TODA UNA VIDA DE LUCHA Recopilación y comentarios, A MOLLIE
(Homenaje a Mollie Steimer)
Chantal López y Omar Cortés
CHANTAL LÓPEZ Y OMAR CORTÉS
Originaria de un pueblecito de Ukrania, Mollie Steimer emigra, junto con su familia, a la en aquel entonces tierra prometida para los emigrantes de todos los rincones del mundo: Estados Unidos de Norteamérica. Tanto y tanto se decía de esta tierra, que el emigrante creía, realmente creía, dirigirse a la tierra de la libertad, a la tierra de la prosperidad. Y la familia Steimer fue una de tantas y tantas familias que emigraron en busca de la esperanza, en busca de la palabra arrebatada, en busca de la expresión genuina, del manifestarse, y del ser actuando. Y ellos llegaron, con su pesado bagaje de regiones esplendorosas, de bosques coníferos, de tradiciones, de balalaicas, de bailes; llegaron en un pesado barco que se abría paso entre el vaivén del mar; llegaron cuando la estatua de la libertad se encontraba olvidada, ya desde hacía tiempo, mucho tiempo ... y no se percataron en su frenético entusiasmo de que ella intentaba a toda costa abandonar su pedestal y detener de cualquier forma ese barco pesado, ese barco monótono; no se percataron del gesto, del dolor, de esa súplica impotente que entrañaba aquel símbolo hacía tanto tiempo omitido. Y pasaron de largo, y no voltearon, y no pensaron, y no advirtieron. Y aquel barco pesado se abrió camino, indiferente, monótono, insensible. Y el símbolo olvidado, lo vió pasar, lo vio pasar sin expresión, lo vió pasar angustiosamente. El símbolo vuelto ya un ornamento, el símbolo transformado en cosa, el símbolo vaciado de su contenido les vió pasar ... Y arribaron a la esperanza, y arribaron al puerto, y sus pies tocaron Nueva York. Gaviotas tristes revoloteaban en busca del sustento; gaviotas tristes intentaban demostrar la mentira, la trampa del mito. Y llegaron con su pesado bagaje a los Estados Unidos de Norteamerica. La odisea comenzó. ¡Hay que ver a los amigos, a los paisanos; a los amigos de los amigos, a los paisanos de los paisanos!. Y recordar las direcciones, y buscar las calles, los caminos, los senderos. Y ese bagaje tan pesado ... Y masticar otro idioma. Y por fin contactar con la comunidad de los paisanos; y enfrentarse con la realidad, con la fría y asfixiante realidad. Y al día siguiente ... a conseguir el sustento, el trabajo anhelado, la prosperidad como posibilidad, como promesa, como algo que esta cercano ... y no, ¡no! La prosperidad se ve lejana, la promesa enseña a trasluz su contenido, su substancia. ¡Es mentira! ¡Es mentira! Y la familia Steimer pasa a ser una de tantas y tantas familias que alguna vez llegaron en busca de esperanza, que fueron transportadas como carga en un barco pesado y no se percataron en su alegría, casi infantil, de las advertencias del símbolo; que no quisíeron oír los gritos angustiantes de las gaviotas. Que bajaron de aquel barco pesado, con su enorme bagaje de bosques coníferos, de balalaicas, de tradiciones ... Y la familia Steimer pasa a ser una de tantas y tantas familias componente de uno de tantos y tantos grupos, perteneciente a una de tantas y tantas culturas, propia de una de tantas y tantas razas que configuraran el futuro de los Estados Unidos de Norteamerica. Mollie Steimer trabaja en una fabrica, trabaja junto con otros que como ella y su familia creyeron en el mito. Mollie Steimer se une con los suyos, interviene, participa, conoce nuevas ideas, nuevas concepciones. Se entera y asimila. Y se incluye, se incluye con los suyos en el movimiento obrero, y se abre paso a traves de los intrincadas, apasionadas y controvertidas opiniones. Y se decide, y abraza, apropiandose, las concepciones anarquistas. ¡Y de nuevo la esperanza! ¡De nuevo la promesa! El viento transporta la noticia: ¡El estallido de la revolución rusa! Rusia, Rusia ... el terruño abandonado, los bosques, las praderas, las tradiciones, el recuerdo instantaneo. Rusia, el estruendo, la