Índice de México declara la moratoria de Chantal López y Omar CortésPrimera parte del Capítulo cuartoPrimera parte del Capítulo quintoBiblioteca Virtual Antorcha

CAPÍTULO CUARTO

Segunda parte

Informe de De la Fuente sobre su entrevista con el Subsecretario de Relaciones de España.

Carta de De la Fuente a Mr. Thouvenel.

Carta de De la Fuente a Zamacona.

Carta de De la Fuente a Zamacona.

Suspensión de relaciones con el gobierno de Napoléon III.

Informe de De la Fuente sobre la conferencia con Lord John Russell.




INFORME DE DE LA FUENTE SOBRE SU ENTREVISTA CON EL SUBSECRETARIO DE RELACIONES DE ESPAÑA

París, agosto 21 de 1861.

Excmo. señor Ministro de Relaciones Exteriores.
México.

Excmo. señor:

Por el paquete del mes anterior anuncié a V.E. que el Gral. Prim había ofrecídome de su propia voluntad que facilitaría una especie de vista y conocimiento entre el Sr. Comyn, Subsecretario de España y yo, en la casa de la Sra. Agüero. Así sucedió, en efecto.

El Subsecretario me dijo que suponía próximo mi viaje a España, le contesté que eso dependía del gobierno español pues, habiéndole escrito el mío con ocasión de la despedida del Sr. Pacheco, dándole explicaciones sobre esta providencia, manifestándole su deseo de conservar con España las mejores relaciones y que, en consecuencia, estaba dispuesto a enviar y recibir agentes diplomáticos que las reanudasen y cultivasen activamente, parecía muy natural y debido esperar la respuesta de aquel gobierno antes de enviar un Ministro cerca de él; que en esa expectativa y para corresponder a los sentimientos de España, si eran pacíficos y amistosos, yo, que había sido el primer Ministro enviado a Europa, había recibido el encargo de pasar a España en esa eventualidad.

El Sr. Comyn me dijo que ignoraba si el gobierno de la Reina de España había contestado a esa nota y hasta ignoraba que en esta última se abriese tan francamente la puerta a la renovación de las relaciones diplomáticas entre ambos países; que, acaso, se habría enviado la contestación por conducto del Capitán General de Cuba, pero que estaba más bien inclinado a pensar que nada se había contestado todavía porque ninguna noticia de esto se le había dado, siendo así que le escribían puntualmente lo que pasaba en la Secretaría de Estado para tenerlo al corriente de los negocios. Me preguntó si tenía yo instrucciones para arreglar los puntos de desaveniencia en términos que no fuese preciso pedirlas nuevas, como ya en otra ocasión había sucedido. Añadió, por último, que le parecían, según su juicio particular, inútiles todas las gestiones de México mientras no declarase plenamente que llevaría adelante el Tratado Mon-Almonte. Le respondí confirmando el concepto que acababa yo de emitir sobre la nota del Sr. Zarco; añadí que tenía instrucciones para tratar, llegada la oportunidad de hacerlo, si bien esas instrucciones contenían, como era natural, ciertas reglas y condiciones a que debía yo arreglar mi conducta; que, en orden a las pretensiones de España, era preciso que las detallara antes de hablar acerca de ellas, mucho más cuando la declaración de México estaba todavía esperando la contestación de España.

Díjome luego que, en su concepto, el punto verdadero de la dificultad estaba en que México exigía que se estipulase expresamente la revisión de los créditos dolosamente introducidos entre los protegidos por la convención hispano-mexicana, mientras que el gobierno español se negaba a admitir esta revisión en cláusula expresa y unida a las demás que se estipularan con objeto de restablecer las buenas relaciones entre los dos países. Otra cosa sería, continuó diciendo, si después de convenir en lo que España pide, el gobierno de México solicitara del español que se sometieran a nuevo examen los créditos concertados.

Yo no podía responder a esto directamente sin comprometerme a dar explicaciones que no debía proferir ante un hombre sin verdadera representación de España para este negocio y mi reserva era tanto más necesaria cuanto que mis conceptos hubieran tenido el aire de proposiciones que no debo hacer antes de mi recepción oficial, como V.E. me lo tiene prevenido con razón. Así, pues, le dije que toda discusión era inútil antes de conocer la disposición de España con respecto a las explicaciones que le ha hecho el gobierno mexicano, en lo cual convino sin dificultad, añadiendo que a su vuelta a España se informaría de todo y promovería el negocio, asegurándome que, por su parte, estaría siempre animado de los mejores sentimientos para llegar a un deslinde amistoso, a lo que respondí que yo abundaba en el mismo espíritu que era, con verdad, el de mi gobierno.

