparatito eléctrico que corta hierro o acero grueso en unos cuantos minutos y cortados los rieles en un momento que me dejaran solo, los podría disimular durante el resto del día, pegándolos y en la noche huir. Como es tan incierto mi recuerdo no puedo precisarles el nombre del aparato, pero los compañeros, que tienen entre los correligionarios a individuos de todas las profesiones, podrían informarse de ello con un mecánico inteligente, comprar el aparato y enviárselo a ustedes, y ustedes ver la manera de hacerlo llegar a mis manos. Entiéndase que para esto no hay que poner ni un centavo, eso sería horrible, pues necesitarían quitarse el pan de la boca, y eso lo prohíbo y no quiero ni pensarlo. En cambio, los compañeros podrían hacerlo fácilmente, pues colectarían lo necesario entre los correligionarios. No me atrevo a tener muchas esperanzas sobre esto y si lo propongo es porque no deja de tener su factibilidad. Pueden tratar en clave discretamente sobre el particular con Andrea (2), pero cuidando ustedes no comprometerse; si buenamente se puede, bien, y si no, resignarse tranquilameme a sufrir toda mi sentencia. Después de todo, se acerca ya el término en que debo pedir mi libertad preparatoria en mayo del año entrante, y aunque no tengo para ello la menor esperanza, puede darse el caso de que me la concedan ...

... A veces, burlando la vigilancia, hablo con Juan Sarabia por medio de signos telegráficos, sirviéndome de una pared que nos separa, pero por ahora no me ha sido posible. Sin embargo, sé que últimamente le han permitido escribir y creo que para ahora haya recibido la mamá sus cartas (3)...


Denuncia las infamias de los verdugos.

Las esperanzas de fuga de Canales se desvanecieron bien pronto, ya que cuando apenas había enviado de contrabando esta carta a su destino, fue incomunicado en El Infierno junto con el luchador veracruzano Román Marín por orden del coronel Hernández, después de haber sido ultrajados y golpeados brutalmente sólo por haber pedido al verdugo Grinda que en virtud de encontrarse enfermos, se les permitiera no tomar un baño obligatorio en uno de los fosos del Castillo, cuyas escasas aguas habían dejado lodosas y pestilentes unos 900 presos, muchos de ellos también enfermos, que por prescripción médica allí acababan de revolcarse.

Con tal motivo y como si hubieran incurrido en un delito con su justa petición, los dos insurrectos fueron llevados a empujones al citado calabozo; y cuando ya tenían varios días de estar padeciendo los terribles efectos de su mortal ambiente, redactó Canales el siguiente documento de acusación en que virilmente denuncia las infamias que tanto con él como con los demás presos políticos se cometían en el presidio:

Si es verdad que el grado de civilización de un pueblo se mide por la situación de la mujer, no es menos cierto que también se puede medir por el trato que en él reciben los reos políticos y aun los delincuentes del orden común. Vemos, por ejemplo, que si en Guatemala se encarcela y martiriza a quien osa levantar la voz contra un gobierno despótico, se fusila despiadadamente a patriotas estudiantes y se arma un brazo para suprimir al que refugiado en país vecino aclama una gran cantidad de sus conciudadanos, en España se honra y liberta al viejo León Necker, y en Alemania se pone en departamentos especiales, se trata razonablemente y se liberta al fin, a quien sin miedo ni tacha levanta el velo que esconde asquerosa podredumbre.

Hoy toca mi humilde turno, y aunque bien sé que al mostrar de un modo rudo nuestra incultura, seré calificado injustamente de antipatriota por mis desleales y miopes enemigos, levanto serena y decididamente los velos que tengo a mano, para decir a nuestro pueblo, a la humanidad entera: mira los resultados de la tiranía, cobra experiencia, vigoriza tus energías, levántate, anda.

