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LAS GRANDES MENTIRAS DE NUESTRA HISTORIA

Francisco Bulnes

SEGUNDA PARTE

Capítulo décimocuarto

EN EL CAMPO ENEMIGO


El partido de la guerra, representando minoría en una población de treinta mil almas, ¿con qué elementos contaba para pretender arrancar un gran territorio a una nación de más de siete millones de habitantes? ¿Con el ejército de los Estados Unidos? ¿Con las numerosas huestes y mesnadas de los barones de la esclavocracia sudista? Houston, el amigo del presidente Jackson, y el Dr. Archer nos van a ilustrar en tan interesante materia.

Houston escribía al general Jackson desde Natchitoches, el 13 de Febrero de 1833 y entre otras cosas de poco interés, le dice:

México está envuelto en la guerra civil. La Constitución Federal en realidad nunca ha regido. El gobierno es esencialmente despótico y lo será más cada día. Los empleados no tienen honradez y el pueblo carece de inteligencia.

El pueblo de Texas está resuelto a formar un Estado separándose del de Coahuila y sólo que México vuelva pronto al orden y que la Constitución gobierne prácticamente, el territorio de Texas volverá a formar parte de la Federación mexicana. Han sido batidas y expulsadas las tropas mexicanas (1832) y no se les permitirá volver. Texas sin apoyo exterior puede defenderse contra todo el poder de México, pues realmente México no tiene poder, ni dinero para nada serio. Su necesidad de dinero en relación con el curso de las cosas en Texas hará que inevitablemente Texas pase a manos de otra nación y si los Estados Unidos no se apresuran a aprovechar, Inglaterra lo hará seguramente (1).

En Febrero de 1836, Houston en su proclama al pueblo de Texas, decía:

Podemos levantar 3.000 hombres en Texas o 1.500 bastarán para derrotar a todas las fuerzas que Santa Anna envíe al río Colorado (2).

El desprecio de Houston por el ejército mexicano era inmenso e inalterable.

En Diciembre 14 de 1835, el Dr. Archer, duelista y revolucionario de profesión escribía al gobernador de Tennessee:

Nada de más cuerdo que un puñado de hombres resueltos pretendamos quitar Texas a México. Esta es una nación donde todos son militares y en la que no hay ejército. Lo que así se llama en el país es una reunión armada y tumultuosa, sin principios, sin patriotismo y sin más mira que enriquecerse por el robo y el peculado. A los militares de aquí, todo les agrada siendo vicios y pillaje, pero no batirse. Los soldados detestan a sus jefes que los explotan, los martirizan y los tratan como animales domésticos, útiles para la industria del pronunciamiento. En las guerras civiles no hay más que encuentros de cobardes que procuran mutuamente derrotarse con disparos a distancia que los hacen inofensivos; eso sí, el que primero huye asustado por solo el ruido, es asesinado por su contrario que necesita sangre para ponerla en la historia de sus falsas hazañas. Ciertamente que si los 25.000 hombres que sostiene armados México, fueran un ejército, no intentaríamos nada sin el apoyo del ejército de los Estados Unidos (3).

El coronel Burlesson escribía en la Gaceta de Alabama, de 2 de Enero de 1836:

No obstante que sólo somos un grupo de agricultores, desesperados y sin disciplina, no hemos conseguido hasta ahora ver pelear a los soldados mexicanos fuera de trincheras. El campo raso les produce pánico y sólo pueden disparar mal sus fusiles cuando están abrigados. SI no vamos a ellos nunca vendrán sobre nosotros.

Tan mal concepto de nuestro ejército en 1836, no era exclusivo de los texanos. En Europa no lo había mejor. Encuentro en una publicación tan seria y caracterizada como la Revue des Deux Mondes un estudio sobre la República mexicana, en que se hacen las siguientes apreciaciones de nuestro ejército:

