Índice de Ocho mil kilómetros en campaña de Álvaro Obregón | CAPÍTULO VII -Tercera parte | CAPÍTULO VIII - Segunda parte | Biblioteca Virtual Antorcha |
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Ocho mil kilómetros en campaña
Álvaro Obregón
CAPÍTULO OCTAVO
Primera parte
PARTE OFICIAL.
TOMA DE AGUASCALIENTES
Hónrome en comunicar a usted que, después de terminada la reconcentración de las fuerzas del Ejército de Operaciones en la ciudad de León, al consumarse la derrota de los reaccionarios en Trinidad y alrededores de León, y cuando en esta plaza hubieron tomado descanso dichas fuerzas, continuando el C. general Benjamín G. Hill con el mando directo de las distintas divisiones, y recibiendo órdenes del Cuartel General de mi cargo, el día 9 de junio fue comunicada la siguiente
ORDEN DE MARCHA
Por disposición del C. General en Jefe Accidental, las fuerzas del Ejército de Operaciones deberán emprender su marcha rumbo al Norte, mañana, 10 de junio de 1915, a las 6 a.m., en la siguieaté forma: La Primera División de Caballería del Noroeste, comandada por el C. general Cesáreo Castro, acabará de reconcentrar sus fuerzas en San Francisco del Rincón, segÚn las instrucciones que ha recibido del C. General en Jefe Accidental, adonde se le comunicarán nuevas órdenes. El resto de las fuerzas marchará a la hora mencionada, por el camino dirretero de León, en el siguiente orden:
Primero. Segunda División de Caballería del Noroeste, comandada por el C. general de brigada Francisco Murguía, con excepción de las brigadas de los CC. generales Pedro Morales y Martín Triana. Esta división marchará con exploraciones por el flanco derecho de la columna.
Segundo. Primera División de Infantería de Sonora, con excepción de las brigadas 1a. y 5a. comandadas, respectivamente, por los CC. generales Miguel V. Laveaga y Gabriel Gavira.
Tercero. Artillería Expedicionaria y Matriz del Primer Regimiento de Ametralladoras, escoltadas por la 2a. Brigada de Infantería de la 1a. División, al mando del C. general Francisco T. Contreras. Las secciones de ametralladoras, comisionadas en los distintos batallones, marcharán incorporadas a éstos.
Cuarto. Segunda División de Infantería del Noroeste, al mando del C. general de brigada Manuel M. Diéguez.
Las brigadas de caballería de los Cc. generales Pedro Morales y Martín Triana, y las de infantería, de los CC. generales Laveaga y Gavira, permaneceran en esta ciudad a las órdenes directas del C. General en Jefe Alvaro Obregón, ante quien se presentarán esta tarde los referidos jefes a recibir órdenes.
El C. General en Jefe Accidental marchará junto con las fuerzas.
El día 10, a las 6 a. m., de acuerdo con la orden preinserta, las fuerzas mencionadas emprendieron la marcha de León al Norte, haciendo, simultáneamente, su avance sobre Lagos las fuerzas de la división del general Castro, que se habían reconcentrado en San Francisco del Rincón. El grueso de la columna, al mando directo del general Hill, acampó el mismo día, a las 2 p. m., en Lagunillas, para continuar la marcha el siguiente día.
El mismo día ordené:
Que la brigada de caballería del general Pedro Morales marchara a acamparse en Estación Pedrito, situada a 32 kilómetros al norte de León, con instrucciones de establecer avanzadas rumbo al Norte, a distancia de 3 o 4 kilómetros de su campamento.
Que el general Gabriel Gavira se hiciera cargo de la comandancia militar de la plaza de León y guarneciera ésta con la brigada de su mando, y Que las fuerzas de la Brigada Triana se acamparan a la entrada de los tres caminos que comunican a León con Guanajuato, relevando en estos servicios de vigilancia a las fuerzas del general Laveaga, para que éstas pasaran a tomar descanso dentro de la ciudad.
El día 11, a las 10 a. m., las fuerzas de caballería al mando del C. general Cesáreo Castro ocuparon la plaza de Lagos, después de sostener un ligero tiroteo con los últimos villistas que abandonaban la plaza, a los que se hicieron dos muertos y dos prisioneros.
El grueso de la columna, al mando del general Hill, que había proseguido su avance de Lagunillas a las 5 a. m. del mismo día 11, hizo su entrada a Lagos en la tarde.
Como el general Castro me informara que la vía del ferrocarril, entre León y Lagos, tenía algunos desperfectos, ordené, el día 12, la salida de un tren con trabajadores y materiales, a hacer las reparaciones necesarias.
Esas reparaciones quedaron terminadas el día 13, y desde luego hice salir rumbo a Lagos el tren de mi Cuartel General y OtrOS trenes, con las fuerzas de los generales Laveaga y Triana, quedando el general Gavira con su brigada guarneciendo la plaza de León. El mismo día nos incorporamos a Lagos.
El día 14 recibí informes de que la plaza de Guadalajara estaba seriamente amagada por una columna enemiga, y a efecto de reforzar aquella plaza, ordené que de Lagos se movilizara con aquel rumbo el general Diéguez, al frente de dos mil hombres de su división. A la vez, transmití órdenes al general Joaquín Amaro para que destacara quinientos hombres de su división, con rumbo a Guadalajara, desde Irapuato o Celaya, distribuyendo doscientos de ellos en Pénjamo y La Piedad, para proteger la vía del ferrocarril en aquellos lugares, y poniendo los trescientos restantes a las órdenes del general Diéguez, para que, agregados a la columna que llevaría este jefe, a su paso por La Piedad, marcharan hasta Guadalajara.
La movilización del general Diéguez no pudo llevarse a cabo sino el día 15, pues antes no se había podido disponer del material rodante suficiente para hacerla.
