Índice de México declara la moratoria de Chantal López y Omar Cortés | Segunda parte del Capítulo tercero | Segunda parte del Capítulo cuarto | Biblioteca Virtual Antorcha |
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Primera parte
El intento diplomático mexicano, por Chantal López y Omar Cortés.
Carta de Juárez a De la Fuente.
Carta de De la Fuente a Zamacona.
Informe de De la Fuente de su entrevista con Napoleón III.
EL INTENTO DIPLOMÁTICO MEXICANO
Por Chantal López y Omar Cortés
Después del rompimiento de relaciones declarado por los encargados de las Legaciones británica y francesa, el asunto hubo de ventilarse ante los respectivos gobiernos de esos países, por el embajador mexicano acreditado en Europa: el señor Juan Antonio de la Fuente, quien había recibido tal nombramiento en febrero de 1861.
La misión diplomática que se le encargó, era, sin lugar a dudas, algo francamente imposible de realizar, puesto que enfrentar a dos de las monarquías europeas más poderosas de aquél tiempo, sobrepasaba por completo las posibilidades de negociación de De la Fuente.
La Francia de Napoleón III y la Inglaterra de la Reina Victoria, contaban con poderosos y adiestrados equipos en el campo de las relaciones exteriores. Tanto Thouvenel, Ministro de Relaciones Exteriores del Emperador Napoleón III, así como su colega británico Lord John Russell -abuelo del conocido filósofo Bertrand Russell-, no eran en lo mínimo personalidades fácilmente influenciables, sino por el contrario, la firmeza de su carácter y tosudez en sus decisiones, provenían, precisamente, del poderpio de los países que representaban.
Así pues, y no obstante que el intento de De la fuente por cumplir escrupulosamente las instrucciones que se le giraron, fue algo indiscutible, su buena disposición y voluntad, debió estrellarse estrepitósamente ante la prepotencia francesa y británica. Nada, absolutamente nada, pudo hacer De la Fuente en su misión, ni tan siquiera ganar tiempo. Sin embargo, y es muy importante tenerlo en cuenta, absurdo hubiese sido tan siquiera imaginar lo contrario. Tanto Benito Juárez como Manuel María de Zamacona, sabían perfectamente que en el momento en que llegasen a Inglaterra y Francia los respectivos informes de Wyke y Saligny, el apoyo de la Reina Victoria y de Napoleón III a sus respectivos Ministros Plenipotenciarios, sería -y no existía la menor base para suponer lo contrario-, inmediato. Por tal razón, las instrucciones giradas a De la Fuente, tan sólo podían tener como finalidad la de buscar ganar tiempo, objetivo que, lo repetimos, no se lograría.
Así, y no obstante lo infructuoso de su actuar, debe recalcarse la dignidad mostrada por De la Fuente tanto ante Thouvenel como ante Russell. Esa dignidad firme y su honesto proceder, engrandecen la figura de Juan Antonio de la Fuente y realzan su personalidad en aquel difícil periodo histórico, conformándose en ejemplo de la rectitud republicana liberal.
Chantal López y Omar Cortés
CARTA DE JUÁREZ A DE LA FUENTE
México, julio 27 de 1861.
Sr. don Juan Antonio de la Fuente.
París, Francia.
Mi querido amigo:
El mes de junio último, como ya sabrá usted, ha sido fatal para nosotros. El amigo Ocampo fue arrebatado del seno de su familia por el español Lindoro Cajigas y conducido al campo de Zuloaga y Márquez que lo mandaron asesinar. Degollado y Valle, rendidos en el combate fueron fusilados por orden de Márquez que ya no tiene más bandera que el robo, el asesinato y el incendio. Estos bandidos han podido permanecer armados y guarecidos en los bosques merced a la miseria que ha impedido al gobierno pagar una fuerza numerosa que los persiga.
Sin embargo, se han hecho todos los esfuerzos posibles; hemos recurrido a la suspensión de pagos de la deuda interior, hemos impuesto préstamos forzosos y hasta hemos aprisionado a muchos de nuestros propietarios para obligarlos a la exhibición de las cuotas que se les han señalado y, aunque estas medidas violentas nos han dado el resultado de que se sisteme la persecución del enemigo y éste se vea hoy cercado de nuestras fuerzas en el Distrito de Iguala, a la vez que por Querétaro se persigue a Mejía y por Tepic a Lozada, no podíamos seguir manteniendo nuestras fuerzas por más tiempo porque no era ya posible sacar el dinero usando de los medios violentos de la fuerza ni podíamos suspender la guerra ni entregar a la sociedad al robo y al saqueo y a una disolución completa. Nos hemos visto, pues, en la situación triste pero inevitable de suspender todos nuestros pagos incluso los de las convenciones y de la deuda contraída en Londres. Mientras hemos podido hacer frente a nuestros gastos aun durante la lucha de tres años nos hemos abstenido de recurrir a este medio; pero hoy nos es ya imposible vivir. Salvar a la sociedad y reorganizar nuestra hacienda para poder satisfacer más adelante nuestros compromisos con la debida religiosidad, es el objeto que nos ha guiado a decretar la suspensión. Esta medida estaba indicada por la opinión pública y es por esto que ha sido adoptada por el Congreso por una mayoría inmensa de 112 votos contra 4 de personas que sólo por temor votaron por la negativa.
Como era de esperarse, los Ministros de Francia e Inglaterra, interesados en este negocio, debían repugnar la medida y, en efecto, no sólo han protestado contra ella, sino que han cortado sus relaciones con el gobierno hasta la resolución de sus respectivas Cortes. Se quejan de que no se hubiera tratado con ellos previamente; pero el negocio era de una urgencia que no admitía dilación. No había ni siquiera probabilidad de que hubieran consentido en la suspensión ni de que se hubiera obtenido una pronta resolución de su parte. Días antes y de un modo extrajudicial y privado se había tratado de un arreglo con los acreedores de la Convención francesa y, aunque estaban deferentes a recibir escrituras y pagarés de los bienes del clero, desistieron al fin porque, habiendo consultado con el Sr. Saligny, éste les dijo que no hicieran tal arreglo. Así lo dijeron dichos acreedores. ¿Qué esperanza quedaba, pues, de que este señor Ministro consintiera en la suspensión cuando no permitía ni el voluntario arreglo de los interesados con nosotros? Intentar, pues, un arreglo previo con él antes de decretarse la suspensión habría sido perder el tiempo y perder la situación. También se quejan de que el negocio se hubiera tratado en sesión secreta; pero no reflexionan que una medida grave para cuya adopción era preciso presentar descarnada como lo era la situación de la sociedad, manifestar los apuros del gobierno y esto, a la vez que los partidarios de los bandidos espían todas nuestras operaciones para alarmar y alentar a sus corifeos, no debía ventilarse en una asamblea en sesión pública.
