EL PARTIDO LIBERAL MEXICANO Chantal López y Omar Cortés CAPÍTULO OCTAVO
PLANTEAMIENTOS POLÍTICOS DEL PARTIDO LIBERAL MEXICANO De 1906 a 1908 los planteamientos políticos del Partido Liberal Mexicano estarán subordinados al éxito de la lucha armada, ya que lo fundamental en estos años es derrocar militarmente al gobierno porfirista. Plenamente convencido de la imposibilidád de desarrollar otra lucha que no fuera la armada, el Partido Liberal Mexicano sujeta su misma existencia a tal planteamiento. De aquí que constantemente se emplee el término revolución como sinónimo de lucha armada. Los integrantes del Partido Liberal Mexicano sabían qué hacer en caso de triunfar, pero no tenían la menor idea de qué hacer si fracasaban, pues la carencia de alguna opción en caso de sufrir reveses en sus planes, era notoria. Estaban seguros de que la única manera de derrocar a Porfirio Díaz era mediante una lucha armaoa;
esta idea -y la historia lo demuestra-, resultó acertada pero, desgraciadamente, no fue atinado el hecho de jugarse el todo por el todo al triunfo militar relámpago sin tener más alternativas. En este capítulo hemos incluido un solo documento ya que, pensamos, éste encierra los planteamientos políticos básicos en este periodo de desarrollo del Partido Liberal Mexicano. Subrayamos del Partido Liberal Mexicano como organización político-militar, porque, y esto es importante tenerlo en cuenta, se llega a confundir esta organización con sus dirigentes, principalmente con Ricardo Flores Magón, cultivándose la errónea concepción de que lo expresado por él, constituía la ideología del partido. Recalcamos: el Partido Liberal Mexicano, funcionó como una organización y el documento que publicamos a continuación lo comprueba, ya que contiene los conceptos que conformaban su ideología, dándole coherencia al interior así como para con el exterior. Es cierto que es en este periodo cuando Ricardo y Enrique Flores Magón, Librado Rivera, Práxedis G. Guerrero y otros miembros del Partido Liberal Mexicano hacen suyas las concepciones anarquistas, como también lo es que éstas no son en modo alguno determinantes, en estos años para el partido. Esto es, los planteamientos políticos de esta organización no se subordinan jamás -de 1906 a 1908- a las concepciones anarquistas de algunos de sus miembros y dirigentes.
Chantal López y Omar Cortés Documento N° 1 St. Louis, Mo., 12 de septiembre de 1906. Señor Presidente: Está próxima a estallar en México una revolución contra la dictadura de Porfirio Díaz, o quizá haya estallado ya cuando usted reciba la presente comunicación. Como últimamente ha circulado mucho el rumor de que el pueblo mexicano se sublevaría para arrojar del país a los extranjeros, y como pudiera creerse erróneamente que la revolución que se prepara tiene en verdad tan absurdos fines, esta Junta, bajo cuya dirección, se realizará el movimiento, ha juzgado oportuno dirigirse a los gobiernos que por el hecho de que sus nacionales tienen propiedades en nuestro país, podrían estar interesados en conocer la verdadera situación de México. Entre los gobiernos extranjeros, ninguno tendrá tanto interés en los asuntos que con México se relacionan, como el de los Estados Unidos, cuyos ciudadanos han formado en nuestra patria numerosas colonias y han invertido grandes capitales. Vamos, pues, a exponer a usted, como primer magistrado de esta nación, todo lo que consideramos necesario para demostrar que la revolución que va a estallar en México es exclusivamente contra el gobierno tiránico de Porfirio Díaz y no pretende nada contra los extranjeros en general ni contra los americanos en particular, por lo cual ningún gobierno extranjero debe creer que peligran especialmente los intereses de sus ciudadanos, ni debe intervenir en favor del autócrata Díaz, aunque éste llegue a solicitarlo. Es verdad que últimamente ha habido abierto descontento entre algunos trabajadores mexicanos por el hecho de que a los extranjeros se les paguen mejores salarios que a los nacionales por un trabajo exactamente igual, haciéndose así distinciones injustas por recomendación de Díaz; pero esto no es sino