En los días 16, 17 y 18 no se hizo ningún movimiento de avance al norte de Lagos, permaneciendo mi Cuartel General atento a la situación de Jalisco y Guanajuato, en relación con las cuales fueron ordenados algunos movimientos de nuestras fuerzas, a retaguardia, para prevenir cualquier intentQ que hiciera el enemigo, que aún se encontraba por el rumbo de Dolores Hidalgo y San Miguel Allende, para interceptar nuestras comunicaciones al Sur.
El día 18 recibí un parte del general Diéguez, comunicándome haber llegado a Guadalajara y tenido informe de que la plaza había sido atacada el día 15 por los reaccionarios, al mando de Julián Medina, Caloca y otros jefes, habiendo sido rechazado el ataque por la guarnición constitucionalista, al mando del general Enrique Estrada.
No siendo necesaria ya la presencia de las fuerzas del general Diéguez en Guadalajara, ordené que contramarcharan a Celaya, y permanecieran allí en espera de nuevas instrucciones.
Como con las fuerzas del general Diéguez, situadas en Celaya, quedaría suficientemente asegurada nuestra retaguardia contra cualquier intento de avance del enemigo, que se encontraba por el rumbo de Dolores Hidalgo, dispuse, por conducto del general Hill, el avance de nuestra columna a Encarnación.
El día 19, a las 7. a. m., el grueso del Ejército de Operaciones emprendió la marcha al norte de Lagos, y el mismo día hice avanzar el tren de mi Cuartel General, yendo yo en él, porque mis heridas no me permitían aÚn hacer marchas a caballo.
En la noche llegó el tren a Estación Castro, a 36 kilómetros al norte de Lagos, encontrando allí acampadas las caballerías de la división comandada por el general Castro, y recibiendo allí parte de que el grueso de la columna, llevando a la vanguardia la división del general Murguía, había hecho alto en la hacienda de Caquixtle.
El día 20 fue ocupada la plaza de Encarnación por la vanguardia de nuestra columna, al mando del general Murguía, plaza que había sido evacuada por los reaccionarios, al sentir nuestro avance. El mismo día se incorporó a Encarnación el resto de la columna, formado por las infanterías, la artillería de grueso calibre y los regimientos de ametralladoras.
El general Murguía logró descubrir que el enemigo había minado los patios de la estación del ferrocarril, y procedió desde luego a extraer de las minas gran cantidad de dinamita, la que hubiera causado un verdadero estrago a la llegada de nuestros trenes a Encarnación, a no haber sido descubierta tan peligrosa maquinación.
El tren de mi Cuartel General se trasladó a Encarnación el mismo día 20, llegando a las 4: 30 p. m.
Como en aquella plaza habríamos de permanecer algunos días, en espera de pertrechos y de combustible para nuestros trenes, desde luego que me incorporé di órdenes, por conducto del general Hill, para que nuestras infanterías tomaran posiciones convenientes alrededor de la ciudad, a fin de evitar cualquier sorpresa del enemigo, y al mismo tiempo, para que se establecieran puestos avanzados, con las caballerías del general Maycotte, a 12 kilómetros sobre Aguascalientes. Esas órdenes fueron ejecutadas diligentemente por el general Hill, con la ayuda de los miembros de mi Estado Mayor, quedando el mismo día establecidos el cuadro de infantería, en magníficas posiciones, y los puestos avanzados. La división de caballería del general Murguía quedó dentro de la ciudad, permaneciendo la del general Castro acampada a retaguardia en Estación Castro, con avanzadas en la hacienda Los Sauces, a 12 kilómetros al oriente de Encarnación.
Por aquellos días había salido de Veracruz, a cargo del C. capitán primero José Obregón, un tren conduciendo parque y combustible, destinado al Ejército de Operaciones, y a fin de asegurar la llegada de dicho convoy hasta nuestro campamento, di órdenes al general Amaro para que destacara de Celaya quinientos hombres, al mando del general Abundio Gómez, con instrucciones de llegar a Pachuca por tren, y recibir allí el convoy con pertrechos y combustible, para escoltado hasta Encarnación.
Las exploraciones que diariamente se practicaban al norte de nuestros puestos avanzados, así como al oriente y al poniente, nos permitieron saber que el enemigo tenía sus puestos avanzados en la hacienda La Rosa, a 12 kilómetros al noreste de Encarnación, y en Estación Peñuela, a 26 kilómetros de Encarnación y a 22 kilómetros de Aguascalientes, así como que, por su parte, los villistas hacían también exploraciones por nuestra izquierda, sobre las pequeñas rancherías que están al poniente de Encarnación. Logramos, también, obtener datos más o menos precisos sobre las defensas que Villa preparaba en Aguascalientes, donde estaba acumulando los últimos elementos de combate de que podía disponer en el Norte.
Algunos días se pasaron sin que nada extraordinario llegara a alterar la situación en nuestro campamento. Entretanto, el Cuartel General de mi cargo seguía atento a la situación de retaguardia, manteniendo estrecha observación sobre los contingentes villistas que hacían constantes movimientos entre Dolores Hidalgo y San Miguel Allende, y ordenando una conveniente distribución de fuerzas en las plazas del Sur, que pudieran ser amenazadas por aquel enemigo.
El general Diéguez había llegado a Irapuato con las fuerzas que había llevado a Guadalajara, y el día 22 le trasmití órdenes para que, en vez de ir a Celaya, continuara su marcha a León, movilización que efectuó el mismo día.
