Índice de Ocho mil kilómetros en campaña de Álvaro Obregón | CAPÍTULO VI -Segunda parte | CAPÍTULO VII - Segunda parte | Biblioteca Virtual Antorcha |
---|
Ocho mil kilómetros en campaña
Álvaro Obregón
CAPÍTULO SÉPTIMO
Primera parte
PARTE OFICIAL DE LAS BATALLAS DE TRINIDAD Y TOMA DE LEÓN, POR EL EJÉRCITO DE OPERACIONES
Tengo el honor de rendir a usted el presente parte oficial de las operaciones militares llevadas a cabo por el Ejército a mi mando, en contra de las reaccionarios encabezados por Francisco Villa y Felipe Angeles, después de la última batalla librada en Celaya, del 13 al 15 de abril de 1915, hasta la toma de la ciudad de León, Gto.
Consumada la derrota de los reaccionarios mandados por Villa, en Celaya, el 15 de abril, la que obligó al bandolero a retirar las fuerzas que tenía en Michoacán y Jalisco, y una vez que hubo terminádose de levantar el campo, sepultando o incinerando los numerosos cadáveres que en él se encontraban, el día 19 emprendí el avance de Celaya al Norte, con el grueso del Ejército de Operaciones. Para entonces, habían sido ocupadas las plazas de Salamanca e Irapuato por nuestra vanguardia, al mando de los generales Maycotte y Novoa, sin resistencia por parte del enemigo.
Antes de emprender la marcha de Celaya, di órdenes para que se regresaran al Sur las fuerzas de la Primera División de Oriente, que tomaron parte muy importante en la última batalla de Celaya, y las cuales fueron a ponerse nuevamente a las órdenes del C. general Agustín Millán, para reforzar a las que vigilaban y defendían nuestra línea de comunicaciones con Veracruz, de la cual era jefe el citado general Millán, con Cuartel General en Ometusco. Comisionadas para el mismo servicio, hice salir también las fuerzas del general Gonzalo Novoa, al sur de Celaya.
El mismo día 19, me incorporé a Salamanca, por 'ferrocarril, y en aquel lugar recibí comunicación del C. general Francisco Murguía, que se encontraba en Zamora, Mich., informándome que, de acuerdo con órdenes que anteriormente había transmitido mi Cuartel General a él y al general Diéguez, que operaban en Jalisco, marchaban sus fuerzas a iñcorporarse a mi columna, y que el general Diéguez había ocupado Guadalajara, plaza que evacuaron los villistas, a consecuencia de la derrota que Villa sufrió en Celaya. Transmití órdenes al general Murguía, y por su conducto al general Diéguez, para que forzaran sus marchas a incorporarse con sus fuerzas al Ejército de Operaciones, en la ciudad de Irapuato.
El 20 terminaron de incorporarse a Salamanca las fuerzas de mi columna, que habían emprendido la marcha pie a tierra, y el mismo día recibí aviso de la evacuación de Silao y Guanajuato, habiendo dispuesto, desde luego, que el general Maycotte avanzara de Irapuato con su Brigada de Caballería a ocupar la primera de dichas plazas, y que el general Alejo G. González marchara con la brigada de su mando a ocupar Guanajuato, capital del Estado del mismo nombre.
El día 21, a las 7 a. m., continu:é el avance con el grueso del Ejército, haciendo la marcha por tierra, las fuerzas y mi Cuartel General, y llegando a Irapuato poco después de las 12 m.
La vía del ferrocarril estaba destruida en un tramo, entre Salamanca y estación Chico, rumbo a Irapuato, por lo que comisioné al teniente coronel J. L. Gutiérrez para su reparación.
En Irapuato, el mismo día 21, dispuse que las fuerzas del general Joaquín Amaro marcharan de Salamanca y Celaya a Michoacán, con objeto de hacer la campaña contra las partidas que aún dominaban una parte de aquel Estado; campaña que era considerada de mucha importancia, pues, una vez obtenido el control de todo el Estado, aparte de que nos aprovecharían sus muchos elementos de vida que produce, restándoseIos al enemigo, aseguraríamos nuestra izquierda retaguardia, y haríamos sentir un amago a los zapatistas, por Toluca y El Oro, y ellos tendrían que fijar su atención por este lado, aminorando sus actividades por la línea de Ometusco, que constantemente hostilizaban para interrumpir nuestras comunicaciones con Vera cruz.
El general Amaro fue nombrado Jefe de las Operaciones en Michoacán, y al propio tiempo, con el superior acuerdo de esa Primera Jefatura, nombré Gobernador de aquel Estado al general Alfredo Elizondo, de las mismas fuerzas, y éstas, para su mejor organización, se constituyeron, por acuerdo de mi Cuartel General, en la Quinta División del Cuerpo de Ejército del Noroeste, quedando su jefatura a cargo del mismo general Amaro.
Como tardaban en incorporarse las fuerzas de los generales Diéguez y Murguía, que esperaba para proseguir el avance, estando pendiente también de la llegada de una remesa de parque, que usted me había anunciado, y la cual nos era de suma necesidad para reponer la dotación y reservas consumidas en la batalla de Celaya, desde luego ordené al general Hill que las infanterías formando círculo alrededor de la ciudad, construyeran loberas, y en ellas tomaran posiciones para prevenir cualquiera sorpresa que el enemigo intentara contra nosotros.
El mismo día quedó establecido el círculo de defensa, siendo el general Hill eficazmente ayudado por los tenientes coroneles Aarón Sáenz y Jesús M. Garza, de mi Estado Mayor, en los reconocimientos de las posiciones y colocación de las tropas.
Aquel mismo día, llegaba el general Murguía con sus fuerzas a Pénjamo, y de allí conferenció conmigo a Irapuato, por teléfono, habiéndole dado instrucciones de terminar la reconcentración de sus tropas en aquel lugar, y esperar nuevas órdenes.
En la misma fecha fueron ocupadas las plazas de Silao y Guanajuato, respectivamente, por los generales Maycotte y Alejo G. González.
E] dla 22 transcurrió sin novedad.
El 23 arribó a Irapuato la remesa de parque procedente de Veracruz, a cargo del C. coronel Ignacio C. Enríquez, y por la tarde quedó restablecida la comunicación telegráfica con Guadalajara. Inmediatamente, tuve una conferencia con el general Diéguez, que había llegado con sus fuerzas a Yurécuaro, dándole órdenes de continuar su marcha, por tierra, hasta La Piedad, y ofreciendo hacerle una visita con mi Estado Mayor, al quedar terminadas las reparaciones de la vía en el kilómetro 70, donde los villistas que evacuaron Guadalajara habían incendiado un gran puente, reparaciones que se llevaron a cabo con toda actividad por el teniente coronel J. L. Gutiérrez.
Las reparaciones a la vía quedaron terminadas el día 24, por la noche, y al día siguiente, a las 6 a. m., acompañado de mi Estado Mayor y de una pequeña escolta, salí en el tren del Cuartel General rumbo a Pénjamo y La Piedad, a pasar revista a las fuerzas acampadas en aquellos lugares y conferenciar con los generales Diéguez y Murguía.
En mi entrevista con el general Murguía, en Pénjamo, le di instrucciones de alistar sus fuerzas de infantería para embarcarlas en trenes que mandaría poner a su disposición y movilizarlas a Irapuato y que, con sus caballerías, emprendiera la marcha, por tierra, hasta acamparse en Romita, punto situado a 12 kilómetros de Silao.
El mismo día continué mi marcha a La Piedad, y en dicho lugar conferencié con el general Diéguez, a quien también di instrucciones de alistar sus infanterías, para movilizarlas a Irapuato, por tren.
Encontrándome en La Piedad, recibí un mensaje del general FortUnato Maycotte, procedente de Silao, dándome parte de que una columna de caballeria enemiga se había aproximado a una distancia de cuatro leguas de aquella plaza, trabando combate con nuestras avanzadas al Norte, a las órdenes de los coroneles Ildefonso Ramos y Florencio Morales Carranza. Inmediatamente comuniqué instrucciones al general Maycotte, en sentido de que, personalmente, saliera al lugar del combate, para darse más exacta cuenta de las condiciones que guardaban nuestras fuerzas avanzadas, así como del número del enemigo, y que, en caso de que llegara a verse amenazado por una columna superior, se replegara con sus fuerzas a Irapuato, recomendándole que, en tal caso, procurara entrar a la plaza por el lado sur, a fin de no desordenar nuestras líneas de infantería del frente. Igualmente, y por conducto del general Hill, que había quedado en Irapuato, ordené al general Porfirio G. González, quien se encontraba con su brigada en camino a Guanajuato, hiciera alto y quedara en expectativa de los acontecimientos, para que en caso de que nuestra vanguardia fuera rechazada por los villistas, él retrocediera también violentamente a Irapuato, debiendo hacer su entrada a la plaza por otro punto que no fuera el frente. Al general Hill le di aviso de lo que comunicaba el general Maycotte, imponiéndolo de las órdenes que había comunicado a éste y al general Porfirio González, y recomendándole que mantuviera a nuestras infanterías en sus posiciones de defensa, alrededor de lrapuato, para estar prevenidos contra cualquier evento.
