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LA ORGANIZACIÓN DE LA PRODUCCIÓN Y DE LA DISTRIBUCIÓN POR LOS TRABAJADORES MISMOS
Una clase dominante no se deja desposeer de su poder más que por la violencia. Toda lucha obrera lo bastante importante para cuestionar el poder social de esta clase (y no solamente el poder político, perturbando con ello el orden público) debe estar preparada para habérselas con la represión más despiadada, a medida que este cuestionamiento tome forma en los hechos y en la acción.
Los trabajadores, lo hemos dicho, no hablan de gestión y piensan que son incapaces de regir una empresa o la sociedad, si es que se plantean o les plantean tales cuestiones. Las tentativas de gestión de que hemos hablado deben ser consideradas bajo un doble aspecto de tendencias contradictorias:
- Responden a una necesidad profunda de la sociedad capitalista llegada a cierto nivel de desarrollo y de concentración: la noción de gestión obrera surge espontáneamente de la fábrica, de la empresa moderna.
- Ello es también evidente para la clase dominante, que percibe el hecho en el cuadro de la sociedad de explotación y trata de responder en el interior de este cuadro. Integrar al trabajador en la empresa por medio de recetas es capital para ella, y a los tecnócratas más avanzados les parece absolutamente necesario para la supervivencia de la empresa capitalista. Pero esto es la cuadratura del círculo, porque no se puede integrar al trabajador a una actividad cuya decisión y cuya finalidad le escapan totalmente, puesto que ellas aseguran ante todo el mantenimiento de la dominación de una clase.
Esta contradicción se halla en el centro de todas las cuestiones que hemos evocado. Todo el mundo, en los medios económicos, políticos, sindicales, tecnocráticos, habla de gestión, pues ahí reside el problema, y las soluciones que en dichos medios se proponen, sirven sólo para mostrar que no es ésa la respuesta al problema central de nuestra sociedad.
La cuestión que a uno puede venirle a la mente en este momento es: ¿cómo resolver este problema? Plantearlo así es formular la idea de una minoría consciente y actuante, volver a introducir la división entre minoría y masa, que nos parece generadora de una nueva división de clases. Pues la respuesta pertenece únicamente a los trabajadores en lucha, y todo lo que nosotros podemos hacer es explicar situaciones en las cuales los trabajadores se dan cuenta, más o menos rápidamente, de que nada fundamental ha cambiado.
Esta respuesta de los trabajadores no surge más que de la lucha y por el desarrollo de la lucha. No es consciente y formulada como reivindicación: es la acción misma.
Es finalmente la única respuesta a la necesidad profunda de una producción que dé satisfacción total a las necesidades del hombre, y de una sociedad en que el individuo no esté constantemente frustrado en su actividad. Pensamos que ahí radica el aspecto fundamental: la gestión directa, que se desprende de la lucha.
Una lucha por reivindicaciones materiales (salarios, jornadas de trabajo, licencias, jubilaciones), si no se contenta con satisfacciones parciales, si está llevada con determinación, si, como esta huelga, se extiende a todo el país, si es general, plantea al cabo de poco tieropo otros problemas que los de la huelga, aunque sean consecuencia directa de ella y de su continuación con no desmayada combatividad.
Por un lado, no puede haber paro total de todas las actividades: el abastecimiento, la salud, los transportes, etcétera, plantean problemas que deben ser resueltos inmediatamente, aunque sólo sea en consideración a los huelguistas y sus familias. Cuanto más se prolonga la huelga, más agudos se vuelven estos problemas de reiniciación de la actividad en ciertos sectores y más importantes se tornan, hasta alcanzar la dimensión de todo el país: primero son cuestiones particulares (suministro de corriente a un hospital, entregas de leche, etc.), que se plantean en seguida a nivel local (abastecimiento de una ciudad) o a nivel nacional (asegurar la información, por ejemplo).