Pronto hará tres años que habiendo pretendido sacudir el yugo del actual gobierno ilegítimo, fuimos aprehendidos en los Estados septentrionales y en el de Veracruz, y tras de los asesinatos de algunos compañeros, despojados de cuanto teníamos, quemados hogares y sembrados, y conducidos al presidio de San Juan de Ulúa, donde se nos ha escarnecido y escarnece de una manera que me es imposible por ahora de modo minucioso detallar, se nos rapó y vistió con el nfamante traje del presidio; por algún tiempo mezclados con asesinos y ladrones, apaleóse a algunos de nosotros; separados poco después los más responsables, estuvimos el año pasado entero rigurosamente incomunicados, con pretexto de habérsenos interceptado cartas que por tratar en ellas de asuntos íntimos, no queríamos fuesen leídas por nuestros guardianes. Aun muy de lejos en lejos, tenemos la dicha de escribir a nuestros desventurados padres, esposas e hijos, que viyiendo en el abandono y la miseria, ni siquiera reciben el consuelo antes de morir agotados por el hambre, de tener amplias noticias nuestras. Bien podemos decir que nuestra incomunicación ha sido indefinida.

Como arriba dije, imposible me es por ahora describir minuciosamente las vejaciones y arbitrariedades de que hemos sido víctimas, las veces que nuestra Carta Magna y todos los códigos han sido pisoteados, ni hacemos un estudio del pésimo régimen, que como en la mayor parte de las cárceles nacionales se observa, porque además de no estar en condiciones a propósito, es un trabajo que pensamos hacer más tarde unos u otros de los reos políticos que sobrevivamos.

Haré, en consecuencia, sólo un ligero bosquejo de nuestra situación, no sin manifestar de antemano que para que se comprenda hasta dónde pueden haber llegado los atropellos a nuestras personas, que una ocasión en que protestando contra los abusos cometidos, alegábamos en nuestro favor lo prescrito por nuestra Carta Fundamental y los códigos, nos contestó textualmente el Jefe del Fuerte, entonces coronel José María Hernández, hoy general brigadier: ¡Bah! Para las leyes, las muelles!

Los calabozos en que se nos ha tenido, verdaderas pocilgas, estrechos, inventilados, obscuros, húmedos, pestilentes y llenos de bichos, tienen nombres hasta sugestivos, tales como Gloria, Limbo, Infierno y Purgatorio. En este último está aislado desde hace más de dos años nuestro buen amigo don Juan Sarabia. Todos estos calabozos, afectando la forma de nichos o tumbas con bóvedas y muros de ocho pies de espesor, son elocuentes vestigios de la Edad Media y muy dignos del Santo Oficio. ¡De cuántas escenas terribles, desesperadas, habrán sido testigos mudos! ¡Cuántos lamentos se habrán deslizado por las estrechísimas rendijas, cuántas lágrimas se habrán mezclado en el lodoso suelo con el agua que en éste brota, y cuánta sangre habrá salpicado las paredes húmedas, relucientes y viscosas! Y no obstante, el año pasado, en lo más riguroso de nuestra incomunicación, cuando para soportar el calor teníamos que desnudarnos, el señor Federico Gamboa, actual Subsecretario de Relaciones Exteriores, escritor de mucho talento y que goza de fama de hombre observador e intachable, habiendo visitado estos nuestros calabozos, y cuando saliendo preparábase para atravesar otro que conduce al patio del presidio, nos lanzó al rostro, aunque hablando con sus acompañantes, esta frase que nos pareció muy despiadada para nuestra situación: ¡Qué fresco, parece que estamos en la playa!

Conforme con el régimen militar impuesto, están destinadas dos horas cada ocho días para el lavado y baño de la prisión. Pues bien, nuestros guardianes, dejándose llevar por la animalidad desgraciadamente tan perceptible aun en el hombre, nos han constreñido a efectuar el baño en una galera, y a cargar con la ropa mojada que, traída forzosamente al interior de nuestro estrecho calabozo, acentúa la insalubridad mortal, y en consecuencia, la emigración a la enfermería. Esta, por su raquitismo, su pobreza y su escaso personal, es una verdadera antesala de la muerte.

