Índice de Ocho mil kilómetros en campaña de Álvaro ObregónCAPÍTULO IV -Tercera parteCAPÍTULO V - Primera parteBiblioteca Virtual Antorcha

Ocho mil kilómetros en campaña

Álvaro Obregón

CAPÍTULO CUARTO

Cuarta parte


VILLA DESCONOCE A LA PRIMERA JEFATURA

Chihuahua, septiembre 22 de 1914.
Señor Venustiano Carranza.
México.

En contestación a su mensaje, le manifiesto que el general Obregón y otros generales de esta División salieron anoche para esa capital, con el objeto de tratar importantes asuntos relacionados con la situación general de la República; pero en vista de los procedimientos de usted, que revelan un deseo premeditado de poner obstáculos para el arreglo satisfactorio de todas las dificultades y llegar a la paz que tanto deseamos, he ordenado que suspendan su viaje y se detengan en Torreón.

En consecuencia, le participo que esta División no concurrirá a la Convención que ha convocado, y desde luego le manifiesto su desconocimiento como Primer Jefe de la República, quedando usted en libertad de proceder como le convenga.

El general en Jefe. Francisco Villa.

Yo leí el telegrama sin hacer ningún comentario.

Todo aquel día estuvieron nuestras vidas poco seguras; porque Villa, a cada momento, insistía en la necesidad de fusilarnos, deteniéndose sólo ante la oposición que la mayor parte de sus jefes presentaban a su idea en tal sentido.

El general Tomás Urbina, que había sido compañero de Villa desde que se dedicaban a robar y matar en los caminos, ligándolos también el compadrazgo, y que con este motivo tenía grande influencia sobre él, hacía hincapié constantemente en que deberíamos ser pasados por las armas.

Maytorena, por su parte, al saber mi situación, dirigió un telegrama a Villa, diciéndole que por ningún motivo convenía que yo escapara, y anunciaba el envío de documentos muy comprometedores para mí.

Las opiniones de Ángeles y Díaz Lombardo, a este respecto, no pude conocerlas; pero no juzgo aventurado creer que apoyaban la de Urbina y de Maytorena, pues no figuraban entre los que se oponían a la ejecución.

Durante todo ese día, Aguirre Benavides y Robles estuvieron insistiendo con Villa en que se me permitiera regresar con ellos; pero Villa se opuso terminantemente a esto.

Por la tarde, Villa ordenó a los citados generales que salieran inmediatamente para Torreón; orden la cual, seguramente, tuvo por objeto alejar la influencia que ellos estaban ejerciendo entre los demás jefes de la División del Norte, para evitar el atentado.

Aguirre Benavides y Robles, al recibir la orden para su marcha, pasaron a hablar con Villa y le manifestaron que saldrían para Torreón y continuarían con él, si les ofrecía que no se atentaría contra mi vida; a lo que Villa accedió, y, en consecuencia, ellos salieron rumbo a Torreón esa misma tarde.

Por la noche, durante la cena, Villa me dijo:

-Esta misma noche te voy a despachar con Carranza; nomás quiero que acaben de salir los trenes del general Almanza.

Terminada la cena, Villa llamó al coronel Rodolfo L. Fierros, que era el verdugo en quien él tenía más confianza, y le dio algunas órdenes para que preparara nuestra salida.

A esa misma hora, llegaba el general Raúl Madero -que era uno de los más empeñados en que se me pusiera en libertad- llevando por objeto solicitar de Villa permiso para que una comisión de generales de la División del Norte me acompañara hasta dejarme fuera del territorio controlado por dicha División.

Villa se negó a dar ese permiso, y sólo fue anuente en que. me acompañara el coronel Roque González Garza.

Al despedirme del general Madero, esa noche, me dijo:

-En un pequeño álbum, donde escribo las cosas que no quiero que se pierdan con mi vida, tengo escritas, general, las palabras que usted contestó a Villa, cuando éste dio la orden para su fusilamiento.

Di las gracias a Madero por aquello, y nos despedimos.


CONFERENCIA CON EL SECRETARIO PARTICULAR DE VILLA, Y SALIDA DE CHIHUAHUA

Yo no quería emprender la marcha antes de hablar con el señor Luis Aguirre Benavides, a quien había notado muy contrariado durante ese día; y con tal fin, lo invité a que diéramos un paseo, invitación que él aceptó.

Pudimos esquivar la vigilancia que se ejercía sobre nosotros, y nos salimos a pie por la Alameda de la avenida del Santo Niño, llegando hasta la estación de carga del ferrocarril.

Aguirre Benavides, ya sin ninguna reserva, me manifestó su determinación de abandonar a Villa, diciéndome que para ello sólo esperaba ponerse de acuerdo con su hermano, el general Eugenio, del mismo apellido, que había salido con el general Robles, para Torreón, y trasladar de Chihuahua a su familia, para librarla de las vejaciones de que pudiera ser objeto por parte de Villa, al efectuar ellos su separación.

Aguirre Benavides, en su desahogo, me confesó los inútiles esfuerzos que había él venido haciendo al lado de Villa, por ver si lograba hacerlo desistir de sus instintos criminales y de las ambiciones que Ángeles y sus demás consejeros habían despertado en su ignorancia.

A las diez de la noche, cuando habíamos regresado a la casa de Villa, éste me dijo:

-Todo está listo para que salga.

En seguida nos despedimos de Villa, de Urbina, Fierros y de algunas otras personas, trasladándonos luego al tren, acompañados del coronel Roque González Garza, quien marcharía con nosotros hasta dejamos fuera del territorio controlado por la División del Norte.

El tren partió cerca de las once de la noche.

El coronel González Garza era uno de los que más se habían opuesto a la idea de mi fusilamiento, y cada vez que se tocaba este punto, decía que la mancha que Villa hubiera arrojado sobre la División del Norte con mi asesinato nada podría borrarla.

La noche se pasó sin novedad, y antes de amanecer, dimos alcance al tren del general Almanza, que había salido de Chihuahua algunas horas antes que el nuestro, y que estaba detenido en una de las estaciones del trayecto, siguiendo el nuestro adelante.


CONFLICTO EN ESTACIÓN CORRALITOS Y LLEGADA A TORREÓN

El viaje se hizo sin contratiempo hasta estación Corralitos donde se recibió un telegrama de Villa, ordenando que regresara nuestro tren.

En aquella estación, que está situada en uno de los desiertos de Chihuahua, no había más gente que el empleado que atendía la oficina telegráfica del ferrocarril.

Cuando nuestro tren iba a emprender su contramarcha rumbo a Chihuahua, salté yo de mi carro a tierra, y el coronel Roque González Garza, al ver mi actitud, saltó también, y me preguntó:

-¿Qué va usted a hacer, general?

-Morir matando -le contesté.

El tren hizo alto, y entonces bajó violentamente el capitán Carlos Robinson, de mi Estado Mayor, que iba como jefe de los quince hombres de nuestra escolta, y me dijo:

-Todos debemos correr la misma suerte, mi general, y voy en seguida a desembarcar la escolta.

Como el tren del general Almanza se acercaba y yo tenía la seguridad de que Villa habría trasmitido órdenes a este jefe para consumar su crimen, consideré que no había tiempo que perder.

El coronel González Garza manifestaba marcada indignación contra Villa, por aquel procedimiento, y trataba de convencerme de que mi resolución, en aquellos momentos, era inútil, y que sería preferible volver a Chihuahua.

