Índice de Ocho mil kilómetros en campaña de Álvaro ObregónCAPÍTULO III -Tercera parteCAPÍTULO III - Quinta parteBiblioteca Virtual Antorcha

Ocho mil kilómetros en campaña

Álvaro Obregón

CAPÍTULO TERCERO

Cuarta parte


Cuando Culiacán caía en nuestro poder, el general Carrasco, el coronel Flores y algunos otros jefes asediaban el puerto de Mazatlán, y el coronel Rafael Buelna, con algunos elementos que había logrado reunir, hacía la revolución en Tepic.

Después de la toma de Culiacán me trasladé a Hermosillo para gestionar Ja adquisici6n de pertrechos, a fin de continuar nuestro avance al Sur; y, entretanto, se activaban las operaciones de la vía del ferrocarril al sur de Culiacán y quedaba en actividad la vía del ferrocarril al puerro de Altata, que estaba ya en nuestro poder.

Para estas fechas se tenía ya conocimiento, en aquella región, de la toma de Ciudad Juárez y de Ciudad Victoria, capital del Estado de Tamaulipas, fortaleciéndose con esto el entusiasmo para la lucha y la esperanza en el completo triunfo de las armas constitucionalistas.

La adquisici6n de pertrechos se había hecho sumamente difícil, debido a la vigilancia estricta que ejercían los guardas norteamericanos sobre la línea internacional, para impedir el paso de pertrechos de guerra al lado mexicano.

El sitio de Guaymas continuaba aún, y a diario se libraban combates más o menos sangrientos entre nuestras tropas y las de la guarnición sitiada, pues eran constantes los esfuerzos de Ojeda por romper nuestras líneas sitiadoras y avanzar sobre Hermosillo. Combates hubo tan sangrientos, que se dio el caso de que las fuerzas federales perdieran 200 hombres en dos horas de lucha, cosa que ocurri6 frente a Cruz de Piedra; combate en el que murió el general Girón, jefe que esa vez dirigía el ataque sobre nuestras posiciones.

A Hermosillo ocurrían jefes de todas partes de la República a recibir órdenes de la Primera Jefatura y pertrecharse, y de allí salían ya todos perfectamente orientados y llenos de fe para desarrollar la labor que se les encomendaba.

Por aquelios días fue relevado del mando de la guarnición de Guaymas el general Ojeda, habiéndolo recibido el general Joaquín Téllez, quien llegó a Guaymas con algunos contingentes de refuerzo.

Para entonces, se había dado ya la mejor organización posible al Cuerpo de Ejército del Noroeste, habiendo sido aprobados por la Primera Jefatura los nombramientos, que siempre fueron extendidos, tomando en consideración la importancia de los servicios prestados por cada uno de los jefes, así como el número de hombres con que se presentaban, el que siempre estuvo en relación directa con el prestigio de dichos jefes.

En aquellas fechas se tenía controlado todo el Estado de Sonora, a excepción de Guaymas, puerto que estaba sitiado por tierra, e igualmente teníamos controlado el Estado de Sinaloa, excepto el puerto de Mazatlán, que estaba asediado, y se procedía a la reparación de las vías; pero estos trabajos no se podían llevar a cabo con toda eficacia, porque tropezábamos con la falta de material rodante al sur de Estación Cruz de Piedra, y aunque al Norte teníamos suficiente, nos era imposible pasarlo, ya que los federales estaban interceptando la vía de Empalme, estación que estaba en su poder, y que es precisamente el punto donde unen la vía del ferrocarril que viene de Nogales, y la que va al Sur.

A efecto de solucionar esas dificultades, se comisionó al entonces mayor, jefe de trenes militares, J. Lorenzo Gutiérrez, para que pasara tres locomotoras y algún material rodante, de Estación Maytorena -que se eligió como punto terminal de la vía que corre de Nogales al Sur a Estación Cruz de Piedra, que era el punto desde donde dominábamos al Sur, mediando entre ambas una distancia de 14 kilómetros y para lo cual era necesario construir vía que uniera ambas estaciones, salvando Estación Empalme; pero aun esta obra se presentaba impracticable, porque faltaba material de construcción en la cantidad que era necesaria. Entonces el mayor Gutiérrez presentó, y fue aprobado, llevándose a cabo, el siguiente proyecto, para el paso de las locomotoras y material rodante: construir secciones de vía en tramos de la longitud de los rieles, y armar, con estas secciones, 500 metros de vía conectada en Estación Maytorena, extensión que era suficiente para colocar las máquinas y material rodante que había que trasladar, así como los tanques de agua necesarios para alimentar a la locomotora que haría el remolque hasta Cruz de Piedra; quedando atrás un tramo, que se iría levantando sucesivamente, para armarlo adelante del convoy y, de esta manera, ir haciendo avanzar éste lentamente. Algunas cuadrillas de trabajadores serían dedicadas exclusivamente a nivelar el terreno adelante, para que, sin interrupción, se fueran armando las secciones de vía levantadas a retaguardia y hacer así continuadamente el avance del convoy.

Esos trabajos se prolongaron por quince días, al cabo de los cuales hubimos de pasar a Estación Cruz de Piedra nuestro equipo de vía, que tanta falta nos estaba haciendo al Sur.

Como el paso del material rodante a que se hace referencia tenía que hacerse a la vista del enemigo, que estaba posesionado de los cerros de Batamotal y de las posiciones de la Bomba, entre Cruz de Piedra y Empalme, éste, comprendiendo la importancia que tendría para nosotros aquel material en el desarrollo de las operaciones hacia el Sur, en varias ocasiones intentó impedir el trabajo, atacando con más o menos vigor a nuestras tropas encargadas de vigilar los movimientos del enemigo y de custodiar a los trabajadores. Los federales no tuvieron éxito en su intento, pues nuestros soldados rechazaron siempre sus ataques.

En aquellos días, el Primer Jefe empezó a hacer preparativos para emprender su marcha a Nogales y, de allí, a Naco, por ferrocarril, para continuarla a caballo, a través de la Sierra Madre, hasta Chihuahua, ordenándome reforzar su escolta con el 4° Batallón de Sonora a las órdenes del entonces mayor Francisco R. Manzo, y con 100 hombres de caballería al mando del entonces mayor Ignacio C. Enríquez.

Ya cuando el Jefe hacía sus preparativos de marcha hacia Chihuahua, y yo, por orden de él, preparaba mi avance al Sur, era del dominio público el descontento del gobernador Maytorena manifestado hacia la Primera Jefatura, y extensivo a los que continuábamos leales al señor Carranza; descontento que, en gran parte, obedecía a que el Primer Jefe se negó a dar a Maytorena el mando del Cuerpo de Ejército del Noroeste, y se negó también a consecuentar con algunas otras pretensiones de Maytorena, que el Jefe juzgó inconvenientes.

Maytorena empezó a desarrollar una labor solapada de cohecho, aprovechándose de la ignorancia de algunos de nuestros jefes y de la mala fe de otros, usando para esa criminal labor los fondos públicos, sin ningún escrúpulo.

Cuando todo estuvo listo, el Jefe emprendió la marcha hacia Nogales, hasta donde yo lo acompañé.

El viaje se emprendió de Hermosillo el día 26 de febrero de 1914, habiendo tardado tres días en hacer el trayecto, debido a que el Jefe quiso tomarse el tiempo suficiente para despachar en el camino todos los asuntos que tenía pendientes.