un insignificante detalle. Las causas de la revolución son más graves y en tal número, que las diferencias de salarios con los extranjeros pasan desapercibidas entre los mil motivos que todo el pueblo mexicano tiene para odiar profundamente al dictador Díaz y a sus favoritos. No son los trabajadores, sino todas las clases sociales de México, las que harán la revolución, porque todos los ciudadanos, cada cual en su esfera, tiene tremendas quejas contra el gobierno que va a caer. Esto es fácil comprenderlo por los hechos que en seguida exponemos. MOTIVOS DE LA REVOLUCIÓN. Treinta años hace que Porfirio Díaz está en el poder. Este simple hecho revela tiranía. De periodo en periodo, Díaz se ha estado reeligiendo, los primeros doce años por el fraude; el resto, por la fuerza. Los ciudadanos que pretendían ejercer libremente su derecho electoral, eran arrojados de las casillas por los soldados del déspota, y muchos fueron asesinados. Exactamente el mismo procedimiento ha sido empleado en los Estados. Los gobernadores no son escogidos por el pueblo, sino por Díaz, que los impone por la fuerza. En varios Estados el pueblo se ha organizado poderosamente y ha luchado por candidatos de su gusto, pero estas campañas siempre han terminado por matanzas de electores e imposición brutal de un favorito de Díaz. Es inútil que los ciudadanos trabajen cuanto puedan dentro de la ley por elegir gobernantes de su gusto. A la hora de las elecciones son asesinados o arrojados de las casillas por los esbirros del dictador. No le queda más recurso al pueblo que procurarse por la fuerza de las armas la libertad que jamás ha podido alcanzar por medios pacíficos. Las autoridades así elevadas, ven al pueblo como enemigo y están en guerra con los ciUdadanos, a los que causan todos los males posibles. La misión de las autoridades en México consiste en robustecer su dominio y en envilecer al pueblo; escatiman la instrucción, procuran que el trabajador gane poco, para que la miseria lo embrutezca y le quite todo aliento para ocuparse en políticá, encarcelan a los periodistas u oradores que hablan de libertad, y en cambio subvencionan con dinero que se podría emplear en escuelas, a escritorzúelos venales que elogian desenfrenadamente la dictadura. Dueños del poder con tal absolutismo, los funcionarios roban y matan a los ciudadanos, violan a las mujeres y cometen todo género de crímenes. Díaz sostiene a todos estos pícaros para ser sostenido por ellos; así todos los opresores están unidos y disciplinados. Es inútil quejarse ante los tribunales; los jueces son nombrados por el dictador y los gobernadores, y tienen orden de desechar sistemáticamente toda acusación contra un funcionario. Todos los que ocupan puestos públicos son igualmente bribones y se protegen unos a otros. El pueblo queda en el caso de hacerse justicia por sí mismo, como se la hará. Mientras que con los mexicanos son tan despóticas las autoridades, con los extranjeros son excesivamente amables, hasta serviles. Prestan al'extranjero toda la protección que desea, lo cuidan, lo ayudan en sus empresas y tienen para él leyes y tratamientos especiales. De aquí proviene que los extranjeros, por gratitud hacia tantos beneficios, hablan con elogio de Díaz y su gobierno, sin cuidarse 1e dirigir una mirada a las desventuras del pueblo mexicano. Así es como Díaz ha logrado formarse una buena reputación en el extranjero, para contar con la ayuda de otros gobiernos para sostener su tiranía. Los que califican al pueblo mexicano de turbulento y los que le atribuyen malos sentimientos, deben considerar la suma de paciencia y de bondad que ha necesitado ese pueblo para tolerar, por puro amor a la paz, tantos ultrajes como ha recibido en la larga época de la dictadura porfirista. Ahora ya se ha colmado la medida y la paciencia del pueblo se ha acabado. El despotismo brutal que a grandes rasgos dejamos descrito, pesa sobre todas las clases sociales y a todas las precipita a la revolución. Todos los ciudadanos por igual están amenazados de perder su propiedad, su vida o el honor de su familia femenina en manos de los funcionarios porfiristas, y se