Nuestros agentes confidenciales me daban constantes informes acerca de la actividad con que el enemigo levantaba atrincheramientos en Aguascalientes, para hacer una defensa vigorosa de aquella plaza, lo cual me indicaba la necesidad de avanzar cuanto antes, para no dar tiempo a que los contrarios ganaran grandes ventajas; pero la falta de parque nos imposibilitaba para hacer el avance con la prontitud que hubiera deseado, pues los cartuchos recogidos al enemigo en los combates de Trinidad y León no habían sido suficientes siquiera para completar la dotación reglamentaria a nuestros soldados. Esto me hacía seguir, con todo interés, la marcha del convoy que había salido de Veracruz, conduciendo pertrechos, y que debería ser recibido en Pachuca por el general Abundio Gómez; habiendo ordenado a este jefe que, después de recibir dichos pertrechos, los condujera con toda celeridad a Encarnación, recomendándole que me diera aviso telegráfico de su paso por cada una de las estaciones del tránsito, a fin de poder protegerlo oportunamente, en cualquier momento en que se viera amagado, pues el enemigo, que seguramente había tenido conocimiento de la marcha de dicho convoy, permanecía en acecho de él, con intención de capturarlo.
Como el núcleo enemigo, que se encontraba entre San Miguel Allende y Dolores Hidalgo, nos estaba llamando la atención por su constante amago a nuestra retaguardia, especialmente por los días en que debería pasar el convoy con pertrechos que esperábamos del Sur, juzgué conveniente hacer, por nuestra parte, un amago sobre la retaguardia de aquel núcleo y, al efecto, con fecha 24, ordené al general Diéguez que, de la brigada del general Gonzalo Novoa, destacara de León una fuerza ligera, con instrucciones de destruir la vía del ferrocarril al norte de Dolores Hidalgo y, a ser posible, destrozar la guarnición de San Feiipe, con objeto de dejar cortados de su base a los reaccionarios que se encontraban por San Miguel de Allende, y obligarlos a que retrocedieran alejándose más de la vía del Central.
Ese movimiento fue encomendado al C. coronel J. Natividad Sánchez, de la brigada del general Gonzalo Novoa, y el día 27 recibí un parte comunicando que dicho jefe había ocupado la plaza de San Felipe, después de derrotar completamente a la guarnicion villista que allí había, a la que hizo 23 muertos y varios prisioneros, contándose entre éstos un coronel y algunos oficiales, así como varios civiles adictos al villismo, uno de ellos Fernando Díaz Lombardo, sobrino del llamado ministro de Relaciones en el gabinete de Villa. El mismo parte informaba que nuestras fuerzas capturaron al enemigo muchos caballos, monturas, armas y cananas con parque, y haber rescatado a 87 correligionarios nuestros, que estaban presos para ser enviados a Villa como contingente de sangre, ofrecido por el llamado Gobernador de Guanajuato, Abel Serratos.
Como consecuencia de esa victoria del coronel Sánchez, los grupos villistas que hasta entonces habían permanecido entre Dolores Hidalgo y San Miguel de Allende tuvieron que replegarse violentamente hasta San Luis Potosí, y de esta manera el enemigo perdió el control de aquella vía, que utilizaba para el intercambio de comunicaciones entre Villa y Zapata, en que combinaban sus operaciones militares, y dejó de amagar nuestra retaguardia.
El día 28 ordené al general Amaro que destacara fuerzas competentes a ocupar las citadas plazas de Dolores Hidalgo y San Miguel de Allende, con instrucciones de restablecer la comunicación telegráfica a Celaya por aquella línea. En virtud de mi orden, el general Amaro destacó inmediatamente 500 hombres de su división, al mando del coronel A. Menchaca, quien tomó posesión de aquellas plazas el día siguiente.
El día 29 recibí un parte del general Castro, informando que sus exploradores habían recogido noticias de que una columna enemiga se encontraba en marcha de Aguascalientes al Sur, por los llanos de Tecuán; y aunque tal noticia no tenía confirmación, como extrema precaución ordené al general Diéguez que se movilizara con sus fuerzas a Lagos, por ser éste el único punto donde el convoy de pertrechos podía correr peligro, dado que allí había una guarnición muy reducida, al mando del general Luis M. Hernández, compuesta de una fracción de la brigada del general Pedro Morales y de escaso número de hombres, recientemente reclutados por el general Hernández, la mayoría de éstos sin armas. En León permanecería el general Gonzalo Novoa con su brigada, con la que había relevado a la del general Gavíra, al ser ésta movilizada a nuestro campamento.
En la tarde hizo su movilización a Lagos el general Diéguez, para esperar allí el paso del convoy de pertrechos, que ya había llegado a Irapuato y continuaba su marcha hacia Encarnación; y. como se acentuaban los informes del movimiento de una columna enemiga, por nuestra extrema derecha, advertí al general Diéguez la probabilidad de que fuera atacado, a fin de que tomara toda clase de precauciones.
Al amanecer del día 30, el oficial de guardia en el Cuartel General me informó que la comunicación telegráfica con Lagos estaba interrumpida.
Inmediatamente comuniqué órdenes al general Castro, que_continuaba acampado con su división en la hacienda de Castro, entre Encarnación y Lagos, para que, con todas sus caballerías, marchara a auxiliar al general Diéguez, a quien suponía yo en situación comprometida, dado que la comunicación no se restablecía.
Creo por demás manifestar a usted que esta situación era en extremo angustiosa para mí, por no conocer la suerte que hubiera corrido el convoy de pertrechos, e ignorar también el resultado del combate, que seguramente había librado el general Diéguez la noche anterior.
Como a las 8 a. m. del mismo día, se reanudó la comunicación telegráfica, habiendo entonces recibido un telegrama del mayor Sebastián Allende, jefe del Estado Mayor del general Diéguez, en que me informaba que, a la madrugada, habían sido atacadas por sorpresa nuestras fuerzas en Lagos, por una columna enemiga, al mando de los generales reaccionarios Canuto Reyes, Rodolfo Fierros, José Ruiz y Cesáreo Moya, en número aproximado de 3,000 hombres, y que después de una lucha desesperada, habían los nuestros logrado rechazarlos, con pérdidas de consideración por ambas partes. El mismo telegrama daba cuenta de que el general Diéguez había resultado herido de gravedad en el combate.