Por otra parte, la lucha de la clase dominante contra la huelga se hace más violenta a medida que ésta, precisamente por su duración, cambia de naturaleza y busca regir en lugar de reivindicar. Pues entonces el poder social se inclina de golpe del lado de los trabajadores por el simple hecho de que éstos toman en sus manos las actividades. En la medida en que la acción represiva se perfila, la propia lucha se transforma, y trae consigo la necesidad de poner en funcionamiento ciertos servicios (radio, correos, transportes) simplemente para que la huelga pueda desarrollarse.
Estos dos aspectos de la reanudación de la actividad económica y social -que parecen separados- interfieren estrechamente uno con el otro y originan la necesidad de ligazones y de organismos coordinadores. Esta misma necesidad lleva pues a sustituir los aparatos administrativos, policiales, etc., por organismos de gestión directa en un plano local o nacional, interprofesional. Surgen entonces las estructuras de una nueva sociedad, por iniciativa de los organismos de base de las empresas y con el control de éstos.
Este tipo de reanudación y reorganización de la vida económica puede hacerse de varias maneras. Dejemos de lado el caso en que el funcionamiento mínimo que preserva de la asfixia es asumido bajo la égida del poder existente en el lugar: ya sea por los amarillos, ya por el ejército, ya por acuerdo entre los sindicatos que controlan la huelga y las autoridades, sean éstas del nivel que fueren. De más está decir que en tal caso el poder no ha cambiado de mano y que los trabajadores no controlan la huelga por sí mismos.
Idénticas formas de gestión pueden nacer también de cualquier organismo creado en el curso de la lucha, el cual puede asumir la dirección de ésta y desempeñar la función de coordinador y organizador, si no la asumen los trabajadores. El papel de un organismo tal -partido, sindicato, comité revolucionario, etc.- sería idéntico al que representó la intersindical en Nantes. Ejercería un poder distinto del de los trabajadores en lucha: éstos, o se le someterían, como se someten al poder actual, o entrarían en conflicto con él, por intermedio de sus propios órganos de lucha (comités de huelga por ejemplo) o de los que creasen en ese momento.
Si en cualquier momento de la huelga los trabajadores eligen e instalan un comité de huelga, cuyo control conservan, todo transcurre de otro modo. La puesta en marcha de la empresa, la creación de enlaces y formas de coordinación, son obra de los trabajadores mismos, porque a ellos toca resolver los problemas materiales planteados por la huelga, su continuidad y desarrollo, y porque ellos son quienes aportan la respuesta. La gestión de la producción y de la distribución se vuelve obra de los trabajadores. No habían pensado previamente que regirían la empresa y si lo hubieran dicho, habrían considerado que no eran capaces de hacerlo: las necesidades mismas de la huelga los fuerzan a resolver un problema práctico, y así el poder social pasa a sus manos.
Es cíerto que la clase dirigente hará todo, absolutamente todo, para impedir que el poder pase a los productores asociados, libres e iguales. Aparte de medidas de intimidación y de represión violenta, procurará interesar a las masas en la política de dicha clase, organizando la agitación de las diversas tendencias (llamadas representativas) que la componen, ya sean las que están en el poder o las que se proponen ejercerlo. Y para ello recurrirán a las campañas electorales, plebiscitos, cambios de gobierno, transformaciones del aparato político, campañas de distracción de la atención desviándola a diversos objetivos, etc. En seguida, o más bien al mismo tiempo, los dirigentes subrayarán los riesgos de desastre y de caos que una lucha prolongada significarán para su economía (la de ellos). Si la mayoría de los productores persisten en continuar relativamente indiferentes a la política y a la economía de las clases dirigentes y prosiguen su lucha, poniendo las empresas en marcha bajo control propio, entonces las clases dirigentes; unidas, decidirán tomar las armas y hacer lo que siempre han hecho para desposeer a los productores inmediatos: desencadenar la guerra civil.