La mayor parte de los miembros de mi Estado Mayor se habían dado cuenta ya de aquella situación, y saltaban también del tren, con igual ánimo que el capitán Robinson.

Dirigiéndome a Robinson, le dije:

-Incorpórese usted a su escolta, y haga todo esfuerzo por salvar a mis oficiales, y déjeme aquí, acompañado de mi ayudante Valdés.

A éste había dado orden de que bajara de mi gabinete mi carabina y la suya.

Robinson y los oficiales de mi Estado Mayor protestaron contra mis órdenes de salvarse, dejándome allí, y manifestaron su resolución de que todos corriéramos la misma suerte; a lo que yo repuse:

-Nosotros no debemos justificar nuestro propio asesinató: Si todos hacemos resistencia, es indudable que causaremos a los traidores un verdadero estrago en sus filas, antes de que haya sucumbido el último de nosotros, y con esto daremos margen a que ellos, presentando sus muertos en Chihuahua, declaren que asaltamos su tren o que nos pronunciamos, y que por esto se vieron en la necesidad de defenderse y acabar con nosotros. Por otra parte, yo, en compañía de Valdés solamente, tengo mayores probabilidades de salvarme, porque la persecución les será más difícil que si la hicieran sobre un grupo numeroso, y si logran mi captura y me asesinan, no podrán presentar ninguna disculpa a su atentado.

Dicho esto, me dirigí a Robinson, agregando:

-Ordene usted que dos soldados suban a ese poste (señalando uno de los del telégrafo), y corten todos los hilos telegráficos, y usted, personalmente, aprehenda al telegrafista.

Ya había acordado yo con el teniente coronel Serrano que al coronel González Garza se le atara y encerrara en el gabinete del Pullman, cuando Robinson llegó, manifestando que, al proceder a la aprehensión del telegrafista, encontró a éste recibiendo un mensaje de Chihuahua, en que se ordenaba que nuestro tren prosiguiera su marcha a Torreón.

Informado yo de aquella orden, dada por Villa, subí de nuevo al tren e hicieron lo propio mis oficiales y soldados de la escolta, quedando completamente desorientados por aquella disposición y con la seguridad de que entrañaba una nueva traición de Villa; pero, como de todos modos aliviaba de momento nuestra situación, fue recibida con gusto por nosotros.

El coronel González Garza, mostrando una profunda contrariedad -que nosotros juzgamos sincera-, subió también al tren con nosotros, sin que tampoco pudiera explicarse lo que Villa intentaría hacer en seguida.

Nuestro tren partió inmediatamente que hubo subido el último de nosotros, y corría sin novedad ...

Pero poco después de haber pasado estación Mapimí, y cuando nos faltaba ya menos de una hora para llegar a Gómez Palacio, uno de mis oficiales me dio parte de que un tren se aproximaba por el frente.

Este nuevo acontecimiento ponía otra vez nuestros nervios en tensión, los que, en verdad, no habían tenido reposo en algunos días. Momentos después, nuestro tren y el desconocido hacían alto, frente uno al otro, a una distancia de poco menos de cien metros, y no tardé en ser informado que el tren misterioso era un especial, que procedía de Torreón, ordenado por los generales Aguirre Benavides y Robles, conduciendo a dos oficiales de Estado Mayor, en comisión de aquéllos.

A poco rato subieron a mi tren los dos oficiales citados, quiepes eran portadores de un pliego de los generales Aguirre Benavides y Robles, el cual servía de salvoconducto, y a la vez de orden para hacernos seguir hasta Torreón, con seguridades.

Desde aquel momento empecé a sentirme seguro, confiando en la lealtad de aquellos hombres.

Los trenes se pusieron en movimiento hacia Torreón, y antes de una hora llegamos a Gómez Palacio, encontrando en la estación una escolta, formada, al mando de un oficial. Éste subió a nuestro tren cuando hizo alto, y después de hablar con los oficiales de Robles, descendió al andén, continuando nosotros a Torreón, adonde llegamos poco después, a las cuatro de la tarde.

En la estación de Torreón había algún movimiento de tropas, unas embarcándose y otras alistándose para hacer lo mismo.

Poco después de nuestra llegada, subieron a mi carro los generales Aguirre Benavides y Robles, y después de saludamos con un abrazo cariñoso, pasamos a mi gabinete, para hablar confidencialmente y para comunicar yo al general Aguirre Benavides el recado que su hermano Luis me diera para él, la noche en que nos despedimos en Chihuahua.

Yo traté desde luego de referirles las peripecias que nos habían ocurrido en el camino, pero ellos las conocían con mayores detalles, y a esto precisamente se debió que hubiésemos llegado salvos a Torreón.


CONFERENCIA CON ROBLES Y BENAVIDES

Robles y Aguirre Benavides nos explicaron entonces cómo nos habíamos salvado, haciéndonos detallada relación de las circunstancias de aquel trance y las que en seguida relato yo, a mi vez:

Villa no permitió la salida de nosotros de Chihuahua sino cuando había hecho salir al general Almanza con un tren militar, para esperar en el camino al nuestro, a la mañana del siguiente día, y pasarnos por las armas a todos, cuya orden había dado Villa.

Como el tren del general Almanza tUvo que hacer alto en el camino, para enfriar unas chumaceras, esta circunstancia imprevista dio lugar a que el nuestro lo alcanzara y siguiera adelante, sin que de ello se diera cuenta el general Almanza, porque a esas horas venía dormido, y a ninguno de sus oficiales había confiado las órdenes que recibiera de Villa.

Al amanecer, Almanza ordenó la parada de su tren, sin decir a nadie el objeto; pero cuando hubo transcurrido bastante tiempo, sin que el nuestro le diera alcance, para cumplir las órdenes de Villa, ordenó a un ferrocarrilero que se informara del tiempo que nuestro tren tardaría en llegar. La contestación que obtuvo fue que desde la madrugada habíamos pasado adelante.

Esto hizo a Almanza comprender que el plan se había frustrado, y que habíamos ganado ya una considerable distancia; luego comunicó a Villa lo ocurrido, para que éste ordenara el regreso de nuestro tren, a fin de poder ejecutar sus instrucciones respecto de nosotros.

Cuando Villa tuvo conocimiento de aquel contratiempo, telegrafió a estación Corralitos, ordenando el regreso de nuestro tren. El telegrafista de Torreón se enteró de la orden, y, cumpliendo la recomendación que tenía recibida de Robles y Aguirre Benavides, en sentido de reportarles la marcha de mi tren, les comunicó aquel incidente.

Desde luego, ellos se dirigieron a Villa, recordándole el ofrecimiento que les había hecho de que no atentaría contra mi vida; y a la vez, en Chihuahua, Luis Aguirre Benavides y su ayudante, el señor Enrique Pérez Rul -que en la mañana se habían enterado casualmente de las órdenes dictadas por Villa-, en compañía de los jefes que no estaban de acuerdo en que se me asesinara, se dirigieron a Villa, pidiéñdole que revocara la orden de regresar nuestro tren.

Villa, siguiendo sus instintos felones, contestó a todos que no tuvieran cuidado, y dio orden para que mi tren continuara hasta Torreón (siendo esta orden la contenida en el telegrama que se recibió en Corralitos, en los momentos en que iba a efectuarse la aprehensión del telegrafista y la interrupción de las comunicaciones, por mi orden). Pero en seguida Villa libró orden al Comandante Militar de Gómez Palacio, Dgo., en los siguientes términos: Al pasar tren especial de general Obregón por ésa, sírvase usted aprehenderlo con todas las personas que lo acompañan y pasarlos por las armas inmediatamente, dando cuenta a este Cuartel General de lo ocurrido.