Como verá usted en las comunicaciones que se han cambiado, los señores Ministros y especialmente el Sr. de Saligny mezclan algo de pasión en sus intenciones, lanzan inculpaciones que debieran omitir contra el infortunio y usan de un tono que no sienta bien a representantes de Naciones poderosas e ilustradas. Yo espero que el Emperador Napoleón y la Reina Victoria nos juzgarán y tratarán de otra manera cuando usted les manifieste nuestra situación, la imperiosa necesidad que nos ha obligado a tomar la resolución de que se trata y la imposibilidad en que estamos de cumplir por ahora nuestros compromisos. El Ministerio remite a usted la ley y todos los demás documentos y datos que debe usted tener a la vista para hacerse cargo de la cuestión. También le envía las instrucciones competentes para que pase a Londres o mande persona que crea a propósito y con las instrucciones convenientes a hacer a aquella Corte la misma manifestación que a la de Francia respecto de la medida tomada por la República Mexicana en cuanto a la suspensión de pagos.
Convendrá que en los periódicos se trate la cuestión de un modo favorable a México. Tanto para esto como para los gastos de la misión a Londres se le remiten a usted por este paquete 5 000 pesos, sin perjuicio de que si se hiciesen algunos otros gastos extraordinarios se hará el pago con el aviso de usted. En fin, usted hará en este asunto todo cuanto crea conveniente a fin de obtener un resultado favorable en lo posible.
Yo tengo esperanzas fundadas de que la tregua que nos da el decreto o ley citada nos producirá la completa pacificación del país y la restauración de nuestra Hacienda y de nuestro crédito, salvándonos de pronto de la anarquía y de la completa disolución de nuestra sociedad. En esta convicción hemos adoptado la medida expresada y estamos resueltos a llevarla a efecto afrontando con ánimo firme los riesgos y peligros que puedan sobrevenir, que siempre serán menos desastrosos que el suicidio que de pronto nos amagaba.
Mucho celebro que haya usted llegado sin novedad con sus chiquitos. Mi familia saluda a usted deseándole felicidades y yo me repito su amigo afectísimo y seguro servidor q.b.s.m.
Benito Juárez
El decreto de 17 de julio y la circular que acompaña a estas instrucciones, impondrán al Sr. Fuente, de las medidas por donde ha creído el nuevo Ministerio, formado el día 13 del mismo mes, deber comenzar la reorganización administrativa de la República. La necesidad de suspender provisionalmente los pagos y de dar unidad y arreglo a la deuda nacional, ha sido sentida, no sólo por el gobierno, sino por todo el país y vino de ahí que esa idea, discutida ya desde que el gobierno residía en Veracruz, fue iniciada a principios del año por la prensa de la Capital y reconocida como conveniente hasta tal grado, que varios escritores se disputaron la originalidad de la iniciativa. Mientras esto tenía lugar en la discusión por la prensa, el Sr. de Saligny la entablaba confidencialmente sobre la misma materia con el Ministro de Relaciones, ofreciéndole, si bien a trueque de importantes condescendencias, proporcionar a la República, no sólo una tregua para el pago, sino aún un alivio, en cuanto a lo importante de los créditos franceses.
Las urgencias extremas en que el gobierno se ha visto por la necesidad de emprender una campaña en grande escala contra la reacción, le han obligado a pensar en todos los medios a propósito para proporcionarse recursos y como uno de ellos, inició el Congreso a fines de mayo, la suspensión de todo pago incluso el de las convenciones diplomáticas. La Cámara retrocedió entonces ante la idea de interrumpir el cumplimiento de los pactos internacionales y votó sólo la suspensión de los otros pagos comunes y una autorización amplia al gobierno para proporcionarse recursos.
La situación pública se había hecho difícil por demás en esos días; las partidas reaccionarias, concentradas bajo el mando de Márquez, habrían confluido al Valle y al Estado de México y la desconfianza pública y la paralización de todos los negocios, hacían muy difíciles para el gobierno las combinaciones para arbitrar recursos. No pudo, pues, ocurrir a la salvación de la sociedad y del orden público, sino empleando sus autorizaciones en términos extremados y odiosos que llegaron hasta el encarcelamiento de los principales capitalistas, con el objeto de obligarles a fuertes exhibiciones. La reacción, entretanto, envalentonada con algunos pequeños triunfos y embriagada con la sangre de Ocampo, de Degollado, de Valle y de otros miembros notables del partido liberal, amagó de cerca la Capital de la República, a cuyos suburbios llegó a penetrar alguna de sus gavillas.
El gobierno, por propio impulso y por el de la opinión profundamente impresionada, tuvo que poner en movimiento fuerzas numerosas en persecución de los facciosos y que organizar la Guardia Nacional del Distrito, para llevar a la campaña las guarniciones de tropa permanente. Los gastos precisos para equipar y movilizar las fuerzas y para armar la Guardia Nacional, se han absorbido enormes sumas y esto, en momentos en que los recursos ordinarios del gobierno se hallaban nulificados y absorbido el principal de ellos, como lo sabe el Excmo. Sr. Fuente, por las consignaciones al servicio de la deuda exterior. El carácter de la situación política, nulificaba así mismo los valores procedentes de la nacionalización, cuyo precio es proporcional a las probabilidades de consolidación que presenta la Reforma.
Los enemigos de ésta, entretanto, no se limitaban a devastar las comarcas más ricas y populosas de la República organizados en partidas numerosas y móviles, sino gue traían entre manos maquinaciones muy ramificadas, siendo una de ellas la de envolver en sus influencias a los representantes diplomáticos. Muy fácil fue esto con respecto al del Imperio francés, que habiendo heredado las relaciones de Mr. Gabriac y teniendo en su propia casa a varios personajes de la reacción y estando individualmente interesado, según se asegura, en el buen suceso de algunos de los negocios celebrados con los usurpadores del poder público, tenía muchos puntos de contacto y muchas afinidades con las personas que, en la Capital, personifican el principio retrógrado. Vino de aquí, que en estos últimos meses, suscitase al gobierno cuantos embarazos puede sugerir la mala voluntad y que procurase y lograse hacer que sus miras fuesen inocentemente secundadas por el Ministerio de Inglaterra, el cual, aunque sin ningún móvil bastardo, se halla también envuelto en un ambiente político poco congenial con los principios que este gobierno está desarrollando. Para hacer al Ministro de Inglaterra instrumento de las miras del Sr. Saligny y del partido reaccionario, ha bastadó empaparle fuertemente en preocupaciones relativas a lo que se llama el carácter anárquico del partido progresista y a la conveniencia de un sistema de transacción que él cree a propósito para dar consistencia a las instituciones liberales. Viendo la política de México por el prisma engañoso de la sociedad que forma alrededor de ambos diplomáticos una minoría excepcional y excéntrica, ambos profetizan el advenimiento inevitable de un partido neutro que en realidad no existe en la República y, no viendo más allá de la Capital, ni toman en cuenta los intereses que la Reforma ha creado sobre toda la superficie de la Nación, ni la tenacidad de los Estados a sostener ciertos principios, ni la prontitud con que se unen y armonizan en el momento que los creen atacados.