Cuando llegamos a Estación Santa Ana, se recibió un telegrama del general Ramón F. Iturbe, comunicando que el cañonero Tampico había desertado de Guaymas el 28 de febrero y presentándose el 19 de marzo en el puerto de Topolobampo, poniéndose a las órdenes del Gobierno Constitucionalista, para combatir la usurpación.

El día 3 de marzo, ya incorporados a Nogales, Son., recibí del Primer Jefe la siguiente comunicación:

Encarezco a usted se sirva activar el reclutamiento, organización e instrucción que le he encomendado, a fin de poder emprender la campaña por la costa occidental de la República, sujetándose a las siguientes instrucciones:

El primer objetivo de las operaciones será batir y exterminar a las tropas ex-federales de los Estados de Sonora, Sinaloa, Jalisco, Aguascalientes y Colima y el Territorio de Tepic, atacando los puertos de Guaymas y Mazatlán desde luego o cuando lo juzgue usted oportuno, en vista de los intereses militares, políticos y comerciales.

Con objeto de obtener un éxito más rápido en las operaciones señaladas para lograr la conquista absoluta de la región del país mencionada, queda desde ahora bajo sus órdenes el cañonero Tampico, al mando inmediato del capitán de navío, Hilario R. Malpica, a quien ya se comunica esta disposición.

Las partidas de tropa constitucionalista que operan en esa región, y que hasta ahora no están bajo sus órdenes, pasarán a formar parte de sus tropas, a medida que éstas lleguen a los lugares en que aquéllas operen, y queda usted facultado para organizarlas bajo el mismo plan general que las suyas.

Cuando su Cuerpo de Ejército llegue al Territorio de Tepic, incorporará usted a sus tropas la brigada del general Rafael Buelna, hasta apoderarse en absoluto de ese Territorio; verificado lo cual, el mencionado general quedará en Tepic como comandante militar y jefe político, con las tropas de su brigada estrictamente indispensables para conservar el orden y rechazar las incursiones de pequeñas partidas que pudieran ir de otros Estados.

A medida que vaya usted apoderándose de las diversas entidades federativas que hasta ahora no tienen Gobernador Constitucionalista, lo pondrá usted en conocimiento mío, para que nombre las autoridades que han de gobernarlas.

Si fuere indispensable para la organización de las tropas que ahora recluta o de las que caigan bajo su mando al avanzar hacia el Sur, otorgar despachos a algunos oficiales de nuevo ingreso al Ejéréito Constitucionalista, los extenderá usted provisionalmente, a reserva de que, si por las aptitudes y servicios prestados se reconoce que son merecedores de los grados que se les haya otorgado, sean ratificados por esta Primera Jefatura. Igualmente, queda usted autorizado para ascender provisionalmente a los oficiales de sus tropas, cuando sea indispensable cubrir las vacantes que otros dejen, por muerte o cualquiera otro motivo. Se le autoriza a usted, igualmente, para imponer empréstitos o hacer las requisiciones de elementos de guerra que necesite para proseguir su campaña, extendiendo los comprobantes necesarios para que los interesados puedan ser indemnizados en su oportunidad por el Gobierno Constitucionalista.

Al abandonar sus tropas el Estado de Sonora, dejará usted, además de las tropas necesarias para tener en jaque al enemigo, en caso de que éste no sea desalojado desde luego de Guaymas, otras que impidan los desmanes de las tribus yaquis rebeldes, que eviten las incursiones posibles de tropas venidas de Estados Unidos y que sirvan para la vigilancia de la frontera y eviten el contrabando. Recomendará, muy especialmente, a los jefes de las tropas que queden guarneciendo cada Estado, que se esfuercen en dar garantías a los habitantes y que atiendan las indicaciones de las autoridades civiles, para hacerlas respetar y para mantener su prestigio.

Me tendrá usted al tanto, por la vía telegráfica, de la situación militar de la región que le encomiendo, para que pueda yo conducir con más acierto las operaciones de las otras tropas del Ejército Constitucionalista.

Constitución y Reformas.
Nogales, Sonora, 3 de marzo de 1914.
El Primer Jefe del Ejército Constitucionalista, V. CARRANZA. Rúbrica.

Al C. General de Brigada, Comandante del Cuerpo de Ejército del Noroeste.
Presente.

Desde luego di principio a los preparativos para cumplimentar la superior disposición de la Primera Jefatura.

Un día antes de mi salida al Sur, y cuando trataba con el Primer Jefe algunos asuntos relacionados con el armamento y municiones que por su orden pondría a mi disposición el señor Francisco S. Elías, quien se encontraba presente allí también, le dije, al terminar: Señor: me voy con la pena de que el general Angeles lo va a traicionar a usted. El Jefe, sin ocultar la mala impresión que mi profecía le causara, me contestó: Creo que es usted injusto, general Obregón, en juzgar así al general Angeles. Entonces me concreté a decirle: Señor: yo tengo la obligación de ver las cosas a través de mi criterio y expresarlas en la forma que las veo. ¡Ojalá que sufra una equivocación!

Al siguiente día, después de haber recibido del Jefe las últimas instrucciones, nos despedimos en la estación, y emprendí yo mi marcha al Sur, llegando ese mismo día a Hermosillo.

Después de una permanencia en Hermosillo hasta el día 14, que fue empleada en el arreglo de los últimos detalles de nuestra marcha, salimos ese día hacia el Sur, acampando en Estación Maytorena.

El día 15 de marzo, en aquella estación, extendí nombramiento en favor del general Salvador Alvarado como jefe de las tropas que sitiaban el puerto de Guaymas y de las guerrillas que operaban contra los yaquis rebeldes en el río Yaquí.

Las fuerzas que sitiaban Guaymas, eran: la brigada al mando directo del general Alvarado; las fuerzas al mando del general Ramón V. Sosa; las del teniente coronel Fructuoso Méndez; las del teniente coronel Cenobio Domínguez, y la brigada del teniente coronel Acosta.

Las fuerzas que hacían la campaña contra los pequeños grupos de indios rebeldes estaban destacadas en la región del Yaqui.

El mismo día, extendí nombramiento al C. coronel Plutarco Elías Calles como comandante militar de la plaza de Hermosillo y jefe de las Fuerzas Fijas del Estado.

El coronel Antonio A. Guerrero fue nombrado jefe de la línea del Norte, en sustitución del coronel Calles, debiendo depender aquél de éste.

Todas estas disposiciones fueron comunicadas al gobernador Maytorena en oficios de aquella misma fecha.

Las consideraciones que me impulsaron a no atacar desde luego a Guaymas, fueron las siguientes:

Primera. Siendo Guaymas un puerto de mar, se hacía para nosotros, que teníamos solamente fuerzas de tierra, imposible rendirla por hambre.

Segunda. Siendo tan ventajosas las posiciones con que contaban los defensores del puerto, el ataque por nuestra parte hubiera sido en condiciones muy desfavorables, y aun en el caso de capturar la plaza, el enemigo hubiera podido salvar, en sus embarcaciones, sus principales elementos y traslardarse a cualesquiera de los puertos del Sur, dejándonos a nosotros exhaustos de parque y sin poder reponer el consumido en la batalla.

Tercera. El desembarco de la columna desalojada de Guaymas, en cualquiera de los puertos del Sur, hubiera puesto en condiciones bien difíciles a los nuestros, que operaban en aquella región.

Creí, pues, más conveniente dejar establecido el sitio y emprender nuestro avance, para controlar todos los puertos que al Sur servían de base de aprovisionamiento al de Guaymas; poniendo así en condiciones cada día más difíciles a la guarnición federal, hasta obligarla a abandonar la plaza o rendirse a nuestras fuerzas.