explosión. Los paisanos, todos, todos, no hablan mas que de esto. ¡El zar ha caido! ¡La libertad besa nuestra Rusia! Apropiarse de nuevo de lo dejado, de lo abandonado. Pero ... ¡Wilson, el futuro premio Nobel de la paz! manda tropas por Siberia, Wilson actúa sin tardanza. A apagar el fuego antes que alcance la Norteamerica del Capital, la Norteamerica de los intereses bancarios, de la usura, de la explotación. A apagar el fuego aunque se pisotee el protocolo jurídico. Wilson no consulta al Congreso. Y Mollie Steimer, y sus compañeros, actúan, imprimen volantes. Trepan a las azoteas y los disparan a los transeuntes. Una lluvia, un bombardeo de furia, de acción, de determinación. Y los volantes son leidos, comentados, razonados, aceptados. Las fuerzas represivas no pierden tiempo, la jauría es desatada, escucha a su amo: ¡Id contra ellos, id contra ellos! Jadeando, los ojos inyectados de sangre, babeando, la furia en el rostro, esperando, buscando, acosando a sus víctimas. La jauría husmea. Los rojos, los extranjeros ... Las conecciones irracionales ... intentan destruir nuestro sistema de libertad ... Los pensamientos brutales ... ¡hay que acabarlos! ... Las acciones bestiales ... ¡destridlos, acabdlos! ¡como sea, de la forma en que sea! ... La histeria , la paranoia, la locura; todo, todo se conjuga. Rosansky es detenido, amenazado, intimidado. ¿Que no recuerdas que tienes familia? Anda, dílo por tu bien.¿Quienes son tus compañeros? El miedo, el terror, el panico. El recuerdo de los familiares y ... la traición, la traición justificada. El señalamiento, los datos, la entrega de los compañeros. Y la jauría actúa, Mollie Steimer y sus compañeros son detenidos, interrogados, amedrentados. Mollie Steimer es mujer, y ser mujer la salva de la tortura física; pero los gritos de desesperación de sus camaradas torturados de una y mil maneras, le destrozan, le aniquilan. Gritos espantosos, horripilantes ... Sus compañeros, sus amigos, sus camaradas son despiadadamente vapuleados, sadicamente vejados hasta exprimirles el último gesto de dolor, la última lagrima ... Y después, el proceso, el confinamiento, la carcel, el sentirse impotente, encadenada, aislada ... Nuevos conocimientos, nuevos enfoques, nuevos enfrentamientos con esa angustiante realidad. Ya se encuentra lejos el recuerdo de aquel barco pesado ... de aquel haber visto por vez primera el mito de la tierra prometida ... las añoranzas de los bosques, de las tradiciones, de las balalaicas ... Todo es confuso. Tantos acontecimientos, sucesos, acciones ... Mollie vive, sobrevive, se niega a dejarse llevar, a vencerse ante las penalidades. Y trabaja, trabaja en su reclusión haciendo overoles; pero la jauría intenta ... ¡de la forma que sea! ... destruir esa voluntad, ese temperamento, esa fuerza interna que muestra segundo a segundo. Y le exige, le exige mas y mas de su trabajo; le exige lo imposible ... ¡hay que acabarlos como sea, de la forma que sea! ... La voz del amo, la orden del amo. Y Mollie no recibe las cartas de sus familiares, ni de sus amigos. Se le tortura psíquicamente, se le comunica que ha recibido tal o cual carta, mas no se le entrega ... ¡como sea, como se pueda! ¡Hay que destruirlos! ... Y las bestias, la jauría, se enfurece al no lograr sus objetivos. ¡Quince años de reclusión! determinan los jueces ... ¡Hay que acabarlos como se pueda! ... ¡Quince años de prisión! Quince años fuera de circulación ... ¡Hay que destrirlos como sea, como sea ... Y la jauría, satisfecha, harta, astiada, festeja lo que considera su triunfo; y aulla, aulla terrible, tétricamente, y se arrastra delante de su amo, de su señor, de su divinidad. Y mordizquea migajas, sobras, pestilencias; y alaba, y da las gracias. Pero la jauría fracasa, y Mollie Steimer no pierde la calma, la tranquilidad, la ecuanimidad, la semblanza; y Mollie Steimer no se derrota, y Mollie Steimer sabe, razona, decide su justeza, su rectitud, su entrega