El mismo día regresé a lrapuato, llegando a las 5 de la tarde, y desde luego dicté órdenes para el alistamiento de los trenes que, a primeras horas del día siguiente, deberían salir a disposición de los generales Diéguez y Murguía, para la movilización de sus fuerzas de infantería, a Irapuato.
Habiendo, desde luego, preguntado por telégrafo al general Maycotte las novedades que hubieran ocurrido, recibí mensaje de éste, comunicándome que el enemigo que había combatido con nuestra avanzadas al Norte de Silao, era en número de trescientos hombres, y había sido rechazado por nuestras fuerzas, siendo perseguido hasta estación Trinidad, haciéndole algunas bajas; que después de esa persecución, nuestras fuerzas se replegaron a sus posiciones, porque adelante de estación Trinidad, se encontraban fuerzas enemigas en número muy superior.
Durante la noche, no se registró novedad alguna, empleándose aquel tiempo en la activa desocupación de trenes de impedimentas, para enviarlos a Pénjamo y a La Piedad.
Por la mañana del 26, recibí mensaje del general Maycotte dándome parte de que, nuevamente, habían sido atacadas nuestras avanzadas, al mando de los coroneles Ramos y Morales Carranza, y que éstos le informaban que tres columnas de caballería enemiga, con efectivo total de dos mil hombres, aproximadamente, avanzaban sobre Los Sauces, que era el lugar donde estaban nuestras fuerzas avanzadas. Desde luego ordené al general Maycotte que se transladara a Los Sauces, y que, si efectivamente, el enemigo que se había avistado era en el nÚmero que indicaban los jefes de nuestras avanzadas, se replegara con todas sus fuerzas, hasta quedar apoyado por nuestras infanterías, o que lo batiera en caso de no ser muy superior en número, recomendándole que, cada hora, me rindiera parte de novedades.
A primeras horas de la mañana de ese día, salieron de Irapuato los trenes en que debería hacerse la transportación de las fuerzas de infantería de los generales Diéguez y Murguía, y a las 10 a.m., acompañado de los miembros de mi Estado Mayor, me transladé a Silao, en el tren del Cuartel General, tanto para darme exacta cuenta de los acontecimientos que se registraban al Norte de dicha plaza, como para hacer un reconocimiento del terreno, y elegir posiciones convenientes para nuestras infanterías, que al siguiente día comenzarían a movilizarse de Irapuato al Norte.
Antes de salir de Irapuato, tuve conocimiento de que el general Murguía había llegado con sus fuerzas a Romita, y desde luego, le ordené que mandara hacer una exploración a la hacienda Santa Ana, situada al Norte, a 10 kilómetros al Poniente de estación Trinidad, con objeto de cerciorarse si el movimiento del enemigo se extendía hasta aquella hacienda, para, en tal caso, ordenar lo conveniente al general Murguía, quien cubría, con sus fuerzas, nuestro flanco izquierdo.
Cumplido el objeto de mi viaje a Silao, y dejando órdenes al general Maycotte sobre los movimientos que debería hacer con sus fuerzas, para descubrir el verdadero efectivo e intenciones del enemigo frente a nuestras avanzadas, regresé por la tarde a Irapuato, adonde habían ya comenzado a incorporarse las infanterías de los generales Diéguez y Murguía.
Desde luego ordené que se alistaran nuestras tropas para comenzar su movilización por trenes a Silao, a las cuatro de la mañana del siguiente día.
El día 27 a las 4 a. m. comenzaron a salir rumbo a Silao los trenes, conduciendo fuerzas de la Primera División de Infantería, y a las 9 a. m., me transladé a dicha plaza, quedando en Irapuato los generales Hill y Diéguez, para activar la movilización del resto de sus respectivas fuerzas.
Llegado que hube a Silao, recibí un mensaje del general Maycotte, procedente de su campamento en Los Sauces, informándome que, de acuerdo con las órdenes de mi Cuartel General, había salido a batir al enemigo, atacándolo por ambos flancos y por el frente, habiéndolo desalojado de las posiciones que ocupaba sobre el camino a León, y persiguiéndolo en una distancia mayor de dos leguas, habiend5 dejado en el campo 11 muertos, algunos caballos, armas, parque y otros pertrechos; que poco después volvió a la carga el enemigo, ya reforzado, cubriendo en tiradores una gran extensión, por lo cual nuestras fuerzas tuvieron que replegarse a sus antiguas posiciones, habiendo éstas sufrido 23 bajas, siendo éstas, 9 muertos y 14 heridos.
El día 28, ya reconcentradas en Silao todas las fuerzas, ordené que se estableciera una cadena de infantería alrededor de la ciudad, para quedar en dispositivo de defensa, y salí con mi tren a inmediaciones de la estación Nápoles, donde se encontraba el Cuartel General de nuestra vanguardia, a cargo del general Maycotte, habiendo practicado, en compañía de éste, un reconocimiento de las posiciones que ocupaba el enemigo, acordando hacer, al siguiente día, un movimiento ofensivo para posesionarnos de estación Trinidad, movimiento en que tomarían parte las caballerías de Maycotte y algunas fuerzas de infantería y artillería.
Regresé a Silao y desde luego di instrucciones al general Hill, para que ordenara que, a las siete de la mañana del día siguiente, se tuvieran listos tres trenes en aquella estación, debiendo ser uno de ellos el que serviría de explorador, formado así: 2 plataformas, a la vanguardia, para transportar 40 infantes y un cañón Schneider-Cannet de 75 rom., luego la máquina, y en la parte posterior, dos carros de caja y el carro especial del teniente coronel J. L. Gutiérrez, jefe de trenes militares; los otros dos trenes estarían formados de los carros que fueran necesarios, para el embarco de las brigadas de infantería de los generales Francisco R. Manzo y Francisco T. Contreras. A la vez, transmití órdenes al general Maycotte para que, a la misma hora del día siguiente, tuviera listas todas sus caballerías, entre Sotelo y La Loza, cerca de la vía del ferrocarril, y me esperara allí, para iniciar nuestro movimiento.
A la hora señalada del día 20, estuvieron listos los trenes en la forma ordenada, y desde luego dispuse su marcha, tomando yo lugar en la plataforma de vanguardia del tren explorador, acompañado de los coroneles Miguel Piña y Peralta; de los capitanes primeros Alberto G .Montaño (de mi Estador Mayor), y Rafael Valdés; del teniente Cecilio López y del telegrafista Pascual Vieyra, habiendo previamente instruido a los conductores de los trenes de retaguardia, para que obedecieran órdenes convencionales, que les serían comunicadas por medio de pitazos, dados con el silbato de la máquina del tren explorador.
Media hora después, llegamos a Sotelo, teniendo a la vista al enemigo en número difícil de precisar, debido a que, por la configuración de aquel terreno, quedábamos en la parte baja. El general Maycotte se me presentó, desde luego, y le ordené que, con toda rapidez hiciera un movimiento por La Loza, procurando colocarse a retaguardia del enemigo; asimismo, ordené a los coroneles Juan Torres y Cirilo Elizalde, y al teniente coronel Lorenzo Muñoz, jefe de la escolta del Cuartel General, que, con sus respectivas fuerzas de caballería, hicieran un movimiento combinado, sobre el flanco izquierdo del enemigo. En seguida, dispuse que, con el cañón emplazado en la plataforma de vanguardia, se abriera fuego sobre la línea enemiga del frente.
Iniciadas las operaciones en esa forma, el enemigo comenzó a replegarse hacia estación Trinidad, probablemente con intención de hacerse fuerte allí; pero el general Maycotte que, aprovechando hábilmente las barrancas y el bosque, en su movimiento, había logrado colocarse sobre el flanco derecho de los reaccionarios, atacándolos con todo vigor, los hizo desistir de oponer resistencia en Trinidad, contribuyendo a esto, también el ataque enérgico que hacían sobre el flanco izquierdo las fuerzas de los coroneles Torres y Lizalde y la escolta del Cuartel General.
El general Maycotte logró hacer gran número de prisioneros, capturando caballos, armas y otros pertrechos; y emprendía una decidida persecución, en momento en que yo llegaba a estación Trinidad, con los trenes, sin dejar de batir, con los fuegos de nuestro cañón, al enemigo, que confusamente huía por el camino que va paralelo a la vía del ferrocarril a León.
Ordené luego que los trenes hicieran alto, y que las infanterías se desembarcaran y tomaran posiciones ventajosas, para cualquier evento, dando instrucciones al general Maycotte para que suspendiera su avance y levantara el campo; mientras que yo seguiría avanzando con el tren explorador, hasta donde me fuera posible, haciendo fuego con el cañón, para ver si lograba inutilizar y capturar un tren enemigo que, a corta distancia del nuestro, retrocedía rumbo a León, así como para hacer un reconocimiento de las posiciones que frente a dicha ciudad tuvieran los villistas, y descubrir si tenían o no emplazada su artillería en aquellas posiciones.