El día 16 me incorporé a Navojoa, Río Mayo, con mi Estado Mayor; y, desde luego, convoqué a una junta de personas de reconocida honorabilidad y de prestigio, capaces de ayudarnos en el reclutamiento.

Con anterioridad, se habían dado algunos elementos al general Lucio Blanco, quien se había trasladado a Culiacán, para organizar una brigada de caballería, habiéndosele incorporado algunas fracciones de fuerza de aquella arma, y dando yo autorización al general Iturbe para que comprara hasta 1,000 caballos, y los pusiera a disposición de Blanco.

El reclutamiento en la región del Mayo se hizo con muy buen éxito, debido al entusiasmo que habían despertado los triunfos alcanzados por nuestro ejercIto.

El armamento y las municiones que habría de remitirnos el agente comercial del Cuerpo de Ejército del Noroeste, señor Francisco S. Elías, tardaba más de lo que esperábamos, y esto hizo demorar nuestra marcha; pero el tiempo no era perdido, pues constantemente se daba instrucción a los soldados reclutados y, con éstos, se organizaban batallones y brigadas, dándoseles la correspondiente denominación.

El día 23 de marzo recibí un telegrama del general Iturbe, procedente de Culiacán, en el que me comunicaba que el teniente coronel Gregorio Osuna, a bordo del vapor Bonita, se incorporaba ese día al puerto de Altata, reconociendo al Gobernador ConstitUcionalista, procedente del Distrito Sur de la Baja California -donde había estado dicho jefe como comandante militar-, trayendo prisionero consigo a Moreto Cruz, prefecto político de Guaymas, quien había sido uno de los parásitos de la dictadura, individuo que se captó el odio más completo de todo el elemento revolucionario, por haberse distinguido como cómplice de Ojeda en los principales crímenes cometidos por este empedernido federal. En el mismo mensaje me informaba el general Iturbe que el barco Bonita quedaba, desde aquel día, al servicio de la revolución, agregando que bajo las órdenes del teniente coronel Osuna venían los capitanes Carlos González y Urbano Angulo; los licenciados Enrique de Kératry y Enrique Pérez Arce; el periodista Enrique Bañuelos Cabezudt, y 175 personas más, entre tropa y particulares.

En la misma semana había llegado al puerto de Yabaros el vapor Unión, conduciendo a bordo a los señores Miguel Cornejo y hermanos Labastida, procedentes también del Distrito Sur de la Baja California, quienes huían de la persecución de las autoridades de Huerta; y a los que el mismo teniente coronel Osuna, siendo éste aún comandante militar de aquel Distrito, había dado aviso de la orden que recibió para proceder en contra de ellos, favoreciéndoles así la huida.

El día 1° de abril recibí un parte fechado en el puerto de Topolobampo y firmado por el capitán de navío Hilario R. Malpica, comandante de nuestro cañonero Tampico, en el que me comunicaba que el día anterior había sostenido un combate en alta mar contra los cañoneros Guerrero y Morelos, habiendo sufrido su barco serias averías; que apenas logró ganar la barra del puerto de Topolobampo y buscar un bajo donde poder encallar, habiendo conseguido quedarse a la altura de Punta de Copas, en una profundidad de más de veinte pies de agua, rechazando a los barcos enemigos con el cañón de proa, que había quedado en condiciones de utilizarse todavía. El mismo parte decía que en el combate habían muerto algunos de sus marinos y un oficial, que perdió la vida al intentar colocar un tapón en uno de los agujeros que, bajo la línea de flotación, causara al barco un proyectil enemigo.

Ordené al comandante Malpica que nadie abandonara el barco, mientras procurábamos impartirles alguna ayuda y ver la manera de salvarlo.

Al mismo tiempo, en vista del fracaso de nuestro cañonero, que era el único barco con que contábamos, creí conveniente adquirir un barco ligero que pudiera, con su velocidad, burlar a los cañoneros Guerrero y Morelos, que estaban al servicio de Huerta, y utilizarlo para transladar pertrechos a los distintos puntos de la costa, donde teníamos fracciones de fuerzas operando contra la usurpación; y con tal objeto, comisioné a un oficial que había pertenecido a la tripulación del Tampico, cuyo nombre era Fernando Palacios, para que se transladara a cualquier punto de los Estados Unidos e hiciera la adquisición del barco, dándole para tal objeto la cantidad de treinta mil dólares.

El reclutamiento en Navojoa y otros pueblos de la región del Mayo se había continuado con tan buen éxito, que al terminar la primera decena de abril, se tenían reclutados y organizados más de cuatro mil hombres, con una parte de los cuales se cubrieron las bajas que en la campaña habían sufrido los batallones veteranos, y, con el resto, se formaron cinco batallones más, los que fueron puestos bajo las órdenes de los mayores Eugenio Martínez, Severiano A. Talamante, Ramón Gómez, Guillermo Chávez y Alfredo Murillo. El batallón al mando del mayor Gómez fue movilizado a estación Cruz de Piedra, para reforzar a las tropas que sitiaban el puerto de Guayrnas.

Entretanto, las fuerzas de Sinaloa continuaban el asedio del puerto de Mazatlán, aunque sin poder establecer un sitio efectivo, debido a los pocos elementos con que contaban los jefes de aquellas fuerzas, que lo eran el general Juan Carrasco y el coronel Ángel Flores, por lo que se limitaban a hostilizar constantemente a la guarnición federal de dicho puerto.

En Culiacán, capital del Estado, el general Iturbe, jefe de las fuerzas de Sinaloa, eficazmente ayudado por el coronel Eduardo Hay, como jefe de su Estado Mayor, se ocupaba también, con toda actividad, en dar la mejor organización posible a los distintos cuerpos de tropas que tenía en aquella plaza, y que se alistaban para marchar al Sur.

La columna de caballería que organizaba el coronel Miguel M. Acosta, bajo el mando del general Lucio Blanco, ascendía ya a más de un mil hombres, los que habían sido perfectamente equipados y pertrechados con los elementos que se le remitieron del Cuartel General.

Las reparaciones de la vía del ferrocarril al Sur continuaban con actividad, estando, para entonces, muy adelantadas.

En este estado de cosas, ordené la salida, con destino a Culiacán, de todas las fuerzas que deberían emprender la campaña por el Occidente y el centro de la República, inclusive la artillería, que la formaban 10 cañones de grueso calibre, al mando del mayor Juan Mérigo y 10 ametralladoras al mando del mayor Maximiliano Kloss.

La columna llevaba también, para los servicios de campaña, el biplano Sonora, que era tripulado por el capitán Gustavo Salinas y su ayudante Teodoro Madariaga.

Marchaba, incorporado a la columna, el señor Jesús H. Abitia, miembro de la casa Abitia Hermanos, de Hermosillo, quien había obtenido permiso mío para tomar varias vistas cinematográficas en la marcha y combates que hubieran de efectuarse en nuestro movimiento al Sur. El señor Abitia ha sido un verdadero liberal y demócrata, y siempre ha demostrado la adhesión más completa a los principios revolucionarios. Tanto por sus ideas revolucionarias como por la íntima amistad que ha cultivado conmigo desde su niñez, tuvo el impulso de abandonar su casa establecida en Hermosillo para concurrir a la campaña del Cuerpo de Ejército del Noroeste, por el Occidente y centro de la República.