apasionada, amorosa, inusitada a la causa valedera, a la causa de los suyos, de los perseguidos, vilipendiados, explotados, encarcelados y torturados; de los suyos, de los que tienen el porvenir en sus corazones, de los que no se arrastran, ni transan, ni temen, ni huyen; de los suyos, de los obreros, de los campesinos, de todas las personas que han abierto los ojos, de todas las personas que han divisado, advertido, alertado un futuro, un futuro de humanidad, un futuro de amor, de fraternidad, de mutuo apoyo; de los suyos, de aquellos que en su momento han dicho ¡basta! y de aquellos que en su momento lo diran y que afrontaran las consecuencias, y que sonreiran, sonreirán, sonreiran ante el acoso de las bestias, y que esperarán paciente, fría, tozudamente su hora, su momento para gritar por cada poro de sus cuerpos, de sus bellos cuerpos, para exclamar, para afirmar, para comunicar ¡viva la libertad! De los suyos, de los que viven, de los que mantienen, mantuvieron, mantendrán la esperanza en sus corazones; de los suyos, de aquellos que esperan el momento indicado en sus respectivos campos liberados, en sus corazones, en sus cerebros, en todo su ser. Y Mollie no se rinde, lucha, se revuelca, se pone de pie ¡de pie! Y la jauría, con sus aullidos, con sus festines; la jauría no lo cree, no lo acepta, no lo engulle; de nuevo los ojos tintos en sangre, de nuevo babear, de nuevo acosar, perseguir, acorralar ... ... ¡Sobre ellos, sobre ellos! ... ¡Hay que destruirles! ... ¡como sea, de la manera que sea! ... Y el amo, y el interés bancario, y Wall Street, y las finanzas, y el Capital; asustados, amedrentados, huyen, se esconden, buscan refugio. Se unen, discuten, llegan a una solución. ¡Una solución! Deshacerse de ella, cambiarla, truecarla, mas no en balde. ¡Hay que buscar el interés, la ganancia, hay que negociarla! Y la cambian, aceptan cambiarla al gobierno soviético por otros presos. Asunto arreglado. Negocio fructífero. Trueque ventajoso ... Y Mollie Steimer acepta, acepta después de tres años de no respirar, de tres años de preguntas, preguntas, preguntas ... Tres años de insomnio, tres años de pesadilla. Ella acepta, ella quiere, ella anhela recuperar su tierra, su anhelo, su parte de esperanza. La clase trabajadora demostrará al mundo como si es posible vivir, como si es posible ubicarse en la existencia, como si es posible ir construyendo la historia, la historia de la humanidad, la historia del futuro, la historia de la felicidad. Mollie ansía, Mollie desea, quiere ir con los doblemente suyos, desea el reencuentro con esa tierra, con esas praderas, con esos bosques de coníferas, con las balalaicas, las fiestas, las tradiciones ... Anhela ver, sentir, actuar, participar en la creación de la esperanza, de la salvación; ella quiere ir, y parte, parte de aquel muelle, igual que el otro, tal vez el mismo que le sirvió de soporte, que la vió llegar y le hiciera descubrir el mito, la mentira, la falcedad. Y Mollie parte en un barco, igual, semejante a aquel barco pesado, monótono, monótono ... Y Mollie parte; y por segunda vez no se fija, no alerta, no siente, no escucha; y por segunda vez el frenesí, la interna alegría le impiden ver a aquel símbolo ofendido, enclaustrado en su pedestal; y por segunda vez no se percata, y el barco parte, parte burlona, lentamente; y el barco se aleja, se aleja, se aleja ... Y el símbolo le ve, le mira; y el símbolo se queda, se queda en su pedestal, se queda en sus recuerdos, se queda en viejos, antiguos y olvidados tiempos; y el símbolo se aleja, se aleja, se aleja ... Mollie arriba a Rusia en un día grís, en un día grís tal vez muy iluminado. Y baja por la rampa, y se dirige a la aduana, y es checada, cotejada, fiscalizada. Y el aduanero no la suelta hasta estar convencido de que Mollie es Mollie; hasta que el papel, los papeles, la tinta, las firmas, las fotografías, los símbolos, los números: demuestren, certifiquen, avalen que Mollie es Mollie, que ella es ella.