No hay entre los oficiales ni tenue, ni disciplina, ni respeto por las conveniencias, por el grado o por el rango: un teniente entra a una taberna y pega con la mano a su coronel sobre la espalda y se embriaga con él. Uno de estos últimos confesaba que nunca había logrado que sus oficiales fuesen a las maniobras de instrucción. En efecto, de lo que menos se ocupan es de su profesión y como su servicio se limita a muy poca cosa, pasan su tiempo en las casas de juego o en los lupanares. Un capitán jugó un día y perdió el sueldo que acababa de recibir, jugó después los galones de su pantalón y los perdió también, la suerte fue aún contraria y entonces jugó sus charreteras. Tales son las ocupaciones ordinarias de estas gentes, desde el general hasta el sargento. Sus sueldos siendo pagados sin exactitud, los señores oficiales tienen a menudo la bolsa vacía y por salir de apuros, el jefe suele desertar con la caja del batallón, el capitán con la caja de su compañía y el sargento con los haberes de sus soldados; todos, hasta los cabos, tienen su pequeña industria ... En cuanto a los generales especulan en grande, se venden a todos los partidos políticos ... (4)

Continúa la misma publicación:

Del lado de la bravura, los portadores mexicanos de charreteras no son más recomendables que del lado de la moralidad, de la instrucción y de la capacidad ... Llegados al lugar del combate cada oficial grita a sus soldados: Adelante muchachos y al mismo tiempo toma gran cuidado de librarse de los proyectiles enemigos, sea echándose a tierra o cubriéndose detrás de algún abrigo protector ... Tales son los jefes mexicanos, los héroes, los inmortales, cuyos panegíricos llenan las columnas de los diarios de su país (5.

En campaña los ejércitos beligerantes no son nunca numerosos, pues desde que el soldado huele la pólvora arroja sus armas y deserta con más facilidad y en mayor número que en tiempo de paz. Una reunión de 400 hombres armados forma una división, dos mil combatientes forman un gran ejército de operaciones. Después de tres o cuatro meses de preparativos, si la colisión llega a ser inevitable, el grande ejército de operaciones marcha hacia el enemigo. Este enemigo no es otro que una banda de pronunciados, pues hasta ahora los mexicanos no tienen más enemigos que ellos mismos. Si el enemigo que se va a atacar está a cien leguas, la marcha dura dos o tres meses y ¡qué marcha o más bien qué desorden! En fin, el enemigo es alcanzado. Nada de disposiciones estratégicas, nada de maniobras que aconsejan la prudencia o que denotan la habilidad de un jefe. Desde que los beligerantes se aperciben se provocan con injurias. ¡Vengan, cobardes, alcahuetes, chivatos! Los aludidos responden con las mismas palabras. Al fin se deciden a cambiar algunos tiros, pero a una distancia que permite hacerlo impunemente. Tales son durante tres o cuatro días los preliminares de la batalla pues juegan a quién no atacará. Los oficiales cuya modestia alcanza hasta compararse con nuestros generales los más célebres, dicen que en esto siguen el ejemplo de Napoléon que no atacaba nunca primero ... En todo caso la acción no dura largo tiempo pues tan luego como uno de los contendientes ve caer por lo menos treinta de los suyos, cede el terreno. Una vez rechazados no se intenta reorganizarse y restablecer el combate; el desorden es general, un sauve qui peut espantoso. En la batalla del Gallinero un general al huir corrió cincuenta leguas en un día y una noche.

Para bien batirse no es que les falte valor en lo general. Nuestros indígenas tienen razón en desertar, cuando se les quiere obligar a derramar su sangre por la ambición de un condotiero o por un principio abstracto que no entienden. El valiente no puede poner su sangre a disposición de todas las causas, de todos los ambiciosos y de todos los cuartelazos. La gran mayoría de los oficiales que figuran en luchas intestinas personalistas, buscan un ascenso o un empleo civil en donde si es posible se pueda robar, y si esto se puede obtener batiéndose mal, ¿para qué exponer la vida batiéndose bien? ¿Por el honor militar? Las guerras civiles crónicas tienen por base la defección crónica del ejército y este delito es opuesto a todo honor militar.

Hay que recordar la inalterable frase de Napoléon: es reciso no confundir a un hombre con un soldado. Un soldado se bate igualmente bien por una causa sagrada, por una mala causa, por falta de causa. Pero sólo puede haber verdadero oficial y verdadero soldado cuando hay disciplina y los ejércitos que fabrican cuartelazos no la tienen ni pueden tenerla; luego en ellos no puede haber sino por excepción y en corto número verdaderos soldados.