La marcha se emprendió de estación Navojoa, por ferrocarril, el 14 de abril; y al llegar a estación San Blas, me separé yo de la columna, para seguir por la vía del ferrocarril Kansas Ciry hasta Topolobampo, con objeto de visitar el cañonero Tampico y darme cuenta exacta de la situación de sus tripulantes, que estaban siendo constantemente amagados por los cañoneros enemigos Guerrero y Morelos, los que intentaban apoderarse de nuestro barco y capturar a la tripulación.

El día 15, temprano, llegamos a Topolobampo y, desde luego, me embarqué en una lancha de gasolina, acompañado de los miembros de mi Estado Mayor, para salir a visitar el Tampico, que estaba hundido a una distancia de 12 kilómetros del muelle.

Antes de embarcarnos, pudimos observar, desde los cerros de Topolobampo, que afuera de la bahía, y como a ocho kilómetros de donde se encontraba el Tampico, estaba fondeado el cañonero Guerrero y, a un costado de éste, un barco mercante que parecía transbordar provisiones al cañonero.

El capitán Salinas había recibido orden de efectuar un vuelo en su biplano y arrojar, desde él, algunas bombas sobre el Guerrero, cuando nosotros estuviéramos ya en el Tampico.

Como a las 10 a. m., abordamos el Tampico. Éste no podía estar en peores condiciones que las que guardaba: se encontraba totalmente lleno de agua y tenía enormes aberturas abajo de su línea de flotación; y la imposibilidad de hacer funcionar las máquinas en tales condiciones hacía impracticable la instalación de bombas para achicar. La corrientada de la marea había ido enterrando el barco de popa, y, con este motivo, habían sido desemplazados ya algunos de sus cañones para sacarlos a tierra, quedando utilizable solamente el cañón de proa para repeler los ataques de los barcos enemigos.

Al llegar nosotros al Tampico, su comandante ordenó izar el pabellón, indicando con esto la presencia del General en Jefe a bordo.

El comandante del Guerrero seguramente se dio cuenta de este detalle y juzgó oportuno atacar a nuestro barco en aquellos momentos, pues desde luego levantó ancla el Guerrero, iniciando su movimiento hacia nosotros, en dispositivo de combate.

Mi primera intención fue abandonar el barco y ganar tierra en nuestra lancha de gasolina, cuya velocidad nos pondría a cubierto de todo peligro; pero cuando iba a dar la orden en este sentido, recordé el telegrama que de Navojoa había dirigido a los tripulantes del Tampico ordenándoles no abandonar el barco, y entonces decidí quedarme a bordo para correr la misma suerte que aquellos abnegados marinos que, durante medio mes, habían permanecido en aquel maltrecho barco, haciendo esfuerzos por salvarlo, en acatamiento de mis órdenes.

La lucha iba a entablarse, y a ella nos aprestábamos en nuestro barco, no siendo muchas las órdenes que había que dictar, puesto que no se podía hacer ningún movimiento, y teníamos solamente un cañón.

El comandante del Tampico ordenó abrir fuego sobre el Guerrero, y éste, al notar nuestra actitud resuelta y su desventajosa condición para empeñar combate, volvió a su fondeadero.

Las circunstancias que nos daban ventajas sobre el barco enemigo, eran: que ningún aliciente presentaba para él un combate, puesto que en las condiciones en que estaba el Tampico -encallado y por ende convertido en una fortaleza- no podría hundirlo, aun cuando sus granadas hicieran blanco en él; en tanto que aquél sí podía ser averiado, dondequiera que lo tocaran las granadas del Tampico.

Nuestro cañón disparó solamente cinco proyectiles, sin hacer blanco.

En aquellos momentos aparecieron el capitán Salinas y su ayudante Madariaga en su biplano, a una altura mayor de 3,000 pies, siguiendo en dirección adonde los barcos enemigos estaban fondeados; y entonces ordené la salida de la lancha de gasolina rumbo a la barra, para proteger a los aviadores en caso de que sufrieran algún accidente, debido a la brisa que empezaba a soplar fuerte.

Unos momentos después, pudimos observar las columnas de agua que se levantaban cerca de los barcos enemigos, siendo ellas producidas por la explosión de las bombas que de nuestro biplano arrojaban Salinas y Madariaga; y observamos, también, que aquellos barcos levaron ancla y se pusieron en movimiento para esquivar las bombas.

Cuando los barcos ganaron alta mar, nuestro biplano emprendió su regreso para aterrizar en la playa, sin haber logrado hacer blanco con las bombas en ninguna de las embarcaciones.

Nosotros dejamos el Tampico, y regresamos al puerto después del mediodía.

He querido hacer hincapié en el vuelo efectUado en aquella ocasión por Salinas y Madariaga, por considerarlo el más atrevido de cuantos se practicaron durante la campaña por estos aviadores, pues la distancia que tuvieron que recorrer, con un tiempo poco favorable, fue de más de 18 kilómetros, mar adentro, y en circunstancias en que soplaba una brisa fuerte, habiendo tenido que mantenerse a una altUra mayor de 3,000 pies para ponerse a salvo del fuego de la fusilería de a bordo del cañonero enemigo. Estos datos demuestran la intrepidez de nuestros aviadores.

En la conferencia que tUve con el comandante del Tampico, éste se mostró muy empeñado en salvar el barco, y a este efecto, di desde luego las órdenes necesarias para hacer llegar a Topolobampo alguna maquinaria de la hacienda Los Mochis y de estación San Blas, con la que pudiera emprenderse el trabajo de salvamento de nuestro navío, a la vez que se contrataban algunos buzos.

Al día siguiente, continué mi marcha hasta incorporarme a Culiacán.

El movimiento al Sur se había iniciado movilizando la brigada al mando del general Diéguez al Sur de Mazatlán, para evitar que vinieran refuerzos de Tepic al mencionado puerto, y para que la citada fuerza quedara a la vanguardia de nuestra marcha.

En seguida, ordené la salida del resto de las fuerzas, siendo inmediata la marcha de la brigada de caballería del general Blanco, con instrucciones de avanzar adelante de las posiciones del general Diéguez, y quedar como extrema vanguardia sobre la vía a Tepic.

A continuación se movilizaron las fuerzas de los generales Iturbe, Cabral y Hill.

De Culiacán mandé una expedición armada a posesionarse del distrito Sur de la Baja California, al mando del teniente coronel Camilo Gastelum, acompañando. a éste el señor Miguel L. Cornejo, quien fue nombrado Jefe Político de aquel Distrito, y el señor Adolfo Labastida, con algunas otras de las personas que habían abandonado el Territorio, para incorporarse a la revolución en Sonora. Dicha expedición debería transladarse al puerto de Altata y esperar allí el momento oportuno -cuando los barcos enemigos estUvieran frente a Guaymas o Mazatlán- para embarcarse en el vapor Bonita y, cruzando el Golfo, dirigirse a desembarcar en las costas de la Baja California.

Por haberse retardado la llegada de los fondos que se enviaban para las atenciones del Cuerpo de Ejército del Noroeste, y estando sumamente necesitados de ellos, cuando nuestras fuerzas emprendían su avance al Sur, alejándose más de nuestra base de abastecimiento, hube de conjurar aquella escasez haciendo en Culiacán una emisión de Vales Provisionales, por valor de $50,000.00, con previa autorización de la Primera Jefatura, con cuya emisión pudimos hacer frente a todos los gastos de nuestra columna, permitiéndonos esto proseguir nuestra campaña, sin el temor de tener dificultades por falta de fondos para llenar las necesidades de las tropas.

