Índice de Ocho mil kilómetros en campaña de Álvaro ObregónCAPÍTULO III -Primera parteCAPÍTULO III - Tercera parteBiblioteca Virtual Antorcha

Ocho mil kilómetros en campaña

Álvaro Obregón

CAPÍTULO TERCERO

Segunda parte


BATALLA DE SANTA ROSA

Tengo la honra de poner en el superior conocimiento de usted, que el primero del presente se encontraba la columna de mi mando en la Estación Batamotal, llegando las avanzadas a Empalme, cuando me dieron parte de que tres buques se aproximaban a la bahía de Guaymas. Inmediatamente mandé al capitán Alvarez Gayou para que efectuara un reconocimiento, quien me informó que habían anclado en la bahía los cañoneros Morelos y Guerrero y el buque General Pesqueira, perteneciente a la compañía naviera. Mandé exploradores para que me informaran el número aproximado de tropas que éstos traían; y por los datos que tuve, los buques desembarcaron alrededor de 1,500 hombres, siendo 300 de caballería y con dotación completa de artillería. Como los cañoneros podían muy bien bombardear Empalme, inmediatamente mandé que se retirara la avanzada que allí tenía, mandando sacar antes todas las locomotoras, para entorpecer los movimientos del enemigo; esto se hizo en la madrugada del día 2, ya cuando el Guerrero estaba fondeando frente a Empalme, con actitud amenazante. A las seis de la mañana empezó el bombardeo sobre la población, donde sólo había mujeres y niños, que, creyendo que nada tendrían que temer, se habían quedado, pues todos los hombres, con excepción de los extranjeros, huyeron ante la presencia de los federales. Poseídas del pánico más espantoso, las familias huían en todas direcciones, teniendo yo que destacar algunas de mis fuerzas para recogerlas y traerlas al campamento, cosa que se hizo en todo el día, y en trenes especiales fueron remitidas a esa capital.

Nuestra columna quedó acampada en Batamotal, pero como la columna enemiga se movilizó a Empalme, ordené la retirada inmediata a Estación Maytorena; al notar esto el enemigo, avanzó a Batamotal y nuestra columna retrocedió a Ortiz; estos movimientos, que sólo tenían por objeto retirar a los federales de Guaymas, hicieron creer a los generales Gil y Medina Barrón que no nos atrevíamos a presentar combate y que continuarían su marcha sin que nadie se atreviera a entorpecerla.

El día 4 la columna enemiga avanzó hasta Maytorena, llegando sus avanzadas hasta Santa Rosa; como estos movimientos indicaban que continuarían su marcha el día 5, reuní a todos los jefes para acordar lo conveniente; todos estuvieron de acuerdo en que se le preparara una emboscada al enemigo en la hacienda de San Alejandro, donde de antemano había hecho un reconocimiento detenido del terreno, acompañado del coronel Cabral.

Usted estuvo en la junta y aprobó todos nuestros planes; esa misma noche se movilizó toda la columna, y antes del amanecer quedó tendida en dos alas paralelas, cubriendo el frente, de manera que el enemigo no pudiera escapar.

Amaneció el día 5 y el enemigo no avanzó; el 6 Y el 7 tampoco lo hizo, haciéndolo el 8, que destacó una columna como de 500 hombres, la que tomó posesión de Santa Rosa, después de tirotear al mayor Trujillo, que hacía servicio de exploración.

Como habían transcurrido tres días, ya no era fácil que la columna enemiga cayera en la emboscada, pues en un período tan largo hubo que relevar varias veces la gente y estos movimientos podían habernos denunciado. Esto me hizo cambiar de plan: inmediatamente salí, acompañado del coronel Cabral, del jefe de mi Estado Mayor, Nicolás Díaz de León, del mayor Félix y del capitán Chaparro, haciendo un reconocimiento detenido hasta llegar a menos de un kilómetro de donde estaba el enemigo; tomamos una altura y desde allí pudimos darnos cuenta exacta de las posiciones que ocupaban; volvimos al campamento, donde mandé reunir a todos los jefes para acordar con ellos el ataque sobre Santa Rosa; en todo estuvieron de acuerdo, y el asalto quedó resuelto en la forma siguiente: por el frente, coronel Juan G. Cabral con las siguientes tropas: 4° Batallón Irregular de Sonora, comandado por el mayor Francisco R. Manzo, con 21 oficiales y 200 de tropa; ex-Insurgentes y Guardias Nacionales del Estado, comandados por el mayor Francisco G. Manríquez, con 5 oficiales y 60 de tropa; fracción del 3er. Batallón Irregular de Sonora, comandado por el capitán primero Amulfo R. Gómez, con 4 oficiales y 100 de tropa.

Ayudante, capitán primero Luis Álvarez Gayou.

Teniente Francisco Arvizu.

Total: 3 jefes, 30 oficiales y 365 de tropa.

Por el flanco derecho: coronel M. M. Diéguez; ayudante, teniente Alejandro Quiroga, con los siguientes cuerpos: Voluntarios de Cananea: comandante, capitán primero Pablo Quiroga, con 14 oficiales y 150 de tropa; Voluntarios de Arizpe: comandante, mayor Francisco Contreras, con 14 oficiales y 200 de tropa; fracción del Cuerpo Auxiliar Federal: comandante, mayor Luis Bule, con el mayor Urbalejo, con 11 oficiales y 209 de tropa.

Total: 4 jefes, 41 oficiales y 559 de tropa.

Por el flanco izquierdo: coronel Ramón V. Sosa con sus ayudantes, capitanes primeros Miguel Piña, hijo, y Felipe Plank, con los siguientes cuerpos: fracciones del 48° Cuerpo Rural y de Guardias Nacionales del Estado, comandadas por los mayores José M. Acosta Y Jesús Gutiérrez, con 19 oficiales y 200 de tropa; fracciones del 47° Cuerpo Rural y 5° Batallón Irregular de Sonora, al mando del mayor Carlos Félix y capitán primero J. Gonzalo Escobar, con 8 oficiales y 235 individuos de tropa; fracciones de Voluntarios del Río de Sonora, de Guaymas y de Hermosillo, comandadas por el mayor Aurelio Amavisca, con 26 ofIciales y 215 de tropa; Cuerpo de ex-Insurgentes, comandado por el mayor Jesús Trujillo, con 5 oficiales y 100 individuos de tropa; Batallón Fieles de Huírivis, al mando del capitán primero Lino Morales, con 22 oficiales y 300 individuos de tropa; Voluntarios de Mátape, al mando del capitán segundo Jesús Pesqueira, con 5 oficiales y 40 individuos de tropa.

Total: 6 jefes, 90 oficiales y 1,090 individuos de tropa.

La sección de artillería, compuesta de su comandante el capitán primero Maximiliano Kloss, con 5 oficiales y 40 artilleros, quedó dividida así: 2 ametralladoras Colt de 7 mm. con el capitán prtmero Lino Morales; 2 con el capitán primero J. Gonzalo Escobar; 2 con el coronel Diéguez y el mayor Félix; 1 con el mayor Bule y 2 con el mayor Manzo; quedando en reserva 5 piezas iguales.

El asalto empezó a las 5 a. m. del día 9, iniciándolo las fuerzas del flanco derecho y las del frente y formalizándose momentos después hasta tomar el carácter más sangriento: los combatientes se mezclaban y combatían cuerpo a cuerpo; se hacían prisioneros, que eran atados de los brazos por no haber tiempo para más. El mayor Manzo se batía con arrojo; los mayores Bule y Urbalejo redujeron el círculo al enemigo, y al frente de sus fuerzas se batían como leones, a cuerpo descubierto. El mayor Contreras cubría la retaguardia de ellos y se mostraba impaciente por entrar en acción; el coronel Diéguez, con la serenidad que le caracteriza, hacía sus movimientos siempre oportunos y atrevidos. Las fuerzas del frente ocasionaban al enemigo grandes pérdidas, logrando en el primer encuentro matarle un jefe, 5 oficiales y más de 50 de tropa y cogerle 40 prisioneros, que fueron hechos por las tropas del mayor Manzo. En los momentos en que el combate era más reñido, mandé al capitán Chaparro, de mi Estado Mayor, a trasmitir una orden al mayor Manzo, cumpliendo con admirable valor su cometido, habiendo tenido que atravesar por entre los fuegos de los combatientes, y como se diera cuenta de que el enemigo acababa de hacer 2 prisioneros nuestros, avanzó con arrojo hasta quitarlos. Uno de ellos era el teniente Manuel Mendoza.

Por el flanco izquierdo se registraban también iguales actos de heroísmo; en los primeros momentos del combate fue muerto el mayor Gutiérrez y herido el capitán Escobar; estos acontecimientos, y muy especialmente la muerte del mayor Gutiérrez, jefe que siempre se distinguió por su valor y que era muy querido por todos, enardecieron más los ánimos de los mayores Acosta, Trujillo y Félix, quienes redoblaron sus esfuerzos hasta arrancar a los federales de las posiciones que ocupaban y reducidos a las casas de Santa Rosa. La misma cosa pasaba en el flanco derecho, donde el mayor Bule, uno de los jefes más prestigiados de las fuerzas yaquis, acababa de caer muerto de un balazo en la cabeza.

El grueso de la columna enemiga estaba en Maytorena, y cuando recibió aviso de que había sido atacada la columna de la vanguardia, forzó la marcha y antes de las 8 a. m. ya se descubría una densa nube de polvo que denunciaba su avance. Poco a poco fue aproximándose, y cuando se hubo acercado lo bastante, pude ver que de la extrema vanguardia a la retaguardia, cubría una extensión de 78 postes de teléfono, dato que desde luego me reveló su magnitud.

Se componía, según los datos recogidos de los prisioneros, de 1,500 hombres, entre artillería e infantes y 300 dragones, con 12 ametralladoras y 8 cañones de grueso calibre. Medina Barrón cometió la gran torpeza de hacer avanzar la caballería adelante, la que se componía de 300 dragones, que en el término de una hora habían quedado reducidos a 60 o 70 y que en la más completa dispersión salieron huyendo por distintos rumbos; algunos de ellos no se detuvieron hasta llegar a Guaymas. En seguida entró la infantería, y la artillería de grueso calibre abrió sús fuegos, secundándola las ametralladoras y fusilería. El combate se generalizó, pero nada hacía retroceder a nuestros soldados un solo paso, al contrario, avanzaban continuamente; al enemigo le fue imposible seguir avanzando y 9uedó formando un ángulo recto, desde las casas de Santa Rosa a la Vla del ferrocarril y sobre ésta, en una extensión como de 1 kilómetro.

