Leticia Barragán, Rina Ortíz y Amanda Rosales
El mutualismo en México
Siglo XIX
Tercera edición cibernética, enero del 2003
Captura y diseño, Chantal López y Omar Cortés
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La acción del Estado liberal mexicano
La propagación de la idea de la asociación
La Sociedad Mutua del Ramo de Sastrería
La Sociedad de Socorro Mutuo de Impresores
Presencia de las sociedades mutualistas en los Estados de la República
El ensayo que a continuación publicamos es un excelente trabajo colectivo de Leticia Barragán, Rina Ortíz y Amanda Rosales, investigadoras todas ellas del ahora desaparecido Centro de Estudios Históricos del Movimiento Obrero, y que fue originalmente publicado en la revista Historia Obrera, Nº 10 correspondiente al 10 de octubre de 1977.
Advertimos que publicamos el presente ensayo, basándonos en el permiso otorgado por el consejo editorial de la revista con la única condición de que se mencione la fuente.
La gran cualidad que en opinión nuestra tiene este ensayo, es su enorme potencial pedagógico. En efecto, si nosotros tuviéramos que impartir un curso, seminario o clase sobre el mutualismo en México, no dudaríamos ni un instante en usarlo como texto base.
Advertimos que nos hemos tomado la libertad de subdividir temáticamente el ensayo con el objeto de hacerlo manejable dentro del campo propio del Internet y facilitar así su aprovechamiento en el terreno pedagógico.
Esperamos que quien lea este ensayo, saque todo el provecho posible.
Chantal López y Omar Cortés
Las organizaciones de trabajadores en el siglo XIX reflejan las peculiaridades del desarrollo capitalista en México: éstas reúnen a artesanos y obreros.
Mientras que en el capitalismo clásico los artesanos se incorporan rápidamente a la industria, es decir, se proletarizan, en México existirán largo tiempo junto a los obreros fabriles. Los intereses de artesanos y obreros parecen, a primera vista, excluyentes, ya que los primeros lucharan por un sistema de producción que garantice la propiedad privada y con ello su propia existencia; en tanto que los obreros lucharán contra el sistema de explotación sustentado, precisamente, en la propiedad privada sobre los medios de producción. Sin embargo, esta conciencia de los intereses de los obreros no aparece instantáneamente, sino que se va gestando en el propio desarrollo del capitalismo.
En el periodo a que nos referimos, el desarrollo industrial era incipiente, y con características que unificarán, momentáneamente, los intereses de artesanos y obreros.
Las peculiaridades del desarrollo capitalista en México están determinadas, inicialmente por su carácter de colonia y, posteriormente, por el papel que jugará dentro del sistema capitalista mundial.
La época colonial se caracteriza por su sistema de restricciones y privilegios, todos ellos subordinados a los intereses económicos de la metrópoli. La Corona concedía toda clase de privilegios a aquellos sectores que contribuían a aumentar las arcas reales, mientras que imponía restricciones a aquellas ramas de la economía que significaran un peligro para el desarrollo económico de España. Así, se explotaba libremente a campesinos y mineros, mientras se impedía el libre desarrollo de los gremios y el obraje. Estos últimos constituyeron las instituciones características del régimen del trabajo en la época colonial.
Los gremios eran corporaciones estamentales, jerarquizadas de acuerdo a pautas medievales organizadas en cofradías de oficios encomendados a un Santo Patrono. La agrupación de éstos estaba sujeta a una ordenanza expedida por el Cabildo de la ciudad de México y confirmada por el Virrey. Un Juez era el encargado de vigilar el cumplimiento de las disposiciones contenidas en las Ordenanzas. Dentro del gremio existía una estricta diferenciación entre las categorías de oficiales, aprendices y maestros.
El control que las Ordenanzas imponían a los gremios originó un estancamiento en la producción ya que impedía que cualquier artesano ejerciera su oficio, fuera del gremio. Además, para ingresar a él era necesario cubrir múltiples requisitos técnicos y profesionales aparte de económicos como era el pago de constantes tributos para tener derecho a las opciones del trabajo.
Esta reglamentación estimuló la organización de los trabajadores y permitió un leve mejoramiento en las condiciones de trabajo. La estricta reglamentación hizo surgir una forma de trabajo asalariado y se presentaron algunos conflictos entre los trabajadores libres y los maestros de taller.<7p>
Los gremios, dentro de la estructura económica, habían caducado; su desaparición era inevitable y necesaria. Es muy posible sin embargo que la organización gremial sirviera como fundamento a la asociación de los artesanos que aparecería años más tarde. Barajas Montes de Oca señala que los gremios más importantes durante la época colonial fueron los de curtidores, decoradores, pintores, carpinteros, entalladores, carroceros, toneleros, silleros, zapateros, loceros, algodoneros, tejedores en general, los trabajadores textiles, los sastres y peluqueros (1), y es significativo que las asociaciones mutualistas más destacadas, iniciadoras de este tipo de organización correspondan precisamente a estas ramas de la producción.
Quizá pudiera afirmarse que esta experiencia organizativa explica la aparición de asociaciones de socorros mutuos primeramente entre los artesanos y no entre los primeros grupos de asalariados fabriles, quienes desconocían cualquier forma de agrupación.
Paralelamente a los gremios existía el obraje, el cual puede considerarse como un embrión capitalista dentro de una estructura semifeudal.
Ambos (el taller y el obraje) se implementaron en la Nueva España simultáneamente, a raíz de la conquista; pero en tanto que el primero - el taller artesano - disfrutó desde luego de una muchedumbre (sic) de privilegios, el obraje puede decirse que llevó una vida secularmente raquítica e ilegal (2).
Chávez Orozco señala que es difícil precisar el número de obrajes y de trabajadores en los mismos; sin embargo, apoyándose en la legislación restrictiva sobre los obrajes puede deducirse que su producción era importante y, en base a las leyes de protección a los operarios de los obrajes, formarse una idea de la mísera vida que llevaban los trabajadores asalariados novohispanos (3).
Carrera Stampa señala que los obrajes tenían cupo para quinientas o setecientas personas (4) y que las condiciones de trabajo eran deplorables, a pesar de la reglamentación emanada del Virrey acorde con los intereses o política comercial del gobierno de la metrópoli (5).
La producción del obraje, dado el carácter consuntivo de la economía colonial, se destinaba a un mercado local estrecho. Por otra parte, no existía un estímulo a la industria que procurara un desarrollo acelerado de la producción capitalista y vitalizara la producción de los obrajes. Además de la falta de estímulo interno, la práctica del contrabando limitaba aún más los alcances de la producción manufacturera en la Nueva España.