Antes de continuar, debo hacer a V.E. una observación, a saber que ni el asunto del Sr. Pacheco ni otros fuera de la convención sobre la deuda española, parecen preocupar mucho a aquel gobierno. La destitución desairada del Sr. Pacheco y la declaración del Ministerio sobre su despedida de México, son, en parte, una confirmación de lo que acabo de decir.

El Sr. Comyn se despidió y quedé sólo con el Gral. Prim. Este señor me exhortó de nuevo a considerar las reflexiones que antes me había manifestado y de las cuales tengo hecha a V.E. relación exacta. En verdad, General -le dije- que podría yo apelar al juicio imparcial de usted para que me dijese si, cuando México ofrece cumplir la convención de Santa Anna que es lo que España desea, pidiendo tan sólo que se sujeten a nuevo examen los créditos inicuamente reconocidos como buenos y cuando España conviene en que se ha cometido esta iniquidad y es muy debida la revisión, debamos, sin embargo, rompernos las cabezas por meras formas como es, en primer lugar, la ratificación del Tratado que Almonte celebró en representación de un partido rebelado contra nuestras leyes y cuyos actos, por los principios del gobierno del Sr. Juárez y por el bien de la paz en México, no pueden ser considerados sino como delitos de usurpación de la legítima potestad; en segundo lugar yo quisiera también me dijese usted si México tiene sobrada razón para pedir que se le garantice debidamente aquello que se reconoce fundado en su buen derecho.

En cuanto a la debilidad relativa de México, he repetido al Gral. Prim de lo que usted sabe y le he agregado que él mismo, en el discurso que tanta honra le hacía, estuvo muy lejos de autorizar la máxima de sentar bien a la Nación más fuerte, pedir más de lo que en justicia se le debe.

Por último, he explicado a este señor General que en caso de necesidad de recurrir a arbitraje, que procurase que no interviniese para nada el Sr. Mon porque ni en sus gestiones ni en sus informes podía demostrar imparcialidad, supuestos sus antecedentes.

Pero queda todavía una dificultad. Si este negocio hubiera de someterse a un arbitraje, me parece que las amenazas de Francia y España al gobierno de México, no permiten considerar como conveniente y decoroso para nosotros designar estas Naciones como arbitradoras, mientras sus relaciones con la República no sean de mejor calidad a todas luces.

En este particular tengo que suplicar a V.E. que pida y me transmita instrucciones del Excmo. señor Presidente.

Juan Antonio de la Fuente


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CARTA DE DE LA FUENTE A MR. THOUVENEL

París, 31 de agosto de 1861.

A S.E. Mr. Thouvenel.

Señor Ministro:

Tuve el honor de suplicar ayer a V.E. que me proporcionase una entrevista para tratar de algunos negocios muy importantes.

Sin esta circunstancia no habría importunado a V.E. pidiéndole una conferencia extraordinaria; pero me era indispensable comunicar el resultado de ella a mi gobierno por el paquete inglés cuya correspondencia se despacha hoy de París.

Como aún no he recibido la respuesta de V.E. y el día está ya muy avanzado, debo creer que sus graves ocupaciones no le han permitido acceder a mi súplica y por tanto debo renunciar a la esperanza de que sea atendida. Pero faltaría a mi deber si no cumpliese las instrucciones de mi gobierno, dando por lo pronto y en lo que se refiere a súbditos franceses, algunas de las explicaciones más importantes, sobre la medida que ha tomado el Congreso General mexicano en cuanto a la suspensión del pago de la deuda extranjera, puesto que debo conservar la esperanza de veros en todo tiempo dispuesto a tomar en consideración las explicaciones que se dirigen al gobierno de S.M. el Emperador, por una potencia amiga.

La falta de tiempo no me permite daros hoy una explicación más extensa, que me reservo para dentro de algunos días si no tengo el honor de hablar antes a V.E.

Si hay un gobierno cuya fidelidad en cumplir sus compromisos pecuniarios se haya sobrepuesto a las más terribles pruebas, es sin duda el gobierno Constitucional que preside S.E. el Sr. Juárez.

A todas las pruebas de esta aserción reunidas en la nota que tuve la honra de dirigiros el 20 de julio, deben añadirse la penuria que ha sufrido desde su instalación en México y los medios a que ha recurrido para proporcionarse recursos antes que tomar el partido de suspender el pago de la deuda extranjera. Porque debéis saber, señor Ministro, que por no llegar a esta extremidad se habían preferido las exacciones forzosas y sólo cuando la necesidad se declaró invencible por otro medio que no fuese la suspensión indicada y cuando la conservación, no del gobierno sino de la sociedad y no sólo de la sociedad mexicana sino de los extranjeros, muy especialmente amenazados por una sedición cuya bandera es la proscripción más bárbara de todos sus enemigos y de todas las virtudes, entonces y sólo entonces se ha tomado esta medida, para salvar la administración regular del país y los derechos individuales; para reorganizar la hacienda sobre bases de orden y economía; para asegurar a los créditos extranjeros después de cierto tiempo, la percepción de los réditos y la de los dividendos que en el estado actual de nuestras rentas consumen la mayor parte del tesoro; para dar, en fin, al gobierno, un poco de respiro después de tres años de una terrible revolución y cuando la reacción, que no puede tener la conciencia de su fuerza ni esperanzas de buen suceso en aquella República, ha renunciado a todo programa político y ha entrado en la vía de los más inauditos crímenes.