Desde el mes de mayo, pese a que estas formas de poder obrero virtual no pasaban de vago esbozo, los diferentes grupos dominantes agitaron al unísono la amenaza de la guerra civil: la derecha, hablando de ello abiertamente; la izquierda, que se sabía incapaz de reaccionar, hablando solamente del riesgo de dictadura militar. A los viejos reflejos de pasividad vinieron a añadirse en los productores reflejos de temor, igualmente antiguos.
Los trabajadores entraron en lucha no sólo porque vieron a los estudiantes ocupar sus lugares de trabajo y abrirlos a todos, sino también porque vieron a la fracción más resuelta de la juventud salir a la calle y hacer frente a las fuerzas represivas; están agrandados -se decía- y al comprobarlo, todo el mundo se agrandaba. Eso influyó mucho en la forma como recibieron los huelguistas a los dirigentes sindicales que habían obtenido, a lo sumo, una equiparación de los salarios franceses con los de los otros países del Mercado Común. Pero después era preciso, o someterse a la férula estatal, patronal y'sindical -es decir, a las reglas del mercado-, o ir hasta el fin, hasta la puesta en actividad de las empresas ocupadas. Y a esto nadie se atrevió; todo el mundo sabía lo que significaría; el miedo lo paralizó todo.
¿Y ahora? Puesto que nada ha cambiado, que no ha habido victoria, pero derrota tampoco, la alternativa sigue siendo la misma: o someterse o reanudar el combate. Sin duda hay grupos o individuos capaces de barrer las dificultades con una frase, de lucubrar una perspectiva que dé a luz una estrategia maravillosa. Y otros, más numerosos sin duda, explicarán que todo se originó en la impaciencia elevada a la altura de teoría (L. Figueres, El izquierdismo, Cahiers du comunisme, N°6, 1968), o que no tendrá futuro. De hecho, es evidente que plantear tal alternativa no corresponde al dominio de la reflexión, sino que en primer lugar, contradice el éxito de acciones ejemplares. Todo lo que se puede decir es que el choque fue experimentado en profundidad por las masas, que una mentalidad nueva ha comenzado a emerger, que no tiene miras de disminuir ante las presiones de la autoridad restaurada y la arrogancia de los patrones.
A partir de entonces, en un momento relativamente próximo, la lucha podrá reanudarse, a condición de que se derribe previamente la feroz oposición que encontrará de parte de las centrales sindicales. Se tratará entonces de huelgas y manifestaciones espontáneas llevadas adelante por órganos directamente surgidos de la lucha. En cuanto ésta se extienda y se prolongue, esos comités deberán tomar en sus manos las tareas que las clases dirigentes son incapaces en adelante de realizar; deberán administrar en el plano local, y luego nacional, la producción y la distribución. Frente al poder estatal, privado ya de apoyo en las masas aparte de la hoja de votación -equivalente a cero en período de crisis social-, y que sólo puede contar con las magras fuerzas de la policía, organizarán la autodefensa. Se transformarán en Consejos de productores -obreros, cuadros, estudiantes y campesinos-, instrumentos para la lucha y la organización directa de la producción y de la sociedad por los productores mismos.
Nosotros creemos contribuir, desde nuestro sitio en el seno del movimiento (Es decir participando en órganos que tienen por principio el del libre acceso, con sus desventajas en el plano de la eficacia visible, y no el principio de la discriminación que, cualesquiera que sean sus supuestas justificaciones, obedece siempre a los principios de la sociedad de clase y no puede, por consiguiente, engendrar la menor eficacia real, sino solamente la secta), a empujar este acontecimiento hacia su cauce natural. Esto significa, entre otras cosas, proponer, para la discusión, ciertas ideas generales, no un plan preconcebido por algunos, no un programa que, en las condiciones presentes, no puede estar sino ligado a organizaciones vetustas, ineptas, a todas luces, en períodos de crisis social.
