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Ocho mil kilómetros en campaña
Álvaro Obregón
CAPÍTULO SÉPTIMO
Segunda parte
Después de las doce del día, comencé a recibir partes de todos los jefes que cubrían la línea del frente, comunicándome que en el campamento enemigo se notaba inusitado movimiento. En vista de esos informes, salí a reconocer personalmente, y pude cerciorarme de que el enemigo, en efecto, hacía todos los preparativos para un ataque general. En nuestro campamento nada había ya que disponer, porque cada división, cada brigada, cada batallón y cada hombre, ocupaban el lugar que se les había señalado, y como se había estado combatiendo tan constantemente, todos nuestros jefes tenían una vigilancia rigurosa y estaban ohservando, también, los movimientos del enemigo.
Pasaba la noche en completa calma; pero, a las cuatro de la madrugada del día 22, el enemigo se lanzó de improviso sobre la línea que ocupaba la 2a. División de Infantería, al mando del general Diéguez, y sobre las posiciones que ocupaba la brigada al mando del general Eugenio Martínez. El ataque se inició con extraordinario ímpetu, y en unos cuantos minutos, se generalizó por el frehte y sobre la hacienda El Resplandor, en nuestro flanco izquierdo, habiendo, desde luego, entrado en acción la fusilería, ametralladoras y artillería, por ambas partes. Inmediatamente transmití órdenes al general Murguía, quien había llegado a Silao, en marcha hacia Dolores Hidalgo, a efecto de que regresara a estación Nápoles, a instalar allí, desde luego, su campamento, y esperar nuevas instrucciones.
El combate continuó con la misma rudeza, y como a las 8 a. m., cesó por nuestro frente y aumentó por nuestros flancos.
Cuando aclaraba el día, nuestros jefes y soldados descubrieron una línea de infantería enemiga, que avanzaba a una distancia menor de 100 metros de nuestras posiciones; observando también que algunos soldados se adelantaban, trayendo bombas de mano, para lanzarlas sobre nuestras trincheras, y desde luego se abrió sobre ellos un fuego cerrado, que hizo frustrar su asalto, intentado por sorpresa.
El combate a cada momento se hacía más desesperado, y el duelo de artillería que se había entablado entre nuestras baterías y las del enemigo, se hacía verdaderamente imponente.
Al fin, fue rechazada la primera carga; pero en seguida el enemigo, con fuerzas de refresco que hicieron menos empuje por llegar a nuestras trincheras, dio una nueva carga, la que fue también rechazada por nuestros soldados, dando los reaccionarios media vuelta cuando se vieron diezmados por el mortífero fuego de nuestra fusilería y ametralladoras. Entonces el enemigo ordenó un tercer asalto de sus infanterías, apoyadas por una columna de caballería, de la que cada jinete cargaba en ancas de su caballo un infante, para reforzar las líneas atacantes. Ese asalto fue rechazado también, y entonces los jefes contrarios ordenaron que la columna de caballería, con los infantes en ancas, dieran una carga sobre nuestra línea, y al llegar a nuestras trincheras, botaran a tierra a los infantes, para que éstos asaltaran nuestras posiciones. La orden se cumplió, y fue un nuevo fracaso para el enemigo, pues muy pocos lograron escapar de nuestros fuegos.
Convencidos los traidores de su impotencia ante nuestros valientes soldados, como a las 10a. m. establecieron una línea de tiradores a distancia de más de un kilómetro de la nuestra, mientras que destacaban una columna de caballería, fuerte en cinco mil hombres, aproximadamente, la que, salvando el radio que batían nuestras infanterías, hizo un rápido movimiento a colocarse a nuestra retaguardia, frente a la hacienda Los Sauces, donde destruyeron la línea telegráfica y quemaron dos puentes de ferrocarril, después de rechazar a nuestros puestos avanzados de caballería que estaban situados por aquel rumbo, haciendo prisioneros a algunos de nuestros soldados de aquellas avanzadas y apoderándose de sus impedimentas. El general Castro tomó, desde luego, contacto con el enemigo para rechazarlo, entablando rudo combate, el que se generalizaba con fases poco favorables para nuestras caballerías, debido a la superioridad numérica de los villistas; pues el general Castro sólo contaba allí con cerca de tres mil hombres, porque tenía fuerzas de su División en la hacienda de Santa Ana, en La Loza y en Guanajuato.