Sea como fuere, bajo las inspiraciones de esa política errónea y de los intereses arriba mencionados, los dos referidos Ministros han guardado en estos dos últimos meses una actitud poco amistosa frente al gobierno y su mala prevención ha influido hasta en desconcertar un arreglo que recientemente se había hecho con los interesados en las convenciones inglesa y francesa, consignándoles los valores de la nacionalización.
A mediados de este mes, la situación del gobierno había llegado a ser extremadamente difícil; sus afanes por poner en campaña fuerzas considerables, habían agotado sus recursos. Una larga crisis ministerial que tenía incompleto al Gabinete, hacía lánguida la acción gubernativa; la presión del espíritu público y del Congreso, que pedían, no sin razón, movimiento y actividad, era fuertísima y el Presidente, en unión de los individuos con que integró al fin su Ministerio, comprendió que era llegado el momento de emprender la reforma administrativa con entereza y brío, como el único medio de restablecer el prestigio de la revolución y de habilitar al gobierno de los elementos necesarios para devolver al país la paz y la seguridad de que por tanto tiempo ha carecido.
Bajo la influencia de esta resolución, se redactó y presentó al Congreso, el mismo día -13 de julio- en que se integró el Gabinete, una iniciativa concebida, con poca diferencia, en los mismos términos que el decreto del día 17, adjunto a estas instrucciones. No dejó de discutirse, antes de formalizar la iniciativa, la conveniencia de preparar la suspensión de pagos en el terreno diplomático. Pero dos consideraciones inclinaron la opinión al extremo opuesto. En primer lugar, la conducta reciente de los Ministros, sobre todo la del Sr. Saligny, hacia presentir en vez de condescendencia y de cordura por su parte, resistencia y embarazos creados adrede y que, caso de tener al fin que llevar a cabo la medida, podran darle un carácter más agresivo y escandaloso. Por otra parte, las circunstancias en que el gobierno se hallaba el día 13 de julio, eran extremas. Los recursos con que había habilitado al Gral. González Ortega para la campaña, merced a exacciones forzosas impuestas a muchos capitalistas, concluían el día 15 del mismo mes y las tropas del gobierno que perseguían de cerca a las masas reaccionarias por el rumbo del sur, habían tenido por lo menos que permanecer inmóviles y que abandonar a Cuernavaca y los pueblos comarcanos, no menos que el Distrito federal y el Estado de México, a las depredaciones y atrocidades de los facciosos. Los subsidios obtenidos por la fuerza y por el encarcelamiento ya no podían ser un recurso y el gobierno no contaba con otro para impedir las catástrofes y la anarquía de que se hallaba amenazada la parte más interesante de la República, que los fondos existentes en México y en Veracruz con destino al pago de la deuda extranjera. Una ocupación momentánea habría producido igual alarma, dejando al gobierno en las mismas complicaciones y privándole de la excusa que le da el propósito decidido de acometer el arreglo radical de la Hacienda y de la deuda pública. El gobierno creyó, que no debía perder un instante en proceder a esa reforma complementaria de todas las demás y que la idea de meter orden en la administración y de restablecer los límites legales entre las facultades financieras de la federación y de los Estados había llegado a tal punto de sazón, que no debía esperarse ni un momento, para sacarla al terreno de la práctica. El gobierno no se engañó; la representación nacional, expresión fiel de la opinión en todos los matices liberales, votó la iniciativa del Ejecutivo por una mayoría de 112 votos contra 4. El gobierno tuvo recursos; pudo proveer de ellos al Gral. Ortega y reducir a los facciosos a la posición extrema en que se hallan hoy en el sur, mermados hasta reducirse a un número insignificante y rodeados por las fuerzas constitucionalistas en una comarca que les es hostil y en donde es probable acaben por la deserción y la falta de recursos. El gobierno ha podido respirar y dedicarse inmediatamente al arreglo de las oficinas y a la formación del presupuesto, que se publicará en la próxima semana.
El actual Ministro de Relaciones, inmediatamente después de su ingreso al Gabinete, entabló relaciones francas y confidenciales con todos los representantes diplomáticos, especialmente con los de Francia e Inglaterra, pero sin hablarles, a pesar de ser cosa pública, sobre la iniciativa que se discutía en el Congreso. Luego que el decreto fue comunicado por la Secretaría de Hacienda a la de Relaciones, el Ministro de este ramo se dirigió a hablar confidencialmente con los Sres. Wyke y Saligny, antes de comunicarles de oficio la suspensión de pagos decretada. El Ministro de Relaciones llegó a la Legación inglesa, en momentos en que el Sr. Wyke acababa de enviarle una comunicación, extrañando que el decreto se hubiese promulgado sin darle previo aviso. En cuanto al Sr. de Saligny, el Ministro de Relaciones lo encontró encerrado y preparando, probablemente, la comunicación que luego dirigió en el mismo sentido. Por medio de una tarjeta y luego de una esquela, el Ministro de Estado hizo saber al Sr. de Saligny, que deseaba tener con él una conferencia privada, antes de comunicarle oficialmente el decreto sobre suspensión de pagos. Esta conferencia tuvo lugar al día siguiente después de que el Sr. Saligny había enviado la víspera al anochecer, un extrañamiento oficial, en los mismos términos en que lo había hecho el Ministro inglés. En la conferencia con el de francia, comenzó éste por establecer como cuestión preliminar a todas, la entrega que había pretendido desde días atrás, de los fondos procedentes del convenio Penaud, depositados en el Montepío. La correspondencia relativa a este negocio que se remitió en copias al Sr. fuente, le dará la instrucción bastante en el particular; pero debe añadirse que el Sr. de Saligny, desatendiéndose de las razones legítimas que han impedido la entrega de ese fondo, la pretende, alegando una promesa verbal, que dice haberle hecho el Sr. Ministro Guzmán y aun el Sr. Juárez y haciendo mérito de una orden que asegura haber obtenido del Sr. Zarco. El Sr. Guzmán y el Sr. Juárez niegan haber hecho jamás tal promesa y protestan haberse limitado sólo a ofrecer la reposición en el Montepío del fondo Penaud, que en un día de urgencia había sido extraído momentáneamente. En cuanto a la orden del Sr. Zarco, no hay constancia de ella en el Ministerio y el actual Secretario de Relaciones ofreció al Sr. Saligny que, caso de mostrar esa orden, le serían entregados los fondos que reclamaba, sin comprenderlos en la suspensión de pagos.
Esto tuvo lugar en la referida conferencia del Ministro de Relaciones con el Sr. de Saligny, antes de comunicarle oficialmente la suspensión y el Ministro francés dejó entender en aquella conferencia que, arreglada esa cuestión preliminar, no sería imposible entrar en pláticas sobre los otros puntos relativos a la deuda con francia, repitiendo las insinuaciones que había hecho ya al Sr. Zarco, sobre la necesidad que México tenía de un respiro para pagar su deuda y la buena disposición que había tenido antes el Sr. Saligny para secundar al gobierno en este punto.