Se dan, por prescripción médica, en los meses de mayo y junio, baños extraordinarios, que por las circunstancias en que se toman y el lugar donde se efectúan, constituyen una de tantas anomalías de nuestro tiempo, y son el oprobio de la ciencia de Hipócrates. Hácense en los fosos, a pesar de que éstos están llenos de lodo y de miles de detritos que los barcos anclados en la bahía arrojan y que la marea trae pacientemente durante todo el año, no siendo esto óbice para que este baño se tome aunque la marea esté baja. Así los 900 presos que habemos en la fortaleza, divididos en secciones, vamos unos tras otros a revolcarnos en el cieno, llevando la peor parte nosotros los asilados en el calabozo denominado por antonomasia Gloria; pues siendo los últimos, llegamos cuando el agua escasea, estando ésta batida, pestilente, impregnada de los mortales gérmenes expresados, además de los que depositan los presos enfermos. El forzamiento a tomar este baño tiene a veces consecuencias desastrosas e inmediatas, pues cuando los presos se rehúsan a tomar este baño de lodo, el mayor Victoriano Grinda, que como interino segundo jefe de la prisión vigila la escena, ordena que sean llevados a golpes al Infierno.

Uno de los compañeros, el señor Román Marín, que respetuosamente insistía en sus deseos de no bañarse, fue soezmente ultrajado por Grinda y golpeado por el capitán Chávez. Este individuo es ayudante en el fuerte. Ambos militares tienen muchos puntos de contacto. Ibamos algunos enfermos; acerquéme al irascible mayor y serena y respetuosamente también, manifestéle que no era posible bañarse en aquel fango; que si él no podía resolver de acuerdo con mi necesidad, se dignara permitirme hablar con el general Hernández, quien estaba cerca; pero Grinda, tras de un torrente de obscenidades y tras de gritarme que nada le importaba mi enfermedad, echóseme al cuello para arrancarme a tirones la chaqueta.

Sin perder la serenidad, manifestéle que no eran necesarios tales extremos, que obedecería, pero que puesto que ni de ellos, ni del Gobierno podría obtener justicia, me quejaría a la prensa. Después supe que cuando el mayor me estrujaba y llevaba su puño a mi rostro, uno de los compañeros, indignado y sin poderse contener, levantó el brazo para descargarlo sobre mi ofensor; afortunadamente otro compañero, más dueño de sí lo detuvo, evitando de esta manera una dolorosísima tragedia.

Nunca, como ahora, he observado tan marcada diferencia de escuela entre el soldado y el paisano, el profundo hoyo que moralmente separa aquella casta de turbulentos parásitos del pueblo trabajador, que recibe los golpes y que da de comer a su ultrajante.

Terminado el baño, el señor Marín y yo, como si hubiéramos cometido algún crimen, fuimos encerrados por disposición del Jefe en El Infierno. Omito describir este antro, por haberlo hecho antes otros infortunados; sólo agregaré que es el peor de todos, que no tiene, en lo absoluto, ni luz ni ventilación, y si la baja puerta que tiene se supliera por otra de cal y canto, estaríamos verdaderamente emparedados. En el momento que esto escribo el calor nos sofoca, y es de tal manera estrecha nuestra cripta, que si extendiera el brazo, tocaría inevitablemente la cuba pletórica de inmundicia (4).

Y si de tal manera se nos atormenta, empujándonos inflexiblemente hacia el sepulcro, no se pierde, por otra parte, oportunidad para humillarnos.

Como para muestra basta un botón, solamente diré que se nos obliga a tomar el rancho, a tomar el baño, a la revista, etcétera, en compañía de la gente más degenerada de la prisión: de los femeninos.