No porque tenga el poder y la fuerza necesaria para sobreponerse al gobierno, pues antes por el contrario se halla fugitiva y derrotada; pero por esta misma circunstancia su persecución se hace más difícil y dispendiosa y, además, el fraccionamiento de sus fuerzas aumenta la alarma por los crímenes a que se entregan y la sociedad pide su pronto exterminio.

El gobierno tiene más tropas de las que necesita para dar cima a esta empresa y, en estos últimos tiempos, la Guardia Nacional se ha organizado de modo que se reúne momentáneamente al llamamiento de las autoridades; pero el personal y el material de guerra demandan gastos para su conservación, para utilizarlos convenientemente y para terminar la obra de reparación y moralidad que el gobierno ha emprendido con la seguridad de buen suceso, si su acción llena de celo, no tropieza en exigencias demasiado rigurosas por parte de Francia y de Inglaterra.

La misma ley que ha suspendido los pagos ha creado una junta, para cuya organización se ha tomado en cuenta sólo la aptitud de las personas sin excepción de partido y se le ha confiado la administración de bienes suficientes para garantizar la deuda extranjera. El gobierno que tenía valores seguros, procedentes de la desamortización, pero no el dinero de que había menester, no ha suspendido sus pagos, sin aplicar estos valores a sus acreedores extranjeros, haciendo todavía más con relación a los franceses porque trató de arreglar con ellos el pago de sus créditos y, si este arreglo no se llevó a cabo, fue porque los interesados consultaron sobre él a Mr. de Saligny y éste los disuadió de hacerlo. Esto es lo que han dicho los acreedores mismos.

Si no se ha procurado la aquiescencia de Mr. de Saligny, ha sido porque de antemano había hecho comprender que sólo consentiría en la suspensión de pagos bajo condiciones que el gobierno mexicano no podía aceptar, de modo que habría sido ocioso proponerle un arreglo previo para tomar una medida, por otra parte urgente.

Se ha hecho cargo el gobierno Federal, de que este negocio se trató en el Congreso en sesión secreta, como si hubiera sido cuerdo revelar a todo el mundo la horrible realidad de la cosa pública.

Ni en la sustancia ni en la forma ha habido la menor intención de ofender a una potencia como la Francia, cuya amistad tiene la República Mexicana en tanta estima. Lo que ha habido en el gobierno de aquella Nación, es una necesidad terrible, reconocida por todos, aun por los interesados de la deuda exterior, de tomar con todas las atenuaciones posibles, una medida extrema tan penosa como necesaria y que no se ha tomado con mejores razones por otros gobiernos, que a ello se han visto obligados.

Se ha exagerado mucho el derroche de los bienes eclesíasticos; pero estos bienes, de que habían dispuesto, en una gran parte, el gobierno Constitucional y los rebeldes durante la guerra que precedió a la fuga de don Miguel Miramón, se hallaban muy cercenados cuando el gobierno Constitucional ocupó la ciudad de México. Conforme a la ley que decretó la nacionalización de estos valores, debían ser pagados con dos quintas partes en dinero y a plazos y con tres quintas partes en títulos de la deuda nacional, cualesquiera que fuesen su origen y denominación. Esto, sin tomar en consideración los sacrificios que el gobierno ha debido hacer para procurarse los medios de subvenir a gastos urgentes muy considerables, explica el mezquino resultado en la venta de los bienes nacionales; esto demuestra asimismo que el gobierno de México al disponer de estos bienes, no olvidó a sus acreedores y si los interesados en la deuda extranjera no han llegado a una amortización mucho más considerable depende de las combinaciones y los azares del agiotaje, que no son por cierto obra del gobierno. Nadie ignora que los extranjeros son los que han recogido en México mejores frutos de la venta de los mencionados bienes y hoy, con algunos banqueros de la Capital a la cabeza, deploran la conducta de Mr. de Saligny, que tiende evidentemente, aunque sea sin intención, a proteger a la facción rebelde contra el gobierno y que abriga un odio encarnizado contra los franceses residentes en México, porque casi todos ellos profesan los principios de 1789, consignados en la Constitución de su patria.