El día en que tuvo lugar esta conferencia fue festivo y al siguiente se discutió en el gobierno sobre la entrega del fondo Penaud, habiéndose, por supuesto, comunicado ya desde la víspera a las Legaciones inglesa y francesa el decreto sobre suspensión de pagos. Cuando el Secretario de Relaciones se preparaba a hacer saber al Ministro de Francia los términos en que podía arreglarse la entrega de los 39 000 pesos procedentes del convenio Penaud, se recibió la contestación insultante y amenazadora del Sr. Saligny a la primera nota que el Ministerio de Relaciones le había dirigido y el carácter de esta contestación hizo ya imposible toda inteligencia cordial. A esa contestación siguieron las otras que hallará el Sr. Fuente en la correspondencia de que se le remite copia y que terminó con la suspensión de las relaciones oficiales entre las dos Legaciones y el gobierno y con el cambio de las notas privadas que también se remiten en copia.
En esta correspondencia encontrará el Sr. Fuente desarrollados los principios que justifican la conducta del gobierno, en lo relativo a la suspensión de las convenciones diplomáticas. No habiendo sido posible arreglar racionalmente esta cuestión con los representantes en México, de Francia e Inglaterra, toman una importancia principal las gestiones directas que se hagan con ese objeto cerca de los gobiernos de esos dos países y, el de México, al ver brotar esta necesidad, ha tenido ocasión de congratularse por la acertada elección que hizo del Sr. Fuente para representarle en Francia y por lo mucho que en esta coyuntura espera de su provervial patriotismo e ilustración.
Careciendo el gobierno de un representante en Londres y no siéndole posible enviarlo con la prontitud que exige este negocio, se ha atrevido a esperar de la condescendencia del Sr. Fuente que, sobre sus importantes funciones, acepte las de Enviado Extraordinario y Ministro Plenipotenciario Interino en Londres, especialmente para el arreglo de la cuestión a que ha dado lugar el decreto de 17 de julio. El gobierno desea con empeño, que el Sr. Fuente pueda hacer compatible el cumplimiento personal de este encargo, con las funciones que desempeña en París y que ahora tienen una importante aplicación en las gestiones que la suspensión en el pago de la convención francesa, hace necesarias cerca del gobierno del Emperador. Pero para el caso, que el gobierno desearía se evitase por todos los medios posibles, en que sea del todo impracticable al Sr. Fuente trasladarse a Londres y tratar personalmente el expresado negocio, se autoriza al propio Sr. Fuente para que por lo pronto, pueda acreditar con el carácter de Secretario de Legación encargado interino de negocios, a la persona que el Sr. Fuente juzgue a propósito y que pudiera ser, tal vez, el Sr. Maneyro.
Arreglado de este modo el preliminar de la personalidad, se han creído oportunas las siguientes indicaciones sobre los trabajos que hace preciso en Francia y en Inglaterra el estado actual de las relaciones de México con aquellos dos países.
Antes que todo, importa neutralizar la impresión que puedan producir en los gobiernos de Inglaterra y Francia, los informes adulterados que las Legaciones remitirán por este mismo paquete. Sobre esta materia, los Ministros inglés y francés, pero muy especialmente el segundo, a más de pintar a sus gobiernos con los colores de una verdadera expoliación, la suspensión de pagos, procuraran desfigurar las otras medidas de orden y economía que contiene el decreto de 17 de julio y amortiguar la confianza que ese nuevo sistema pudiera inspirar, con relación al gobierno mexicano.
Los dos nuevos Ministros, cuyas apreciaciones en cuanto a la situación del país son singularmente inexactas, dirán, de seguro, a sus gobiernos, porque lo dicen aquí mismo, que el partido liberal en México es incapaz de gobernar y administrar la República; que en el gobierno que hoy la rige, hay síntomas de disolución y que es inevitable el advenimiento próximo de alguna entidad que personifique la transacción y el principio del orden. Al Sr. Fuente, que por fortuna conoce tan bien la política de México, no es necesario indicarle hasta qué punto es ficticia y carece de base real y de practicabilidad, esa política de transacción, que inspiró el golpe de Estado de 57 y los sucesos de Navidad de 58 y cómo son un obstáculo insuperable para desarrollarla, los intereses que ha creado la Reforma y las aspiraciones de los Estados, que mantuvieron por tres años la revolución y la hicieron triunfar contra colosales resistencias.
Se exageran, asimismo, las extorsiones y atrocidades de que se suponen víctimas a los extranjeros residentes en México. El Sr. Fuente debe saber, que el gobierno se ha apresurado a facilitar la reparación de los daños que puedan haber causado a algunos extranjeros, las requisiciones que han tenido lugar en este último período y que el asesinato de Mr. Beale, súbdito inglés, que tuvo lugar en Nápoles y lo que puedan haber sufrido recientemente en sus personas algunos extranjeros, son obra de la reacción, a cuyas atrocidades quiere cabalmente el gobierno poner fin, habilitándose de los medios necesarios de acción.
El Sr. Fuente procurará rectificar la idea exagerada que no dejará de transmitirse a Europa, sobre lo que se llama el derroche de los bienes nacionales. Sabe muy bien el Sr. Fuente el menoscabo que éstos sufrieron en los tres años de la revolución; la parte considerable de la deuda que, conforme a la ley, se ha amortizado con ellos; las deducciones que ha sido preciso hacer para lograr algunas redenciones al contado y que pueden acceder aún a 10 000 000 de pesos, sólo en el Distrito Federal y en otras dos diócesis, los valores existentes que el nuevo decreto consigna al pago de la deuda pública. Si el Sr. Fuente lo cree oportuno, puede hacer notar la circunstancia de que, cabalmente, forman hoy parte del Ministerio los hombres que más han clamado en la prensa por la pureza en las operaciones de la nacionalización y que estorbar hoy su acción reparadora equivale a estorbar la corrección del abuso en nombre del mismo abuso.
El representante de México debe tener presente, que los franceses residentes en la República son los que han recogido los mejores frutos de la nacionalización y que, en estos momentos, comenzando por algunos ricos banqueros de la Capital, deploran la conducta del Ministro francés y aún discuten sobre formalizar en su contra una representación, si aumentan las complicaciones que está suscitando exprofeso.
Conviene no olvidar que, para hacerlo así, sirven de móvil al Sr. Saligny las influencias del partido clerical, algunos de cuyos miembros se abrigan aún en la Legación francesa y mantienen correspondencia regular con Márquez y otros de los principales rebeldes.
Tendría mucha importancia que se formara en Europa una idea exacta de lo que es hoy en México la reacción, de su falta absoluta de tendencia política y de los odiosos excesos a que se ha abandonado, entre los cuales figura una serie de asesinatos, que no por recaer en personas oscuras, son menos odiosos que el del Sr. Ocampo.
Conducirá también el objeto de estas instrucciones, que se comprendiera bien la posición en que se ha encontrado este gobierno a mediados de este mes y cómo su propósito de proporcionarse medios de acción a todo trance, ha sido la salvación de la Capital y los Estados inmediatos, amenazados de un desbordamiento en que nadie habría sufrido tanto como los extranjeros, que son objeto especial de odiosidad por el partido clerical.
