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LAS GRANDES MENTIRAS DE NUESTRA HISTORIA

Francisco Bulnes

SEGUNDA PARTE

Capítulo primero

EL ESTADO MENTAL PÚBLICO EN 1830


El 17 de Enero de 1821 el Gobierno colonial concedió a Moisés Austin, ciudadano de los Estados Unidos, el permiso de colonizar en Texas, bajo las siguientes condiciones:

Primero: El número de familias autorizadas a establecerse debía ser trescientas y originarias de la Luisiana.

Segundo: Todos sus individuos debían profesar la religión católica, apostólica y romana.

Tercero: Habían de presentar al establecerse constancias fidedignas de su buena vida y costumbres.

Cuarto: Debían prestar juramento de obedecer y defender al rey de España y de observar la constitución política de la monarquía española sancionada en 1812.

Quinto: El Gobernador de Texas, suficientemente autorizado expidió una orden por la cual mandó que mientras la colonia no estuviese en estado de recibir la organización debida para su gobierno político y administración de justicia, se mantuviera sujeta a Moisés Austin, y a éste se imponía el deber de gobernarla y mantenerla en buen orden procurando al mismo tiempo su prosperidad.

Moisés Austin murió el 10 de Junio de 1821 y dejó a su hijo Esteban como herencia la concesión que para colonizar en Texas había recibido del Gobierno colonial.

Las primeras familias colonizadoras llegaron a Texas el 15 de Marzo de 1822, cuando el gobierno colonial había desaparecido por la consumación de nuestra independencia. Esteban Austin solicitó revalidación de su concesión por el gobierno imperial mexicano, la que le fue otorgada con modificaciones que no presentan suficiente importancia para ser mencionadas.

Habiendo caído el imperio de Iturbide, el nuevo gobierno anuló los actos del imperio, ordenando que fuesen sometidos al nuevo Congreso para su revisión. El nuevo Gobierno confirmó el 14 de Abril de 1823 las concesiones de colonización que Esteban Austin había recibido del imperio y gobierno colonial y además y mientras se dictaban las leyes que debían regir a la colonia, se otorgaron a su jefe Austin, facultades casi omnímodas para dictar cuanto creyere necesario al orden, seguridad y progreso de los nuevos establecimientos, caracterizándole con el nombramiento de teniente coronel del ejército mexicano.

Todos los escritores que se han ocupado de la cuestión de Texas, afirman por unanimidad que hubo deplorable imprevisión al hacer concesiones de colonización á ciudadanos norteamericanos, los que necesariamente habían de tener más afectos por su país que por el nuestro y debían por lo tanto empeñarse en anexar a Texas con su patria, los Estados Unidos.

Es imperdonable pretender que los estadistas mexicanos de 1822 y 1823, tuviesen la conciencia política de los mexicanos de 1903. En 1822 y 1823 y en los sucesivos años, el libro clásico de nuestros hombres de Estado con excepciones muy limitadas, fué las Mil y una noches arregladas por la ortodoxia católica. Don Agustín de Iturbide en su Manifiesto á la nación afirmaba que México era el país más rico del mundo. La mayor parte de las proclamas de nuestros generales y eran muy numerosas felicitaban a nuestros soldados por ser los primeros del mundo. El barón de Humboldt se había extasiado ante la potencia prolífica de nuestros indios sobrios e indiferentes para todo menos para los placeres carnales sin prostitución y propios para desarrollar decenas y centenas de millones de población, desde el momento en que el indio debido a la influencia de la independencia fuera libre, ilustrado, patriota, y demócrata. Una vez que comiendo carne nuestros indios se elevasen al rango de necrófagos y que por su alto jornal dadas nuestras inconmensurables riquezas naturales adquieran capacidad para absorber toda la luz y virtudes de la civilización, habían de ser los modelos de la humanidad.

