Aún no hacía ocho días que habían pasado a México las primeras fuerzas americanas, cuando ya el gobierno del señor Carranza se veía obligado a protestar contra la ocupación de Casas Grandes por algunas partidas expedicionarias.

La protesta fue presentada al gobierno americano por el licenciado Eliseo Arredondo, en su calidad de representante del señor Carranza en Washington, y obtuvo una contestación favorable, pues tras de una larga conferencia entre el presidente Wilson y su secretario de guerra, se acordó dar orden al general Funston, jefe inmediato de la expedición punitiva, de que mantuviera sus tropas alejadas de las ciudades mexicanas. Y así se hizo saber al licenciado Arredondo. Esto viene a confirmar lo declarado por el general Gabriel Gavira, sobre que, de acuerdo con el pacto celebrado entre los gobiernos de México y los Estados Unidos, no podrían las fuerzas americanas expedicionarias ocupar poblaciones mexicanas.

En el curso de la conferencia entre el presidente Wilson y su secretario de guerra, se presentó otro asunto delicado y de urgente resolución: el de fijar los límites a que podría extenderse la expedición punitiva enviada contra Villa, para evitar más protestas y complicaciones entre los Estados Unidos y México.

El señor Carranza pudo fácilmente contener al pueblo diciéndole que las tropas americanas estaban en México de acuerdo con los precedentes que permiten el paso de uno y otro país en un límite de determinado número de millas, pero se vería en grave aprieto cuando los soldados de Estados Unidos hubieran penetrado varios cientos de millas, dentro de territorio mexicano, en el caso de que el bandolero Villa se hiciese perseguir por Pershing hasta aquellos lugares que él calculaba más comprometedores para americanos y carrancistas.

También en dicha conferencia trataron el señor Wilson y su secretario algo sobre el uso de los ferrocarriles mexicanos, para el transporte de víveres destinados a las tropas expedicionarias, pero este asunto no pareció preocuparles tanto, por lo que se han de haber creído que bien podían prescindir del uso de la vía férrea, empleando otro sistema de transporte.

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