No se hará más que justicia al gobierno, pero es muy importante que se le haga, si los Soberanos de Europa se convencen del propósito firme y decidido que anima a la administración actual de la República, por cortar los abusos inveterados que han hecho estériles en México las revoluciones políticas. Importa poner muy en realce el espíritu de orden y de moralidad que ha precedido a la promulgación del decreto del día 17, así como vindicarle contra los que le atribuyen tendencias expoliatorias. Es muy oportuno llamar la atención sobre el carácter de esa institución que se crea con el nombre de Junta de Hacienda. Para los nombramientos de sus vocales cuya aprobación está pendiente en el Congreso, el gobierno se ha desentendido de los colores políticos y no ha buscado otro título que la integridad y el talento organizados. En manos de esa junta los valores de la nacionalización no serán estériles y, pues que se cuentan entre ellos muchas escrituras de plazo vencido y capitales de capellanías, cuyos plazos se vencen dentro de poco, la suspensión de pagos puede ser nominal para los acreedores extranjeros y, si secundan los esfuerzos de la junta, pueden comenzar a tener percepciones próximas de mucha importancia. Bueno sería dejar entender a los interesados en la deuda y a sus gobiernos respectivos, que el de México no está ciegamente prendado del pensamiento que entraña el decreto del día 17 y aceptaría otro cualquiera que fuese compatible con sus miras de orden y arreglo general y con la necesidad de recursos para la pacificación del país. Al tocar los medios de proporcionarlos, puede deslizarse la idea de la precisión en que se hubiera visto el gobierno, de aumentar los derechos de importación, caso de seguir consignadas las rentas de las aduanas marítimas a la deuda pública, haciéndose valer la medida contraria que ha tomado el gobierno con la reforma liberal de los aranceles, que ha hecho y va a pasar a la aprobación del Congreso.
Como la Legación inglesa y la francesa no tienen fe de su justicia en el fondo de la cuestión, no es extraño que se empeñen en presentarla bajo el aspecto de un ultraje a la Francia y a la Inglaterra, por la publicación del decreto sin ninguna noticia previa. La ilustración del Sr. Fuente es demasiada, para que sea preciso insistir en la necesidad, por una parte, que ha habido de obrar así y en el derecho, por otra, que tiene todo deudor, para declarar sin consentimiento previo de sus acreedores el simple hecho de que suspende sus pagos por falta de posibilidad para hacerlos, designando al mismo tiempo ciertas garantías de seguridad. En cuanto esto, no será por demás repetir al Sr. Fuente, que todos los pasos del gobierno y las conferencias privadas que han medido en el negocio, han tenido el mismo sello de moderación y de templanza que advertirá en la correspondencia por escrito.
Las indicaciones que preceden, son aplicables a la cuestión, tanto en sus relaciones con el gobierno de Inglaterra, como con el de Francia; pero hay algunos trabajos que tienen una conveniencia respectiva, relativamente a cada uno de estos dos paises. En Inglaterra, a más de rectificar las ideas inexactas que pueda transmitir Sir Charles Wyke sobre la situación de México y el porvenir y tendencias del gobierno actual, sería muy conveniente presentar bajo su verdadero aspecto la cuestión, a los ojos de los tenedores de bonos y del comercio inglés. Podría llamarse la atención de los primeros sobre la inicua desigualdad que existe entre los interesados en la convención inglesa y los tenedores de bonos, presentando la perspectiva de que un arreglo general de la deuda pública no podría menos que remediar en algo esa desigualdad. No sería imposible imbuir a los tenedores de bonos mexicanos, la idea de que está muy ligada a su interés, la prosperidad de esta República y la consolidación de su gobierno. Por lo que hace a la convención inglesa, su historia y análisis que el Sr. fuente hallará en alguna de las piezas adjuntas, puede servir para poner en realce, el carácter expúreo de los elementos que forman esa convención y las ventajas progresivas que los interesados en ella han ido arrancando a la debilidad de nuestros gobiernos.
Por lo que hace a francia, es muy oportuno poner en evidencia la mezquindad del resto a que está reducida la convención francesa, única deuda reconocida y liquidada; pues que el convenio Penaud se refiere, en mucha parte, a reclamos cuya importancia no se fija todavía y la convención recientemente hecha con el Sr. Zarco, no ha sido aún aprobada por el Congreso. Puede conducir mucho a neutralizar los malos oficios del Sr. Saligny, presentarlos como la continuación del sistema de Mr. Gabriac y como parte de una intriga con el objeto de que una complicación diplomática lleve las cosas al reconocimiento del escandaloso negocio Jecker. En esto hay una gestión interesada en favor de un individuo que ni siquiera es francés, contra los intereses reales de los otros súbditos del Imperio, acreedores de México o establecidos en este país.
Para el objeto a que aluden los párrafos anteriores, es de gran importancia contar con algunos órganos en la prensa. Por conducto distinto ha enviado este Ministro artículos al Eco Hispano Americano, al Nord de Bruselas y a La Independencia Belga y es de esperarse que vean la luz luego que llegue el paquete. Con el mismo objeto va adjunto a estas instrucciones un artículo redactado en inglés, cuya inmediata publicación en algún periódico de Inglaterra sería muy conveniente.
El gobierno ha deseado que algunas publicaciones de ese género neutralicen la primera impresión que causen los informes de los Sres. Wyke y Saligny, a reserva de que nuestros agentes en Europa sigan haciendo uso de la prensa según las emergencias a que vaya dando lugar la cuestión.
Para la feliz resolución de ésta, cuenta la República con la asistencia cordial de los Estados Unidos. Al Sr. Corwin está debiendo el gobierno muy buenos oficios y, por este mismo paquete, a más de escribir a Washington en términos muy favorables a México, se dirige a los Ministros norteamericanos en París y Londres, con los cuales es muy conveniente que el Sr. Fuente esté en estrecho contacto, bien que cuidando de evitar que se despierten suspicacias peligrosas en las Cortes europeas y en los Estados disidentes de la Unión americana. La discreción del Sr. Fuente le hará comprender, según las circunstancias, si es bueno que se trasciendan esas disposiciones benévolas de los Estados Unidos para con México y la especie de solidaridad que liga a los dos países, en cuestiones como ésta. Al tocar este punto parece oportuno instruir al Sr. Fuente de que un agente confidencial de la Confederación del Sur se ha presentado ya a este gobierno y ha solicitado, en conferencias privadas, no el reconocimiento de aquella fracción de los Estados Unidos, pero sí una estricta neutralidad de parte de México.
Por complemento de estas instrucciones, debe darse el Sr. Fuente una idea de la situación política que el país guarda en estos momentos, bien que la hallará descrita muy por menor en el artículo dirigido al Eco Hispano Americano de que se habla arriba. La reacción está representada en las gavillas que aún conserva Mejía en sus madrigueras de la sierra y cuya existencia explica sólo por la inacción de las numerosas fuerzas de Guanajuato y en las que capitanea Márquez, que sigue rodeado por las fuerzas del gobierno, con cuyos jefes han comenzado a entrar en inteligencia algunos cabecillas de los facciosos. Algunas otras partidas que aparecen acá y allá, no son más que bandidos que acabarán ahora que el gobierno, habilitado de recursos, puede organizar la persecución de malhechores. La reacción, como tendencia política, no se hace muy perceptible y aún se sospecha que se ha transfigurado, invocando principios equívocos y nombres menos odiosos que los de Márquez y Zuloaga.