Este mensaje fue oído también por el telegrafista de Torreón, y lo puso en conocimiento del general Robles, quien de acuerdo con el general Aguirre Benavides, hizo salir desde luego un tren especial con dos oficiales de su Estado Mayor, para que me encontraran antes de llegar a Gómez Palacio y me condujeran con seguridades hasta Torreón. (Ése fue el tren que nos encontró entre Mapimí y Gómez Palacio, y la escolta, que estaba formada en la estación de Gómez Palacio, a la llegada de nuestro tren, era la que el Comandante Militar de aquella plaza tenía preparada para cumplir las órdenes de Villa).

Después de que nos hubieron hecho esa narración los generales Benavides y Robles, estos mismos me aconsejaron que cambiara de ruta para mi viaje a la ciudad de México; sugiriéndome la conveniencia de que lo continuara por la vía de Saltillo, y de allí por el ferrocarril Nacional, porque consideraban peligroso que lo hiciera por Zacatecas, dado que el general Pánfilo Natera, Comandante Militar del Estado de Zacatecas, acababa de telegrafiar a Villa, apoyando su actitUd y poniéndose a sus ordenes.

Yo manifesté a ellos mi decisión de seguir la marcha por Zacatecas, para conocer personalmente la actitud de Natera, y ver si sería posible que volviera él por los fueros de la lealtad.

En vista de mi invariable resolución, Robles me extendió el salvoconducto que copio a continuación:

Un membrete que dice: Ejército Constitucionalista.
División del Norte.

Las autoridades civiles y militares se servirán guardar y hacer guardar toda clase de garantías y seguridades al C. General de División Alvaro Obregón y sus acompañantes, que marchan a la capital de la República, impartiéndoles la ayuda que les fuere necesaria.

Constitución y Reformas.
Torreón, septiembre 24 de 1914.
El General J. A., de la División del Norte en la Comarca Lagunera. J. Isabel Robles.
Rúbrica.

Al despedimos, Robles y Aguirre Benavides me dijeron que ellos no secundarían a Villa en su traición contra Carranza, y que ya estaban alistando todas sus tropas para transladarse a Zacatecas, por órdenes de Villa, esperando llegar a aquella plaza para tomar la actitud que me ofrecían en aquellos momentos.

El coronel Roque González Garza no estuvo con nosotros durante esta entrevista, porque Robles y Aguirre Benavides manifestaron no tenerle completa confianza.


LLEGADA A ZACATECAS Y CONFERENCIA CON NATERA

Nuestra marcha se prosiguió de Torreón, por la vía a Zacatecas, y en todo el trayecto fuimos dando alcance a los trenes militares de las fuerzas de Robles y Aguirre Benavides, hasta llegar a Zacatecas el día siguiente, a las cinco de la tarde.

En la estación había reunida mucha gente, y una banda militar tocaba a nuestra llegada.

Cuando nuestro tren hizo alto en la estación, subieron a nuestro carro, a saludarnos, el general Natera y algunos de sus principales jefes.

Natera me preguntó desde luego qué pensaba yo de la sitUación, a lo que contesté:

Yo estoy ya enteramente de acuerdo con los generales Robles y Aguirre Benavides, quienes deben llegar a ésta, mañana o pasado.

Natera, entonces me dijo:

Yo también me dirigí, desde ayer, al general Villa, manifestándole que participo de las mismas ideas que él.

Antes de que entráramos en detalles, manifesté mi urgencia por continuar mi marcha para arreglar algunos asuntos en la ciudad de México, y regresar luego a Zacatecas. Me despedí de Natera y de los otros jefes que habían subido a mi carro, y nuestro tren continuó su marcha sin contratiempo.

Poco antes de llegar a Aguascalientes, encontramos un tren que esperaba al nuestro, en una de las estaciones. En él viajaban el coronel Luis S. Hernándezj el teniente coronel Alfredo Murillo, el teniente coronel Severiano A. Talamante, el capitán 1° Fausto Topete, los miembros de mi Estado Mayor: capitán 1° Jesús M. Garza; mayor médico Enrique C. Osornio y teniente Alberto G. Montaño; los señores Rafael Manzano, ingeniero Manuel Urrea y Agustín Ortiz y otros amigos míos, cuyos nombres no recuerdo, quienes habían salido de México, con el propósito de llegar hasta donde pudieran tener noticias de mi paradero.

Todas esas personas subieron a mi carro y entablamos con ellos una muy animada conversación, relatándoles, con colores más o menos vivos, los acontecimientos que se habían desarrollado desde nuestra permanencia en Chihuahua. Ellos, por su parte, nos platicaban también cómo en México había dado la prensa la noticia de nuestro fusilamiento, narrándonos las versiones que circulaban sobre nuestra muerte.

En esa entretenida plática continuamos hasta Aguascalientes, adonde llegamos antes de las doce de la noche.

Como en México se habían celebrado algunas juntas de jefes constitucionalistas, en la residencia del general Lucio Blanco, con objeto de estUdiar la forma más conveniente de evitar un rompimiento entre la División del Norte y el Gobierno Constitucionalista, dirigí, desde Aguascalientes, un mensaje a dichos jefes, suplicándoles reunirse a mi llegada, para darles, en detalle, un informe sobre mis impresiones recogidas de los distintos jefes de la División del Norte.

De Aguascalientes continuamos la marcha, llegando a la Capital el día 26.

Inmediatamente, me trasladé a presencia del Primer Jefe, para darle cuenta de la comisión que me había confiado e informarle de los acontecimientos desarrollados en Chihuahua.

En la entrevista que con tal objeto celebré con el Primer Jefe, le manifesté mi creencia de que podríamos restar a Villa sus mejores elementos, basándome en el acuerdo a que había yo llegado con los generales Aguirre Benavides y Robles, y con el secretario particular de Villa.

El Jefe se mostró sorprendido de que hubiera yo podido salvarme de las garras de Villa, dado lo sanguinario de este hombre, y el odio profundo que sentía hacia los que continuábamos leales a la Primera Jefatura.

En la noche del 27, se celebró una Junta de jefes constitucionalistas en el Cuartel General de Blanco, y en ella expresé, con la mayor claridad posible, mi idea de poder restar a Villa todos los elementos de orden y moralidad que le estaban incorporados.


ACUERDO TOMADO EN JUNTA CELEBRADA EN LA CIUDAD DE MÉXICO.
REGRESO A ZACATECAS

Terminada la Junta, se hizo constar el acuerdo siguiente:

Se nombran en comisión, para que vayan a Aguascalientes a tratar con los jefes de la División del Norte, a los siguientes CC. generales Alvaro Obregón, Ramón F. Iturbe, Guillermo García Aragón, Ernesto Santos Coy, Ramón V. Sosa, Jesús Trujillo y coronel Luis Santoyo.

Se acordó designar también, como miembro de la comisión que irá al Norte, al C. general Eduardo Hay y agregar a dicha comisión al general Andrés Saucedo.

Se autoriza a esta comisión para transladarse inmediatamente al punto más hacia el norte que pueda alcanzar, y ponerse en contacto con el mayor número de jefes de la División del Norte, a fin de dar cerca de ellos todos los pasos que se estimen prudentes, para lograr, desde luego, la suspensión de hostilidades y, subsecuentemente, un acuerdo con ellos para evitar el conflicto armado inminente.