Momentos después recibí nuevo telegrama del mayor Allende, informándome que acababa de llegar a Lagos el tren con parque, que tan ansiosamente esperábamos.
Desde luego ordené que el coronel médico de mi Estado Mayor, Enrique C. Osornio, se trasladara a Lagos en un tren especial, llevando algunos elementos de curación para que atendiera al general Diéguez, y bajo su cuidado personal lo condujera a nuestro campamento.
Llegado que hubo el general Diéguez, con parte de los miembros de su Estado Mayor, a Encarnación, tuve informes circunstanciados del combate que acababa de librarse, el que había sido brusco y desesperado.
La resistencia de nuestras tropas en aquella acción constituyó uno de los hechos que más enaltecen a nuestro ejército, pues a pesar de haber sido sorprendidas por un enemigo superior en número, y seleccionado de los mejores elementos con que contaba el bandolero Villa, se obtuvo sobre los asaltantes una completa victoria, que habría de ser de tan grande trascendencia para el buen exito de las operaciones sobre Águascalientes, pues éste lo determinó de una manera muy directa la llegada de los pertrechos que, debido a esa victoria, no cayeron en poder del enemigo.
En la noche llegó a Encarnación el citado convoy con pertrechos. custodiado por el general Abundio Gómez.
Al ser trasladado de Lagos a Encarnación el general Diéguez, nombré comandante de la guarnición de Lagos al general Federico Montes, quien accidentalmente se encontraba en nuestro campamento, conferenciando conmigo sobre la mejor manera de proteger nuestras vías de comunicación, en la parte de su jurisdicción, como Comandante Militar del Estado de Querétaro.
El día 1° se recibió en mi Cuartel General un mensaje del mayor Allende, informando haber llegado a Lagos un subteniente del 14° Batallón, quien logró escapar de los villistas, que lo habían hecho prisionero en el reciente combate librado en Lagos, trayendo la noticia de que el enemigo se estaba reconcentrando en la hacienda La Estancia, con el aparente propósito de atacar León. En seguida comuniqué la noticia al general Gonzalo Novoa, Comandante Militar de León, a fin de que tomara toda clase de precauciones, tendientes a evitar una sorpresa y prevenir cualquier intento del enemigo sobre aquella plaza.
Las fuerzas del general Castro habían vuelto a acamparse en Castro, por orden que en este sentido libró mi Cuartel General, desde luego que, por haber conocido el resultado del combate en Lagos, juzgué fuera de tiempo su cooperación.
El día 2 transcurrió sin novedad, pero en la noche quedaron cortadas nuestras comunicaciones al sur de Lagos. El enemigo había tomado por sorpresa Estación Pedrito, que está situada entre Lagos y León, obligando al telegrafista a transmitir algunos mensajes en mi nombre al general Novoa y a otros jefes nuestros, que estaban sobre la vía a retaguardia, ordenándoles que no opusieran resistencia a la columna de Reyes y Fierros porque era mayor de 5,000 hombres, y que evacuaran León y demás puntos de la línea, replegándose a lugares seguros.
Al amanecer del día 3 estábamos completamente incomunicados con el Sur, y el enemigo avanzaba y tomaba León, sin resistencia, destruyendo completamente las vías férrea y telegráfica, según noticias que llegaron a mi Cuartel General.
Durante el día, seguí recibiendo informes de que el enemigo, sin pérdida de tiempo, continuaba su avance al sur de León, destruyendo las vías de comunicación a nuestra retaguardia.
El enemigo proseguía en aquella tarea con completa impunidad, puesto que la distancia que había ganado hacía imposible su persecución por nuestras caballerías, por lo que desde luego juzgué impracticable una batida sobre aquella columna reaccionaria.
En vista de aquella situación, ordené la distribución de las municiones recibidas y, para darme exacta cuenta de las condiciones en que nos encontrábamos, pedí a la Proveeduría General un informe de existencias de víveres, informe que luego me fue rendido, y por él pude conocer que las provisiones existentes eran muy limitadas; apenas para cinco días.
PLAN DE ATAQUE SOBRE AGUASCALIENTES
Reuní entonces a los generales Hill, Castro y Murguía, y les manifesté mi decisión de avanzar sobre Aguascalientes, lo que, a mi parecer, era el movimiento más indicado, puesto que si hacíamos caso de la columna que había entrado a nuestra retaguardia, y destacábamos otra a batirla, nos veríamos obligados a permanecer inactivos frente a Aguascalientes, hasta el regreso de la columna que fuera a hacer esa batida. Por otra parte: teníamos provisiones de boca solamente para cinco días, combustible para nuestros trenes solamente en cantidad suficiente para moverlos cuatro horas, y como reserva de parque, después de haber dado la dotación reglamentaria, quedaban menos de 100,000 cartuchos, o sea en una proporción de 5 cartuchos por plaza.
En seguida les expuse el plan que yo pensaba desarrollar, y que era: regresar todos nuestros trenes a Lagos, donde quedarían custodiados por las tropas del general Diéguez; este jefe regresaría también a Lagos, para seguir siendo cuidadosamente atendido en mi carro especial, por el doctor Zendejas, de la grave herida que recibiera en el antebrazo izquierdo, causada por una bala expansiva 30-40 en el combate de Lagos.
Emprender un avance pie a tierra, con todo el Ejército de Operaciones, formando un semicírculo, por el Oriente, para salvar la línea de frente, que el enemigo había preparado con tanto tiempo, con atrincheramientos, alambrados, minas y artillería; línea que partía de las lomas que están al oriente del valle, pasando a 3 kilómetros al sur de la ciudad, e iba a apoyar su extrema derecha en el cerro de La Laja, y de allí, arrancaba en ángulo recto, por el Oriente, hasta los cerros que están frente a las estaciones del ferrocarril, en Aguascalientes. El enemigo tenía distribuida su artillería en todo lo largo de la línea, siendo su principal puesto artillado el cerro de Las Liebres.