Permitidme señor Ministro, que os cite textualmente la opinión del Trait d´ Union, diario francés publicado en México, sobre la penosa impresión que ha producido en los extranjeros la suspensión de las relaciones diplomáticas por parte de los Ministros de Francia e Inglaterra con el gobierno de México: está, pues, consumado el rompimiento, dice, pero debemos hacer constar como fieles historiadores, que la población extranjera, casi por unanimidad, lo siente amargamente.

La suma de la deuda francesa reconocida, liquidada, no es de grande importancia y no corre peligro de experimentar una larga suspensión. Esta, por el contrario, será casi insensible supuestas las garantías de pago por una parte, la exacta y fiel administración de los fondos por la otra y la circunstancia de haber en el nuevo Ministerio algunas personas de las que han hecho los mayores esfuerzos para que el ramo de los bienes nacionales y todos los que constituyen la riqueza pública, se administren de una manera exacta y justificada.

Si por el cambio de los sucesos o en virtud de un proyecto mejor concebido y más favorable a la deuda extranjera llegara el caso de hacer a los interesados en ella concesiones más provechosas sin perjuicio de la empresa altamente social que ha acometido el gobierno mexicano, se apresurará éste a dar a sus acreedores esa prueba y todas las demás posibles del interés que por ellos toma.

Pero hay aun, señor Ministro, un hecho muy importante sobre el cual mi gobierno me ha proporcionado algunos pormenores que debo comunicar a V.E. aunque con gran sentimiento, para instruiros de la grande prevención que Mr. de Saligny ha mostrado contra el gobierno Federal. Me lisonjeo creyendo que esta circunstancia producirá en el ánimo de V.E. la convicción de que es preciso oír plenamente lo que mi gobierno tiene que decir sobre esta deplorable diferencia diplomática, recientemente suscitada entre el gobierno de la República y Mr. de Saligny, como Ministro de S.M.

Suplico a V.E. que suspenda toda medida sobre confirmar la conducta de Mr. de Saligny, hasta que completamente informado de lo que tengo que decirle, proceda con todo conocimiento de causa. Esto me parece natural en todos casos y, sobre todo, en aquellos en que media falta de pago, lo que en muchas ocasiones proviene como en ésta, de una necesidad invencible que induce a no reclamar con el rigor de la justicia y del derecho, sino a templarlo por consideraciones de alta equidad, ya que no por relaciones amistosas.

Escrito ya lo que precede, se me anuncia del Ministro de Relaciones que el martes podré tener la conferencia que he solicitado. Sin perjuicio de aceptar este favor, he creído deber enviaros esta nota por la urgencia del negocio.

Acepte V.E. las nuevas seguridades de mi distinguida consideración.

Juan Antonio de la Fuente


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CARTA DE DE LA FUENTE A ZAMACONA

París, agosto 31 de 1861.

Excmo. señor Ministro de Relaciones Exteriores.
México.

Excmo señor:

Como tuve el honor de decirlo a V.E. por el paquete del mes anterior, no se había recibido en ésta Legación a mi cargo, la correspondencia del Supremo Gobierno, despachada de México a fines de julio. Esta, por un atraso que no me explico todavía, no llegó hasta ayer, juntamente con los pliegos que V.E. tuvo a bien dirigirme por el paquete que trajo la correspondencia de julio próximo pasado.

Ahora bien: de aquí se tiene que contestar hoy, a las cinco de la tarde, lo que quiere decir que apenas he podido disponer de 24 horas desde la llegada del correo, hasta los momentos en que debo contestarlo. Muy poco he podido hacer de alguna utilidad en un intervalo tan estrecho, aunque esté, como de verdad estoy, profundamente afectado por la gravedad y urgencia de los negocios que V.E. acaba de encomendar a mi dirección.

Ante todo, ha sido menester emplear largas horas en la lectura de una correspondencia tan voluminosa; yo todavía sin acabarla, acudí a lo más urgente, quiero decir, a procurar una conferencia extraordinaria con este señor Ministro de Relaciones y, digo extraordinaria, porque recientemente ha hecho saber aquel señor que sólo recibirá los martes a los Ministros extranjeros.

Acompaño con este despacho la carta confidencial que para obtener el favor de esa conversación, dirigí a Mr. Thouvenel. Por desgracia no he recibido hasta ahora ninguna respuesta; pero limitándome a esperarla, era muy temible que me llegase después de haber salido el paquete o que absolutamente no se me contestara y entonces me viera precisado a diferir esta conversación hasta el martes. En uno y otro caso perderíamos quizás todo lo que tenemos que perder y, esto es, lo poco o mucho que valieran mis explicaciones, antes que estos señores mandasen a Mr. de Saligny por el paquete que sale hoy, prevenciones de tal naturaleza que nos causen perjuicios enormes e irreparables.