Esta comisión queda especialmente facultada para preparar un acuerdo con los jefes del Norte, respecto a las condiciones en que pudiera reunirse una Convención General de Jefes Revolucionarios que solucione debidamente todas las diferencias existentes, y traten los principales problemas políticos que ofrece la situación actual en México.

Obtuve permiso del Primer Jefe para salir a Zacatecas y emprendí mi viaje ese mismo día, llegando al siguiente.

En Zacatecas estuve conferenciando con Aguirre Benavides, Robles, Natera, Bañuelos y otros jefes.

Robles telegrafió desde luego a Villa, avisándole mi llegada y que lo esperaba yo para conferenciar; pero Villa, que por la circunstancia de mi regreso a Zacatecas, había empezado a desconfiar ya de Aguirre Benavides y Robles, no quiso llegar y se detuvo en una estación inmediata, ordenando de allí la movilización de varios trenes con tropas, procedentes de Chihuahua y de Torreón, para escoltarse en su entrada a Zacatecas.

Al tener yo conocimiento de que Villa no quería llegar antes de reconcentrar un competente número de tropas para entrar al frente de ellas, me retiré a Aguascalientes el mismo día 29 en la noche, quedando en Zacatecas los demás miembros de la comisión salida de México, en espera de Villa, para conferenciar con él.

El día 30 se incorporó a Aguascalientes el resto de la citada comisión, manifestando que los jefes de la División del Norte se mostraban temerosos de concurrir a la Convención de México, tomando en cuenta que había ya un rompimiento entre Villa y la Primera Jefatura: por lo que ellos (mis compañeros de la comisión) les habían ofrecido que la Convención se celebraría en Aguascalientes, como punto intermedio entre México -asiento de la Primera Jefatura- y Chihuahua, Cuartel General de la División del Norte.

Con tal motivo, hicimos constar el siguiente acuerdo:

Cumpliendo comisión que Junta de Jefes reunidos en México, día 27, confirióme en compañía generales Iturbe, Santos Coy, Háy, Saucedo, García Aragón, Trujillo y Sosa y coronel Santoyo, transladámonos a Zacatecas para conferenciar con general Villa, Robles, Aguirre Benavides, otros jefes de la División del Norte, y generales Natera, Bañuelos, Domínguez, Triana y Eulalio Gutiérrez.

Resultado de conferencias, fue en definitiva el siguiente acuerdo:

Suspensión de actitud hostil por ambas partes, cesando desde luego todo movimiento de tropas. Para día cinco octubre, deberá reunirse en Aguascalientes mayor número posible de generales Constitucionalistas, para Convención General, que verificarase, empezando día 10. Objeto reunirse desde día 5, es establecer intercambio de ideas entre todos los jefes, para que al celebrarse las juntas, llevemos ya unificado, en lo posible, nuestro criterio.

El día 1° de octubre, llegamos de regreso a la capital los jefes que integrábamos la comisión que fue a Zacatecas, y desde luego, empezamos a trabajar en el ánimo del Primer Jefe, a fin de que concediera permiso para que la Convención se efectuara en Aguascalientes, proponiéndonos, con esto, quitar todo pretexto a los jefes de la División del Norte y lograr que abandonaran a Villa los elementos que no estaban dispuestos a secundar su defección.

En una de las conferencias que celebré con el Primer Jefe, y en la que yo trataba de hacerle ver la conveniencia de transladar la Convención a Aguascalientes, él me dijo:

-Yo no me opondré a que la Convención se traslade a Aguascalientes; pero tengo la seguridad absoluta de que nada se logrará. Los hombres que están detrás de Villa pondrán todos los medios que estén a su alcance para evitar toda solución pacífica, ya que son los que encabezan la reacción. Yo no quiero, bajo ningún concepto, ser un obstáculo; pero tampoco entregaré el país en manos de un hombre como Villa, cuya ignorancia y ambiciones siempre serán un peligro.

La Convención convocada por el Jefe celebraba sus sesiones en la Cámara de Diputados; pero después de muchos esfuerzos llevados a cabo por todos los jefes que nos habíamos comprometido a que la Convención se trasladaría a Aguascalientes, logramos que el Jefe accediera a ello, y dio las órdenes necesarias para que se nos impartieran facilidades, tanto para nuestra marcha de México, como para instalar en Aguascalientes la Asamblea.


LA CONVENCIÓN SE TRASLADA A AGUASCALIENTES

La Convención fue trasladada en seguida, quedando instalada en el teatro Morelos, de la ciudad de Aguascalientes, en la primera decena del mes de octubre.

Yo no estoy capacitado para hacer historia detallada de la Convención de Aguascalientes, por carecer de la documentación necesaria, y, por tal motivo, renuncio a esa tarea; pero sí lo estoy para confesar que esa Convención fue un fracaso, pues con ella, lejos de restar a Villa, como nosotros pretendíamos, la mayor parte de sus elementos, pusimos a esos en condiciones difíciles de abandonarlo, porque Villa quedó investido de una aparente legalidad, y esto dio margen también a que muchos de los jefes, que sin la Convención hubieran permanecido leales a la Primera Jefatura, defeccionaran y se incorporaran a Villa, aparentando sostener al Gobierno de la Convención, representado por el general Eulalio Gutiérrez; aunque la verdadera causa de esas defecciones era, por lo general, lo halagadora que se presentaba para esos elementos la bandera de libertinaje que Villa tremolaba como divisa de su partido.

Soy, pues, el primero en aceptar las responsabilidades que deban pesar sobre mí por este error político, y me limito a protestar que mis esfuerzos siempre fueron inspirados en mi deseo constante de salvar al país de una guerra.

Cuando se escriba la historia de los acontecimientos desarrollados en el seno de la Convención, con la documentación que debe existir en los archivos de la misma, se conocerá, a punto fijo, la actitud de cada uno de los hombres que concurrimos a ella.

Por mi parte, voy a limitarme a hacer algunas consideraciones sobre los principales factores que, en concepto mío, contribuyeron de manera directa al fracaso de la Convención:

Primero. La insidia con que venían obrando los directores intelectuales de la División del Norte, en connivencia con la que hábilmente manejaban los directores intelectuales del zapatismo.

Segundo. La falta de conocimiento del medio, por parte de nosotros.

Tercero. La mala fe de Villa y de sus jefes, evidenciada al invadir con sus tropas la ciudad de Aguascalientes, que había sido declarada neutral por la Convención; y, en consecuencia, la presión que con ello empezaron a hacer sobre los Delegados; presión que llegó a ser brutal, registrándose casos en que fueron asaltados, a mano armada, los delegados que representaban a la Primera Jefatura, por los que estaban de parte de la División del Norte.

Cuarto. La mayor parte de los generales constitucionalistas, en lugar de concurrir personalmente a la Convención, mandaron representantes que, aunque de honorabilidad reconocida, carecían de la personalidad y prestigio de sus representados.

Y, por último, la debilidad criminal del general Gutiérrez, al nombrar jefe de operaciones al general Villa, cediendo a la presión que éste ejerciera sobre él.