A las 11 a. m. llegó el coronel Alvarado con las siguientes fuerzas: Cuerpo Auxiliar Federal, 2" Compañía Voluntarios Benito Juárez, Zaragoza de Bacerac, de Magdalena y de Pilares de Nacozari, con 24 oficiales y 434 individuos de tropa, entrando desde luego en acción por el flanco derecho, que era el que más reñidamente disputaba el enemigo, donde fue siempre rechazado. El coronel Alvarado se batió con valor y acierto.

El coronel Sosa, que fue el primer jefe en Batamotal y que conservó siempre el contacto con el enemigo, desplegó gran actividad durante todos los días que duró el combate, no obstante de estar muy delicado de salud. Desde que recibí el mando de la columna le manifesté mi deseo que fuera a Hermosillo a atender a su salud; pero él se negaba y me decía: No me moveré de aquí antes de que se libre la batalla.

Desde el primer día se destacó la fuerza que mandaba el mayor Urbalejo a cubrir uno de los puntos más importantes, llamado Aguajito, y los federales hicieron siempre verdaderos esfuerzos para apoderarse de dicho punto, siendo siempre rechazados por las fuerzas de Urbalejo.

Las tropas se relevaban cuando se podía, y las que no recibían relevo permanecían en sus puestos sin decir una palabra. Así pasó todo el primer día y la noche: los federales haciendo esfuerzos por hacernos retroceder y los nuestros avanzando de una manera lenta, pero segura.

En la mañana del día siguiente, los federales lograron tomar uno de los cerritos de la derecha y emplazaron en él una ametralladora, protegida por una batería de artillería de grueso calibre, emplazada como a 350 metros; el teniente Urías, del 4° Batallón Irregular de Sonora, con 20 hombres de su cuerpo y 15 del coronel Diéguez se lanzó sobre aquella posición, que era una verdadera fortaleza; media hora después pudimos ver cómo se disputaban el cerro: nuestros soldados tenían la mitad y los federales la otra, registrándose verdaderos actos de temeridad, hasta lograr Urías desalojarlos por completo, haciéndoles algunos prisioneros y quedando en poder de él la importante posición; desde ese momento, la artillería de grueso calibre abrió sus fuegos sobre la citada loma, descargando como 70 granadas que, al explotar sobre ella, la cubrían de humo; los federales, que con este fuego creían haber acabado con los nuestros, lo suspendieron, y cuando se hubo disipado el polvo, con verdadera sorpresa pude ver que ninguno de nuestros soldados había abandonado su puesto y que continuaban haciendo un fuego terrible.

Siguieron nuestras fuerzas ese día avanzando y mejorando sus posiciones, despreciando el fuego de artillería enemiga, que cada vez se hacía más nutrido. Esa noche hicieron los federales tres asaltos simultáneos y los tres fueron rechazados, y cuando amaneció, ya estaban los federáles reducidísimos; la l1rtillería de grueso calibre casi había cesado de hacer fuego.

A las ocho de la mañana del día 11 se incorporó a este campamento el coronel Jesús Chávez Camacho, quien fue comisionado desde luego para municionar y organizar las fuerzas que del combate venían a tomar descanso y alimento, nombrando para que le ayudaran en el desempeño de esta comisión al capitán primero F. S. Betancourt, capitán primero Gerardo Ortiz, capitán segundo Rafael Durazo, subteniente Crisóforo García y Domingo Gutiérrez. El coronel Camacho cumplió con verdadero celo, pues su actividad estaba a la altura de las circunstancias.

En la tarde del mismo día 11 el parque empezó a escasear. y lo pedí a usted urgentemente. A las 4 p. m. acompañado de mi Estado Mayor hice un detenido reconocimiento de las posiciones que ocupaba el enemigo, de las ventajas que las nuestras ofrecían y pude ver cómo los federales ya no podían moverse; a esa misma hora el coronel Diéguez hizo un movimiento atrevidísimo, logrando llegar, al frente de una fracción de su Cuerpo, a una distancia de 100 metros de la batería enemiga y, forzando el ataque enérgicamente, logró poner a los federales en condiciones múcho más difíciles.

Quise destacar gente para que les cortara la retirada, pues era seguro que esa noche la intentarían, pero al hablar con el coronel Sosa, me manifestó que tenía 600 hombres sin cartuchos, pues los 575,000 que me remitió usted en tren especial llegaron al amanecer, y a esto se debe que la columna Gil-Barrón no se hubiera acabado por completo.

La mañana del día 12 destaque ál mayor Trujillo, con 150 caballos, sobre la columna enemiga, quien la siguió hasta Maytorena.

Desde luego se procedio a levantar el campo, habiéndose recogido 6 ametralladoras, 7 cofres con 2,500 cartuchos para las mismas, 91 cargadores, una caja de herramientas, 26 granadas de cañón, un armón, 7 cofres para granadas, 200 máusers, 30 OOO cartuchos de 7 mm., 230 monturas, 40 caballos, 2S acémilas, 3 furgones con provisiones de boca, 3 carros de transporte, 2 teléfonos de campaña, un telémetrO y multitud de objetos de uso personal de los jefes y oficiales federales, que abandonaron en su fuga.

Hemos incinerado hasta hoy 380 cadáveres y sepultado 84; total de muertos, 464, de los cuales corresponden a nuestras fuerzas, 42, según pormenor adjunto, y quedando, en consecuencia, como correspondientes al enemigo 422 muertos. El enemigo perdió también 180 individuos que cayeron prisioneros en nuestras filas durante los tres días de combate. El número de dispersos no lo puedo precisar; pero debe de ser muy crecido, pUes tengo conocimiento de que hasta en la sierra del Bacatete han recogido algunos los yaquis.

En resumen, el total de bajas por nuestra parte, fue de: 2 Jefes, 7 oficiales y 33 de tropa muertos, y 10 oficialeS y 79 de tropa heridos.

De los 422 muertos del enemigo, no fue posib1e hacer la identificación de los jefes y oficiales; pero por las insignias que portaban se reconocieron 5 Jefes, y más de 30 oficiales. Tengo datos precisos de que el general Medina Barrón salió gravemente herido, así como dos mayores médicos y algunos otros jefes y oficiales.

El mayor Urbalejo, que sucedió en el mando al mayor Bule, no regresó a este campamento hasta que la bátalla se termino; no habiéndose podido relevar en las pósiciones que ocupaba, permaneció en ellas los tres días del combate; durante lOs cuales loS federales estuvieron disputándoselas constantemente.

El capitán Arias fue destacado con 4O hombres de avanzáda rumbo a La Pasión, y cuando se le ordeno incorporarse no fue encontrado por los que llevaron la orden; fue repetida, y tampoco fue encontrado ésta segunda vez; se había creído que había abandonado su puesto;' pero no fue así, pues hábía permanecido cuatro díáS sin comer, al cabo de los cuales se incorporó, dejando varios de sus soldados, que ya no pudieron dar paso de hambre, qúienes en seguida. fueron traídos y atendidos por el personal de las cruces Blanca y Roja. Estuvieron a punto de perecer todos, pero cumplían con su deber. Menciono estos dos hechos para que se forme una idea del comportamiento de nuestras tropas, que una vez más han demostrado su abnegación y patriotirmos, sin que pueda hacerse mención de ninguno de los cuerpos o fracciones, pues todas, sin excepción, pudieron ponerse a la altura de la comisión que se les confiaba. Me siento orgulloso de comandar una columna como esta. A los coroneles Cabral, Alvarado y Diéguez, Sosa y Camacho, nada hubo que ordenarles; obraron con verdadera iniciativa y oportunidad. Los mayores Gutiérrez, Manzo, Acosta, Trujillo Bule, Félix, Manríquez, Urbalejo, Contreras y Amavisca, estuvieron heróicos. La oficialidad toda estuvo con grandes bríos y entusiasmo, pudiéndose aún hacer mención de los siguientes: capitán primero de artillería, Maximiliano Kloss; capitanes primeros Locas Oros y Guadalupe Ramírez, de las fuerzas al mando del mayor Acosta; capitanes segundos de las mismas fuerzas, Julio Montiel, Guillermo McGregor y Feliciano Acosta; capitán primero Miguel Valenzuela y capitán segundo Agustín Chávez, de las fuerzas del coronel Alvarado; capitán primero Pablo Quiroga, de los Voluntarios de Cananea, al mando del coronel Diéguez; teniente Enrique Urías, capitanes segundos Tiburcio Morales y Guillermo Palma, del 4° Batallón irregular de Sonora, al mando del mayor Manzo, y todos los oficiales del Batallón Fieles de Huirivis, que comanda el capitán primero Limo Morales.

Por separado tengo el honor de remitir a usted un cuadro en que figuran todas las unidades de esta columna que tomaron parte en el combate. En éste no figuran las columnas que se destacaron al Yaqui, y que actualmente se encuentran sitiando a Torin, por no haber creido necesaria su colaboración en la batalla.

En el cuadro a que hago referencia, figuran, marcados con una M, los que murieron en la batalla, y con una H, los que fueron heridos.

El personal de las cruces Blanca y Roja prestó muy importantes servicios, no obstante que los federales hacían fuego sobre dichas corporaciones siempre que se aproximaban a levantar heridos. El mayor médico Pedro escobar prestó también importantes servicios, tanto en laatención de heridos como en el levantamiento del campo.

Me permito hacer a usted mención del mayor Nicolás Díaz de león, del capitán Benjamín Chaparro, del capitán segundo J. J. Méndez y del teniente Luis M. Anchondo, que pertenecen a mi Estado Mayor.

Al renovar a usted mis felicitaciones por este nuevo triunfo, hago a usted presente mi subordinación y atenta y distinguida consideración.

Sufragio efectivo. No reelección.

Campamento de San Alejandro, mayo 15 de 1913.
El coronel en Jefe. Álvaro Obregón.

Al C. Gobernador Interino, Ignacio L. Pesqueira.
Hermosillo, Son.

Después de esta victoria, fui ascendido a general brigadier, por acuerdo del C. Primer Jefe del Ejército Constitucionalista, y, unos días más tarde, le fue conferido igual grado al coronel Salvador Alvarado, por el mismo Primer Jefe.