Mi determinación de avanzar sobre Aguascalientes se apoyaba, también, en la consideración de que el plan del enemigo, al meter a nuestra retaguardia la columna de Fierros y Reyes, destruyendo la vía del Central, a medida que sus tropas, por la vía del Nacional, reparaban los pequeños tramos destruidos por el rumbo de San Felipe a Dolores, era, seguramente, el llegar a Celaya con esas reparaciones, y de allí, con el fácil avance de Reyes y Fierros, controlar la vía del Central al sur, para restablecer su comunicación, desde San Luis Potosí hasta la ciudad de México, poniéndose así en contacto directo con las fuerzas de Zapata, y poder, a discreción, movilizar fuerzas del Norte a cualquier punto de nuestra retaguardia, o del Sur a nuestro frente.
Nuestro avance, en la forma que lo propuse, salvando la línea de frente del enemigo, y colocándonos a su retaguardia, o séá al norte de Aguascalientes, tendría por objeto, obligar a Villa, si quería contrarrestar nuestro movimiento, a que abandonara sus atrincheramientos y saliera a librar una batalla campal en los llanos de Tecuán; supuesto que un ataque de frente, dados sus magníficos preparativos y la escasez de cartuchos por nuestra parte, hubiera sido una aventUra imprudente.
Expuestas todas esas consideraciones, los generales citados estuvieron de acuerdo con mi plan, mostrándose satisfechos, y con plena confianza en que nuestro movimiento sería coronado por el éxito.
El día 5 siguieron recibiéndose noticias procedentes de Silao, en sentido de que Fierros y Reyes continuaban impunemente la destrucción de las vías y su avance al Sur.
Ese día, por la Orden General de la Jefatura de Operaciones, se comunicó la siguiente disposición:
Dispóne el C. general en jefe se haga saber a las fuerzas que componen el Ejército de Operaciones, que habiendo quedado completamente restablecido de sus heridas, el mismo general en jefe, desde hoy toma el mando directo de este ejército que se honra en cOmandar.
El mismo día, a las 3.45 p. m., comuniqué la siguiente
ORDEN EXTRAORDINARIA
Mañana, a las 7 a. m., todas las fuerzas de caballería de este Ejército de Operaciones, estarán colocadas en formación, sobre el camino que conduce a la hacienda Las Rosas, para emprender a esa hora la marcha.
Igualmente, mañana a la misma hora, todas las fuerzas de infantería del propio ejército, que se encuentran en esta plaza, marcharán en el orden que sigue:
Extrema vanguardia. Cuerpo Explorador de Caballería, de la primera brigada de la Primera División de Infantería.
Vanguardia. Novena Brigada de Infantería de la primera división del arma, que es al mando del C. general Eugenio Martínez, siguiendo las brigadas primera, cuarta y segunda, de la Primera División de Infantería, al mando, respectivamente, de los CC. generales Miguel V. Laveaga, Lino Morales y Francisco R. Manzo.
A continuación, la artillería de grueso calibre, que llevará como sostén a la octava brigada de infantería de la primera división, que es al mando del C. general Francisco T. Contreras; yendo a continuación las brigadas quinta y sexta de la Primera División de Infantería, y la fracción de la Segunda División de Infantería, al mando, respectivamente, de los CC. generales Gabriel Gavira, Cipriano Jaimes y Fermín Carpio.
Extrema retaguardia. Brigada de caballería, al mando del C. coronel Cirilo Abascal, de la expresada Segunda División del Noroeste.
Los jefes de brigada dispondrán, dentro de este orden, el que corresponda a sus respectivos batallones.
Las impedimentas marcharán a la retaguardia de cada brigada, y entre cada una habrá una distancia de 200 metros, debiendó ser de un kilómetro la que haya entre la fracción de la segunda división y la extrema retaguardia.
Cada jefe de brigada deberá ir al frente de sus fuerzas, teniendo especial cuidado de que no se pierda la distancia y de que se conserve la formación y colocación que corresponda, para en un caso dado, tomar dispositivo de combate.
Se dispone, igualmente, que todas las impedimentas que no fueren indispensables, deberán regresarse en los trenes, mañana, a primera hora.
Lo que se comunica para su conocimiento y cumplimiento.
D. O. S. Sáenz.
PREPARATIVOS DE AVANCE
Este mismo día ordené que fueran dadas a las tropas sus raciones de víveres para la marcha, habiendo recibido cada soldado provisiones para cinco dlas, y con ello quedaron agotadas todas las existencias en la Proveeduría.
Aunque mi herida no había cicatrizado por completo, y aún me causaba agudísimos dolores, desde hacía varios días ensayaba montar a caballo y, por lo tanto, en aquella fecha, me encontraba en condiciones de entrar en combate, yendo al frente de la columna.
El día 6, de acuerdo con las órdenes del día anterior, a la hora señalada, estaban las tropas en formación, quedando colocada a la vanguardia la Segunda División de Caballería, al mando del general Murguía, y la marcha se emprendió en la forma que estaba prevenida.
Los trenes, inclusive el del Cuartel General, con el general Diéguez, empezaron a la misma hora a hacer su salida al Sur, encargándose de este movimiento el C. teniente coronel Paulino Fontes, jefe de trenes militares del Ejército de Operaciones, quien recibió órdenes de salir él, en último término, y destruir un tramo de vía en Los Salas, entre Encarnación y Lagos, para prevenir cualquier movimiento que el enemigo intentara hacer por ferrocarril al Sur.