Y no importa si ella dice que lo es o que no lo es, y no importa su palabra, su verdad. El aduanero ve los papeles, las fotografías, los símbolos, los números; y el aduanero esta seguro que los datos no mienten, y saca su sello, su sello al rojo vivo y estampa su marca en donde es correspondiente. Y Mollie arriba a Rusia, a su Rusia, y es feliz porque supone, porque cree, porque piensa que ... Y de nuevo a buscar a los amigos, a los paisanos, a los amigos de los amigos, a los paisanos de los paisanos. Y sentirse que se ha recuperado la palabra, la actitud, el ser, pero ... ¡que pasa! ¡que ha pasado! ¡que han hecho! ¡que ha fallado! ... Y afrontar otra vez la realidad, la fría, la insensible realidad; y comenzar a descubrir, a alertar .... y no querer aceptarlo, y negarse ... negarse ... negarse ... ¡no puede ser! ¡no puede ser! ... Pero el dolor, el dolor cada vez mas intenso la obliga, la empuja, la forza a abrir los ojos. Y Mollie abre los ojos, los abre una mañana ... una tarde ... una noche ... y siente frío, siente cansancio, siente hastío, siente nauseas. Siente en lo mas hondo de su ser, siente en su corazon, en su cerebro, en sus lagrimas, en su incontenible rabia; siente que se ha equivocado porque a sus amigos, porque a los suyos, les han tomado una mañana grís, les han sorprendido sin haberles dado tiempo, sin haberles dejado ver, oir, sentir, amar; y los han llevado, los han llevado a la fuerza, y a la fuerza les han encarcelado, maneatado, amordazado. Ni siquiera les han dado la oportunidad de gritar su grito. Sus amigos prisioneros pero ... ¿por qué? ¿por quién? ... Y una lucha irresistible, incontenible, se desarrolla en ella misma; y recuerda, recuerda advertencias, recuerda la profecía, y en un segundo, en un instante, en un momento, su mente se aclara;
la nebulosidad se disipa. Medita, liga ideas, ideas consideradas ideas, ideas negadas por mas de uno, y medita. Bakunin, el gigante, el irreverente, el acerrimo enemigo de Marx, la oposición en la Internacional, y sus advertencias, y sus voces alertando el peligro; y la mano, el dedo señalando la llaga autoritaria, implacable, infantil y fanfarrónamente. Y la duda se disipa. El autorismo ha triunfado, la jauría impositiva ha sido echada a la calle para acabar con las herejías, con todo aquel que no piense, que no razone, que no medite como el Santo Oficio convertido ahora en Partido, transformado en vanguardia proletaria, hecho a imagen y semejanza del Padre, del Hijo y del Santo Espíritu. Y los herejes, son perseguidos, acosados, hechos prisioneros .... ¡a la hoguera con ellos! ¡a la hoguera! Los herejes, convertidos de la noche a la mañana, sacrosantamente señalados, excomulgados, indicados con la nueva seña que abrira sesamos, que levantara a los muertos: ¡contrarrevolucionarios! De nuevo la noche de San Bartolome, de nuevo el Papa, sus creyentes, sus súbditos; de nuevo el espiritu obscurantista, intolerable, sectario, asesino, buscando extender, imponiendo su fe. De nuevo el circo romano, las catacumbas, las persecuciones. Y