Más tarde me comunicó el Gobernador del Estado, señor Ignacio L. Pesqueira, que el C. Primer Jefe del Ejército Constitucionalista, don Venustiano Carranza, le había extendido despacho de general de brigada, con fecha 17 de mayo.

El gobernador Pesqueira hacía una activa labor para adquirir pertrechos y provisiones con que abastecer a nuestras tropas, aparte de la labor que desarrollaba como Gobernador del Estado, y de la cual no hago mención alguna, por ser esta obra de carácter puramente militar.

Cuando logramos municionar a nuestras fuerzas y darles el necesario descanso, llegaron nuevos refuerzos de Guaymas, incorporándose con ellos el general de división Pedro Ojeda, quien, desde luego, asumió el mando de la división federal, reconcentrando las tropas que estaban en la región del Yaqui.

De esta manera, el efectivo del enemigo reconcentrado en Guaymas se elevaba ahora a 6,000 hombres, teniendo 16 cañones de grueso calibre y 20 ametralladoras.

Ojeda, desde que se incorporó y se enteró del desastre que en Santa Rosa había sufrido la columna al mando del general Gil, sumó la experiencia que le daba este fracaso con la que personalmente adquiriera en sus desastres en la frontera, y desde luego se dedicó a tomar toda clase de precauciones para preparar un avance seguro, aunque lento: Mandó arreglar góndolas blindadas en los talleres de Empalme; hizo emplazar en plataformas, también blindadas, 2 cañones de 80 mm., y después de proveerse de todo lo que juzgó necesario para su éxito, emprendió el avance el día 29 del mismo mes, acampando en Batamotal, donde tomaron contacto nuestras vanguardias, ese mismo día.

El coronel Benjamín G. Hill había llegado, para entonces, a Estación Cruz de Piedra con su columna, reparando la vía hasta aquella estación, y se le comunicaron órdenes para que marchara a incorporarse a nuestro campamento en Estación Moreno a fin de que cooperara en las operaciones que tendrían que llevarse a cabo contra la columna de Ojeda.

El avance de Ojeda se continuó hasta Estación Ortiz, lugar donde se libró la batalla, consumándose en Santa María.

A continuación se inserta el parte oficial relativo a estas acciones, que tuvieron por resultado el más completo triunfo de nuestras armas; figuran también unas fotografías de los pertrechos recogidos a Ojeda:


SITIO DE ORTIZ Y BATALLA DE SANTA MARÍA

Tengo el honor de poner en el superior conocimiento de usted que después de haber tomado el contacto con la columna del general Ojeda, el día 29 de mayo próximo pasado, en Batamotal, emprendí con la brigada de mi mando la contramarcha hacia el Norte, dejando, para que conservara el contacto con el enemigo, al coronel M. M. Diéguez, con instrucciones de hacer visibles sólo 300 hombres y de ir retirándose paulatinamente para atacar a las fuerzas de Ojeda.

Con el grueso de la brigada continuaba yo retrocediendo, a una distancia cuando menos de 20 kilómetros del enemigo, con objeto de que nuestro efectivo y nuestros movimientos no fueran conocidos.

Así continuamos replegándonos hasta Estación Ortiz, donde fue también reconcentrada la columna Diéguez; y al general Alvarado se le ordenó que tomara el contacto con el enemigo, retirando la columna Diéguez a Estación Tapia, y el resto de la brigada a Estación Moreno, adonde se ordenó la incorporación de la columna Hill, que se hallaba acampada en Cruz de Piedra.

Durante todo este tiempo, acompañado de mi Estado Mayor y del jefe que tenía tomado el contacto con las fuerzas enemigas, diariamente hacía yo reconocimientos de todos los movimientos de Ojeda, logrando, de esta manera, que no hiciera uno solo que no fuera conocido por mí.

La columna enemiga se componía de 4,000 hombres, 10 cañones y 12 ametralladoras, y traía la formación siguiente: la extrema vanguardia, compuesta de 200 dragones, marchaba a un kilómetro de la vanguardia, que la formaba el llamado cuerpo Serranos de Juárez, en número aproximado de 600 hombres; los flanqueadores, marchando paralelos a la vía del ferrocarril, y a una distancia de 2 kilómetros de éste, se componían como de 200 dragones a cada lado; la vanguardia. traía, durante el día, un tren blindado con una batería de 2 cañones de grueso calibre, 2 ametralladoras y un sostén de 200 infantes, apoyando sus flancos con dos pequeños grupos de caballería; a 4 kilómetros atrás estaba el grueso de la columna, y a un kilómetro de ésta, la retaguardia.

Su marcha la hacían como sigue: a las seis de la mañana avanzaba el mencionado tren blindado hasta la vanguardia, abriendo sus fuegos los cañones de grueso calibre sobre todos los lugares que creían ocupados por tropas nuestras. Después de un fuego de dos horas, hacían avanzar su caballería, y ésta efectuaba una minuciosa exploración, y un cuerpo de zapadores emprendía un detenido reconocimiento sobre la vía, avanzando entonces la vanguardia y los flanqueadores; después de ocupar las principales posiciones hasta el sitio explorado por la caballería y de construir loberas en las partes donde no se contaba con una fortificación natural, el grueso de la columna seguía este movimiento. A las seis de la tarde el tren blindado y la mayor parte de la caballería volvían al campamento, quedando únicamente un reducido número de caballería como extrema avanzada, y cubriendo la vanguardia la infantería, que durante el día se habían ocupado en tomar posiciones. Por la noche, en todos los cerros que ocupaban encendían grandes fogatas.

Así marcharon hasta Estación Ortiz, variando su avance diario según las facilidades que les ofrecía el terreno. En Ortiz suspendieron su marcha, y viendo que no podíamos alejarnos más de su centro de operaciones (Guaymas), y estudiado que hube el plan que podía ponernos en condiciones de destruirlos, sin que pudieran ellos causarnos daños, reuní a todos los jefes de la brigada y, de todos, mereció la aprobación, habiendo procedido desde luego a dar las siguientes órdenes para llevarlo a cabo:

El coronel Chávez Camacho marcharía a Cruz de Piedra a hacerse cargo de aquella guarnición y proporcionarse los elementos para aprovisionar las fuerzas que deberían sostener el sitio por la retaguardia; el general Alvarado, con su columna, marcharía el día 16, siguiendo como ruta El Represo, El Saucito, La Puente, debiendo tomar posesión de El Aguajito al amanecer del 19; el coronel Ochoa, con la columna de su mando, seguiría la misma ruta que el general Alvarado, hásta La Puente, de donde la dejaría, para tomar posesión del Chinal al amanecer del mismo día 19; el mayor Méndez marcharía con sus tropas a cortar las comunicaciones entre Tres Gitos y Batamotal, de manera que amanecieran destruidas el 19, con orden de incorporarse en seguida a Santa María; el coronel Diéguez con su columna que quedaría en Estación Tapia, de donde avanzaría la tarde del 18, y en combinación con las fuerzas del coronel Hill, simularía un ataque por el flanco, al enemigo; el coronel Hill, después de simulado el referido ataque, contramarcharía a Tapia, y ya entrada la noche, emprendería la marcha, formando un semicírculo, hasta llegar al switch Anita, desde donde, al amanecer, empezaría a destruir las vías del ferrocarril y telégrafo hacia el Sur y se acamparía con su columna en Santa María; la artillería, al mando de su comandante Kloss, quedaría así: 4 ametralladoras con la columna Ochoa, 3 con la columna Alvarado, 2 con la columna Diéguez y 5 en reserva, en Estación Moreno. Yo, acompañado del coronel Hill, mi Estado Mayor y la escolta al mando del capitán Juan Cruz, establecería, el mismo día 19, el Cuartel General en Chinal. Todas las marchas deberían hacerse siempre de noche, ocultándose las columnas durante el día, para que no fueran conocidos nuestros movimientos por el enemigo.

A las 4 a. m. del día 19, y cuando con la vanguardia de la columna Ochoa llegaba yo a la ciudad, se oían las explosiones de la dinamita con que el coronel Hill destruía la vía; a esa misma hora, el general Alvarado tomaba posesión de El Aguajito, y el intrépido mayor Méndez, acompañado del jefe yaqui Mori, después de interrumpir las comunicaciones entre Batamotai y Tres Gitos, como lo había ordenado, y obrando a su propia iniciativa, atacaba y destruía la guarnición federal de Maytorena, tomando posesión de esta estación e incorporándose a la columna del coronel Hill en Santa María.

Así quedó establecido el sitio de Ortiz, sin que el general Ojeda pudiera siquiera darse cuenta de las posiciones que ocupábamos, y en dónde se encontraban nuestras columnas.

El mismo día 19, a las 10 a. m., Ojeda intentó reparar la vía, haciendo avanzar un tren de reparaciones, protegido por un tren blindado que llevaba 2 cañones y 200 soldados, apoyando sus flancos por dos columnas de dragones en número aproximado de 300. Este convoy volvió el día 20 a continuar la reparación y fue rechazado por las fuerzas del general Alvarado, que ya habían tomado posiciones frente a Santa Rosa.

Devuelto el tren hasta frente a San Alejandro, intentaron los federales apoderarse de El Chinal, haciendo venir de Ortiz otro tren con número de fuerzas aproximadamente de 600 hombres, resultando todos sus esfuerzos inútiles, por haber sido vigorosamente rechazados por las fuerzas del coronel Ochoa, que habían tomado las posiciones del frente, compuestas del 4° Batallón, Cuerpo de Voluntarios de Altar, 31° Cuerpo Rural, fuerzas del capitán Beltrán, 47° Cuerpo Rural y una sección de ametralladoras mandada por el mayor Kloss.

En los mismos momentos, parte de las fuerzas del mayor Méndez, al mando del capitán primero Eleazar Amavisca, que había quedado de destacamento en Maytorena, sorprendió a una fuerza federal que venía del lado de Empalme, derrotándola completamente y haciéndole 2 muertos y 17 prisioneros con armas y municiones, sin que los nuestros sufrieran ninguna baja.

En la noche del mismo día 20, cuando se relevaban las tropas que cubrían las alturas, fueron designados para cubrir el cerro del Chinal, al pie del cual estaba acampada la columna Ochoa, dos oficiales del Cuerpo de Voluntarios del distrito de Arizpe, con 100 hombres del mismo cuerpo, los que faltaron a las órdenes recibidas: no lo cubrieron, y al ser notado esto por los federales, destacaron una fracción que se apoderó de él, a las 9: 30 p. m., abriendo sus fuegos sobre el campamento de Ochoa.