Al general Murguía, que se encontraba en marcha hacia Dolores Hidalgo, le transmití órdenes urgentes para que contramarchara a su campamento, desde que empezaron a ser atacadas nuestras posiciones del frente, en la madrugada de aquel día; y de acuerdo con esas órdenes, la División de dicho jefe llegaba a Nápoles a las 12 m., cuando el general Castro combatía rudamente con los villistas, entrando, desde luego, en acción, para atacar al enemigo en combinación con Castro, logrando, entre ambas divisiones, obligar al enemigo a dar media vuelta, después de una resistencia enérgica. Los generales Murguía y Castro, con los generales Figueroa, Cabrera, Ramos, González y otros de sus respectivas divisiones, cargaron entonces sobre el enemigo, sin darle descanso, hasta obligarlo a replegarse a la hacienda de Duarte, causándole verdaderos estragos en la persecución y capturándole cuatro ametralladoras, muchos caballos, armas y demás pertrechos, y haciéndole prisioneros a todos los infantes que llevaba aquella columna, los que no pudieron escapar de la persecución de nuestras caballerías. Al desastre del enemigo en esa ocasión contribuyó, de manera importante, nuestra artillería, emplazada al oriente de Trinidad, la que batió constantemente a los villistas, desde que atacaban Los Sauces, y después, durante su huida, hasta que se replegaron a la hacienda de Duarte. En esta última fase del combate fueron tan certeros los disparos de nuestra artillería, que nuestro fuego causó extraordinario pánico entre los traidores, al grado de que muchos detenían su desenfrenada carrera y volvían hacia atrás, a entregarse a merced de nuestras caballerías, de cuya persecución iban huyendo.
En seguida inserto parte rendido a mi Cuartel General, por el general Castro. relativo a dicha acción:
Tengo el honor de poner en el superior conocimiento de usted que el 21 del actual, teniendo establecido mi Cuartel General en la estación de Nápoles, recibí, a las 6 p. m., órdenes de la Jefatura del Ejército de Operaciones, para relevar, esa misma noche, las guarniciones de las haciendas El Resplandor y Santa Ana, que se encuentran a nuestra izquierda, y movilizarme, con el resto de la División, a la hacienda Los Sauces, situada en el centro y a retaguardia de la Infantería, para relevar a fuerzas de la División que comanda el C. general Francisco Murguía, quien salía con rumbo a Guanajuato, debiendo quedar yo acampado en dicha hacienda.
Libré las órdenes oportunas para que se procediera al cumplimiento de lo mandado, quedando nuestras fuerzas en la forma siguiente:
En la hacienda El Resplandor, la brigada del C. general Porfirio G. González; en Santa Ana, la del C. general Jesús S. Novoa; en la hacienda Sotelo, el C. general Ildefonso Ramos, de la brigada Maycotte, y en la hacienda Nápoles e inmediato a la estación, el general Cabrera, de la brigada Regionales de Coahuila.
El día 22, a las 6 a. m., hice mi movimiento a Los Sauces; pero, apenas iniciado, tuve conocimiento de que el general Ramos estaba siendo atacado vigorosamente por el enemigo, que durante la noche había avanzado por nuestra ala derecha, con objeto de flanquearnos. La escolta del C. general Alejo G. González y la mía, al mando del C. teniente coronel Federico Berlanga, habían trabado, también, rudo combate con las fuerzas contrarias, que en gran número trataban, a toda costa, de apoderarse de la vía férrea. Los nuestros lograron sostenerse por algo más de una hora, pero el considerable número del enemigo (5,000 a 6,000 hombres), los hizo replegarse, llegando en esos momentos el general Cabrera, con lo que, cobrando nuevos ánimos, pudo contenerse el violento avance de los contrarios.