Emprendí el avance a regular velocidad, y ordené que se hiciera nutrido el fuego de cañón, para no dar lugar a que el enemigo se rehiciera.
Hacía mi avance con toda felicidad, llegando hasta a distancia de seis kilómetros de la ciudad de León, cuando descubrí que, de aquella plaza, salían dos fuertes columnas de caballería enemiga, a proteger a sus dispersos, por lo que tuve que ordenar que mi tren hiciera alto.
En aquellos momentos me di cuenta de que una parte de nuestras caballerías, entusiasmadas por el avance de mi tren, no se habían detenido en estación Trinidad y continuaron su avance por nuestros flancos, hasta la distancia a que nosotros llegamos. Dichas caballerías no pasaban de 500 hombres, y sus caballos estaban ya muy fatigados por la pesada jornada que habían hecho. La presencia de aquellas fuerzas, en tales circunstancias, hacía muy comprometida nuestra situación, porque si ordenaba una violenta retirada de mi tren, como se hacía necesario ante el avance de las columnas enemigas, quedarían a merced de éstas nuestros dragones. Entonces ordené al conductor que, haciendo uso del silbato de nuestra máquina, ordenara el rápido avance de los trenes con las fuerzas de infantería de los generales Manzo y Contreras.
Habían transcurrido unos quince minutos, cuando las columnas enemigas emprendieron su avance en dispositivo de ataque, y entonces, por lo absolutamente plano de aquel terreno, pude apreciar que su número era aproximadamente de seis mil hombres, lo que me hizo desistir de librar una batalla, pues preveía un seguro fracaso para nosotros, dada la distancia que nos separaba del grueso de nuestro Ejército (27 kilómetros), por cuyo motivo di contraorden a los trenes segundo y tercero, para que, en vez de avanzar, retrocieran hasta Silao, ordenando también a los jefes de las caballerías que emprendieran su retirada con toda rapidez.
Principiaba a hacerse ese movimiento de retirada, cuando el enemigo dio la primera carga, logrando algunos de sus dragones llegar hasta la plataforma en que teníamos emplazado el cañón con que hacíamos fuego sin cesar, quienes fueron muertos por los oficiales y soldados que iban como sostén de la pieza de artillena, mientras otros soldados villistas se mezclaban, en su ímpetu, con los nuestros de caballería que se batían en retirada. Esta vez se logró rechazar a la columna villista, continuándose la retirada de nuestras caballerías y de nuestro tren.
Una segunda carga, dada por una columna enemiga de refresco, nos obligó a hacer alto nuevamente, y en esta vez, los villistas lograron llegar hasta la altura de la máquina de nuestro tren, haciendo sobre él descargas cerradas, principalmente sobre el carro especial del teniente coronel Gutiérrez, en cuyo interior resultaron heridos el ayudante y el cocinero del citado jefe; habiéndose hecho tan nutrido el fuego sobre nuestro convoy, que el maquinista abandonó la palanca de la locomotora, teniendo entonces que hacerse cargo de su manejo el teniente coronel Gutiérrez, personalmente. Fue tan comprometida la situación en aquellos momentos, que, durante varios minutos, tuvieron nuestras tropas que combatir cuerpo a cuerpo, habiéndose dado el caso de que el general Maycotte, quien se encontraba a caballo, al pie de la plataforma en que yo iba, tuviera que dar muerte a un villista que se abalanzó sobre nosotros, asestándole un fuerte golpe en la cabeza con la culata de su rifle. Nuevamente se logró contener un poco el avance del enemigo, continuando la retirada de nuestras fuerzas, la que no podía hacerse sino muy lentamente, dado el estado de agotamiento en que se encontraba la caballada.
El enemigo no tardó en cargar nuevamente, con singular brío, encaminando sus esfuerzos a apoderarse de nuestro tren; pero la escolta que yo llevaba en la plataforma hacía un certero fuego sobre los asaltantes, logrando contener sus ímpetus.
En una de las cargas más vigorosas que dieron los reaccionarios, se registró un hecho que juzgo digno de consignar detalladamente: Un abanderado del enemigo, que venía entre un pequeño grUpo que había logrado llegar a corta distancia de nuestra plataforma, se adelantó en actitud de descargar su rifle sobre nosotros, y observado esto por el capitán 2° Tomás G. Orta, de las fuerzas del general Maycotte, se abalanzó sobre él, abrazándolo y haciéndole un disparo a quemarropa con su pistola, el que le causó una muerte instantánea, recogiendo la bandera que el villista llevaba. En aquel momento se lanzó sobre nuestro oficial otro abanderado villista, y otro del mismo grupo disparó certero tiro, que hizo blanco en el caballo de Orta; pero éste, antes de que le faltara el caballo, se abrazó del villista haciéndolo caer con él a tierra, confundiendo sus cuerpos en una lucha desesperada, en que cada uno hacía esfuerzos inauditos por sujetar a su adversario, para dispararle su arma. La habilidad de nuestro oficial le permitió sujetar al villista, y hacer uso él primero de su pistola, descargándola sobre aquél, quien quedó muerto en el acto. Ileso de aquella lucha, se incorporó el capitán Orta, trayendo las dos banderas villistas que tan valientemente había arrebatado. Este denodado oficial fue ascendido en aquel mismo sitio al grado inmediato, por disposición mía. Mientras tanto, el resto de aquel audaz grupo villista había huido hacia donde estaba el grueso de su columna, batido por los certeros fuegos de nuestros soldados que iban en la plataforma.
Reiteré instrucciones al general Maycotte para que violentara su retirada con la escasa fuerza de caballería que quedaba allí, ordenando, a la vez, que nuestro tren hiciera alto, para que nuestros soldados fijaran mejor su puntería y batieran eficazmente al enemigo, a fin de dar tiempo a que nuestras caballerías ganaran distancia en su retirada.
Momentos después continuamos nuestra marcha, haciéndola lentamente, y esforzándonos por contener al enemigo, cuyo principal objetivo era nuestro tren; pero a poco, ordené hacer un nuevo alto, por haber encontrado algunas mulas abandonadas por nuestras caballerías, llevando dos ametralladoras y sus correspondientes cofres. Recogimos violentamente esas armas; pero el enemigo aprovechó nuestra parada para colocar un caballo muerto sobre la vía, a nuestra retaguardia, con objeto de hacer descarrilar nuestro tren. Recogidas las ametralladoras, y ya nuestras caballerías a gran distancia, ordené que el tren prosiguiera la marcha a toda velocidad, hasta el lugar donde estaba colocado el caballo muerto, y allí ordené hacer alto y que una fajina bajase a retirar aquel obstáculo, protegida por los certeros disparos que, desde arriba del tren, hacían nuestros soldados sobre los villistas que trataban de evitar la expedición de la vía. Se logró retirar el obstáculo y continuamos la marcha, recogiendo en el camino a soldados nuestros cuyos caballos habían quedado completamente rendidos.
A las seis de la tarde, nuestro tren llegaba a distancia de siete kilómetros al norte de estación Nápoles, fuera ya del alcance de los proyectiles del enemigo, y allí hicimos alto; pero como escuchara un nutrido tiroteo por el centro, sin que los proyectiles llegaran a nuestro tren, ordené que éste volviera con dirección al norte, para cerciorárme de si alguna fracción de nuestras caballerías había quedado comprometida. Al llegar frente a la hacienda Los Sauces, y cuando ya las caballerías villistas coronaban las lomas del frente y se extendían por nuestro flanco derecho, descubrí que tres de nuestros soldados, puestos rodilla en tierra, y apoyados en un pequeño borde, hacían fuego, tratándo de contener el avance del enemigo, que a cada momento se les aproximaba más y les dirigía fuego más nutrido. Hice que nuestro tren avanzara hasta el lugar en que aquéllos se encontraban, para ordenarles su retirada. En unos cuantos minutos llegamos allá, y ordené a aquellos temerarios que suspendieran su inútil resistencia y que se reconcentraran al campamento de nuestras caballerías. Ellos obedecieron mis órdenes y, protegidos por nuestro tren, montaron en sus caballos que tenían ocultos debajo de un puente del ferrocarril y emprendieron con toda rapidez su retirada a nuestro campamento; eran ellos: el coronel Cirilo Elizalde, su asistente y una mujer, que también vestía uniforme y había estado, valientemente, haciendo fuego sobre el enemigo que avanzaba. Los villistas suspendieron su avance, y nosotros emprendimos el regreso, llegando a Silao una hora después.
En los combates librados durante ese día se hicieron al enemigo 150 prisioneros y más de 100 muertos; habiendo tenido que lamentar, por nuestra parte, alrededor de 80 bajas en las caballerías, entre muertos y heridos, y 6 muertos y 8 heridos de la escolta que llevaba yo en la plataforma.