Mientras las fuerzas del gobierno acorralan y persiguen a la reacción, el Ministerio, en consejo permanente, se ocupa de los pormenores administrativos a que se refiere el decreto del 17 y la circular que lo acompaña.
Hay quienes vean entre esto y la aparición de don Ignacio Comonfort en el Estado de Nuevo León, adonde ha entrado previo permiso del Sr. Vidaurri. Con éste y con el gobierno de Guanajuato lo creen en consonancia algunos que toman las conjeturas como hechos, pero lo que se hace en este sentido no presenta, hasta hoy, base de realidad.
La ilustración y el tino del Sr. Fuente, eximen al gobierno de la necesidad de extender estas instrucciones a otra cosa que los hechos conexos con la cuestión diplomática y que, a más de quedar ya explicados, lo están todavía más ampliamente en los documentos adjuntos, cuyo inventario va a continuación.
Copia de unos apuntes sobre la convención inglesa.
Copias de la convención inglesa de diciembre 4 de 1851 y protocolos sobre ella de 27 de noviembre de 1852 y 10 de agosto de 1858.
Copias de los convenios Dunlop y Aldham.
Idem del proyecto de arreglo con los acreedores extranjeros.
Tira impresa del Siglo diez y nueve, en que constan las personas dueñas de los créditos de la convención inglesa.
Copia de la convención francesa de 1853.
Idem del convenio Penaud.
Idem de un informe de la sección de Europa, de este Ministerio sobre lo anterior.
Circular y decreto impreso sobre suspensión de pagos.
Copia de la correspondencia cambiada con las Legaciones de Inglaterra y Francia, sobre el decreto de suspensión de pagos.
Idem de la protesta de los tenedores de bonos mexicanos y la contestación.
Tira impresa del Mexican Extraordinary de 25 de julio, sobre la deuda extranjera y un artículo manuscrito sobre lo mismo.
Un ejemplar de Mexican Extraordinary de 25 de julio de este año.
Un idem del Trait d´ Union del 20 de julio y otro de 22 del mismo de este año.
Diez tiras del periódico Independencia de los meses de abril y mayo, sobre la Hacienda pública y deuda interior y extranjera.
México, julio 29 de 1861.
Manuel María de Zamacona
CARTA DE DE LA FUENTE A ZAMACONA
París, julio 30 de 1861.
Excmo. señor Ministro de Relaciones Exteriores de la República.
México.
Excmo. señor:
Las amenazas de Mr. Saligny; las expresiones descompasadas que Mr. Thouvenel empleó en nuestra conversación y de las cuales tengo hecha relación a V.E.; la declaración que él mismo hizo de que aprobaba todo lo hecho allí por Mr. Saligny; tan fuertes, tan intempestivas e inconsideradas demandas como las que se intiman al gobierno constitucional, mientras que se prodigan los miramientos a los restos sin vida que hay por acá de la reacción, en que incluyó a Almonte, que conserva sus buenas relaciones con el Emperador y a Miramón mismo que con su esposa fue convidado a las fiestas de esta Corte; los esfuerzos que los dueños de la deuda contraída en Londres hacen por inclinar al gobierno inglés a tomar con nosotros el tono de un rigor malévolo como lo han logrado en muchas partes, según verá V.E. por una de las tiras que mando anexas a la nota número 26; la pretensión de intervenir en la recaudación de las rentas federales para tomar los dividendos de la deuda inglesa; los deseos de que el corresponsal del Times de Londres ha sido eco, proponiendo la intervención política de Inglaterra en nuestro país, que es también lo indicado por el corresponsal del Diario de Francfort, que V.E. podrá leer ahora y, más que todo, la unión de Francia y de Inglaterra, confesada por Mr. Thouvenel y por Lord John Rusell, dirigida a abrumar al gobierno legítimo de la República, que ningún daño les ha hecho, mientras conservaron con el gobierno de Miramón que los había agraviado, una correspondencia de buena amistad o de tolerancia por lo menos, que no interrumpieron por causa de nuevas ofensas sino porque la sedición se encontró ilógica, consigo misma en la organización de su fantástico gobierno; todo esto, señor Ministro, me autoriza a concluir que hay algún designio serio contra la República por parte de Francia e Inglaterra, o que fácilmente podrán los gobiernos de estas dos últimas Naciones llevar sus exigencias hasta herir profundamente la soberanía de México y hacer imposible el gobierno liberal en su constitución.
¿Me permitirá V.E. someter a su ilustrada consideración los medios que juzgo adecuados para alejar de nosotros el mal que nos amenaza? Por lo menos, recíbalos V.E. como el fruto de largas y profundas meditaciones, a que ha presidido un patriotismo puro y un deseo vivísimo de lograr el acierto.
En el interior, yo desearía que se proveyese con toda eficacia a garantizar la seguridad individual, más que nunca amenazada por las hordas de bandidos. Esto se lograría con una buena organización de la policía de seguridad en las poblaciones y de gendarmería en los caminos. Ya en otra ocasión he tenido el honor de decir a V.E., que, habiendo llegado al sumum nuestro descrédito en este sentido, necesitamos, para reivindicarnos, desplegar una actividad grande, bien sostenida y bien marcada en nuestros diarios, para atraernos las simpatías de las Naciones europeas, la estimación de sus gobiernos y una abundante emigración, que tanto nos conviene promover. Siendo las bandas de la reacción las que por sus crímenes enormes difunden la alarma en nuestro país, bien claro está que el exterminio de ellas es la más urgente de nuestras necesidades.
Pero seguramente V.E. no pensará atribuirme, como una deducción de ese plan, la idea de aumentar sin medida y sin regla nuestro ejército, pues que esa institución desbordada por su enormidad misma y por sus desórdenes, nos acarrearía los desastres políticos y financieros que tan funesta la hicieron por tantos años. No se me esconde la dificultad de llevar a la perfección este arreglo en tiempo de campaña, pero tampoco sería de dictamen que por esa dificultad se rebajaran los esfuerzos del gobierno general para excluir del servicio los jefes y oficiales corruptos, ineptos y sospechosos y para preferir a los hombres leales, morigerados, instruidos y valientes. En este particular he pensado siempre que debía olvidarse el escalafón y las antiguas rutinas para elevar al mérito en todas ocasiones, principalmente si era reconocido y estimado por las tropas.
