Índice de Ocho mil kilómetros en campaña de Álvaro ObregónCAPÍTULO IV -Primera parteCAPÍTULO IV - Tercera parteBiblioteca Virtual Antorcha

Ocho mil kilómetros en campaña

Álvaro Obregón

CAPÍTULO CUARTO

Segunda parte


CONFERENCIA CON MR. FULLER

Como a las 6.30 p. m. se presentaron de nuevo en mi Cuartel General el doctor Silva y el licenciado Díaz Lombardo, acompañados de Mr. Fuller.

Después de las ceremonias de presentación, y cuando hubimos ya tomado asiento, me dirigí a Mr. Fuller, expresándole mi satisfacción por conocerlo, y mi deseo de conocer el objeto de su visita.

Fuller me manifestó que tenía necesidad de recoger algunos datos sobre la situación militar en el territorio que ocupaba el Cuerpo de Ejército a mis órdenes, especialmente en Sonora, para poder él rendir a su Gpbierno un informe con más exactitud, y que esto lo hacía suplicarme le diera, si en ello no encontraba yo inconveniente, aquellos datos.

Yo manifesté a Mr. Fuller mi pena por no poder obsequiar sus deseos, diciéndole que no tenía yo atribuciones para dar informes de tal naturaleza a cualquiera otra persona que no fuera el Primer Jefe, agregando que lo indicado era que él hiciera su solicitud a la Primera Jefatura, a la que yo rendía frecuentemente mis informes.

Mr. Fuller me preguntó por qué no tenía yo representante cerca del Gobierno de vVashington, dada la personalidad que había yo adquirido en la Revolución; a lo que contesté: que el Gobierno Constitucionalista tenía su representante en los Estados Unidos, y que el representante de nosotros lo era el señor Carranza como Jefe de la Revolución, siendo él, con tal carácter, el único capacitado para tratar asuntos conel exterior y nombrar sus representantes cerca de otros gobiernos.

Mr. Fuller me citó como ejemplo a Villa, que se hacía representar en el extranjero, -y parecía tener la idea de extenderse más sobre aquel tema; pero como mis respuestas empezaron a hacerse lacónicas, se dio por terminada la entrevista y el señor Fuller y sus acompañantés se despidieron de mí.


CONTINÚA EL LICENCIAMIENTO Y DESARME DEL EJÉRCITO FEDERAL.
ENTREVISTA CON LA PRIMERA JEFATURA

Mientras tanto, el desarme y licenciamiento de las fuerzas ex-federales se habían llevado a cabo con todo éxito en los lugares en que estaban distribuidas, pasando a nuestro poder, con este motivo, una gran cantidad de pertrechos, los que fueron transladados a México y puestos a disposición de la Primera Jefatura.

Pocos fueron los jefes exfederales que se opusieron al licenciamiento de sus tropas, y entre éstos figuraron el general Joaquín Téllez, quien desobedeciendo las órdenes que le girara el general Velasco, se embarcó con sus fuerzas en Manzanillo, y las desembarcó en Salina Cruz, abandonándolas en este puerto y siguiendo él para Centro América, con los fondos de su columna y algunos pertrechos de la misma, los que inopinadamente fue a poner en poder del Gobierno de El Salvador, reservándose para sí los fondos; Benjamín Argumedo, Juan Andrew Almazán, Higinio Aguilar, Rafael Eguía Liz, Mariano Ruiz y otros de menor significación, quienes con cerca de mil quinientos hombres desertaron de Puebla y se lanzaron abiertamente en rebeldía contra el Gobierno Constitucionalista, y Pascual Orozco, que con un reducido número de hombres, esquivando todo encuentro con nuestras fuerzas, se dirigió a la frontera Norte para internarse a los Estados Unidos y fijar allá su residencia.

En una de las entrevistas que celebré en el Palacio Nacional con el Primer Jefe, para tratar asuntos del servicio, me manifestó él sus deseos de que pasara yo a colaborar cerca de él, en la secretaría de Guerra; y a esta indicación le contesté:

-Yo iré a la Secretaría de Guerra, si usted me lo ordena; pero juzgo de mi deber advertirle que quedaría fuera de mi medio, y probablemente mis servicios no serían tan eficaces como lo deseara. Por otra parte, si el rompimiento con la División del Norte no se evita, creo que mis servicios podrían sarle de más utilidad en la campaña.

Al mismo tiempo, me permití objetar que quizás mi nombramiento llegaría a despertar celos en algunos otros jefes, cosa que no sucedería si se nombraba para ese puesto a algún jefe como el general Pesqueira, u otro de los que no habían hecho campaña y cuya honorabilidad era reconocida, teniendo la consideración y aprecio de todo el elemento militar.

El Jefe fue aquiescente a mi súplica, y me dejó al frente del Cuerpo de Ejército del Noroeste, habiendo nombrado, pocos días después, al general Ignacio L. Pesqueira, para el puesto de Subsecretario de Guerra y Marina.

El mismo día 7, en que recibía la visita de Mr. FUller, introducido por Díaz Lombardo y el doctor Silva, dirigí a Villa el siguiente mensaje:

México, septiembre 7 de 1914.
Señor general Francisco Villa. Chihuahua.

Con gusto, panicípole haber llegado a ésta, anoche.

Conferencié con señor Carranza, encontrándolo en la mejor disposición para la mejor solución de los asuntos generales de la República.

General Rábago será conducido a esa, conforme a sus deseos.

Salúdolo afectuosamente.

General Alvaro Obregón.

El anuncio de la salida de Rábago, general exfederal, tenía relación con la súplica que Villa me había hecho al despedirnos en Chihuahua, en el sentido de que a mi llegada a la capital gestionara con el Primer Jefe la aprehensión de Rábago y su remisión a Chihuahua, a disposición de Villa, quien le tenía preparado un proceso por el asesinato del Gobernador Constitucional de aquel Estado, don Abraham González, cometido a raíz de la traición de Huerta, y del cual era considerado inmediato responsable el citado jefe federal, por haber sido éste quien ordenó la aprehensión del Gobernador y lo remitió en un tren al Sur, para que fuera asesinado en el camino, después de deponerlo, por la fuerza, del Gobierno del Estado.

La contestación de Villa a mi mensaje fue en extremo cordial y en seguida se inserta:

Chihuahua, septiembre 7 de 1914.
Señor general Alvaro Obregón.
México.

Aunque comprendo tendrá usted en esa capital muchas y muy grandes ocupaciones, permítome recordarle bondadoso ofrecimiento de mandar, cuanto antes, para ésta, al señor general Cabral y a Rábago; sobre todo al primero, pues deseo ir, cuanto antes, a arreglar situación de Sonora, de conformidad con lo que hablamos.

Salúdolo afectuosamente.

El General en Jefe. Francisco Villa.

Mi contestación fue como sigue:

México, D. F., 7 de septiembre de 1914.
Señor general Francisco Villa, Jefe de la División del Norte.
Chihuahua.

Su apreciable mensaje. Tan pronto como general Cabral entregue oficina que es a sus órdenes, saldra a esa. Afectuosamente.

General Alvaro Obregón.

Hasta entonces, todo me hacía esperar una feliz solución de las dificultades surgidas pues, como se ha visto por los telegramas insertos, Villa se mostraba enteramente conciliador; pero al día siguiente hubo de restarse mi optimismo, al recibir el telegrama que se copia a continuación:

Chihuahua, 8 de septiembre de 1914.
General Alvaro Obregón.
México, D. F.
Telegrama 492.