Mollie se vuelve a erguir, por segunda, por tercera, por y para siempre. No se derrota, no acepta y ... se rebela, se rebela como ayer, se rebela contra la injusticia, la tiranía, el despotismo. Y va, y se apresura a ir con los suyos, con los explotados, los tiranizados, los oprimidos. Y vuelve a participar, y vuelve, por segunda vez, a conocer en carne propia el acoso de la jauría. ¡No estamos ni estaremos perdidos mientras aliente en nosotros, nuestro grito, nuestro lamento, nuestra herejia, la palabra libertad! Ayudar a los compañeros, a los compañeros revolucionarios perseguidos; dar calor, recibirlo y, sobre todo, sonreir ... sonreir ... sonreir de frente a la jauría, a los hombres serios, a los guías del proletariado; sonreir, recuperar el sentido de esa gigantesca y omnipotente facultad humana. Sonreir, los hombres serios no aceptan la sonrisa, le huyen, les irrita, les hiere. Su seriedad conformada en la antivida, enterrada, hundida, enraizada en su patológico temperamento no permite, no soporta, no quiere la sonrisa; y su seriedad, su seriedad calculadora, su seriedad aderezada con pedazos, con sobras dialecticas, su seriedad condimentada, valorada, justificada por un elefantiastico, mecánico, burdo, y absurdo historicismo materialista. Y su seriedad oculta, refugiada, replegada en históricas justificaciones, en justificaciones histericas. Y su seriedad avalada por históricas misiones, por dirigencias revolucionarias, por el querer y hacer que a fuerzas, a como de lugar sean sus sobras dialecticas, sus desechos historicismos materialistas, su por nadie requerida dirigencia, lo que predomine, lo que hegemonice, lo que se imponga a todos y sobre todos, por los siglos de los siglos ... La calumnia, la intriga, la mentira, la traición, todo, todo se vale, todo se permite, todo obtiene su justificación y razón de ser. Los juicios maquiavelicos, torquemadistas, jesuíticos son elevados a discursos de diaria vida, son aprobados por la jerarquía del Santo Partido. El Santo Partido que preparará el camino para que, en un tiempo lejano -quien sabe que tan lejano-, se encuentre el sendero para la preparación de las condiciones ideales, y así lograr el advenimiento de la humana fraternidad. El Santo Partido adquiere su razón de existir, porque está destinado, cabalísticamente, por el oráculo divino a cumplir su función. Y el oráculo ha previsto que es esa la única forma posible, y que todos, absolutamente todos aquellos que no aceptaran, que cuestionaran, que alertaran peligros, que dudaran del cientificismo oraculesco, deberán ser destruidos, aplastados, desquebrajados; porque sús dudas, sus críticas, sus advertencias, sus recelos a la Sacrosanta verdad emanada del Verbo, no sería sino señalada con la exorcística palabra mágica, ahuyentadora de las legiones demoniácas, espada sanmiguelesca expulsadora de Satán y sus agrias cortes, con la palabra: ¡contrarrevolucionarios! Y Mollie, y sus compañeros recibieron esta categoría. Y fue medida, inspeccionada a través de la mágica palabra.