Aquel mismo día había yo ordenado al general Murguía hacer un movimiento a Santa Ana, y como este jefe descubriera al enemigo que estaba posesionado de las haciendas La Sardina, La Sandía y San Cristóbal, al noroeste de estación Trinidad, lo atacó, y después de sus operaciones, me rindió el siguiente parte:
Telefonema.
De la hacienda La Sandía, el 30 de abril de 1915, para Silao.
A las 4.30 p. m. General Alvaro Obregón.
Tengo el honor de comunicar a usted que hoy, al levantarse el campo donde se combatió ayer tarde, se han recogido 19 muertos, atendiéndose actualmente a 14 heridos, entre ellos un mayor y dos capitanes.
Por parte del enemigo, 34 muertos y gran número de heridos, los que, segun informes de los peones de la hacienda, se llevaron los traidores, contándose entre los últimos, el ex-general Fernando Reyes y un coronel muerto.
Mis fuerzas se encuentran posesionadas de la hacienda San Cristóbal y los cerros que dominan la llanura rumbo a León.
El efectivo de mi División lo tengo distribuido convenientemente, en ésta, La Sardina, Jagüeyes y Santa Ana, ocupando, además, las haciendas El Lindero y El Talayote, contiguas a ésta.
Oportunamente comunicaré a usted las novedades que ocurran, y de conformidad con su mensaje de hoy, espero sus innstrucciones.
Salúdolo con afecto y respeto.
El General en Jefe de la 2a. División del Noroeste. Francisco Murguía.
El día 30 transcurrió sin novedad en los campamentos, salvo la incorporación del general Alejo G. González, con parte de las fuerzas que tenía en Guanajuato, las que fueron acampadas en estación Nápoles, para dar descanso a las caballerías del general Maycotte. Parte de la brigada del general González quedó en Guanajuato, a las órdenes del general Benecio López, para guarnecer la plaza y establecer Vigilancia sobre los caminos a Dolores Hidalgo y San Miguel de Allende.
Por la noche, recibí el siguiente parte del general Murguía, procedente de la hacienda Santa Ana:
Hacienda de Santa Ana, a 30 de abril de 1915.
C. General Alvaro Obregón.
Silao, Gto.
Siento verdaderamente tener que manifestar a usted que hoy, a las 2 p. m., una fuerte columna enemiga me obligó a combatir en la hacienda La Sandía y sus inmediaciones, habiendo sido rechazado varias veces con pérdidas de consideración, pues a cada momento reforzaba el enemigo su línea de fuego, llegando a aumentar gradualmente lo recio del combate, hasta suceder que, en los instantes más rudos de la refriega, apareció una columna enemiga por la retaguardia, envolviendo a mis fuerzas casi completamente.
La situación fue haciéndose cada vez más desesperada, hasta. llegar a obligarme, después de muy firmes esfuerzos, a retirarme en el mejor orden que fue dable, aunque con pérdidas de seria importancia, sin poder precisar su número, por lo rápido del movimiento, efectuándose por esta hacienda, y por el rumbo de Romita, donde estoy reorganizándolas en gran parte, habiendo tomado ya las posiciones más convenientes y estando dispuesto a hacer resistencia, si esta noche fuese atacado.
Considero en número de seis mil el enemigo que presentó combate por la zona de San Francisco del Rincón, camino de León, La Trinidad y Puerta de San Juan.
Al rendir a usted este informe, protesto también mi respetuosa subordinación.
Constitución y Reformas.
Hacienda de Santa Ana, 30 de abril de 1915.
El General en Jefe de la 2a División del Noroeste. Francisco Murguía.
Como era de noche y las caballerías del general Maycotte estaban en tan pésimas, condiciones, así como porque la distancia a que se encontraba el general Murguía era mayor de 15 kilómetros, fue imposible enviarle auxilio, aparte de que hubiera sido peligroso destacar fuerzas a esa hora, por lo probable de una confusión. Así fue que me limité a ordenar al general Murguía que si no podía hacerse fuerte en Santa Ana, en caso de que allí fuera de nuevo atacado por el enemigo, se replegara hasta Romita.
Más tarde, recibí una nueva comunicación del general Murguía, llevada por el capitán 1° Joaquín Silva, en la que manifestaba que continuaba su retirada. Expuse las razones que dejo anotadas, para no movilizar tropas de refuerzo esa noche, comunicándole que debía reconcentrarse en Romita, si no podía sostenerse en Santa Ana, y que, a la madrugada del siguiente día, movilizaría fuerzas para reforzarlo.
El siguiente día (19 de mayo), recibí una nueva comunicación del general Murguía, procedente de Romita, manifestándome que las pérdidas sufridas en su División el día anterior no eran de la magnitud que al principio parecía, pues que habían estado incorporándose algunos grupos dispersos.
En la misma fecha, por orden del Cuartel General de mi cargo, marcharon a Romita las fuerzas de la brigada del general Pedro Morales, e incorporadas a éstas los regimientos de caballería de los coroneles Vidal Silva y Juan Torres, así como la brigada Triana, al mando del general Martín Triana, para ponerse a las órdenes del general Francisco Murguía, reforzando así su División.
El día 2 estaba ya muy próximo a llegar el convoy con parque que conducía de Veracruz el C. general Cesáreo Castro y, como era lo único que esperaba para emprender el avance decisivo al Norte, comuniqué las siguientes órdenes: Al general Hill, para que dispusiera que a las 6 a. m. del siguiente día, estuvieran listas las brigadas 1a., 2a. y 4a. de la Primera División de Infantería, a fin de ser embarcadas en trenes y movilizadas al Norte, y que el resto de la División se alistara para emprender la marcha a las 10 a. m. del mismo día 3; al general Maximiliano Kloss para que, a la misma hora del día siguiente, estuviera listo con los regimientos de artillería y ametralladoras, para émprender la marcha también; al general Murguía, para que, a la misma hora del día 3, emprendiera su avance de Romita a Santa Ana, procurando posesionarse de dicha hacienda a las 9 a. m., hora en que esperaba yo encontrarme atacando estación Trinidad, recomendándole que, después de tomar Santa Ana, destacara una parte de sus fuerzas a la hacienda La Loza, como avanzada, y al general Maycotte, para que alistara todas las fuerzas de la División de Caballería que estaba accidentalmente a sus órdenes, por ausencia del jefe nato de ella, C. general Cesáreo Castro, para que tomaran parte en el avance, de acuerdo con órdenes que, oportunamente, le transmitiría mi Cuartel General. Las fuerzas del general Diéguez permanecerían en Silao, hasta nueva orden.
El día 3 se emprendió el avance hasta el kilómetro 394, frente a la hacienda de Sotelo, 11 kilómetros al Norte de Silao, en cuyo lugar recibí un parte del general Murguía, comunicándome que había tomado posesión de la hacienda de Santa Ana, después de muy reñido combate con el enemigo, el que, aunque no era muy numeroso, había hecho tenaz resistencia, teniendo éste más de cien bajas, entre muertos y heridos, aparte de algunos prisioneros, y habiendo tenido, por nuestra parte, algunas bajas, contándose entre los heridos el general Pedro Morales, el coronel Juan Torres y el teniente coronel M. Fernández de Lara.
El Cuartel General del Ejército de Operaciones, quedó establecido en la capilla de la hacienda de Sotelo, y desde luego se tomó el dispositivo de combate, para evitar una sorpresa del enemigo, que estaba a la vista, quedando nuestro frente cubierto por una cadena de tiradores, desde los cerros que están al poniente de Santa Ana, y que ocupaba el general Figueroa, con fuerzas de la 2a. División de Caballería del Noroesté, siguiendo por las haciendas de Santa Ana, La Loza y Sotelo, hasta terminar en las primeras estribaciones de la sierra, sobre nuestro flanco derecho, midiendo esta línea aproximadamente 16 kilómetros.
El enemigo quedó tendido en las lomas del frente, sin demostrar actividad durante toda la mañana.
A la puesta del sol, una colunma de caballería cargó furiosamente sobre nuestras posiciones de la hacienda La Loza, cuya línea de frente la cubría la División de Caballería al mando del general Maycotte, con los generales Porfirio González y Jesús S. Novoa. Lo nutrido del fuego denunciaba lo rudo del combate que se libraba en aquel punto de nuestra línea, y temeroso de que, por la impetuosidad del ataque, fueran a ser desalojadas nuestras tropas, salí personalmente con el 20° Batallón que teníamos de reserva, a reforzar nuestras tropas en La Loza, hacienda distante cuatro kilómetros del Cuartel General.
