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Alfonso Quiroga
MÉXICO EN 1916
PRIMER COMENTARIO
EL TRIUNFO DE LA REVOLUCIÓN
Reconocido como jefe de un gobierno de facto por muchas naciones que habían seguido el ejemplo de los Estados Unidos, y después de haber recorrido, como en gira triunfal, la frontera norte del país y algunos estados centrales, el señor Carranza parecía estar en aptitud de poder pensar seriamente en la organización de un gobierno nacional, de que propiamente hablando se carecía desde la caída del presidente Huerta.
Algo, en ese sentido, hizo el señor Carranza, completando su gabinete y designando para asiento de su gobierno, como capital provisional de la República, a la ciudad de Querétaro.
Como jefe del gabinete llevó el señor Carranza a su lado al general Cándido Aguilar, gobernador del estado de Veracruz que le había brindado hospitalidad y ayuda en los días aquellos de la Convención de Aguascalientes en que muchos generales lo desconocieron y en que el poder villista amenazaba adueñarse de la mayor parte de la República.
En Querétaro expidió el Primer Jefe gran número de decretos, muchos sin importancia alguna y otros que fueron derogados o reformados después, y extendió nombramientos de representantes diplomáticos y cónsules, con el visible propósito de cultivar buenas relaciones con los países cuyos gobiernos lo habían reconocido como jefe del gobierno de México.
Las dificultades económicas con que tropezaba, y las partidas de rebeldes que guerreaban en casi todos los estados, no permitía al gobierno de facto realizar nada que llevase asomos de ser una obra administrativa.
Hecha esta breve advertencia, que no creemos salga sobrando, pasamos a poner mano a la obra, confiados, como siempre, en la bondad del público para quien escribimos.
La falta de dinero, sobre todo, era lo que parecía echar a perder los proyectos del gobierno.
Se creyó entonces, por los amigos y consejeros del señor Carranza, que de todas esas dificultades tenían la culpa los ricos; los propietarios, los banqueros, los industriales, los comerciantes, y sobre ellos se desató la más cruel y torpe persecución de que probablemente hay noticia en México.
Y, naturalmente, con semejante procedimiento, se obtuvo todo lo contrario de lo que se buscaba, pues el capital se ocultó más; el gobierno se vió en mayores apuros y el pueblo estuvo a punto de morirse de hambre, no siendo pocas las ocasiones en que provocó motines para proveerse de víveres.
Fue en esa época, seguramente, cuando en más difícil situación se vió el gobierno carrancista, por el odio que contra él se dejó sentir en el público que quería maíz, aunque no fuera más que maíz.
A hacer más grave esa situación contribuían los periódicos cuya publicación toleraba el señor Carranza. y los cuales, con una libertad de lenguaje de que hay pocos ejemplos, llamaban a los rentistas, a los industriales, a los comerciantes, a todos cuanto algo valían en México, ladrones, explotadores del público, vampiros, judíos y cosas por el estilo.
Ante la desesperada situación creada por la escacez de fondos con que atender a los gastos públicos, pues los diferentes billetes lanzados a la circulación por el mismo Primer Jefe y algunos de sus generales ya no tenían casi ningún valor, se pensó como medio de salvación en la emisión de unos billetes que se llamarían infalsificables y a los que el licenciado Luis Cabrera, ministro de Hacienda, con una falta de seriedad impropia de quien llega a tal cargo, fijaba un valor a la par con la plata y llamaba su gran éxito financiero.
Ya veremos más adelante cómo esos billetes, cuya impresión, hecha en los Estados Unidos, costó una suma muy considerable, constituyeron un verdadero fracaso hacendario para el señor Carranza.
Todo por la falta de dinero para atender a las más apremiantes exigencias de la administración, hacía presumir, por aquellos días, que el Primer Jefe llegaría pronto a verse en condiciones que le hicieran imposible la lucha contra tantos y tan encontrados elementos.
Será, pues, de justicia, hacer constar que si ha logrado sostenerse hasta el presente momento, lo debe a su energía, que nadie le disputa.
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