Ya lo he escrito y probado, el régimen de los cuartelazos, determina en cualquier ejército el régimen del deshonor, de la prostitución, de la cobardía. El pretorianismo es una escuela de maldad y degradación, no un crisol para sublimar virtudes. Una guerra civil puede ser sangrienta, heroica, cubierta de hazañas memorables, envuelta en glorias ardientes y puras, pero esto no puede suceder de un modo crónico. Un tifoso puede resistir tres semanas, fiebre de 40°, profunda adinamia o espantoso delirio, falta de alimentación, y un corazón vacilante, torpe, casi asistólico; pero sería absurdo pretender que el tifo con su gran cortejo de terribles síntomas durase tres o cuatro años. La sociedad es un organismo, diferente del individual pero idéntico en la propiedad de no resistir al estado agudo crítico más que corto tiempo. Cuando una enfermedad aguda pasa al estado crónico, los síntomas mortales desaparecen o degeneran hasta parecer inofensivos o indiferentes. Cuando una sociedad adquiere el estado crónico de guerra civil, los síntomas mortales de la guerra aguda y tremenda dejan de existir o se degradan: el heroísmo desaparece, el espíritu de sacrificio se convierte en espíritu de lucro o de rapiña, el patriotismo desinflamado se convierte en culinarismo, la sed de gloria se vuelve sed de taberna, el culto medioeval al honor, se torna en culto a la defección, a la ingratitud, a la traición; y el valor personal no reconociéndose necesario para cultivar el arte de ser despreciable, desaparece de una escena en que todo se puede alcanzar por medios viles.

En México comenzamos por una guerra civil, la de Independencia, grandiosa, heroica, cruel, volcánica, aterradora; para irnos después degradando como era natural por la cronicidad del fenómeno hasta llegar a la bufa guerra civil llamada de los polkos. Antes de la guerra de Reforma, que fue grandiosa por lo mismo que se disputaban principios tan nobles como en la de Independencia, nuestras luchas civiles de torre a torre y de cerro a cerro, sin sangre y sin valor, llegaron a inspirarnos profundo desprecio.

Las apreciaciones desfavorables texanas y europeas sobre nuestro ejército de 1836, si son exactas aplicadas a la guerra civil crónica, no lo son enteramente tratándose de la guerra extranjera. El aspecto de una conquista es tan ofensivo, el desprecio por los conquistados tan bochornoso, la amenaza del yugo extranjero tan punzante, el desmembramiento nacional tan trágico, el ultraje a la dignidad pública tan profundo, que es indispensable mucho sufrimiento interior, sin esperanza, en un pueblo, para que este desesperado considere como salvación una conquista.

Pero en la clase opresora se agrega a su sacudimiento penoso moral ante una invasión extranjera, los impulsos enérgicamente defensivos dictados por la ley de propia conservación y la de la dominación adquiridas, y entonces la aparición del peligro extranjero obra en un ejército pretoriano como algo depurador, como algo antiséptico, como algo desinfectante, La conmoción social que determina la amenaza de una conquista en la clase opresora principalmente, es tan fuerte que determina una reacción violenta e irresistible, aunque nunca general ni completa hacia el honor, el patriotismo, el espíritu de sacrificio, hacia la necesidad de cumplir altos y gloriosos deberes.

El militar valiente es inútil en el programa de la guerra civil crónica donde los ascensos y la riqueza se obtienen por las defecciones, la adulación, y la cobardía. Cada cuartelazo causa de uno a seis ascensos para los militares que lo apoyan traIcionando a su jefe, a su gobierno, a su país y a su deber. Dos o tres revoluciones pretorianas pueden elevar a un oficial inepto y cobarde a los grandes mandos militares. El valor es un mal para los ascensos, porque los caudillos postores desconfían de los valientes, y de los ameritados, que por sus naturales ambiciones pueden producir nuevos cuartelazos. La regla del sistema pretoriano en su aplicación a la guerra civil crónica es postergar a los militares de mérito que son muy peligrosos y confiar a los ineptos sin pundonor, los altos puestos para hacer de su nulidad una garantía de lealtad.