V.E. me permitirá decir cuatro palabras sobre nuestra hacienda federal. No solamente pienso, como todo el mundo, que el agio da a nuestras finanzas un alimento envenenado, sino que me avanzo hasta asegurar que este sistema desastroso e inmoral es una de las causas más influyentes en la postración del país. No tenemos un comercio nacional en grande y ni siquiera hacemos el de nuestros puertos, porque el dinero encuentra una colocación mil veces más ventajosa en las especulaciones de los agiotistas o de sus proveedores que pueden pagar un alto interés, como que lo ganan ellos mucho más fuerte, a costa del gobierno nacional. No tenemos más agricultura que la indispensable para cada localidad y para un corto radio a lo sumo, porque el cultivo en grande y los caminos que hicieran circular nuestros frutos en el interior y hasta despacharlos para el extranjero, son empresas que demandan grandes capitales y éstos se emplean de preferencia en proveer de fondos a los agiotistas. Casi no tenemos otra materia de exportación que nuestros metales; pero las minas no forman nuestra verdadera riqueza, aunque su explotación haya sido tan privilegiada por los españoles, como fue desdeñado el cultivo de nuestras tierras y la industria nacional. Este error funesto produjo la bancarrota de nuestra agricultura que ni la ley de desamortización levantará a la altura que le corresponde, mientras el dinero que para ello se necesita, no cese de afluir de todas partes para servir a la insaciable voracidad del agio.
Pero la dificultad está en proveer a los gastos de nuestra administración, si el gobierno deja de ocurrir a sus duros aviadores. Para evitar que este conflicto se declare, hay varios partidos que tomar después de reducir todo lo posible nuestros gastos. Ante todas cosas, yo diría, que el gobierno de la Unión debe tener la exclusiva dirección y manejo de las rentas federales y que convendría proceder severamente contra sus defraudadores, porque es constante que el contrabando carcome quizás la mitad de ellas. Con 10 o 12 hombres probos, mandados a nuestras aduanas marítimas, bastaría para limpiarlas de vampiros y para montar su administración sobre bases de economía, que ciertamente necesitan esas oficinas dispendiosas. Una contribución general me parece no sólo indispensable, sino de todo punto preferible al sistema de agio, que hace perder mil veces más a la Nación y compromete la paz en el interior y la independencia misma, por la influencia de los acreedores con sus respectivos gobiernos. Con las rentas de nuestras aduanas fronterizas, que hace tanto tiempo sirven sólo para despilfarros injustificables, podríamos quizás reanudar, con mayor éxito, un tratado con el gobierno de Washington por el estilo del que celebró el Sr. Montes con Mr. Forsyth. Debería llevarse por máxima invariable la de no negociar ninguno de nuestros productos de nuestras rentas y contribuciones. Deberíamos declarar por ley, que todo extranjero que quisiera tratar con el gobierno general, debería hacer expresa renuncia de sus derechos de extranjería en todas las resultas del contrato, porque no es suficiente lo establecido en la Constitución sobre este particular, en razón de que podría invocarse contra ella el derecho de gentes por los gobiernos que gustasen de llevar hasta el rigor sus demandas. Por lo demás, yo no soy de los que piensan que no se puede formular una renuncia de esta clase, porque si un extranjero, cambiando de naturaleza, puede por este acto de su voluntad perder en todos los negocios de su vida la protección de su gobierno, yo no alcanzo por qué le esté vedado hacer esta renuncia en uno o más casos particulares y de hecho es evidente que si él no hubiese declarado que renunciaba a esta protección, podría, sin embargo, dejar de reclamarla cuando el gobierno con quien hizo su contrato, faltara a las obligaciones que en él se había impuesto; este silencio equivaldría a una renuncia tácita de aquella protección que por eso mismo no se le dispensaría, pues ¿por qué la renuncia no ha de poder hacerse en términos expresos y con anticipación?
Pasando de estas ideas a otras de orden diverso, yo sería de opinión que aceptásemos la ley de los Estados Unidos, en cuya virtud todas las veces que, en un juicio seguido contra un extranjero, éste invoca en su favor la ley general o las cláusulas de un tratado celebrado con su Nación; si el fallo del tribunal declarase que esa ley o ese tratado no amparan la causa del reclamante, se concede a este último, una nueva instancia ante un tribunal de la Nación.
De otro modo es muy temible que suceda lo que tantas veces ha sucedido y conviene, a saber: que un juez local en quien el gobierno de la federación no tiene la menor influencia y que puede haber considerado una cuestión en el sentido de la legislación de su Estado, comprometa las relaciones exteriores del país por una negativa de justicia o por una demora en su administración.
Paréceme que nos conviene hacer una declaración conforme con la de los Estados Unidos, para establecer que la clausura de un puerto por causa de sedición, se ha de llevar a efecto por virtud sola de la ley que así lo determine, sin necesidad de bloqueo en los términos que prescribe el nuevo derecho de gentes. Para apoyar esta declaración, podemos alegar la soberanía de la Nación en todas sus fracciones, la necesidad de sofocar las facciones rebeldes que en los puertos se declaren y la posesión en que hemos estado de tomar y hacer valer estas disposiciones.
Me han enseñado algunas tiras de periódicos, venidas por los Estados Unidos del Norte y que alcanzan hasta principios de junio. Por ellas me he enterado del decreto expedido por el Congreso de la Unión, suspendiendo los pagos, con excepción de los estipulados por convenciones diplomáticas. Esta restricción me ha tranquilizado sobre las resultas que en la situación presente hubiera debido causar la generalización de esa providencia.
Ya en nota diversa he manifestado mi opinión sobre que en el caso de ceder a las exigencias de los gobiernos extranjeros en asuntos de actos y contratos verificados por la reacción, sería para nosotros de grande utilidad hacer una manifestación expltcita de que cedíamos a la fuerza, porque de otro modo las sediciones tendrían un apoyo inmenso e inmoral y gravitarían sobre nuestra hacienda responsabilidades de imposible satisfacción; mientras que los gobiernos extranjeros, fundados en nuestra aquiescencia misma, podrían encender y conservar las revoluciones por medio de los agiotistas y aniquilar después el gobierno que las venciese, con sólo estrecharle a responder por los delitos y contratos de los facciosos.
La elección de la Capital, me parece un asunto muy grave y muy delicado en las circunstancias presentes. Yo no quiero llamar la atención sobre el peligro que se correría de perder el gobierno la ciudad de México, si los poderes generales la abandonaran y cesen de vigilar e influir sobre ella con todos los medios que sólo esta residencia puede proporcionar. Mi objeto se reduce a señalar la trascendencia de una pérdida semejante de nuestras relaciones exteriores, no sólo porque sería temible que los gobiernos extranjeros reconocieran otra vez al gobierno parcial que en esa ciudad fijase su asiento, sino porque aun cesando ella de ser la Capital política proseguiría siendo considerada en Europa como el más grande centro de los negocios mercantiles; por consiguiente, la revolución que allí triunfase, tendría grandísima importancia en el extranjero y tal vez acabaría de desacreditarnos como hombres incapaces de establecer en nuestro país ningún gobierno regular.
Tengo el honor de reiterar a V.E. las seguridades de mi distinguida consideración.
Juan Antonio de la Fuente
INFORME DE DE LA FUENTE DE SU ENTREVISTA CON NAPOLEÓN III
París, agosto 20 de 1861.
Excmo. señor Ministro de Relaciones Exteriores.