El periodo que abarca de 1810 hasta 1860, se caracterizó fundamentalmente por una gran inestabilidad política. En el aspecto económico se realizó una continua lucha entre liberales y conservadores, quienes llevaron a cabo varios intentos por industrializar el país. Producto de estos intentos fueron, la creación del Banco de Avío en 1830; la Sociedad Mercantil y de Seguridad de la Caja de Ahorros de Orizaba en 1839; la Dirección General de Industria en 1842. En 1843, la Junta de Fomento de Artesanos, constituyó el último intento para sacar al país del caos económico en que lo habían dejado los años de lucha entre las facciones.
Muchas veces la creación de este tipo de instituciones propiciaron la aparición de fábricas, surgiendo así los primeros asalariados. Es importante señalar que debido al lento proceso de industrialización del país, en estos años el artesano, seguía constituyendo un factor importante en la producción, fundamentalmente a nivel local.
El artesano, libre de las restricciones coloniales, va a pretender desarrollar su oficio, pero se va a enfrentar a dos elementos: primero, la competencia de los productos manufacturados importados y, segundo, a los de la naciente industria. Por ello, va a pugnar por un tipo de organización que le brinde protección.
La creación de este tipo de sociedades se debió indirectamente a los esfuerzos del gobierno, el cual, en su intento por industrializar al país, fundó instituciones que, por una parte, protegían los productos manufacturados nacionales y, por otra, tenían metas más amplias que impulsaron la organización de los artesanos.
Por ejemplo, la Sociedad Mercantil y de Seguridad de la Caja de Ahorros de Orizaba (1839); así como la Dirección General de Industria (1842); y la Junta de Fomento de Artesanos (1843); tenían entre sus objetivos la creación de cajas de ahorro y socorros mutuos. Ignoramos en este aspecto los logros alcanzados por las dos primeras instituciones.
La Junta de Fomento de Artesanos, fundada en 1843 bajo los auspicios de Santa Anna tenía como objetivos principales: la defensa contra la invasión de productos manufacturados extranjeros; la unión para la defensa de los intereses comunes de los artesanos, coadyuvar al aumento y perfeccionamiento de la producción manufacturera nacional; contribuir a la creación de escuelas de enseñanza elemental para sus miembros, incluyendo las artes y oficios; levantar el nivel moral de los artesanos mediante la religión y crear instituciones de beneficencia contra la miseria.
Puede considerarse a la Junta de Fomento de Artesanos como un antecedente de las sociedades mutualistas que aparecerían alrededor de los años de 1850; pues aunque su orientación principal no era el socorro mutuo, recién fundada, dedico una parte de sus esfuerzos al establecimiento de un fondo de beneficencia para auxilio de los artesanos necesitados. Este fondo de auxilio estaba constituido por las aportaciones personales de los integrantes del mismo. El proyecto para la instalación de dicho fondo fue presentado en febrero de 1844 (6), y aprobado por el gobierno en marzo del mismo año (7).
También en marzo se presenta el proyecto para la creación de las Juntas Menores, filiales de la Junta de Fomento de Artesanos.
Estas Juntas Menores estaban integradas por artesanos de un solo gremio que se constituían en provincia. En base a la información que proporciona El Semanario Artístico, órgano oficial de la Junta de Fomento de Artesanos, se deduce que hubo un importante movimiento a favor de la creación de Juntas de este tipo en la mayoría de los Estados de la República.
Generalmente se solicitaba el auxilio del Gobernador del Estado para la fundación de estas organizaciones. También se hacía propaganda para la formación de sociedades de protección a la industria nacional, cuyos integrantes se comprometían a no consumir artículos importados. En el Semanario Artístico, se publicaban artículos informativos sobre los métodos para perfeccionar las artes, así como la historia del fomento de las artes en otros países. En este periódico encontramos también los primeros artículos a favor de la organización de los artesanos, otros en los que se destaca la conveniencia de establecimiento de cajas de ahorro y del auxilio mutuo en general (8).
A pesar de los esfuerzos realizados por los fundadores de la Junta de Fomento de Artesanos, la ayuda efectiva a los integrantes de ésta fue escasa. Los intentos de industrialización continuaron a pesar de crisis internas y externas de gran repercusión, como el conflicto de Texas (1835 - 1836), la guerra con Francia (1838) y la intervención norteamericana (1847).
La acción del Estado liberal mexicano
La política liberal de los años de 1850 trató de impulsar de una manera más eficaz el desarrollo del capitalismo en México. Para ello era indispensable acabar con todos los vestigios coloniales que pusieran trabas a la moderna concepción de un Estado liberal progresista. Se trató de fortalecer al Estado minando el poder militar y eclesiástico, para lo cual se expidieron una serie de leyes.
La emisión de la Ley Juárez disponía la derogación del derecho de los tribunales militares y eclesiásticos a conocer asuntos civiles, declaraba renunciable, el fuero eclesiástico, y limitaba el poder del ejército sujetándolo al poder civil.
Por otro lado, el clero al monopolizar gran parte de las propiedades agrarias resultaba el núcleo del poder económico. El gobierno liberal, por lo tanto, se planteó la necesidad de estructurar su política a partir de la recuperación de la riqueza territorial que le permitiera ejercer un control sobre la producción, así como del poder político detentado hasta entonces por el clero.
Así, en junio de 1856, se aprobó la Ley Lerdo que establecía la desamortización de los bienes inmuebles de corporaciones civiles y eclesiásticas y les prohibía la adquisición de nuevas propiedades.
Con ello se proponía poner en circulación bienes que por mucho tiempo habían permanecido improductivos, para agilizar el desarrollo del capitalismo. Las leyes constitucionales de 1857 reforzaron esta tendencia al declarar la libertad de industria, comercio, trabajo y asociación.
En este mismo sentido, es decir, para propiciar un ambiente que asegurara al Capital su libre desarrollo, el gobierno liberal adoptó en lo económico las tesis librecambistas. De esta manera, el gobierno intervendría en los asuntos económicos, asegurando por un lado la mejor comercialización de los productos y por otro sirviendo como conciliador entre el Capital y el Trabajo.
Inevitablemente estas medidas alteraron la fisonomía del país, afectando directa e indirectamente al artesanado.
En 1856 se puso fin al periodo proteccionista que se había extendido por tres décadas, al adoptar un nuevo arancel librecambista. Esto amenazó la existencia de talleres e industrias; determinó la desaparición de algunas fábricas, la baja en la producción de otras, así como el cierre de numerosos talleres artesanales.
La Revolución de Reforma destruyó la mayor de todas las corporaciones económicas existentes, la Iglesia, despejando así el camino para la acumulación capitalista. Los bienes rurales y urbanos del clero lanzados al mercado por la desamortización contribuyeron en forma decisiva al fortalecimiento de la burguesía comercial y de los terratenientes aburguesados. Se privó al ejército de su papel determinante y se consolidó definitivamente la autoridad del Estado burgués - terrateniente (9).