De conformidad con lo que convinimos, he ordenado repetidas veces al general Hill que se retire a Casas Grandes, con fuerzas a su mando, a fin de evitar dificultades, pues ya comprenderá usted que, para que mis gestiones tengan éxito en Sonora, necesitaría retiro inmediato esas fuerzas y pronta venida general Cabral.

Salúdolo cariñosamente.

General Francisco Villa.

Como se ve por el texto del mensaje transcrito, Villa era el primero en violar los acuerdos firmados por él mismo, al dictar órdenes al general Hill para que entregara a Maytorena las plazas que dicho jefe tenía ocupadas con sus fuerzas. La profecía del secretario de Villa, señor Aguirre Benavides, de que Villa cambiaría por completo tan pronto como sus consejeros le hicieran ver la inconveniencia de llevar a cabo el mutuo acuerdo tenido para solucionar las dificultades de Sonora, estaba realizándose.

El citado telegrama de Villa lo contesté con el siguiente:

México, septiembre 9 de 1914.
Señor general Francisco Villa.
Chihuahua.

Enterado su mensaje número 492. Creo que no debemos movilizar tropas que están en Sonora, hasta que general Cabral tome posesión de su puesto, pues si para ello tuviéramos dificultades, esas tropas pueden servirnos.

En dos o tres días más saldré con general Cabral, deteniendome yo para arreglo asunto Durango y continuando él a Sonora.

Salúdolo afectuosamente.

General Alvaro Obregón.

Desde luego, fueron dadas al general Cabral las órdenes correspondientes para qué entregara al general Jesús Dávila Sánchez la Comandancia Militar de la Plaza de México y se alistara para emprender su marcha a Sonora, a fin de hacerse cargo del Gobierno y de la Comandancia Militar de aquel Estado.

Como una prueba de la malévola influencia que sobre Villa ejercían sus consejeros, a continuación voy a insenar algunos de los telegramas que nos cruzamos Villa y yo, con motivo de la permanencia de las tropas norteamericanas en Veracruz y por los cuales se ve marcado el contraste entre lo que Villa a veces hacía motu proprio, y lo que en seguida lo inclinaban a hacer sus consejeros, en provecho de sus planes y ambiciones:

México, septiembre 9 de 1914.
Señor general Francisco Villa.
Chihuahua.

Con satisfacción comunícole que todo marcha bien.

He tenido oportunidad de hablar con mayor pane revolucionarios que han venido esta capital, y todos tienen iguales o muy parecidas ideas. Es seguro que en nada diferirán de las nuestras.

La única nota que en estos momentos lastima nuestra dignidad de patriotas, es la continuación de las fuerzas norteamericanas en Veracruz.

Con la desaparición del llamado gobierno de Huerta, y con la disolución del ejército federal, cuyo desarme ha terminado, no debe haber en nuestro territorio más bandera que la sagrada enseña tricolor, al pie de la cual hemos visto caer en los campos de batalla a tantos de nuestros compañeros. Es, por lo tanto, humillante que continúe en el puerto de Veracruz, ondeando la bandera de las barras y las estrellas.

Antes de salir de aquí, he querido invitar a usted para que, con todo respeto, dirijamos una nota al C. Presidente Interino de la República, pidiendole gestione luego, ante el Gobierno norteamericano, la retirada de sus tropas de nuestro territorio, por los medios que aconseja la dignidad nacional.

Espero contestación y salúdolo afectuosamente.

General Jefe del Cuerpo de Ejército del Noroeste. Alvaro Obregón.

La contestación inmediata de Villa fue como sigue:

Chihuahua, 10 de septiembre de 1914.
General Alvaro Obregón.
México.

Enterado con satisfacción su mensaje de ayer, en que se sirve comunicarme que ha encontrado a mayoría jefes revolucionarios que han llegado a esa capital, enteramente dispuestos a apoyar y sostener ideas y aspiraciones que nosotros tenemos, y que, sinceramente, creo salvarán al pueblo mexicano.

Acepto con entusiasmo su patriótica idea de dirigimos juntos al C. Presidente de la República, pidiéndole gestione salida fuerzas norteamericanas encuéntranse Veracruz, pues efectivamente, es humillante y vergonzoso para nuestra amada Patria, que continúen aún fuerzas invasoras Veracruz, cuando no existe justificación para ello.

Queda usted autorizado, ampliamente, para dirigir dicha nota en los términos que juzgue convenientes, sirviéndose firmarla en mi nombre.

Salúdolo cariñosamente.

El General en Jefe. Francisco Villa.

Al siguiente día recibí, sobre este asunto, un nuevo telegrama de Villa, cifrado, diciendo:

Chihuahua, 11 de septiembre de 1914.
Telegrama número 596.
Señor general Alvaro Obregón.
México.

Suplícole aplazar por algunos días presentación nota que íbamos dirigir al señor Carranza, para ver si lográbamos desocupación Veracruz por fuerzas norteamericanas, por razones que verbalmente le daré a conocer.

Espero su contestación y salúdolo afectuosamente.

El General en Jefe. Francisco Villa.

Mi contestación fue como en seguida se reproduce:

México, 11 de septiembre de 1914.
Señor general Francisco Villa.
Chihuahua.

Con referencia a su mensaje cifrado de hoy, manifiéstole que, en atención a los patrióticos conceptos contenidos en su mensaje anterior, no tuve inconveniente en darlo a algunos periódicos, que ya lo han publicado.

Ruégole decirme si puedo dar publicidad segundo mensaje.

Salúdolo afectuosamente.

General en Jefe, Alvaro Obregón.

El primer mensaje de Villa, contestando a mi invitación, fue el dictado de su sentir; pero el segundo, anulando los conceptos del primero, fue probablemente inspirado por sus consejeros, quienes temían lastimar el sentimiento del Gobierno norteamericano, del que esperaban decidido apoyo, y, por lo tanto, estaban opuestos a que Villa apareciera tomando con calor la iniciativa de pedir a nuestro Jefe hiciera las gestiones para que se retiraran de nuestro suelo las tropas norteamericanas.

Regresemos al día 9.

En esta fecha nos recibió el Primer Jefe a los comisionados de la División del Norte y a mí, y le hicimos entrega del memorándum, que para él habíamos traído de Chihuahua, y que ya queda inserto en líneas anteriores, ofreciéndonos tomarlo en estudio detenidamente y darnos su contestación sobre los puntos que contenía, lo más pronto que le fuera posible.

El día 10 recibí un nuevo telegrama del general Villa, en los siguientes términos:

Chihuahua, septiembre 10 de 1914.
General Alvaro Obregón.
México.
Urgentísimo.

Es absolutamente indispensable y urgente ordene usted salida inmediata de fuerzas general Hill a Casas Grandes, o cualquier otro punto este Estado, pues su permanencia en Sonora está originando dificultades.

Espero me conteste luego sobre el particular.

Salúdolo afectuosamente.

General Francisco Villa.

En este último mensaje, ya Villa no ocultaba el apoyo que de nuevo venía dando a la traición de Maytorena, y con esta actitud, denunciaba nuevamente que volvía a ser un instrumento inconsciente de Ángeles y Díaz Lombardo, quienes eran los más empeñados en que Villa se rebelara contra la Primera Jefatura.

En vista de la insistencia con que se pedía que el general Hill saliera de Sonora, antes de que el general Cabral tomara posesión de los puestos para los que había sido designado de mutuo acuerdo, dirigí a Villa el siguiente mensaje:

México, D. F., 10 de septiembre de 1914.
Señor general Francisco Villa.
Chihuahua.