México.
Excmo. señor:
Por fin el día 10 del corriente se verificó mi recepción en audiencia pública imperial. A mi discurso brevísimo, según aquí se acostumbra, contesto el Emperador que S.M. se complacía en corresponder a los sentimientos amistosos del Excmo. señor Presidente, que se alegraba de mi nombramiento para esta Legación y me encargaba de hacerlo saber a S.E. Entrando luego, en conversación particular, S.M. se sirvió informarse de las últimas noticias de México expresando la pena que le causaba el ver que un país tan hermoso estuviese devorado por las guerras civiles; añadió que deseaba sinceramente la conservación de la independencia de México y había temido que los anglo-americanos conquistasen nuestra tierra, pero lo que es hoy, añadió S.M., demasiado tienen que hacer en su propia casa. En fin, me dijo que no se podía tener una idea del interés que le inspiraba nuestra suerte por causa del gran número de franceses que hay en México.
Yo contesté a S.M. que sentía mucho no haber recibido por el último paquete inglés, la correspondencia oficial que no llegó a Veracruz con oportunidad; pero que por los diarios y cartas que había podido ver, me juzgaba en estado de decir que la reacción, incapaz de producir un cambio político radical, se había entregado a excesos terribles que hacían necesaria y segura su ruina y que, por lo demás, el sentimiento de independencia era vivo y profundo en todo el país.
Como S.M. me replicase que Sonora y los Estados fronterizos le parecían, más que los otros, expuestos a la absorción americana, yo le respondí al momento que, precisamente esos Estados habían rechazado siempre las invasiones de filibusteros y que estaban muy singularmente animados del espíritu de nacionalidad, lo que podía yo certificar a S.M. con tanto más fundamento, cuanto que yo había nacido en uno de los Estados referidos.
Hice luego la presentación del Secretario y Oficial de la Legación a S.M. que los acogió perfectamente.
Después de todo lo que había pasado, yo me temía una recepción fría por lo menos, ya que no fuese áspera y aceda; pero ha sucedido todo lo contrario pues el Emperador ha mostrado en todo la más exquisita benevolencia.
V.E. puede creerme si le afirmo que, sin los antecedentes de que tengo dada al gobierno cuenta exacta, no me detendría yo en reseñar estos pormenores; pero en verdad que no carecen ahora de importancia, porque probablemente son la señal de un cambio en la política de este gobierno con la República. Desde luego tenemos resuelta a nuestro favor la cuestión previa sobre carta de retiro del ex-Gral. Almonte y el honor del gobierno de México ha quedado, a mi juicio, muy bien puesto en esta escaramuza, si puedo hablar así, después que de palabra y por escrito, se había pretendido sostener que aquella formalidad era necesaria para poner fin a la representación diplomática de la reacción mexicana cerca del Emperador. Es probable que S.M. se haya hecho dar cuenta de este negocio y que haya prescrito el término a que felizmente ha llegado. Pero no es del todo inverosímil que desde un principio, como yo lo sospechaba, se hubiese pensado aparentar que el gobierno francés miraba una falta, contra las formas en la omisión de la carta referida. De todos modos, queda allanada esta dificultad que tanto ruido había hecho, no sólo en el pequeño círculo que aquí defiende la causa de Miramón, sino hasta en España, cuyos diarios, instruidos sin duda por estos señores, han publicado que no sería yo recibido en Francia, porque el gobierno de México no había puesto fin conforme a los usos, a la misión del ex-Gral. Almonte.
Las palabras del Emperador sugieren importantes observaciones. Los Estados Unidos de América no tienen las simpatías del gobierno francés. México las tiene en el sentido de su independencia, en el sentido de una administración interior que mantenga la paz y el orden. Los proyectos de invasión americana son altamente reprobados por el Emperador y esto se aviene perfectamente con la declaración que hizo a Hidalgo, Mr. de Thouvenel y que yo refería a V.E. en nota del mes pasado. Me parece que de nuestra libertad democrática no se cura el Emperador y que la vería con gusto destruída, si un gobierno cualquiera ofreciese garantías de estabilidad, de energía y de pública seguridad. Por consiguiente, no creeré yo que nos hemos salvado de todo peligro de intervención, sino cuando el gobierno mexicano sea una entidad real y poderosa contra toda especie de bandidos. V.E. sabe mejor que yo, que la distribución del poder público en nacional y local, es decir nuestra Federación y la libertad y la igualdad política, civil y religiosa de nuestros compatriotas, es decir nuestra democracia y nuestra Reforma, son instituciones grandes y preciosas por su mérito, por su necesidad y por los sacrificios que han costado a tres de nuestras generaciones y yo, que he prestado mi débil cooperación a la causa popular en mi patria, no puedo menos de desear su consolidación y pleno desarrollo; solamente debo agregar que esa causa no tendría significación en el interior ni estima y simpatías en el extranjero, si no se mostrase capaz de establecer un gobierno que hiciera respetar las leyes, ¿cuál es en resolución, el espíritu y cuáles las tendencias de este góbierno respecto de nosotros? Me atrevo a responder que en el fondo preferiría ver afirmada en México una administración enérgica aunque frisara en despótica, más bien que el hermoso gobierno democrático representante de nuestra revolución. Pero juzgo que la Francia vería con buenos ojos este último con las condiciones que acabo de indicar.
Por de contado, el cumplimiento de nuestros compromisos pecuniarios entra como un requisito para alcanzar esta condescendencia; pero siempre seré de dictamen que aún tratándose de reclamaciones pecuniarias, nos dispensaría este gobierno bastante consideración si tuviera mejor idea de la estabilidad de nuestras cosas. Por desgracia las últimas noticias transmitidas por gentes adversas al gobierno liberal eran desconsoladoras y, para colmo de males, no vinieron las del mismo gobierno, que hubieran podido dar buenas explicaciones y seguridades.
La frase del Emperador anda en los labios de amigos y enemigos. ¡Qué lástima, dicen, que sea tan desgraciado aquel hermoso país!
Antes de concluir, permítame V.E. que haga yo aquí dos observaciones: la primera es, que olvidado por deber y por mi propia índole, de todo lo que a mi persona se refiere, para tener la vista fija siempre en los intereses de mi Nación, no he podido calificar como decisivamente favorable para esos intereses la recepción lisonjera que me ha hecho el Emperador, hasta no ver que en los negocios gravísimos de los bonos de Jecker y de la nueva convención francesa, las reclamaciones de Mr. de Saligny sean menos exigentes y belicosas. La segunda observación consiste en que, dando por sentado que tanta sea nuestra fortuna, eso en mi sentir, no debe cambiar en nada, la política mexicana en el sentido que expresa esta nota y más extensamente las otras que con anterioridad he tenido el honor de dirigir a V.E. sobre el mismo asunto.
Lo que comunico a V.E. para su conocimiento y por lo que pueda importar a los intereses de México de que está dignamente encargado V.E. en ese país.
Tengo el honor de reiterar a V.E. las seguridades de mi más distinguida consideración.
Juan Antonio de la Fuente
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