El combate continuó reñidísimo, pues se llegó a luchar cuerpo a cuerpo, y estaba indeciso su resultado, a pesar del valor y tenaz resistencia de los nuestros, dándose el caso de tener que apelar, con buen resultado, a una carga de caballería del Estado Mayor del C. general Alejo G. González.
Las fuerzas enemigas recibieron numeroso refuerzo de León, viéndonos obligados a replegarnos hasta la vía férrea, en cuyo terraplén nos hicimos fuertes; pero la tenacidad y el número abrumador de los que nos atacaban nos tenían en situación desventajosa; lo que, comprendido por el enemigo, hizo que pretendiera, con vigorosa carga, flanquearnos, logrando, afortunadamente, evitarse, con la brillante defensa de mi Estado Mayor.
En esos momentos, el general Francisco Murguía, que ya había recibido órdenes de contramarchar de Silao, llegó en nuestro auxilio, iniciando oportuno ataque, perfectamente desarrollado, y que inclinó la victoria de nuestra parte.
Fuéronse quitando al enemigo, una a una, las posiciones que ocupaba, y a las seis de la tarde, hora en que se recibió orden de suspender la persecución, lo habíamos replegado hasta su primitivo puesto.
Las pérdidas que se le causaron fueron aproximadamente de 700 a 800 hombres, entre muertos y heridos, como 40 prisioneros, que fueron pasados por las armas; algo de parque, 4 ametralladoras, quitadas por fuerzas del general Ramos, y algunos caballos ensillados.
Por nuestra parte, lamentamos las siguientes pérdidas: de la Brigada Regional de Coahuila, 2 oficiales y 17 de tropa muertos y 1 mayor, 2 oficiales y 35 de tropa heridos; de la brigada Maycotte, 1 mayor, 2 oficiales y 16 de tropa muertos, y 1 oficial y 10 soldados heridos; además, 19 dispersos de la brigada Regional de Coahuila; haciendo, en total: 1 jefe, 4 oficiales y 33 de tropa muertos, y 1 jefe, 3 oficiales y 45 de tropa heridos, y 3 oficiales y 16 de tropa dispersos.
Me complace hacer constar que todos y cada uno de los que tomaron parte en este combate, cumpliendo con su deber, estuvieron a la altura del buen nombre de nuestro Ejército, no pudiendo hacer especial mención de algunos, pues todos, sin excepción, combatieron valientemente.
Al felicitar a usted, en nombre de todos y en el mío propio, por este nuevo triunfo de nuestras armas, me permito encarecerle se sirva hacer extensiva la felicitación al C. Primer Jefe.
Reitero a usted las seguridades de mi respetuoso afecto y subordinación.
Constitución y Reformas.
Cuartel General en estación Nápoles, Gto., a 23 de mayo de 1915.
El General de Brigada, jefe de la 1a. División de Caballería del Noroeste. Cesáreo Castro.
Mientras que el combate se desarrollaba a retaguardia y flanco derecho, por nuestro frente había decrecido la intensidad de la lucha.
Al obscurecer, hizo sus esfuerzos finales el enemigo, dando sus últimas furiosas cargas de caballería sobre las posiciones que ocupaban los generales Carpio y Martínez, en las que, como siempre, fueron rechazados con pérdidas de consideración.
Al cesar los asaltos del enemigo, cesó también el fuego de artillería, que durante todo el día fue desesperado, batiendo los cañones enemigos las lomas en que estaban emplazadas nuestras piezas, y especialmente las posiciones que ocupaban el general Martínez y el teniente coronel Sobarzo, con los batallones 1° y 21° de Sonora.
A las ocho de la noche había cesado el fuego en toda la línea, y sólo a intervalos se dejaban oír ligeros tiroteos por nuestro flanco derecho: era que nuestros soldados, constantemente alertas, batían a pequeños grupos villistas, que habían quedado dispersos de la columna que entró a retaguardia, y que, protegidos por la obscuridad de la noche, marchaban a incorporarse a sus campamentos, frente a León.
