Esos y otros asuntos entretuvieron una buena temporada a los conferencistas, llegando éstos al fin a declarar que, de todos los datos que tenían, deducían que el Primer Jefe era incapaz de dominar la situación y que, por lo tanto, precisaba arreglar que consintiera en que el gobierno americano le ayudara militarmente para acabar con los elementos rebeldes que había en el norte de México.

Los delegados mexicanos nada resolvieron en ese punto, por considerarlo muy delicado y lo sometieron al criterio del señor Carranza. Este contestó desde luego rehusando aceptar el ofrecimiento, e insistiendo en que cuanto antes deberían salir las tropas americanas que se hallaban en territorio mexicano.

Para el efecto de convencer a los delegados mexicanos de que el gobierno americano hacia tal ofrecimiento con la mayor sinceridad y de que realmente existía una necesidad imperiosa de esa ayuda, mencionaron la incapacidad de las fuerzas carrancistas para batir a sus enemigos, la rápida depreciación de la moneda provisional del gobierno de facto, el poco dominio que tenía éste en los ferrocarriles, y, por último, hicieron saber que consideraban a Villa todavía como un grave peligro para la tranquilidad del país, pues que con su entrada a la ciudad de Chihuahua había demostrado que tenía elementos suficientes para vencer a sus contrarios.

Como queda dicho, el señor Carranza fue quien resolvió negándose a aceptar, lo cual causó buena impresión.

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