Como se sabe, la Convención, después de un sinnúmero de discusiones y acuerdos, llegó a la siguiente conclusión:

Decretar el cese del C. Venustiano Carranza como Primer Jefe del Ejército Constitucionalista y Encargado del Poder Ejecutivo de la Nación, y el cese del general Francisco Villa, como jefe de la División del Norte; nombrando Presidente Provisional de la República al general Eulalio Gutiérrez, por un período de veinte días, tiempo que se juzgó suficiente para que la Convención se trasladara a México y allí ratificar dicho nombramiento por un nuevo período en favor de Gutiérrez, o se nombrara nuevo Presidente.

Mientras que un grupo de jefes nos esforzábamos porque se llevara a cabo la Convención en Aguascalientes, creyendo, de buena fe, que aquella asamblea habría de traer la concordia entre todos los revolucionarios, cimentando con esto la paz de la República para asegurar el triunfo de la causa común por la que habíamos luchado, la perfidia de los elementos con que queríamos armonizar seguía manifestándose en Sonora, donde Maytorena pugnaba aún por obtener el dominio militar en todo el Estado, cuya mayor parte estaba sustraído ya a la autoridad de la Primera Jefatura, y del cual conservábanse solamente las plazas de Agua Prieta y Naco ocupadas por las fuerzas de Hill y Calles, leales al Constitucionalismo; y con motivo de esa actitud de Maytorena, comenzaron a librarse combates entre sus fuerzas y las de los citados jefes leales, quienes con toda entereza afrontaron aquella situación, concentrando en la plaza de Naco el mayor efectivo de sus fuerzas, después de una batalla librada en Martínez, y preparándose allí para resistir a los traidores, con la firme resolución de defender a toda costa aquella plaza fronteriza.

Maytorena juzgó empresa fácil apoderarse de Naco, y sobre esta plaza lanzó sus contingentes, en número y con elementos siempre superiores a los de los leales, hasta llegar a contar más de cinco mil hombres en el sitio de Naco, pues constantemente era obligado a reforzar sus tropas atacantes, por la heroica resistencia de los nuestros, que en número apenas de un mil quinientos hombres, y con un cañón, tenían a raya a los maytorenistas, rechazando con vigor los desesperados asaltos de éstos.


EMPIEZA LA LUCHA EN NACO.
COMISIONADOS DE LA CONVENCIÓN PARA NOTIFICAR AL JEFE LOS ACUERDOS Y RESOLUCIONES DE ELLA

La lucha, en Naco, principió con el mes de octubre, y no tuvo tregua ni en el período de la Convención en Aguascalientes, pues Maytorena continuaba sus ataques, obcecado con la idea de tomar aquella plaza, a pesar de repetidas órdenes de la Convención para que los suspendiera; y Hill Y Calles, con la inquebrantable resolución de defender Naco hasta sucumbir, si era necesario, resistían heroicamente, y declaraban su resolución de batir a Maytorena, no reconociendo más autoridad que la Primera Jefatura del Ejército Constitucionalista. Esa viril resolución de Hill y Calles, confirmada con su resistencia tan desastrosa para los traidores, en los diarios combates de Naco, ofuscaba más a Mayrorena, y éste hacía más obstinado su empeño de apoderarse de aquella plaza, lanzando sobre ella cada vez mayores elementos, pero siempre con el mismo adverso resultado.

La actitud de Hill y Calles, en aquellas circunstancias, fue todo un ejemplo de virilidad, comparable a la de los generales Maclovio y Luis Herrera, de la División del Norte, quienes, resueltamente, y secundados por las fuerzas de su mando con que se encontraban en Parral, Chih., desconocieron a Villa, desde el momento en que éste desconoció al señor Carranza para abrazar la causa de la reacción, y se prepararon a batirlo con toda energía.

Los comisionados por la Convención para notificar al Primer Jefe el acuerdo de ésta, con relación al cese de él y del general Villa en sus respectivos cargos, fuimos: el general Antonio I. Villarreal, el general Eduardo Hay, el general Eugenio Aguirre Benavides y yo, quienes nos presentamos en Orizaba al Primer Jefe, para darle cuenta de la comisión que nos había sido conferida.

El Primer Jefe nos contestó que mientras la Convención no aceptara las condiciones puestas por él, de retirar de hecho al general Villa del mando de la División del Norte, él no se retiraría de la Primera Jefatura, porque tenía la absoluta seguridad de que Villa violaría todas sus promesas, y se convertiría en un instrumento de la reacción.

Como nuestros compromisos contraídos en la Convención eran solemnes, ninguna disculpa podía justificar nuestra falta de cumplimiento. Sólo el acuerdo del general Gutiérrez, nombrando jefe de operaciones al general Villa, pudo habernos salvado, relevándonos de todo compromiso, puesto que él (Gutiérrez), que debió ser el intérprete más fiel de la Convención, porque a ella debía su nombramiento, era el primero en violar sus acuerdos al revestir a Villa de una personalidad más elevada que la que tenía al ser separado del mando de la División del Norte.

Yo recuerdo que, en una ocasión, declaré al Primer Jefe lo siguiente:

-Señor: yo fui uno de los que votaron en la Convención por él cese de usted y de Villa, y por el nombramiento del general Eulalio Gutiérrez para Presidente Provisional de la República, y ahora tengo la obligación de cumplir y sellar con mi sangre mis compromisos. Si Gutiérrez separa a Villa, y éste sale del país, yo no podré hacer otra cosa que reconocer a Gutiérrez; pero si éste insiste en dejar a Villa, yú seré el primero en batirlo.

El Jefe me contestó:

-Gutiérrez no será sino un instrumento de Villa. Si este último se retira, las dificultades quedarán solucionadas, porque yo he declarado ya que estoy enteramente dispuesto a retirarme, tan pronto como esté seguro de que Villa lo ha hecho, pues lo único que quiero es asegurar los principios de la Revolución, que tanta sangre han costado, y no dejar al país en manos de la reacción.

El rompimiento se hizo inevitable, debido a que cuando el señor Carranza declaraba, franca y categóricamente, que estaba dispuesto a separarse del Poder, cuando Villa, de hecho, hubiera cesado en el mando de la División del Norte, éste había ya recibido nombramiento como jefe de operaciones de la Convención, expedido por el general Eulalio Gutiérrez, con su carácter de Presidente Provisional de la República, y por presión que el mismo Villa ejercía sobre Gutiérrez.

El telegrama que se inserta a continuación, y que conservo en mi archivo, demuestra de una manera clara que el general Eulalio Gutiérrez era sólo un instrumento de Villa y sus consejeros, y que él no ejercía ninguna autoridad sobre ellos:

Aguascalientes, 15 de noviembre de 1914.
Señor Alvaro Obregón.
México, D. F.

Recibí su telegrama.

Manifiesto a usted que las últimas condiciones que el señor Carranza pone para retirarse del Poder, son aprobadas por mí.

Salúdolo afectuosamente.

Eulalio Gutiérrez.

Con el transcrito telegrama, el general Gutiérrez aceptaba las últimas condiciones puestas por el señor Carranza para retirarse, demostrando que las encontraba justas; pero al día siguiente, el mismo general Gutiérrez declaró que no eran de aceptarse las proposiciones del señor Carranza, lo cual prueba que, al fin, obraba en interés de Villa, cediendo a la autoritaria influencia de éste.

Los telegramas que íntegros inserto en seguida, son una prueba del último esfuerzo hecho por mí para evitar el rompimiento:

México, noviembre 11 de 1914.
Señor General Francisco Villa.
Aguascalientes.