Y se le intentó destruir, aplastar, y se le intentó desquebrajar. Por intentos no quedo. De todos los métodos posibles, de todas las acciones imaginables se echo mano. Y todo les fracasó, y no pudieron, y fueron impotentes para quebrar esa voluntad, esa entereza, esa honestidad. Y todos sus métodos, y todas sus acciones se estrellaron, se desmoronaron, se rompieron ante esa integridad y esa admirable terquedad. De nuevo ver la rabia, los ojos inyectados de sangre, las fauces babeando; de nuevo ver la jauría desesperada, frenética, insoportablemente agresiva ... Y de nuevo conocer lo ya conocido, y de nuevo sentir lo ya sentido, y de nuevo apretar las manos, llorar por dentro, contener la iracunda furia; y resignarse, amarga, trágica, estóicamente a ser expulsada, a ser privada de sus bosques, de sus praderas, de sus balalaicas, de sus bailes, de sus tradiciones, ser echada, corrida, alejada de la tierra que le vió nacer, de su idioma, de sus costumbres ... Y Mollie parte un día, como cualquier día, como aquel día en que partió por vez primera con sus familiares en busca de la esperanza, de la posibilidad del progreso, en busca de la palabra arrebatada. Y Mollie parte de nuevo un día tal vez lluvioso o quizá asoleado, parte llevando consigo su pesado bagaje de tradiciones y vivencias milenarias transmitidas de generación a generación; su pesado, su abultado y desembarazable bagaje. Y subir de nuevo a un barco, a un barco también pesado, también monótono ... y voltear, y ver por vez última esa tierra, esas costas, ese muelle ... El nudo en la garganta, las lagrimas asomando a sus obscuros y bellos ojos; y el dolor, el intenso, agrio, insoportable dolor. Y decir adiós, adiós para siempre a esa tierra suya; alejar la mirada en el infinito, y alejarse ella misma a bordo de aquel pesado, monótono, aburrido barco ... Y la travesía, los pensamientos, y no sentirse sola,
apoyarse, atrincherarse en sí misma ... Tal vez, pudiese haber sido, que si Mollie no hubiera partido acompañada por su amigo, su compañero, su amor; por ese otro perteneciente a los suyos, tal vez, si Simón Fleshin, personaje tambien de una sola pieza, ser que tambien había sufrido. que había sido perseguido, arrestado en mas de una ocasión; si tal vez Mollie no hubiera partido con el, probablemente, quizas, no hubiese habido mas amaneceres en su vida. Pero no, Mollie no parte sola, Mollie tiene con quien compartir su tragedia, su inmenso dolor ... Y lo comparte. Ya son dos, fundidos, inseparables, invencibles, listos para afrontar lo que el destino les oponga en su camino, preparados para aguantar esa vertiginosa e inclinada pendiente, alertados para luchar contra la corriente, contra esa rapida, vertiginosa corriente ... Y Mollie llega, junto con Senya, al final de esa pequeña, pero larga, tan larga travesía. Stettin es el lugar en donde aquel barco pesado detiene su lento y monótono paso para vomitar a los expulsados, a los no queridos, a los no gratos para la jauría autoritaria. De nuevo deslizarse por la rampa, sin fuerzas, casi rodando; de nuevo afrontar al aduanero; enseñar los papeles, los inevitables papeles, y demostrar que ellos son lo que dicen los papeles que son; de nuevo afrontar interrogatorios, y una vez mas ir a parar con su humanidad al fondo de una celda, porque venían de Rusia, porque eran rojos, porque quien sabe que traían entre manos, porque era necesario prevenir ... Pero la otra cara de la moneda es mucho mas alentadora. Un amigo se entera, se entera que les han detenido y este amigo les ayuda, utiliza sus influencias y logra su propósito. Y gracias a él, Mollie y Simón son liberados, se les permite respirar, ver, oír, sentir ... Y ellos sin tardanza, apresuradamente parten a Berlín, al Berlín de aquel momento, al Berlín que había intentado su revolución social, al Berlín que fue derrotado. A aquella ciudad convulsionada por una gigantesca espiral inflacionaria, en donde cualquier satisfactor no era posible preverlo en marcos, la moneda devaluada, inservible ... Llegaron a aquel Berlín, a aquel Berlín en cuyo seno ya se agitaban convulsionadamente los negros nubarrones de lo que sería