La ruta que debía seguir la columna era por un terreno muy accidentado, hasta la hacienda Las Rosas, dejando al Poniente el cerro del Gallo, que es uno de los más elevados en aquella región.
La división de caballería, comandada por el general Castro, marchaba también en el avance general, inclusive las fuerzas que de dicha división habían estado destacamentadas en la hacienda Los Sauces, las que fueron relevadas por las del general Triana.
SE INICIA EL COMBATE
Habíamos caminado 8 kilómetros, cuando la vanguardia descubrió y atacó por sorpresa a un grupo de caballería enemiga, que se encontraba en un rancho que está frente a la hacienda Los Sauces, haciéndole regular número de muertos y capturándole un oficial. Éste informó, con algunos detalles, sobre el número de tropas que había en las haciendas Las Rosas y San Bartolo.
Al escuchar el fuego del combate que libraba nuestra vanguardia, forcé un poco la marcha de las infanterías, y trasmití órdenes al general Murguía para que hiciera alto con su división.
Llegábamos al sitio donde se encontraba el general Murguía, cuando el enemigo, reforzado con las caballerías que venían en su auxilio, empeñaba de nuevo combate con parte de las caballerías nuestras. Entonces ordené al general Triana, quien ya se había incorporado de la hacienda Los Sauces, que avanzara sobre unas lomas altas, que quedaban a nuestra derecha y en las que estaban tomando posiciones los villistas, con aparente intención de efectuar un movimiento de flanco. Hice entrar en acción, también, para contrarrestar aquel intento de los villistas, la brigada al mando del general Alejo G. González, y las infanterías del general Eugenio Martínez.
El enemigo, aunque estaba siendo reforzado, no pudo contener el avance de los nuestros, y después"de un combate de dos horas, empezó a replegarse, batiéndose en retirada.
De nuevo se puso en marcha el resto de la columna, sin dejar de escucharse el fuego, mientras que nosotros avanzábamos, con las fuerzas que habían desalojado al enemigo de sus primeras posiciones, y al caer la tarde nos incorporamos a la hacienda Las Rosas, donde encontramos un represo con agua en abundancia.
Allí pemoctamos esa noche, sin perder el dispositivo de combate, y el enemigo, por su parte, desplegaba sus primeras líneas de tiradores, a una distancia aproximada de 3 kilómetros de las nuestras del frente.
El general Maycotte había avanzado por el camino que conduce a la hacienda San Bartolo y fue atacado por el enemigo, obligándolo a reconcentrarse en nuestro campamento.
Durante los combates de este día se hicieron al enemigo más de 100 bajas; teniendo que sufrir, por nuestra parte, alrededor de 25, entre muertos y heridos, contándose entre los últimos un capitán del 20° Batallón de Sonora.
En la marcha de la columna ocurrió un lamentable incidente: hicieron explosión las bombas de dinamita, que eran conducidas en un carro del cuerpo de dinamiteros, y a consecuencia de esa explosión tuvimos 27 bajas, entre muertos y heridos, contándose, entre los últimos, el general Contreras. Todos nuestros heridos fueron eficazmente atendidos en la hacienda Las Rosas por el coronel Osornio, médico de mi Estado Mayor.
Durante la noche el enemigo estuvo haciendo movimientos, y con este motivo fueron constantes los tiroteos rumbo al valle.
Al amanecer del día siguiente subí a la azotea de la casa principal de la hacienda, con objeto de explorar el campo enemigo, habiendo logrado descubrir, desde luego, sus posiciones, debido a la corta distancia que guardaban de las nuestras. Por el camino que seguimos, a la derecha, sobre el valle donde empiezan los llanos, y a nuestra izquierda, desde la orilla del camino, y siguiendo los atrincheramientos de piedra, que sirven de cercado a la hacienda San Bartolo y que se prolongan por el cerro que lleva este nombre, y por los que siguen al Poniente, hasta terminar en el cerro del Gallo, estaba tendida una cadena de tiradores, también de caballería, pero desmontados y ocultando sus caballos en las mismas trincheras. Esta línea medía no menos de 7 kilómetros.
Era, pues, imposible continuar nuestro avance, antes de desalojar de sus posiciones a los reaccionarios.
SEGUNDO DÍA DE COMBATE
Entonces acordé el siguiente dispositivo de ataque:
Con las brigadas de infantería de los generales Martínez y Gavira, y la de caballería del general Maycotte, atacaría yo el centro de la línea enemiga; el general Laveaga, al frente de su escolta y la de mi Cuartel General, avanzaría por las estribaciones del cerro del Gallo, para atacar la línea enemiga por el flanco; simultáneamente, nuestra artillería, que ya estaba emplazada adelante de la hacienda Las Rosas, y frente al cerro de San Bartolo, quedando a las órdenes del general Hill, quien dirigía el ataque sobre dicho cerro, abriría sus fuegos en las direcciones que el mismo general Hill indicara; y entretanto, los generales Castro y Murguía avanzarían con sus caballerías por el valle, para desalojar al enemigo que estaba posesionado de algunas pequeñas haciendas.
El movimiento se inició como a las nueve de la mañana del citado día, teniendo que hacer nuestras tropas su avance por un terreno completamente plano, y sobre un enemigo ventajosamente atrincherado.
En pocos momentos, el fuego se había generalizado; el enemigo no tenía artillería de grueso calibre, pero hacía funcionar, al mismo tiempo que su fusilería, un regular número de ametralladoras y fusiles Rexer.
El general Martínez no tardó en posesionarse de una pequeña loma, a distancia de unos 400 metros de la línea del enemigo, haciendo, desde allí, muy eficaz su fuego sobre éste; el general Laveaga atacaba con vigor la extrema izquierda; el general Hill ordenaba el avance del 20° Batallón y parte de la 2a. Brigada, al mando del general Manzo, protegiéndolo con los fuegos de nuestra artillería, llevando como objetivo el cerro de San Bartolo, y al mismo tiempo los generales Murguía y Castro emprendían su avance por el valle.
