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Alfonso Quiroga
MÉXICO EN 1916
SEXAGÉSIMO QUINTO COMENTARIO
TODO ES DESOLACIÓN Y MISERIA
Coincidiendo con la información publicada por algunos periódicos americanos acerca del aspecto que ofrecían determinadas regiones del norte de nuestro país, con sus árboles desgajados por el peso de tantos cuerpos humanos que pendían de sus ramas, del triste panorama que se ofrecía a la vista del viajero, en extensos caminos en donde abundaban los restos de trenes destruídos por la dinamita y un interminable reguero de sangre que marcaba los lugares en que tantos hombres sucumbían, se hizo público también el discurso de una profesora que en Ciudad Juárez, Chihuahua, fue una de las oradoras cuando se festejaba el aniversario de nuestra independencia.
Para no quebrantar nuestro proósito de no comentar los acontecimientos, transcribimos algunos párrafos de dicho discurso, dejando al lector que analice cada una de las palabras vertidas por la oradora y las confronte con el propio sentir y con la información que los delegados mexicanos daban día a día a los americanos.
Decía así, el discurso:
Cuántas veces nos hemos reunido en este día para celebrar los progresos del país, y para protestarle nuestra incondicional alianza; y sin embargo, inocentes de nuestras enconadas pasiones, de nuestra incorregible apatía, de nuestra inexplicable falta de previsión, de nuestra manera indolente de hacer las cosas.
Ved a nuestra patria debilitada y moribunda, esperando la aparición de un hijo viril que aún no viene a cicatrizar sus heridas y a darle el alimento que la fortalezca y la vivifique de nuevo. Vedla suplicante y llorosa, levantando las manos para pedir pan para sus hijos, prudencia para los adultos y paz y trabajo para todos ... Ella sola ha sufrido todos los golpes; en su seno se han alojado todos los dardos; es su sangre solamente la que se ha derramado, mientras que nosotros, ciegos y feroces, hemos hecho que sobre ella lluevan golpes tras golpes ...
Si no creeis mis palabras, tomad el tren y ves las estaciones quemadas, los trenes destruídos, las casas destruídas por el incendio y el acero; los campos escuetos y yermos, el ganado muerto, los hombres pálidos, hambrientos, miserables; ved a las mujeres desnudas tratando de alimentar a sus hijos con los senos secos; ved todo esto, ahí, donde antaño hubo prosperidad y abundancia y donde ahora sólo encontramos escasez y miseria; donde todo era entusiasmo y júbilo, todo es ahora desolación y tristeza. ¿Estamos progresando o hemos retrocedido?
Si no estáis muertos, hombres que ocupáis algunos puestos, escuchad mi conjuro; dadnos paz, que tenemos sed de ella; dadnos trabajo, más trabajo y mucho trabajo, porque tenemos hambre de ese bendito pan. Y hacedlo pronto, que si no, tal vez Hidalgo, Morelos y Guerrero se levanten de sus tumbas y os demandarán cuentas bien estrictas de lo que estáis haciendo con el país que ellos pusieron en manos de vosotros.
No quiero saber de quién es la culpa, que eso no me importa. Lo que yo quiero saber, lo que es indispensable que sepamos todos, es cómo van a repararse estos daños, cuándo daremos principio al trabajo de la reconstrucción que es tan necesario. ¡En dónde hay pan para nuestros hermanos, quienes se destierran diariamente a fin de conseguir el mendrugo que se da solamente a los mendigos, porque aquí en su tierra se lo niegan.
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