Por tanto, resolví hoy, entrada ya la tarde, mandar a Mr. de Thouvenel una carta, en los términos que V.E. será servido ver por la copia anexa número dos.

Sobre mi viaje a Londres tengo formado, como es mi deber, el propósito de pasar a aquella Corte, que es lo que V.E. prefiere, a que yo mande a otra persona que pueda agitar estos negocios en aquella Corte; de manera que sólo dejará de trasladarme allá, en el caso de que mis gestiones en Paris sean de todo punto indispensables y, sólo por el tiempo en que lo fuesen, cuidando siempre de hacer que mientras tanto no carezcamos de representación en Inglaterra. Mas, repito, que mi primer deseo es el de poder emprender este viaje para corresponder a las señaladas muestras de confianza que el Supremo Gobierno me prodiga y para satisfacer mi constante aspiración de servir a mi Patria con la más esmerada solicitud, ya que no con acierto y suceso.

Pero yo no seria enteramente franco para con V.E., si no le dijese que la suspensión de pagos en lo relativo a la deuda contraída con Londres y a las convenciones diplomáticas, es una medida de gravísima trascendencia y que, con probabilidades tan fuertes que equivalen casi a la certeza, podemos vaticinar que nos atraerá una tempestad de Francia e Inglaterra, cuyos gobiernos intimarán a México la intervención financiera, ya que no sea la política y eso por causa de la complicación que ésta ofrece, antes que por razones de buena amistad, o siquiera de justicia. Mas no porque así lo tema, dejaré de sostener por todos los medios que están a mi alcance la providencia de suspensión, impuesta por una necesidad suprema y por intereses sagrados; lo cual no podría dejar de reconocerse así por cuantos considerasen nuestra conducta y todas nuestras circunstancias con ánimo sereno y despreocupado.

En verdad, que no es el derecho lo que nos hace falta, sino la imparcialidad de aquellos gobiernos; principalmente en Londres la impresión debe haber sido terrible y V.E. sabe ya lo que pueden y valen con su gobierno, nuestros acreedores ingleses. Lo que es Francia, V.E. está del mismo modo instruido de lo que tenía determinado hacer este gobierno, a la simple noticia de las dificultades que se oponían a su Ministro en México para el arreglo satisfactorio del contrato de Jecker y de la convención francesa. Inútil es toda reflexión sobre lo que Mr. Thouvenel pensará ahora respecto de nosotros.

Mi opinión, por tanto, sería que una vez destrozada en el todo o en su mayor parte la fuerza que tiene la reacción, como supongo que habrá sucedido para la fecha en que llegue a México mi correspondencia, se inicie la derogación de la ley sobre suspensión de pagos a la deuda inglesa y convenciones y se creen recursos suficientes por derramas o contribuciones de rápida recaudación, para pagar los intereses vencidos en este intermedio y para hacer frente a las necesidades más apremiantes de la administración. De otro modo, según dejo dicho arriba, es muy temible que nos veamos forzados a pasar por exigencias mucho más duras.

No puedo concluir esta nota sin suplicar a V.E. me dispense por la premura del tiempo, que de pronto sólo acuse en globo la recepción de la correspondencia venida por los dos últimos paquetes, reservándome entrar en los debidos pormenores y remitir a V.E. mis notas acerca de ellos por la vía de Estados Unidos.

Quisiera también que V.E. no llevara a mal, que aún después de la llegada de esta correspondencia, deje yo la mía tal como estaba redactada y prevenida para este paquete, no obstante que algunas cosas hayan quedado ya sin objeto, supuestas las nuevas providencias del Congreso Federal y las instrucciones a que han dado margen.

Renuevo a V.E. las seguridades de mi consideración.

Juan Antonio de la Fuente


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CARTA DE DE LA FUENTE A ZAMACONA

París, septiembre 4 de 1861.

Excmo. señor Ministro de Relaciones Exteriores de la República Mexicana.

Excmo. señor:

Por desgracia he visto realizados ayer los temores de que hablé a V.E. en mi nota número 41 fechada el 31 de agosto próximo pasado. Las disposiciones adoptadas por los gobiernos de Francia y de Inglaterra en consecuencia de la ley expedida en 17 de julio son abiertamente hostiles para nosotros y creo que V.E. estará instruido de ellas para cuando este despacho llegue a sus manos.