El enemigo, a pesar de que ocupaba magníficas posiciones, que le permitían batirse ventajosamente, hizo poca resistencia, y empezó a replegarse tan pronto como se dio cuenta de la superioridad numérica de nuestras tropas atacantes, y de la eficacia de los fuegos de nuestra artillería de grueso calibre, que ellos no podían contrarrestar, porque, según lo dejo indicado, carecía de esta arma.
La retirada del enemigo se inició por el centro, que era atacado más de cerca por las fuerzas del general Martínez, siguiendo .la fuga del ala derecha, y, por último, la de las fuerzas de caballería que estaban posesionadas del cerro de San Bartolo, y de las que ocupaban algunas haciendas en el valle.
Sin demora emprendimos la persecución del enemigo, que huía sin intentar siquiera hacer fuego en retirada, persecución que se continuó hasta adelante de la hacienda de San Bartolo, haciendo nuestras fuerzas un rodeo al cerro del mismo nombre, a cuyo pie se encuentra situada dicha hacienda.
A la hacienda de San Bartolo llegamos a las doce del día, y de allí dirigí correos a los generales Hill, Castro y Murguía, ordenándoles que, con el resto de las fuerzas de la columna, violentaran su marcha, hasta incorporarse a mi campamento.
Las trojes de la citada finca estaban ardiendo, pues les habían puesto fuego los últimos reaccionarios, en su huida, y nosotros logramos extinguir el incendio antes de que se comunicara a otras dependencias de la hacienda.
En aquel lugar tomaron algún descanso las tropas, excepto la escolta del Cuartel General, la que, comandada por su jefe, el teniente coronel Lorenzo Muñoz, de mi Estado Mayor, había continuado la persecución del enemigo, y se batía con él en la inmediata hacienda de Tequesquite, donde los villistas resistían con éxito, hasta que, al fin, fueron desalojados, cuando la brigada del general Jesús S. Novoa entró al ataque, en combinación con mi escolta, por órdenes que le comuniqué oportunamente.
Para la una de la tarde se habían incorporado ya todas las fuerzas, y cuando hubieron tomado su alimento y llenado sus ánforas, se prosiguió el avance, a las 2.30 p. m., llegando una hora despues a la hacienda Tequesquite, que ya había sido ocupada por el general Novoa y el teniente coronel Muñoz. De entre los labriegos de aquella finca escogimos unos guías, que nos dijeron conocer perfectamente el terreno, y con ellos se continuó la marcha, rumbo al rancho de Duraznillo, situado ya en los llanos de Tecuán, y cuyo camino forma un ángulo recto con el que seguimos de San Bartolo. Pasamos por Duraznillo a las cinco de la tarde, no habiendo podido pernoctar allí por la absoluta falta de agua y leña. Desde aquel momento la marcha empezó a hacerse pesada, y hubimos de suspenderla a las siete de la noche, hora en que llegamos con la vanguardia frente a la Congregación de Calvillo, sin haber encontrado en el camino agua, leña ni forrajes; siendo, por lo tanto, muy crítica nuestra situación. Los guías no sabían explicar la falta de veracidad de los informes que me habían dado, sobre la abundancia de agua y forrajes por aquellos lugares.
El día terminó sin que acabaran de incorporarse las fuerzas, habiéndolo hecho hasta después de las once de la noche.
Se oponía a la continuación de nuestra marcha una 'barranca muy profunda, por donde el paso de la artillería era impracticable, por lo cual tuvimos que pernoctar en una llanura de incomparable aridez, donde los soldados no consiguieron esa noche un solo leño ni un trago de agua, ni siquiera encontraron un tronco de donde amarrar los caballos. La artillería no pudo atravesar un último barranco para llegar al centro de la columna, y quedó en uno de los extremos.
¡Nunca habíamos presentado al enemigo mejor oportunidad, que esta vez, para infligirnos una derrota!
La oscuridad de la noche puso en quietud nuestro campamento, quedando acampado el general Murguía, con su división, en la barranca de Calvillo, como a un kilómetro de nuestra línea de infantería.
Considerando que el enemigo, al día siguiente, haría un nuevo intento de contener nuestro avance, ordené que al amanecer se hiciera un movimiento general hacia nuestra derecha, por el rumbo donde, esa misma noche, algunos de nuestros soldados habían descubierto una presa con agua en abundancia.
El movimiento indicado se hizo sin contratiempo, y para las ocho de la mañana ya nuestros soldados habían hecho su almuerzo y proveídose de agua, para emprender la jornada.
En la marcha del día anterior, las divisiones de caballería habían cubierto nuestros flancos; la del general Murguía, el derecho y el izquierdo, la del general Castro, formando líneas paralelas con la de nuestras infanterías y artillería; y para emprender la marcha de este día, ordené al general Castro que pasara con su división a unirse en el flanco derecho con la del general Murguía, en virtud de que consideré peligroso el avance de esas fuerzas por la izquierda de la barranca, que va casi paralela a la línea que habíamos seguido; pero el general Castro, creyendo que ganaría terreno pasando la barranca y avanzando por el flanco izquierdo, lo hizo así.
TERCER DlA DE COMBATE
Habíamos caminado unos cuantos kilómetros cuando empezamos a escuchar un fuerte tiroteo hacia nuestro flanco izquierdo, a lo que no di yo mucha importancia, porque éstos eran incidentes ya muy comunes en nuestras marchas, y ordené que continuara el avance; pero en esos momentos el general Hill me indicó que era peligroso seguir adelante, porque el enemigo venía haciendo un movimiento general de ofensiva. Al mismo tiempo, recibía un correo del general Castro, en que me informaba que una fuerte columna enemiga lo atacaba con toda energía, pidiéndome refuerzos de infanterías para proteger con ellas su retirada; a lo que contesté ordenándole continuara su retirada, hasta incorporarse al cuadro que ya habíamos formado con las infanterías.