Enterado de sus mensajes en que manifiéstame conveniencia mover fuerzas general Hill desde luego, porque originan dificultades en Sonora.

Haré responsable a cualquiera de los jefes de aquellas fuerzas de dificultades originadas por él; pero es inconveniente movilizarlas antes que general Cabral tome posesion del puesto que para él se ha acordado, pues, de lo contrario, podríamos encontrar grandes dificultades.

Para el día 13 saldrá general Cabral conmigo.

Salúdolo afectuosamente.

General Álvaro Obregón.


CONTESTACIÓN DEL PRIMER JEFE

El día 13 recibí del C. Primer Jefe una comunicación, contestando el memorándum presentado por Villa y por mí, siendo esa contestación la siguiente:

Con la atención y escrupulosidad que la trascendencia de la materia lo exige, me he impuesto del contenido de las proposiciones presentadas en nombre del Cuerpo de Ejército del Noroeste y de la División del Norte, ya que se me hizo el honor, como Jefe Supremo de la Revolución, de someterlos a mi criterio.

En general, cuestiones de tan profunda importancia no pueden ser discutidas ni aprobadas por un reducido número de personas, ya que ellas deben trascender a la Nación entera, y son, por lo mismo, de su soberana competencia.

De ingente necesidad es el establecimiento de un Gobierno verdaderamente nacional, que sea la representación genuina del pueblo, y por ende, la segura garantía de sus libertades y derechos; es decir, que este Gobierno sea una resultante natural y legítima de la voluntad popular. Si la Revolución ha creado con el pueblo compromisos, que debe cumplir, justo y necesario es que esa Revolución se inspire en los intereses de ese pueblo: investigando y extrayendo las raíces de sus males, aplicando los remedios consiguientes y orientándole de esa manera definitiva hacia una finalidad progresista y firme. Esta finalidad, en mi concepto, solamente puede alcauzarse con las reformas propias y adecuadas a la transformación de nuestro actual medio político-económico, y con las leyes que deben garantizarlas.

En las expresadas ideas se fundamenta mi criterio -seguro estoy que el de ustedes también- para proceder a la reconstrucción del país, siendo esta reconstrucción una consecuencia forzosa de los ideales revolucionarios. Claro que el Plan de Guadalupe, inspirado en las anormales y urgentísimas circunstancias del momento, no pudo diseñar siquiera todos y cada uno de los problemas que debieran y deben resolverse; pero tras el movimiento inicial, esos problemas han surgido de una manera espontánea, y urge su resolución más o menos inmediata, ya que podemos decir que la insurrección llega a su fin, destruyendo -tal es su objeto- los obstáculos para el proceso regenerador e innovador.

De las nueve proposiciones contenidas en el estudio a que me refiero, la primera debe considerarse como definitivamente aprobada; en la cuarta, es necesaria la modificación en el sentido de que se convoque a elecciones de Ayuntamientos y jueces municipales, en aquellos lugares en que está establecida la elección popular para el caso, y en los demás, conforme a las leyes respectivas. Las demás proposiciones, de trascendentalísima importancia, no pueden considerarse objeto de discusión y aprobación entre tres o cuatro personas, sino que deben discutirse y aprobarse, en mi concepto, por una asamblea que pueda tener imbíbita la representación del país.

Inspirado en este espíritu democrático-práctico, además, he creído de altísima conveniencia la convocación a una junta, en que deban discutirse y aprobarse, no solamente las proposiciones a que me refiero, sino todas aquellas de la trascendencia de éstas y de interés general. Esta junta deberá celebrarse en esta ciudad, el día primero del próximo octubre, y es seguro que de ella surgirá la cimentación definitiva de la futura marcha política y económica de la Nación, ya que tendrá que ser ilustrada con los más firmes criterios y los más enérgicos espíritus que han sabido sostener los ideales revolucionarios.

En consecuencia, espero que sabrán interpretar ustedes las sanas intenciones mías, y que sabrán cooperar en la trascendente obra con esas mismas intenciones; lo cual, además de ser en bien de la Patria, redunda en gratitud de la colectividad mexicana hacia sus actuales directores.

Constitución y Reformas.
Palacio Nacional, D. F., a 13 de septiembre de 1914.
(Firmado.) Venustiano Carranza.

A los CC. Generales Alvaro Obregón y Francisco Villa.


PARTE OFICIAL DE LA TOMA DE MAZATLÁN

El mismo día 13 recibí mensaje del general Iturbe, conteniendo el parte detallado de las operaciones que sus fuerzas llevaron a cabo, para la captura del puerto de Mazatlán, a principios del mes de agosto. Dicho parte se reproduce a continuación:

Mazatlán, 11 de septiembre de 1914.
Señor general Álvaro Obregón,
Jefe del Cuerpo de Ejército del Noroeste.
México, D. F.
Urgente.

Tengo la honra de dar a usted el parte detallado de los combates que las fuerzas de mi mando, en cumplimiento de las instrucciones que esa superioridad se sirvió darme por la vía telegráfica, libraron durante los días 5, 6, 7, 8 y 9 de los corrientes, y que terminaron con la importante captura de esta plaza.

El 1° de agosto, la situación y efectivo de mis fuerzas era: en la Isla de Piedra, la artillería, al mando del mayor Pedro H. Zavala, con 2 cañones de retrocarga, una ametralladora y un fusil ametralladora Madsen, con 120 hombres, contando los sirvientes de las fiezas y el sostén proporcionado por el 6° Batallón de Infantería; en Unas, el grueso del citado 6° Batallón, al mando del coronel Flores, con un efectivo de 628 hombres, teniendo, además, un cañón de fierro fundido y otro de bronce, ambos de carga anterior, con sus comandantes de pieza y sus sirvientes respectivos; en el mismo campamento de Urías, el 2° Batallón de Infantería, mandado por el coronel Manuel Mezta, con un efectivo de 385 hombres; en el Conchi, el 4° Batallón de Infantería, con un cañón de fierro fundido, de carga anterior, y una ametralladora, con un efectivo total de 467 hombres, al mando del coronel Mateo Muñoz; en el campamento de Otates, residencia del Cuartel General, la escolta respectiva, compuesta de 80 hombres; el 3er. Batallón de Infantería, con un efectivo de 757 plazas, al mando del coronel Fructuoso Méndez; el 5° del arma, con un efectivo de 288 hombres, a las órdenes del coronel Isaac Espinosa, y el primer Regimiento de la columna Carrasco, con 307 hombres, a las órdenes inmediatas del teniente coronel Ernesto Darnrny, y en campamento de El Venadillo, el primer Batallón de Infantería, a las órdenes del general brigadier Macario Gaxiola, con 408 plazas, y en el Camarón, el 2° Regimiento de la columna Carrasco, con 300 hombres, al mando del teniente coronel Ascensión Escalante.

A fin de que las fuerzas estuvieran listas para dar el ataque en cualquier momento que se les ordenara, les fijé los objetivos correspondientes, en la orden extraordinaria del 31 de julio al 1° de agosto último, y verbalmente les indiqué las posiciones que deberían ocupar al iniciar el ataque, dejando a la iniciativa de cada jefe el cuidado de elegirlas.

En general, pude localizar la línea de las posiciones iniciales de combate como una curva paralela a las posiciones de campamento, pero teniendo avanzada hacia el enemigo.

Durante el día 4, el Cuartel General, por varios conductos, recibió informes de que el enemigo había embarcado ya competente número de tropa y gran parte de su material de guerra; y a fin de cerciorarme de la veracidad de estos informes, en la tarde del día 4 dicté las órdenes conducentes a la ejecución de un reconocimiento ofensivo en alta fuerza sobre las posiciones enemigas.

