Índice de Ocho mil kilómetros en campaña de Álvaro Obregón | Proemio de Álvaro Obregón | CAPÍTULO II | Biblioteca Virtual Antorcha |
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Ocho mil kilómetros en campaña
Álvaro Obregón
CAPÍTULO PRIMERO
CÓMO FUI SIMPATIZADOR DEL SEÑOR MADERO
Corrían los últimos años de la dictadura del general Díaz. Ésta había extendido sus ramificaciones en todo el país, y automáticamente comenzaron a formarse dos partidos: el que explotaba y apoyaba al Gobierno de la dictadura, y el de oposición.
En el segundo de esos partidos me contaba yo, que en el largo período de diez años que pertenecí al gremio obrero y que administré algunas haciendas, pude darme cuenta exacta del trato que recibían de los capataces y de los patrones, todos los hombres que llevaban a sus hogares el pan ganado con el sudor de su frente; y pude apreciar también el desequilibrio inmenso que existía entre las castas privilegiadas y las clases trabajadoras, debido al inmoderado apoyo que las autoridades prestaban a las primeras para todo género de monopolios y privilegios.
Esta experiencia me llevaba al convencimiento de que era necesario odiar la tiranía, ya que no sabíamos amar y conquistar la liberrad. Cada espíritu de oposición que surgía, era para nuestro partido una esperanza: Flores Magón, Reyes, quienquiera, menos Díaz.
A medida que la división se acentuaba, multiplicábanse también las vejaciones de todo género para los que no aplaudíamos incondicionalmente todos los actos despóticos de las autoridades de aquel régimen.
Después de un período de decepciones y angustias políticas, surgió Madero, quien con valor y abnegación sin límites empezó su labor antirreeleccionista, enfrentándosele al tirano.
Todos los enemigos de la dictadura reconocimos en Madero a nuestro hombre; y el Maderismo germinó simultáneamente en la República.
El tirano y su corte dijeron: Dejemos a este loco, que se burlen de él en todo el país.
Aquel abnegado apóstol, en unos cuantos meses, recorrió la mayor parte de la República, encendiendo la verdad en todas las conciencias y conmoviendo con ella el podrido andamiaje de la dictadura.
Aprehendido Madero, arbitrariamente, por un supuesto delito que le inventara uno de los cachorros de Ramón Corral, el licenciado Juan R. Orcí; perseguidos sus principales colaboradores, no quedaba más recurso que la guerra.
Así lo comprendió la generalidad; pero no todos nos resolvimos a empeñarla.
Madero logra fugarse, y, burlando a los esbirros, gana la frontera:
La revolución estalla ...
Entonces el partido maderista o antirreeleccionista se dividió en dos clases: una compuesta de hombres sumisos al mandato del deber, que abandonaban sus hogares y rompían toda liga de familia y de intereses para empuñar el fusil, la escopeta o la primera arma que encontraban; la otra, de hombres atentos al mandato del miedo, que no encontraban armas, que tenían hijos, los cuales quedarían en la orfandad si perecían ellos en la lucha, y con mil ligas más, que el deber no puede suprimir cuando el espectro del miedo se apodera de los hombres.
A la segunda de esas clases tuve la pena de pertenecer yo.
La guerra seguía ...; y la prensa venal lanzaba los calificativos más duros a los hombres empeñados en la lucha contra el dictador.
Los maderistas inactivos nos conformábamos con hacer una propaganda solapada y cobarde. Seguíamos siendo objeto de mayores vejaciones, contentándonos con decir: ¡Ya nos la pagarán!
LA REVOLUCIÓN EN SONORA
Cuando en todo el país aparecían ya grupos rebeldes y en el Distrito de Alamos se preparaba el levantamiento encabezado por el hoy general de división Benjamín G. Hill, a quien todos los de aquel Distrito reconocíamos como jefe, por su valor civil y su entereza, fue éste aprehendido en compañía de los señores Flavio y Ventura Bórquez.
Con la aprehensión de Hill no se sofocó el movimiento insurgente en Sonora; al contrario, se precipitó ... Un día después, se iniciaba la revolución en Navojoa, Río Mayo, encabezada por los señores Severiano A. Talamante, sus dos hijos Severiano y Arnulfo, Carpio, Demetrio Esquer, los hermanos Chávez y Ramón Gómez con algunos otros; pero éstos, debido a la escasez de los elementos con que contaban, después de algunas escaramuzas con las fuerzas federales, tuvieron que emprender su marcha hacia la frontera para pertrecharse, habiendo tenido que librar un sangriento combate en Sahuaripa, el que fue de resultados desastrosos para ellos.
Las fuentes de información que nosotros teníamos eran muy vagas; y a la prensa y al telégrafo ningún crédito podía dárseles, porque estaban bajo la censura más escandalosa.
En abril empezó a notarse alarma en los círculos oficiales; alarma que fue aumentando hasta que pudimos saber que los maderistas se aproximaban a Navojoa, y, por fin, que atacaban aquella plaza, y que, al ser en ella rechazados, avanzaban con rumbo a nuestro pueblo, Huatabampo, en el que había una guarnición de 40 hombres perfectamente armados y pertrechados, a las órdenes del presidente municipal José Tiburcio Otero, quien era uno de los colaboradores que más se distinguieron en la época de la dictadura, por lo identificado que estaba con los procedimientos arbitrarios.