Para dar una idea de la actividad de la artillería en el combate de ese día, bastará consignar que, como lo asienta en su parte relativo el general Maximiliano Kloss, por nuestra parte se dispararon un mil ochocientas granadas, de todos los sistemas y calibres que teníamos en servicio, habiendo sufrido el personal de la artillería 20 bajas, entre muertos y heridos, contándose entre los primeros, 5 oficiafes.
El fuego de la artillería enemiga fue de más intensidad, pudiéndose asegurar que el número de sus proyectiles disparados fue, cuando menos, doblemente mayor que el de los nuestros.
A las doce de la noche se reanudó el combate por nuestro flanco izquierdo, en nuestras posiciones de El Resplandor, que fueron atacadas rudamente, y a la una a. m., se registraba también un asalto parcial sobre nuestra ala derecha, cubierta por fuerzas del general Diéguez y de la 1a. División. Este ataque duró, aproximadamente, 20 minutos, al cabo de los cuales, el enemigo se replegó. El combate en El Resplandor se prolongó hasta el amanecer del 23, siendo rechazados los asaltantes con fuertes pérdidas, en tanto que las nuestras consistieron en 1 oficial y 10 soldados heridos, y 4 soldados muertos.
En las primeras horas del día 23 practiqué un reconocimiento por nuestras líneas, y pude observar que el enemigo había retirado su artillería y replegado su línea de frente, hasta las posiciones que ocupaban antes de prepararse para el asalto dado el día anterior. Esto nos permitió reconocer todo el campo que había sido teatro de los combates, el que quedó sembrado de cadáveres, en tal número, que llegaron a encontrarse hileras de muertos, en perfecta colocación de tiradores, dando la impresión de que hubieran sido muertos por una descarga eléctrica.
Por el reconocimiento hecho en todo el campo, y por los partes que rindieron los jefes de nuestras fuerzas que tomaron parte en los combates, nos convencimos de que el enemigo había tenido más de dos mil bajas, contándose entre ellas muchos jefes y oficiales.
Por nuestra parte, tuvimos que lamentar más de trescientas bajas, entre muertos y heridos, contándose entre los últimos, un coronel de las fuerzas del general Murguía; el mayor Francisco Flores, del 20° Batallón, y varios oficiales, uno de ellos el teniente Ramiro Diéguez, hermano y miembro del Estado Mayor del general Diéguez.
Entre nuestros muertos habidos en ese combate, figura un niño de once años, llamado Rodolfo González, quien desde Puebla se había acogido a la protección del general Alejo G. González, y con gran entusiasmo acompañaba a este jefe en todas las campañas, habiéndose hecho muy popular entre las tropas, que cariñosamente le llamaban el Generalito.
Cuando el combate era más reñido por nuestro flanco derecho, el día anterior, se presentaron a nuestros soldados 3 oficiales y 16 individuos de tropa del campo villista, rindiéndose incondicionalmente e informando que, en el campo enemigo, era grande la desmoralización entre las tropas, por los repetidos fracasos que habían sufrido. A dichos oficiales y soldados se les recogieron las armas, poniéndolos luego en libertad.
Debo consignar también que durante el combate del día 22, se aproximó a las posiciones que ocupaba el coronel Melitón Albáñez, de la 2a. División de Infantería, un automóvil procedente del campo enemigo, y al verIo algunos de nuestros soldados, salieron a su encuentrO, tiroteándolo, por lo que precipitadamente lo abandonaron sus ocupantes, quedando el auto en poder de los nuestros, quienes lo remolcaron hasta nuestro campamento, habiéndose encontrado en él algunos documentos y equipaje pertenecientes al general reaccionario José Rodríguez; notándose, también, frescas manchas de sangre en el asiento, por lo que es de suponerse que resultó herido por el fuego de nuestros soldados alguno de los que ocupaban el automóvil.
Es igualmente debido consignar que en la persecución hecha al enemigo que se había colocado a nuestra retaguardia, y que fue obligado a reconcentrarse en la hacienda de Duarte, tomó parte importante la brigada de caballería del coronel Cirilo Abascal, perteneciente a la 2a. DivisiÓn del Noroeste.