En las primeras horas del día 5, las tropas salieron de sus campamentos para ir a ocupar sus posiciones iniciales de combate, y, dada la señal de este, a las 4.20 a. m., se tomó el contacto con el enemigo y se trabó el combate.

El 2° y 6° de Infantería, al mando de sus respectivos jefes, atacaban por tierra a La Redonda; el 1° del arma, encuadrado entre el 4° por su izquierda y el 3° por su derecha, atacó de frente La Atravesada.

La columna Carrasco, dirigida por su Comandante, general Juan Carrasco, llevando el 5° de Infantería como guarda-flanco izquierdo, se subdividió en dos fracciones: el 1° y el 5° atacaron La Montuosa, y el 2° regimiento avanzó por la playa de Puerto Viejo, con la intención de apoderarse de El Fuerte Iturbide.

El fuego se generalizó en toda la línea, y pronto alcanzó su máxima intensidad.

El enemigo, desde sus fuertes posiciones, con su artillería cinco veces superior a la nuestra, con sus ametralladoras, por lo menos diez veces más numerosas que aquellas de que nosotros disponíamos; con sus fusiles, en igual número que los nuestros, pero susceptibles de ser municionados indefinidamente, rompió el fuego contra nuestras columnas de ataque; pero éstas, impavidas, desafiando el peligro y la muerte, siguieron avanzando, hasta llegar a las defensas accesorias de las fortificaciones enemigas.

Conseguido el objeto del reconocimiento ofensivo, y cerciorado de que el enemigo tenía aún toda su artillería emplazada, de que todavía sus tropas no se habían embarcado, y de que un ataque de frente tenía muy pocas probabilidades de éxito, pues toda la línea estaba fuertemente reforzada, como a la diez de la mañana ordené detener el avance, y ocupar aquellas de las posiciones conquistadas que pudieran prestar algún abrigo, por pequeño que fuera.

El 2° y el 6° se retiraron a su campamento, a preparar un nuevo ataque.

Los 1°, 3° y 4°, se replegaron, apoyándose mutuamente, a sus posiciones iniciales de combate, y en ellas permanecieron todo el día, sin tomar alimento y batiéndose sin descanso.

Los dos regimientos de la columna Carrasco ocuparon Lechería de Tellería, hasta cerca de. la 1 p. m., hora en que el enemigo, tomando la ofensiva, salió de sus fortificaciones, en gran número, y obligó a los nuestros a desalojar esa posición y venir a ocupar otra más a retaguardia, pero aún dentro del alcance eficaz del fusil. El 5° de Infantería siguió los movimientos del 1er. Regimiento de la Columna Carrasco; poco más tarde, el enemigo quiso desalojarnos de estas nuevas posiciones, y al efecto, volvió a tomar la ofensiva; pero tras reñido combate, los nuestros lo obligaron a volver a sus trincheras. Satisfecho del brillante comportamiento de las fuerzas a mi mando, y teniendo la prueba evidente de que su valor rayaba en el heroísmo, me propuse aprovechar estas magníficas circunstancias y desarrollar un nuevo plan de ataque cuyos grandes lineamientos eran: romper la línea fortificada del enemigo, apoderándome de La Redonda, y tomar La Atravesada, atacándola por retaguardia y frente.

La estación del ferrocarril Sur-Pacífico de México, los talleres de reparación, los depósitos de material fijo y rodante y el caserío donde habitaban, en épocas normales, los empleados y terráceros, todo puesto en estado de defensa, desde hacía más de ocho meses, y guarnecido por los llamados voluntarios del ejército ex-federal, pero que en realidad eran tránsfugas del ejército constitucionalista, constituían la sólida posición de La Redonda y sus defensas. Esta posición reunía, además, las condiciones técnicas de una magnífica posición defensiva. En efecto, es inaccesible por retaguardia y flancos, pues está situada en una pequeña península formada por el estero del astillero, y de difícil acceso por el frente, que es despejado y estrecho, y ligada a La Atravesada, que es como atalaya, sobre parte de su frente y todo un flanco; sin tener más línea de penetración que la vía del Sur-Pacífico, que pasa sobre un puente tendido sobre la punta del Estero, y sin otro camino de acceso que el que viene del Conchi a Mazatlán, y ambos cerrados; la primera (la vía del ferrocarril Sur-Pacífico), defendida por una plataforma blindada, que servía de reducto a una ametralladora, y el segundo (el camino de Conchi), defendido por una línea de fortines dominantes que lo ligaban a La Atravesada. Así aparece La Redonda como una posición inexpugnable, al lado de La Atravesada, que es otra posición muy sólida.

Una a otra se prestaban mutuo apoyo; la ametralladora de la plataforma blindada y los tiradores que ocupan los fortines citados flanquean en parte a quien intente atacar de frente La Atravesada y a su vez ésta, dando posición dominante, flanquea al que se aventura a atacar de frente La Redonda.

No lejos de ésta, y al pie de La Atravesada, se extiende una marisma, limpia de vegetación, despejada a la vista, obstruida por intrincada red de alambres y sembrada de férreos abrojos, que proporciona magnífico campo de tiro a los defensores y constituye La Llanura de la Muerte, como alguien la designó gráficamente, para el asaltante. Pero, a pesar de todo, estando yo plenamente convencido del valor extraordinario de los hombres a mis ordenes; sabiendo que ni el estampido de los cañones, ni las murallas sólidas, ni los fosos profundos detienen el impetuoso ataque de las fuerzas de la legalidad, resolví adueñarme de estas formidables posiciones.

Al efecto, dicté las órdenes correspondientes, y establecí mi Cuartel General en el mirador del Conchi, desde el cual, poco tiempo después, envié a usted el telegrama siguiente:

Hónrome comunicar a usted que en estos momentos, 1.45 a. m., comenzó asalto sobre posiciones enemigas. Ya comunicaré a usted resultado.

La difícil mision de tomar La Redonda, clave del plan de ataque adoptado, la confié al coronel Angel Flores, a quien, para conservar la unidad de mando, nombré comandante de todas las fuerzas que operaban en el sector comprendido entre el Panteón Nuevo y la Isla de Piedra. He aquí cómo este ameritado jefe cumplió tan arduo cometido:

Las fuerzas que estaban a mis órdenes -dice en su parte el coronel Flores- ocuparon sus posiciones de ataque a la una de la mañana del día 6, en la forma siguiente:

En la Isla de Piedra, al mando del mayor Pedro R. Zavala, la artillería, constituida por dos cañones, uno de 80 mm., Bange, transformado en cañón de tiro rápido, dotado con 90 cartuchos reformados, y un cañón de 57 mm., Kmpp, con 75 granadas torpedos y 16 botes de metralla, con su sostén, constituido por 75 hombres del 6° Batallón de Infantería, y una ametralladora Colts, con suficiente dotación de municiones. En Urías se estableció el servicio de comunicaciones, bajo la dirección del coronel Manuel A. Salazar; en La plaza de Urías, separada de la de La Redonda, por un estero, se alistaron 300 hombres de los batallones 2° y 6° de Infantería, a las órdenes del teniente coronel Ramón Rangel, para pasar el estero, ligeramente vestidos, pero bien armados y municionados, apoyándose en tablones flotantes, y atacar por sorpresa al enemigo que ocupaba La Redonda y teñía una fuerte avanzada en la playa en la que habría de efectuarse el desembarco; el resto de las fuerzas dispuestas del 2° y 6°, al mando de sus respectivos coroneles Manuel Mezta y el que subscribe, con un fusil ametralladora Madsen, con suficiente dotación de municiones y un cañón de fierro fundido, de carga anterior, se desplegó entre la vía del Sur-Pacífico (ramal de la Y a La Redonda) y el Panteón Nuevo, teniendo su cadena sobre el camino de Sinaloa, y amenazando apoderarse del camino del Conchi a Mazatlán.