Inmediatamente ordené a dicho coronel se retirara con su columna al Aguajito, sin contestar el fuego a los federales, para evitar que se fuera a empeñar un combate que nos apartara del plan general que se había adoptado, orden que fue cumplida esa misma noche.

El día 21 quedó establecido el Cuartel General en El Aguajito, y se daba descanso a la columna Ochoa, para relevar con ella a las fuerzas del general Alvarado, que habían estado rechazando constantemente a los federales, que intentaban apoderarse de las lomas de San Alejandro.

Durante el día 22, el enemigo siguió siendo rechazado, y por la tarde emprendió un ataque sobre las posiciones que tenía tomadas el coronel Diéguez, con su columna, entre Tapia y Ortiz, y fue duramente repelido, obligándolo a replegarse nuevamente a esta última estación.

El día 24 continuaron los federales en sus esfuerzos por romper el sitio, intentando, por la noche, apoderarse del cerro que está al poniente de la loma de San Alejandro, posición ocupada por las fuerzas del mayor Amavisca, habiendo sido rechazados los federales con algunas pérdidas, entre ellas el capitán que los comandaba, que quedó muerto frente a dicha posición. Este último día se acordó dejar en descanso una parte de la columna del general Alvarado, para que estuviera lista y pudiera reforzar, sin pérdida de tiempo, el lugar por donde los federales intentaran romper el sitio, siendo designados para el caso, el Cuerpo Auxiliar Federal, que comandaba el teniente coronel Urbalejo; Voluntarios del Río de Sonora, comandados por el mayor Aurelio Amavisca; Voluntarios de Guaymas, Voluntarios de Zaragoza, 40 hombres de la Compañía Benito Juárez y 40 hombres de la Guardia Especial.

El teniente coronel Urbalejo y el mayor Lino Morales, distinguiéndose siempre en los ataques que los federales emprendían contra sus posiciones, no sólo los rechazaban, sino que los hostilizaban hasta arrancarlos algunas veces de las ocupadas por ellos, haciéndolos retroceder hasta la casa de San Alejandro.

El 24, el enemigo se retiró de frente a nuestras posiciones, empezando a reconcentrarse en Ortiz, sin que la noche de ese día ocurriera nada notable, salvo la destrucción que hicieron los federales de dos grandes puentes entre dicha estación y Tapia.

El 25, como a las siete de la mañana, el capitán Beltrán, que ocupaba los cerros más elevados, frente a San Alejandro, rindió parte de que el enemigo emprendía su marcha por el valle, al oriente de la vía del ferrocarril. Inmediatamente salí a hacer un reconocimiento, acompañado del general Alvarado y algunos oficiales de Estado Mayor, habiendo ascendido al cerro frente al Aguajito, estando en observación hasta que nos cercioramos plenamente de que era el total de las fuerzas de Ojeda, que marchaban con rumbo a San María, seguramente intentando apoderarse de esta hacienda. Desde luego lo comuniqué, con extraordinario, al coronel Hill, ordenándole que alistara todos sus elementos; al coronel Diéguez comuniqué instrucciones de que avanzara con su gente a ocupar la Estación Ortiz, lo que ya este jefe había procedido a hacer, desde el momento que notó el movimiento de la retirada de los federales, procediendo también, con la hábil y activa gestión del mayor J. L. Gutiérrez, jefe de trenes, a reparar la vía del ferrocarril. Ordené también al general Alvarado marchara violentamente a reforzar a Hill con las fuerzas que estaban en descanso, y que ascendían a 650 hombres, para que resistieran al enemigo, mientras se reconcentraba el resto de la columna Alvarado y las fuerzas del coronel Ochoa, que estaban en servicio, para atacar con ellas a la columna federal por la retaguardia.

A las 12: 30 p. m., y cuando las fuerzas del general Alvarado llegaban a Santa María, ya las tropas del coronel Hill se batían con el enemigo, que hacía esfuerzos inauditos por apoderarse del agua de que se abastece esa hacienda. El general Alvarado empezó a dictar órdenes, distribuyendo las fuerzas en la forma siguiente: por el centro, 1a. y 3a. compañías del Cuerpo Auxiliar Federal y 40 hombres de los Voluntarios Benito Juárez; a la derecha, fuerzas del teniente coronel Trujillo, del mayor Rivera Domínguez y la 4a. compañía del Cuerpo Auxiliar Federal; a la izquierda, 2a. compañía del Cuerpo Auxiliar Federal, cuerpos de voluntarios del Río de Sonora, de Guaymas y de Zaragoza, y fuerzas del mayor Méndez, y sostén y reserva, fuerzas del mayor Belisario García y del capitán Francisco D. Quiroz.

A las 2: 30 el combate se había generalizado ya. Los fuegos de la artillería y fusilería del enemigo eran nutridísimos, pues cada vez procuraban dar mayor vigor a sus ataques, con la esperanza de desalojar a los nuestros y apoderarse del agua, elemento de que carecían. El primer ataque lo dieron sobre nuestras posiciones del centro, siendo rechazados; cargaron entonces sobre nuestra ala derecha, intentando abrirse paso por allí; pero el teniente coronel Trujillo, después de algunos esfuerzos, logró rechazarlos también. En el curso de la tarde continuaron haciendo intentos de apoderarse de algunas de nuestras posiciones, siempre con el mismo resultado de verse obligados a replegarse.

A las 4 p. m. había logrado ya reunir en El Aguajito las fuerzas del coronel Ochoa, y ordené a este jefe emprendiera la marcha hacia la vía del ferrocarril, para atacar al enemigo por su flanco derecho, pues el ataque por la retaguardia era peligroso, por la formación que llevaba la columna federal, cuya retaguardia se extendía más arriba de Santa Rosa, y abandonando nuestras tropas su ala derecha, los ponía en condiciones de apoderarse de las aguas de El Aguajito y entrar por el cañón de Santa Úrsula.

Llegaban ya las fuerzas del coronel Ochoa a la vía del ferrocarril, y como los ataques de los federales continuaban por el frente, ordené a este jefe marchara con 400 hombres y 4 ametralladoras a reforzar al general Alvarado, con objeto de que éste pudiera disponer de los elementos suficientes para cubrir mejor nuestra ala derecha, al oriente de Santa María, por donde pudieran tener éxito los intentos del enemigo por escaparse. El coronel Ochoa emprendió la marcha a las 5: 30 p. m.

A las seis de la tarde, y cuando había ordenado ya el ataque sobre el flanco derecho del enemigo, éste comenzó a movilizar parte de su columna hacia Santa Rosa y a bombardear los cerros del Aguajito y los que quedan a la entrada del cañón de Santa Úrsula, movimiento que me confirmaba en la idea de que trataban de apoderarse de dichas aguas.

Con extraordinario, ordené al coronel Diéguez, que se encontraba ya ocupando la Estación Ortiz, hiciera avanzar una fracción de su columna a cubrir las aguas de San Alejandro. Al teniente coronel Félix ordené que con el resto de la columna de Ochoa cubriera la cordillera desde el cerro de Maytorena hasta la entrada del cañón de Santa Úrsula, regresándome al Aguajito, donde reuní las fuerzas que allí habían quedado, y con ellas cubrí los cerros que dan entrada a dicho aguaje, habiendo tenido que cubrir personalmente una de las posiciones con mi Estado Mayor y escolta del Cuartel General; ordenándole al capitán Malo que emplazara sus ametralladoras frente a la casa de Santa Rosa, adonde habían empezado a llegar los federales, como a las 8 p. m. Una hora después, recibí un recado del general Alvarado, diciéndome que creía conveniente el ataque por la retaguardia, y contesté explicándole los motivos que había observado y los que había yo ordenado.

Entretanto, los federales habían seguido haciendo esfuerzos por apoderarse de Santa María, habiendo dado un rudo ataque sobre nuestro centro y ala izquierda, siendo vigorosamente rechazados con algunas pérdidas, hasta verse obligados a replegarse, perseguidos por la 2a. compañía del Cuerpo Auxiliar Federal y los cuerpos de Voluntarios del Río de Sonora, de Guaymas y Zaragoza, que después de precipitarse sobre el frente del flanco derecho del enemigo, lograron desalojarlo de sus posiciones, que ocuparon inmediatamente los nuestros.

Los asaltos de los federales sobre nuestras posiciones de Santa María continuaron hasta la 1 a. m. del 26, escuchándose ya sólo disparos aislados.

A esa misma hora recibí un nuevo recado del general Alvarado, en que suplicaba se le enviaran fuerzas a reforzarlo, y le contesté que desde las 5: 30 había salido el coronel Ochoa con ametralladoras y 400 hombres y que de las demás tropas no podía disponerse, porque ocupaban puntos muy importantes.

A las 3 a. m. ordené que todas las fuerzas que cubrían las posiciones del Aguajito hasta Maytorena, avanzaran simultáneamente hacia la vía, movimiento que tardó en llevarse a cabo dos horas y media. Al efectuarlo, las fuerzas del teniente coronel Félix hicieron 13 prisioneros y éstos declararon que la mayor parte de los federales había escapado durante la madrugada, por el oriente de Santa María. Momentos después, recibí parte del general Alvarado, que confirmaba esta noticia, y comunicándome también que el coronel Ochoa no había cumplido con mi orden de incorporársele, ni con las repetidas que le había dado él, resultando, como consecuencia, que se escapara una gran parte de la columna federal. Inmediatamente emprendí la marcha rumoo a Batamotal, con todas las tropas que estaban sobre la vía del ferrocarril, para ver si era posible cortar la retirada a las fracciones federales que huían rumbo a Guaymas, llegando hasta Tres Gitos a las diez de la mañana, donde tuve conocimiento de que el general Alvarado, obrando con toda actividad, había reunido las fuerzas de caballería del teniente coronel Trujillo y del mayor Antúnez y emprendido una batida con rumbo a Cruz de Piedra. En El Aguila ordenó que las fuerzas que llevaba se dividieran en pequeñas fracciones para que recorrieran el valle. A esa hora se hallaba ya en El Aguila el capitán primero Antonio A. Galaz, que había estado en Cruz de Piedra y que tenía recogidos ya algunos prisioneros.

De Tres Gitos me regresé a Santa María, con mi Estado Mayor, ordenando a las fuerzas que había llevado continuaran su marcha hasta acamparse en La Calera, con el fin de ir aproximando nuestras tropas a Guaymas.