La Constitución liberal consagró la propiedad privada y la libertad de empresa y sancionó la libertad burguesa, es decir, la igualdad formal de los contratantes en la relación del trabajo; todos ellos, factores indispensables para el consecuente desarrollo capitalista.
La libertad burguesa, sin embargo, no significó un alivio a la situación económica de los trabajadores. Existía la libertad de contratación sin ninguna cortapisa para el Capital: ni las Leyes de Reforma, ni la Constitución del 57 se ocuparon por fijar salarios, ni por establecer la jornada de trabajo.
Aunque a los trabajadores se les había permitido asociarse constitucionalmente en el artículo 9º, los asalariados demostraron en un principio incapacidad para adoptar una actitud defensiva, por lo que una fracción de los artesanos y gremios asumió la dirección de la lucha, por ser el grupo que contaba con una mayor experiencia y hasta cierta preparación; sin embargo, su antigua condición de oficiales, maestros o artesanos les impidió ver con suficiente claridad el cambio operado en las relaciones de producción, por lo cual la única forma de asociación que pudo darse fue la mutualista, forma que por lo demás no representaba un obstáculo al proceso de acumulación puesto que poco o casi nada exigía (10).
La política económica del Imperio no significó un retroceso en los lineamientos liberales, reforzándose en esta forma la tendencia hacia el desarrollo capitalista. Aunque pudiera parecer contradictorio, es durante el Imperio cuando se legisla por primera vez sobre materia laboral. Así, por ejemplo, la Junta Protectora de las Clases Menesterosas, por decreto del 10 de abril de 1865, representó el primer intento de establecer un órgano oficioso del Estado para conocer de los problemas del trabajo y para introducir una jurisdicción especial en esa materia.
La Junta tenía las siguientes funciones:
Recibir las quejas relativas a la prestación de servicios personales e incumplimiento de contratos de trabajo para hacer su estudio legal; proponer a las autoridades las medidas necesarias para elevar la condición moral y material de las clases humildes; promover el establecimiento de centros de enseñanza de primeras letras para obreros; impulsar la colonización y fundación de poblados y recabar datos para proyectar reglamentos en materias de trabajo (11).
Otro decreto importante fue el 1º de noviembre de 1865, que promulgó la Ley sobre Trabajadores.
Los veintiún artículos del decreto reglamentaron el contrato de trabajo dando a los contratantes una absoluta igualdad y libertad; fijaron la duración de la jornada de labor (diez horas aproximadamente) y los días de descanso obligatorio; prohibieron la tienda de raya y el trabajo de los menores sin el consentimiento de sus padres; establecieron las bases para la liquidación de las deudas contraídas por los obreros (12).
Estas medidas nunca fueron puestas en vigor, pero representan en sí mismas: primero, la presencia del trabajador asalariado, esto es, el ascenso del desarrollo capitalista y, segundo, la necesidad de tomar conciencia del papel trascendental del trabajador en el panorama social.
Liquidados los primeros escollos, el capitalismo inició su expansión y en estas condiciones surgen las primeras asociaciones de los trabajadores que como señalamos anteriormente, reflejan las peculiares características del lento proceso capitalista.
La propagación de la idea de la asociación
La propaganda a favor de la asociación y de la formación de sociedades mutualistas y cajas de ahorro se inició, como mencionábamos, en los años 1840, concretamente en los artículos publicados en El Seminario Artístico, durante los años siguientes, hasta la aparición de El Socialista en 1871, en la prensa periódica no se hace una propaganda sistemática a favor de la asociación. Aparecen esporádicamente en los periódicos comerciales, artículos que señalan las ventajas de la asociación (13) o bien noticias pequeñas acerca de la formación de algunas sociedades mutualistas (14) o de la aparición de periódicos de artesanos (15) que, desgraciadamente, no se han conservado.
Durante los primeros años de la propaganda mutualista se resaltan esencialmente dos aspectos benéficos de la asociación, primero: el auxilio que ésta brinda en condiciones tan inestables como las que privaban en México en ésta época, y segundo: los efectos moralizadores que traían las asociaciones para los artesanos.
Respecto al primero, el mutualismo preveía mediante las cotizaciones de los socios, la creación de un fondo para auxiliar a éstos en caso de enfermedad o muerte, y en algunos casos de falta temporal de trabajo o encarcelamiento. Las condiciones para hacerse acreedor a los beneficios eran, en apariencia, mínimas: cumplir con la edad límite, ejercer cualquier actividad honesta, asistir a las sesiones, desempeñar las comisiones que se les encargaban y cubrir puntualmente sus cuotas. El cumplimiento de este último requisito resultaba difícil ya que se les exigía el pago de múltiples cuotas como eran: el pago de inscripción y para el fondo de la caja de ahorros, pagos para el fondo funerario, etc. El atraso en el pago de las cuotas implicaba una pérdida de los derechos; la cantidad acumulada por el socio hasta ese momento quedaba en poder de la sociedad por lo que el socio no obtenía retribución alguna.
Con relación al segundo aspecto, o sea, de los efectos moralizadores, estas asociaciones se consideraban como un medio para fomentar la práctica de las virtudes, así como un freno para evitar los vicios. Creían que mejorando la calidad humana del trabajador a través de esta práctica, se podían mejorar las condiciones económicas que permitieran una movilidad en la escala social. Se pretendía, además, que el trabajador se percatara de la dignidad de su actividad pues, de esa forma, cobraría conciencia de su importante papel en la sociedad.
Con la aparición de la prensa obrera, El Socialista, en particular (1871) la propaganda a favor de la asociación se nutre de nuevos elementos.
La instrucción de los obreros pasa a ser una de las preocupaciones fundamentales de estas sociedades. De allí que frecuentemente se intente establecer escuelas nocturnas para adultos financiadas por las mutualidades. Cuando se señalan las ventajas de la educación, aparece el primer esbozo de lo que podría denominarse conciencia de clase, con las salvedades que adelante señalaremos.
La instrucción era a juicio de muchos escritores, el principal vehículo para que los obreros delimitaran sus intereses.
Bajo la denominación obrero quedaban comprendidas todas aquellas personas que tuvieran un modo honesto de ganarse el pan, es decir, artesanos, intelectuales y trabajadores asalariados. Esto se explica en gran medida por el propio grado de desarrollo económico del país. Numéricamente, el proletariado era escaso y concentrado en los incipientes centros industriales.
Para los años de 1870, la incipiente industria aún no había absorbido las demandas del mercado interno, por lo tanto no había desplazado al artesano de la producción. El artesano cubría una parte de la demanda interna que la producción industrial no alcanzaba a satisfacer, al cumplir las mismas funciones en una sociedad mercantil se identifican sus tareas y se engloba a artesanos y obreros como trabajadores en general.