A las dos de la mañana del día 6 se dio la contraseña del ataque.

Inmediatamente, la fuerza del teniente coronel Rangel pasó el estero y llegó a la playa opuesta con sólo 125 hombres, pues los demás, temerosos de ahogarse por no saber nadar, abandonaron los tablones y retrocedieron.

En un cuarto de hora, y sin más pérdidas de vidas que las del capitán 1° José Yuriríar y dos soldados, el teniente coronel Rangel se apoderó de La Redonda, sembrando el terror y la muerte en el enemigo, cuyos restos dispersos huyeron precipitadamente a refugiarse a La Atravesada.

El que subscribe, informado oportunamente del feliz éxito de esta operación, en el acto lo participó al general en jefe de la brigada y al comandante de las fuerzas del sector inmediato.

El enemigo, que ocupaba las sólidas fortificaciones de La Atravesada, reforzó, con los fugitivos de La Redonda, las defensas accesorias, constituidas por alambrados y la línea de fortines que domina el camino del Conchi, que no fue abandonada, e impidieron a las fuerzas que estaban a mis órdenes inmediatas ocupar fuertemente La Redonda y voltear La Atravesada.

Nosotros pugnando por avanzar y el enemigo por detenernos, estuvimos hasta las diez de la mañana, hora en que, por el puente Juárez avanzó el enemigo en gran número, trayendo dos ametralladoras, con el ánimo evidente de recuperar La Redonda y voltear La Atravesada. Entonces los pocos de los nuestros que habían quedado en La Redonda, cercados por todas partes y abrumados por el número, se batieron heroicamente, hasta agotar las municiones, y por fin, como a las 11.30 a. m., se retiraron los supervivientes, muchos de ellos heridos, echándose al agua y pasando el Estero. En esta gloriosa retirada perecieron el teniente coronel Rangel V. y el mayor Clímaco Coronado y muchos de nuestros oficiales, clases y tropas, cuyos nombres se encuentran en la relación nominal de muertos y heridos que acompaño.

Desde las primeras horas de la mañana, nuestra artillería estuvo disparando sobre La Montuosa y la Loma del Gato, logrando acallar la artillería enemiga emplazada en La Montuosa y tener en constante vigilancia a la del Gato.

En la tarde, mandé retirar la ametralladora y emplazarla en La Isla de Soto, para hostilizar con mayor eficacia al enemigo.

Habiéndonos desalojado de La Redonda, el enemigo, sin salir de sus fortines, concentró sus fuegos sobre las tropas que estaban a mis órdenes inmediatas, pero sin hacemos retroceder, no obstante que la artillería enemiga, desde La Nevería, nos cañoneaba con furor.

Durante la lluvia que cayó como a las dos de la tarde, mandé suspender el fuego, y me retiré sin ser molestado hasta el campamento.

Desde allí ordené violentar los trabajos de los camilleros encargados de la conducción de heridos y organicé un tren que los condujera hasta Villaunión, donde estaba instalado el hospital de sangre.

En la noche del mismo día 6, y en previsión de que el cañón de 57 mm. nos pudiera prestar mejor servicio en esta parte del sector, ordené el translado de la pieza citada a Urías, operación que se verificó sin el menor contratiempo.

El servicio de seguridad se estableció en la forma acostumbrada: dos compañías de grandes guardias, que vigilasen desde el Panteón Nuevo hasta Urías.

Los puestos avanzados de estas compañías, durante la noche, tiraban de vez en cuando sobre las avanzadas enemigas, que respondían en la misma forma.

Por su parte, las fuerzas de los batallones 1°, 3° y 4° de Infantería, que formaban el sector de ataque, comprendido entre El Panteón Nuevo y La Montuosa, a las órdenes del general Macario Gaxiola, nombrado para el caso comandante de ese sector, rompieron el fuego con el cañón de fierro fundido de que disponían, y llevando una ametralladora, atacaron de frente La Atravesada, en tanto que la sombra de la noche los protegía: su avance fue rápido y feliz; pero al rayar el día, el enemigo, dándose cuenta de la situación, reforzó sus líneas de fuego, hizo funcionar su artillería y repelió el ataque. Trabóse reñidísimo combate; nuestros soldados, en medio del nutrido fuego, valientemente, a pecho descubierto, mataban y morían.

La victoria no coronó tan bravos esfuerzos; muchos heridos y no pocos cadáveres quedaron tendidos en La Llanura de la Muerte.

Estas fuerzas diezmadas, al obscurecer, se retiraron a sus posiciones de combate.

Entretanto, las fuerzas de la columna Carrasco y su guarda-flanco, 5° de Infantería, todas a las órdenes del general Juan Carrasco, nombrado comandante del sector de ataque comprendido entre La Montuosa y El Mar, cooperando al movimiento general, iniciaron su avance al romper el día.

Tras rudísimo combate, lograron apoderarse de Lechería de Tellería y de las trincheras enemigas que les cerraban el paso por la playa del Puerto Viejo.

En esta peligrosa situación permanecieron hasta el anochecer, hora en que el enemigo, haciendo un esfuerzo supremo y póñiendo en juego todos sus elementos de combate, los obligó a desalojar las posiciones conquistadas y a replegarse a las iniciales de combate, desde las cuales continuaron hostilizándolo de tiempo en tiempo, durante la noche.

La mañana del día 6 tuve la honra de poner a usted al corriente de la situación, enviándole el telegrama siguiente:

Hónrome comunicar a usted que, después de hora y media de combate, los coroneles Flores y Mezta, se apoderaron de la Casa Redonda, procediendo inmediatamente al asalto de La Atravesada, en unión de los demás jefes. Respetuosamente.

Y en la tarde también, por la vía telegráfica, comuniqué a usted mi impresión personal de la jornada, en la forma siguiente:

Hónrome comunicar a usted que el combate sigue reñidísimo. El enemigo, con su artillería, el Guerrero y el refuerzo que recibió de Baja California, ha hecho una resistencia tenaz. Hasta estos momentos, hemos tenido 25 por ciento de bajas, conservando todas las posiciones ganadas al enemigo; únicamente fáltanos parque, para dar ataque formal. Aún confiamos en el triunfo de nuestras fuerzas, que se encuentran animadas.

En la mañana del día 7, se notó que el enemigo había abandonado La Redonda y La Atravesada.

En el acto las ocuparon fuerzas de los batallones 1°, 2°, 4° y 6° de Infantería, a pesar del violento cañoneo de los fuertes enemigos.

Con mi Estado Mayor, me transladé a la Loma Atravesada; establecí en ella mi Cuartel General; la ligué con líneas telefónicas tendidas rápidamente a los puntos en que se encontraban los comandantes de sector, y, desde allí, continué dictando las disposiciones y dando las órdenes que estimé oportunas, para el buen éxito de las operaciones, incorporándose allí a nosotros el general Felipe Riveros, Gobernador del Estado, con su escolta.