Después de la batalla del día 22, quedamos imposibilitados para tomar la ofensiva, debido al consumo de parque que se había hecho durante los combates, pues quedaron batallones enteros con menos de la tercera parte de la dotación reglamentaria; y el enemigo, aunque muy desmoralizado por los fracasos del día anterior, ocupaba magníficas posiciones, en cuyas circunstancias consideré que sería aventurado un ataque. Determiné, pues, esperar la llegada del nuevo convoy de parque, que usted había ordenado se remitiera con toda diligencia de Veracruz, al cuidado del coronel Ignacio C. Enríquez.
El resto del día 23 se pasó levantando el campo, incinerando cadáveres y recogiendo heridos.
Como un acto de justicia. consigno en este parte la diligencia y el valor con que se portaron todos los miembros de nuestro Servicio Sanitario, pues los médicos y ambulantes estuvieron constantemente en la zona de fuego, recogiendo heridos y transportándolos a los trenes-hospitales, que se encontraban en la estación, frente al tren del Cuartel General, a distancia de un kilómetro de nuestra línea de fuego del frente, y bajo el fuego de la artillería enemiga.
El mismo día 23, ordené al general Hill que movilizara la 5a. Brigada de Infantería, al mando del general Gabriel Gavira, a relevar las fuerzas del general Pedro Morales, que ocupaban posiciones en El Resplandor, pasando estas fuerzas a situarse en El Bajío, cerca de la hacienda Santa Ana, para proteger esa posición, en caso de ser amagada por el enemigo.
El día 24 se observó que una fuerza de caballería enemiga hacía un movimiento por sobre nuestro flanco izquierdo, a distancia de nuestra línea, y en previsión de que fuera atacada la hacienda de Santa Ana, ordené al general Pedro Morales que estuviera listo para auxiliar aquella posición, que estaba ocupada por fuerzas del general Jesús S. Novoa, de la División del general Castro, y dándole, al mismo tiempo, instrucciones de que practicara una exploración por aquel rumbo.
El general Morales hizo la exploración ordenada, y poco después rindió parte a mi Cuartel General de haber llegado hasta la hacienda La Sandía, donde había algunas fuerzas enemigas, que huyeron hacia el cerro de San Cristóbal, ocupado también por el enemigo.
En la misma fecha, el general Murguía rindió parte de que el general Figueroa le había comunicado que, en exploraciones hechas por los alrededores de Romita por el teniente coronel Rodolfo F. Berber, se había descubierto que en la hacienda El Paraíso, a seis leguas del pueblo, existían fuerzas enemigas, que se hacían ascender a un número considerable. Ordené al general Murguía que siguiera enviando exploraciones competentes por aquel rumbo, y diera instrucciones de ejercer una estricta vigilancia, para seguir observando los movimientos del enemigo.
Durante todo el día 24 permaneció inactivo el enemigo, y no ocurrieron más novedades, que el haberse presentado en nuestras trincheras soldados villistas rindiéndose incondicionalmente y manifestando que reinaba gran desmoralización en las filas reaccionarias. Se recogieron las armas a esos desertores del enemigo, y se les expidieron pasajes para que fueran a Michoacán, de cuyo Estado dijeron ser originarios.
El general Benecio López, de la División del general Castro, que se encontraba al frente de las fuerzas que vigilaban los caminos de Guanajuato a Dolores Hidalgo, observando la actitud de la columna villista, posesionada de aquella plaza, rindió parte de que el coronel Elizondo, jefe de los puestos avanzados rumbo a Dolores Hidalgo, había avistado fuerzas de caballería e infantería enemigas, que avanzaban hasta Lugo, con la aparente intención de atacarlo en la noche. Con tal motivo, ordené que estuvieran alerta y listas para cualquier movimiento las fuerzas de guarnición en Guanajuato y en Silao, éstas al mando del coronel Fidel Morado, de la brigada del general Maycotte, así como las que, al mando del general Amaro, guarnecían Celaya.
El día 25, el general López informó que el enemigo avistado el día anterior por el coronel Elizondo había seguido reforzándose con infantería y caballería, y tomando posiciones frente a las de sus fuerzas, en Santa Rosa y La Fragua, pero sin atacar.
