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PARTICIPACION Y REFORMA DE ESTRUCTURAS

Si una reinvidicación apareció netamente en el transcurso de la huelga general, sobre todo entre decenas de miles de jóvenes, tanto estudiantes como trabajadores, fue la voluntad de asumir responsabilidades. En cierto sentido, esto se debe a que la mentalidad de los jefes de empresa franceses está considerablemente retardada con respecto al impulso de las fuerzas productivas (tecnología, equipamiento, nivel de calificación, actitudes de los productores, etc.), retraso -incompetencia, de hecho- reconocido por otra parte por ciertos teóricos amigos de las patronales. ¿Por qué a esta fracción avanzada de la clase dominante le gusta hablar de participación?

Dado el nivel alcanzado por la concentración del capital, su grado de racionalización y de automatización, la sociedad de explotación difícilmente puede funcionar sin participación de los trabajadores. Las decisiones son tomadas a un nivel tan elevado, las tareas están repartidas en tantas parcelas, que el productor inmediato no puede captar el sentido de directivas que se adoptan sin su concurso y sin tener en cuenta la modalidad de la aplicación práctica; en resumen, ya no comprende el sentido de su trabajo. Por consiguiente, tiende a desentenderse de él por completo, mientras que la propia estructura de la empresa exige que el ejecutante participe para que el sistema elaborado por los dirigentes marche convenientemente. Así, pues, los que hablan de participación son aquellos mismos que no quieren ni pueden realizar una gestión obrera, porque ésta despojaría de todo sentido al aparato de dominación (al que expresan y representan) y las funciones que ejercen en él. Por el contrario, quienes a través de sus luchas autónomas crean espontáneamente, aunque sea en embrión, nuevas formas y organismos de gestión y de lucha, realizan en los hechos la participación de todos; ahora bien, no sólo no hablan de ello, sino que dudan a menudo que pueda ser realizado.

El poder estatal y patronal:

la participación como slogan y modelo reducido

Aunque se trate únicamente de volver maleables las estructuras sociales, según la expresión de un alto funcionario (C. Gruson), he aquí lo que surge netamente de las declaraciones del presidente de la República, del 7 de junio de 1968:

Esto supone que sea atribuida por ley, a cada uno, una parte de lo que el negocio gana y de lo que, con esas ganancias, reinvierte para la capitalización. Esto supone también que todos estén informados de modo suficiente de la marcha de la empresa y puedan, por medio de representantes que hayan nombrado libremente, participar en la sociedad y en sus consejos de deliberación para hacer valer allí sus intereses, sus puntos de vista y sus propuestas (...). En una sociedad de participación, en que todo el mundo tiene interés en que la cosa marche, no hay razón alguna para que todo el mundo no quiera que la dirección se ejerza con vigor. Deliberar será cosa de varios y actuar, de uno solo.

De hecho hace cerca de un cuarto de siglo que han sido creados, por ley, órganos destinados a hacer valer los intereses de la base: son los comités de empresa, que, en realidad, han servido, en el mejor de los casos, para descargar a la patronal de la tarea de administrar ciertas ramas de la ayuda social y para comunicar, en lugar de ella, las noticias desagradables al personal (Los comités de empresas, I.C.O., No 51, julio de 1966. Pág. 11.). Tocante a las medidas para conseguir que todos se interesen en la marcha de la empresa, otra engañifa: es archisabido, desde hace tiempo, que no sirven para maldita la cosa que no pasan de ser puro camelo. La suerte que corrió la enmienda Vallon ( Enmienda que trazólas líneas de la participación) -la última de estas burlas- lo confirmó así el año pasado.