la próxima pesadilla: el nazismo. Grupos de choque, valentonadas nacionalistas, señalamientos feroces a los culpables de la ruina alemana. Temperamentos paranóicos, caracteres enfermos, gritos belicistas, reuniones místicas, remembranzas de antiguas locuras, el revolucionario del Alto Rhin, las profecías de Segismundo, la raza aria, el pueblo escogido, el reino que duraría mil años, la simbología rebuscada, la svastica; la enfermedad, la enfermedad desatada, la enfermedad corroyendo las mentes, los corazones, los sentidos, contaminando el habla, destruyendo los sentimientos, la integridad. Y de nuevo interrogarse, de nuevo meditar, de nuevo ese enfrentarse a la realidad, a la tremebunda realidad. Y volver a vivir la locura y sentir de nuevo esa nausea, ese asco, esa repulsión. Y sentirse de nuevo perdida, sin animos, sin fuerzas; y volverse a erguir, a afirmar interiormente, y volver a estar lista, a estar preparada para afrontar la tormenta. Otra vez la jauría desatada, los ojos inyectados de sangre, acosando, persiguiendo, asesinando ... Los culpables de nuestra ruina son los judios, los rojos, y todas las razas inferiores, impuras, degradadas; así pues, ¡acabadles! ¡por el honor de Alemania, acabadles, destruidles! ¡como sea, de la forma que sea! Y las jaurías nazis cumpliendo su misión, obedeciendo la voz del amo, del guía, del lider; y el pueblo alemán, la mayoría del pueblo alemán, escucha, escucha su propio pensamiento, se ilusiona con lo que él mismo piensa; y la mayoría acude al llamado, acude a liberar a su patria de sus enemigos, de sus humilladores, y la mayoría no es traicionada, ni mucho menos engañada. Oye su propia voz, advierte su propia pequeñez en las voces de sus sacerdotes, en los chillidos ratonescos de la alta jerarquía nazi. Y la mayoría acepta lo que ya su endeble, su enfermo, su patológico pensamiento había creado, formado, estructurado. No, No fueron los Hitlers, ni los Goebels, ni los Goerings, ni los Himmlers, no, no fue ninguna de estas sabandijas nauseabundas las creadoras de la pesadilla; ese horror le pertenece a las mayorías, sus auténticas, sus claras, sus verdaderas creadoras. El éxito de los nacionalsocialistas fue solamente expresar lo que las mayorías ya pensaban; fue el desatar, a través de las palabras, de los modales, de los gestos, de la disciplina, las imágenes, las ideas, los anhelos pertenecientes a esas mayorías.
¡Y lo lograron! Lograron que esa mayoría, que esa masa amorfa se asimilara a ellos, creyera en ellos, les aceptara a ellos. Y verse obligada a huir, a fugarse, a ponerse a salvo, a alejarse lo más posible de ese monstruo, de esa horripilante pesadilla, de ese reino irracional. Y Mollie, y Senya, parten buscando un resguardo, buscando un refugio donde recuperar las energías perdidas, donde ordenar sus pensamientos, valorar sus juicios ... Y se marchan, se marchan al único lugar a donde se pedían marchar: a Francia. Viajar a París y no tener, por primera vez, la forzosa necesidad de visitar rapidamente las cárceles, y por primera vez cruzar una frontera sin novedad, sin problema, común y corriente, sin ser agredidos, ni vejados. Llegar a París y tratar de contactar a los compañeros, y verlos, y charlar, charlar. Discutir de lo que viene, de lo que es ya imposible detener, de frenar, de desviar, lo que ya se manifiesta. Conversar acerca de la inevitable guerra, de la agresividad nazi, de su gigantesco y monolítico poderío militar, de la
imposibilidad de que cualquier fuerza de izquierda pudiese hacer algo, en aquellos momentos, en aquellos instantes, para decapitar al nazismo. De aceptar con frialdad y serenidad el negro, el obscuro, el escalofriante porvenir. La larga, larga noche que ya se perfilaba. El alertar acerca de la inutilidad de la línea Maginot, de su inoperancia y su nulidad ante los estrategas nazis; seguir charlando, discutiendo, intercambiando opiniones y pareceres; y la revolución española, los errores, los aciertos de la C.N.T., de la F.A.I., y el avance incontenible de los falangistas, y el apoyo militar fascista y nazi a las huestes franquistas; y la cobardía de los no intervencionistas, la cobardía