Ya se había afirmado que nuestro peón indígena era el primer trabajador del mundo, un Hércules dirigiendo el arado, un ciervo para correr, una paloma mensajera para caminar. Nuestros climas eran numerosos y excelentes para imponer á nuestras tierras inagotables y también las primeras del mundo, la obligación perenne de colmarnos de bienestar y oro por medio de interesantes y fabulosas cosechas de toda clase de productos. México era también el país minero por excelencia, el primero en el mundo y en el Cosmos. En 1822, no se conocía aún el formidable papel que el carbón mineral debía desempeilar en la civilización y nuestros bosques sin límites en su extensión y calidad de maderas, respondían de nuestro porvenir industrial también el primero del mundo.

Extendido nuestro territorio entre dos océanos a lo largo de centenares de leguas y con vista para todos los continentes no era posible que nuestro comercio dejase de ser en algunos años el primero del mundo. Poseíamos llanuras indefinidas habitadas por toda clase de ganaderías salvajes y domésticas. Nuestros elementos de prosperidad eran incalculables y si no éramos una nación de Cresos al hacer nuestra independencia, era por la ambición, la envidia, la tiranía, la barbarie de España que se propuso conquistamos para impedir que explotáramos nuestras riquezas y envilecernos manteniéndonos miserables.

La convicción de nuestro poderío sin límites era nacional, absoluta, inquebrantable, religiosa. ¿Por qué recelar entonces de los Estados Unidos? ¿Quiénes eran nuestros vecinos en 1822? Una nación sin minas de oro y de plata, productora de granos, carne salada y jamones ahumados; compuesta de siete millones de blancos y dos de negros casi todos esclavos. Nuestra población se calculaba no por el censo sino por el patriotismo en ocho millones poco más que la población libre de los Estados Unidos. No era posible en 1822 predecir el gigantesco crecimiento de los Estados Unidos y aun cuando se le hubiera entrevisto ¿nuestro crecimiento no debía ser siempre superior en población, riqueza, cultura, dado que nuestro territorio era un fenómeno único de esplendidez en el planeta y que siendo nuestros peones los mejores del mundo y nuestos soldados invencibles dirigidos siempre por genios militares; teníamos forzosamente que ser y mantenernos, la primera potencia guerrera, trabajadora y civilizada del universo? ¿A quién temer y por qué temer? Si los colonos nos ofendían se les exterminaba, si esto no agradaba a los Estados Unidos se les castigaba severamente; el triste fin de Cartago nos era conocido. Basta leer la prensa que rendía culto al emperador Iturbide para ver que se le colocaba sobre Augusto y Marco Aurelio.

Se entiende por imprevisión dejar de prever lo que se pueda prever. Nuestros estadistas no podían prever al día siguiente de la independencia que el militarismo refinadamente pretoriano surgiría bestial y omnipotente para masticar, desmenuzar, devorar la riqueza pública con sus indefinidos apetitos: no se podía prever que ese militarismo había de ser nuestra única manifestación política y económica, moral y vital. No era posible prever que una nación en su cuna se presentara corrompida como un sibarita agotado por las orgías y embrutecido por la sensualidad única de los viejos gladiadores alquilados para pelear contra todas las fieras y contra sí mismos en todos los circos. No era posible prever sin ciencia en la educación de nuestros hombres de Estado, el fracaso de nuestra opulencia por la falsedad de nuestras portentosas riquezas que habría de abrir las puertas del poder al famelismo de las clases altas disputándose con las armas en la mano y la inmoralidad en las conciencias los miserables dineros de un exiguo presupuesto. No era posible prever que íbamos á expulsar á los españoles como á los judíos y moros en España para arrojar del país los únicos capitales existentes, no era posible prever que con el prohibicionismo absoluto aplicado a nuestras finanzas y a nuestro comercio debíamos colocar en un patíbulo a la minería y hacer imposible la paz pública por la ambición de tener industrias sin elementos para semejante obra.