Empezaba a oscurecer cuando llegábamos a La Loza, encontrando en el camino algunos grupos de nuestras caballerías, que venían desordenadamente, batiéndose en retirada; y habiendo interrogado a algunos oficiales de aquellas fuerzas acerca de lo que había ocurrido, me manifestaron que el general Maycotte había sido gravemente herido y que nuestras líneas habían sido rebasadas por el enemigo. Apresuré entonces la marcha, siendo ya completamente de noche cuando llegamos al teatro de los acontecimientos, donde encontré a los generales Porfirio González y Jesús S. Novoa haciendo esfuerzos, con toda entereza, por reorganizar nuestras caballerías y contener al enemigo. Ayudado eficazmente por ellos, y a pesar de aquella confusión, hice entrar en acción el refuerzo de infantería, lográndose, con esto, hacer replegarse al enemigo, y establecer de nuevo nuestras líneas, reforzadas con el 20° Batallón, después de lo cual regresé al Cuartel General.
En ese asalto sufrieron nuestras fuerzas alrededor de 50 bajas, entre muertos y heridos, contándose entre los últimos el general Maycotte, quien recibió un balazo en una pierna, pasando a curarse a Silao, donde teníamos establecido un puesto sanitario.
El resto de la noche pasó relativamente en calma, dejándose sólo oír, a intervalos, ligeros tiroteos en toda la extensión de la línea de fuego.
El día 4 se incorporaron las fuerzas de la 2a. División, al mando del general Diéguez, con las que se formó una línea a nuestra retaguardia, paralela a la de nuestro frente, con las que se podía formar un cuadro, cerrando nuestros flancos, para quedar en dispositivo de marcha. La artillería quedó colocada en el centro, así como la 2a. Brigada de la 1a. División y la 1a. Brigada de la 2a. División, que constituían nuestras reservas.
El día 5 transcurrió sin más incidentes que ligeras escaramuzas y haciendo el enemigo movimientos ostensibles.
El general Castro había vuelto a tomar el mando de la 1a. División de Caballería, y habíamos dado a nuestros soldados la dptación reglamentaria de parque, de la remesa que dicho jefe había conducido de Veracruz.
El día 6 avanzamos hasta el kilómetro 399, donde hicimos alto, para reparar un tramo de vía, que el enemigo había destruido.
El enemigo se replegaba al Norte, a medida que nosotros avanzábamos, guardando la misma distancia que había entre sus posiciones y las nuestras, frente a la hacienda de Sotelo.
Las reparaciones de la vía quedaron terminadas en la mañana del día 7, y continuamos nuestro avance hasta estación Trinidad (kilómetro 402); habiéndose replegado el enemigo a distancia de 3 kilómetros de nuestra línea de frente. Inmediatamente se estableció un cuadro de infantería, teniendo como centro la estación, mientras que las caballerías permanecían en sus campamentos del día anterior: las de la 1a. División, en la hacienda Los Sauces, a 3 kilómetros de nuestra retaguardia, con avanzadas en la hacienda La Loza, situada a la derecha de la vía del ferrocarril, a 5 kilómetros de estación Trinidad; y en Santa Ana, las de la 2a. División, con avanzadas en la hacienda El Resplandor, al noroeste de estación Trinidad.
Apenas establecida nuestra línea de frente, como a las once de la mañana, nuestros jefes observaron que del campamento villista se elevaba un aeroplano, con la probable intención de hacer reconocimientos sobre nuestro campo, y desde luego, seleccionaron tiradores yaquis y mayos para batir aquella máquina, al ponerse al alcance de los tiros de fusil. El aeroplano hizo su vuelo con dirección a nuestra línea de frente, sin poder elevarse a grande altura; y cuando estuvo a distancia que los jefes de la línea juzgaron conveniente, nuestros tiradores abrieron el fuego sobre él, habiendo sido tan eficaz que, a poco rato, se le vio retroceder, sin haber llegado a distancia que le permitiera hacer, siquiera, observaciones sobre nuestras líneas. El aterrizaje del aeroplano fue tan brusco, que desde luego, supusimos que la máquina había sufrido algún daño, por los disparos de nuestros soldados. Posteriormente, por informes recogidos de prisioneros del enemigo, quedó confirmado que el aeroplano recibió algunos de nuestros proyectiles, habiendo tenido que aterrizar con el motor descompuesto, y a consecuenc!a de ello, el aviador sufrió la fractura de una pierna, la que poco despues le fue amputada. La maquina aérea quedó inutilizada.
El mismo día, el general Alejo G. González, con sus caballerías, atacó y tomó el cerro de La Capilla y la hacienda de Otates, a cinco kilómetros al oriente de estación Trinidad, pero en seguida se vio obligado a replegarse, ante el ataque del enemigo, en nÚmero muy superior.
Por la tarde, llamé a los generales Diéguez. y González y les di instrucciones de que combinaran un movimiento, para posesionarse del cerro de La Capilla, de la hacienda de Otates y de otras posiciones que ocupaba el enemigo, sobre nuestro flanco derecho, por el valle, hasta la vía del ferrocarril; debiendo llevarse a cabo ese movimiento a primeras horas del día siguiente.
Durante la noche, el enemigo atacó algunos puntos de nuestra línea, siendo rechazado en todos sus intentos.
El día 8, desde al amanecer, los generales Diéguez y González iniciaron su movimiento sobre el cerro de La Capilla, la hacienda de Otates y otras posiciones de aquel rumbo, y para las nueve de la mañana, después de haber librado rudos combates, habían desalojado a las tropas enemigas que tenían en su frente. El general Diéguez ordenó que avanzaran las infanterías, a ocupar las posiciones arrebatadas a los vilistas; pero en aquel momento cargaron furiosamente, en número abrumador, sobre nuestras caballerías, obligándolas a hacer una rápida retirada, y a dejar abandonado en el campo un cañón, de los dos que llevaban, del que se apoderó el enemigo. Fue tan impetuosa esa carga, que, mezclados con nuestras caballerías, llegaron hasta el campamento adonde éstas se reconcentraron, algunos jefes, oficiales y soldados villistas, de los que varios fueron identificados y pasados por las armas, entre ellos, el llamado general Lucio Fraire. Nuestra línea de infantería rechazó, causándole grandes destrozos, a la columna que venía cargando sobre las fuerzas del general Diéguez, mientras que el resto de las caballerías del general Castro, que habían salido de La Loza, con toda oportunidad, auxiliaban al general Alejo González, que se batía en retirada, contra un enemigo cuatro veces mayor, logrando, con ese auxilio, rechazar a los villistas hasta la hacienda de Otates, no sin haber sufrido ya fuertes pérdidas, en su retirada, el general González.
En los combates librados durante el día, tuvimos que lamentar más de doscientas cincuenta bajas, contándose en ellas 1 oficial y 8 soldados artilleros, habiendo perdido un cañón de montaña, algunos caballos y fusiles.
El enemigo sufrió más de ciento cincuenta bajas, entre muertos y heridos, contándose, entre los primeros, el llamado general Fraire y muchos jefes y oficiales.
La noche se pasó resistiendo los asaltos parciales que, a intervalos, y con más o menos energía, hacía el enemigo, en diferentes puntos de nuestra línea.
El día 9, conforme a órdenes libradas por mi Cuartel General el día anterior, se movilizó el general Cesáreo Castro, con las fuerzas de su División, rumbo a Guanajuato, habiendo sido ordenado este movimiento en virtud de que tuve informes de que el general reaccionario Pánfilo Natera avanzaba sobre dicha Plaza, con la columna que tenía en Dolores Hidalgo. El general MurgUla, con su División, pasó a cubrir las posiciones que dejaba desocupadas el general Castro, en Los Sauces y puntos inmediatos, dejando en Santa Ana una fuerza de mil hombres, como puesto avanzado.
Para entonces, había ordenado, también, la movilización de las fuerzas al mando del general Juan José Ríos, que integraban la 3a. Brigada de la 1a. División de Infantería del Noroeste, de Silao a Colima, nombrando, con acuerdo de esa Primera Jefatura, Gobernador y Comandante Militar de aquel Estado al propio general Ríos, con objeto de que este jefe abriera una vigorosa campaña en contra de algunas partidas de reaccionarios, que ejercían actividades en el Estado, y, de ese modo, tener controladas nuestras vías de comunicación hasta el puerto de Manzanillo, el que, en caso extremo, podría ser nuestra base auxiliarle aprovisionamiento, si los zapatistas llegaban a lograr éxito completo, en sus esfuerzos por incomunicarnos permanentemente con Veracruz.
Debo explicar que la lentitud de nuestro avance y nuestra abstención de dar un ataque vigoroso sobre las columnas enemigas que se presentaban a la vista, tenía por objeto inducir al enemigo a reconcentrar en León su artillería e infanterías, que había retirado al Norte, y ver si lográbamos hacerlo presentar una batalla formal y decisiva en aquel terreno, que ya era bien conocido por nosotros. Este plan tuvo buen resultado, pues, en efecto, Villa y Angeles, al ver tan lentamente ejecutados nuestros movimientos, nos juzgaron en incapacidad para tomar una ofensiva enérgica, y creyendo llegada la oportunidad de destruirnos, empezaron a reconcentrar en León todos los elementos de que podían disponer por el Norte. Nuestros espías nos rendían informes de que, diariamente, llegaban a León numerosos trenes conduciendo artillería, infanterías, aeroplanos y grandes cantidades de víveres y municiones, informando también que las tropas eran procedentes de las guarniciones de Monterrey, Saltillo, Durango, Chihuahua, Zacatecas, San Luis Potosí, y las que operaban frente a El Ébano.