que pronto pagarían, de cuyos éfectos se arrepentirían por sentirlos en carne propia. Y del escarmiento que por tal cobardía se plasmaría en un recibir toneladas de explosivos voladores, de bombas B1, B2, B3, etc.,etc., que las hordas nazis harían llover sobre la indefensa y destrozada Inglaterra. Y charlar, seguir charlando, realizando una, dos, tres, cien, mil autocríticas, mil evaluaciones, mil planes futuros, mil posibilidades, mil intentos. Y la charla es interrumpida, cortada, silenciada por la entrada de las tropas nazis a Francia. Las manos sudorosas, el miedo, el pánico, el terror reflejado en los rostros. Los respiros nerviosos, forzados; los corazones latiendo a su máxima capacidad. Los sobresaltos cotidianos, ese dormir despierto, las pesadillas intermitentes, los pasos apresurados. Y de nuevo, de nuevo Mollie es atrapada, es detenida, es apresada; es llevada por la fuerza un día, un día acorde con el ambiente tétrico que vivían aquellos años tétricos. Y por la fuerza es llevada a un campo de concentración ... ¡por la fuerza! Y de nuevo sobrevivir, sentirse derrotada; de nuevo la angustia, la opresión, la rabia incontenible, y de nuevo ese ponerse en pie ¡en pie ante quien sea y ante lo que sea! Simón Fleshin corre con más suerte. Los compañeros le ayudan para que escape, para que huya, para que se refugie en el sur de Francia, en la zona acordada por los señores de la guerra como zona libre. Y Mollie logra salir, evadirse, fugarse, deslizarse, abandonar aquel campo de concentración de lagrimas, de sufrimientos, de impotencia ... Y ahora a buscar, a tratar de encontrar a su compañero, a su amor. Y caminar, caminar entre aquellas tinieblas, abrirse paso entre la histeria, los miedos, las cobardías, las maldades, el sufrimiento. Y caminar, y transportarse de aquí a alla; y deslizarse sin rumbo, sin tiempo, sin constancia de tal desplazamiento. Y dejarse llevar por las corazonadas, por los presentimientos. Y aferrarse obstinada, compulsivamente a lograr el propósito, el objetivo, el resultado. Y un día como cualquier otro día tétrico de aquella tétrica época, ver, divisar, observar al compañero buscado, al compañero anhelado, al compañero querido, al compañero amado. Y las lagrimas desbordando sus causes, y el cuerpo entero abordado, sorprendido, invadido de un temblor incesante; la boca seca, el nudo en la garganta, y sobreponerse, y adecuarse en la calma; y llamarle, y gritarle, y decirle que ella esta ahí, que quién sabe porque azares del destino ella esta ahí ... Y. pronunciar su nombre: ¡Senya! ¡Senya! Y abrirse paso, corriendo, apurando, desesperadamente. Y abrazarle y besarle; y ser presa de llantos, de risas nerviosas ... y sentir el relajamiento, el abandono de la rigidez, y soltarse, dejarse caer, deshacerse en sus brazos. Las palabras se atropellan, se obstaculizan, se amontonan; las miradas, los millones de miradas se conjugan, se muestran, aparecen una y mil veces. De nuevo sentirse acompañada, de nuevo abandonar al espectro de la soledad; de nuevo tener junto a la persona amada, de nuevo compenetrarse, sentirse apoyada. Otra vez el aliento, la felicidad, el goce, el sentirse feliz; irradiar felicidad en aquel tétrico tiempo, irradiar sonrisas, amor ... El suspiro, la calma, la tranquilidad, el necesario momento de reposo para adquirir fuerzas y prepararse para la siguiente epopeya, para la posibilidad de la siguiente trampa, de la siguiente desilusión. Y Mollie, y Senya, aconsejados por compañeros, por amigos, toman la decisión de abandonar el viejo continente, de ir y poder establecerse en un lugar mucho más tranquilo, mucho más amigable; y se determinan inflexiblemente en venir a México. Y no lo dudan ni un instante, y emprenden la veloz marcha, la veloz salida de ese continente que parecia, en aquellos tiempos, desmembrarse, despedazarse, destruirse. Y un dia emprenden la fuga, abordan un barco y zarpan por aguas atlánticas con destino prefijado ... Chantal Lopez y Omar Cortés
Contra los rojos, contra los extranjeros que intentan destruir nuestro sistema de libertad.
Id y despedazadlos, acabadlos, destruidlos!
¡Como sea, de la forma en que sea!