ha hecho general el sentimiento de que, antes que vivir bajo tal régimen de barbarie, es preferible exponer la vida en los campos de batalla para conquistar la libertad. Pero no es esto todo. Sobre estos males que a todos perjudican y a todos hieren, hay otros que afectan más directamente a determinada clase. Nos referimos a los trabajadores. La gran mayoría de las negociaciones mineras e industriales, en muchas de las cuales está interesado el dictador, roban verdaderamente al obrero de un modo que no se toleraría en ningún país civilizado, y lo ultrajan igualmente. Aparte de que desempeña el trabajador labores de doce o más horas por un salario medio de $0.50, se le descuentan arbitrariamente de su infelíz jornal varias cantidades, ya por multas, que se imponen con cualquier pretexto, ya para fiestas cívicas y religiosas que se le obliga a celebrar, ya para
pagar un médico que nunca presta sus servicios al trabajador mexicano, ya, en fin, para la compra de ciertos materiales necesarios para el trabajo que en ninguna parte del mundo son pagados por el obrero. Ya con estos descuentos, el jornal queda bastante mermado, pero todavía tiene que sufrir otra rebaja importante. Las negociaciones establecen una tienda con todo género de mercancías, aunque se encuentren en centros donde hay otros comercios, y para obligar a sus trabajadores a que consuman efectos de dicha tienda, que es conocida y anatematizada bajo el nombre de tienda de raya, emplean varios procedimientos abusivos. Uno de ellos consiste en no hacer los pagos en dinero efectivo, sino en boletas que tienen inscrito cierto valor. Estas boletas, expedidas por la negociación, sólo tienen valor en la tienda de la misma, y así el trabajador se ve impelido precisamente a ser consumidor de la tienda de raya. Asegurada así la clientela, la tienda de raya vende artículos de pésima calidad a precios exhorbitantes, y el obrero, que no posee más valores que las boletas con que le pagan, se ve obligado a pagar por una mercancia dos o tres veces más de lo que vale. Todo esto es contrario al Código Penal de México, pero Díaz lo tolera y lo recomienda, bien por el interés que tenga en la negociación o bien porque ésta sea extranjera y el dictador espera que los agradecidos propietarios hablarán bien de su gobierno en otro país. Cuando el obrero es pagado en efectivo, la negociación tiene el cuidado de hacer los pagos cada mes vencido o cada quince días, de manera que el trabajador que no tenga dinero en caja cuando comienza a trabajar, necesita pedir adelantado para ir subsistiendo mientras llega el día de pago. En estos casos, la negociación da vales para la tienda de raya, y ésta, en cambio de un vale de $0.50, por ejemplo, dá malos efectos que no valdrán más de $0.25.
El obrero tiene que recurrir diariamente a estos vales para vivir, y el día de pago resulta que ya tiene pedido lo ganado y no puede disponer de la menor cantidad en efectivo. Con tales sistemas, las negociaciones roban vilmente al trabajador la mitad de su salario y no le dejan sino lo estrictamente preciso para no morir de hambre. Esa es la situación general. En algunos lugares hay salarios de $1.00 hasta $2.50, pero esto es excepcional, y además, en los lugares en que hay tales salarios, la vida es demasiado cara y los abusos cometidos con el trabajador mexicano son los mismos. Los trabajadores extranjeros, así sean japoneses, ganan más que los mexicanos en la misma labor, y son mejor tratados. Esto depende de las recomendaciones de Díaz a los patronos. Los mexicanos saben que los patrones extranjeros, por sí mismos, nunca hubieran hecho las distinciones que ahora se ven; pero han visto que el mexicano es despreciado por su gobierno y han recibido terminantes instigaciones de Díaz para que den preferencia a los extranjeros, y han tenido que obrar así. Por tanto, el pueblo mexicano no odia a los extranjeros, ni quiere perjudicarlos, pues comprende que todo lo que sucede es por culpa del dictador; odia a Porfirio Díaz y sobre este tirano caerán únicamente sus cóleras. El trabajador del campo está todavía en peores condiciones. En