Estas ideas generales son, ante todo, relativas a principios de funcionamiento social. El funcionamiento de la sociedad capitalista sigue siendo el mismo que en las sociedades de la edad de piedra, al menos en un aspecto fundamental: la subordinación de los hombres a un orden sobre el cual tienen poquísimo o ningún poder; sin embargo, es posible establecer ciertos principios básicos sobre los cuales ese orden se sustenta, por ejemplo, la extracción, la realización y la acumulación de la plusvalía, la búsqueda del provecho privado o propio de categorías sociales dadas. Del mismo modo, la aparición de la nueva sociedad, que nace de la antigua, está sometida a la difusión y la realización de nuevos principios sociales, aplicados en el plano local, nacional y finalmente internacional (en caso contrario, si el pasaje no se realizara, el mundo nuevo estaría condenado a perecer). Seguramente, su aplicación ha de ser empírica, ha de revestir formas variadas según los lugares y los momentos, y sería vano tratar, hoy, de predecir dichas formas prácticas en detalle. De todos modos, la existencia permanente de consejos de productores supone que en el curso de la lucha, en razón precisamente de la lucha de clases, frente a los desfallecimientos del capitalismo y de las clases dirigentes, han aparecido las bases económicas nuevas de la sociedad en su conjunto.
En un momento dado, durante la crisis, los problemas de la organización de la producción y de la retribución del trabajo se plantearán ineludiblemente. En el plano local, y luego en el plano nacional, los Consejos deberán organizar la producción y la distribución en función de un plan cuyos datos estén sometidos a todos y que será decidido por todos. En el actual estado de la técnica, y sobre todo teniendo a la vista los progresos de la contabilidad pública y de la industria de las computadoras, que pueden permitir, a quien lo desee, verificar en cada instante el curso de las cosas, ya no parece que esto deba plantear problemas fundamentales insolubles, si es cierto que hay necesidad de un cambio profundo y considerable de mentalidad.
En cada una de las dos grandes ramas del sistema capitalista mundial, existe también un plan, y aunque lo que hace las veces de plan aquí, esté extremadamente lejos de lo que es el plan allá, ambas formas de planificación tienen por lo menos este carácter común: reposan sobre el sistema de precios o adjudicaciones de crédito, que reposa a su vez sobre el sistema del salariado, es decir, sobre la explotación del hombre por el hombre. Los productores que hayan aprendido a regir ellos mismos su lucha, en la igualdad de todos y en el esfuerzo colectivo, tenderán de manera natural a hacer descansar sobre nuevas bases la producción y la distribución planificadas de los bienes. En primer lugar, lo hemos visto, porque ello marcha en el sentido natural de la lucha, y también porque, como la inflación reducirá a cero el valor del dinero, será necesario buscar una nueva unidad de cálculo; y seguidamente porque la historia contemporánea ha demostrado que la abolición de la propiedad privada en los medios de producción no coincide en absoluto con el fin de la explotación.
Dentro de la economía capitalista, el sistema de los precios más o menos determinados por el mercado (o de las adjudicaciones de crédito más o menos fijadas por los servicios del plan) crea a cada instante la ilusión de que la explotación es un problema de mercado (o de planificación) cuyas condiciones bastaría modificar (en los países más o menos democráticos, mediante un diálogo entre las clases en general, en el parlamento y en otros organismos llamados paritarios) para transformar verdadera y perdurablemente la condición humana. Igualmente, el sistema de los salarios disimula la realidad de la explotación y divide entre sí a los productores, atribuyendo el nivel de remuneraciones a niveles de calificación que son, en lo fundamental, imaginarios. En efecto, todos los productos del trabajo humano, y por consiguiente el tiempo de las diversas categorías de productores materializada en sus productos, se equiparan cualitativa mente, siendo todos la cristalización de cierta calidad de trabajo inmediata y mediata: inmediata, en las fábricas y los campos; mediata, por medio de conocimientos socialmente acumulados, trasmitidos y aplicados.