Como sentimientos contábamos solamente con tres: el orgullo de creernos los más opulentos, valientes e ilustres habitantes del planeta terrestre; un desprecio infinito para los demás pueblos, un odio judaico especial, ortodoxo para todos los extranjeros. Como ideas teníamos pocas, pero confusas y la mayor parte falsas tomadas del periodismo grasiento y sanguinario de Marat, del derecho romano corregido por los concilios de Toledo y del Breviario de Alarico. Poseíamos la historia de España por el padre Mariana, la legislación de Indias y sobre todo la excitación a la megalomanía pública por el barón de Humboldt. Nadie había pensado en que no podíamos ser agricultores sin agua, ni industriales sin carbón mineral, ni comerciantes por tener nuestros principales puertos abajo de un territorio elevado a dos mil metros sobre el nivel del mar; nadie había pensado en que para ser un gran pueblo libre es preciso el carácter, no el deseo de ser liberal y que nuestra historia nos imponía la obligación de ser humildes hasta la cobardía o feroces en el libertinaje hasta el salvajismo. Pretender transformar en algunos días y sin contar con el medio físico una colonia española en pueblo libre, era una demencia que teníamos que satisfacer perdiendo la tranquilidad, el decoro, nuestros elementos efectivos de trabajo, nuestras virtudes serias y la mayor parte de nuestro territorio.

Se ha inculpado al sistema federativo del desastre de Texas debido a que el Estado de Coahuila y Texas, sin reserva, sin prudencia y sin patriotismo prodigó concesiones de inmensa extensión de tierras á los ciudadanos de los Estados Unidos. El principal denunciante de estos errores o crímenes, es el general Tornel, pero su inculpación no es más que un deplorable efecto del espíritu de partido. La ley de colonización de 1824, reconoce en los Estados la facultad de colonización con sus bienes territoriales; pero contenía tres artículos que daban al Gobierno federal el derecho de revisión sobre las concesiones que hicieran los Estados y la mejor prueba de que así fue entendido por el gobierno Federal, es que, cuando el Estado de Coahuila recomendó al gobierno federal la solicitud que había presentado Don Lorenzo Zavala para que le fuese concedida una gran extensión de tierras; Don Juan de Dios Cañedo, Ministro de Relaciones Exteriores acordó que se previniera al Gobernador de Coahuila, que, tocando a aquél la concesión de dichos terrenos y al gobierno general sólo la aprobación procediera conforme a sus atribuciones y avivase del resultado (1).

Si las concesiones que hiciera el Gobierno de Coahuila quedaban sujetas conforme a las leyes a la aprobación del Gobierno federal; la responsabilidad de las imprudencias o venalidades del gobierno de Coahuila deben recaer sobre el gobierno federal.

Desde que los dos primeros colonos se establecieron en Texas el año de 1823, permanecieron tranquilos hasta que la administración terrorista de Don Anastasio Bustamante comenzó a oprimirlos. El incidente escandaloso de la proclamación de la República de Fredonia en Texas fue extraño a la conducta pacífica de los colonos quienes se portaron correctamente, según la narración de los hechos por el general Filisola (2).

Los colonos hasta 1829, habían cumplido con su deber y su conducta aparecía irreprochable. La insurrección de Edwards y socios era independiente de la colonización. Sin embargo en México la sociedad se convenció y aun se exaltó creyendo que en la tentativa imbécil y abortada de conquistar Texas tres filibusteros y algunos miles de indios bárbaros, había una primera perfidia de los colonos. Este error de identificar a los colonos con los aventureros que invadían Texas es decisivo como funesto en la cuestión texana y debido a él nos separamos de la conducta propia para salvar nuestro honor y territorio e iremos al galope ciegos y hurlando himnos patrióticos hasta el fondo de la catástrofe.

Nuestra desconfianza y aversión por todo extranjero en 1829 sólo podía igualarse a nuestra megalomanía social. No creíamos que fuese posible que en el mundo existiesen extranjeros que no fueran fundamentalmente forajidos o fieras escapadas de vírgenes selvas. Por otra parte, nos figurábamos y así lo decíamos en la prensa diaria que mucho tiempo antes de las concesiones otorgadas a Austin ya los Estados Unidos, deslumbrados por las portentosas riquezas de Texas, ambicionaban ese territorio y se habíán propuesto adquirirlo y como prueba irrefutable se presentaba la pretensión que había sostenido el gobierno norteamericano de que el límite del Sur de Luisiana era el Río Bravo del Norte. Esta convicción de la que emanaron muy graves errores políticos, carecía enteramente de fundamentos capaces de justificarla como paso a demostrarlo.