He tenido conocimiento de que la División del Norte ha emprendido su avance al sur de Aguascalientes.

Es el momento en que usted, con hechos, pueda probar a la Nación que es un patriota.

Si usted se retira de manera absoluta, ausentándose temporalmente del país, no se disparará un solo cartucho, y el señor Carranza entregará el Poder al ser ratificado o rectificado el nombramiento de Presidente en esta capital, el día 20.

No será sacrificio para usted salvar al país de una nueva lucha, y esto lo colocaría entre los grandes hombres, que tanto escasean en nuestro desventurado país.

Si usted se obstina en que la lucha se incendie, recibirá la maldición de la Patria, y de nada le servirán las glorias que ha conquistado ni las continuas protestas de patriotismo que a cada momento repite.

Ruégole consultar sólo con su conciencia, sin que nadie intervenga, y estoy seguro que se ahorrará mucha sangre.

Lo saludo.

General Alvaro Obregón.


TELEGRAMAS CRUZADOS CON VILLA, GUTIÉRREZ, JEFES DE LA DIVISIÓN DEL NORTE Y PRIMERA JEFATURA

México, noviembre 11 de 1914.
General José Isabel Robles y demás jefes de la División del Norte.
Aguascalientes.

Hoy digo al general Villa lo siguiente:

He tenido conocimiento de que la División del Norte ha emprendido su avance al sur de Aguascalientes.

Es el momento en que usted, con hechos, pueda probarIe a la Nación que es un patriota.

Si usted se retira de manera absoluta, ausentándose temporalmente del país, no se disparará un solo cartucho, y el señor Carranza entregará el Poder al ser ratificado o rectificado el nombramiento de Presidente en esta capital, el día 20.

No sería ningún sacrificio para usted salvar al país de una nueva lucha, y esto lo colocaría entre los grandes hombres, que tanto escasean en nuestro desventurado país.

Si usted se obstina en que la lucha se incendie, recibirá la maldición de la Patria, y de nada le servirán las glorias que ha conquistado ni las continuas protestas de patriotismo que a cada momento repite.

Ruégole consultar sólo con su conciencia, sin que nadie intervenga, y estoy seguro que se ahorrará mucha sangre.

Lo saludo.

Creo que el general Villa, que al valor y patriotismo de ustedes debe gran parte de su prestigio, sería consecuente, si todos ustedes, unidos, le suplican atender en estos momentos la petición que le hacemos, ahorrando, con esta patriótica actitud, una nueva lucha injustificada, que tendría, como resultado, la anarquía o la intervención.

Por mi parte, declaro que, al retirarse de la manera indicada el general Villa, estaré en esta capital, con las fuerzas que son a mi mando, para dar toda clase de garantías a la Convención y al Presidente Provisional, señor general Eulalio Gutiérrez, a cuyas órdenes quedaré.

Espero de la energía y rectitud de criterio de ustedes, que harán todo esfuerzo en el sentido indicado.

Los saludo afectuosamente.

General en Jefe del Cuerpo de Ejército del Noroeste. Alvaro Obreg6n (1).


México, 11 de noviembre de 1914.
C. Primer Jefe del Ejército Coostitucionalista, Venustiano Carranza.
Córdoba, Veracruz.

Hónrome transcribirle siguiente mensaje, dirigido a jefes División del Norte:

Hoy digo al general Villa lo siguiente:

He tenido conocimiento de que la División del Norte ha emprendido su avance al sur de Aguascalientes.

Es el momento en que, con hechos, pueda usted probar a la Nación que es un patriota.

Si usted se retira de una manera absoluta, ausentándose temporalmente del país, no se disparará un solo cartucho, y el señor Carranza entregará el Poder al ser ratificado o rectificado el nombrnmiento de Presidente en esta capital, el día 20.

No sería ningún sacrificio para usted salvar al país de una nueva lucha, y esto lo colocaría entre los grandes hombres, que tanto escasean en nuestro desventurado país.

Si usted se obstina en que la lucha se incendie, recibirá la maldición de la Patria, y de nada le servirán las glorias que ha conquistado y las continuas protestas de patriotismo que a cada momento repite.

Ruégole consultar sólo con su conciencia, sin que nadie intervenga, y estoy seguro que se ahorrará mucha sangre.

Lo saludo.

Creo que el general Villa, que al valor y patriotismo de ustedes debe en gran parte su prestigio, sería consecuente, si ustedes le suplican atender en estos momentos la petición que le hacemos, ahorrando, con esta actitud patriótica, una nueva lucha injustificada, que traería como resultado la anarquía o la intervención.

Por mi parte, declaro que al retirarse el general Villa de la manera indicada, estaré en esta capital, con las fuerzas que son a mi mando, para dar toda clase de garantías a la Convención y al Presidente Provisional, señor general Eulalio Gutiérrez, a cuyas órdenes quedaré.

Espero de la energía y rectitud de criterio de ustedes, que haran todo esfuerzo en el sentido indicado.

Los saludo afectuosamente.

Éste enviélo a los Generales Pablo González, Eulalio Gutiérrez, M. M. Diéguez, Ramón F. Iturbe, Benjamín G. Hill, Domingo Arrieta, Juan Dozal, y Mayor Comandante Militar de Colima, Jesús M. Ferreira, con la siguiente nota: En caso de que el general Villa no se retire, manifiesto a usted que estoy dispuesto a batirlo con toda energía, esperando de usted igual actitud. Salúdolo respetuosamente.

El General en Jefe del Cuerpo de Ejército del Noroeste. Alvaro Obregón.


México, noviembre 11 de 1914.
Señor General Eulalio Gutiérrez.
Aguascalientes.

Si separa usted a Villa como jefe del Cuerpo de Ejército de operaciones de la Convención, estaré a sus órdenes con todos mis elementos; pero si usted insiste en que Villa no debe separarse, seré el primero en batirlo con todas mis energías, pues no seré yo quien abandone al señor Carranza para apoyar a un hombre como Villa.

Lo saludo afectuosamente.

General Alvaro Obregón.


VIOLACIONES DE GUTIÉRREZ

Como el general Gutiérrez no contestó de una manera categórica, y las tropas de la División del Norte, violando un armisticio firmado por los generales Pablo González y Eulalio Gutiérrez, emprendieran su avance sobre Lagos y León, adonde llegaban las avanzadas del Cuerpo de Ejército del Noreste, al mando del general Pablo González, quien tenía su Cuartel General en Querétaro, juzgué inútil todo intento de paz, y empecé a tomar preparativos para la lucha.

El general Lucio Blanco, a quien había yo confiado el mando de la División de Caballería del Cuerpo de Ejército del Noroeste, Divisi6n que tenía un efectivo aproximado de doce mil hombres, estaba observando una conducta que a todos nos hacía suponer que pretendía defeccionar y pasarse al enemigo, con los elementos de la citada División.

Los principales jefes que militaban a las órdenes de Blanco, y que tenían a su mando directo las Brigadas de la División de Caballería, permanecían leales, y creían que las sospechas recaídas sobre Blanco no estaban justificadas. El general Buelna, que era uno de los jefes subalternos de Blanco, constituía excepción entre ellos, pues sus procedimientos eran marcadamente hostiles al Gobierno Constitucionalista, ya que nadie ignoraba sus ligas con Villa.