Hasta estas proposiciones, pese a su inocuidad, son rechazadas por toda una fracción de la patronal, la de las medianas y pequeñas empresas, que no experimentan en absoluto la necesidad de asociar los trabajadores a la gestión, sea en la forma que fuere, y aún cuando ello vaya contra textos legales, en muchos casos. En cuanto a la gran patronal, encuentra que la participación está ya realizada:

Las estructuras francesas permiten desarrollar una verdadera participación en la economía a escala nacional, en particular dentro de las comisiones del Plan y dentro del cuadro del Consejo Económico, en que se expresan, se confrontan, y, las más de las veces, se armonizan los puntos de vista de todas las partes. (...) La participación en la empresa sólo puede ser un factor de eficacia si está fundada en el fortalecimiento de las estructuras y de la jerarquía, a la cual debe ayudar a asumir todas sus responsabilidades, pero cuya autoridad no debe socavar (...). Es esencial que los representantes del personal y los sindicatos asuman a este respecto sus responsabilidades, es decir, que tengan en cuenta los factores económicos que gravitan sobre la empresa (La asamblea general de la C.N.P.F., Le Monde, del 10 de julio de 1968).

Puede ser que las grandes patronales se avengan, dada la coyuntura, a dejar sus habituales bromas pesadas y a ver un interlocutor válido en los sindicatos si éstos admiten dar prioridad a los intereses de la empresa como tal, antes que a los de sus mandantes, la base (cosa imposible a la larga, según acabamos de verlo en mayo-junio). De hecho, si se toman efectivamente algunas decisiones, ellas apuntarán sin duda a la creación de un sistema de discusión de los convenios colectivos a fecha fija, reservándose el Estado el papel de árbitro, como se practica en la mayoría de los países industrializados. La participación golista se convertiría entonces en uno de esos sonsonetes rituales que tanto gustan a los notables de Francia, como la Resistencia, las virtudes familiares y, ahora, la alienación y la revolución. Y distinguidos profesores, altos funcionarios jubilados, jóvenes patronos cristianos y los modernistas de la C.F.D.T. continuarán lucubrando virtuosamente sobre el tema ...

La CGT: el hombre que sólo vive de pan

Las patronales francesas se pronuncian pues por un diálogo social constructivo, resguardado de la demagogia disolvente, ligado a las realidades del trabajo y de la vida, y no a las fantasías de la imaginación.

Está ahí igualmente, la preocupación esencial que la C.G.T. ha proclamado mil veces.

Para las dos partes, se trata de mostrarse realistas, es decir, limitarse a discutir reivindicaciones puramente alimenticias, no infringir las leyes vigentes, al menos cuando no se tienen los medios para dar les vuelta (caso de los sindicatos), y confiar en el diálogo, en particular en el sistema parlamentario. De ambas partes, su visión del mundo tiene los mismos fundamentos: la empresa sólo puede ser gobernada por una jerarquía de hombres competentes, como lo es la sociedad global, tanto en el modelo occidental como en el oriental del capitalismo. El diferendo con la patronal radica en la necesidad de reajustar los salarios (Lo cual es evidente sabiendo que con mayor productividad de horario y mayor duración del trabajo, la ganancia por hora de los obreros franceses era en general inferior con respecto a la de las mismas ramas en los otros países miembros del Mercado Común -salvo Italia, y no siempre-. Cf. J. Servant, en Economie et politique, revista teórica del P. C., N° 168) y dar libre curso a la propaganda sindical en el seno de la empresa, como ocurre en la mayoría de las grandes empresas del mundo entero. En un plano más general, la C.G.T. encara un cambio de gobierno, por medio de elecciones, que le permita consolidar por ley su posición en la sociedad y en las empresas.

Forzada a hablar de la autogestión, puesto que se habla de eso en todas partes, la C.G.T., por boca de Séguy, se pronuncia en estos términos:

El movimiento colocado bajo la vigilancia de los trabajadores es harto poderoso para que se intente detenerlo con formulas huecas: autogestión, reforma de la civilización, plan de reformas sociales y universitarias y otras invenciones que suponen relegar a segundo plano las reivindicaciones inmediatas (...). Proponemos soluciones, y nos negamos a respaldar fórmulas vagas (L´Humanité, 22 de mayo de 1968).