Insertos dentro de una estructura capitalista, estos dos grupos se ven afectados de distinta manera por la producción industrial. Mientras, la explotación del obrero era más evidente: excesivas jornadas de trabajo, condiciones insalubres, maltrato por los patrones, salarios ínfimos, etc.; en el caso del artesanado los efectos se resentían en otra forma: se había limitado el radio de su producción, el preció de los artículos producidos disminuía y la amenaza de su desaparición se encontraba latente. La situación material de estos dos grupos sociales era deplorable y esta circunstancia uniría en cierta forma sus intereses.
La propaganda mutualista, dirigida a obreros y artesanos, denominados de manera general, trabajadores, reúne elementos que satisfacen parcialmente los intereses de estos dos grupos. Los matices que, a lo largo del siglo, tiene la propaganda mutualista, revelan la aparición o acentuación de las condiciones propias del desarrollo capitalista.
El mutualismo da por sentado un hecho: la existencia de capitalistas y trabajadores. La amplitud dada a este último término exigirá posiciones distintas frente al Capital. Por un lado se pretenderá que el mutualismo sea el medio que conduzca a la emancipación del trabajador convirtiendo a éste en capitalista. Es decir, se pensaba que una sociedad mutualista con suficientes fondos podía, inicialmente, formar talleres y, más tarde, pequeñas empresas.
Como puede deducirse de lo anterior, la oposición al capitalismo no era radical. El mutualismo, teóricamente, buscaba una sociedad más justa, pretendía la armonía entre todos los integrantes de la sociedad, fundándose en el razonamiento de que la sociedad para su funcionamiento requería la presencia tanto de capitalistas como de obreros.
La idea de convertir al obrero en pequeño propietario fue muy común en el siglo XIX, la realidad cotidiana, la gradual expansión del capitalismo impidieron la cristalización de estos ideales, lo que propició el desarrollo paralelo de otra idea de emancipación, comprendida dentro del mismo mutualismo.
A este respecto, señalaremos que buena parte de la propaganda mutualista es imprecisa, se habla en general del mutualismo como vía de emancipación, resaltando sobre todo la necesidad de organización.
La idea de organización iba cobrando un nuevo sentido al impulso del capitalismo; ante el fracaso de la idea original de convertir al obrero en pequeño propietario, se planteaba la necesidad de la organización como medio de defensa ante el capitalismo. La organización se entendía de diversas maneras: por un lado mediante la reunión de varios artesanos y obreros podía constituirse una cooperativa; por otro, implicaba el uso de otros instrumentos de defensa como era la huelga.
La cuestión de la huelga fue muy debatida. Periódicos como El Hijo del Trabajo, La Comuna, La Internacional, y en algunos casos El Socialista, se pronunciaban a favor de esta táctica. Otros periódicos como el caso de La Firmeza iban en contra por considerarlas lesivas al orden establecido.
De este aspecto organizativo deviene la identificación del mutualismo con el socialismo. No se trata, sin embargo, de una identificación mecánica. De los materiales publicados en la prensa obrera del siglo XIX sobre el socialismo, resaltan las exhortaciones a la unidad y organización de la clase obrera mediante la formación de sociedades mutualistas.
Aún cuando la investigación sobre las publicaciones obreras no puede considerarse agotada, la existente proporciona material abundante y suficiente para formar una idea de lo que teóricamente representaba la organización mutualista para los trabajadores. Sin embargo, el conocimiento de la práctica de estas organizaciones es bastante deficiente debido a las limitaciones que imponen las propias fuentes.
La información que pueden proporcionar los documentos oficiales es bastante limitada, ya que si bien la Constitución de 1857 asienta el derecho de libre asociación, no existía en la época un organismo gubernamental que se ocupara de legislar y mucho menos de registrar la aparición de sociedades de artesanos u obreras.
Dentro de la vida económica del país, en el siglo XIX el artesano y el incipiente proletariado, no eran las fuerzas más importantes, debido a ello, en la prensa obrera y en documentos de la época encontramos escasas referencias a la actividad concreta de estos elementos.
Existían, como ya mencionamos, noticias generales respecto a la deteriorada situación económica del artesano, por los efectos de la fundación de fábricas, etc.; así como señalamientos de los beneficios de la asociación, o de la aparición de algunas sociedades de socorros mutuos.
Se conoce, pues, que se fundan organizaciones de ayuda mutua pero se ignora su funcionamiento real, concreto.
En cuanto aparece la prensa obrera la información parece ampliarse, sin embargo, no hay que hacerse demasiadas ilusiones: abundan artículos a favor de la organización y del socialismo, son más raros aquellos que informen el número y origen social de los miembros de una sociedad mutualista. Los periódicos más importantes, por ser órganos de la clase obrera y de sus organizaciones en general, publican los materiales que las mismas sociedades envían, por lo tanto no existe una continuidad, ni siquiera una regularidad de noticias relativas a una misma sociedad. Se anuncian aniversarios y fundaciones, se publican discursos y actas de sesiones, etc.; poco es, sin embargo, lo que puede reunirse sobre una sola sociedad.
No obstante la fragmentación de los datos, se ha podido sistematizar una parte de ellos para presentar de una manera global el desarrollo del mutualismo, y ejemplificar el funcionamiento concreto de estas sociedades.
La Sociedad Mutua del Ramo de Sastrería
Sobre la base de las informaciones hemerográficas, podemos reconstruir en forma general el funcionamiento, organización y actividades que realizó a lo largo de treinta años la Sociedad Mutua del Ramo de Sastrería.
A partir de 1868, aparecen en el periódico El Globo las primeras noticias referentes a la sociedad (16) sin embargo sabemos que esta sociedad se fundó el 20 de noviembre de 1864 (17), y no es hasta 1875, cuando se conoce un reglamento, quizá reformado, de la sociedad (18). Esto es posible ya que existen noticias que evidencias cierta organización interna en la sociedad: elecciones de Mesa Directiva; nombramientos de representantes de diversas comisiones como la de hospitalidad y biblioteca; reparto de acciones creadas con el sobrante de las cuotas; estudios de diferentes proyectos, por ejemplo, se tiene una noticia proporcionada por El Socialista en la que se discute sobre la admisión de nuevos miembros y el registro de los mismos.
Uno de los objetivos de la sociedad fue tratar de relacionarse y de tener vínculos de amistad con otras, así vemos que se reúnen principalmente para celebrar sus aniversarios, o ciertos acontecimientos patrióticos.