Pero este procedimiento funesto para las cualidades viriles e intelectuales de un ejército de dar la supremacía a las nulidades para hacerlas inofensivas, no pudo aplicarse al ejército romano obligado a sostener constantes guerras extranjeras o a perecer. Los emperadores tenían que ser buenos militares o confiar la defensa de su poder o de su patria a militares de mérito, o de lo contrario desaparecer bajo los pies de las huestes bárbaras. Desde el momento en que en un ejército corrompido ingresan jefes de mérito la disciplina comienza a restablecerse, el honor a hablar, el patriotismo a influir, la cobardía a mitigarse, el valor a descubrirse, el heroísmo a prometer.

Esta reacción saludable se verifica siempre en razón inversa del grado de corrupción del ejército pretoriano. Una fruta podrida siempre tiene una parte sana que la caracteriza como fruta; la putrefacción completa haciendo desaparecer completamente el cuerpo organizado no presenta más que líquido orgánico de mal olor. Pues bien, ante la amenaza de la invasión extranjera, esa parte sana del ejército podrido, crece, se vigoriza, adquiere importancia: los postergados por su mérito son llamados, los valientes hacen a un lado su cobardía de especulación, los ineptos pierden su supremacía en parte y su prestigio, y el ejército aunque siempre es malo como ejército se modifica notablemente. Y digo que siempre es malo, porque una vez verificada la reacción saludable, como nunca alcanza a todos, resulta con un ejército abigarrado con héroes y miserables, con jefes valientes y cobardes, unos probos y otros bandoleros, unos pundonorosos y otros sin vergüenzas. Pero si no se necesita de todo el ejército; un jefe inteligente puede entresacar lo bueno para la campaña. Fue lo que hizo Santa Anna, escogió para la expedición de Texas a los mejores jefes y oficiales, tenía como cuadro a batallones veteranos y con su gran talento de organizador que es imposible negarle, presentó para la campaña, un cuerpo expedicionario valiente, medio disciplinado, sufrido, pero desgraciadamente Sin jefe, pues lo era él mismo.

El desprecio de los leaders revolucionarios texanos por el ejército mexicano, como veremos adelante, estuvo a punto de causar la ruina de todos sus proyectos de independencia.

Después de la toma de Béjar por los colonos el 11 de Diciembre de 1835, éstos se disolvieron para entregarse a sus labores agrícolas, dejando un comité legislativo revolucionario, que Sostu_ viese la insurrección á favor de la Constitución de 1824, según la voluntad de la mayoría del pueblo texano, manifestada por sus resoJuciones de 14 de Septiembre de 1835. Después de la toma de Béjar, fue despachado Austin a los Estados Unidos ampliamente facultado para contratar un empréstito.

El 25 de Diciembre de 1835 llegó a Texas el coronel Wyatt con ochenta voluntarios procedentes del Estado de Alabama. Dos días después llegaron procedentes del Estado de Georgia 112 hombres al mando del mayor Ward.

El 30 de Diciembre Houston ordenó a Fannin que concentrara a todos los voluntarios en el puerto de Cópano y que nadie se moviera sin su orden expresa (6); ordenó igualmente que los víveres y efectos de guerra procedentes de los Estados Unidos, se depositaran en los almacenes de los puertos de Copano y Matagorda.

El Consejo de gobierno representante de los colonos, no era partidarió de la independencia de Texas, pero los voluntarios se les imponían más cada día. El partido independiente estuvo a punto de sucumbir por obra del Dr. Grant.

El Dr. Grant, era inglés de orígen y mexicano por naturalización, rico propietario de Parras (Coahuila) y diputado a la legislatura del Estado de Coahuila y Texas. Poco le importaba la causa de Texas y le importaba mucho vengarse de los que habían disuelto con amenazas e injurias la legislatura coahuilense; odiaba profundamente el militarismo y concibió el proyecto de emplear los elementos de guerra de los texanos para excitar y apoyar la rebelión de la guarnición de Matamoros, hacerse de los rendimientos aduanales y propagar la revolución contra el centralismo, con el apoyo de los voluntarios de los Estados Unidos a quienes ofreció tierras y buen sueldo, Grant era elocuente, insinuante, persuasivo y consiguió seducir para su empresa a la mitad de la guarnición de Béjar compuesta de 400 voluntarios. Los colonos habían dejado las armas, como lo he dicho, después de haber tomado a Béjar.