Salini, en L' H umanité-Dimanche (2-6-68), concreta las intenciones del P.C.:

Las profundas reformas de estructura que nuestro país necesita son las nacionalizaciones (...) de los únicos sectores de la economía en manos de los grandes capitalistas (...) Diez años de autoritarismo han vuelto urgente la participación de todos los franceses en la gestión de sus propios asuntos. Por el voto. Por la extensión de las libertades en la empresa (...) Esperamos que las reformas de estructura y la expansión de la democracia abrirán las vías al socialismo, un socialismo conforme a nuestras tradiciones, a nuestra experiencia, a nuestros métodos políticos franceses.

Los teóricos del P. C. han elaborado ciertos modelos de gestión para uso de las futuras empresas nacionalizadas (por ejemplo, J. Briére en La gestión democrática de las empresasdel sector público y nacionalizado, en Economie et politique, No 166-167). Discutirlos sería superfluo. En efecto, estos proyectos son irresponsables, por cuanto aparecen en todas las grandes crisis sociales: los hubo también hace 25 años, y nunca han sido aplicados (¡por falta de mayoría parlamentaria, claro está!). En otros términos, la historia ha confirmado la justa objeción que la propia C.G.T. hace a los partidarios de la autogestión, modernistas de la C.F.D.T. y otros: a saber que un sistema de gestión parcial en una sociedad que permanece asentada sobre bases capitalistas está condenado a emplear métodos y a conservar un contenido capitalistas, y que el cambio de modelo en la dirección no significará gran cosa. La idea de los líderes cegetistas es simple, en definitiva: es el ideal de una sociedad burocrática en la cual una capa de tecnócratas regula, mediante la planificación, todos los problemas de la producción y el consumo; basta que un aparato dirigente calcule las necesidades de los hombres y lo demás se dará por añadidura. No hay lugar para la gestión obrera en ese marco, salvo, quizá, para arreglar con la base ciertas disposiciones, que casi nunca irían más lejos que eso (Cf. Id: Estas decisiones de la dirección general, que deben ceñirse a la línea fijada por el Consejo de Administración en función de una política definida por la Asamblea Nacional (sic), pueden ser en todo momento controladas por el Consejo y por el personal dentro de los limites de los derechos de éste. Inagotable sobre estos derechos", el autor pérmanece totalmente callado sobre sus límites. ¡Era de suponer!), disposiciones fijadas desde arriba y concernientes a la ejecución de las tareas así como a la distribución de los productos. Lo que de todas maneras se hace siempre, de un modo o de otro.

La C.F.D.T.: la autogestión, palabra mágica

Hace ya un tiempito que en la C.F. T.C., se maneja un lenguaje cuyos acentos modernistas dan a veces aspecto de novedad a un pensamiento idéntico, en el fondo, al de las otras centrales obreras. Por ser la central de aparición más reciente en el mercado y por lo tanto compuesta en la cumbre de elementos a menudo más jóvenes y más inclinadas a tomar iniciativas, la CFDT (1), o una fracción de sus dirigentes, no ignora ciertamente el principio corriente en publicidad según el cual el consumidor, colocado ante dos productos de calidad similar, se decidirá por aquel cuya presentación sea más atrayente, la imagen de una marca a la vez más original y más conforme a las tradiciones. Además el monopolio de la reivindicación alimenticia pura pertenece a la CGT.

En el fondo, es decir con variantes de forma, la CFDT va junto a la CGT: únicamente reformas de estructura económica, un proceso de democratización de la empresa, pueden garantizar que los aumentos de salarios no queden reducidos a nada en el futuro próximo (Volante del 27 de mayo de 1968). ¿Cómo alcanzar estos objetivos? ¡Pues por la vía parlamentaria! De todas maneras lo que la CGT proclama a gritos, gritos con que quiere tranquilizar a los burgueses y fijar imperativos a la base, la CFDT lo sugiere con prudencia muy jesuítica:

El movimiento es de tal profundidad que no vemos cómo, hoy, estos partidos podrían integrar las fuerzas nuevas y sus reivindicaciones, que no son solamente cuantitativas, sino que están también expresadas en términos de profundas reformas de las estructuras de la sociedad (...). Por lo que concierne a la CFDT, estamos decididos a asumir toda nuestra responsabilidad (Edición especial de Syndicalisme, del 30 de mayo de 1968).