Las fuerzas del 6° Batallón, al intentar pasar el Puente ]uárez, en persecución del enemigo, descubrieron que éste ocupaba una segunda línea de resistencia, cerrando el paso con una ametralladora emplazada a la salida del puente. Además, en el Panteón Viejo, y en una línea de fortines que se extendía hasta el pie de La Montuosa, tenía tropas de sostén y reserva.

Los nuestros, pues, se vieron obligados por esta parte, a detenerse, y bajo el fuego enemigo, se construyeron abrigos de pequeño relieve a la entrada del Puente, desde donde hostilizaban sin cesar al enemigo.

Mientras tanto, las fuerzas confiadas a la pericia y valor del general Juan Carrasco se pusieron en movimiento, como a las diez de la mañana, atacando rudamente al enemigo, que desde la víspera, en la noche, se había posesionado de la Lechería de Tellería. Éste opone tenaz tesistencia; los nuestros se baten como leones, y al fin el enemigo se ve forzado a ceder el terreno y a replegarse a sus fortificaciones.

El 3° de Infantería, que servía de liga entre las fuerzas que efectuaron este ataque y las que estaban al mando del general Macario Gaxiola, secundaron eficazmente el ataque; pero como a las cuatro de la tarde, el enemigo sale de sus trincheras y toma resueltamente la ofensiva, con caballería, artillería y la infantería de reserva, cargando rudamente contra los nuestros, que se baten con gran denuedo; mas al fin tienen que ceder, y otra vez el enemigo recupera La Lechería. Pero si los contrarios se obstinan en conseITar esta posición a toda costa, también por nuestra parte hay hombres tenaces que abrigan iguales propósitos; tras breve reposo, el teniente coronel Dammy reunió los restos de su tropa, y poniéndose a la cabeza de ellos, pues la mayor parte de su oficialidad estaba herida, avanzó impetuosamente sobre La Lechería, con ánimo de tomarla a viva fuerza y mantenerse en ella a todo trance.

El 3° de Infantería otra vez vuelve a la carga y sostiene este movimiento: se despliega en orden de combate con la misma precisión que si estuviera en el campo de maniobras, entra al fuego en el más perfecto orden; arrolla al enemigo, lo hace ganar sus trincheras y queda otra vez dueño de La Lechería.

El teniente coronel Dammy avanza aún, y en medio de un terrible cañoneo, llega hasta las defensas accesorias de La Montuosa. Allí, un grupo de individuos, diciéndose constitucionalistas, le anuncian la caída de la plaza y le invitan a entrar a ella sin disparar. Disponíase a ejecutarlo el teniente coronel Dammy, cuando aquellos individuos, ganando rápidamente sus fortines, abren, a corta distancia, mortífero fuego sobre nuestros confiados compañeros, que salen trabajosamente de tan peligrosa situación, gracias a la oportuna intervención del 3° de Infantería.

El teniente coronel Dammy pasa, sin detenerse, por La Lechería y perseguido de cerca, se ve obligado a desalojarla y va, por último, hasta sus posiciones iniciales, donde pernocta.

El cañón de 57 mm. quedó emplazado en La Atravesada, y desde el mediodía estuvo disparando sobre el Panteón Viejo. Al cañón de 80 mm. le ordené que disparara sobre el mismo objetivo, lo cual hizo desde la Isla de la Piedra, tan pronto como recibió la orden y fue emplazado en lugar conveniente.

A propósito de la falta de municiones, que se hacía sentir ,desde el día anterior, oportunamente transmití el siguiente mensaje al general Alvarado, a Guaymas:

-General Obregón díceme usted ha de mandanne mil hombres inmediatamente. Suplícole esto sea en un tren especial, y sin pérdida de tiempo, avisándome salida. Combate sigue muy reñido. Salúdolo afectuosamente.

No tardé mucho en recibir la contestación que sigue:

-General R. F. Iturbe. Otates. Infórmanme hay muchos deslaves. Vías, de tres a cuatro días estarán listas, si no llueve más. Ruégole informarme diariamente situación para saber si aún puede ser oportuno auxilio, pues, con esto, tardará mucho en llegar. Boletines inalámbricos dicen que siguen embarcándose diariamente los federales en ese puerto.

Estos antecedentes motivaron el telegrama que envié a usted y que dice:

-Quedo enterado de sus mensajes en clave, en que me manifiesta las órdenes que le ha dado al general Alvarado; aunque me permito manifestarle que quien no pudo mandar municiones, tampoco podrá mandar tropas. Es muy triste, mi general, que teniendo elementos suficientes, no cooperen en los momentos que significan un triunfo completo. Yo le garantizaría que con artillería, unas ametralladoras y 500 hombres más, Mazatlán caería en nuestro poder, sin que se escapara el enemigo; pero confíe usted en que se hará todo lo que humanamente sea posible.

El pesimismo provocado por la indiferencia de un compañero, a la vez que la pena de no aprovechar, por falta de elementos materiales, una oportunidad para alcanzar una segura, rápida y completa victoria, respira en este el miasma, pero por estimado importante para la historia, lo inserto en este parte.

Por fortuna, los acontecimientos verificados durante el día 7, me permitieron cerrar este penoso incidente con un telegrama que dice:

General Salvador Alvarado, Guaymas.

Enterado de su mensaje hoy. Motivo haber quitado al enemigo importantes posiciones, ya no es necesario su oportuno auxilio. Gracias. Salúdolo.

Al estar dictando las disposiciones que habían de regir durante la noche, una bala enemiga me hirió en el hombro, pero permanecí en mi puesto. Por eso di parte a usted de lo acontecido, en esta forma:

-Hónrome comunicar a usted que hoy a las 7 p. m. recibí úna herida. Combate sigue reñidísimo. Salúdolo muy respetuosamente.

Amaneció el día 8. Las fuerzas del 2° y 6° ocupaban La Redonda, sus avanzadas todavía están detenidas a la entrada del Puente Juárez; el 4° está en La Atravesada; el 1° y parte del 3° reposan én sus campamentos; las fuerzas de la columna Carrasco ocupan sus posiciones iniciales de combate, desde donde hostilizan, de tiempo en tiempo, al enemigo. Así pasó todo el día y toda la noche del día 8.

La mañana siguiente, las tropas se municionan equitativamente con cartuchos 30-30, suministrados por el Gobernador del Estado; el cañón de 80 mm. deja su emplazamiento de La Isla de Piedra y emprende la marcha hacia un nuevo y lejano emplazamiento; la columna Carrasco simula ataques para llamar la atención del enemigo, que en ocasiones se ve obligado a poner en juego su artillería, para repelerlos.

Aquel reposo de las tropas, esos preparativos amenazadores y esos combates simulados, anuncian claramente la proximidad de un combate.

En efecto, confiando en la superioridad moral de mis tropas e informado de que el enemigo continuaba embarcando, a gran prisa, personal y armamento, me propuse dar el asalto final a la media noche, hora en que probablemente, según el parecer del comandante de la artillería, el cañón de 80 mm. llegaría a su emplazamiento de la playa del Camarón, y dicté las órdenes correspondientes a la ejecución del plan de ataque adoptado, que puede resumirse así:

Las fuerzas del 2° y 6° de Infantería forzarían el paso del Puente Juárez, y en seguida atacarían vigorosamente las posiciones enemigas del Panteón Viejo, tratando de tomarlas a toda costa. Al mismo tiempo, las fuerzas del 1°, 3° y 4° del arma atacarían de flanco La Montuosa, a la vez que amenazaban la retaguardia del Panteón Viejo. Por último, en combinación con las anteriores, las fuerzas de la columna Carrasco, el 5° de Infantería y la guerrilla Barraza, bajo la dirección del general Juan Carrasco, atacarían al enemigo subdividiéndose en dos fracciones -la de la izquierda con el objeto de tomar La Montuosa y la de la derecha, el Fuerte Iturbide. El cañón de 80 mm. protegería el avance de la columna mandada por el general Carrasco; el de 57 mm., que había agotado ya toda su dotación de municiones, excepto los botes de metralla, iría con la columna de ataque mandada por el coronel Angel Flores.