Al hacer su independencia las colonias de Inglaterra para formar los Estados Unidos aparecían como límites: al Norte, el Canadá; al Sur, la Luisiana y las Floridas oriental y occidental; al Este, el Atlántico; y al Oeste, el río Mississipi. Los norteamericanos adquirieron la Luisiana por compra en 1803 y las Floridas también por compra en 1819, y se declararon dueños de la inmensa extensión comprendida entre el Oeste del Mississipi y las costas del Pacífico, desde el límite Norte de California hasta el límite Norte de Oregón. Esta región fue medida por el astrónomo Warden quien se valió del estudio de las costas del Pacífico por Vancouver y por dos distinguidos marinos españoles, Galiano y Valdés.

Para conocer bien la cuestión de Texas, es indispensable conocer la geografía de los Estados Unidos que tanto se ha impuesto a su política interior y exterior. La geografía de los Estados Unidos se puede aprender fácilmente en menos de cincuenta palabras: Los Estados Unidos en 1819 al adquirir las Floridas representaban la inmensa región comprendida entre el Canadá y las fronteras del Norte de México. Esta gran región se encuentra naturalmente dividida en cuatro partes siguiendo tres divisiones interiores que corren de Norte a Sur y son: las montañas Alleghanies, el río Mississipi y las Montañas Rocallosas.

En 1804 un distinguido hombre de Estado norteamericano de vastísima instrucción en la geografía de su país, fijaba la extensión de la zona comprendida entre el Atlántico y las montañas Alleghanies en 386,000 millas cuadradas.

En 1805, cuatro notabilidades procurando evitar los errores de extensión tomando en cuenta la división territorial verificada por las montañas Alleghanies, calcularon la superfiCIe comprendida entre el río Mississipi y el Atlántico considerando el río como límite occidental del territorio explorado y conocido de los Estados Unidos. Humboldt, Warden, Melish y Gallatin, dieron con ciertas apreciables diferencias la extensión de la referida región, la que estimada como resultado final el año de 1819, presentaba 972,000 millas cuadradas.

La región comprendida al Oeste del Mississipi y las costas del Pacífico no era conocida ni había sido explorada en 1819. Apenas penetraban en ella algunos valientes cazadores de búfalos, excepto el territorio de Missouri que en parte era conocido. La exploración seria y completa de la gran región comprendida entre el Mississipí y las Montaftas Rocallosas tuvo lugar de 1830 á 1840 Y hasta esa fecha nadie se había atrevido a atravesar la cadena de las Montañas Rocallosas. En 1842 un intrépido explorador acompañado de algunos amigos de su temple, M. Fremont, partió de San Luis hacia el Oeste, atravesó los territorios de Kansas y Nebraska, llegó a las Montaftas Rocallosas y subió a ellas hasta alcanzar una altura de 13,570 pies sobre el nivel del mar. En 1843 el mismo explorador atravesó las Montañas Rocallosas encontrándose con el gran lago Salado que cruzó en una canoa. Con arrojo admirable continuó hacia el Oeste hasta perderse en las extensas selvas vírgenes del Oregón llegando al fin a alcanzar las costas del Pacífico.

Por lo expuesto, es indispensable admitir que, en 1819, se habían explorado muy poco las regiones comprendidas al Oeste del Mississipí y no se conocían siquiera en lo más mínimo las comprendidas entre las Montañas Rocallosas y las costas del Pacífico. Habiéndose encontrado notablemente ricas las tierras poco exploradas al oeste del Mississipí se creía firmemente que desde el Mississipi hasta el Pacífico todo el territorio era igualmente rico y esta creencia la imponían y sostenían sabios como Warden, Lea, Gallatin, Morse y Humboldt. De modo que en 1830 había en los Estados Unidos:

Territorio explorado y conocido al Este del Mississipí hasta las costas del Atlántico ... 969,020 m2.
De esa parte estaban habitadas holgadamente ... 410,000.
Territorio poco explorado pero que había enseñado ser prodigiosamente rico ... 2.180,000.