El 30 de diciembre de 1835, sin orden ni autorización alguna el Dr, Grant salió de Béjar al frente de 200 hombres para ir a encender la chispa revolucionaria a Matamoros contra Santa Anna.

El Consejo de Gobierno texano cuando supo la determinación de Grant, la aprobó con toda franqueza. Era una solución para los colonos. Si se lograba la rebelión de la guarnición mexicana de Matamoros y si se propagaba la revolución, triunfaría sin duda, y en tal caso el nuevo gobierno mexicano daría satisfacción a las justas y legítimas reclamaciones y aspiraciones de los colonos. Si la expedición fracasaba la lucha y las exacciones causadas por los aventureros norteamericanos y los soldados mexicanos tendría lugar fuera de Texas. Los colonos querían quitarse de encima el peso de la rapacidad, inmoralidad e indisciplina de los voluntarios siempre que este no fuese reemplazado por las violencias y ultrajes del militarismo mexicano. Se encontraban en medio de dos militarismos insoportables, siendo preferible en último caso el de los voluntarios por ser necesariamente pasajero, mientras durase la guerra.

Habiendo dado el Consejo de gobierno texano su aprobación, el coronel Horton quiso hacer lo mismo con otros doscientos voluntarios y si Fannin después de vacilar mucho, no hubiera optado por obedecer a Houston y a los demás leaders anexionistas o favorables a la independencia de Texas, hubieran invadido mil voluntarios el Estado de Coahuila proclamando la Constitución de 24 y excitando a la rebelión a las vacilantes huestes de Santa Anna. Para México ésta hubiera sido una solución altamente favorable. Restablecido el federalismo se hubiera podido pagar a los voluntarios sin peligro alguno, repartiéndoles medio millón de pesos y algunas tierras calientes de aspecto deslumbrador, en alguna costa. A los voluntarios de los Estados Unidos, como buenos aventureros les importaba muy poco en el fondo la causa de la independencia de Texas. Fannin sin saberlo, resolvió con su actitud el problema texano a favor de los agentes del presidente Jackson.

La aprobación de la expedición del Doctor Grant a Matamoros, por el Consejo de gobiernó Texano, disgustó al gobernador revolucionario de Texas, adicto a la causa de la independencia y el choque entre ambos poderes legislativo y ejecutivo se produjo. El Consejo destituyó al gObernador y éste no acató la orden de destitución. La discordia extendía su red de grietas para formar el caos en el campo de los insurrectos.

Los colonos temían las violencias de los voluntarios existentes, reforzados por los demás que debían venir de los Estados Unidos, que debían ser innumerables según aseguraba el periódico órgano de los anexionistas e independientes. No tenían tampoco los colonos adictos en su mayoría a la causa de México, seguridad de la firmeza del ejército mexicano para protegerlos contra las violencias de sus compatriotas, lo que les obligó a abstenerse de tomar parte en la lucha sin declararlo con franqueza, sino oponiendo silenciosamente la inercia como negativa a los continuos y apremiantes llamamientos que se les hacían para que se presentaran armados y proporcionaran dinero para los gastos de la guerra.

Los auxilios en efectivo de los Estados norteamericanos esclavistas ascendía en 1835, apenas a nueve mil pesos; de los cuales dos mil habían sido colectados en Mobila y 7000 en Nueva Orleans. Después de grandes esfuerzos, Austin consiguió el 11 de Enero de 1836, un préstamo en Nueva Orleans por valor de $ 200 000, debiendo ser entregado inmediatamente en efectivo el diez por ciento y el resto en cinco plazos mensuales (7).

En dinero efectivo para Enero y Febrero, procedente de los préstamos hechos en los Estados Unidos, contaba el gobierno revolucionario con ciento diez mil pesos, que debían servir para saldar más de doscientos mil pesos de deudas y sostener la guerra.