Como no hay vigilancia que más tarde o más temprano no se burle, supimos que el nueve del corriente, centenario de la muerte de fray Melchor de Talamantes, mártir de la Libertad, que falleció en una de estas mazmorras, efectuóse una fiesta (no sabemos si a iniciativa privada o del Gobierno) con motivo de la inauguración de un monumento erigido a la memoria de aquella gran víctima. Indudablemente deben haberse pronunciado oraciones en honor del héroe y de su obra, lanzando vítores a la libertad, a la paz, etcétera. Es indudable también que a la fiesta asistieron nuestros fieros guardianes y rindieron su homenaje. ¿No resulta esto triste, ridícula y desvergonzada farsa? Fuera falsas modestias y expresémonos claramente. Nosotros, aunque pequeños y humildes, quisimos como aquellos sublimes varones de nuestra primera independencia, sacudir un yugo, romper la cadena que vergonzosamente nos sujeta, ofrecer en fin por la libertad del pueblo nuestra sangre en holocausto a la patria. ¡Y los hombres que -dóciles instrumentos- coadyuvan con el gobierno ilegal a tiranizarnos, que nos oprimen, escarnecen, vilipendian y acortan la vida, loan y bendicen al mártir de 1809, a quien otros verdugos, como ellos, escarnecieron y asesinaron!

Pasaré a ocuparme de los compañeros que vegetan en otra ala del edificio. A su llegada fueron puestos en departamentos en cuyos frentes o fondos hacen sus necesidades corporales, por estar allí las cubas que sirven de excusado, siete centenares de presos. Aquel grupo de copartícipes de nuestro infortunio, no de nuestra rebeldía, estaba constituido por laboriosos jóvenes indígenas, por ancianos inútiles y por dos niños de diez o doce años. Estos últimos, después de un año de penalidades, y en atención a su cortísima edad, fueron puestos en libertad.

Muy pocos son los culpables; los verdaderos culpables, que con las armas en la mano se internaron en la serranía, no fueron seguidos por las tropas, que encontraron más cómodo asesinar inermes pobladores y encordar por sospechosos, pacíficos ciudadanos, que si abrigaban simpatías por el libertador movimiento revolucionario intentado por ellos también oprimidos, no tomaron, sin embargo, ninguna participación. Respirando deletéreas emanaciones, teniendo vivo en la mente el tristísimo cuadro de la devastación de sus campos y hogares, cuando a la vez eran amarrados codo con codo, quedando sus míseras familias llorando bajo los árboles de la humeante serranía; mal alimentados, pobres, abandonados, de todo y por todos escarnecidos, ellos han sido los que mayor tributación han pagado a la insaciable Atropos.

Están esperando vanamente se les juzgue. Puestos en tan mortales condiciones de vida, cogen estos infelices graves enfermedades y pasan a la terrible enfermería que exhausta de medicinas apropiadas y deficiente en el personal, les sirve breves días de alojamiento, para enviarlos, en lo general, a la fosa.

Así se explica que en algo más de dos años, asesinados por el medio en que se les tiene, hayan muerto más de un centenar de compañeros. Nosotros, sintiendo ya circular por nuestras venas el tósigo legal del Estado, esperamos sombríamente nuestro turno. Reciba el alabado Jefe de la Nación en nuestra hora postrera, nuestro ¡Ave, César, los que van a morir te saludan! (5)


Es conducido al Purgatorio y sale en libertad.

Muy pronto fue conocida esta tremenda acusación por las autoridades del presidio, las que sumamente encolerizadas impusieron a Canales el castigo de conducirlo al Purgatorio para que compartiera la incomunicación de Sarabia, e interpusieron su influencia ante los tribunales para que no se le concediera la libertad preparatoria a que tenía derecho a mediados de 1910. En compañía de Sarabia, que siempre lo había querido mucho por sus grandes cualidades, permaneció muy cerca de dos años, en cuyo tiempo, teniendo como preceptor al mismo luchador potosino, se dedicó a estudiar inglés, álgebra, historia y matemáticas, así como a escribir, junto con él, unas memorias acerca de su cautiverio, teniendo la mala fortuna de que su trabajo, ya cuando lo tenían muy adelantado, les fuese arrebatado por falta de un lugar seguro donde preservado de la rapacidad de los carceleros, que constantemente registraban hasta el último rincón de su obscuro, sórdido y estrecho calabozo.