La sociedad prohibió todo acuerdo o discusión que se relacionara con la política o con cuestiones religiosas, tal vez para que no surgieran problemas internos y conflictos entre las sociedades. Este acuerdo no se cumplió ya que los dirigentes de la Sociedad Mutua del Ramo de Sastrería mantuvieron alguna relación con la política puesto que, en varias ocasiones encontramos que el Presidente de la República asistía a los aniversarios de la sociedad e inclusive tomaba parte en algunos actos, por ejemplo, en el reparto de acciones de la Caja de Ahorros.
Al mismo tiempo, no existía un apoyo constante por parte del gobierno; por ejemplo, en 1872 la sociedad propuso y aprobó el proyecto de establecer un panteón para inhumar a los socios y sus familias, este proyecto fracasó porque el gobierno negó el terreno que la sociedad había solicitado. No obstante esta negativa, en 1874, en la celebración del 10º aniversario de la sociedad, el Presidente de la República declaró que existía una unión íntima entre el gobierno y el pueblo (19).
Años más tarde, a pesar de que se había prohibido la intervención en política, surgió un problema dentro de la sociedad, motivado por uno de sus miembros, el señor Aduna. Este proclamó en nombre de la clase obrera y de la misma sociedad su inconformidad respecto a la candidatura de Lerdo, originando conflictos entre diversas sociedades, conflictos que se resolvieron gracias a que la Sociedad Mutua del Ramo de Sastrería aclaró que había sido iniciativa personal del señor Aduna y que no actuó en nombre de la sociedad.
Debido a la necesidad y conveniencia de reunir a las sociedades mutualistas, algunos integrantes de las sociedades de sastres y de impresores convocaron a las otras sociedades para formular los estatutos de la futura organización que llevó el nombre de Gran Círculo Obrero de México; los principales fundadores fueron: Juan de Mata Rivera, impresor; Victoriano Mereles, sastre y otros.
Para enero de 1872, ya funcionaba la Junta Directiva Provisional; el 2 de junio del mismo año se citó a todas las sociedades con el objeto de dar lectura al proyecto de Reglamento, éste fue aprobado y el 16 de septiembre de 1872, quedó finalmente inaugurado el Primer Gran Círculo Obrero de México.
Ese mismo año, la sociedad fundó la caja de ahorros, para dar préstamos con el fin de favorecer al trabajador e ir en contra de los prestamistas y agiotistas que explotaban a los artesanos y obreros. Es importante hacer notar que parte del fondo de la caja de ahorros estaba destinado a la creación de escuelas y orfanatos. Para la sociedad fue sumamente importante el aspecto educativo ya que por este medio se quería concientizar y moralizar a los socios y a los hijos de éstos. Por esto, dentro de la sociedad existía una comisión de biblioteca encargada de la compra de libros. Existen noticias de que esta sociedad tenía suscripciones del periódico El Socialista, uno de los principales periódicos obreros de la época.
Fue a partir de 1873 cuando la sociedad se reorganizó y cobró fuerza e importancia, ya que los objetivos propuestos por dicha sociedad se sintetizaban en la movilización del fondo y las reformas necesarias al Reglamento; pide además, la colaboración de todos los socios para restablecer la unión y la paz entre los trabajadores.
El 20 de noviembre de 1872, con motivo del 9º aniversario de la Sociedad Mutua del Ramo de Sastrería, Juan de Mata Rivera pronunció un discurso sobre la conveniencia de establecer el cooperativismo en México. A raíz de esto, Epifanio Romero, entonces Presidente de la sociedad, se inclinó hacia este tipo de organizaciones.
Mata Rivera expresó:
Progresamos, os digo, pero aún falta mucho camino que andar; aún tenemos muchas empresas que acometer. No debemos circunscribirnos a ayudarnos sólo en nuestras enfermedades; debemos ir más allá, tender una mano cariñosa a nuestros hermanos que la desgracia haya llevado a las cárceles; necesitamos movilizar los fondos que comenzamos a acumular, acometiendo empresas lucrativas, creando sociedades cooperativas, fundando talleres y estableciendo, por último, un gran Bazar Nacional a donde puedan ir a vender sus efectos los artesanos, sin tener que sacrificarlos en manos de los especuladores (20).
Animado por estas ideas, Epifanio Romero reformó primeramente el Reglamento, el cual fue aprobado el 1º de agosto de 1875 para comenzar a regir un mes después (21).
Para movilizar el fondo de la sociedad, fundó un taller que además de proporcionar empleo a los socios que lo necesitasen, permitiría que éstos tuvieran una participación activa dentro de la organización del mismo. Esta iniciativa se dio a principios del año de 1873. El taller en sus inicios tuvo éxito, pero más tarde la división de los dirigentes y luchas entre lerdistas y porfiristas originó su cierre a finales de 1876.
Por las noticias que se tienen, principalmente de El Socialista, se puede apreciar que la sociedad sufrió una crisis, motivada por fraudes en la tesorería y en general a problemas internos; al mismo tiempo se dio un retroceso dentro de los objetivos de la sociedad, como se ve por el hecho de que el fondo destinado a la compra de libros se suspendió y pasó al fondo general. Además, en 1876, la sociedad se vio en la necesidad de clausurar sus sesiones debido al reclutamiento forzoso; finalmente después de dos meses la sociedad volvió a su curso normal.
Otro hecho importante que realizó la sociedad fue la creación del Banco para Obreros; esto se debió quizá a los artículos que en 1883 escribió José María Cabrera referentes a la conveniencia y alcance que tendrían los bancos obreros (22). En esta forma, la Sociedad Mutua del Ramo de Sastrería creó por iniciativa del señor Valente Anda un banco que se denominó Banco Popular de Obreros en octubre del mismo año, se fundó y creó como una combinación de cooperativismo y sociedad mercantil, teniendo como objetivos abrir créditos al trabajo y promover la producción, para fusionar el Capital y el Trabajo; se pensaba que este tipo de institución constituiría un poderoso auxiliar para la industria del país.
Después de 1895 desaparecen los datos y noticias referentes a esta sociedad, por lo mismo es imposible fijar la fecha de su desintegración.
La Sociedad de Socorro Mutuo de Impresores
De la Sociedad de Socorro Mutuo de Impresores se conoce muy poco, de ella sabemos a través de algunas noticias publicadas en El Socialista y, principalmente, a través de su órgano periodístico La Firmeza; éste tuvo desgraciadamente un corto periodo de existencia ya que su publicación sólo abarcó los años 1874 - 1875. Inevitablemente, la visión en conjunto que podamos aportar sobre dicha sociedad resultará fragmentaria ya que las noticias que sobre ésta tenemos coinciden sólo con las de la publicación de su órgano periodístico y de algunas escasas referencias en otras publicaciones.
Lejos de intentar una crítica hemerográfica daremos a conocer a través de los artículos en aquel aparecidos, así como de su proyecto de Reglamento, las principales ideas y objetivos de esta sociedad.