Pero, claro, hay que saber ser realista. Y algunos días después de estas bonitas declaraciones, en vísperas electorales, la central difunde un volante en el cual invita a los trabajadores a votar por los candidatos que les parezcan más aptos para constituir la mayoría de izquierda que condicione el porvenir de la democracia (...). Sobre todo exponemos nuestros objetivos de derechos sindicales, de desarrollo del poder sindical, expresión del poder obrero en la empresa, de reformas de estructura de nuestra economía (Suplemento de Syndicalisme, del 13 de junio de 1968).

Palabras claras, pero que no dan a la CFDT más que la mitad de su imagen de marca, la faz tradicional. Esto no basta a los modernistas de la central, que aprovecharon al vuelo la ocasión de lanzar un concepto, a primera vista avanzado, y hasta extremista en cierto modo, por cuanto pone de relieve el papel de la discusión en la base y la idea de autogestión:

Autogestión, participación: ¿algo prefabricado? No. ¡Lo definirán los trabajadores! La idea que sustentamos -y cuyo requisito indispensable es el derecho sindical dentro de la empresa- puede actuar sobre las masas obreras.

Lo que cuenta para nosotros, es que en las fábricas y las administraciones, los trabajadores discutan estos problemas y aprovechen la culminación que la huelga representa para que haya verdadero intercambio de ideas entre los trabajadores desde el sitio que ocupan y tengan las responsabilidades que quieren asumir en la empresa y la economía.

Si estas discusiones se establecen a través del país, entonces, natural e inevitablemente, el contenido de lo que queremos se precisará, estará enriquecido por toda una experiencia obrera que no percibimos totalmente, pero que es extremadamente rica.

Las palabras sólo adquieren significación definida cuando penetran en las masas, porque son las masas quienes nutren el contenido de las fórmulas que lanzamos. La autogestión ¿no es la forma acabada de la vida socioeconómica? (Syndicalisme, del 25 de mayo de 1968).

A los ojos de los obreros las reivindicaciones alimenticias son la respuesta a una realidad inmediata, a una necesidad que los sindicatos traducen con más o menos acierto en las negociaciones con los representantes del Estado y de la patronal. Del mismo modo, el pasaje que acabamos de citar expresa una voluntad ampliamente extendida en las masas, sobre todo entre los jóvenes -estudiantes, obreros, empleados, campesinos-, voluntad que dio a las jornadas de mayo-junio 1968 su coloración única: se trata de una reivindicación profunda, nacida del deseo de autoafirmación individual a través de una actividad por fin responsable y cargada de sentido, y del sentimiento de interdependencia colectiva nacido confusamente en la lucha. Los productores, al no haber podido traducir inmediatamente en los hechos esta reivindicación, se proponían realizarla por sí mismos, a través de órganos tales como los comités de base, de acción, etc., que correspondían a la lucha en que estaban empeñados, y no a las antiguas frases que ensalzaban la armonía social y procuraban idiotizar al pueblo: en esto está el punto de vista extremista, no en otra cosa.

Ahora bien, la CFDT, conforme a su vocación, liga ese contenido nuevo a unas prácticas que tuvieron su época y que, en la lucha, constituyeron una fuerza de freno -no la única y puede ser que no la más importante, es verdad-. Estas viejas prácticas están fundadas en el diálogo -diálogo del sindicato con la dirección dentro de la empresa; diálogo parlamentario en el plano de la sociedad global-, cuya inanidad es reconocida por una gran parte de los mismos que le dan su aprobación porque no se les ofrece nada mejor. Como toda central sindical hace de poder obrero y poder sindical nociones sinónimas, la autogestión, el control obrero no es, para la CFDT, ni más ni menos que el medio de fortalecerse en las empresas. La cita siguiente no expresa sin duda la posición de la confederación ex-cristiana en cuanto tal (Otro solemne portavoz cefedetista se limita por su parte a reivindicar un acrecentamiento de los poderes de las partes, salvo los poseedores del capital, un sistema que asegure a los trabajadores y a sus organizaciones sindicales el pleno ejercicio de sus derechos", R. Bonéty, Le Monde, del 9 de julio de 1968); pero tiene por lo menos el mérito de decir las cosas crudamente, mientras que las proclamas habituales permanecen en prudente claroscuro:

El sentido del control obrero adquiere todo su valor en una economía planificada y orientada hacia las necesidades y controlada por las organizaciones sindicales (...). Pero nosotros perseguimos la construcción de un aparato sindical poderoso y controlado a todos los niveles (...). Sin este fortalecimiento del sindicalismo todo lo que dijimos más arriba es mera literatura (Declercq, Para una planificación democrática, informe al 30 Congreso de la C.F.T.C., 19 a 21 de junio de 1959).

A la luz de su acción en mayo-junio, parece que la CFDT nunca tuvo otra perspectiva que la consagración legal, parlamentaria de los logros del movimiento, es decir, absolutamente nada, fuera del reconocimiento (sólo prometido) de la sección sindical de empresa. En general minoritaria en los lugares de trabajo, conservaba cierta libertad en los discursos, pero allí donde era mayoritaria -por ejemplo, en los Seguros Generales de Francia- alineaba su actitud a la de la minoría cegetista, pronta a hacerle cargar con el fardo en caso de protesta del personal por acuerdos resueltos con la dirección. De todas maneras, la guardia vieja salida de la CFTC, tiene el aparato en sus manos, y es sólo un núcleo más joven y más activo el que desempeña en la organización el papel de las minorías actuantes en Fuerza Obrera.

F.O.: imagen de la izquierda tradicional

Apenas se habló de F. O. durante los acontecimientos, salvo en algunos casos excepcionales. Por poco pasó tan inadvertida como las partículas de la izquierda tradicional, y por las mismas razones: estos grupos no albergan sino a notables a la pesca de puestos en los organismos oficiales, y a un círculo de papamoscas, sin bríos para la acción social. Es gente que se ha quedado en el individualismo caro al siglo XIX. Acaso ello explique por qué dos de los líderes del F.O., Hébert, en Nantes, y Labi, en la Federación Química, pudieron tomar posiciones de avanzada sin que se les ocurriera romper con una central en visible decadencia y sin ser expulsados de la organización.

La F.O. parece pronunciarse por importantes reformas, por humanizar las relaciones jerárquicas, a través del ejercicio del derecho sindical en las empresas y de la participación de sus altos dirigentes en la elaboración del Plan y en el Consejo económico y social en su forma consultiva (Le Monde, del 9 de julio de 1968). En resumen, proveer eminentes especialistas, pero no elementos responsables ante las bases, y paliar así la ausencia en ellas con la presencia en la cumbre. En lo que concierne propiamente a la acción, un volante F.O. difundido después de la huelga se limitaba a las sempiternas jactancias: el fortalecimiento de la central y las indiscutibles ventajas adquiridas, y bla-bla-bla. Es verdad que fue muy distinto el comportamiento de la Federación Química (y de algunas otras secciones locales o de empresa, tanto F.O. como C.F.D.T.) que no vacilaron en manifestar su simpatía activa al movimiento estudiantil.

Conforme al Juramento de Charléty, w Federación Química CGT-FO no ha firmado ningún acuerdo con los patronos en el conjunto de las industrias plásticas: química, petróleo, vidrio, caucho, material plástico. Autorizó a su sindicato nacional del Comisariado de la Energía Atómica a aceptar un convenio que es el único en Francia que prevé la institución de órganos de gestión obrera (Contra la trampa de las elecciones, Combat, del 17 de junio de 1968).