Llegado que hube a Santa María, tuve conocimiento de que el teniente Jesús Ochoa, a quien desde el amanecer del día 26 había destacado el coronel Ochoa con 20 hombres rumbo al Oriente, había aprehendido al coronel federal Francisco Criapa, en San Antonio de Arriba; jefe que fue conducido por el coronel Hay a Santa María y ejecutado a las 5 p. m. del mismo día.

A las 7 p. m. se incorporó al campamento de Santa María el general Alvarado, dando parte de que en la persecución que emprendió sobre el enemigo, había logrado hacerle 270 prisioneros, aparte de 125 que había hecho el coronel Jesús Chávez Camacho en Cruz de Piedra, y de multitud de mujeres y niños que también fueron recogidos por nuestras tropas. Entre los prisioneros hechos por el general Alvarado, y los del coronel Chávez Camacho, figuran 12 oficiales que fueron pasados por las armas inmediatamente después de ser aprehendidos.

El jefe yaqui Sibalaume, con sus fuerzas, se encargaba de aprehender a los federales que huían rumbo a la sierra, habiendo hecho alrededor de 80 prisioneros.

Entretanto, las fuerzas que habían quedado en Santa María habían recogido 243 prisioneros, entre los cuales se hallaba un mayor herido, que poco después falleció en nuestro hospital.

En la tarde del mismo día 26, hice un reconocimiento del campo abandonado por los federales, encontrando gran número de muertos, entre los que estaban los cadáveres de dos coroneles, uno de los cuales era López; cañones, ametralladoras, carros cargados con parque e impedimenta; un automóvil y multitud de objetos abandonados por el enemigo en su huida. Ordené desde luego al coronel Hill nombrara al mayor Rivera Domínguez para que cuidara del campo y al teniente coronel médico P. D. Escobar, en combinación con Rivera Domínguez, que procediera desde luego a levantarlo, incinerando los cadáveres y trasladando el botín de guerra a Estación Maytorena, para ser embarcados por ferrocarril a Hermosillo.

El coronel Diéguez, en San Alejandro, había hecho algunos prisioneros, entre ellos un pagador, que entregó la suma de ocho mil pesos, y un oficial, que fue ejecutado desde luego.

Al mismo jefe Diéguez libré orden para que avanzara por la vía del ferrocarril rumbo al Sur, dejando algunas fuerzas para que continuaran la reparación de la vía.

En la mañana del 27, el Cuerpo de Voluntarios de Cananea y las 3a. y 4a. compañías de los Voluntarios de Cananea, eficazmente dirigidos por el jefe de trenes, mayor Gutiérrez, terminaban la reparación del ferrocarril hasta Estación Maytorena, donde se acampó la columna del coronel Diéguez, hasta las 8 a. m., en que llegué a dicha estación y ordené al citado jefe que comenzara a movilizar sus tropas rumbo al Sur, y se acampara con su columna en la hacienda de El Pardo.

Esa misma tarde, el teniente coronel médico Escobar y el mayor Rivera Domínguez terminaban de levantar el campo, dando cuenta: el primero, de que habían sido incinerados 300 muertos, incluyendo algunos jefes y oficiales; y el segundo de que se habían recogido del enemigo: 9 cañones, con 2,000 proyectiles; 530 rifles; 5 ametralladoras; 190,000 cartuchos; 25 carros de transporte, cargados con objetos diversos, entre ellos 4 cajas de fierro, máquinas de escribir, telémetros, teléfonos de campaña, anteojos, equipajes de jefes y oficiales y gran número de artículos de menor significación.

Por nuestra parte, tuvimos que lamentar 2 oficiales y 25 de tropa muertos, y 2 oficiales y 28 de tropa heridos, según pormenor adjunto.

También tengo el honor de acompañar una relación de los jefes y oficiales que tomaron parte en estos hechos de armas, que una vez más han cubierto de gloria al Ejército Constitucionalista, y con orgullo hago constar que, a excepción de los que dieron una nota discordante, como ha quedado relatado, todas las unidades que comporien la brigada se portaron heroicamente, haciendo especial mención del general Alvarado y el coronel Hill, quienes fueron los que rechazaron al enemigo, obligándolo a abandonar su artillería y demás impedimenta; el coronel Diéguez que mostró, como siempre, durante todos los días del sitio, gran acierto en sus disposiciones; el teniente coronel Trujillo, que supo batirse como valiente; el teniente coronel Acosra, que desafiando el nutrido fuego de los federales en El Chinal, ocurrió a todas las posiciones ocupadas por nuestras tropas hacia el Oriente, mientras el coronel Ochoa, con igual arrojo, concentraba la gente que cubría las del Norte, para emprender con ella la marcha que se habla ordenado; el teniente coronel Urbalejo que como sabe hacerlo, se batió con todo valor en las posiciones frente a San Alejandro y los diversos ataques que dieron los federales a Santa María; el mayor Manzo que con la bravura que acostumbra, rechazó a los federales cuando intentaron apoderarse de las posiciones que ocupaba enfrente de San Alejandro el 4° Batallón de su mando; el mayor Rivera Domínguez, que se batió bizarramente; el mayor Fructuoso Méndez que, como ha quedado dicho, supo obrar siempre con toda intrepidez; los mayores Lino Morales, Antúnez y García; el capitán Félix F. Romero y el subteniente Andasola, de la columna Alvarado; los ayudantes de este géneral, capitanes Enríquez, Moreno y Gaitán; los capitanes Bustillos, Quiroz, Buelna y García, de la columna Hill; el teniente Quiroga, ayudante del coronel Diéguez.

El telegrafista del campamento, señor Angel M. Pérez, prestó muy importantes servicios, al igual que el mayor Gutiérrez, jefe de trenes, cuya actividad es bien conocida.

También me permito hacer especial mención de los servicios prestados por el coronel Hay que, con toda eficacia, colaboró en los movimientos que se llevaron a cabo, así como del mayor médico Carlos Hidalgo y Terán, quien empeñosamente impartió valiosas atenciones a los heridos; y del teniente coronel Nicolás Díaz de León, jefe de mi Estado Mayor, y del cuerpo de oficiales del mismo, compuesto por los capitanes Francisco R. Serrano, Benjamín M. Chaparro, capitán segundo José Méndez, y tenientes Bernardo Félix, Aarón Sáenz y Lorenzo Muñoz, que estuvieron incansables en el cumplimiento de su deber.

Al enviar a usted mi calurosa felicitación por esta nueva victoria obtenida, reitero a usted las seguridades de mi subordinación y respeto.

Sufragio efectivo. No reelección.
Campamento Maytorena, a 13 de junio de 1913.
El general en jefe. Álvaro Obregón.

Al C. general don Ignacio Pesqueira, Gobernador Interino del Estado.
Hermosillo.

El desastre causado a Ojeda fue tan completo, que desde luego consideré que la toma de Guaymas sería sumamente fácil si podíamos iniciar el ataque sobre aquella plaza esa misma noche; y a este fin, llamé a los principales jefes para preguntarles el estado en que se encontraban sus fuerzas, y si podríamos continuar el avance para emprender el ataque sobre Guaymas; pero los jefes me manifestaron que las tropas estaban muy agotadas por las continuas fatigas que tuvieron que sufrir durante el sitio y última batalla de Santa María; por lo que entonces encontré preferible tomar algunas precauciones y acabar de levantar el campo para, después, hacer un avance menos precipitado y atacar aquel puerto; ordenando que suspendiera su avance la columna del coronel Ochoa, que ya lo había iniciado sobre Guaymas, sin orden de mi Cuartel General; pues el coronel Ochoa, faltando a las disposiciones que se le habían comunicado, no tomó parte en la batalla de Santa María y, cuando en la mañana se enteró del desastre de la columna Ojeda, emprendió el avance con dirección a Guaymas, con su sola brigada, sin esperar órdenes de mi Cuartel General, y sin que yo supiera qué intención animaba aquel movimiento.

Creo que hubo un error de parte mía con no haber hecho avanzar cualquier número de fuerzas sobre Guayrnas, aprovechando el pánico que se había apoderado de la guarnición al conocer el desastre de Ojeda, que les iba siendo confirmado con colores más o menos vivos por cada grupo de dispersos que, muriendo de hambre, de sed y de fatiga, llegaban a la plaza.

El día 27 de junio se inició la movilización de tropas sobre Guaymas, y el 28 empezamos a establecer el sitio de aquel puerto.

Nos encontrábamos en estas operaciones cuando recibí, en Estación Moreno, una carta firmada por el teniente coronel Eleazar C. Muñoz, jefe del 10°, y perteneciente al ejército federal, con quien había cultivado yo muy buenas relaciones durante el tiempo que milité incorporado a la columna que comandaba el general Sanginés primero, y el general Miguel Gil después. En esa carta me decía estar autorizado por el general en jefe, Pedro Ojeda, para entrar en proposiciones conmigo y ofrecerme el reconocimiento de mi grado y algunas otras concesiones, si yo estaba dispuesto a dejar la revolución para incorporarme al ejército federal.

Mi contestación al teniente coronel Muñoz fue la siguiente:

Campamento Constitucionalista en Estación Maytorena.
Julio 10 de 1913.

Señor teniente coronel Eleazar C. Muñoz.
Campamento Federal.

Muy señor mío:

He quedado impuesto de su nota que dice:

Autorizado por el señor general en jefe hago esta proposición: Véngase usted con su gente a nuestro lado y le será reconocido su grado de general, teniendo a su mando la gente que a su grado corresponde, en la inteligencia que, para mayor seguridad, puede conferenciar con el mencionado general en jefe a la hora que usted lo indique.

No será quien milite en defensa de un Gobierno criminal quien ha estado dispuesto a sacrificar su vida defendiendo la dignidad nacional; pero si por una monstruosidad me arrastrara a tal degradación, no me pondría bajo las órdenes de un hombre que, sin ningunos conocimientos militares, ha llevado siempre a sus tropas al desastre y a la vergüenza, para dejarlas luego abandonadas a la hora del peligro y a quien sólo conozco por la espalda, pues dondequiera lo he vencido, y tengo la seguridad de vencerlo. Réstame sólo significarle mi pena porque usted, a quien aprecio, milite en un ejército que, por pundonor nacional, no debía existir ya.

Lo saludo atentamente.

General Álvaro Obregón.