El general Pedro Morales y el coronel Cirilo Elizalde practicaron exploraciones por las haciendas La Sandía, San Cristóbal y El Mezquital, regresando sin novedad a sus campamentos, y dando parte de que sólo en la última de las citadas fincas habían encontrado enemigo, en reducido número, el que había huido tan pronto como avistó a nuestras fuerzas.
Todos los jefes de la línea rindieron partes sin novedad, pues el enemigo permaneció durante todo el día en completa inactividad, sin intentar hostilizar a nuestras tropas.
Durante la noche, sólo se registró un ligero tiroteo, de muy corta duración, frente a las posiciones del 20° Batallón de Sonora.
El día 26, a las 9.30 a. m., recibí mensaje del capitán 1° Salvador Mendoza, jefe de las armas en San Juan del Río, Qro., dándome parte de haber tenido noticia fidedigna de que una partida de zapatistas, que se hacía ascender a quinientos hombres, había pasado por Cerro Gordo, con aparente intención de atacar San Juan del Río. Inmediatamente puse el hecho en conocimiento del general Montes, Gobernador y Comandante Militar de aquel Estado, dándole instrucciones de que estuviera atento a la situación de aquella zona, para que oportunamente tomara las medidas necesarias, a fin de proteger cualquier punto que se viera amenazado dentro de su jurisdicción.
A las 3.25 de la tarde de aquel día, el mismo capitán Mendoza me informó, en parte telegráfico, que un tren que iba hacia el sur, a cargo del coronel Nicolás Díaz Velarde, había descarrilado en estación Aragón, al sur de San Juan del Río, y que dicho jefe comunicaba que, a corta distancia de aquel punto, se encontraba importante núcleo enemigo. Momentos después recibí otro mensaje, suscrito por el inspector de telégrafos, F. L. Bravo, a quien había movilizado de Irapuato para corregir algunos desperfectos que se notaban en la línea telegráfica, entre San Juan del Río y Tula, informándome haber llegado al kilómetro 107, Y encontrado un puente dinamitado, y la vía del ferrocarril destruida en un tramo de cinco a seis kilómetros, en cuya extensión había sido quemada toda la postería del telégrafo y destrozados los hilos por una columna zapatista, cuyo número se hacía ascender a un mil quinientos hombres.
Inmediatamente comuniqué órdenes al teniente coronel J. L. Gutiérrez, jefe de reparaciones de vía y comandante del Batallón de Ferrocarrileros, quien se encontraba en Jaral del Valle haciendo acopio de forrajes para nuestras caballerías, a fin de que, llevando un tren con materiales de reparación y la fuerza que estaba a sus órdenes, marchara violentamente al Sur, hasta el lugar de los desperfectos, e hiciera las reparaciones necesarias, debiendo llevar cuadrilla de celadores, para restablecer cuanto antes la comunicación telegráfica, de acuerdo con el inspector del ramo, C. Manuel F. Ochoa, que se encontraba en Querétaro. Comuniqué, también, órdenes para que fuera reforzado el Batallón de Ferrocarrileros con 200 hombres de la brigada del general Gonzalo Novoa, los que deberían ser recogidos en Irapuato, por el teniente coronel Gutiérrez.
Nuevas exploraciones hechas por el rumbo de Romita, vinieron a desmentir la noticia de que en la hacienda El Paraíso existia enemigo en considerable número, según parte que con fecha 26 me rindió el general Murguía.
Durante el citado día 26 no hubo cambio en la tranquila situación de nuestro campamento, y tampoco por el rumbo de Guanajuato; siguiendo el general Benecio López muy pendiente de los movimientos que llegara a hacer el enemigo, que había tomado posiciones frente a nuestros puestos avanzados, en Quinteros. Por mi parte, ordené que, a fin de frustrar al enemigo cualquier intento de avance al Sur, el general Amaro movilizara una columna de caballería sobre San Miguel Allende, dándole instrucciones de que si la guarnición villista en aquella plaza, no era numéricamente superior a esa columna, la atacara para posesionarse de la población. Al mismo tiempo, comuniqué órdenes ál general Benecio López, para que con las fuerzas de su mando, simulara un avance sobre Dolores Hidalgo, a fin de llamar la atención del enemigo que se encontraha en aquella plaza, e impedir, así, que pudiera reforzar la guarnición de San Miguel Allende, si era atacada por las fuerza del general Amaro.