Estando aún mi Cuartel en Culiacán, surgieron las memorables dificultades entre el Gobierno de los Estados Unidós y el usurpador Huerta, las que trajeron, como consecuencia, el desembarco de tropas norteamericanas en el puerto de Veracruz, de lo cual tuve primer noticia por el general Salvador Alvarado, quien desde su campamento en Empalme, me transmitió una comunicación que le fue dirigida por el general federal Joaquín Téllez, jefe de la guarnición sitiada en Guaymas, relacionada con aquellos acontecimientos, y cuyo texto se inserta a continuación:

Tropas norteamericanas atentatoriamente desembarcaron ayer en Veracruz, comenzando combate. Ha llegado el momento de que olviden las cuestiones interiores para defender la Patria; y hago a usted un llamamiento, para unir el esfuerzo de todos, para lograr la salvación de nuestro país. Espero la contestación de usted, franca y leal, para saber a qué atenerme.

(Firmado.) Joaquín Téllez.

La contestación mía para Téllez, enviada por conducto de Alvarado, fue la siguiente:

Señor Joaquín Téllez.
Guaymas.

El abominable crimen de lesa Patria, que el traidor y asesino Huerta acaba de cometer, provocando deliberadamente una invasión extranjera, no tiene nombre. La Civilización, la Historia y el Ejército Constitucionalista, único representante de la Dignidad Nacional, protestarán con toda energía contra tales hechos; y si los norteamericanos insisten en la invasión, sin atender las notas que nuestro digno Jefe, señor don Venustiano Carranza ha puesto al presidente Wilson, el Ejército Constitucionalista, al que me honro en pertenecer, luchará hasta agotar sus últimos elementos, contra la invasión, salvando de esta manera la dignidad nacional, cosa que no podrán hacer ustedes, porque la han pisoteado.

Por lo expuesto, verá usted que no estamos dispuestos a unirnos con un ejército corrompido, que sólo ha sabido pactar con la traición y el crimen. Si ustedes son atacados en ese puerto por los barcos norteamericanos, y derrotados, como de costumbre, se les permitirá la retirada, determinándoseles el lugar donde deban permanecer, hasta que se reciban instrucciones del Primer Jefe sobre lo que deba hacerse con ustedes.

General en Jefe. Alvaro Obregón.

El general Diéguez, desde su campamento al Sur de Mazatlán, me dio también parte de que los federales, sitiados en aquel puerto, lo invitaban a unirse a ellos, con motivo de los acontecimientos registrados en Veracruz, y di instrucciones al general Diéguez para enviar al jefe de la guarnición de Mazatlán una respuesta idéntica a la que dirigí por conducto de Alvarado.

Al día siguiente recibí un mensaje de la Primera Jefatura, que entonces estaba establecida en la ciudad de Chihuahua, informándome detalladamente de las dificultades surgidas entre Huerta y el Gobierno de la Casa Blanca, y transcribiéndome la nota que, con motivo del desembarco de tropas norteamericanas en Veracruz, había dirigido la propia Primera Jefatura al Presidente de los Estados Unidos.

Todos comprendimos que Huerta, en su impotencia para conservar el poder que había usurpado mediante la traición y el crimen, había provocado aquel conflicto internacional, para desconcertar la opinión pública y buscar la manera de salvarse.

Teniendo ya confirmada la noticia del desembarco de fuerzas norteamericanos en Veracruz, y aunque con bastante confianza en que las gestiones diplomáticas emprendidas por el Gobierno de la Revolución harían desaparecer todo peligro de un conflicto y sería respetada por el Gobierno de los Estados Unidos la soberanía e integridad nacional, mi Cuartel General ordenó a los jefes de nuestras fuerzas, cerca de la costa del Pacífico, tomar toda clase de precauciones y estar preparados para rechazar cualquier intento de desembarco de fuerzas norteamericanas en nuestro suelo por los lugares que estaban bajo nuestro dominio.

Al propio tiempo se continuaban desarrollando todos los preliminares de nuestro avance al Sur.

La vía del ferrocarril que hubimos de utilizar para nuestra marcha y para nuestro tráfico de trenes al Sur de Culiacán corre paralela a la playa, en una extensión de 100 kilómetros aproximadamente, y esta circunstancia permitía que el enemigo, con la artillería de sus dos barcos de guerra, de que disponía en aquellas costas, hostilizara constantemente a nuestros trenes, y algunas veces efectuaba desembarcos de fuerzas en puntos desguarnecidos, para destrUir la vía o volar los principales puentes, reembarcando a sus soldados, después de causar los daños y burlar así nuestra persecución.

El día 29 salí de Culiacán con el Cuartel General hasta incorporarme a estación Modesto, donde ya estaban reconcentradas las columnas al mando del general Hill, y la artillería.

De allí me transladé a Venadillo, donde el general Carrasco y el coronel Flores tenían su Cuartel General; y después de conferenciar largamente con dichos jefes, quienes me enteraron detalladamente de la situación de Mazatlán, continué mi marcha hasta Castillo, emprendiendo, desde luego, la movilización de las tropas para cerrar el sitio a Mazatlán, estableciendo mi Cuartel General en Casa Blanca, a cuatro kilómetros del fuerte federal llamado Loma Atravesada, que constituía la mejor defensa preparada por la guarnición federal de aquel puerto, y en donde tenía el enemigo emplazada una batería de cañones de grueso calibre.

A Casa Blanca me incorporé el día 4 de mayo, e inmediatamente el general Cabral me rindió parte de que el día anterior el capitán J. Manuel Sobarzo, de su brigada, había practicado un reconocimiento en Isla de Piedra y rendídole parte de que el cañonero Morelos se encontraba varado al occidente de dicha isla, una distancia aproximada de cuatrocientos metros.

Para cerciorarme plenamente de aquello, ordené que se alistaran, desde luego, dos pequeños botes o canoas de que podíamos disponer, y acompañado de mi Estado Mayor y 20 hombres de mi escolta, y de los señores Juan R. Platt y Jesús H. Abitia, me embarqué en dichas canoas, y, a remo, nos dirigimos en ellas a la Isla de Piedra, teniendo que hacer una travesía de un kilómetro bajo los fuegos de la artillería enemiga.

Logramos hacer la travesía sin que los proyectiles de la artillería enemiga hicieran blanco en nosotros, y, ya en tierra, continuamos nuestro avance por entre los matorrales y cocoteros, hasta llegar al extremo poniente de la Isla, después de hacer un recorrido aproximadamente de cuatro kilómetros.

Sin ser descubiertos por el enemigo, ascendimos a una pequeña colina que tiene la isla al poniente, quedando allí en condiciones magníficas para reconocer al cañonero Morelos, y entonces pudimos confirmar el informe que rindiera el capitán Sobarzo; pues, realmente, el cañonero estaba varado, y su comandante y tripulantes trabajaban esforzadamente en sacarlo.

Inmediatamente regresamos al campamento, habiendo llegado al Cuartel General ya entrada la noche.

Desde luego ordené que en las canoas de que disponíamos se embarcara un cañón de 57 mm. y que en algunas otras, que pudimos conseguir, se embarcaran doscientos hombres. Inmediatamente que las tropas y nosotros hubimos cenado y proveídonos de los víveres necesarios para permanecer el día siguiente en la isla, emprendimos la travesía, sin que el enemigo pudiera descubrir nuestro movimiento, debido a la obscuridad de la noche.