Otero, al saber la aproximación de los maderistas, huyó con su gente, . abandonándob en El Tóbari, pequeño puerto de cabotaje que se encuentra al poniente de la desembocadura del Río Mayo, en el Golfo de California, refugiándose el expresado individuo en la pequeña isla de Ciari, que está frente al puerto.
Al siguiente día hicieron su entrada a Huatabampo los rebeldes. Estos iban comandados por José Lorenzo Otero, Ramon Gómez y los hermanos Chávez.
Todos sus partidarios nos apresuramos a recibirlos.
La impresión que yo recibí al verles no se borrará jamás de mi memoria: eran como cien; de ellos, setenta armados; de los armados, más de treinta sin cartuchos, y los que llevaban parque lo contaban en reducidísima cantidad; los jefes se podían distinguir en que llevaban dotadas sus cartucheras. Las ropas que usaban todos aquellos hombres indicaban que no habían tenido cambio en mucho tiempo. Las dos terceras partes de ellos poseían montura, y el resto la improvisaban con sus propios sarapes. Todos aquellos combatientes revelaban las huellas de un prolongado período de privaciones ... Empecé a sentirme poseído de una impresión intensa, la que poco a poco fue declinando en vergüenza, cuando llegué al convencimiento de que para defender los sagrados intereses de la patria sólo se necesita ser ciudadano; y para esto, desoír cualquier voz que no sea la del deber. Encontraba superior a mí a cada uno de aquellos hombres.
Los hermanos Chávez nos relataron, con detalles vivos, la batalla que habían librado en Sahuaripa, en la cual perdieron a sus principales jefes, los señores Talamantes, quienes quedaron prisioneros en poder del general Ojeda, y por orden de éste fueron luego fusilados.
Unos días después salía de su prisión el hoy general Hill, e impulsando el movimiento revolucionario, tomó la plaza de Navojoa y avanzó sobre Álamos.
A raíz de tales acontecimientos, el telégrafo comunicó las noticias de los Tratados de Ciudad Juárez y la fuga de Díaz, y posteriormente la orden de Madero para suspender las hostilidades.
¡El triunfo de la Revolución era ya un hecho!
De pie en mi conciencia quedó la falta: yo en nada había contribuido al glorioso triunfo de la Revolución y, sin embargo, me consideraba maderista; sólo porque había protestado con alguna energía cuando el presidente municipal de mi pueblo pretendió hacerme firmar un acta de adhesión al general Díaz.
CÓMO FORMÉ PARTE DEL GOBIERNO DEL SEÑOR MADERO
Las elecciones municipales se preparaban en Sonora, dos meses después del triunfo de la Revolución.
El partido reaccionario y el antirreeleccionista empezaban sus trabajos políticos para formar el Ayuntamiento de Huatabampo.
El partido liberal me postuló para presidente del Ayuntamiento; y los reaccionarios, encabezados por José Tiburcio Otero, vástago de la tiranía e individuo que impunemente había quedado en la población, postulaban para presidente municipal al reaccionario Pedro H. Zurbarán.
Triunfó el partido antirreeleccionista. Desde ese momento era yo una autoridad legítima, porque había sido elegido por la voluntad del pueblo; pero esto no me reconciliaba con mi conciencia, la que constantemente me decía: No cumpliste como ciudadano en el movimiento libertario.
PRIMERAS AGITACIONES DE LA REACCIÓN
La reacción, incansable en su criminal labor de zapa, trabajaba con actividad, buscando el desprestigio del Gobierno Constitucional emanado de la revolución, y con su insidia y su oro, hábilmente manejados, logró sobornar a Pascual Orozco, quien de caudillo pasó a traidor, rebelándose contra el Supremo Gobierno.
El Presidente de la República, señor Francisco I. Madero, ordenó se combatiera a Orozco hasta someterlo, y a tal fin, una columna de las tres armas, al mando del general José González Salas, marchó a Chihuahua.
La fatalidad quiso, en esta vez, que los leales sufrieran la humillación y la derrota, consiguiendo que en los últimos días del mes de marzo los soldados de la traición los derrotaran en la memorable jornada de Rellano, donde el general González Salas se suicidó, a poco de su fracaso, para salvarse así de la vergüenza.
Con el triunfo alcanzado por Orozco en Rellano, los menguados que desconocen lo que vale la voluntad de un pueblo creyeron que el gobierno del señor Madero tocaba a su fin.
CÓMO FUI SOLDADO
Al conocerse el desastre del general González Salas, el gobernador de Sonora, José María Maytorena, ofreció en nombre del Estado, al señor Madero, un contingente de hombres armados que marcharían a Chihuahua a combatir la traición que se había encarado contra el Gobierno legítimo.