Dispuestas así las cosas y en espera de la hora fijada para el ataque, resumí mi impresión personal y la de mis tropas en el siguiente telegrama que dirigí a usted:

-Hónrome comunicar a usted que esta noche, a las doce, daré ataque decisivo, asegurando a usted que mañana rendiré parte de la toma de la plaza. De mi herida sigo mejor. Salúdolo muy afectuosamente.

Así pasaban las horas, hasta que una circunstancia imprevista vino a precipitar los acontecimientos, pero no a modificarlos: la retirada del enemigo. Como el coronel Angel Flores fue el primero en descubrir esta circunstancia y el único en aprovecharla, tomo del parte que rinde este ameritado jefe, la narración de lo acaecido:

En esta situación, a la entrada del Puente Juárez, dice el citado coronel, permanecí gran parte del día 9 pulsando al enemigo de tiempo en tiempo, por medio del fuego, al que sólo dejó de responder al anochecer del mismo día 9. En el acto, comuniqué esta novedad al general en Jefe de la Brigada, a fin de que, si a bien lo tenía, adelantase la hora de ataque, fijada para la media noche; pero en vista de la urgencia del caso, por propia iniciativa, ordené el avance de mis fuerzas en persecución del enemigo, que se retiraba hacia el centro de la ciudad. Avancé rápidamente, logrando darle alcance en el momento de embarcarse en el muelle provisional que había construido en Olas Altas, no sin que antes hubiéramos tenido que batirnos con los grupos de tiradores que había apostados en las bocacalles adyacentes, a los que obligamos a replegarse, y por medio de movimientos envolventes, impedimos el embarco de la extrema retaguardia enemiga, a la que derrotamos completamente, haciéndole muchas muertos y 400 prisioneros, a pesar de que el cañonero Guerrero estuvo disparando en dirección nuestra, con gran estrépito, pero sin resultado alguno.

El cañón de 80 mm. iba todavía en marcha, cuando la plaza cayó en nuestro poder, por lo cual se le ordenó volver a Urías, donde actualmente se encuentra el botín de guerra recogido al enemigo y constituido por una ametralladora con su caja de herramientas y piezas de refacción, 400 fusiles máuser, 25,000 cartuchos de 7 mm., cuatro cornetas y gran número de cartucheras.

Durante los cinco días de combate, las fuerzas de mi mando consumieron 350,000 cartuchos de 7 mm., 100,000 de 30-30 y 100,000 de otros diversos calibres; el cañón de 57 mm. agotó todas sus municiones, y al de 80 mm. sólo le quedaron 30 granadas comunes.

Las pérdidas que tenemos que lamentar, son:

Muertos: teniente coronel, 1; mayor, 1; capitanes primeros, 4; capitanes segundos, 2; tenientes, 7; subtenientes, 8; sargentos primeros, 4; sargentos segundos, 19; cabos, 25; soldados, 151. Que forman un total de 222 hombres.

Los heridos se distribuyeron como sigue:

General de Brigada, 1; teniente coronel, 1; mayor, 1; capitanes primeros, 2; capitanes segundos, 6; tenientes, 6; subtenientes, 13; sargentos primeros, 3; sargentos segundos, 20; cabos, 38; tambor, 1; soldados, 165. Que forman un total de 257 hombres.

Por su parte, el enemigo, además de los 400 prisioneros que le hicimos, perdió mucha gente en la sorpresa de La Redonda y dejó sembrado de cadáveres el Malecón de Olas Altas, pudiendo estimarse que el número total de sus muertos, asciende a 400 hombres, entre los cuales se encuentran: un coronel y 17 oficiales que fueron recogidos prisioneros con las armas en la mano, y a quienes se les aplicó la ley de 25 de enero de 1862, pasándolos por las armas. Los heridos que el enemigo se llevó al evacuar la plaza suman cerca de 500, según informes dignos de crédito.

En cuanto al botín de guerra, ya quedó especificado en la parte transcrita en la relación hecha por el coronel Angel Flores; pero hay que agregar que el enemigo dejó abandonados caballos y acémilas en gran número.

El servicio de sanidad y ambulancia funcionó satisfactoriamente. El de comunicaciones por tierra y agua, que estuvo bajo la dirección del coronel Manuel A. Salazar, también funcionó satisfactoriamente, distinguiéndose el personal encargado de las lanchas, provistas de motor de gasolina. El servicio de transmisión de órdenes, confiado en parte a las líneas telefónicas y en parte a los oficiales de mi Estado Mayor, nada dejó que desear.

La escolta del que suscribe, así como la del Gobernador del Estado, tomaron parte en los combates; se batieron con valor y fueron diezmados por el fuego enemigo.

La guerrilla Barraza, incorporada a la columna Carrasco, se batió con gran bizarría, resultando herido el jefe de ella, mayor Manuel Barraza.

El comportamiento de las fuerzas de mi mando fue brillante: todos, sin excepción, se batieron con denuedo y soportaron las fatigas con gran abnegación.

Para estímulo de los defensores de la legalidad, que militan en las filas del glorioso Ejército Constitucionalista, y para mayor honra de los que integran la Brigada de Sinaloa, que es a mis órdenes y tengo la honra de comandar, adjunto remito a usted la lista nominal, con expresión del Cuerpo y Arma en que sirvieron, de los Cc. jefes y oficiales que, en mi concepto, y salvo la mejor opinión de usted, merecen premio por su comportamiento durante este hecho de armas.

La Brigada de Sinaloa felicita a usted por haberle dado las instrucciones generales que le permitieron alcanzar esta nueva y señalada victoria, y con la satisfacción del deber cumplido, tengo el honor, mi general, de hacer a usted presentes mi subordinación y respeto.

Constitución y Reformas.
Mazatlán, Sin., 20 de agosto de 1914.
El General Jefe de la Brigada.
(Firmado.) Ramón F. Iturbe.

Todo comentario sobre este hecho de armas, que tanto realce ha dado a las armas constitucionalistas, saldría sobrando; ya que el parte rendido por el general Iturbe detalla tan bien las operaciones desarrolladas; y el número de muertos y heridos, en relación con los cambatientes, son la mejor prueba del arrojo de nuestras tropas. Digna de encomio, también, es la modestia del general Iturbe, cuando al terminar su parte, dice: La brigada de Sinaloa felicita a usted por haber dado las instrucciones generales, que le permitieron alcanzar esta victoria ...

El éxito tan completo alcanzado se debió al valor y acierto del general Iturbe y los jefes subalternos, que tan hábilmente lo secundaron, así como a la disciplina y valor de los oficiales y tropa, y no a instrucciones mías, que ninguna influencia podían tener, dada la distancia a que me encontraba y al desconocimiento que tenía, en detalle, de los hechos que se desarrollaban.

Como en Sonora los acontecimientos empezaban a tomar un carácter grave, precipité mi salida para Chihuahua, emprendiendo mi viaje el día 13, un día después de haber salido el general Cabral con el mismo destino.

En este viaje me acompañaba el ciudadano norteamericano, Mr. Butcher, periodista de Douglas, Arizona, quien obtuvo permiso mío para marchar agregado a nuestra comitiva.