Siguiendo el mismo camino que nos sirvió para hacer la exploración durante el día, llegamos a la playa Occidente, frente al barco varado, a las doce de la noche.

A esa hora, ordené la colocación de las tropas en la parte más baja de las lomas, y frente al barco varado, e hice emplazar nuestro cañón entre unas rocas que nos servían de trincheras.

Mientras tanto, las demás fuerzas continuaban cerrando el sitio a Mazatlán. El general Iturbe había establecido su Cuartel General en Otates, al Norte; el general Carrasco tenía el suyo frente a Loma Atravesada, y al Sur, sobre la vía del ferrocarril y en los pequeños cerros que están al Norte de ésta, tenían sus posiciones las infanterías de Sonora, al mando de los generales Cabral y Hill.

Al amanecer del día 5, abrimos el fuego sobre el barco enemigo, con nuestro cañón de 57 mm., manejado por el capitán Gustavo Salinas.

Debe haber sido una verdadera sorpresa para la tripulación del Morelos el despertar por el estampido de nuestro cañón, y la explosión de las granadas que chocaban contra el casco de su barco.

Los artilleros de a bordo intentaron desde luego contestar el fuego; pero eran obligados a desistir, pues cuando aparecían en la cubierta, presentaban un magnífico blanco a la fusilería de nuestros soldados, que habían sido colocados en las posiciones más ventajosas para batir a los marinos.

Cuando amaneció, el comandante de la guarnición de Mazatlán, general Rodríguez, se había dado cuenta de nuestra aventura y ordenó a los fuertes de Loma Atravesada y Nevería, que están a muy corta distancia de Isla de Piedra, abrieran fuego sobre nosotros, para proteger al cañonero, a la vez que daba iguales instrucciones al cañonero Guerrero, que estaba también a las órdenes del mismo general Rodríguez.

El Guerrero levantó ancla desde luego, haciendo un movimiento de flanco; se colocó a una distancia de dos millas de nosotros y abrió fuego con sus cañones, simultáneamente con el que nos dirigían los ocho de los fuertes de tierra, que sumados con aquéllos, hacían un total de 24 cañones.

Nosotros, hacia quienes convergía aquel terrible cañoneo, permanecíamos entre los peñascos del extremo de la Isla, haciendo fuego con nuestro cañón sobre el Morelos, con éxito magnífico.

Entablada la lucha en tales circunstancias, dirigí al C. Primer Jefe el siguiente parte telegráfico:

Isla de Piedra, mayo 5 de 1914.

Hónrome comunicar a usted que inmediatamente que llegué a Urías me transladé a esta Isla a hacer un reconocimiento, encontrando varado el cañonero Morelos, a quinientos metros de la playa y a seiscientos de los fuertes de los federales.

Inmediatamente hice pasar infantería y, anoche, un cañón de 57 mm. haciendo fuego sobre el barco desde el amanecer. A estas horas, 7 a. m., hemos logrado que hagan blanco ocho proyectiles. Esta noche pasaré artillería de 75 mm., y creo que el éxito será más seguro.

General en Jefe. Alvaro Obregón.

Como a las ocho de la mañana, los artilleros del Morelos habían logrado formar algunos parapetos, que los protegían algo contra los fuegos de nuestra artillería y fusilería, y entonces entraron en acción, también contra nosotros, los cañones de ese barco.

Ese desventajoso combate se prolongó todo el día; y mientras estos acontecimientos se desarrollaban, en la misma fecha se rendía la guarnición federal de Acaponeta, al ser sitiada por nuestras fuerzas, al mando de los generales Diéguez, Blanco y Buelna, a quienes había ordenado atacaran dicha plaza. La guarnición federal de Acaponeta se componía de 1,600 hombres aproximadamente, al mando del general Solares, teniendo tres cañones y una considerable reserva de cartuchos.

Con motivo de esa victoria, rendí al C. Primer Jefe el siguiente parte telegráfico:

Castillo, 5 de mayo de 1914.

Hónrome comunicar a usted que, como se lo participé en mensaje anterior, fue sitiada la columna del general Solares, compuesta de mil seiscientos hombres, con tres cañones y varias ametralladoras, en Acaponeta, por la vanguardia de nuestra columna, con fuerzas de los generales Diéguez, Blanco y Buelna, habiéndose rendido hoy dicha columna, a las 11.30 a. m., quedando en nuestro poder la plaza de Acaponeta y más de dos mil máusers, tres cañones, un millón de cartuchos y prisionera toda la guarnición.

La plaza de Mazatlán la tengo sitiada desde el amanecer de hoy, habiendo cerrado el sitio con la Isla de Piedra, de la que tomamos posesión desde antenoche.

Desde el amanecer de hoy, emplazamos un cañón en dicha Isla, abriendo el fuego sobre el Morelos, que se encuentra varado frente a la Isla, entablando con él un duelo de artillería a cuatrocientos metros de distancia.

A estas horas, 3 p. m., once de nuestros proyectiles han hecho blanco, causando estragos en dicho buque.

Creo que el Morelos está ya imposibilitado, pues está caído por un costado.

Esta noche pasaré más artillería y la emplazaré de manera que ningún buque pueda entrar al puerto.

La guarnición ha hecho un nutrido fuego de artillería, y continúa lo mismo.

Respetuosamente.
El General en Jefe. Alvaro Obregón.

Todos los pertrechos de la guarnición rendida pasaron a poder de nuestras fuerzas y una parte de la clase de tropa se incorporó voluntariamente a nuestras filas, siendo enviados a Hermosillo los jefes y oficiales.

Siendo tan desventajoso para nosotros el combate que estábamos librando, por la infinita superioridad de los elementos con que nos batía el enemigo, por la noche, aprovechando la obscuridad, hice llevar de nuestro campamento a Isla de Piedra dos cañones más, doscientos infantes y dos ametralladoras, con cuya artillería se incorporaron el mayor Kloss y el teniente Jácome.

El día 6, al amanecer, se reanudó el combate, y ese día el fuego no cesó un solo momento, hasta las cuatro de la tarde, hora en que pudimos notar que el Guerrero se hacía a la mar rumbo al Sur, hasta perderse de vista; cesando, a la vez, los fuegos de la artillería del Morelos y siguiendo solamente, a intervalos, los disparos de los fuertes de tierra.

De nuestra artillería habían logrado desemplazar, y casi inutilizar, un cañón y una ametralladora, y nuestras fuerzas habían sufrido algunas bajas, aunque de poca importancia, tomando en cuenta lo nutrido y desesperado del fuego que nos había sido dirigido durante todo el día.

En la tarde, cuando la marea empezó a bajar, pudimos ver que el Morelos tenía grandes agujeros abajo de su línea de flotación, causados por los proyectiles de nuestra artillería, y por los que salían gruesos chorros de agua.

Esa misma tarde, el vapor Korrigan II hacía su entrada a la bahía de Mazatlán, y ordené que se abriera fuego sobre él con toda nuestra artillería. Nuestros cañones hicieron algunos disparos y el Korrigan II se vio obligado a hacerse de nuevo a la mar.

Tal procedimiento no fue sino consecuencia de la nota que de antemano había dirigido yo a los comandantes de los barcos de guerra extranjeros, surtos fuera de la bahía, avisándoles que había declarado cerrado el puerto, y que batiría a cualquiera embarcación que intentara entrar en él.