Siempre dentro de la economía capitalista, la medida del valor de las mercaderías es el dinero, que también disimula esta realidad básica: el productor es un artículo de comercio, una cosa a la que se adjudica precio. En otros términos, el productor no puede verse más que como objeto cuyas funciones son las de director o las de dirigido, en la medida en que se considere y se le considere dotado de competencia y/o de derechos; medido según criterios de valor diferenciado, está ligado a los demás por una relación abstracta. No aparece en su realidad de productor ligado a los otros productores, idénticos a él, por medio de un trabajo de calidad social igual. La relación abstracta entre cosas cotizables se encarna en el dinero, otra potencia abstracta; ésta encarna a su vez el juego de leyes que escapan en lo esencial a la voluntad del común de los hombres: fuente visible de todas las bajezas y de todas las desdichas, el dinero es una de las propiedades del capitalismo. Por el contrario, la fuerza del trabajo es una de las propiedades comunes a todos los hombres. La medida del tiempo que cada productor dedica al trabajo es la hora de trabajo. Y la medida que permite calcular el tiempo de trabajo cristalizado en los productos de la actividad humana (con algunas pocas excepciones: investigación científica y otros trabajos de creación), es la hora de trabajo social medio, base de la producción y de la distribución comunista de los bienes.
Pero, se dirá, ¿cuál es la diferencia entre el valor-dinero y el bono de consumición calculado sobre la base de la hora de trabajo social medio? En el régimen capitalistá, el intercambio expresa un hecho fundamental: el productor inmediato no es dueño de los medios de producción y el trabajo social es propiedad de las clases dominantes. Éstas se reparten el producto de dicho trabajo en función de los derechos de propiedad, de los grados de competencia, de las leyes del mercado y otras, de un montón de factores y de reglas, que corresponden a veces a la realidad pero siempre falseadas por la división de la sociedad en clases (una de cuyas expresiones son las viejas organizaciones sindicales).
En compensación, cuando la hora de trabajo social medio sirve de base para calcular la producción y el consumo, no hay más necesidad de política de salarios; las fuerzas productivas, la voluntad de los productores y las capacidades de producción existentes, determinan automáticamente el volumen del consumo tanto global como individual.
En adelante, los productores rigen ellos mismos la producción, pero esta gestión deja de hacerse más o menos a ciegas, arbitrariamente. Las relaciones sociales ya no serán verticales, de arriba a abajo, del dirigente al ejecutor, sino horizontales, entre productores asociados. Los objetivos de la producción no estarán fijados por factores que escapan al control de los hombres o que expresan la división de la sociedad en clases, sino por los propios productores libres. Y la medida que sirve para regular la producción y el consumo es una cualidad igualmente repartida entre los hombres. Pero asociación, libertad e igualdad de los productores no derivan, propiamente hablando, de la realización de aspiraciones morales: en cierto sentido, son la consecuencia natural a la auto-emancipación, a la que se oponen las viejas organizaciones y las viejas ideas; por otro lado, cada empresa sigue siendo una célula de este inmenso cuerpo económico que es la sociedad, y cuyo metabolismo vital, el sistema de intercambios, necesita de la unidad orgánica y la produce. Las diversas células se integran en un todo que reposa sobre una base radical igualitaria, y que no puede ser otra cosa que esto: el tiempo de trabajo tomado como única unidad de cálculo de la producción y del consumo, un patrón medida controlable por todos.
Todo esto está lejos sin duda de los hechos inmediatos constituidos por una huelga generalizada detonada ante todo por la explosión y la propagación espontáneas; por un movimiento que sólo se profundizó verdaderamente en un sector de la producción, el de las capas privilegiadas de los productores; por formas de organización nuevas que aparecen aquí y allá, en estado embrionario y en función de situaciones específicas; por discusiones de una extensión cualitativa y cuantitativa sin igual en la historia de las sociedades humanas, pero que a poco caen en círculo vicioso, al no prolongarse en la acción: la puesta en marcha de la economía por los productores asociados, libres e iguales. Meses y meses de inacción suceden a las semanas de acción. Sin embargo, del mismo modo que las iniciativas de unos pocos sirvieron para desencadenar la iniciativa de la mayoría, así las reflexiones de unos pocos pueden servir para despertar las de un gran número. Y este despertar a la reflexión es, también, condición primordial para la lucha.
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