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LO QUE PASO EN FRANCIA

¿Cuál era la situación en Francia a principios de 1968?

En esos momentos, como venía ocurriendo de largo tiempo atrás, la lucha de clases se traducía en acciones más o menos efímeras y dispersas. De pronto surgían movimientos de resistencia -enérgicos, duros, pero rápidamente disueltos por orden de los jefes sindicales- que daban lugar a pensar que podían aparecer otras formas de lucha. Sin embargo, todo se esfumaba después en la indiferencia.

Los jefes y jefecillos de los partidos y los sindicatos se quejaban a voz en cuello de esa indiferencia, pero no permitían que nadie preguntara públicamente si no se habían convertido ellos en burócratas a causa de la mentada indiferencia o si ésta era el resultado directo de la sucia faena legalitaria, patriotera y electoralista de los dirigentes. Estaban, además, los minúsculos grupos ideológicos que predicaban en el desierto concepciones nacidas hacía medio siglo o más. El aislamiento engendraba la idea de que el capitalismo moderno era capaz de manipular a su antojo a los obreros; como productores y como consumidores. Y graves sociólogos se inclinaban, pensativos, sobre esa clase obrera -aburguesada, decían- que se había dejado encandilar por el auto barato y el televisor, contemplándola como a un enfermo insensible ya a la rebeldía y sin conciencia de la iniquidad de su condición.

Frente a todo esto, era preciso, en primer término, descubrir otras palabras, otras ideas.

Si algo tenía que cambiar, el cambio había de producirse, primero, en las cabezas. Y si algo estaba cambiando, siquiera un poco, ese cambio se daba, ante todo, en los jóvenes. Eran los blousons noirs, los yeye, los melenudos ... algo que no se sabía bien qué era, que no tenia definición muy precisa pero que bastaba para sumir al burgués en la estupefacción y el miedo. Ya no se podía dominar a los jóvenes; vivían de manera diferente; habían perdido el sentido de la propiedad, del trabajo y de la familia. La gente trataba de consolarse con fórmulas como la de: Y ... son jóvenes. Ya se les pasará.

Pero no hubo tal.

Pues el eslabón más débil del capitalismo francés es, en definitiva, la juventud. La juventud, con los problemas que se plantea y que plantea a las clases dirigentes, incapaces hasta de percibirlos, pues están encerradas en una política en que las promesas suplen a los hechos y el inmovilismo y el respeto al poder del dinero quieren pasar por fórmulas dinámicas. Las clases dominantes se han ligado, casi indisolublemente, a instituciones rígidas y esclerosadas, como la Universidad, lo que las deja expuestas al impacto de las insuperables contradicciones entre los intereses de los viejos profesores y administradores (el adjetivo viejos no siempre se refiere a la edad fisiológica), momificados en concepciones anticuadas, en relaciones de poder ya periclitadas y en presuntuosa estupidez, y los intereses de la industria, que tiene necesidad de técnicos preparados con el menor gasto posible. Contradicciones de este tipo, que oponen lo viejo a lo nuevo (lo relativamente nuevo, si se quiere), aparecen en todos los niveles de la sociedad francesa contemporánea. La burguesía francesa -más codiciosa, más limitada y más satisfecha de sí que la de otros países-, la burguesía francesa (junto con sus aláteres de los partidos y de los sindicatos obreros, hechos a su imagen y semejanza) sólo cede frente a los grandes movimientos populares, así en las colonias como en la metrópoli.

No es necesario abundar aquí sobre la concatenación de hechos, sobre la represión policial e ideológica que convirtió la acción de la juventud estudiantil y obrera en el detonador cuyo efecto fue la aparición de un movimiento inmenso y espontáneo, sin meta visible pero de tal amplitud como no la ha visto Francia desde la Comuna de París; movimiento que, esta vez, se extendió por todo el país. No nos imaginábamos la importancIa de los no organizados (...). El clima sindical era de apatía. En las empresas nos habíamos moldeado a imagen y semejanza del poder patronal: esta declaración de un burócrata sindical de la C.F.D.T. (1), después de 15 días de huelga general, es harto significativa (2).

No circulaban los trenes de ferrocarril ni los del subterráneo; no se distribuían cartas ni telegramas; no se veía un solo auto, no se descargaba una sola tonelada de carbón. Y en todas partes, siguiendo el ejemplo de las Facultades, fueron ocupadas todas las células de la vida social y económica: empresas grandes y pequeñas, oficinas, escuelas ... Señal de la profundidad del movimiento: hasta los futbolistas ocuparon el local de su federación; los cuadros (3), el de una federación patronal, y los maestros, el de su sindicato. Sólo se hizo caso omiso de los organismos políticos: frente a la Asamblea Nacional, donde celebraban sesión los diputados, desfilaron 40.000 estudiantes, sin dignarse lanzar un solo grito de hostilidad. Los sindicatos, los partidos, todos los órganos que regimientan a los trabajadores, son desbordados, vaciados de todo poder real. En apariencia, la única fuerza de que dispone aún el Estado es la policía y el ejército. Pero -hay que decirlo- esta fuerza no se vio obligada a intervenir con todos sus recursos. La policía reprimió bestialmente, pero no hizo fuego. En cuanto al ejército, sirvió, a lo sumo, como fuerza de disuasión, de amenaza implícita. Cuando una clase dominante siente que la situación se le va de las manos, no usa granadas de gas lacrimógeno: en mayo y junio no hubo en Francia una situación verdaderamente revolucionaria.