El comité de finanzas propuso y fue aceptado establecer derechos altos de importación en todos los puertos de Texas, mientras que durase la lucha, los que debían producir de cuarenta a cincuenta mil pesos mensuales.

La situación financiera se presentaba sombría para los revolucionarios, pues los voluntarios no eran como los soldados mexicanos que se conformaban con un real diario y media libra diaria de totopo (eso les daban según Filisola). ¿Qué hubieran hecho los revolucionarios si el general Santa Anna, hubiera comenzado como debió hacerlo ocupando los puertos? El único recurso serio que eran los derechos de las aduanas marítimas hubiera desaparecido por completo.

El 20 de Diciembre de 1835, el gobierno revolucionario promulgó el decreto que autorizaba al Ejecutivo a contratar 1120 voluntarios por dos años o por toda la duración de la guerra. Cada voluntario debía recibir el mismo sueldo y efectos que los soldados de los Estados Unidos más seiscientos cuarenta acres de buenas tierras (8).

En Febrero de 1836 la penuria del tesoro revolucionario oscureció densamente la situación. Los voluntarios comenzaron a desertar por no recibir sus haberes.

The volunteers at Bejar had been promised their pay monthly, which not receiving, they gradually abandoned the service, until there were but eighty troops lefts (9).

Houston cambió de plan y en vez de concentrar sus fuerzas en el puerto de Cópano, orden que ningún jefe acató, envió a Travis para que defendiese a San Antonio Béjar a principios de Enero de 1836. Travis pidió a Houston 500 hombres y dinero; pero ninguna de las dos cosas podía el comandante en jefe dar:

None of these things had the commander in chief to give (10).

Travis hacía notar con insistencia que el entusiasmo solo mantenía bien a las tropas algunos días:

But money, and money alone, will support an army for regular warfare (11).

Los oficiales comisionados para reclutar gente en los Estados Unidos, se quejaban de nada conseguir por falta de dinero:

The letters from the recruiting Officers all complain that they can not succeed without funds.

El 7 de Febrero de 1836, el coronel Fannin que mandaba la plaza de Goliad con la mayoría'de los voluntarios, escribía a su gobierno quejándose amargamente de los colonos que permanecían en sus casas, descansando con los esfuerzos de los voluntarios, muchos de los cuales habían estado sin sueldos desde principios de Noviembre y solicitaba se le enviase lo más pronto posible dinero, municiones, vestuario, zapatos, víveres (12).

El 16 de Febrero Fannin noticiaba a su gobierno la marcha de las tropas mexicanas, pedía con urgencia 1500 hombres para Béjar y 700 u 800 para Goliad y recomendaba cuidar el mar para que fuera posible continuar recibiendo provisiones, gente y municiones de los Estados Unidos. Pero no había en ese momento más que 1100 voluntarios en todo Texas y de los colonos no llegaban a sesenta los que habían acudido a los reiterados llamamientos para tomar las armas. Kennedy tan afecto a la causa de la independencia de Texas dice con su característica probidad:

El año de 1836, comenzaba bajo los más funestos auspicios para la causa de Texas (13).

La campaña que debía hacer el general Santa Anna estaba ordenada claramente por la situación del enemigo; y que como he indicado era:

1° Posesionarse de los puertos para privar a los revolucionarios de los rendimientos aduanales que eran sus mejores recursos y para cortarles la comunicación marítima con los Estados Unidos de donde habían recibido y debían seguir recibiendo todos sus hombres y elementos de guerra, pues después de la toma de San Antonio Béjar, los. colonos no daban ni hombres, ni dinero, ni víveres. Su actitud era el pasivismo absoluto. Ocupando Santa Anna los puertos se impedía la exportación del algodón con que los colonos pagaban la mayor parte de su alimentación importada de los Estados Unidos. Tomados los puertos Santa Anna debía alentar, apoyar, infundir confianza y decisión al partido texano opuesto a la separación de Texas, y asegurar la fidelidad de dicho partido haciéndole las justas concesiones que pedía. Podía haber hecho más. Invitar a los voluntarios desbandados por la penuria a formar un batallón, pagando a cada soldado $1.50 centavos diarios y ofreciéndoles además a cada uno, quinientas hectáreas de tierras fértiles en Tehuantepec, entregadas inmediatamente después de la guerra. Los voluntarios, es casi seguro, habrían aceptado porque lo que buscaban eran utilidades no triunfos de principios, y las tierras calientes de Tehuantepec aparecerían en 1836 junto a las de Texas como las de un paraíso con frutos de oro. Con mil voluntarios que hubiera enganchado Santa Anna e incorporado a su ejército, la revolución hubiera sido extinguida, siempre que los colonos fuesen satisfechos en lo que justamente demandaban. El enganche de los mil voluntarios por cuatro meses, a razón de $1.50 por día, habría costado a la nación $180.000, suma que hubiera podido sufragar. Es admitido en la guerra comprar los soldados del enemigo.