El general Enrique Estrada, perteneciente también a la División de Blanco, desde un principio manifestó sus fundadas sospechas sobre la defección de aquél, e hizo presente su inquebrantable resolución de separarse de él, tan pronto como tuviera la seguridad de que dicho jefe no era leal a nuestro Gobierno.

En cuanto a los Jefes de las Infanterías del Cuerpo de Ejército del Noroeste, todos estUvieron siempre enteramente de acuerdo en batir a la reacción representada por Villa, quien había adquirido ya, como antes digo, una apariencia de legalidad.

Por su parte, los generales Pablo González, Antonio I. Villarreal y otros significados jefes constitucionalistas, hacían esfuerzos por traer una solución pacífica de las dificultades que estaban teniendo lugar. Esos esfuerzos pueden apreciarse en los telegramas que en seguida se transcriben, dirigidos por los citados jefes, a la Convención, al Primer Jefe y al general Eulalio Gutiérrez:

MENSAJE AL PRIMER JEFE

General V. Carranza.
Córdoba, Ver.

En vista de las angustiosas circunstancias por que en estos momentos atraviesa el país, de las cuales tenemos perfecto conocimiento, y en previsión de que las mismas se agraven, consideramos de imperiosa necesidad patriótica el que usted se separe, desde luego, de los puestos que desempeña.

Al mismo tiempo nos dirigimos a la Convención y. al general Eulalio Gutiérrez, demandándoles que obliguen al general Villa se retire por completo de los asuntos pobticos y militares del país.

Nos es satisfactorio participar a usted que, en caso de que por algún motivo sea desatendida nuestra demanda de que se retire de hecho y absolutamente el general Villa, nos comprometemos, los que abajo firmamos, a batir a éste hasta reducirlo al orden, y confiamos en que usted, por ningún motivo, pospondrá a sus pasiones personales los altos intereses de la patria.

Respetuosamente, el general de división, Pablo González;
el general de brigada, L. Blanco;
el general de brigada, Antonio I. Villarreal;
generales brigadieres, Eduardo Hay.
Francisco de P. Mariel.
Andrés Saucedo.
Pablo A. de la Garza.
Abelardo Menchaca.


MENSAJE A LA CONVENCIÓN

Convención Militar de Aguascalientes

Cumple a nuestro deber excitar el patriotismo de esa Convención, para que inmediatamente elimine de una manera efectiva al general Villa, de toda ingerencia política y militar.

Nosotros estamos con la Convención, y por eso queremos que se cumpla honradamente con los acuerdos de ella.

Debe retirarse el general Villa de una manera absoluta, y en los mismos términos debe retirarse, a la vez, el general Venustiano Carranza.

Que la Convención, para conseguir ese resultado salvador, labore cerca del general Villa, en tanto que nosotros influimos en el ánimo del general Venustiano Carranza.

Un esfuerzo más, y seguiremos teniendo patria.

Respetuosamente, el general de división, Pablo González;
el general de brigada, L. Blanco;
el general de brigada, Antonio I. Villarreal;
generales brigadieres, Eduardo Hay.
Francisco de P. Mariel.
Andrés Saucedo.
Pablo A. de la Garza.
Abelardo Menchaca.


MENSAJE AL GENERAL GUTIÉRREZ

General Eulalio Gutiérrez.
Aguascalientes.

Le transcribimos los telegramas que hemos dirigido a la Convención y al general V. Carranza.

Invitamos a usted para que se una a nosotros en el esfuerzo patriótico que estamos haciendo.

A pesar de que se asegura que el general Villa ha abandonado el mando de sus fuerzas, hay muchos que se resisten a creerlo, debido a que aquél continúa en Aguascalientes, en el mismo lugar en que están sus fuerzas.

Además, el día 7 apareció un despacho de la Prensa Asociada, que lo subscribía el general Villa, como jefe de la División del Norte.

Para que nosotros sostengamos con toda conciencia los acuerdos de esa Convención, es preciso que se cumpla de verdad con uno de los principales de esos acuerdos: el cese del general Villa.

Trabaje por que esa determinación sea un hecho, a la vez que nosotros trabajaremos por que, en la misma forma, cese el general Carranza.

De usted depende que se aclare este asunto. Confiera una comisión al general Villa, fuera de México, y si obedece a usted, como debe obedecerlo, nosotros nos obligamos a que el general Carranza se retire del país, pues creemos están ya satisfechas las condiciones que dicho señor Carranza puso para su retiro.

General de división, Pablo González;
generales de brigada, Lucio Blanco y Antonio I. Villarreal;
generales brigadieres, Pablo A. de la Garza.
Andrés Saucedo.
Eduardo Hay.
Francisco de P. Mariel.
Abelardo Menchaca;
tenientes coroneles, Julio Madero.
Marciano González.
Manuel García Vigil.
Alfredo Rodríguez.
Federico Silva.
Tomás Marmolejo.
mayor Alfredo Jaime Vera.
A. Betanzo.
Clemente Osuna.

El día 17, las tropas al mando del general González continuaron replegándose al sur, a medida que avanzaban las de la División del Norte, y yo empecé a prepararme para evacuar la plaza de México, y replegarme al sur según órdenes que había recibido de la Primera Jefatura.

El mismo día 17 lancé el siguiente


MANIFIESTO

MEXICANOS: El monstruo de la traición y el crimen, encarnado en Francisco Villa, se yergue amenazando devastar el fruto de nuestra Revolución, que tanta sangre y tantas víctimas ha costado a nuestro pobre pueblo.

El esfuerzo de todos los hombres honrados, por restablecer la paz en la República acaba de declararse impotente ante la perversidad de la trinidad maldita, que forman Angeles, Villa y Maytorena.

Es el momento supremo, de sublime angustia para la Patria, en que podrá contar a sus verdaderos hijos, que despreciando de nuevo la vida, empuñan con más fuerzas el arma vengadora, para hacer desaparecer entre las invencibles garras de la justicia, a los monstruos deformes, que en danza macabra, celebran en estos momentos la agonía de nuestra Patria.

A esos buenos hijos llamamos a nuestro lado; a esos que despreciarán el derroche, la orgía y el libertinaje -bandera de corrupción infame- para venirse a agrupar al lado de nosotros, que sólo podremos ofrecerles privaciones y angustias, pero que con ellas podrán legar a sus hijos su nombre honrado.

La Patria, en su agonía, como las madres que al expirar lanzan una mirada en tomo suyo para cerciorarse de si están todos sus hijos a su lado, lanza también una mirada agónica sobre los mexicanos, para ver cuántos hijos tiene dignos de ella; y es el momento supremo en que debemos demostrar al mundo, que no toleraremos el reinó de la Maldad en nuestro desventurado suelo, y que preferiremos convertir a nuestro país en un vasto cementerio, antes que permitir que la Maldad y el Crimen engangrenen todo nuestro organismo.

Allá está Francisco Villa, mexicanos, pregonando el patriotismo y vertiendo el veneno por los ojos, que hipocritamente quiere demostrar que son lágrimas de patriota; allá, os repito, derrochando el oro y corrompiendo a todos los hombres que son susceptibles de corromperse.

Ante esas halagadoras tentaciones, quiere probar la Patria a sus hijos:

¡Madres, esposas e hijas!: ¡arrodillaos ante el Altar de la Patria y llevad al oído de vuestros hijos, esposos y padres, la sacrosanta oración del Deber, y maldecid a los que, olvidando todo principio de honor, se arrojan en manos de la traición para apuñalear a su Patria!