Sin embargo; así como la huelga surgió espontáneamente, sin reivindicaciones definidas, siguiendo los pasos de la revuelta estudiantil, se encararon, a lo largo y a lo ancho del país, nuevas formas de organización de la empresa; se entablaron discusiones nuevas y apasionadas; la gente se planteó preguntas sobre formas de organización social en que ya no sea necesario relegar ese tema indefinidamente. Ahora es posible hablar de todo con todos; por primera vez, en miles y miles de unidades de producción los trabajadores reflexionaron juntos, en su lugar de trabajo, acerca de su situación y de los problemas de la vida real. Y ello se hacía, no en contra, sino al margen de las viejas organizaciones, como el Estado; por eso mismo, dichas instituciones se mantuvieron en prudente expectativa.

Conscientemente o no, sabían que los huelguistas eran incapaces aún de coordinar la acción de la noche a la mañana prescindiendo de los viejos marcos organizativos; esperaron, pues, a que el movimiento refluyera, y con todas sus fuerzas, que todavía son grandes, empujaron en esa dirección. Pero a los huelguistas, aunque no lograron crear ni el embrión, siquiera, de una organización social nueva, tampoco se les ocurrió ingresar multitudinariamente en organizaciones políticas al estilo de las tradicionales. De suerte que, mientras los militantes -trotskistas, maoístas y otros- trataban de formar una vanguardia reclutándola en el movimiento estudiantil, la abrumadora mayoría de los que no estaban organizados se proponían seguir así, lo cual no significaba, en absoluto, apatía de su parte.

Ya se tratara de los convenios de Grenelle (4) o de los convenios con las empresas, del gobierno popular o del partido revolucionario, la mayoría de los trabajadores en lucha sentían que esas consignas no eran la respuesta justa, que se necesitaba otra cosa, aunque esa cosa no se mostrara con perfiles netos, no se manifestara en fórmulas precisas. Con pocas y concisas palabras, un trabajador dio expresión a ese sentimiento cuando respondió, en la reunión de un comité de huelga, a los dirigentes y a los cuadros de su empresa, que controlaban dicho comité y se asombraban al comprobar que, en quince días, se había abierto un foso entre los huelguistas, que iban todos los días a escuchar la santa palabra en la asamblea general, y el comité, que se encargaba de verterla en los oídos de los obreros. Dijo el trabajador:

No fueron los sindicatos los que desataron la huelga. Fue gente que quería algo y lo quería con ardor. En seguida los sindicatos tomaron la huelga por su cuenta y propusieron las reivindicaciones de costumbre. Rompieron un mecanismo; eso explica el foso que se abrió entre el comité de huelga y los huelguistas.

Y es verdad que algo pasó, aunque en ningún momento se haya podido hablar de revolución. Todos saben que lo de 1968 es muy diferente de lo de 1936 (5). Pues en las recientes jornadas de lucha irrumpió en el universo concreto de los trabajadores lo que hasta entonces había sido, a lo sumo, literatura para pequeños grupos ideológicos o fórmula ritual: la voluntad de tener responsabilidades en la producción, de ejercer el control de ésta: el nacimiento, en medio de la lucha, de un sentimiento de interdependencia viva, de fraternidad entre las diversas categorías de trabajadores; el esbozo de una respuesta conjunta, de los obreros y los estudiantes, a la súbita crisis de la sociedad.

Que sepamos, hay pocos ejemplos reales y, sobre todo, significativos, de fábricas puestas en funcionamiento por los huelguistas. Y, sin embargo, todo radica ahí. En algunos casos -como en Nantes-, los sindicatos procuraron tomar a su cargo el abastecimiento; en otros, los estudiantes trataron de hacer llegar productos agrícolas a las fábricas, de establecer un nexo entre los campesinos y los huelguistas, siendo ayudados en esto por los camioneros; más allá, siguiendo al pie de la letra las consignas de la C.F.D.T., los obreros reivindicaron para sí la gestión de la empresa. En otros lugares, se limitaban a discutir el punto, y las fórmulas -radicales al principio- se fueron volviendo más tímidas, conforme se acentuaba el retorno al viejo orden y se restablecía la relación tradicional de fuerzas.