La parte ocupada holgadamente, representaba apenas el tercio de la población que cómodamente contiene en 1903, por lo tantO tomando como base la densidad de la población actUal puede decirse que sólo estaban ocupadas densamente pero sin opresión ni dificultad pobladas 140,000 millas cuadradas, en consecuencia, los Estados Unidos poseían un territorio inmenso que manifestaba ser excesivamente rico, porque ni siquiera se sospechaba en 1830 que hubiese la gran región árida de Utah comprendida entre las Montañas Rocallosas al Oeste y el Este de la Sierra Nevada de California que prolongándose intercepta las corrientes de nubes que penetran al Continente por el Pacífico. Por lo mismo en 1830 la situación de los Estados Unidos en cuanto a tierras era:

Tierras verdaderamente poseídas y explotadas la mayor parte de la agricultura ... 140,000 m2.
Tierras muy ricas para extenderse una población total que en 1830 era de 12,866.000 ... 2.571,000
Superficie de Texas ... 262,000

Era imposible admitir que una población de 12.866,000 almas que como acabo de decir era la de los Estados Unidos en 1830 y que ocupaba tierras que los alimentaban y enriquecían con extraordinaria abundancia y que contaban con una extensión quince veces mayor de magníficas tierras, ambicionasen ardientemente las 262,000 millas cuadradas de nuestro Texas, al grado de querer emprender una guerra con una nación de siete millones que hacía gala de un patriotismo igual al de los españoles y que había puesto sobre las armas durante diez años de guerra de independencia 160,000 combatientes.

Sólo nuestra vanidad electrizada por corrientes de suprema ignorancia pudo inventar semejante codicia al pueblo americano el año de 1819 o antes.

Si los Estados Unidos habían sostenido que Texas les pertenecía después de la adquisición de la Luisiana en 1803, era porque los franceses con justicia o sin ella sostenían sin vacilar que el explorador La Salle había tomado con todas las reglas del arte de la conquista, en nombre de su poderoso rey, el año de 1685 (20 de Febrero) posesión del territorio de Texas, que así se llamaba, habiendo recibido ese nombre por mostrarse parte de sus indígenas ocupantes, amigos y en el idioma de esos indígenas la palabra amigos es texas y los españoles al hablar de sus indios amigos o texas decían los indios texas.

Los Estados Unidos antes de 1819 no habían inventado por ambición que Texas les peitenecíó, tal cosa la sostenía el gobierno francés y así consta en la Histoire de la Louisiane por el francés Dupratz. No digo que tuviera razón Dupratz contra la propiedad que alegaba el gobierno español, porque la cuestión es muy complicada y muy inútil de estudiar, debido a que en 1819 los Estados Unidos al adquirir las Floridas, abandonaron para siempre conforme a solemne tratado, los derechos que creían tener al territorio de Texas. Si los Estados Unidos reclamaban a Texas como suyo antes de 1819 era porque Francia vendedora de la Luisiana así lo creían y basta que un gobierno crea que le pertenece determinado territorio para que los reclame aun cuando nada valga y aun cuando su población no lo ambicione ardientemente. No es prueba de ponzoñosa ambición popular en todo caso que un gobierno haga valer los derechos sobre un territorio que la nación que se lo vendió aseguraba tener.

Dispongo aún de elementos superiores para combatir el error que asegura que Texas era ambicionado ardientemente por los Estados Unidos antes de 1821 y voy a emplearlos para no dejar ni la más pequeña duda sobre un punto que como más adelante se verá es preciso esclarecer. Antes del establecimiento de los colonos que trajo a Texas en 1823 Esteban Austin, no se sabía en los Estados Unidos que Texas fuera rico y mucho menos que fuera un territorio muy rico.