La Sociedad de Impresores fue fundada en el año de 1872 y surgió de un grupo de impresores que se reunía en el Conservatorio de la Ciudad de México contando entre sus miembros a los señores Rubio, Reyes, Díaz, Larrea, etc.
Simultáneamente existían otras dos sociedades de impresores, una de las cuales fue iniciada por Irineo Bravo.
Por iniciativa de la Sociedad de Impresores reunida en el Conservatorio que ya contaba con un nuevo número de socios, se llamó a ambas sociedades, para que unidas fortalecieran sus intereses en una sola asociación. Sin embargo, de aquéllas solo aceptó la dirigida por Irineo Bravo, por lo que se formuló y aprobó el Reglamento que rigió desde entonces a la Sociedad de Impresores.
El proyecto de Reglamento que aquí comentamos del año 1874 es el único del que tenemos noticia El hecho de que la fundación de la Sociedad haya sido en 1872 nos hace suponer el que ésta haya funcionado sin Reglamento previo a su instalación, o si lo hubo, se desconoce.
Inspirada en fines altruistas la creación de esta Sociedad obedeció a la necesidad de servir como una verdadera institución de beneficencia al servicio de los necesitados. Por eso establecía en su Reglamento el admitir en su seno a todo artesano honrado así como a cualquier otra persona con un modo honesto de vivir. Tenía como propósito fundamental auxiliar a sus miembros en las circunstancias críticas de la vida. De ahí partía una de las cláusulas de su proyecto de Reglamento que establecía que siendo distinta la ocupación de sus miembros, eran deberes de cada uno comprarse en igualdad de circunstancias sus diversos artículos y darse mutuamente ocupación.
La ayuda material que brindaba la Sociedad a sus miembros partía de la formación de un fondo integrado por las cuotas que cada socio daba semanariamente así como del producto de las inscripciones cuyo importe era de cincuenta centavos por miembro. Este fondo garantizaba a los socios una ayuda efectiva en casos de enfermedad o de muerte.
Es interesante señalar que las discusiones sobre el proyecto publicadas en La Firmeza atestiguan una inconformidad ante las limitaciones de que adolece - según ellos - la Sociedad, ya que se le hacen críticas sobre la aplicación del concepto mutualista que por otra parte no se diferencia del cooperativista. Críticas sobre el funcionamiento del mutualismo parten de los mismos socios que proponen que éste no sólo funcione para el individuo en caso de enfermedad o de muerte, sino para el individuo en vida. Por ello se piden reformas en el sentido de ampliar su ayuda para los casos de permanencia en prisión.
Dentro del Reglamento se menciona que una comisión llamada Junta Menor se encargaba de velar por la vigilancia del cumplimiento de los deberes de los socios, así como de brindar la ayuda que fuere conveniente. Esta Junta Menor estaba integrada por un Presidente de la Comisión de Vigilancia, el adjunto a la Tesorería, un Contador, un Secretario y un Prosecretario.
El nombramiento de estos funcionarios era llevado a cabo por elección democrática y la duración de la Junta era de un año, terminado el cual se citaba a Junta General para elección de nueva Mesa Directiva. Esto se hacía para evitar que estos cargos se pudieran prestar a la especulación y al abuso.
La falta de cumplimiento de los deberes de los socios así como de los funcionarios podía ser sancionada, ya que la Sociedad se podía erigir en jurado y aplicar la sanción correspondiente.
Además de la ayuda material que brindaba esta Sociedad, existía un verdadero interés porque a través de la asociación de los artesanos se formulara la práctica de virtudes, la instrucción y el amor a la humanidad.
En varios artículos publicados en La Firmeza se exalta el trabajo (23), se destaca el papel de la educación (24) y el patriotismo, en fin, todos ellos temas encaminados a promover una sociedad más justa. Juan N. Serrano, célebre por sus actividades dentro de la tarea tipográfica, reconocía:
Estamos llamados, sin que se crea orgullo necio, a ser el ejemplo de la comunión de obreros, honra y provecho de la patria, y puesto que nadie puede negarnos esta honra, que redundará precisamente en bien de toda la sociedad que forma el pueblo mexicano, denigrado tantas veces, ¿desoiremos la voz de la razón, puesto que con nuestro trabajo y honradez podremos ser algún día verdaderos ciudadanos (25).
Para hacer propaganda a estos propósitos era pues necesario contar con un órgano periodístico que serviría como medio en la labor de concientización de una población falta de trabajo y además sumida en la ignorancia. Por ello la trascendencia de la prensa obrera del siglo XIX. A través de La Firmeza esta Sociedad pretende dar un verdadero impulso a la formación de sociedades. De ahí que constantemente se haga mención del surgimiento de un sin número de éstas, la celebración de aniversarios de otras, de su nexo con ellas, etc.
Esta Sociedad consideraba que el apoyo del gobierno era fundamental para realizar sus fines; así, pedía una estrecha colaboración con éste, que se manifestaba desde el momento mismo de la instalación de la Sociedad, ya que era el mismo Presidente de la República quien declaraba inaugurados los trabajos de la misma.
Asimismo, esta Sociedad consideraba que tanto el trabajador, (fuera obrero o artesano), como el Capital no deberían estar reñidos, por el contrario, debía existir definitivamente una conciliación de intereses entre ambos. Por ello se manifestaba opositor a las huelgas; de ahí que opinara: ¿Qué son las huelgas sino el comunismo embrionario y deforme? ¿Qué son sino la muerte de la industria, del comercio y la agricultura? ¿Qué son sino la peligrosa semilla de los revolucionarios y de la disolución social? (26).
Precisamente al sistema de huelgas se oponía el fortalecimiento de los artesanos, quienes por medio de las asociaciones cooperativas, enaltecen la industria procurando con la ejemplaridad de su conducta y con el mérito de sus trabajos, que el salario sea cada vez mayor a causa del aumento en la demanda de los operarios de sus obras, recurriendo en último extremo al amparo de las leyes, que regulan el modo de ser de todas las obligaciones civiles y que determinan las garantías que disfruta el trabajo personal (27).
En general esta Sociedad creía que el país disfrutaba de una paz y una estabilidad política que propiciaba el surgimiento de una prensa libre y de múltiples asociaciones. Por tanto era el papel de éstas aprovechar la buena disposición del régimen para sacar adelante la industria y en buena medida consolidar una sociedad justa basada en la dignificación del trabajo.
A pesar de que esta Sociedad se erigió en portavoz de los intereses de las clases trabajadoras en general, no pudo dejar de ser representante de una clase artesanal que defendiendo la propiedad, yendo en contra de la comunidad de los medios de producción, y buscando una conciliación con el Capital, asume la condición del pequeño burgués a la que no estuvo decidida a renunciar.