Ya sabe V.E. por mi nota mencionada, que no pude obtener la audiencia que había pedido a este señor Ministro para el 31 de agosto y que se me emplazó para ayer martes 3 de septiembre. Se verificó en ese día la conferencia, que sólo duró unos instantes. Yo comencé por decir que había recibido de mi gobierno especial encargo y recomendación, para dar a S.M. las más amplias explicaciones en lo que a los súbditos franceses tocaba, sobre la nueva ley en cuya virtud se mandaban suspender los pagos de la deuda nacional. Mr. Thouvenel me interrumpió diciéndome que, en lo personal no tenía motivo de disgusto conmigo; pero no podía oír esas explicaciones. No recibiremos ningunas, añadió entregándose a la mayor exaltación; hemos aprobado enteramente la conducta de Mr. de Saligny; hemos dado nuestras órdenes, de acuerdo con Inglaterra para que una escuadra compuesta de buques de ambas Naciones exija del gobierno mexicano la debida satisfacción y vuestro gobierno sabrá por nuestro Ministro y por nuestro Almirante, cuáles son las demandas de la Francia.

Nada tengo contra usted -volvió a decir- y deseo que los acontecimientos me permitan dirigirle palabras amistosas.

Pero es muy sensible, dije a mi vez, que se dé semejante contestación, a una demanda tan justa y tan sencilla como ésta que acabo de hacer a usted en nombre de mi gobierno; mas por buena que ella sea, después de las palabras que usted me ha dirigido, no debo instarle un momento para que me escuche, ni hay motivo para continuar esta conversación; y la corté, retirándome sin demora.

La primera consecuencia de esta entrevista con respecto a la Legación que tengo el honor de dirigir, es la interrupción de relaciones diplomáticas con el gobierno de Francia. La declaración de Mr. Thouvenel, rehusándose a oír lo que tenía yo que decirle a nombre de mi gobierno, las órdenes para usar de la fuerza con mi país y la aprobación que se ha dado a la conducta de Mr. de Saligny que interrumpió esas relaciones con el gobierno Federal, todo me estrecha a tomar este partido. Por esto he dirigido a Mr. Thouvenel la nota cuya copia incluyo en ésta.

La segunda consecuencia es la inoportunidad de mi presentación al gobierno de Inglaterra con el objeto de ser recibido como Ministro de México, porque es casi seguro que este paso nos atraería un nuevo desaire, como el que acaba de hacérsenos aquí. Me mueve también a juzgar de este modo, la noticia ya bastante atendible de que en Inglaterra es donde ha nacido y donde más boga tiene la infame intriga de la intervención europea en la política y gobierno de nuestro país. V.E. tendrá la bondad de ver en mi correspondencia de hoy la nota en que trato de esta materia. Eso no obstante ya he llamado de Burdeos al Sr. don Manuel Maneyro, con el objeto de mandarlo a Londres dándole el encargo que V.E. me indica para que procure, indirectamente, saber si él o yo podríamos ser recibidos con la misión diplomática de México, para que se esfuerce en descubrir los misterios de esa intervención que nos atraerá males innumerables y, finalmente, para que cuide de la publicación en Londres de artículos favorables a nuestra causa.

La tercera consecuencia es la imposibilidad de pedir directamente a Mr. Thouvenel un resumen siquiera de las instrucciones dadas a Mr. de Saligny, puesto que con tanta altanería declaró que el gobierno de México las sabría de aquel señor y de la escuadra francesa. Yo, sin embargo, procuro saberlas y puede ser que al cabo logre mi intento. Por de contado, cuando hablo de penetrar el secreto de aquellas instrucciones, no me refiero cínicamente al ultimátum que habrá de intimársenos claramente y desde luego, sino también al pensamiento capital de Francia y de Inglaterra con relación a México.

Antes de terminar esta nota, debo manifestar a V.E. que si no he pedido mis pasaportes, ha consistido en que una medida tan grave como ésta no era necesaria ni según las prácticas ni según el estado de las cosas, que pueden tal vez arreglarse por un avenimiento y por otra parte, yo creo que mi presencia aquí puede muy bien ser de alguna utilidad para la causa de la República.

Reitero a V.E. las seguridades de mi debida consideración.

Juan Antonio de la Fuente


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SUSPENSIÓN DE RELACIONES CON EL GOBIERNO DE NAPOLEON III

París, 4 de septiembre de 1861.

A S.E. Mr. de Thouvenel, Ministro Secretario de Estado.

Sr. Ministro:

Pues que en nuestra conferencia de ayer V.E. me ha declarado que no escucharía de modo alguno la explicación que por orden expresa de mi gobierno estaba yo encargado de darle, a propósito de la ley mexicana relativa a la suspensión en el pago de la deuda nacional en cuanto afecta a los súbditos franceses; pues que V.E. ha añadido que el gobierno de S.M. había aprobado completamente la conducta de Mr. de Saligny, que en virtud de esta ley declaró interrumpidas las relaciones oficiales con mi gobierno y, pues, en fin, que según lo que V.E. me ha anunciado, obrando de acuerdo con el gobierno de la Gran Bretaña, se han dado órdenes para que el Ministro de Francia en México y el Almirante de S.M. se entiendan con mi gobierno, V.E. verá como muy natural y muy digno de mi parte, que acepte la realidad de esta situación por dura e inesperada que sea y que deduzca como consecuencia necesaria, que está impedido el objeto principal de mi misión, que es la comunicación regular con el gobierno del Emperador, a fin de mantener y cultivar la paz, sobre todo, cuando se han suscitado diferencias a propósito para turbarla; que, por tanto, no soy ya órgano de mi gobierno para el de S.M. y, por fin, que la suspensión de relaciones diplomáticas entre Francia y México y el carácter de las que van a reemplazarlas, me ponen en la penosa, pero necesaria extremidad, de declarar como un hecho independiente de mi voluntad -hecho que veré desaparecer con íntima satisfacción- que esta Legación suspende sus relaciones con el gobierno de S.M. hasta que el de México le dé instrucciones que le prescriban una conducta diferente.

Acepte V.E. las nuevas seguridades de mi distinguida consideración.

Juan Antonio de la Fuente


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INFORME DE DE LA FUENTE SOBRE LA CONFERENCIA CON LORD JOHN RUSSELL

Londres, octubre 24 de 1861.

Excmo. señor Secretario de Relaciones Exteriores.

Excmo. señor:

En el mismo día que llegué a Londres pasé a ver a Lord John Russell. Díjele que, después de instalado en la ciudad de México el gobierno Constitucional, uno de sus primeros cuidados había sido proveer las Legaciones de la República pero que no había podido superar en los primeros dos o tres meses las dificultades que se oponían a su determinación; que, habiendo comenzado a tomar un carácter alarmante las relaciones con Francia por las cuestiones relativas a las hermanas de la caridad, a los bonos Jecker y a otras exigencias pecuniarias de que tal vez estaría S.S. enterado, fue preciso enviar sin demora la Legación a Francia; que el gobierno Federal me hizo el honor de confiármela juntamente con la Legación interina de México en Inglaterra. Que mi recepción en Francia tardó mucho y que, cuando al cabo de dos meses hubo de verificarse, llegó casi al mismo tiempo la noticia de que los Ministros de Francia y de la Inglaterra habían interrumpido sus relaciones oficiales con el gobierno de mi país y como el Ministro de negocios Extranjeros en Francia me dijo que Inglaterra estaba perfectamente acorde con Francia en aprobar este rompimiento y en emplear con México medidas de abierta hostilidad, no me pareció de ninguna utilidad venir a Inglaterra para solicitar mi recepción en calidad de Ministro mexicano, a lo menos interín no tuviese algún dato sobre la disposición favorable del gobierno de Inglaterra. Que procuré informarme de esto y, al fin, gracias a los buenos oficios del señor Ministro americano había sabido que hoy sería honrado con esta conversación.

Yo entré en todos los detalles porque sabía que Lord John Russel había dicho que, en su concepto, desde que tomó posesión de la ciudad de México el gobierno Constitucional, debió haber enviado un Ministro a Inglaterra. Quería yo quitar hasta la posibilidad de un resentimiento por nuestra supuesta falta de consideración a la Gran Bretaña pero no porque piense, de ningún modo, que hubiéramos adelantado una línea enviando desde diciembre o enero nuestra Legación a Londres y me atrevo a esperar que V.E. tendrá formado el mismo concepto por todo lo que le he dicho sobre el espíritu del gobierno inglés respecto de nosotros.

Volviendo a mi conferencia con Lord John Russel, yo continué diciendo que la necesidad imperiosa que había obligado a México a dar la ley sobre suspensión de pagos era una cosa indudable y reconocida por los Ministros de Francia y de Inglaterra, los cuales habían reprochado al gobierno Federal no la exposición inexacta de apuros extraordinarios sino la omisión de una solicitud previamente dirigida a ellos por parte del mismo gobierno para obtener un arreglo convencional en este asunto. Que, además, le imputaban haber creado un conflicto financiero por la mala administración de los cuantiosos bienes nacionalizados. Pero que era muy fácil contestar a estas dos objeciones, porque, primeramente, si el gobierno mexicano había propuesto al Congreso la ley de suspensión de pagos, sin abrir antes una negociación diplomática sobre la espera que necesitaba la República, eso fue debido a la urgencia del caso que no permitía dilación y, sobre todo, a la manifiesta disposición en que ambos Ministros estaban de contrariar los esfuerzos del gobierno y hasta el buen resultado que había tenido, estipulando un arreglo sobre su deuda pues, habiendo logrado que los acreedores favorecidos por las convenciones diplomáticas admitiesen las propuestas que les hizo, vino a frustrarse este contrato por haberlo reprobado los Ministros de Francia y de Inglaterra, con lo cual mostraron bien que su ánimo era privar al gobierno de los medios que podían atraer una solución pacífica y satisfactoria para ambas partes; que una tal animosidad hubiera hecho inútil y peligrosa toda discusión diplomática, en los momentos en que el gobierno tenía sobre sí exigencias apremiadoras. Que, en cuanto a la dilapidación de los bienes del clero, una vez que el gobierno había podido contentar a sus acreedores con propuestas en que entraban esos mismos valores, carece de objeto la acriminación de despilfarro. Que hay otra razón más decisiva, si pudiera ser, para poner en relieve la conducta irreprochable del gobierno con sus acreedores y consiste en que la ley de nacionalización mandó admitir en el precio fijado a los bienes del clero tres quintos de documentos de la deuda nacional. Que la deuda exterior lo mismo que la interior podían amortizarse de este modo y que el argumento de los tenedores de bonos para no aprovechar el beneficio de la ley no tiene fuerza alguna porque consiste en decir que como sus bonos valían más que los de la deuda interior nadie los buscaba, prefiriendo todos adquirir los más baratos, pero ¿quién impedía a los tenedores emplear todo el precio de sus bonos para adquirir en mayor cantidad los que valían menos?