Con anterioridad se había dado permiso para que el oficial Wallace Buctoll, ayudante del comandante en jefe de la flotilla norteamericana del Pacífico, bajara a tierra en Topolobampo, a fin de recoger a los residentes norteamericanos en la región que desearen regresar a los Estados Unidos; y ese día recibí una comunicación del citado oficial, en los siguientes términos, dirigida de a bordo de uno de los acorazados norteamericanos, frente a Altata:

Señor General Obregón:

Tengo el honor de manifestar a usted, que desde abril 27 al primero de mayo, inclusive, estuve en Topolobampo con torpederos-destróyers, para recoger norteamericanos de Topolobampo y sus alrededores que desearen regresar a Estados Unidos.

En atención de estos norteamericanos, tengo el honor de informarle que el mayor Jesús A. Cruz, Comandante Militar de Topolobampo, y el señor Víctor Preciado, jefe de la Aduana, me trataron con suma cortesía y caballerosidad, expeditando el desempeño de mi comisión.

No podría significarle el excelente valimiento de las atenciones de los mencionados caballeros, con los cuales mis trabajos no tropezaron con ninguna dificultad.

Permítame llamar la atención de usted sobre la conducta tan eficiente de los oficiales bajo su mando, con lo cual la salvación de México está en sus manos, por su eficiencia, cortesía y maneras caballerosas.

Como oficial, representante del Comandante en jefe de la Flotilla del Pacífico, doy en su nombre las más expresivas gracias por la cortés atención de usted, al permitir a los norteamericanos salir del territorio, honrosamente controlado por usted.

Suyo respetuosamente.

Wallace Buctoll. Ayudante del Comandante en Jefe de la Flotilla del Pacífico.

Mi contestación a esa nota fue la siguiente:

Recibí el atento mensaje que, a nombre del Almirante, se sirve usted transmitirme y agradezco a usted las frases de encomio que tiene para mí y mis subordinados, por las atenciones dispensadas a sus nacionales; asegurándole que no incurre usted en error al afirmar que la Patria mexicana se salvará en nuestras manos.

El Ejército Constitucionalista, al que me honro en pertenecer, no vacilará jamás en el cumplimiento del deber, lo que siempre ha sido y será una garantía para todos los extranjeros que, sin mezclarse en nuestros asuntos interiores, permanezcan en actitud neutral.

Suplico a usted hacer presentes mis respetos al honorable Comandante en Jefe.

De usted atento y seguro servidor.

General en Jefe. Alvaro Obregón.

Por la noche, el fuego cesó, y sólo se oían disparos aislados cuando se advertía algún movimiento a bordo del barco varado; manteniendo nosotros una vigilancia extrema, para evitar que el enemigo, que disponía de remolcadores y embarcaciones pequeñas, intentara hacer algún desembarco de tropas en la misma isla, a nuestra retaguardia, poniéndonos así en condiciones mucho más difíciles que aquella en que ya nos encontrábamos.

Nuestra permanencia en la isla podíamos, aunque con peligro, prolongarla varios días más, pues teníamos provisiones, aunque limitadas, y el agua, que era lo que más escaseaba, la suplimos con la de los cocos, que tanto abundan en aquella isla.

Al amanecer del día siete, pudimos notar cómo las olas habían arrojado a la playa algunas gorras de los marinos del Morelos, y que en el barco estaban aún apagados hasta los fuegos de las estufas y no había en él ningún signo que denunciara la presencia de tripulación.

Durante ese día, continuamos siendo batidos por los fuertes de tierra, de los cuales nos dirigían, a intervalos, disparos aislados.

El cañonero Guerrero, que el día anterior se había perdido al Sur, no regresaba.

Cuando tuve la seguridad de que el Morelos había sido abandonado y consideré que su artillería podría ser desmontada por el enemigo, para emplazarla en los fuertes de tierra, tomé la determinación de destruir por completo el barco, ya que nosotros no podríamos aprovechar nada de él, porque éste quedaba bajo los fuegos de los fuertes de tierra y, en esas condiciones, sólo podríamos acercamos a él de noche.

Por la tarde de ese día, el mayor Kloss tomó una canoa, y haciéndose acompañar de dos soldados, que le servían de marinos, trató de abordar el Morelos, sin lograrlo, y resultando seriamente herido; habiendo debido su salvación al valor de los dos marineros que lo acompañaban, quienes, a nado, remolcaron la pequeña canoa llevando a Kloss herido, en una distancia aproximada de dos kilómetros y bajo el fuego del enemigo. Uno de estos heroicos soldados se llama Julián Jaramillo.

El día 8, se pasó sin que el Guerrero se presentara en acción, y sólo continuando, a intervalos, el fuego de los fuertes sobre nuestro campamento.

Gon referencia al cañonero Guerrero, pasábaseme decir que al retirarse de la lucha por la tarde del día 6, y cuando nos dirigía sus últimos disparos, tomaba colocación entre los cruceros norteamericanos, que estaban anclados afuera de la bahía, para librarse de nuestros fuegos o para acarrear complicaciones internacionales, si lo batiamos allí.

Durante nuestras operaciones contra el Morelos, establecí el Cuartel General en Isla de Piedra, y allí empecé a recibir partes de los jefes que estaban frente a Mazatlán, relativos a los combates parciales que, más o menos reñidos, estaban librándose ya con las fuerzas federales, al establecer el sitio.

El mismo día 8, por la noche, hicimos algunos esfuerzos para abordar el Morelos, lo que no logramos, debido a lo agitado que estaba el mar, siendo por tres veces obligados nuestros pequeños botes a regresarse.

Los días 9 y 10 transcurrieron sin más novedad que ligeros tiroteos entre nuestros soldados en la isla y los de la línea que el enemigo había tendido en la playa Oriente de Mazatlán, frente a nuestras posiciones.

El día 10, por la tarde, se preparó lo necesario para ver si se lograba la voladura del Morelos, y, al entrar la noche, uno de nuestros pequeños botes, con sus cuatro tripulantes, emprendió su travesía, llevando una carga de dinamita suficiente para el objeto deseado.

Yo, en compañía de los miembros de mi Estado Mayor y del licenciado Manuel Aguirre Berlanga, quien había llegado ese día, me coloqué en lugar conveniente para esperar el resultado de aquella expedición.

Nuestros marineros lograron abordar el barco y colocar sobre la cubierta la dinamita, encendiendo en seguida la mecha y regresando a todo remo hasta ganar la playa.

Precisamente a las ocho y media de la noche, el fuego llegó a la dinamita, produciendo la explosión deseada.

A continuación transcribo íntegro el parte telegráfico que rendí a la Primera Jefatura, dando por concluido el combate contra el Morelos, cañonero que tanto nos había hostilizado desde las primeras operaciones del sitio de Guaymas, hasta poco antes de ser inutilizado:

Isla de Piedra, mayo 11 de 1914.

Hónrome en comunicar a usted que anoche, a las 8.30, la bahía de Mazatlán se iluminaba con el incendio del cañonero Morelos, que fue abandonado y volado con dinamita frente a las fortificaciones de los federales.

El incendio se ha prolongado hasta estas horas.

Cuatro de nuestros soldados, en una pequeña góndola, llevaron a cabo este acto de heroísmo, que debe enorgullecer a todos los que hemos puesto nuestra vida al servicio de la Patria; pues no sólo se ha inutilizado, para siempre, una unidad naval de la usurpación, sino que esto se hizo burlando la pretendida protección de los federales al Morelos desde todos los fuertes inmediatos.