En distintas ocasiones, algunos de los jefes llegaron a indicarme la conveniencia de dar un ataque general desde luego, y a estas insinuaciones contesté siempre que no juzgaba oportuno hacerlo, mientras no tuviéramos al frente el grueso de las infanterías villistas, así como su artillería, que debería ser nuestro principal objetivo al tomar la ofensiva; puesto que un ataque sobre las columnas de caballería que el enemigo nos presentaba, quedaría fácilmente burlado por ellas, con sólo hacer un movimiento rápido, lo cual nos desconcertaría grandemente, haciéndonos perder la figura y las posiciones que habíamos logrado dar a nuestras tropas, y con las cuales, teníamos ganada una grande ventaja, para destrozar al enemigo cada vez que intentara romper nuestras líneas.
Juzgo también de oportunidad consignar que, durante toda la campaña contra el villismo, estimé necesario hacer marchar nuestras caballerías a la retaguardia, o por los flancos, pues hubiera sido peligroso llevarlas a la vanguardia; dado que, por las observaciones que pude hacer en mi viaje a Chihuahua, en 1914, donde tuve oportunidad de conocer los elementos de combate con que Villa contaba, me era conocida la absoluta superioridad numérica de sus caballerías, en cuya arma Villa había hecho siempre gala de potencialidad.
El día 9 pasó sin novedad en el campamento, salvo constantes escaramuzas en diferentes puntos de nuestra línea, en las que siempre resultaban rechazados los asaltantes.
De nuestro campamento se observó que durante todo el día, el enemigo estuvo reforzando sus líneas del frente, notándose intenso movimiento de trenes entre dichas líneas y la estación de León.
El día 10 transcurrió sin más novedad que la continuación de ligeros tiroteos aislados, en distintos puntos de la línea.
El día 11 desde al amanecer se notó gran actividad en el campo enemigo, y pudimos descubrir que se emplazaba artillería frente a la nuestra, que estaba colocada a nuestro flanco derecho sobre una pequeña colina, a tres kilómetros de la vía, observándose también columnas de infantería que el enemigo iba desplegando en tiradores, apoyándose en un vallado que, paralelo a nuestra línea de frente, partía del cerro de La Capilla, hasta perderse en el bosque, frente a la hacienda El Resplandor.
Por mi parte, continué haciendo detenidos reconocimientos, en los que pude observar que el enemigo había duplicado su número y tomaba un dispositivo que denunciaba su resolución de librar en aquel campo una batalla decisiva.
Había llegado el momento que yo deseaba; pero ahora la carencia de municiones me obligaba a retardar nuestra ofensiva y seguir en espera de un convoy con parque que había salido de Veracruz a cargo del coronel Mariano Rivas y escoltada por fuerzas de la división Supremos Poderes, al mando del coronel Ignacio C. Enríquez, cuyo arribo se demoraba, porque en su marcha, en un trayecto de más de 800 kilómetros, había que vencer los innumerables obstáculos que el enemigo oponía a su paso, especialmente por la región infestada de zapatistas, quienes tenazmente causaban daños en la vía del ferrocarril, y cuya labor sólo con la energía y actividad del general Millán y de los coroneles Miguel Alemán e Ignacio C. Enríquez, podía ser contrarrestada.
En vista de las actividades del enemigo por el frente, las que me dieron la certeza de que se avecinaba un combate formal, en que quizás se hiciera necesaria la acción conjunta de todos nuestros elementos, ordené que las fuerzas del general Castro, destacadas hacia Guanajuato, y que habían llegado ya a Silao, contramarcharan a acamparse en la hacienda de Sotelo, a nuestra retaguardia. Esa orden fue dada también en vista de nuevos informes recibidos en mi Cuartel General, indicando que las fuerzas reaccionarias de Natera no hacían ningún movimiento que indicara intención de avanzar al sur de Dolores Hidalgo.
Durante la noche, el enemigo atacó varios puntos de nuestra línea, siendo siempre rechazado por nuestros soldados.
Conociendo que el enemigo se preparaba para dar un ataque general, ordené al general Hill que, a la madrugada del día siguiente, destacara las brigadas 8a. y 4a, de su División, al mando, respectivamente, del general Francisco T. Contreras y coronel José Amarillas, para que se posesionaran del cerro de La Cruz, situado a nuestro flanco derecho y a distancia de unos 10 kilómetros de estación Trinidad, y que, una vez ocupada aquella posición, hicieran un ataque sobre el flanco izquierdo del enemigo, que se encontraba en los cerros inmediatos al de La Cruz. También ordené al general Kloss que, al amanecer, hiciera avanzar 4 piezas de anillería de 80 mm., tipo poderoso, y las emplazara en la loma que está a retaguardia de la hacienda La Loza, para que, con sus fuegos, protegiera el avance de las fuerzas de infantena del general Contreras. Al propio tiempo, comuniqué órdenes al general Diéguez para que, en combinación con los movimientos que emprendería el general Contreras, movilizara parte de las fuerzas de su División, y las tendiera al pie de las lomas de la misma hacienda, para evitar que el enemigo pudiera copar a Contreras; debiendo esta línea ser prolongada por el valle hasta la hacienda de Duarte, para cubrir el flanco izquierdo de las tropas del general Contreras, a cuyo efecto comuniqué órdenes al general Hill, para que dispusiera que esa prolongación fueran a cubrirla infanterías de la 9a. Brigada, al mando del general Eugenio Manínez, y compuesta de los batallones 1° y 21°, de Sonora, siendo jefe nato del 1° el propio general Manínez y del 21°, el teniente coronel Sobarzo. Asimismo, di instrucciones al general Hill para que hiciera emplazar ametralladoras en los puntos de dicha línea que pudieran parecer vulnerables al enemigo.
Ese movimiento logró hacerse con toda oportunidad y sigilo tal, que el enemigo no se dio cuenta de que había colocado, en loberas, una cadena de tiradores, partiendo desde la línea de flanco derecho de nuestro cuadro primitivo, hasta las lomas que ocupaba el general Contreras, por lo cual juzgó fácil copar las tropas de este jefe y apoderarse de los cuatro cañones, que habían sido colocados a retaguardia de la hacienda La Loza, con sólo rechazar a una pequeña fracción de caballería del general Alejo G. González, que había mandado situar como puesto avanzado, a distancia de 400 metros, adelante de las piezas y cuya fuerza parecía ser el único sostén que tenían nuestros cañones.
Preparado de esa manera el movimiento del general Contreras, el día 12, a primeras horas de la mañana, me dirigí, con una pequeña parte de mi escolta, y la del general Cesáreo Castro, acompañado de éste y de algunos oficiales de mi Estado Mayor, a la loma en que estaban emplazadas las cuatro piezas de artillería, al mando directo del teniente coronel Gustavo Salinas.
El general Diéguez, quien personalmente había hecho la colocación de sus tropas en la forma indicada, permanecía en la línea, esperando el resultado de aquel plan preparado contra el enemigo.
Llegado que hube a nuestro puesto de artillería, ordené que el general Contreras iniciara su ataque, y desde luego lo emprendió con todo vigor, protegiendo su avance el certero fuego de nuestra artillería, avance que se hizo lento, debido a las posiciones ventajosas que ocupaba el enemigo.
Apenas iniciadas las operaciones, los villistas hicieron una rápida movilización para proteger su flanco atacado, y en menos de cuatro horas sus caballerías habían tomado posiciones en las alturas que circundan el cerro de La Cruz, y que tienen todo el aspecto de inaccesibles. Ese movimiento tan violento como intrépido, me hizo ordenar al general Contreras que suspendiera su avance y se concretara a conservar el cerro de La Cruz, y los dos cerros inmediatos a éste, con el que forman un triángulo ventajoso para la defensa.
Como a las 12 m. empezamos a notar rumbo a León inmensas columnas de polvo por el camino, denunciando el ávance de una fuerte columna enemiga. Poco después de una hora, empezó a descubrirse aquella columna, que al llegar a una distancia menor de cinco kilómetros, se dividió en dos, con efectivo aproximado de un mil quinientos hombres cada una.
El terreno interpuesto entre nuestras líneas de tiradores y las del enemigo era aproximadamente de tres kilómetros, siendo en una extensión de dos y medio kilómetros a nuestro frente completamente plano y sin vegetación, y medio kilómetro de espeso bosque, frente a las posiciones del enemigo, lo que permitía a éste hacer toda clase de movimientos, sin ser observados por nosotros, hasta que salían del bosque.
