La lucha que parecía haberse declarado abiertamente entre las clases adineradas y el gobierno, llegaba a su periodo álgido en la primera quincena de junio.

Se había anunciado que serían retirados de la circulación los billeter llamados de Veracruz y seguía empeñado el gobierno en que fuesen recibidos los infalsificables al tipo de veinte centavos oro el peso.

Ya se ha dicho en otra parte que el infalsificable nunca inspiró más confianza que los otros billetes lanzados al mercado por el señor Carranza, y esto explica por qué el comercio y el público en general se negaban a recibirlo por el precio que oficialmente se le había fijado, a pesar de los empeños del gobierno y de los severísimos castigos que se imponían a quienes lo rehusaban.

Todo esto, como era natural, dió por resultado que muchos comerciantes clausuraran sus establecimientos y que otros dejaran de hacer importaciones, lo cual en muy pocos días ocasionó una gran escacez de víveres en la ciudad de México, donde el hambre llevaba al pueblo a los mayores excesos.

También en otras poblaciones de la República, aún en las que en otros tiempos habían gozado de mayor prosperidad, asomó el terrible espectro del hambre, y como de esto se culpa al gobierno, que con sus exigencias había ocasionado tal orden de cosas y que, por otra parte, se mostraba impotente para remediar la situación, la desesperación popular llegó a su colmo; habiendo en muchas ocasiones, los hambrientos, dado espectáculos que por vergüenza nacional nos desistimos a describir.

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