Cuando el general Santa Anna llegó al frente de San Antonio Béjar, el 23 de Febrero de 1836, no había más de sesenta colonos en las filas revolucionarias y los voluntarios se encontraban estúpidamente diseminados en una inmensa superficie del modo siguiente:

En Velasco a las órdenes de Breesse ... 80
En el Cópano a las órdenes de Horton ... 60
En Matagorda a las órdenes de Wyatt ... 130
En Goliad a las órdenes de Fannin ... 400
En González a las órdenes de Neil ... 200
En Austin a las órdenes de Houston ... 100
En San Patricio a las órdenes de Johnson ... 50
En San Patricio y Río Bravo a las órdenes de Grant ... 20
En Béjar a las órdenes de Travis ... 150
Total voluntarios de los E.U. ... 1190

Si Houston aseguraba que con 1500 hombres derrotaría al general Santa Anna, cualquiera que fuese el número del ejército mexicano enviado al río Colorado, no necesitaba más que 300 colonos además de los voluntarios para vencer a México quedando Texas independiente. ¿Por qué no lo hizo? ¿Por qué esa diseminación imbécil de las fuerzas rebeldes cOlocadas en posición de ser barridas como una basura por solo mil mexicanos?

Houston en realidad era lo que en los Estados Unidos se llama un politicien y en México un politicastro, pero como militar era muy superior a Santa Anna como lo probarán los hechos. Houston inflado por su exquisita y descomunal presunción nunca pudo creer que los insignificantes destacamentos en que se encontraba fraccionada la fuerza rebelde deberían cualesquiera de ellos, derrotar a los seis mil mexicanos del ejército de Santa Anna.

La estrategia idiota de los rebeldes fue debida a lo que sucede siempre cuando una revolución no comienza dirigida por un caudillo de gran prestigio militar que todos incondicionalmente obedezcan: todos quieren mandar y la anarquía entre los revolucionarios es su primer enemigo. Todos pedían al gobierno revolucionario hombres, dinero, municiones para operar por su cuenta, nadie pedía respetuosamente órdenes para obedecerlas. Esta anarquía representaba la buena estrella de Santa Anna y lo ponía en situación de vencer en una campaña sin plan, sin ciencia, sin entenderla siquiera superficialmente. Los rebeldes para recibir a Santa Anna se habían colocado en la posición de los manjares de un suculento menú para ser devorados fácilmente por cualquier glotón grosero con paladar de tigre. La estrella del vencedor de la bufa, batalla de Zacatecas, permanecía en el zenit, sostenida por la anarquía de los voluntarios.



NOTAS

(1) Yoakum, History of Texas, tomo II, Apéndice.

(2) Obra citada, tomo II, pág. 109.

(3) Edward, Téxas, pág. 420.

(4) Revue des Deux Mondes, 1° de julio de 1836, Biblioteca Nacional.- 2a. Serie, Documentos para la historia de México.

(5) Revue des Deux Mondes, 1° de Julio de 1836, pág, 90, Biblioteca Nacional.

(6) Houston to Fannin, Diciembre 30 de 1835.

(7) Copy of contract of loan. Enero 11 de 1836.

(8) Report of January 30, 1836.

(9) Yoakum, History of Texas, tomo II, pág. 114.

(10) Obra citada, tomo II, pág. 57.

(11) Obra citada, tomo II, pág. 59.

(12) Kennedy, pág. 84.

(13) Kennedy, pág. 85.

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