Las columnas de caballería que habíamos avistado procedentes de León llegaban a sus líneas y se internaban en el bosque, lo que me hizo creer que se acercaba el momento de que el enemigo pusiera la parte que le correspondía, en la realización del plan que habíamos preparado. Así fue: densas polvaredas empezaron a denunciar el movimiento que el enemigo intentaba, y momentos después se le vio salir del bosque en impetuosa avalancha, formando una columna cuyo número era imposible apreciar, porque venía envuelta en una nube de polvo, y sólo podían distinguirse las primeras líneas de jinetes que, a rienda suelta, se lanzaban sobre nuestro grupo de caballéría, que apenas era de 125 hombres. Éstos, después de resistir lo más que fue posible, al verse atacados por aquella masa tan superior, emprendieron la huida, pero ya mezclados con algunos jinetes del enemigo, logrando apenas rebasar nuestra línea para ponerse a salvo de la persecución que se les hacía. Fue entonces el momento en que nuestros soldados de infantería, que habían permanecido ocultos en sus loberas, abrieron un fuego cerrado sobre aquella compacta columna de jinetes que avanzaban furiosos, con verdadero frenesí, como si no tuvieran conciencia del peligro, llegando hasta nuestra línea, donde, pistola en mano, intimaban rendición a nuestros soldados, y éstos contestaban con certero fuego, diezmando las filas asaltantes. Éstos, al ver el estrago que se les causaba, dieron media vuelta y en igual impetuosa carrera fueron recorriendo toda nuestra línea, en busca de algún punto débil para romperla, pero en todas sus tentativas fueron rechazados por los nuestros, con muy grandes pérdidas, viéndose obligados a emprender definitivamente su huida rumbo a León.
En ninguna de las campañas en que me he encontrado -contra Orozco, contra Huerta y contra Villa- presencié una carga de caballería tan brutalmente dada, como la de los villistas en ese día. Basta decir que lo nutrido del fuego duró, aproximadamente, cinco minutos, y quedaron en el campo más de 300 muertos.
Entre los muertos se encontraron 80 oficiales, de los que componían la escolta especial de Villa, llamados Oficiales de Órdenes y comúnmente conocidos por el nombre de dorados. Doce de éstos lograron rebasar nuestra línea y fueron muertos dentro del campamento. A todos los muertos se les recogieron flamantes pistolas Colt, calibre 45, enteramente nuevas, carabinas y sables.
Cuando recorríamos el campo los generales Diéguez, Castro, Alejo G. González y yo, con algunos oficiales de nuestros respectivos Estados Mayores, encontramos un soldadito de 12 años que empeñosamente cavaba con su marrazo una fosa, ahondando su lobera, y al interrogarlo nosotros sobre el objeto de aquella tarea, nos contestó: Voy a enterrar a mi padre, que es éste, señalando a un cadáver tendido frente a él, y añadió: pero no hay cuidado, a eso venimos, y yo maté a ese villista, señalando, al decir esto, el cadáver de un oficial enemigo, que estaba tirado a corta distancia, y que fue precisamente quien había dado muerte al padre de aquel pequeño luchador.
Para dar una idea de la moral 9ue conservaban nuestras tropas, consigno un incidente que ocurrió el dla 11, frente a la hacienda El Resplandor:
Como a las once de la mañana, algunos soldados de las brigadas 2a. y 4a. de infantería, que ocupaban posiciones a nuestro flanco izquierdo, abandonaron sus loberas, para ir a traer agua de un pozo situado entre nuestra línea y la hacienda El Resplandor, estando ocupada ésta por el enemigo, quien abrió el fuego, causando a nuestros soldados una baja. Los nuestros regresaron a su línea y levantaron a algunos de sus compañeros, en número de 60, y de su propia iniciativa marcharon sobre la hacienda El Resplandor, habiendo atacado y desalojado al enemigo de aquella hacienda, tras de ligera resistencia, haciéndole varios muertos y prisioneros, y capturando regular cantidad de ganado que los villistas tenían allí. A poco, sintieron los nuestros la aproximación de una fuerte columna enemiga, por lo cual tuvieron que replegarse a sus posiciones; pero antes dieron muerte a los animales que habían capturado, ya que no tenían tiempo de llevárselos a sus trincheras.
E! general Contreras siguió combatiendo durante todo el resto del día 12; y el enemigo, por su parte, estuvo reforzando constantemente las posiciones que eran atacadas por Contreras. Así terminó el día, y durante toda la noche continuó el fuego que dirigían sobre nuestras trincheras algunos grupos de villistas, que se acercaban a hostilizar a nuestros soldados, haciéndose, en tanto, menos reñido el combate que libraba el general Contreras.
Al amanecer del día 13, el citado general reanudó sus ataques sobre el enemigo, logrando desalojarlo de algunas de sus posiciones, y causarle serias pérdidas.
Por la tarde empezó a cargar, por el valle, una fuerte columna de caballería enemiga, que trataba de desalojar a nuestros soldados del cerro de La Cruz. Las cargas se continuaron con bastante empuje, pero los certeros fuegos de nuestros soldados obligaron siempre a los reaccionarios a dar media vuelta. El teniente coronel Salinas batía con mágnífico éxito, con su artillería, a las columnas enemigas que cargaban sobre el cerro, causándoles grandes estragos.
E! mismo día, el enemigo atacó con energía nuestro flanco izquierdo, obligando a nuestros puestos avanzados a abandonar las posiciones que ocupaban por El Resplandor, habiendo sufrido nuestras fuerzas algunas bajas, incluyendo entre los heridos a los coroneles J. Fernández de Lara y Enrique Espejel, y otros jefes y oficiales.
Ya muy tarde, transmití órdenes al general Contreras para que, después de rechazar al enemigo, se reconcentrara al campamento, debido a que el parque empezaba a agotarse y careceríamos del suficiente para librar un combate general si continuábamos aquella hostilización que podía provocarlo antes de que nos llegara el convoy que conducía pertrechos de Veracruz.
El general Contreras, de acuerdo con las órdenes de mi Cuartel General, comenzó a replegarse paulatinamente, habiendo pernoctado en la Hacienda de Duarte, conservando ocupadas por nuestros soldados algunas alturas cercanas a dicha Hacienda.
En la madrugada del día 14 fueron atacadas furiosamente nuestras posiciones en aquellas alturas, empeñándose con tal motivo un reñido combate que se prolongó hasta las 12 m., durante el cual funcionaron nuestra artillería y la del enemigo, con recio cañoneo. Con los oportunos refuerzos que estuvo enviando el general Contreras a las posiciones atacadas y con la eficacia del fuego de nuestra artillería, se logró rechazar por completo al enemigo, habiéndosele hecho una tenaz persecución en la que sufrió grandes pérdidas.
La persecución terminó a las 3 p. m., y después de ella, el general Contreras continuó haciendo la reconcentración de sus tropas en la hacienda de Duarte, abandonando, al efecto, el cerro de La Cruz y los otros inmediatos a éste, posiciones que habíamos conservado, a pesar de los desesperados esfuerzos que hizo el enemigo por arrebatárnoslas, durante los tres días de lucha, en que tuvo pérdidas que pueden estimarse en más de 250, entre muertos y heridos.
Por nuestra parte, tuvimos que lamentar 24 bajas en el 20° batallón; 41 en el 9° batallón, y 2 en la Sección de Ametralladoras, haciendo un total de 67, entre muertos y heridos. Entre los muertos del 9° batallón figuraron: el capitán 2° Ricardo Vidal, el teniente Cristóbal López y el subteniente Narciso Amistrón, para quienes el general Contreras, al rendir su parte al jefe de la 1a. División de Infantería, tuvo los siguientes conceptos: Estos oficiales estuvieron en la primera línea, y fueron muertos en su sitio, junto con 12 valientes soldados, no sin ver antes, a dos pasos de nuestra línea, los muertos del enemigo confundidos con los nuestros. Insisto en significar a esa superioridad el sacrificio heroico de estos tres de mis mejores oficiales, que sucumbieron en cumplimiento de su deber, junto con un grupo de bravos soldados.
El general Contreras terminó en la tarde la reconcentración de sus fuerzas, y a las once de la noche se incorporó al campamento de Trinidad, con todos sus elementos.
Al reconcentrarse el general Contreras, se hizo una modificación de nuestra línea de frente, para cubrir nuestro flanco derecho; quedando éste ocupado por la brigada al mando del general Eugenio Mamnez, circundando las lomas a retaguardia de la hacienda La Loza, hasta unirse con la línea de retaguardia de nuestro cuadro.
El mismo día 14 ordené al general Murguía que destacara fuerzas de su División, en número de 700 hombres, con instrucciones de que 500 de ellos tomaran posesión de la hacienda El Resplandor y los 200 restantes se situaran adelante de aquel punto, como puestos avanzados y de exploración.