Y, actitud más bien rara en un dirigente sindical de hoy, su secretario, Maurice Labi, tomó posición contra las elecciones:

La solución, dice, no puede encontrarse más que en la apropiación colectiva de los principales medios de producción, buscando que la gestión democrática de las empresas, la reforma de órganos ya existentes o la creación de nuevas instituciones permitan regular la producción y armonizar la vida social (...). Que se constituyan, en todas las fábricas, los barrios, los pueblos y las ciudades, comités unidos de trabajadores, de campesinos, de estudiantes y de liceales, y entonces los Estados Generales de la nueva Francia se reunirán para dar a nuestro país un rostro joven y moderno, alegre y feliz, socialista y libre.

Sea. Solamente que cuando se propone dejar las vías parlamentarias, hay que extraer las consecuencias de ello y, por ejemplo, mantener en todo instante la presión en favor de los órganos encargados en lo inmediato de sostener el diálogo con los dirigentes de todos los grados. Hemos visto antes lo que pasó con los órganos del C.E.A., apenas un mes después de su legalización. Sin duda, puesto que por otra parte nada cambió, no tenían casi medios de sobrevivir. Pero F.O. ¿se esforzó en sostenerlos por todos los medios de su propaganda? No. Generalizando, el llamado a esos Estados Generales, ¿puede venir de una organización cuyos supremos sacerdotes entienden, por otro lado, tener voz consultiva en las instancias del poder golista? ¿Se trata simplemente de remplazar, como en Nantes, a un alcalde desfalleciente? La actitud de Labi testimonia en favor de la vieja corriente sindicalista revolucionaria, gloria antaño del movimiento obrero francés, pero ¿qué significa esto ahora? En Rhone-Poulenc, una parte de los trabajadores respondió al punto: se unieron a los comités de base, al comprobar que la vieja estructura no valía nada para la unidad del movimiento.

La C.G.C.: los cuadros en su verdadero lugar

Debemos dejar de lado la crítica de la jerarquía como tal y de la noción de competencia. No porque estas cuestiones estén desprovistas de importancia: muy al contrario, para tratarlas sería preciso un folleto de igual extensión que el presente. Limitémonos pues a indicar una orientación muy significativa.

En un volante del 24 de mayo del 68 (Cuadros CGC de los Seguros) se afirmó: nuestra voluntad de obtener una estructura de participación no data de hoy.

En el momento del último congreso del sindicato de los cuadros de Seguros de la CGC (13 de marzo del 68), esta voluntad" fue definida así:

Es preciso tener conciencia del papel que podemos desempeñar; hay que tener claro que en las empresas el capital, en el sentido en que antes se entendía, tiene un papel cada vez menos evidente, pues la propiedad de las empresas está repartida entre gran número de accionistas, y finalmente se instalan a la cabeza de los comités de dirección, de dirigentes de alto grado quienes terminan por tener un papel mucho más importante que todos cuantos aportan los capitales. Pero, nosotros, que estamos en grado diferente, somos asalariados por lo que en el fondo, estos dirigentes no son en sí, con los propietarios de las empresas, ni más ni menos que cuadros, muy superiores, pero cuya situación depende finalmente, a pesar de todo, de esos capitalismos de empresa.

Por consiguiente, se puede decir que el equipo de los cuadros, que se sitúa por debajo de ese comité general de dirección, debe tener, a su vez, la posibilidad de participar en las decisiones que se toman; y esto es lo que debemos absolutamente reivindicar en todas las circunstancias.

Partiendo de estas ideas, será conveniente repetir, en toda ocasión propicia, que es preciso que construyamos nuestra acción de manera que instalemos, a lo largo de los años, una representación de los cuadros verdadera y eficaz, dentro de la empresa.