Que no son más fundados los otros motivos de reproche porque, en orden a los $660 000 que Miramón extrajo por la fuerza de la casa de la Legación británica importaba mucho no olvidar que el gobierno del Sr. Juárez, en medio de las atenciones, desastres y desórdenes de la guerra, había pagado esa cantidad, como todas las otras pertenecientes a la deuda inglesa; que quien hizo el robo de los $660 000 fue un gobierno rebelde que empleó ese dinero en hacer la guerra al gobierno legitimo y reconocido por la mayoría de la Nación; con todo eso, el gobierno Constitucional no se había negado a entrar en un arreglo equitativo procediendo antes contra los verdaderos culpables; que, sobre esto, no había suscitádose ninguna objeción en un principio, ni después se había probado que el gobierno hubiese echado en olvido su compromiso; que, considerando, por una parte, el comportamiento del gobierno Federal en cuanto a sus obligaciones pecuniarias y, por otra, el estado del país, era forzoso convenir en la necesidad de una espera. Que, sobre la falta de protección a los súbditos británicos, los agravios venían casi en su totalidad del partido reaccionario y el gobierno trataba siempre de repararlos hasta donde le era posible. Que lo misma guerra sostenida sin descanso por el gobierno contra la facción enemiga de los extranjeros era una prueba palpitante de la protección que éstos recibían; que el gobierno marchaba por una senda irreprochable y, que si no había podido restablecer la paz no era seguramente por falta de resolución ni el remedio podía consistir en suscitarle contradicciones y serias dificultades sino en dar un respiro con que, cobrando fuerzas, pudiese llenar más regularmente sus obligaciones internacionales.

Que, en rigor, ninguna de estas causas ofrecía una razón suficiente para tratar a México de una manera hostil, antes bien se recomienda por sí sólo un arreglo pacífico y tanto más cuanto era muy probable que los Estados Unidos aceptasen por un tiempo dilatado la responsabilidad de la deuda externa de México y, de este modo, la Inglaterra no tendría nada que perder y cesaría la causa de estos disgustos.

Lord John Russell escuchó con atención éstas y otras razones que le dije y, sin contestar a ninguna de ellas, me dijo con la mayor serenidad del mundo: México ha faltado a sus obligaciones dando una ley que suspende el pago de la deuda exterior durante dos años. Inglaterra no ha aceptado la mediación y ofertas de los Estados Unidos porque, aparte del interés de su deuda, tiene que hacer a México otras demandas tales como la del dinero que Miramón sacó por la fuerza de la casa de la Legación británica donde estaba depositado.

Me preguntó luego si Francia había desechado también la mediación americana; díjele que así era la verdad y continuó diciendo que Inglaterra, Francia y España se unirían presto para presentar a México sus proposiciones a fin de hacerle consentir en el cumplimiento de su deber y que esperaba que México las aceptaría. Dióme a entender que él mismo redactaría esas proposiciones porque añadió que no las había formado todavía para someterlas a Francia y España. Entonces le pregunté si no querría que yo tuviese con él algunas explicaciones relativamente a las proposiciones antedichas y me contestó que eso no era posible hasta que no estuviesen convenidos los términos en que aquellas habían de presentarse al gobierno Federal.

Creo haber dicho a V.E. que me reservo escribir en nota separada mis observaciones sobre estas conferencias y proponer al Supremo Gobierno la política más conveniente, en mi opinión, para enderezar a buena parte los acontecimientos que vamos a presenciar.

Acabo, pues, por ahora, reiterando a V.E. las seguridades de mi más distinguida consideración.

Juan Antonio de la Fuente


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