La Salle no exploró Texas cuando pisó dicho territorio en Diciembre de 1684 porque se estableció muy corto tiempo en la Bahía del Espíritu Santo o San Bernardo, creyendo que se encontraba en la desembocadura del Mississipi, según los españoles y cuando La Salle intentó internarse en busca de unas legendarias minas de Santa Bárbara que nunca existieron en Texas, fue asesinado por uno de sus compañeros, los demás fueron puestos en fuga por los indios bárbaros quedando algunos prisioneros de ellos; pero nadie sabe que alguno de los cautivos hubiese escrito o comunicado sus impresiones económico-políticas de cautiverio.

En 1715, siendo virrey de México el duque de Linares recibió aviso de haber penetrado en Texas cuatro franceses uno de ellos llamado Saint Denis y al momento el gobierno colonial dictó la orden de capturarlos, lo que inmediatamente tuvo lugar siendo los presos trasladados a la ciudad de México.

Las diversas cédulas expedidas por el rey Carlos II son feroces, pues recomiendan el exterminio de los extranjeros que se introduzcan con cualquier motivo en las posesiones de S. M. excepto en caso de naufragio, pero entonces debía la autoridad recoger a los náufragos y expulsarlos del país con la mayor brevedad posible sin consentir que quedaran en el país cualquiera que fuese el pretexto o motivo para desearlo o hacerlo, y estas cédulas fueron siempre preferentemente atendidas por los virreyes como les estaba recomendado.

En 1789, Felipe Nolan, irlandés establecido en los Estados Unidos penetró en el territorio de Texas al frente de cincuenta hombres en busca de minas de oro y plata sin que este programa evitara que robara caballos entre los ríos Bravo y Colorado. Habiendo tenido noticia de la invasión D. Nemesio Salcedo, comandante general de las ocho provincias internas de Oriente, mandó una expedición contra los invasores la que logró exterminarlos.

El Bulletin de la société de Géographie (Septiembre de 1829) dice:

Las relaciones políticas y comerciales que han existido desde hace algunos años entre los Estados Unidos y la provincia de Texas han contribuído a que se conozca este hermoso país sobre el cual no se tenían más que datos muy inciertos. Antes de la Independencia jamás hubo relaciones políticas y comerciales entre Texas y los Estados Unidos.

El barón de Humboldt buscó documentos o narraciones verbales que lo ilustrasen sobre Texas pero nada encontró y se limitó a escribir: La llanura donde está situado el Saltillo baja hacia Monclova, el río del Norte y la provincia de Texas en donde en vez del trigo de Europa sólo se encuentran campos cubiertos de cactus (nopales) población 6,000 (3).

Hasta el año de 1812 tuvo lugar una seria invasión de Texas por el texano Don Bernardo Gutiérrez de Lara al frente de 500 hombres extranjeros; la mayor parte de ellos norteamericanos de los Estados de Kentucky, Tennessee, Mississipi y Luisiana y cuyo objeto era contribuir a la independencia de Nueva España. Gutiérrez de Lara había obtenido autorización del cura Hidalgo para emancipar desde luego a Texas de la dominación española y al efecto recibió el grado de teniente coronel y las credenciales necesarias para marchar a los Estados Unidos y pedir a su gobierno auxilios y cooperación para nuestra independencia. Pero a lo que parece el pequeño ejército de Gutiérrez de Lara se ocupó de guerra solamente y no hizo estudios económicos y geográficos, pues no se conoce publicación de ellos ilustrando al público sobre las riquezas del territorio texano.

El aventurero francés Laffitte apareció en la isla de Gálveston en 1814, pero su profesión de pirata y su esmero para ejercerla, no le permitieron internarse en Texas y hacer estudios científicos. Otro pirata francés, Aury, fue nombrado gobernador y comandante militar de Texas en 1814, por el Dr. Don José Manuel de Herrera agente y corresponsal del gobierno insurgente mexicano en el puerto de Nueva Orleans. Aury llegó a reunir cerca de cuatrocientos buenos aventureros y cuando en 1816 llegó Mina a la isla de Gálveston, Aury no quiso agregarse a su expedición y solamente el coronel Perry con cien hombres dejó Texas para seguir al impetuoso caudillo Don Francisco Javier Mina.