El sitio al puerto de Guaymas quedó establecido y fue haciéndose más efectivo día a día, como se verá por el siguiente parte oficial que se inserta, relativo a las primeras fases de ese sitio.


SOBRE EL SITIO DE GUAYMAS

Tengo el honor de poner en el superior conocimiento de usted que el día 27 de junio, después de librar las órdenes correspondientes para que se terminara de levantar el campo en Santa María, y con el objeto de ir acercando nuestros elementos a Guaymas, salí con mi Estado Mayor, la escolta del Cuartel General y una fracción de caballería de la columna Hill, de Santa María para Tres Gitos, pasándome a Batamotal, de donde destaqué la citada fracción a Empalme, que acababa de ser evacuada por el enemigo, y con mi Estado Mayor y la escolta, salí a las 3: 30 p. m. para San José de Guaymas, llegando a este pueblo a las cinco de ese día.

La fracción de caballería, destacada a Empalme, recogió 18 soldados federales que habían quedado dispersos, haciéndolos prisioneros, y algunos objetos abandonados por el enemigo en su reconcentraci6n a Guaymas.

En San José de Guaymas hallé una avanzada de las fuerzas del teniente coronel Trujillo, ai mando del capitán primero Antonio Loustaunau, a quien ordené procediera desde luego a ocupar con 25 hombres el cerro que queda frente a San José y que se conoce por el antiguo Vigía. La ocupación se llevó a cabo a las 2 a. m. del 28, haciéndosele al enemigo 4 muertos y 12 prisioneros con armas y municiones, sin lamentar por nuestra parte ninguna baja.

Entretanto, hice avanzar nuestras fuerzas, que habían quedado extendidas desde Maytorena a Batamotal y La Calera, y a las doce de la noche se incorporaban a la hacienda de El Pardo la columna Ochoa y parte de la del coronel Diéguez, llegando poco después a San José de Guaymas el general Alvarado con parte de sus fuerzas.

Al amanecer del 28, ordené que marcharan dos compañías del 4° Batallón a cubrir el cerro, que por la noche había ocupado el capitán Loustaunau, al mismo tiempo que pasé con mi Estado Mayor a la cumbre de dicho cerro para observar desde allí las posiciones del enemigo. Pareciéndome de importancia la ocupación de otro cerro (el de las Batuecas), que queda a la izquierda del primero, destaqué al mayor Fructuoso Méndez con 150 hombres de su fuerza a ocuparlo, y tomó posesión de él a las 7 p. m., hora en que el enemigo destacaba algunas fuerzas para cubrirlo y las cuales fueron obligadas a replegarse.

El día 29 marché con algunos miembros de mi Estado Mayor al cerro ocupado por Méndez, con objeto de hacer un detenido reconocimiento de las posiciones del enemigo. A mi llegada a las posiciones de Méndez se entabló un reñido tiroteo; y aunque los federales abrieron y sostuvieron por algún tiempo nutrido fuego de fusilería, ametralladoras y artillería de grueso calibre de mar y tierra, pude apreciar como a las 12 a. m. que los nuestros, con facilidad, hacían replegarse a los contrarios. No obstante, ordené al mayor Méndez suspendiera su avance por ese lado y se mantuviera conservando sus posiciones con el menor gasto posible de parque; pues deseaba antes reconocer minuciosamente las posiciones del flanco izquierdo del enemigo, para combinar el avance simultáneo, reconocimiento que me proponía efectuar al día siguiente; pero a las 6 p. m., que regresé al campamento de San José de Guaymas, caí en cama víctima de insolación y me fue imposible ya salir al campo de operaciones por algunos días.

Al dejar la cama tuve el honor de rendir a usted, el informe siguiente:

"Ciudadano Gobernador Interino del Estado, general don Ignacio L. Pesqueira.

Hónrome en dar a usted el siguiente informe respecto del puerto de Guaymas:

El día 27 de junio, a las 5 p. m., acompañado de mi Estado Mayor y escolta del Cuartel General, llegué a este pueblo, donde encontré una avanzada de 50 dragones de nuestras fuerzas al mando del capitán Antonio Loustaunau, ordenando que inmediatamente dicho capitán ocupara el cerro más grande que queda frente a este mismo pueblo, importante posición que nos pondría en condiciones de hacer reconocimientos de las posiciones enemigas. El cerro fue tomado a las 2 a. m. del 28, haciendo al enemigo algunas bajas y prisioneros.

El mismo día 28, seguido de mi Estado Mayor subí al cerro citado y pude ver la necesidad de ocupar otro que está al sureste de éste, frente a las Batuecas, y destaqué al mayor Fructuoso Méndez, que lo ocupó a las 7 p. m.

Al día siguiente me trasladé acompañado de mi Estado Mayor a dicho cerro, desde donde pude hacer minuciosos reconocimientos de todas las fortificaciones de los federales, habiéndonos batido con su artillería, sin causarnos daños, el vapor Tampico.

Ese día, al regresar al campamento, caí en cama víctima de una insolación que me tuvo postrado cinco días, durante los cuales, por el Oeste operaban, en combinación, los coroneles Diéguez y Ochoa, a quienes al caer en cama, di órdenes de operar por aquel lado, a su propia iniciativa, para reducir al enemigo, estrechando el sitio que nos proponíamos cerrar; cosa que se hizo sin tener que llevar a cabo ningún combate formal, pues sólo se registraron ligeros tiroteos; y el sitio quedó establecido desde el día 3 del actual, habiendo quitado al enemigo las aguas de donde se abastece la población: la de San Germán, la de las Batuecas y la de Bacochibampo que aunque no está en nuestro poder, nuestros fuegos impiden que se surtan de allí los federales.

Desde entonces, he dado orden de que se conserven nuestras posiciones sin intentar ningún avance, hasta tener estudiado debidamente el ataque general que, con los últimos reconocimientos que he hecho y con los datos tomados del general Alvarado, quien con su Estado Mayor ha hecho también detenidos reconocimientos sobre las posiciones enemigas, creo tener bases para estudiarlo y fundar mi opinion, que es la siguiente:

El combate duraría cinco días con un gasto probable de 1,000,000 de cartuchos y bajas en nuestras filas no menores de 200 hombres, sin que pudiéramos rendir ni hacer prisionera la guarnición de Guaymas, porque tiene todo lo necesario para embarcarse en caso dado; tampoco podríamos recoger municiones al enemigo, por el mismo motivo. Como el efectivo del enemigo se compone de 2,000 hombres bien atrincherados, y 3 buques de guerra, con un total de 30 cañones y cerca de 3,000 unidades de combate, el éxito no es completamente seguro, aunque, dado el ánimo de nuestra tropa, podríamos contar con un noventa por ciento de probabilidades de que la plaza cayera en nuestro poder.

Ahora bien, si se intenta tomar la plaza por asalto, las proporciones varían mucho, y en este caso, mi cálculo es el siguiente: el asalto duraría 20 horas, el consumo de cartuchos sería de 400,000 y bajas probables en número de 400, pudiendo hacer al enemigo gran cantidad de prisioneros y capturar algún armamento y municiones; pero las probabilidades de éxito serían solamente un cincuenta por ciento, y en caso de un revés, nuestras bajas no bajarían de 1,000, y el enemigo, con cualquier refuerzo que recibiera, podría emprender su avance y estaríamos en condiciones poco favorables para destrozarlo; mientras que en la actualidad, con la mitad de la brigada, es suficiente para tener la guarnición federal de Guaymas embotellada.

Espero pues, en vista del informe que antecede, se servirá librar sus respetables órdenes, y mientras tanto, continúan nuestras fuerzas en sus posiciones.

Reitero a usted mi atenta subordinación.

Sufragio efectivo. No reelección.
Campamento en San José de Guaymas, julio 7 de 1913.
El general en jefe. Álvaro Obregón
.

Entretanto, el coronel Ochoa había logrado apoderarse del cerro de Bacochibampo; el coronel Diéguez ocupaba los cerros del túnel, donde está el depósito de agua que abastece Guaymas, y que queda frente por frente del cerro de la Tortuga que ocupaban los federales, y 200 hombres del general Alvarado y el mayor Méndez con sus fuerzas continuaban conservando toda la cordillera que da frente a San José de Guaymas.

La artillería federal seguía funcionando diariamente, con ligeras intermitencias, sobre las posiciones ocupadas por los nuestros y sobre los campamentos, pero sin causarnos daños. Las tropas federales, que ocupaban posiciones frente a las nuestras, abrían también frecuentemente fuego de fusilería y ametralladoras, sin resultado.

El día 6, por la tarde, se intentó por los nuestros desalojar a los federales que ocupaban el fortín principal de su flanco izquierdo, costándonos la muerte de un teniente del 5° Batallón y la herida del capitán Mariñelareña que mandaba en el asalto una sección de dinamiteros. También murieron en ese intento un sargento, un cabo y un soldado de los nuestros, sin que se hubiera logrado el propósito de desalojar de allí al enemigo.

Para evitar estos sacrificios innecesarios, fue preciso reiterar con energía la orden de que nuestros soldados se concretaran a mantener las posiciones inter se adoptaba el plan de ataque general.

La conservación de nuestras posiciones nos costaba alrededor de 15,000 cartuchos diariamente, pues el enemigo no cesaba en sus fuegos y era preciso hostilizarlo, sin emprender por eso un ataque decisivo, porque, como queda dicho, no contábamos con los elementos suficientes para darlo.

Con ese gasto de parque, y careciendo, como carecíamos, de reservas, la disminución de municiones era muy sensible, y si la situación se prolongaba, como de hecho tenía que suceder, llegaríamos al agotamiento.

Durante los días de mi enfermedad, comisioné al general Alvarado para que hiciera frecuentes reconocimientos del enemigo, y en cada uno de sus partes mostraba siempre lo difícil que le parecía, dadas nuestras condiciones de pertrechos, el ataque con éxito a las posiciones federales.

Aliviado un tanto de mis males, volví a hacer reconocimientos desde los puestos avanzados, y mis nuevas observaciones me confirmaban en la idea que ya había expresado, respecto a las condiciones para emprender el ataque definitivo, en el informe rendido a usted con fecha 7.

Fue entonces cuando me permití telegrafiar a usted, haciéndole ver la necesidad de su presencia en el campamento, y de acuerdo con mi indicación, llegó a San José de Guaymas el 8 de julio por la tarde. Tratamos el asunto verbalmente y, como final, me manifestó usted que muy en breve llegaría un furgón de parque y, con esto, podríamos asegurar el asalto sobre el puerto. Regresó usted al día siguiente, y por dificultades imprevistas en la introducción de municiones por la frontera, el parque anunciado no llegaba aún el día 12.