De la efectividad del funcionamiento de esta Sociedad es poco lo que podemos decir. En el sentido material los cortes mensuales de caja presentados por la Sociedad durante los dos años de que tenemos noticia, atestiguan una suma constante de ingresos y egresos habidos en la Sociedad, que a su vez demuestran un estancamiento de la cantidad de fondos reunidos en el tiempo de su vigencia. Un escándalo ocasionado por el Vicepresidente de la Sociedad al solicitar auxilios de otras Sociedades en vista de ser insuficiente la ayuda que la Sociedad le proporcionaba, nos hace dudar de la honestidad de sus dirigentes así como la poca efectividad del auxilio en los casos de su aplicación.
Aunque si bien en el sentido material, careció de una efectividad producto de sus múltiples limitaciones, fue poderosa su influencia en el ámbito social al despertar en las masas la conciencia de su importante papel en la sociedad.
La presencia de las sociedades mutualistas en los Estados de la República
En todos los Estados de la República existió cuando menos una sociedad mutualista. De aquí podría derivarse que la propaganda realizada a favor de la organización fue suficientemente amplia sobre todo si se considera el deficiente servicio de comunicación que existía. De acuerdo a los datos recopilados hasta la fecha, existieron en la provincia alrededor de doscientas sociedades de socorros mutuos, la mayor parte de estas localizadas en la región central de la República, donde se encontraba la zona más densamente poblada y cuya producción económica era vital para el resto del país.
En los primeros años de la década de 1870 se observa la aparición del mayor número de sociedades, sobre todo en los Estados de Puebla, Hidalgo, Jalisco, Estado de México, Guanajuato, Sinaloa y Veracruz.
A partir de la primera reelección de Porfirio Díaz, hasta finales del siglo se advierte un descenso notable en la organización de mutualidades, reduciéndose a la mitad el número de sociedades existentes. Es tan sólo en Veracruz donde se registra un importante incremento de este tipo de asociaciones, así como la permanencia en el funcionamiento de las ya existentes.
Del total de las sociedades mutualistas fundadas antes de 1880, solamente la quinta parte sigue existiendo durante el porfiriato. Esta situación parece corroborar la afirmación de que durante el gobierno de Díaz reinaba un ambiente de represión que obstaculizó toda forma de organización entre los trabajadores.
El descenso de la actividad mutualista también sugiere un descenso en el papel del artesano en la vida económica del país así como un deterioro paulatino en su situación económica. Además, el empobrecimiento de los artesanos conduce a una parte de estos a convertirse en asalariados, engrosando así las filas del proletariado que buscará soluciones fuera del mutualismo.
Las asociaciones mutualistas fundadas en el interior, no se concentran exclusivamente en las capitales de los Estados; por el contrario, la mayor parte se localiza en otras poblaciones. Estas últimas eran centros de regular actividad económica, generalmente bien ubicados, donde confluía la actividad comercial de poblados menores. En las principales regiones mineras, en las aduanas y puertos, se localiza buen número de sociedades mutualistas. Comparando la lista de fábricas de hilados y tejidos de algodón existentes en México (28) en 1877 con la de las sociedades mutualistas establecidas en las regiones industriales en esa misma época, puede apreciarse una notable coincidencia, con excepción de los Estados de Colima, Jalisco y Coahuila. En el caso de Jalisco se tiene noticia de que los intentos de formar asociaciones se veían obstaculizados por el clero (29).
La composición social de estas sociedades es aún más heterogénea que la de la capital, quedando integradas no sólo por asalariados y artesanos de diversas ramas, sino llegando a incluir a los jefes políticos y propietarios de las mismas fábricas en calidad de socios activos, es decir, disfrutando de los mismos derechos que asociados de menores recursos. Esta heterogeneidad no se consideraba una limitación, sino por el contrario, la participación de elementos de distintos niveles sociales demostraba en la práctica la posibilidad de conjugar armoniosamente los intereses del Capital y del Trabajo y, por ende, establecer una sociedad más justa.
Así, por ejemplo, de la sociedad Esperanza de Querétaro era miembros el Gobernador del Estado, Cayetano Rubio, propietario de la famosa fábrica Hércules; algunos profesores, carpinteros, zapateros, etc. (30).
Por otra parte, es evidente la tutela o por lo menos una aceptación formal de los gobiernos estatales o de las autoridades locales con estas organizaciones de socorros mutuos. En algunos casos el Gobernador o Jefe Político del lugar era nombrado miembro honorario de estas sociedades; en otros, se sabe que los gobiernos locales subvencionaban o financiaban esporádicamente a las mutualidades. En otras ocasiones las autoridades locales apoyaban económicamente la instalación de escuelas, o bien regalaban libros a las bibliotecas de las sociedades asistiendo además a los exámenes finales de dichas escuelas.
La vida de estas sociedades, como mencionamos, fue breve: una sociedad existía en promedio cinco años e incluso menos; de algunas asociaciones se sabe únicamente el año de fundación y el proyecto para establecer un Reglamento que normara su actividad. Además del socorro mutuo, limitado ya por la rigidez de los estatutos y por la astucia de algunos que lograban medrar a costa de los fondos de la sociedad, la actividad de las asociaciones se reducía a la formación de bibliotecas y algunas escuelas nocturnas para adultos. Algunas asociaciones promovían con entusiasmo la realización de exposiciones artesanales e industriales intentando con ello el mejoramiento económico de los artesanos e impulsar el desarrollo industrial.
Gran número de asociaciones procuraban establecer relaciones con otras del mismo género, quizá procurando fortalecer el mutualismo. Por lo que puede deducirse de la información reunida, estas relaciones se limitaban a la asistencia a celebraciones de aniversario, al nombramiento de socios honorarios y no se ocupaban de la discusión de problemas comunes.
Como puede observarse la actividad mutualista en provincia fue importante en cuanto a la prolongada organización de asociaciones; sin embargo no se aprecian resultados prácticos en cuanto al mejoramiento social de los integrantes de dichas mutualidades.
En general, a pesar de la intensa propaganda, el mutualismo no logró su principal objetivo: aliviar la situación del trabajador. Se realizaron algunos intentos por reunir los esfuerzos de las organizaciones mutualistas; así tenemos que en 1872 se integró el Gran Círculo de Obreros de México y más tarde, en 1876, 1879 y 1894 se organizaron Congresos Obreros que no alcanzaron los objetivos propuestos. Ante el fracaso del mutualismo se inició la búsqueda acuciosa de otro tipo de soluciones.
(1) Francisco Barajas Montes de Oca, El régimen de trabajo en la época colonial, Revista Mexicana del Trabajo, México, Tomo IV, junio de 1950, Núm. 149, p. 14.