La crisis de mayo puso de relieve el espíritu limitado de la burguesía francesa: su inconcebible alejamiento de la realidad, sus anteojeras de clase. No es de extrañar que una parte de los cuadros haya querido apoyarse en el movimiento para roer un poco los poderes de sus amos inmediatos, quienes, por muy agitados que anden, tiene algo más que el aspecto de reyes holgazanes (2) (sin preguntarse por lo demás si ellos, los cuadros no se encontraban igualmente en esa situación). En los trabajos de las comisiones surgidas en ocasión de la huelga, frecuentemente propusieron los siguientes ejes de reflexión:

a) definir nuevas estructuras que fueran capaces de dar mayor eficacia a la posición del cuadro, de suavizar el antiguo sistema de mando y de confiar a la base ciertas tareas de control sobre sí mismas, en lo tocante a sus condiciones de trabajo, para evitar los habituales conflictos por todo y por nada;

b) cuestionar el papel desempeñado en la marcha de la empresa por factores externos (banca, Estado) e internos (consejo de administración, dirección general), para imponer, en nombre de los legítimos íntereses de todos, la participación legal de un poder cuadro en las decisiones.

Por otra parte, hubo convergencia entre la situación de los cuadros ubicados ahora y la de los futuros cuadros, los estudiantes. En efecto, la rápida evolución de las técnicas y de los materiales de producción y de la información (hasta una fecha muy reciente), ha engendrado una revoluciÓn tecnológica, y, por consiguiente, limitado con creces las posibilidades de ocupación, a lo que se agrega la valorización tendencial de la función intelectual. Así, mientras que la acción de los estudiantes se superó y desembocó en el cuestionamiento del orden existente (No queremos ser los perros guardianes del capitalismo), los cuadros", en su gran mayoría, se limitaron a emitir las reivindicaciones que acabamos de señalar y cuyo éxito resulta dudoso, en las condiciones presentes, puesto que quedan a discreción del poder patronal.

De todos modos, durante la huelga, se vio a ciertos cuadros preconizar un aumento no jerarquizado de salarios y participar en los comités de huelga (con paridad base-cuadro). Esto ocurrió, las más de las veces, en empresas adelantadas o en servicios con alto grado de tecnificación, en que los cuadros son jóvenes, bien pagados y están separados de las tareas administrativas; se trata de una minoría en relación con el conjunto, pero es importante que ella se haya dibujado, que no se trate de fenómenos aislados. Hace falta mucho, no obstante, para que los cuadros, en cuanto capa social, renuncien, siquiera en el papel, a tanto así de sus funciones de autoridad (del mismo modo también es poco frecuente que se lo hayan pedido). Y, en gran medida, la simpatía de los cuadros por el movimiento estudiantil expresó un género de solidaridad hacia futuros miembros de su capa social. De ahí la desconfianza de los trabajadores tanto hacia los estudiantes como los cuadros. Apoyando al mismo tiempo las reivindicaciones de los cuadros en el sentido antedicho, la CGT explotó esa desconfianza y consiguió mantener un tabique entre obreros y estudiantes; para ello, no vaciló en preconizar. una actitud anti-intelectual, actitud que es, ni más ni menos, una forma de racismo, hija de la imbecilidad y sin ninguna relación con la crítica razonada.

Sindicatos y trabajadores

El movimiento de mayo permitió a muchos descubrir qué fuerza de freno representan los sindicatos. Pues aunque la espontaneidad alcanza para izarse muy alto, no basta para mantenerse allí, y sobre todo cuando la lucha sólo excepcionalmente se vuelve encarnizada. Los acontecimientos hicieron que se comprendiese la función de los sindicatos en el mundo moderno: participar en la administración de la fuerza de trabajo, en interés de la sociedad tal como es, es decir, someter cierto número de reivindicaciones a una serie de regateos especializados, buscando al mismo tiempo reforzar su posición en el seno del aparato de dominio (la divergencia entre centrales gira únicamente alrededor de las modalidades de realización de este último objetivo). Pero el ejercicio práctico de tal función sería inconcebible si los sindicatos no recibieran la aprobación, en general pasiva, de la gran masa de los trabajadores; en otros términos, la fuerza de los sindicatos nace de la debilidad y la división de los trabajadores.