El grueso de los trabajadores entró en la lucha impulsado por la decisión de cambiar en algo el sistema de explotación. Pero, al mismo tiempo, subsistían las ideas y los signos de todas las tentativas de integración: en su gran mayoría, los obreros no creían que les fuera posible administrar por sí mismos la sociedad. Por eso, los diversos ensayos que se hicieron en ese sentido resultaron aislados y vagos; por eso, también, las organizaciones tradicionales pudieron volver a tomar las riendas del movimiento. Al llegar a este punto, trataremos de inventariar y discutir dichos experimentos, que no llegaron a tomar forma y a generalizarse. Pero es útil ir más lejos. Desde que la huelga general desemboca en la organización de la producción por los productores, se plantea el problema al nivel de la empresa, del país, del mundo entero. El poder social está en manos de los trabajadores cuando éstos dirigen su propia actividad en las empresas; sin embargo, la supervivencia de los órganos del poder político, dueños del aparato represivo (policía, partidos, etc.), tarde o temprano provoca un conflicto. No en balde los dirigentes de la economía y de la política, los C.R.S. (6) y los sindicatos cumplen, cada uno a su modo, la misma faena, tienen igual vocación: la de dominar y reprimir a los trabajadores en el marco del Estado, de cuyo poder político son dueños o servidores. Parejamente, en escala internacional, ningún Estado capitalista (ya se trate de la rama occidental o de la oriental) puede tolerar que se desarrolle la gestión directa de las empresas y de la sociedad (aunque sólo sea en las Facultades).

Estos problemas no son nuevos. Sucede, simplemente, que la dictadura del capital, el leninismo, el stalinismo y los fascismos de todo tipo, así como la segunda guerra mundial, consiguieron borrar hasta el recuerdo de todo cuanto, en la Rusia de 1917, la Alemania de 1918 a 1921, la España del 36-37 y la Hungría de 1956, podía dar testimonio sobre la existencia de una corriente emancipadora, orientada hacia la organización de la producción y del consumo por los trabajadores mismos. Superando el problema del poder, esta nueva sociedad -que, de hoy en adelante, sabemos ya que no es un simple mito consolador- deberá resolver los problemas económicos -los de la producción y el consumo- en forma comunista.




Notas

(1) Confédération Francaise Democratique du Travail (Confederación Francesa de Trabajadores Democráticos). Se creó en 1962 a raíz de la escisión producida en la central sindical democristiana. Agrupa a la mayoría de los militantes que abandonaron el calificativo cristiana de la C.F.T.C. (Confédération Francaise des Travailleurs Chrétiens -Confederación Francesa de Trabajadores Cristianos.

(2) Le Monde 2-3 de junio de 1968.

(3) Con la palabra cuadro se designa a los ingenieros que no tienen todos los diplomas o que, aún teniéndolos, carecen de la formación profesional completa.

(4) Firmados el 27 de mayo de 1968 por los representantes del gobierno, de las patronales y de las centrales sindicales. Estipulaban aumentos de salarios, reducción de la jornada laboral, disminución de la edad jubilatoria y libertad de acción sindical dentro de las empresas.

(5) En las elecciones del 26 de abril y 3 de mayo de 1936 triunfó el Frente Popular (socialistas, comunistas y radicales). El 4 de junio, Léon Blum, jefe de los socialistas, asumió el cargo de Presidente del Consejo de Ministros. Pero desde principios de mayo, los trabajadores, en toda Francia, habían comenzado la huelga con ocupación de fábricas, movimiento espontáneo, nacido de la angustiosa situación de la clase obrera y alentado también por las esperanzas que ésta depositaba en el nuevo gobierno.

Aunque en algunos sectores obreros se planteó la iniciativa de apropiación colectiva de las empresas y de gestión de las mismas por los trabajadores, tal iniciativa no llegó a formularse de manera nítida y resuelta, y tampoco se generalizó. Las aspiraciones de autogestión se desdibujaron, acabando en la exhortación a la nacionalización de las empresas, idea que tampoco prospero. En cambio, el resultado de la gigantesca huelga con ocupación de fábricas fue la firma de los acuerdos de Matignon (7 - 8 de junio). entre representantes del gobierno, de la CGT y de la confederación patronal. Por dichos acuerdos se reconocía a los trabajadores el derecho de agremiación, se establecía el principio de los convenios colectivos, se estipulaban reajustes salariales, se consagraba la semana de 40 horas y las vacaciones pagadas.

Otro aspecto de este movimiento consistió en la masiva afluencia a los sindicatos de obreros jóvenes y no calificados, que hasta entonces no habían pertenecido a ninguna organización gremial. La CGT fue la central a la que se afiliaron en su inmensa mayoría estos trabajadores, lo que redundó en un gran fortalecimiento sindical y político de los comunistas.

(6) Corps Républicains de Sécurité (Cuerpos Republicanos de Seguridad): fuerza represiva especial.

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