Al siguiente día, se encontraba ya en marcha la columna destacada por el general Amaro sobre San Miguel Allende, mandada por el coronel Villarreal, y al llegar a Puente de Calderón, trabó combate con las avanzadas villistas que allí había, las que opusieron una enérgica resistencia al avance de nuestra columna, hasta que, por fin, fueron desalojadas por los nuestros, causándoles pérdidas considerables en muertos, heridos y prisioneros, siendo estos últimos en número de doce. Ocupado por nuestras fuerzas el Puente de Calderón, emprendieron la persecución del enemigo rumbo a San Miguel Allende; pero al acercarse a aquella plaza, se dieron cuenta de que venía en auxilio de los villistas perseguidos una columna con efectivo mucho mayor que la nuestra, por lo que el coronel Villarreal juzgó necesario replegarse hasta Chamacuero, dando parte del resultado de su expedición al general Amaro, en Celaya, para ser auxiliado por éste en caso de que la columna villista, de refuerzo, avanzara a atacarlo en aquel lugar.
El general Benecio López rindió parte de que el mismo día, a la 1.30 p. m., una avanzada de sus fuerzas en Quinteros había tenido un tiroteo con una exploración del enemigo, a la que los nuestros derrotaron completamente, obligándola a huir en dispersión.
Seguí recibiendo diversos partes, que daban cuenta de las actividades del enemigo sobre la línea de San Juan del Río a Tula, y de que habían causado nuevos daños en Peón, Polotitlán, Dañú, Marqués y otros puntos de la vía; y con tal motivo, ordené que, violentamente, salieran de Irapuato el capitán Antonio M. Palma, jefe de trenes militares, y el C. Luis G. Alcalá. maestro de caminos, a cooperar con el teniente coronel Gutiérrez en la pronta reparación de aquellos desperfectos.
En la misma fecha, ordené al general Murguía que, con fuerzas de su División, mandara reforzar las posiciones de la hacienda Santa Ana, ocupando los cerros inmediatos a esta, en prevención de que fuera atacada por el enemigo, que frecuentemente hacía movimientos por aquel rumbo, esquivando combate con nuestras tropas del flanco izquierdo.
El día 28, quedó restablecida la comunicación telegráfica, al sur de San Juan del Río, pudiendo entonces saber que el tren de pertrechos que venía de Veracruz había llegado sin novedad a Tula. Ordené entonces al capitán Palma que se transladara a aquella estación y recibiera del coronel Enríquez dichos pertrechos, para que, bajo su personal vigilancia, los condujera con toda prontitud hasta nuestro campamento, escoltados por la fuerza a sus órdenes, por la del coronel Ocampo, que se encontraba en Tula, y por la fuerza del teniente coronel Gutiérrez, que trabajaba en la reconstrucción de la vía del ferrocarril.
En la misma fecha, y con motivo de haber tenido informes de que se estaban reconcentrando en las cercanías de Guadalajara algunos grupos de reaccionarios, con la aparente intención de atacar aquella plaza, que tenía una corta guarnición a las órdenes del general Enrique Estrada (quien había quedado como jefe de operaciones en Jalisco, cuando salió el general Diéguez de aquel Estado), hice movilízar un refuerzo, al mando del general Pablo Quiroga, de la División del general Diéguez, compuesto de los batallones 11° y 23° de la 2a. División del Noroeste, y un regimiento de caballería de la misma División, cuyos cuerpos eran comandados, respectivamente, por los tenientes coroneles Jesús Ma. Ferreira, Juan Domínguez y Leonardo Esquivel.