Pero esos ocupantes de Texas desde 1812 no se dedicaron a trabajos científicos de exploración de tan extenso y rico territorio. Hasta el año de 1819 no era conocida la importancia de Texas en los Estados Unidos y la prueba más decisiva es que en 1819 cuando el Ejecutivo de la Unión remitió al Senado de los Estados Unidos el tratado con España por el que esta nación cedía las Floridas; un eminente orador y estadista, Clay, lo impugnó haciendo notar que semejante tratado hacía perder a los Estados Unidos sus derechos sobre Texas, territorio cuya riqueza no conocía pero que debía valer mucho más que las Floridas siendo su extensión seis veces mayor (la extensión de Texas es cinco veces mayor) y en el cual se decía existían ricas vetas de oro y plata como en la mayor parte de las montañas mexicanas.

Sabido es que en Texas no hay ricas vetas de oro y de plata, la idea de Clay reconocía por origen la reputación minera de México, pero la verdadera riqueza de Texas que es el cultivo del algodón, para nada la hizo figurar el distinguido orador del Kentucky en su magistral discurso, que no produjo impresión ni interés en el público sudista. Esta prueba es suficiente por sí sola para convencerse de que antes de 1821 no había ambición ardiente de los Estados Unidos por apoderarse de Texas a causa de su riqueza. Ya lo he dicho, si los Estados Unidos hacían valer derechos sobre Texas antes de 1819 era porque el vendedor de la Luisiana en 1803 así lo había asegurado. La obra del francés Dupratz, Histoire de la Louisiane, da como límite Sur de esta provincia el río Bravo del Norte, dicha obra fue impresa en 1758 cuando no existían los Estados Unidos, luego no habían sido inventores de la fábula que Texas estaba incluído en la Luisiana, para apoderarse del suelo texano. Insisto en manifestar que no creo que los límites de la Luisiana alcanzasen hasta el río Bravo del Norte, mas esa cuestión no la trato por ser inútil. Si los Estados Unidos hubieran conocido en 1819 lo que valía Texas cuya riqueza y extensión son superiores a la de las Floridas, no hubieran cedido sus derechos sobre Texas que consideraban indiscutibles, más cinco millones de dollars, precio en que vendieron en realidad los españoles sus Floridas. El tratado de 1819 es otra prueba importante de lo poco o nada que ambicionaban a Texas los Estados Unidos antes de 1821.

Los verdaderos descubridores de la gran riqueza agrícola de Texas fueron los colonos que en su territorio estableció Esteban Austin en 1823, pero antes ya se había formado la ambición del Sur de los Estados Unidos no por poseer Texas sino toda la República mexicana por medio de una o varias conquistas.

La cuestión de Texas no es más que el gran episodio imponente y casi decisivo de la larga lucha social habida en los Estados Unidos, desde su formación hasta su reconstrucción por la guerra separatista que les fue impuesta por el problema económico de la esclavitud. Esta lucha única y memorable que duró setenta y seis años, dió lugar a manifestaciones políticas y militares, solemnes por su sombrío aspecto moral y por su tremenda intensidad.

La solución favorable a los intereses mexicanos en la cuestión de Texas debió buscarse en las indicaciones precisas que imponía a nuestro patriotismo y conveniencias la sucesión de escenas palpitantes producidas públicamente al desarrollarse el soberbio drama norteamericano de la abolición de la esclavitud.

¿Cuáles eran esas indicaciones? Voy a exponerlas en unas cuantas páginas.



NOTAS

(1) Suárez Navarro, Historia de México, tomo I, Apéndice.

(2) Filisola, Guerra de Texas, tomo I, capítulo III.

(3) Ensayo político sobre Nueva España, tomo I, pág. 229.

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