En el camino recibí algunos telegramas de amigos míos, entre ellos uno de Roberto V. Pesqueira, profetizándome que si volvía yo a Chihuahua, sería asesinado por Villa.

A Chihuahua llegamos el día 16 de septiembre, a la madrugada.

Al entrevistar ese día a Villa, no tardé en advertir el cambio tan completo que habían logrado efectuar en su ánimo.

Villa no trataba de ocultar sus preparativos bélicos, y siempre que se refería al Primer Jefe, usaba calificativos poco respetuosos para éste, inspirado en un odio mayor aún que su ignorancia.

Yo tuve, desde luego, la seguridad de que la guerra sería inevitable y no nos quedaba otro recurso que tratar de restar a Villa algunos de los buenos elementos que, incorporados a él por circunstancias de la lucha contra la usurpación, sentían natural repugnancia hacia muchos de los actos de su jefe.

A ese fin encaminé mis esfuerzos, secundándome los miembros de mi Estado Mayor, quienes tenían más oportunidad de conversar con los jefes de Villa.

Con facilidad pude cerciorarme del miedo tan grande que a Villa tenían todos sus jefes subalternos, en un detalle muy significativo: ninguno de ellos se atrevía a hablar a solas conmigo, seguramente por temor de que esto despertara alguna desconfianza en Villa. El único que algunas veces conversaba conmigo en tono confidencial, era el secretario, Luis Aguirre Benavides.

En los generales José Isabel Robles y Eugenio Aguirre Benavides empecé a descubrir una contrariedad muy marcada por las dificultades que estaban teniendo lugar, contrariedad que se acentuaba a medida que las dificultades crecían, o se desvanecía cuando se tenían probabilidades de llegar a una solución pacífica. Este signo era el mejor para considerar a dichos jefes más apegados al deber que el resto de los de la División del Norte.

Al general Maclovio Rerrera no tuve oportunidad de conocerlo, porque no se encontraba en Chihuahua. Solamente conocí a su hermano, el general Luis Rerrera, y a su padre, don José de la Luz, pero sin llegar a tener con ellos alguna conversación, por falta de oportunidad.

Los jefes de la División del Norte que aún conservaban su firmeza revolucionaria y que se dieron cuenta de los esfuerzos míos para evitar un rompimiento, empezaron, naturalmente, a sentir alguna simpatía por mí, y ésta, que siempre es mutua, nos empezó a poner en condiciones de comprendernos, aunque sin poder llegar a una inteligencia o acuerdo; porque a todos nos faltaba valor para tratar franca y categóricamente el asunto, ya que conocíamos que la menor sospecha recaída sobre nosotros nos borraría del catálogo de los vivos.

Como nuestra incorporación a Chihuahua fue precisamente el 16 de septiembre, y Villa había ordenado que se organizara un desfile con todas las fuerzas de su División, que estaban en Chihuahua, comprendiendo la guarnición permanente de la plaza y los destacamentos de los alrededores, que con oportunidad habían sido concentrados en la capital, y la artillería que estaba a las órdenes directas del general Angeles, Villa me invitó a que fuera con él a presenciar el desfile, desde uno de los balcones del Palacio de Gobierno, diciéndome, con marcada intención, que tomarían parte quince mil hombres y sesenta cañones en la parada.

Acepté la invitación de Villa, y desde luego comprendí que uno de los móviles que impulsábanlo a organizar aquel desfile, era la idea de hacer una demostración de fuerza que pudiera impresionarme y hacer modificar mi criterio, ya que no había logrado de mí ni siquiera una promesa de secundar o aprobar su actitud.

En compañía de Villa, de los miembros de mi Estado Mayor y de algunos jefes y oficiales de la División del Norte, me transladé al Palacio de Gobierno, y dio principio el desfile, prolongándose por más de tres horas, debido a que se hizo sumamente pausado.

Durante el tiempo que las tropas estuvieran desfilando frente a nosotros, Villa no tuvo otro tema de conversación que la buena organización y lo bien pertrechado de las fuerzas de la División del Norte, haciendo frecuentemente la advertencia de que aquellas tropas no eran ni la mitad del contingente total de la División del Norte.

Terminado el desfile, pasamos al Palacio Federal a visitar los depósitos de armas y cartuchos que allí había establecidos.

Estos eran de tomarse en cuenta, pues solamente en parque de 7 milímetros había una existencia de más de cinco millones, y la cantidad de armas que estaba de reserva era también considerable.

Por la noche, en un momento en que estuve a solas con el teniente coronel Serrano, jefe de mi Estado Mayor, le pregunté:

¿Qué contingente cree usted que tiene la División que desfiló hoy frente a nosotros?

Serrano me contestó:

Cinco mil doscientos hombres, con cuarenta y tres cañones.

Esa contestación me hizo en seguida comprender que Serrano, desde el balcón en que había quedado colocado durante el desfile, había contado minuciosamente las tropas y artillería, pues no de otra manera podía ser su respuesta tan precisa en número de hombres y piezas; cifras que eran iguales a las que yo conocía ya, por la cuenta que escrupulosamente había estado llevando, del efectivo de las tropas y artillería, durante el desfile, aprovechando para ello la lentitud con que se llevó a cabo, lentitud que fue premeditada, seguramente con intención de hacer aparecer un contingente mucho mayor de lo que realmente era.

Pregunté a Serrano en qué se basaba para su cálculo, y me contestó en términos que confirmaban mi suposición, de que él había hecho lo mismo que yo durante la parada militar.

En Sonora se había registrado ya un choque entre las fuerzas de Hill y Calles y las de Maytorena, y como éste se empeñaba en demostrar a Villa que Hill había violado la orden de suspender las hostilidades, y con tal motivo, Villa comenzaba a mostrarse impaciente, mi situación se estaba haciendo difícil.

Para esas fechas el Primer Jefe había hecho ya convocatoria para la Convención de Generales y Gobernadores Constitucionalistas que había de verificarse en la ciudad de México, para tratar sobre los distintos puntos relacionados con los intereses de la Revolución, y empecé a trabajar cerca de Villa en el sentido de que él, con todos sus generales, pasara a tomar parte en la Convención de México.

Villa, con tal motivo, convocó a una junta a todos sus generales y empezó a tratar con ellos si convendría o no asistir a la Convención citada.

Como en Chihuahua habíamos sido objeto de muchas atenciones y agasajos desde nuestra anterior permanencia, de carácter oficial unas y particulares otras, habiéndonos servido una comida en la casa del general Raúl Madero y dedicado dos bailes en el Teatro de los Héroes, quise corresponder a esas atenciones; y al efecto, el día 17, en la mañana, nombré una Comisión compuesta de algunos de los miembros de mi Estado Mayor, para organizar un baile que debería principiar esa noche, a las 8, en el Teatro de los Héroes, dedicado por nosotros en correspondencia de los que ya se habían verificado en honor nuestro, y que habían resultado muy lucidos.

La Comisión hizo con toda diligencia los preparativos necesarios, arreglando el local, distribuyendo las invitaciones, etcétera, etcétera.

A la 1 de la tarde, invitados por el general Raúl Madero, pasamos a la casa de éste, a comer en su compañía.

Habíamos terminado de comer, siendo como las 4 de la tarde, cuando llegó el chofer del general Villa a llamarme en nombre de éste.

Inmediatamente me despedí del general Madero y de los demás que estaban presentes; y atendiendo al llamado de Villa, me dirigí en automóvil a su casa.

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