La situación, sin ser tirante, no presentaba ventaja alguna para nosotros, pues he repetido que nos concretábamos a mantener nuestras posiciones; porque todo intento de avance hubiera sido infructuoso, en tanto que los federales, teniendo expeditas las comunicaciones por mar, se allegaban elementos de vida de la Baja California y otros puntos, resultando que sólo el pueblo de Guaymas sufría las consecuencias del sitio, aminorándosele la ración de agua y careciendo de provisiones de boca. Y mientras nosotros esperábamos ansiosamente el parque, el enemigo recibió un poderoso refuerzo de pertrechos y poco más o menos 600 hombres en los vapores Morelos y Pesqueira, según ha podido comprobarse con personas salidas posteriormente de Guaymas.

Reuní entonces a los jefes de las diferentes columnas que integran la brigada y les expuse la situación, el número de cartuchos con que contábamos, el informe que había rendido a usted y mi plan de que, para suspender nuestro gasto de municiones, era conveniente ampliar el semicírculo establecido alrededor de Guaymas, retirando algunos kilómetros nuestras fuerzas, adonde se contara con mejores elementos, sin abandonar por eso la incomunicación por tierra que se ha tenido establecida a Guaymas, plan que con aprobación aceptaron todos y se decidió ponerlo en práctica la noche del día 12 de julio, como se hizo.

Durante los quince días que duró el asedio a Guaymas, nuestras bajas sumaban, en junto, 9 muertos y 31 heridos, todos de la clase de tropa, a excepción de los oficiales de que se ha hecho mención.

La columna del coronel Hill, dejando una fracción formada por las fuerzas del teniente coronel Trujillo que recorriera el valle desde Batamotal hasta frente a San José de Guaymas, marchó a Cruz de Piedra y quedó acampada allí la misma noche del 12, con avanzadas hasta la Bomba de Empalme; la columna Alvarado y la de Diéguez se acamparon en Maytorena, estableciendo destacamentos y servicios de exploración en Tres Gitos, Batamotal y Empalme, y la columna Ochoa acampó en Santa María.

Al mediodía del 13 me trasladé a Batamotal, y pude cerciorarme de que las órdenes dictadas, como consecuencia de la conformidad de todos los jefes, habían sido cumplidas fielmente, sin dar a conocer al enemigo ni indicios de las nuevas posiciones que ocupábamos, pues todavía en la tarde de ese día y aún al siguiente, los federales continuaban sus fuegos de artillería sobre las posiciones y campamentos abandónados por los nuestros.

Me es honroso reiterar a usted mi atenta subordinación y mis respetos.

Sufragio efectivo. No reelección.
Campamento en Maytorena, a 15 de junio de 1913.
El general en jefe. Álvaro Obregón.

Con los movimientos que se refieren en el final del parte transcrito, el sitio de Guaymas no se levantó, y solamente se amplió el radio de nuestras líneas para tomar posiciones más convenientes y evitar un inútil consumo de cartuchos, que no podríamos reponer, debido al embargo que las autoridades norteamericanas tenían establecido a lo largo de la frontera, para toda clase de pertrechos.

Con los refuerzos que Ojeda recibía, intentó algunos asaltos, sin que lograra desalojarnos de las posiciones que habíamos tomado; y con este motivo, se registraban diariamente combates de mayor o menor importancia.


LA REVOLUCIÓN EN SINALOA

El gobernador de Sinaloa, señor Felipe Riveros, que había reconocido a Huerta y que, posteriormente, fue destituido y reducido a prisión por orden del mismo usurpador, había logrado evadirse y obtener del señor Carranza se le reconociera como gobernador de Sinaloa, y por aquellos días se dirigía a aquel Estado.

En Sinaloa, era jefe de las operaciones el general Ramón F. Iturbe, quien tenía su Cuartel General en San Blas.

Los grupos que andaban levantados en armas en aquel Estadó, eran ya numerosos, siendo los principales jefes rebeldes los ciudadanos Mesta, Cabanillas, Rocha, Carrasca, Flores y algunos ótros.

Con el armamento y cañones quitados al enemigo, habíamos organizado ya una columna de 7,000 hombres aproximadamente, contando con una regular dotación de artillería.

Los acontecimientos de Guaymas habían tomado un cariz no muy favorable para nosotros; pues las posiciones ocupadas por los nuestros eran magníficas, y Ojeda era impotente para desalojarnos de ellas con los elementos que tenía en Guaymas; en cambio, los federales ocupaban también muy buenas posiciones, de las que tampoco podríamos desalojarlos en caso de intentar un ataque; y la prolongación de tal estado de cosas era de peligro para nosotros; porque estando el enemigo en un puerto de mar y teniendo a su disposición barcos suficientes para allegarse contingentes de refuerzo y toda clase de elementos de cualquiera de los puertos del Sur en el Pacífico, que todos ellos estaban en poder de las tropas federales, podrían, en un momento dado, hacer una poderosa reconcentración en Guaymas para formar una columna muy superior a nuestros elementos y, entonces, su ofensiva tendría mayores probabilidades de éxito.

En consideración de todo ello, decidí activar las operaciones en el Estado de Sinaloa, mandando hacia allá algunas de nuestras fuerzas para ver si lográbamos ocupar los puertos de la costa de aquel Estado, que estaban sirviendo de base de aprovisionamiento a la guarnición sitiada en Guaymas.


REGRESO DE MAYTORENA A SONORA

A mediados del mes de julio, Maytorena anunció su regreso al Estado para hacerse cargo nuevamente del Gobierno.

Todos los jefes de alta graduación protestaron contra el regreso de Maytorena, exponiendo que era indigna la conducta que éste había seguido en los momentos de prueba, huyendo cobardemente al extranjero y llevándose los únicos doce mil pesos que existían en las cajas de la Tesorería del Estado, siendo dichos jefes de opinión que no debería permitirse el regreso de Maytorena.

Yo estaba enteramente de acuerdo en que la actitud de Maytorena lo hacía indigno de nuestra confianza; pero no estaba de acuerdo en que nos opusiéramos a su regreso y lo desconociéramos como Gobernador; porque él había obtenido del Congreso un permiso para separarse por seis meses del Gobierno, y como su regreso lo hacía dentro del término de su licencia, toda oposición, por nuestra parte, entrañaba un desconocimiento a los actos ejecutados por el Congreso.

En la última decena de julio, tuvimos una junta en Nogales, a la que asistió Maytorena, habiendo concurrido a ella el general Pesqueira, Gobernador Interino de Sonora; el general Hill, el señor Roberto v. Pesqueira, el teniente coronel Plutarco Elías Calles, algunos otros jefes y yo. En aquella junta, todos expresamos con absoluta claridad nuestra opinión con respecto al pretendido regreso de Maytorena y se hicieron a éste cargos que ni siquiera intentó desvanecer, limitándose a decir que él era el Gobernador Constitucional del Estado, y que si había permanecido fuera del país, había sido en virtud de una licencia que el Congreso le concediera.

Yo manifesté a todos los jefes mi decisión de no oponernos al regreso del gobernador Maytorena, mientras éste conservara la investidura constitucional que el Congreso le había dado.

En consecuencia, esa misma noche quedó resuelta la cuestión, acordándose que Maytorena volviera a Sonora a hacerse cargo nuevamente del Gobierno del Estado.

Maytorena emprendió su marcha de Nogales a Hermosillo el día 31 de julio, y desde luego que arribó a la capital surgieron dificultades entre él y el general Pesqueira, por cuestión de la entrega del poder, habiéndoseme llamado violentamente por ambos, por cuyo motivo me trasladé nuevamente a Hermosillo, llegando a dicha ciudad el día 3 de agosto.

Las dificultades entre Pesqueira y Maytorena quedaron solucionadas, y el último se hizo cargo del Gobierno, empezando desde entonces su política criminal contra la Primera Jefatura y contra la Revolución, apoyándose en los reaccionarios despechados que habían sido expulsados del Estado por nosotros.

Las operaciones al Sur presentaban para nosotros enormes dificultades, debido al pésimo estado en que había quedado la vía del ferrocarril, y debido, también, a la falta de material rodante; pues teníamos apenas dos máquinas chicas del ferrocarril Kansas City México y Oriente y una grande, cuyo número -207- he querido consignar, por el papel tan Importante que esta locomotora desempeñó en la campaña.

Con objeto de extender nuestro movimiento hasta el Distrito Norte de la Baja California, preparé una pequeña columna para que fuera a revolucionar a aquel territorio, dando la jefatura de ella al coronel Luis S. Hernández, quien llevaba como subalternos al coronel Melchor T. Vela, al teniente coronel Miguel Hernández, al mayor Gaspar R. Vela, al capitán Altamirano, al teniente Manuel Montoya, y como 30 individuos de tropa.

Esta expedición salió de Hermosillo el día 18 de agosto de 1913, llegando hasta Estación Santa Ana por ferrocarril, y haciendo allí el desembarque para seguir por tierra, por Altar, Caborca, Sonoyta hasta río Colorado, que es el límite entre Sonora y el Distrito Norte de Baja California, por donde debería internarse la expedición en aquel territorio. La expedición tuvo que atravesar toda la parte desierta de Sonora, en que hay distancias hasta de 50 leguas de terreno completamente árido y arenoso, siendo, por lo tanto, penosísima la travesía.

De la citada expedición sobrevivieron solamente unos cuantos, pues la mayor parte de los que la formaban perecieron en los combates desiguales que tuvieron que librar contra las fuerzas huertistas en Baja California.

Después de campaña tan penosa y desafortunada, se incorporaron a Sonora el jefe de la expedición, coronel Luis S. Hernández, quien había resultado herido en uno de los combates, y el coronel Melchor T. Vela, que fueron casi los únicos supervivientes de aquella expedición, pues habían muerto el mayor Gaspar R. Vela, el teniente Montoya y casi todos los individuos de tropa.

El señor Alfredo Breceda me avisó que el C. Primer Jefe venía haciendo una travesía por la Sierra Madre, desde Durango, para salir al norte de Sinaloa; y como al mismo tiempo tuviera yo conocimiento de que el general Ojeda había destacado de Guaymas una columna, al mando del coronel Rivera, para desembarcar en Topolobampo y marchar a apoderarse de San Blas, Sin., lugar donde tenía establecido Iturbe su Cuartel General, y donde estaba también el gobernador Riveros con los poderes del Estado, ordené se alistara una columna de 600 hombres para que marchara al Sur a reforzar la plaza de San Blas.