En seguida, me transladé a nuestra línea del Norte, por donde era ya atacada también con todo vigor la caballería del general Murguía, generalizándose a poco el combate en toda nuestra línea de fuego, que era muy extensa.
Después de proteger, con infanterías, a la caballería del general Morales, que venía siendo rechazada por el enemigo, y habiendo obligado a éste a retroceder con ese oportuno auxilio, regresé a la hacienda El Retoño, y subí a las azoteas de la casa, para observar los movimientos del enemigo.
A esa hora, comenzaron a incorporarse las caballerías del general Castro, después de haber sufrido un serio descalabro, debido a que el terreno en que tuvo que combatir, por ser muy accidentado, lo puso en condiciones difíciles para la defensa, y más aún, para la retirada.
El enemigo se había colocado también a nuestra retaguardia, apoderándose de algunos transportes y haciendo prisioneros a algunos soldados nuestros, que habían quedado un poco atrás. Nuestra línea de retaguardia fue también vigorosamente atacada, pero sin conseguir desalojar a uno solo de nuestros soldados.
Así continuamos hasta después del mediodía, y por la tarde, el enemigo había formado ya una línea de fuego, paralela a la nuestra, cubriendo, además, nuestra retaguardia.
Nuestra colocación en defensiva hacía la figura de un cuadrilongo, cuyas líneas medían aproximadamente 6 X 4 kilómetros.
La noche pasó en relativa calma, registrándose sólo ligeros tiroteos, y durante ella se hicieron más intensos los dolores de mis heridas, debido, indudablemente, a las fatigas de la marcha y combates del día.
Villa, probablemente, se dio cuenta de la ruta que intentábamos seguir y, por lo tanto, comprendió la necesidad que tenía de contrarrestar nuestro movimiento, para impedir que nos colocáramos a su retaguardia, y moralizado por los éxitos obtenidos en los combates parciales que se libraron durante el día, resolvió mover, esa misma noche, el resto de sus caballerías y su artillería, para librar, en aquel terreno, el combate que decidiría la suerte de Aguascalientes y de los restos del villismo, alentado también por las grandes ventajas que le ofrecía el terreno.
El campo que ocupaban nuestras tropas era completamente árido, y no tenía sino dos puntos con agua, uno de los cuales casi no merecía tomarse en cuenta, debido a las pésimas condiciones del líquido.
Al amanecer del día 9, el enemigo había casi cerrado el sitio a nuestro campamento, y emplazado tres baterías de grueso calibre, con las que abrió fuego sobre nuestras posiciones, tan pronto como la claridad del día le permitió fijar sus punterías. Nuestra artillería fue emplazada desde luego, para contrarrestar los fuegos de la enemiga, y el duelo entre ambas se prolongó por todo el día.
El combate no llegaba a generalizarse por completo; pero los ataques que el enemigo hacía sobre distintos puntos de nuestra línea eran muy enérgicos, y empezaban a recibirse partes de algunos jefes comunicando que el parque se les agotaba. Para entonces, no se contaba ya con reserva alguna de cartuchos.
Recibí también un parte del general Murguía, comunicándome que el enemigo cargaba sobre él, con extraordinario ímpetu, y que le era de urgente necesidad ser reforzado con infanterías y 2 cañones de montaña, pues que su situación era, a cada momento, más comprometida. Desde luego, ordené que marcharan a la hacienda de San Miguel, a reforzar al general MurgUía, las brigadas de infantería de los generales Lino Morales y Gabriel Gavira, con dos cañones de montaña.
La División de caballería del general Castro, por orden de mi Cuartel General, tomaba descanso dentro del cuadro de nuestras infanterías, a excepción de la brigada del general Maycotte, que no había tomado parte en los combates librados el día anterior por la citada División, y la cual brigada estaba cubriendo parte de nuestra línea oriente.
El mismo día se aproximó, por el oriente de nuestra línea, una columna enemiga, y el general Maycotte cargó sobre ella, habiéndola derrotado, causándole muchas bajas y un regular número de prisioneros.
La situación en que nos encontrábamos no podía prolongarse por más tiempo y, por lo tanto, resolví que al siguiente día (10 de julio), se decidiera nuestra suerte, emprendiendo un movimiento general de ofensiva. Nos quedaban cartuchos apenas para dar un asalto sobre las trincheras enemigas, y continuar el avance hasta Aguascalientes, si no éramos obligados a detener nuestra marcha; contábamos con provisiones apenas para un día, y el agua se había agotado esa tarde en uno de los tanques del campamento.
Llamé a los generales Hill, Castro, Murguía y Carpio, este último, como jefe de las fuerzas de la División del general Diéguez que marchaban incorporadas a la columna, para comunicarles órdenes personalmente. Todos ellos concurrieron, a excepción del general Murguía, quien mandó, en su representación, al C. coronel Arnulfo González, jefe de su Estado Mayor.
Entre nuestra línea Poniente y la línea de atrincheramientos del enemigo se encontraba la barranca de Calvillo que, a más de ser muy profunda, es de muy difícil acceso, siendo esto una ventaja poderosa que el enemigo hubiera tenido sobre nuestras fuerzas, si el movimiento se hacía simultáneo, pues en esta parte de la línea los nuestros tenían que hacer el descenso y ascenso a dicha barranca, bajo los fuegos del enemigo. Se hacía, pues, necesario, emprender el asalto sobre la hacienda El Maguey, situada en el extremo norte de la barranca, donde ésta es ya de poca profundidad, y sus taludes no mayores de 30 grados.
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