Por la noche quedó reparada la vía del ferrocarril entre San Juan del Río y Tula; pero no completamente expeditada, porque la obstruía el tren descarrilado en el kilómetro 111; y como el levantamiento de ese tren podría tardar, ordené al capitán Palma que hiciera marchar el tren de pertrechos de Tula hasta el lugar del descarrilamiento y que, con toda actividad, empleando toda la gente que fuera necesaria, se transbordara el parque a los trenes que había llevado el teniente coronel Gutiérrez, salvando así el tramo obstruido, y que una vez hecho el transbordo, continuara violentamente en marcha a nuestro campamento, escoltando el convoy en la forma que ya le había indicado y, además, por el batallón de Supremos Poderes, que traía a sus órdenes el coronel Enríquez, a quien, a última hora, di instrucciones de continuar su marcha hasta Trinidad.
Ese día, como los anteriores, transcurrió sin novedad en nuestro campamento. Por el rumbo de Dolores Hidalgo se registraron ligeras escaramuzas, entre las avanzadas de las fuerzas del general Benecio López Y las exploraciones villistas de la columna que se encontraba en Dolores Hidalgo.
El día 29 venía en camino, sin novedad, el tren de pertrechos, habiendo llegado a Silao a las 8.45 de la noche, y ordené que, desde luego, se desbloqueara el patio de la estación Trinidad, para que dicho tren se hiciera seguir hasta el campamento, aquella misma noche, como se efectuó.
El general Benecio López me rindió parte de que, por la mañana, había salido al frente de 200 hombres, de Quinteros a Capulín, habiendo tomado contacto con el enemigo que se encontraba en aquel lugar, y que después de tres horas de combate, había logrado quitar a los villistas sus posiciones, desalojándolos, igualmente, del aguaje de Capulín, siendo el enemigo en número de 300 hombres, a las órdenes del llamado coronel Joaquín Sandoval, quien fue muerto durante el combate, por el teniente José Dueñes, de las fuerzas del general López; que los villistas, desalojados de sus posiciones, emprendieron la fuga rumbo a la hacienda Trancas, en completa desbandada, y que, poco después, reorganizados y reforzados en dicha hacienda, formando una columna de más de 600 hombres de caballería e infantería, volvieron sobre los nuestros, obligando al general López a replegarse con sus fuerzas, hasta sus antiguas posiciones en Quinteros, adonde el enemigo llegó a atacarlo, siendo los villistas constantemente reforzados por el camino de Dólores Hidalgo, hasta que, al fin, los nuestros lograron rechazarlos, con pérdidas de consideración, a pesar de su superioridad numérica.
El día 30, a primeras horas, se repartió entre la tropa la dotación reglamentaria de parque de la remesa llegada la noche anterior, y principiamos a hacer los preparativos para nuestra próxima ofensiva sobre el enemigo posesionado frente a León.
El general Benecio López me rindió parte de que una avanzada villista había intentado apoderarse de Puerto de Bermúdez, habiendo sido rechazada con algunas pérdidas, por los nuestros.
A las 10 p. m. recibí un nuevo parte, rendido por el general López, haciéndome saber que el enemigo intentaba otra vez apoderarse de Puerto de Bermúdez, posición que estaba siendo defendida bizarramente por nuestros soldados, rechazando todos los ataques de los villistas.
Habiendo obtenido autorización de esa Primera Jefatura para incorporar, accidentalmente, al Ejército de Operaciones el batallón de Supremos Poderes, a las órdenes del coronel Enríquez, el Cuartel General de mi cargo dispuso que esa fuerza pasara a tomar posiciones en nuestra línea del flanco izquierdo, frente a la hacienda Santa Ana, reforzando así aquel sector que, por los movimientos del enemigo, parecía ser su objetivo.
El día 31, a las 8 p. m., me transladé a la estación Nápoles, a conferenciar con los generales Murguía y Castro, a quienes manifesté mi propósito de esperar dos días más, dejando al enemigo la iniciativa de ataque, y que si, en ese tiempo, no tomaba la ofensiva, la tomaríamos nosotros, indicándoles que, si en ese término, llegábamos a ser atacados, estaríamos enteramente listos para tomar la ofensiva, tan pronto como el enemigo estuviera lo suficientemente quebrantado. Por la tarde, regresé a Trinidad, donde conferencié también con los generales Diéguez y Hill, sobre el mismo tema.
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