También Canales, como Sarabia, durante su larga estancia en esa mazmorra miserable, padeció diversas y más o menos graves enfermedades sin ser jamás atendido; y en múltiples ocasiones, dejándose arrastrar por la desesperación, sufría intensamente tanto por su prolongado encierro como por no poder comunicarse con la frecuencia deseada con sus familiares, que continuaban viviendo en Eagle Pass, y que ahora, por su falta de apoyo y compañía, se hallaban en una situación tan aflictiva que casi rayaba en la miseria.

Así pasaba el tiempo, y mientras tanto, la agitación revolucionaria no dejaba de conmover toda la faz del territorio nacional, hasta que al fin las armas insurgentes, haciendo caer a sangre y fuego el carcomido pedestal de las infamias e injusticias, rompieron las cadenas de los cautivos políticos de San Juan de Ulúa, y César Canales, después de cinco años de ininterrumpidas amarguras y tormentos, fue acariciado por el sol de la libertad en la última decena de mayo de 1911, sólo unos días antes de que lo fuera su querido y admirado compañero Juan Sarabia, de quien en el momento supremo y luminoso se despidió con un abrazo profundamente emocionado.


Sucumbió como los valientes.

Ya fuera de la fortaleza, César Canales marchó directamente a reunirse con sus afligidos familiares, que después de tan larga y dolorosa ausencia lo recibieron con desbordantes demostraciones de alegría, pero también, con lágrimas en los ojos, le dieron la noticia infausta de que el señor su padre, don José de Jesús Canales, había dejado de existir desde hacía más de tres años, agregando que si tan triste acontecimiento no se lo habían comunicado a raíz de haber ocurrido, era para no aumentar las muchas amarguras que padecía en las espantosas mazmorras del presidio.

En su hogar permaneció algún tiempo disfrutando de paz y tranquilidad en compañía de su abnegada madre la señora doña Josefa de la Fuente y de sus hermanas las hermosas señoritas María y Estela; pero como él era un hombre abroquelado para los embates de la lucha y no para vegetar en la placidez de una vida sedentaria, cuando el general Pascual Orozco, que según él era sangre de su sangre, se levantó en armas contra el Presidente Madero por no cumplir éste en toda su magnitud las promesas agrarias y sociales de la Revolución, desde luego fue a incorporarse con sus fuerzas, tomando parte, con el grado de coronel y al mando de más de mil hombres perfectamente montados, armados y disciplinados, en varias y encarnizadas acciones de guerra contra tropas federales jefaturadas por Victoriano Huerta, resultando siempre victorioso; pero, perseguido por la fatalidad, cuando avanzaba para tomar la plaza de Torreón después de haber derrotado al mismo Francisco Villa, sucumbió en plena juventud, peleando con su reconocida y admirable valentía, en un furioso combate que tuvo lugar el 15 de mayo de 1912 en la histórica población de Pedriceña del Estado de Durango.


NOTAS

(1) Canales no sabía que su padre había fallecido desde fines de 1907.

(2) Andrea Villarreal, hermana de Antonio I. Villarreal, que tanto se distinguió por Su talento y resolución en el movimiento revolucionario, que en los Estados Unidos se le llamó La Juana de Arco Mexicana.

(3) Esta carta, junto con otras muchas de Canales, la publicó El Demócrata de esta capital en septiembre de 1924.

(4) Las cubas eran unos medios barriles de madera donde todos los presos de una galera o calabozo hacían sus necesidades corporales y cuando ya estaban llenas, los mismos presos las cargaban para vaciar en el mar su nauseabundo contenido.

(5) Este escrito fue dado a conocer a mediados de mayo de 1909 en el periódico La Evolución Social que se publicaba en Tohay, Texas, bajo la dirección del valiente escritor liberal León Cárdenas Martínez.

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