El jefe de la sección de Guerra del Estado de Sonora, señor Eugenio Gayou, telegrafió, en circular, a los presidentes municipales del Estado, preguntándoles el número de hombres que podrían reclutarse en sus respectivos municipios para formar la columna sonorense que debería dirigirse a Chihuahua a combatir al orozquismo.
El deber me dijo: He aquí la oportunidad que podrá vindicarte. Al recibir el mensaje del señor Gayou, me encontraba en la ciudad de Álamos, contestándole que pasaría a Navojoa a conferenciar con él.
Ya en aquel lugar, hablé largamente con el mencionado señor Gayou, a quien ofrecí mis servicios para reclutar gente y marchar con ella a la campaña de Chihuahua, ofrecimiento que me fue aceptado desde luego. Nos despedimos, dirigiéndome en seguida a mi pueblo.
Esto pasaba en los últimos días del mes de marzo de 1912, y para el día 14 de abril tenía ya reunidos trescientos hombres, en su mayor parte nativos de la región, de tronco indígena, los más de ellos propietarios, siendo en su totalidad agricultores, inclusive yo, que me dedicaba al cultivo del garbanzo en una pequeña hacienda que poseo en la margen izquierda del río Mayo y que lleva por nombre Quinta Chilla.
Hicimos nuestra salida el día 14 del propio mes de abril, a las 5 de la tarde. Nada tengo que decir del cuadro que presentaba nuestro viaje.
Ocurrieron a despedirnos casi todas las familias de los que marchábamos y un gran número de amigos.
Ibamos a Chihuahua, en cuyos desiertos la traición había sepultado, unos días antes, a más de la mitad de la columna mandada por el general González Salas, obligando al general Téllez a abandonar su artillería, y a Trucy Aubert a dejar muertos de sed, en el desierto, a más de las tres cuartas partes del efectivo de su columna.
Nos pusimos en marcha, y poco a poco fueron dejándose de oír las voces de los que nos deseaban un buen viaje, y poco a poco también perdíanse de vista los pañuelos que desde las azoteas agitaban nuestros familiares y amigos en señal de despedida.
Una nube de polvo empezó a envolvernos, y el silencio invadió a la columna. Cada quien pensaba en los afectos que acababa de dejar y en la suerte que correría en la campaña. Desde aquel momento todos los hombres que formábamos aquel grupo habíamos roto toda liga de familia y de intereses y ofrecíamos nuestra sangre a la patria.
La familia que yo había dejado en Huatabampo la constituían tres hermanas huérfanas y mis dos pequeños hijos, Humberto y Refugio, de cinco y de cuatro años de edad, respectivamente, los que estaban al cuidado de mis hermanas, por haber perdido a su madre.
El día 15 nos incorporamos a estación Navojoa, donde deberíamos embarcamos para la capital del Estado; y el día 16, a bordo de carros agregados al tren ordinario de pasajeros, emprendimos el derrotero rumbo a Hemosillo.
Como telegráficamente pidiera armas y cartuchos, y no se me remitieran a Navojoa, solicité del presidente municipal de aquel pueblo, que lo era entonces el señor Ramón Gómez, algunas armas, y éste me facilitó seis, con dotación de diez cartuchos cada una, las que sumadas a las dos que llevaba yo, hacían un total de ocho.
En la tarde de ese mismo día, a las seis, cuando íbamos en camino, entre las estaciones Pitahaya y Mapoli, un grupo de yaquis sublevados asaltó por sorpresa al tren, ataque que rechazamos con las pocas armas y el escaso parque de que íbamos dotados, causando a los asaltantes dos muertos.
Pasado este incidente, continuamos la marcha hasta estación Empalme.
Al siguiente día, diecisiete, salimos de Empalme, a bordo de los carros, e hicimos nuestro arribo a Hermosillo sin ninguna novedad; habiendo permanecido en aquella población hasta el día 19, fecha en que pasamos a acuartelarnos en la Villa de Seris, que está en las afueras de Hermosillo.
En Hermosillo se nos proporcionó armamento y equipo completos; y el Gobierno del Estado, por conducto de la Sección de Guerra, ratificó los nombramientos que yo había otorgado al organizar el batallón, denominándose éste 4° Batallón Irregular de Sonora, confiriéndoseme su mando con nombramiento de jefe nato del mismo Cuerpo y grado de teniente coronel de las fuerzas irregulares.
Se encargaba de dar instrucción militar al contingente de ese Cuerpo el capitán del mismo, Eugenio Martínez, quien tenía algunos conocimientos militares, por haber pertenecido, en épocas anteriores, al ejército regular.
El 4° Batallón Irregular de Sonora quedó integrado en la forma siguiente:
Jefe nato del batallón, teniente coronel Alvaro Obregón;
Oficialidad
Capitanes primeros: Antonio A. Guerrero y Eugenio Martínez;
Capitanes segundos: Francisco Bórquez, José A. Rocha y Juan Cruz;
Tenientes: Pablo Macías, Pioquinto Castro y Luis Rueda;
Subtenientes: Pedro Islas, Antonio Cruz y Tiburcio Morales;
Pagador: Guillenno Domínguez.
Tropa: 300 hombres, incluyendo una fracción de 50 de caballería.
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