Cuando se ve desembocar en resultados lamentables a esas organizaciones poderosas, que agrupan a centenares de miles de miembros y disponen de engranajes pulidos y guiados por equipos de profesionales experimentados, la primera reacción consiste en reprochades su falta de eficacia (esto es evidente en Francia: los primates del sindicalismo norteamericano son gangsters o juristas profesionales, pero en las negociaciones tienen, al menos, relativa eficacia). De ahí que a menudo se los acuse de corrupción, y hasta de traición, y el medio que a uno se le ocurre para remediar esta situación es aparentemente simple: crear otra organización, esta vez pura y dura. A lo cual las antiguas centrales responden, con razón, que sería acentuar más todavía la división de los trabajadores. Y a lo cual se puede responder, asimismo, que la historia del movimiento obrero muestra, desde hace un siglo, que estas organizaciones nuevas estaban, o bien destinadas a perderse en el sectarismo y a marchitarse, o bien, si escapaban a esta suerte, a modelarse de acuerdo con las viejas formas (según lo ha probado la evolución de las diversas secciones del movimiento comunista). Un callejón sin salida, como se ve.

Pero, ¿por qué los trabajadores son los únicos que no hablan de gestión? ¿Será que sienten que no les concierne? No, muy por el contrario: en su acción, utilizan formas espontáneas de organización y de lucha que van en ese sentido. Más todavía, en su mentalidad y en sus actitudes cotidianas, transgrediendo las órdenes, criticando al cuadro que lo manda directamente; el trabajador cuestiona de hecho el principio y el modo práctico del gobierno jerárquico, base del sistema de gestión capitalista. Pero, lo mismo que en la vida cotidiana, este cuestionamiento se queda en un nivel muy individualizado, en los primeros estadios de la acción colectiva, y no llega a tomar carácter global. Más allá de reacciones espontáneas que a veces van muy lejos, bien lo hemos visto, hay adhesión pasiva a normas consideradas tabú. De este modo, en Seguros Generales un militante C.F.D.T., oponiéndose a la creación de un comité de lucha elegido por los trabajadores, declara delante de tres mil empleados: Estoy a favor, pero no es realizable ..., puede ser que dentro de cincuenta o cien años, y nadie reacciona. También en Seguros Generales, los empleados, llamados a pronunciarse sobre la organización por sí mismos de un referéndum sobre la recuperación o no de las horas de huelga, prácticamente no responden. Y ninguno piensa en rebatir argumentos de este género: los empleados de un mismo servicio nunca llegarán a entenderse. ¡Y esto después de una huelga extraordinaria!

Estas reacciones de pasividad son obra del modo de producción capitalista, que las infunde permanentemente en casi todos los que están sometidos a él. El orden establecido parece natural porque engendra, en cierta medida espontáneamente, la conciencia de que las apariencias responden a la realidad, de que cada uno recibe su justa parte del producto social y se encuentra en su sitio justo. Por cierto, hay variantes dentro de esta conciencia, multitud de variantes, pero en definitiva cada uno no hace más que repetir las frases y las ideas mil veces oídas desde la infancia, en la familia, en la escuela, en el trabajo y fuera del trabajo: el respeto a la autoridad, el culto del jefe, la idolatría del saber (dogma que pretende que el puesto en la jerarquía sea debido a la competencia sancionada, en general, por el diploma, y que ese puesto sea natural).

Durante las jornadas de mayo-junio, este espeso blindaje del carácter se rajó, pero la rajadura no fue honda ni duradera, al menos a primera vista. La razón fundamental ya fue dada en el curso de otra gran crisis social: Ningún proletariado en el mundo puede reducir a humo, de un día para otro, las huellas de una servidumbre secular (Rosa Luxemburg). Y únicamente la reanudación del movimiento, con mayor brío y combatividad, puede cambiar la mentalidad de las clases eXplotadas.




Notas

(1) En nuestra primera nota del apartado Lo que pasó en Francia, nos referimos a la escisión de la C.F.T.C. que dio lugar a la creación de la C.F.D.T.

(2) Reyes holgazanes (roís faínéants) fue el apodo que se dio a los últimos representantes de la dinastía merovingia, quienes abandonaron en manos de sus ministros todas las tareas de gobierno.

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