El espectáculo era imponente, pues al comunicarse el fuego a los bordajes, todas las substancias inflamables hacían explosión.

Mientras presenciábamos el espectáculo recordábamos, con satisfacción, que coincidía la fecha con la gloriosa toma de ciudad Juárez por el Presidente Mártir, y era el primer aniversario del segundo día de combate en Santa Rosa.

Salúdolo respetuosamente.

El General en Jefe. Álvaro Obregón.

Terminado el combate con el Morelos, transladé mi Cuartel General a Casa Blanca, donde estuve dando las disposiciones necesarias para el perfeccionamiento del sitio de Mazatlán.

A raíz de la rendición de Acaponeta, ordené a los generales Diéguez y Blanco que avanzaran con sus tropas sobre la plaza de Tepic, dando a Blanco instrucciones de que se colocara, con sus caballerías, al Sur de Tepic, tanto para evitar que la guarnición de dicha plaza recibiera refuerzo, como para impedir el paso a la misma, en caso de que intentara huir rumbo a Guadalajara; en tanto que el general Diéguez, con las infanterías y la artillería, atacaba por el Norte. Al comunicar estas órdenes, recomendé hacer todo esfuerzo por impedir que los federales destruyeran el puente del ferrocarril que está sobre el río de Santiago, que es uno de los más grandes puentes que existen en la República, considerando que la destrucción de él entorpecería mucho nuestra marcha.

El día 15, recibí mensaje del general Diéguez, comunicándome la captura de la plaza de Tepic, y de este hecho de armas rendí el siguiente parte telegráfico a la Primera Jefatura:

Casa Blanca, 16 de mayo de 1914.

Hónrome en comunicar a usted que la plaza de Tepic ha caído en poder de nuestras fuerzas, que forman la extrema vanguardia de esta columna, al mando de los generales Blanco y Buelna.

Tepic lo defendían dos mil federales, perfectamente afortinados, y el combate duró veinticuatro horas, habiendo estado muy reñido. Una parte de la guarnición desertó en la madrugada de hoy y se le persigue con tenacidad.

Con esta victoria queda controlado por nuestro ejército el Territorio de Tepic, y en nuestro poder toda la lmea del Ferrocarril Sud-Pacífico, desde Nogales hasta Tepic.

Hoy mismo destaco una columna a cortar las comunicaciones entre Colima y Manzanillo, con lo cual las guarniciones huertistas de Guaymas y Mazatlán quedarán abandonadas a su propia suerte.

Respetuosamente.

General en Jefe. Alvaro Obregón.

En Tepic se infligió al enemigo una completa derrota, haciéndole más de ciento cincuenta muertos y un gran número de prisioneros, y capturándole un importante botín de guerra; y si la mitad de la guarnición logró escapar, fue debido a que el general Blanco no cumplió con la eficacia con que se hubiera deseado las órdenes recibidas de mi Cuartel General, en el sentido de que se colocara al Sur de Tepic y no emprendiera ningún ataque a la plaza, hasta que lo iniciara el general Diéguez por el Norte, con las infanterías y la artillería. Por nuestra parte, tuvimos que lamentar alrededor de cien bajas, entre muertos y heridos, contándose entre los primeros el coronel Soto, de las fuerzas del general Buelna.

Los federales, en su huida, como yo lo temía, quemaron el puente del ferrocarril sobre el río de Santiago, y causaron en la vía cuanto daño les fue posible, con el deliberado propósito de entorpecer nuestra marcha, ya que eran impotentes para contenerla de otra manera.

Inmediatamente que recibí el parte de la captura de Tepic, y sabedor de que habían surgido algunas dificultades entre los generales Diéguez y Blanco, debido a que este último no ejecutó fielmente las órdenes que se le habían dado para el ataque sobre la plaza, salí en una carretilla de vía, movida por motor de gasolina, acompañado del capitán Julio Madero y del teniente Rafael Valdés, con rumbo a Tepic, en cuyo trayecto empleamos dos días, debido a las dificultades con que tropezábamos para salvar con nuestro motor los puentes destruidos.

Arreglados los asuntos que me llevaron a Tepic, regresé a Casa Blanca.

Llegado de nuevo a Casa Blanca, continué haciendo exploraciones sobre las posiciones que ocupaban los federales que defendían Mazatlán, hasta llegar a formarme una idea, más o menos exacta, de lo que nos costaría capturar esa plaza.

Como casi todos los reconocimientos los practicaba acompañado de los principales jefes de nuestras fuerzas frente a Mazatlán, éstos estaban también en condiciones de hacer una apreciación más o menos acertada; y tomando ello en cuenta, un día los cité a mi Cuartel General para conocer la opinión de ellos y darles a conocer la mía, para que hicieran las observaciones que juzgaran pertinentes.

La reunión de jefes se verificó, y una vez entrados en materia, les expuse mi personal opinión sobre la situación que teníamos enfrente, relativa a nuestro asedio sobre Mazadán, indicando yo lo que juzgaba más conveniente hacer para abatir al enemigo; y luego los invité a que consideraran mis ideas, y a que con toda libertad me expusieran las suyas sobre el mismo caso.

La opinión sustentada por mí en aquella junta fue que, no obstante las posiciones tan ventajosas del enemigo, la plaza de Mazatlán podía ser capturada por nuestras fuerzas si emprendíamos el asalto con todos los elementos de que podíamos disponer para el ataque; pero que, después de tomar la plaza, quedaríamos imposibilitados para continuar nuestro avance al Sur, por las dificultades con que tropezaríamos para reponer las municiones que consumiéramos, considerando que a los federales no podríamos capturarles parque en cantidad digna de tomarse en cuenta; porque tenían ya, a su disposición, el cañonero Guerrero y otros transportes, en los que salvarían sus pertrechos de reserva, y quizás también en ellos lograría embarcarse la mayor parte de la guarnición y transladarse a Guadalajara, para reforzar aquella plaza que, indispensablemente, teníamos que atacar en nuestro avance al centro del país. Y, en vista de todos esos inconvenientes, que se oponían a la idea de un ataque decisivo sobre Mazatlán, propuse dejar este puerto en las mismas condiciones que el de Guaymas -sitiado- y emprender el avance con el grueso del Cuerpo de Ejército, hasta cortar a los federales, que lo defendían, las comunicaciones que conservaban por Manzanillo, y obligarlos a abandonar la plaza con este golpe, si antes no se podían remitir cartuchos en cantidad suficiente a las fuerzas sitiadoras, o si el cañonero Tampico no era puesto oportunamente en condiciones de servicio para que tomara parte también en un ataque decisivo.

Por fortuna, no hubo entre los jefes divergencias fundamentales de criterio, al considerar aquel caso, estando todos de acuerdo con mi opinión y proposición.

Las mismas consideraciones sometí a la Primera Jefatura, con referencia a un ataque sobre Mazatlán, y el señor Carranza me contestó manifestándome que dejaba a mi criterio atacar o no aquel puerto, y recomendándome solamente que activara las operaciones al Sur.

En la misma fecha, se incorporó a mi campamento el señor Enrique Breceda, Pagador General del Cuerpo de Ejército del Noroeste, quien era comisionado por la Primera Jefatura para manifestarme el deseo del señor Carranza de que hiciera yo todo esfuerzo por activar mi avance sobre el centro del país; porque empezaba a sospechar de la conducta de Villa y de Angeles, siendo su idea que nuestro Cuerpo de Ejército, de cuya lealtad nunca había dudado, ocupara las principales plazas del interior.

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