De conformidad con esas órdenes, al amanecer del día 15 fue atacada, por sorpresa, la hacienda El Resplandor, que estaba ocupada por el enemigo, y después de hora y media de rudo combate, quedó aquella posición en poder de nuestras fuerzas, dejando los villistas en el campo muchos muertos y heridos, y habiéndoseles hecho algunos prisioneros.
El mismo día se incorporaron al campamento de Trinidad el teniente coronel Jesús Ma. Ferreira, procedente de Colima, con el 11° Batallón de la 2a División del Noroeste; el teniente coronel Bernardino Mena Brito, procedente de Veracruz, con una sección de tubos lanzabombas, y el capitán 1° Adán C. Rubio, procedente de Pachuca, con alguna gente reclutada en el Sur, y con la que más tarde se formó el 27° Batallón del Noroeste, incorporándose a la 2a. División de Infantería. Todos esos contingentes, después de ser revistados y convenientemente pertrechados, pasaron a tomar colocación en la línea de fuego, quedando la sección de tubos lanza-bombas incorporada a la 1a. División de Infantería, y dependiendo directamente de la Jefatura de dicha División, a cargo del general Hill.
El resto del día lo pasamos haciendo detenidos reconocimientos sobre el flanco izquierdo del enemigo, registrándose, por diferentes puntos de nuestra línea, ligeros tiroteos, así como disparos aislados de cañón, que cambiaban nuestras baterías con las del enemigo.
Por la noche, el enemigo intentó recuperar las posiciones de El Resplandor, dando algunos ataques sobre nuestras fuerzas, pero en todos ellos fue rechazado, con pérdidas de consideración.
Como las tropas que ocupaban El Resplandor eran todas de caballería y no podía dárseles descanso ni forrajes a los caballos, por la constante actividad en que se les mantenía para contrarrestar los tenaces ataques de enemigo, ordené que aquellas posiciones fueran reforzadas con las brigadas 4a. y 8a. de infantería, de la 1a. División, que teníamos de reserva desde que fueron reconcentradas del cerro de La Cruz, formando, con estas fuerzas, una línea en tiradores, que se prolongaba hasta frente a la hacienda Santa Ana, en ángulo recto, con apoyo frente al cuadro primitivo de nuestras infanterías.
Después de posesionadas dichas fuerzas, el enemigo dio un nuevo ataque, siendo también rechazado en esa vez, con pérdidas de consideración.
El enemigo siguió extendiendo sus líneas, hasta cubrir todo nuestro frente y nuestros flancos, pues apoyaba el suyo izquierdo sobre los cerros más altos que están al Oriente de estación Trinidad, prolongándose, de allí, por los cerros de La Cruz, de Otates y de la Capilla, y cruzando el valle, pasaba por frente a la hacienda El Resplandor, e iba a terminar en las lomas que están frente a la hacienda Santa Ana, por la izquierda, siendo la longitud de esa línea aproximadamente de 28 kilómetros.
Los días 16, 17 y 18 transcurrieron sin novedad de importancia en nuestro campamento, y en esos días continuamos practicando reconocimientos, en los que observábamos las actividades del enemigo, que con toda celeridad se atrincheraba a lo largo de su línea, haciendo llegar constantemente, de León, nuevos contingentes y toda clase de elementos, mientras que, por nuestra parte, nos preparábamos mejor para resistir cualquier ataque que llegase a dar el enemigo, antes de que recibiéramos el parque, que esperábamos de Veracruz, para principiar nuestra ofensiva y posesionarnos de León.
Durante ese tiempo, el Cuartel General de mi cargo estuvo, también, atento a la situación de retaguardia, ordenando lo conveniente para contrarrestar cualquier movimiento que el enemigo llegase a intentar por aquel rumbo; a cuyo efecto dispuse que el general Amaro se estableciera en Celaya, con el grueso de sus fuerzas, y situara competentes destacamentos en Irapuato y otros puntos inmediatos, en prevención de que la columna villista que se encontraba en Dolores Hidalgo intentara avanzar al Sur y apoderarse de nuestras vías de comunicación con Veracruz. En esa vigilancia cooperaban muy eficazmente el coronel José Siurob, gobernador y comandante militar de Guanajuato, nombramiento que había recaído en su favor, al ser substituido en el Gobierno de Querétaro por el general F. Montes, y el general Federico Montes, Gobernador y Comandante Militar de Querétaro, quienes, constantemente, enviaban exploraciones y espías por los caminos de Dolores Hidalgo y San Miguel Allende, para recoger informes sobre los movimientos que hiciera el enemigo por aquellos rumbos; informes que ellos rendían, oportunamente, al Cuartel General de mi cargo, y que nos eran de mucha utilidad, para normar nuestros movimientos.
También transmití órdenes al general Amaro para que destacara fuerzas de su División hasta Pachuca, con objeto de asegurar el control de la vía hasta aquel punto, cooperando con las fuerzas del general Millán a batir a las numerosas partidas zapatistas que habían aparecido entre San Juan del Río y Tula, amenazando seriamente esta plaza y la vía del ferrocarril en aquella extensión.
El día 19 se observó que el enemigo hacía más activamente sus preparativos, y en reconocimientos que hice ese día, pude darme cuenta de que había emplazado artillería en nuestro frente y por el flanco derecho, dándome esto la seguridad de que estaba próximo un ataque general sobre nuestras posiciones; por lo que mandé violentar la marcha del tren con pertrechos que se encontraba en camino, procedenté de Veracruz, disponiendo, para ello, que de Irapuato saliera el capitán Antonio M. Palma, llevando máquinas con auxilio de tanques de aceite y de agua a encontrar dicho tren, que ese día había salido de Tula, para que personalmente lo tomara a su cargo y lo hiciera llegar al campamento con toda prontitUd.
El citado tren, custodiado hasta Celaya por fuerzas al mando del general J. Espinosa y Córdoba de la División del general Amaro, llegó a Trinidad a la 1.35 a. m. del día 20.
Al amanecer del día 20 comuniqué órdenes a los jefes de las Divisiones de Infantería y de Caballería, generales Hill, Diéguez, Murguía y Castro, para que procedieran a dar la dotación reglamentaria de parque a sus tropas, a fin de que estuvieran enteramente listas para iniciar la ofensiva. Durante ese día, no hizo ningunos movimientos el enemigo.
El día 21, como recibiera noticia fidedigna de que en Dolores Hidalgo el enemigo estaba reconcentrando algunos elementos, con la probable intención de atacar Celaya y cortar nuestras líneas de comunicaciones, modifiqué mi idea de tomar la ofensiva, aplazándola para cuando hubiéramos logrado cortar la retaguardia del enemigo y destrozar la columna que se encontraba en Dolores Hidalgo. Al efecto, acordé destacar una División, con objeto de destrozar la columna reaccionaria citada y destruir después la vía del ferrocarril entre San Luis y Aguascalientes, y al norte de esta última plaza. Comuniqué, pues, las siguientes instrucciones al general Murguía:
El Cuartel General de mi cargo ha dispuesto que hoy mismo se sirva usted emprender la marcha con las fuerzas de la 2a. División de Caballería del Noroeste y la Brigada de Caballería que comanda el C. general Martín Triana, con destino a Dolores Hidalgo, haciendo todo esfuerzo por aniquilar la guarnición enemiga que hay en aquella plaza, destacando en seguida 500 hombres, al mando de un jefe conocedor de la región donde van a operar, con objeto de que se vaya destruyendo la vía lo más posible, hasta donde lo permita el enemigo que se encuentra en San Luis, y de allí pasarse a continuar igual labor sobre la vía que va de San Luis a Aguascalientes y, si es posible, de Aguascalientes al Norte. Hoy me dirijo al general Cesáreo Castro, para que ponga a las órdenes de usted al general Benecio López, que se encuentra con mil hombres frente a Dolores Hidalgo, a fin de que coopere en las operaciones que llevará usted a cabo. En el remoto caso de que el enemigo, al darse cuenta de sus movimientos, reforzara la guarnición de Dolores Hidalgo al grado de poner en peligro el éxito de sus operaciones, quedará al criterio de usted, al aproximarse a dicha plaza, atacar o suspender el ataque, debiendo, en todo caso, dar aviso de sus determinaciones a este Cuartel General. Encarézcole el restablecimiento de las vías telefónica y telegráfica a su retaguardia, a fin de que esté en constante comunicación con este Cuartel General.
Reitero a usted las seguridades de mi atenta y distinguida consideración.
Constitución y Reformas.
Cuartel General en estación Trinidad, Gto., a 21 de mayo de 1915.
El General en Jefe. Alvaro Obregón.
Al C. general Francisco Murguía, jefe de la 2a. División de Caballería del Noroeste.
Índice de Ocho mil kilómetros en campaña de Álvaro Obregón | CAPÍTULO VI -Segunda parte | CAPÍTULO VII - Segunda parte | Biblioteca Virtual Antorcha |
---|