México, D. F., 17 de noviembre de 1914.
El General en Jefe del Cuerpo de Ejército del Noroeste.
Alvaro Obregón.

SE INICIAN LA EVACUACIÓN DE MÉXICO Y LA DEFECCIÓN DE BLANCO

El día 18 empezaron a salir los trenes militares del Cuerpo de Ejército del Noroeste, por la vía del Ferrocarril Mexicano, con destino a Córdoba y Orizaba (Veracruz), iniciando la salida los trenes del coronel Talamantes y los de la artillería de grueso calibre.

El día 19 se hizo salir el resto de la artillería, sumando toda 76 cañones con una regular dotación de granadas.

El día 20 salieron los trenes con los regimientos de ametralladoras.

El domingo, una extra de El Liberal, periódico diario que se editaba en la capital, anunciaba que el general Lucio Blanco había asumido el mando militar de la ciudad, y que había nombrado Gobernador del Distrito, Inspector General de Policía, Director de la Penitenciaría y otros funcionarios. Esto revelaba que Blanco había acabado por hacer patente su defección, ya que, dentro de la subordinación, estaba incapacitado para dar disposiciones de esa índole, y éstas las había dado sin contar siquiera conmigo, que era su jefe superior inmediato.

Para entonces, había ya sido nombrado yo, por el C. Primer Jefe del Ejército ConstitUcionalista, Jefe de Operaciones.

Yo había dejado solamente 900 hombres de infantería, ateniéndome a que Blanco no tendría valor de atentar contra mí, por temor a que sus jefes subalternos lo desconocieran, al cerciorarse de su traición.

Ese mismo día, Blanco ordenó a los tenientes coroneles Juan Torres y Vidal Silva que con las fuerzas de su mando se trasloadaron a la Villa de Guadalupe y destruyeran un tramo de la vía del Ferrocarril para entorpecer mi salida y capturar el tren en que yo viajaría; pero dichos jefes, en vez de atender las órdenes de Blanco, que entrañaban una traición, se presentaron a mí, dándome cuenta de tales disposiciones y pidiéndome órdenes. Yo les contesté que deberían marchar a la Villa de Guadalupe, para que Blanco no maliciara de su actitud, y que allí esperaran órdenes mías.

Yo estaba incapacitado para obrar contra Blanco, porque había hecho ya salir un tren con tropas de las pocas que había dejado en la capital, y para entonces contaba apenas con un batallón incompleto.

Como ya ninguna duda tuviera de la defección de Blanco, acordé retirarle el mando de la División de Caballería del Cuerpo de Ejército del Noroeste, y al efecto expedí el siguiente nombramiento en favor del general Miguel M. Acosta:

Un sello que dice: República Mexicana. Ejército Constitucionalista.
Cuerpo de Ejercito del Noroeste
.
Comandancia.

Este Cuartel General ha tenido a bien nombrar a usted general en Jefe de la División de Caballería que era al mando del general Lucio Blanco.

Procederá usted, desde luego, a la reorganización de esas fuerzas y a emprender a la mayor brevedad posible, su marcha hacia el Estado de Jalisco; autorizándoseIe para abrir, desde luego, la campaña contra la reacción villista, debiendo establecer su base de operaciones en el citado Estado de Jalisco, de donde dará cuenta de sus movimientos y adonde se le transmitirán órdenes.

Reitero a usted mi distinguida consideración.

Constitución y Reformas.
México, noviembre 23 de 1914.
(Firmado.) General en Jefe, Alvaro Obregón.

Al C. General Miguel M. Acosta, nombrado Jefe de la División de Caballería.
Presente.

Como Blanco sospechara que era ya de mi conocimiento su actitud, al mediodía se presentó en mi Cuartel General, dizque a recibir órdenes.

Considerando yo que aquello pudiera ser, efectivamente, una reacción de Blanco, y que estuviera dispuesto a acatar órdenes, le comuniqué las siquientes:

Tan pronto como nosotros hayamos abandonado la capital, deberá usted emprender la marcha directamente a Toluca; allí se unirá con Murguía, y continuará por Michoacán, hasta incorporarse al Estado de Jalisco, adonde me incorporaré yo también, por Manzanillo, para emprender la campaña contra Villa.

Pero aquello no fue sino una aparente subordinación, con que Blanco engañaba hasta a sus mismos jefes subalternos, quienes seguían creyendo en su lealtad, como lo prueba la actitud asumida por el general Acosta, cuando recibió su nombramiento como Jefe de la División de Caballería. Este jefe me dijo:

Blanco no será capaz de una defección; yo se lo aseguro, mi General. Le suplico dejarlo al frente de la División de Caballería y le protesto que yo seré el primero en abandonar a Blanco si éste intenta una deslealtad.

En términos parecidos a los de Acosta se expresaron ante mí algunos otros jefes de la División de Caballería.

De los jefes de Blanco que más se distinguieron en su resolución leal y enérgicas protestas contra las evasivas de aquél, recuerdo a los siguientes: generales Enrique Estrada y Gonzalo Novoa, coroneles Antonio Norzagaray y Jesús Madrigal y tenientes coroneles Juan Torres y Vidal Silva; en tanto que los que se distinguieron como desleales, fueron: generales Rafael Buelna y Julián Medina; coronel J. Cortinas y algunos otros jefes de menor graduación.

Los señores ingeniero Alberto J. Pani, doctor Atl y licenciado Jesús Urueta, que permanecieron en mi compañía los últimos días de mi estancia en México, trabajaban asiduamente en el ánimo de Blanco y sus jefes subalternos, con el fin de que permanecieran leales al Primer Jefe.

El mismo día 23 se recibieron noticias de la evacuación del puerto de Veracruz por las fuerzas norteamericanas, que desde abril anterior lo ocupaban; y con este motivo, se efectuó una gran manifestación frente al monumento de Juárez, en la avenida que lleva este nombre.

A esa manifeStación concurrimos, y en ella tornamos la palabra Pani, Urueta, Atl y yo.

En aquel acto, teníamos solamente dos tambores y dos cornetas, porque la escolta que había dejado mi Cuartel General, estaba ya embarcada y los Cuerpos de Gendarmería habían ya salido de México, por orden del general Cosío Robelo.

Por la noche de la misma fecha, los zapatistas ocupaban las inmediatas poblaciones de Xochimilco y San Ángel.

Con anterioridad, había hecho yo un llamamiento a los estudiantes de México, el que dio magnífico resultado, pues se presentaron a incorporarse en nuestras filas más de trescientos, entre estudiantes normalistas, de Preparatoria, de Agricultura, Jurisprudencia, etc., y algunos maestros y profesionistas, quienes fueron conducidos a Córdoba por el capitán Adolfo Cienfuegos y Camus, de mi Estado Mayor, comisionado al efecto.




Notas

(1) Estando en prensa este libro, fue pasado por las armas, en la ciudad de Oaxaca, el general Robles, por sentencia dictada en su contra por el Consejo de Guerra a que se le sometió, al ser aprehendido, para juzgarlo por la defección que en mala hora cometiera pasándose al lado de los reaccionarios oaxaqueños, con las tropas y elementos que el Gobierno ConstitUcionalista había puesto a sus órdenes, después de perdonarle sus pasados errores políticos (Nota de Álvaro Obregón).

Índice de Ocho mil kilómetros en campaña de Álvaro ObregónCAPÍTULO IV -Tercera parteCAPÍTULO V - Primera parteBiblioteca Virtual Antorcha