(2) Luis Chávez Orozco, Páginas de historia económica de México, México, CEHSMO, 1976, p. 43.
(3) Ibidem p. 37.
(4) Manuel Carrera Stampa, Los gremios mexicanos. La organización gremial en Nueva España 1521 - 1861, Prólogo de Rafael Altamira, México, EDIAPSA. 1954, IX - 399 p. p. 38.
(5) Idem.
(6) Severo Rocha, et al., Dictamen de la Junta de Artesanos, Semanario Artístico, T. 1, núm. 3, 24 de febrero de 1844, pp. 2 - 3.
(7) Juan E. Montero, et al., Fondo de beneficencia, proyecto de creación, Semanario Artístico, t. 1, núm. 6, 16 de marzo de 1844, pp. 3 - 4.
(8) Anónimo, Aceptación del proyecto de establecimiento de un fondo de beneficencia de la Junta de Fomento de Artesanos, Semanario Artístico, t. 1, núm. 4, 2 de marzo de 1844, pp. 3 - 4. Anónimo, Educación moral, Semanario Artístico, t. 1, núm. 21, 29 de junio de 1844 pp. 1, 2. Severo Rocha, Discurso en la instalación de la Junta Menor Artística de coheteros, Semanario Artístico, t. 1, núm. 22, 6 de julio de 1844, p. 4. Anónimo, Sociedades industriales y agrícolas, en Instrucción general, Semanario Artístico, t. 1, núm. 24, 20 de julio de 1844, pp. 1, 2. Diario del gobierno de Veracruz, Bancos de ahorros, Semanario Artístico, t. 1, núm. 45, 30 de noviembre de 1844, pp. 1, 2.
(9) Enrique Semo, Las revoluciones en la historia de México, Historia y Sociedad, Segunda época, núm. 8, julio - septiembre de 1976, p. 34.
(10) Jorge Basurto, El proletariado industrial en México 1850 - 1930, México, UNAM, 1975, p. 147.
(11) Alfonso López Aparicio. El movimiento obrero en México, antecedentes, desarrollo y tendencias, México, Editorial Jus, 1958, p. 96.
(12) Loc. cit.
(13) Anónimo, Reformas - artesanos - exposiciones de arte - cajas de ahorro - cajas de socorros mutuos - guardia nacional, El Eco del Comercio, t. II, núm. 60, 18 de mayo de 1848, p. 4. Anónimo, El pueblo asociado, El Ferrocarril, t1, núm. 7, 20 de noviembre de 1867, p. 1. Un amigo, Editorial, El amigo del pueblo, t. 1, núm. 9, 3 de septiembre de 1869, pp. 1 - 2. Fausto, Asociaciones, El eco de las artes, año 1, núm. 6, 25 de enero de 1873, pp. 1 - 2.
(14) Cfr. Gregorio Pérez Jordán, Sociedad Filantrópica Mexicana de Socorros Mutuos, El Constitucional, t. VI, año, IV núm. 943, segunda época, 12 de octubre de 1867, p. 3. Anónimo, Sociedad de Socorros Mutuos, La Constitución Social, t. 1, núm. 155, 16 de octubre de 1868, p.2. Anónimo, Tulancingo, en Gacetilla, El Constitucional, t. VIII, año V, núm. 1170. 5 de diciembre de 1868, p. 3. Anónimo, La asociación de artesanos (Noticias nacionales), El Siglo Diez y nueve, séptima época,, año XXV, t. VI, núm. 184, 14 de enero de 1868, p. 3. Manuel M. De Zamacona, La sociedad artístico - industrial, Crónica Nacional, El Globo, t. II, núm. 490, 30 de octubre de 1868, p. 3. Anónimo, Sociedad de Socorros Mutuos. Su historia, en Variedades, El Amigo del Pueblo, t.1, núm. 7, 15 de agosto de 1869, pp 3, 4. Anónimo, Asociación, en Gacetilla, Revista Universal, t. V, núm. 942, 15 de agosto de 1870, p. 3.
(15) Anónimo, Lentitud del correo, El Boletín Republicano, núm. 182, 30 de enero de 1868, p. 3.
(16) Anónimo, La Sociedad Mutua del Ramo de Sastrería, en, Cámara Nacional, El Globo, t. II, núm. 513, 22 de noviembre de 1868, p. 2, col. 4.
(17) Reglamento General de la Sociedad del Ramo de Sastrería para auxilios mutuos fundada el 20 de noviembre de 1864, El Socialista, año V, núm. 141, 12 de septiembre de 1873, pp. 1, 4.
(18) Loc. cit.
(19) Anónimo, La sociedad de sastres, El Socialista, año II, núm. 20, 15 de diciembre de 1872, p. 1, cols. 1, 3, p. 2, col. 1.
(20) Rosendo Rojas Coria, Tratado de cooperativismo, México, Prol. De Roberto Lira Leyva, México, Fondo de Cultura Económica, p. 176.
(21) Reglamento General de... , pp. 1, 4.
(22) José María Cabrera, Bancos de crédito, producción y fomento, El Socialista, año XIII, núm. 58, 28 de agosto de 1883, p. 1, cols. 1, 2, núm. 63, 20 de septiembre de 1883, p. 2, col. 3, p. 3, col. 1.
(23) Anónimo, Al trabajo, La Firmeza, año 1, núm. 6, 20 de mayo de 1874, p. 1, col. 4, p. 2, col. 1.
(24) José G. Prens, La enseñanza obligatoria, La Firmeza, año 1, núm. 37, 23 de diciembre de 1874, p. 1, cols. 1, 4.
(25) Juan N. Serrano, Nuestra sociedad, La Firmeza, año II, núm. 4, 30 de enero de 1875, p. 2, cols. 2, 3.
(26) Abelardo, Las huelgas (II), La Firmeza, año 1, núm. 27, 2 de septiembre de 1874, p. 1, cols. 1, 2.
(27) Anónimo, Las huelgas (II), La Firmeza, año 1, núm. 18, 12 de agosto de 1874, p. 1, col. 3.
(28) Anónimo, Fábricas de hilados y tejidos de algodón, El Socialista, año VII, núm. 21, 18 de noviembre de 1877, p. 2, cols. 3, 4.
(29) Juan de D. Plaza, Jalisco, en Correspondencia particular de El Socialista, El Socialista, año III, núm. 51, 21 de diciembre de 1873, p.2. A pesar de que esta referencia es anterior, puede suponerse que la situación no cambió radicalmente para 1877.
(30) Tomás Sarabia, Carta a Francisco de P. González, en, Correspondencia particular de El Hijo del Trabajo, El Hijo del Trabajo, año IV, núm. 148, 25 de mayo de 1879, p. 2, cols. 4, 5.