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Alfonso Quiroga
MÉXICO EN 1916
SEGUNDO COMENTARIO
EL NOMBRAMIENTO DE MINISTRO DE GUERRA
Al instalarse en Querétaro el señor Carranza y querer completar su gabinete ministerial, se le presentó una dificultad que quizá no había previsto, o que tal vez por esperada la había ido retardando, dejando que las circunstancias le ayudaran a salir del paso.
Nos referimos al nombramiento de Secretario de Guerra.
Nunca el Primer Jefe había contado con ese elemento en su gobierno.
Pesqueira y Treviño, y no recordamos si algún otro, habían sido simples subsecretarios u oficiales mayores encargados del Despacho.
No dejaba de ser raro que en un gobierno revolucionario como el surgido a la sombra del Plan de Guadalupe, se careciese de un ministerio de guerra debidamente integrado.
Se objetaba a quienes alguna observación hacían sobre el particular, que investido de amplias facultades como estaba el señor Carranza, por dicho Plan, se había querido reservar para si las que más importaban a su objeto, esto es, las que se referían al movimiento armado, o digamos a la revolución.
Pero ya que ésta decía haber triunfado y pretendía constituir un gobierno en toda forma, para justificar su dicho, había que darle formalidad al ministerio de Guerra, poniendo a su frente un verdadero jefe, con las facultades propias de un secretario de Estado.
Y este, precisamente, era el caso comprometido para el señor Carranza, por las divisiones que ya comenzaban a apuntar entre sus amigos o simpatizadores.
Dentro del carrancismo, en efecto, se iban formando dos partidos: uno que apoyaba al general Pablo González y otro que proclamaba como su jefe al general Alvaro Obregón.
Uno de ellos, indudablemente, iría al ministerio de Guerra.
A González, aparte de algunos hechos de armas, se le abonaba su innegable fidelidad al Primer Jefe.
A Obregón, sin contar otras ocasiones en las que le sonrió la suerte, le recomendaban para el primer puesto en el ejército sus triunfos en Celaya y León.
Sus amigos decían que no era mucho que por un brazo se le diera un ministerio.
Y el señor Carranza se lo dió.
Sin que por eso el general Pablo González dejara de seguir siendo tan leal como antes.
Algo dijo la malicia pública de que Obregón y González se habían entendido, y de que el nombramiento de ministro de la Guerra había sido un mal paso del señor Carranza; pero ello es que éste sigue de Primer Jefe sin que nadie, entre los suyos, le dispute su autoridad.
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