Esa columna se puso en marcha en los primeros días del mes de septiembre, yendo a las órdenes directas del coronel Hill, y, con ella, marché yo para encontrar al Primer Jefe, quien, según últimas noticias, había cruzado ya la Sierra Madre, y caminaba con rumbo a El Fuerte, población del Estado de Sinaloa.

En esta vez, como en todas aquellas en que las exigencias del servicio me obligaban a retirarme de nuestros campamentos frente a Guaymas, quedaba al cuidado de las operaciones del sitio el general Salvador Alvarado.

El camino se hizo tardado pot los desperfectos que laS lluvias ocasionaban en la vía, por cuyo motivo frecuentemente tenía que detenerse nuestro convoy, hasta que, al fin, llegamos a San Blas el día 13 de septiembre; quedando allí acampada la columna, en tanto que yo continué al día siguiente mi viaje con dirección a El Fuerte, adonde había llegado ya el Primer Jefe con su Estado Mayor y una escolta de 150 hombres.

A las cinco de la tarde del día 14, llegué a la estación del Fuerte, donde por primera vez tuve el gusto de abrazar al Primer Jefe del Ejército Constitucionalista, quien en seguida me presentó a los miembros de su Estado Mayor.

De la estación nos dirigimos en coche a la población El Fuerte; y allí permanecimos esa noche y el día siguiente, saliendo ya muy tarde para San Blas y tomando en el camino algunas precauciones, porque de buena fuente se sabía ya que el enemigo estaba en Topolobampo y avanzaba sobre San Blas.

El día 16 de septiembre llegamos a San Blas, a las ocho de la mañana.

Toda la guarnición estaba formada y los pocos habitantes de aquel pueblo se congregaron en la estación a la llegada del Primer Jefe, haciéndole una cariñosa manifestación.

En San Blas permanecimos todo el día 16, y el 17 salimos para Hermosillo, llegando por la noche a Navojoa, donde permanecimos todo el día siguiente y parte de la noche, continuando la marcha para el Norte, hasta el campamento en Estación Cruz de Piedra, de donde, a caballo, seguimos el viaje, rindiendo la jornada en hacienda Santa María, lugar donde fuimos recibidos por el gobernador Maytorena y la comitiva que éste llevaba.

De hacienda Santa María seguimos a Estación Maytorena, donde estaban formando valla todas las fuerzas de la guarnición, en honor del Primer Jefe, continuando luego hasta Hermosillo.

En Hermosillo fue objeto el Primer Jefe de la recepción más entusiasta que he presenciado yo durante la Revolución.

Todas las manifestaciones de simpatía que el Jefe recibió en el trayecto desde Navojoa a Hermosillo, fueron la expresión franca y sincera de un pueblo consciente, que sabe apreciar los sacrificios de los hombres que le defienden su dignidad y sus derechos.

Cuando estaba para terminar la manifestación que se hacía al Primer Jefe en Hermosillo, como muestra de regocijo por su llegada, él tomó la palabra para significar su satisfacción y agradecimiento por la forma tan franca con que el pueblo de Sonora le manifestaba su adhesión y simpatía, y al final dijo: Desde esta fecha, queda nombrado Jefe del Cuerpo de Ejército del Noroeste uno de los hijos de Sonora: general Alvaro Obregón.

Pocos días después de la llegada del Primer Jefe a Hermosillo, nos informó que el general Angeles venía de Europa a incorporarse a la Revolución; y con esta noticia todos sentimos grande entUsiasmo, pues sinceramente creíamos que Angeles sería un elemento muy importante en nuestro Partido.

Desde el día que dejo indicado, con la designación que hizo en mi favor el Primer Jefe, quedé como Jefe del Cuerpo de Ejército del Noroeste, comprendiendo la jurisdicción de mi Cuartel General los Estados de Sonora, Sinaloa, Chihuahua y Durango y el Territorio de Baja California.

Por orden de la Primera JefatUra, empecé a activar las operaciones al Sur.

Ya con anterioridad se había hecho una regular remesa de cartUchos a Chihuahua, al entonces general Francisco Villa, remisión que se encargó de hacer el señor Francisco Elías, y que fue escoltada por el coronel Samaniego.

Se incorporó a Nogales el general Felipe Angeles, habiendo sido yo uno de los primeros en felicitarlo por su arribo a nuestro Estado; y pocos días después llegaba a Hermosillo, donde me fue presentado por el Primer Jefe.

Poco más tarde, cuando ya había sostenido yo algunas conversaciones con el general Angeles, el Jefe me preguntó: ¿Qué le parece a usted el general Angeles? A lo que contesté: No he podido conocerlo todavía.

Se había librado ya la sangrienta batalla de Los Mochis, en que la columna del general Hill (éste había ascendido ya a general por acuerdo del C. Primer Jefe) derrotó completamente a la del coronel Rivera, que de Guaymas había sido destacado para recuperar San Blas. Entre las bajas que sufrimos en esta batalla se contó, como una de las más lamentables, la muerte del mayor Escajeda.

El general Iturbe, por su parte, había librado también una sangrienta batalla en el puerto de Topolobampo, con muy buen éxito para nuestras armas.

Las operaciones en Sinaloa, después de aquellas victorias de las armas constitucionalistas, entraron en un período de actividad por nuestra parte, para obtener el control de todo el Estado.

El general Martín Espinosa había pasado con una pequeña escolta a operar en el territorio de Tepic.

La columna del general Hill, después de librar la batalla de Los Mochis, continuó bajo las órdenes de dicho general, y éste, a las órdenes del general Iturbe, para atacar la plaza de Sinaloa, una de las que el ejército federal consideraba inexpugnables.

El ataque de dicha plaza se llevó a cabo y, después de tres días de combatir sangrienta y desesperadamente, la plaza cayó en poder de nuestras tropas; y entonces empecé a hacer movilización de más tropas para reforzar los contingentes de Sinaloa, y elementos para pertrecharlos, para tomar yo el mando directo de las operaciones y avanzar sobre la plaza de Culiacán, capital de aquel Estado.

Las fuerzas que movilicé de Sonora, para dar empuje a las operaciones de Sinaloa, fueron las de la columna Diéguez y 100 hombres del 4° Batallón de Sonora, con las que marché, habiéndonos incorporado a Bamoa el 24 de octubre; pasando en seguida a Sinaloa, donde se encontraban los generales Iturbe y Hill.

Al asumir el mando de las operaciones de Sinaloa, nombré segundo en jefe al general Iturbe, y continuamos nuestro avance hasta Guamúchil, donde los federales habían destruido por completo un gran puente que está sobre el río Mocorito.

En aquella estación, recibí un telegrama de la Primera Jefatura comunicándome que había sido designado el general Felipe Angeles para el puesto de secretario de Guerra, en el Gabinete del señor Carranza.

El concepto que yo había podido formarme de Angeles, durante el poco tiempo que lo traté, era tan malo, que creía honradamente que su nombramiento sería de consecuencias lamentables para la Revolución, y juzgué de mi deber expresar al Jefe, con toda sinceridad, la mala impresión que me causaba aquel nombramiento, e indicarle, en forma respetuosa, que todos los demás jefes participaban de igual mala impresión, como lo demostraba el hecho de que los generales Hill y Diéguez llegaron hasta a presentar solicitud para obtener su baja en el ejército. Con tal motivo, y con previo permiso del Jefe, me trasladé a Hermosillo para tratar verbalmente el asunto, mientras se reparaban las vías para continuar nuestro avance a Culiacán.

Una vez en la ciudad de Hermosillo, manifesté al Jefe, con toda claridad, la mala impresión que el nombramiento de Ángeles había causado.

La primera impresión que causó mi actitud en este caso, fue, naturalmente, poco favorable para mí; atribuyéndose a egoísmo de mi parte la inconformidad que manifestaba con la designación hecha en favor de Ángeles; pero yo procuré convencer al Jefe de que el egoísmo no me había aconsejado aquella protesta, y en apoyo de esta afirmación expuse, como argumento, el hecho de haber estado yo subordinado a Maytorena desde que éste regresó a Sonora, no obstante de que tenía yo la convicción de la cobardía de Maytorena, con la agravante de subordinar él, a su sed de oro, todo principio de honor; sin embargo de lo cual yo me había resignado a ser su subordinado, sólo porque tenía él la investidura de Gobernador ConstitUcional; y que, por consiguiente, ningún mezquino sentimiento podía rebelarse en mí con subordinárseme a un hombre de los conocimientos militares del general Ángeles, máxime cuando yo no tenía ningunos, sirviendo como militar sólo por causas ajenas a mi voluntad.

El Jefe me interrogó sobre los motivos que yo tuviera para estar en pugna con la exaltación de Ángeles a aquel puesto de confianza, y yo contesté con estas frases:

Cuando he conversado largamente con Angeles, he podido descubrir, con pena, que economiza mucho la verdad y que cada palabra que pronuncian sus labios la ha meditado antes su cerebro; y como la verdad no se discurre, se expresa, creo haber descubierto en este hombre la idea fija de no dejarse conocer; y el hombre que procura que no se le conozca íntimamente, es porque oculta algo que no debe favorecerle mucho ... Lo bueno procura uno exhibirlo; lo malo todos procuramos ocultarlo.

El Jefe me explicó que el papel de Ángeles sería limitado y que todas las órdenes emanarían de la Primera Jefatura.

Protesté al Jefe hacer todo esfuerzo por disipar el desaliento que entre los jefes de la Revolución había causado el nombramiento de Ángeles; me despedí y me trasladé a mi tren, emprendiendo la marcha a la plaza de Sinaloa adonde me incorporé al día siguiente.

Desde luego expliqué a los jefes mi conferencia con el señor Carranza y éstos convinieron en retirar su solicitud de baja, y las operaciones sobre Culiacán siguieron activándose.

Como en el parte oficial rendido acerca de las operaciones llevadas a cabo para la toma de Culiacán figuran los movimientos hechos desde Bamoa, me limito a copiar íntegro a continuación dicho parte.

Índice de Ocho mil kilómetros en campaña de Álvaro ObregónCAPÍTULO III -Primera parteCAPÍTULO III - Tercera parteBiblioteca Virtual Antorcha