Yucatán, Chiapas, Campeche, Tabasco, Oaxaca, Veracruz y parte de otros Estados, es esclavo. Un señor territorial tiene derecho de propiedad, no sólo sobre el peón, sino sobre su familia y su descendencia. Los esclavos están encerrados en la finca en que trabajan: en ella nacen y en ella mueren. Los que salen de esos presidios agrícolas, lo consiguen sólo por medio de la fuga, exponiéndose a mil peligros. Estas fincas están vigiladas por tropas del gobierno, pues los peores esclavistas son los gobernadores de los Estados citados, a los que Díaz protege. Estas tropas persiguen a los prófugos esclavos y los matan. En las fincas se aplica a los esclavos, ¡aún a las mujeres! la pena de azotes y otros tormentos, en los que muchos infelices han muerto. En los tribunales de Yucatán hay muchas acusaciones por estos delitos contra los esclavistas, presentadas por hombres valerosos y rectos que no han podido ver con calma estas infamias; pero tales acusaciones jamás han tenido resultado. Los que han defendido a los esclavos han sido perseguidos. Tomás Pérez Ponce y Carlos P. Escoffié, periodistas que han denunciado la esclavitud, acaban de ser condenados, el primero a cuatro años y el segundo a dos años de presidio en Mérida, Yucatán. Otros trabajadores del campo, en el resto del país, no sufren tal esclavitud, pero están muy cerca de ella. El jornal medio es de $0.25, y no se les paga en efectivo, sino en un poco de maíz y frijol que les sirve para alimentarse miserablemente. Los propietarios aseguran que lo que dan en mercancfas a los peones vale más que lo que éstos ganan, y de este modo logran en algunos años hacer pesar sobre los peones una deuda fabulosa, que obliga al jornalero a trabajar toda la vida para el mismo amo, pues no puede dejarlo para buscar trabajo mejor en otra parte, porque seria perseguido por la deuda. Cuando el jornalero muere, la deuda pasa a sus descendientes, y así resulta que familias enteras son, por generaciones, esclavas de un solo señor territorial. Tanto los trabajadores de minas e industrias, como los jornaleros del campo, han hecho huelgas, pero apenas iniciados sus trabajos, han sido atropellados por las tropas del gobierno y obligados por la fuerza a continuar trabajando en las condiciones miserables que dejamos descritas. La generalidad de los proletarios están convencidos de que no podrán obtener el menor mejoramiento mientras subsista la dictadura de Díaz, y están deseosos de acabar con la actual tiranía para establecer un gobierno honrado que con imparcialidad garantice lo mismo al trabajo que al capital los derechos que cada uno tiene según la ley. Para enriquecerse Porfirio Díaz y enriquecer a sus favoritos, ha estado contratando frecuentemente empréstitos extranjeros que hacen pesar sobre la nación una deuda gigantesca. Díaz no acostumbra dar cuenta de sus actos al pueblo, y por tanto no se sabe a punto fijo a cuánto asciende la deuda nacional, pero según los mejores cálculos, esta deuda no baja de mil quinientos millones de pesos. En la actualidad el gobierno de Diaz está negociando un nuevo empréstito de cuarenta millones y esto ha contribuido en gran manera a hacer que se desborde el descontento. El pueblo mexicano no quiere más cargas, no quiere verse más tarde en serios compromisos para pagar un dinero que sólo slrvió para enriquecer a los opresores, y por medio de la revolución hará imposible que se aumente la deuda nacional con el empréstito que Díaz está negociando ahora. Estas son las causas principales de la revolución. El salvajismo desplegado por la dictadura para mantener al pueblo mexicano en la opresión, justifica plenamente el levantamiento que va a estallar, y si se tiene en cuenta lo brutal y bárbaro del régimen a que México ha estado sometido, lo que debe asombrar no es que la revolución estalle ahora, sino que no haya estallado mucho antes. POPULARIDAD DE LA REVOLUCIÓN. Las causas que producen la revolución en México, producirían el mismo efecto en cualquier otro país. Una revolución no es cosa que pueda hacerse por el capricho de uno o de algunos hombres, sino por la voluntad, o más propiamente, por la necesidad de todo un pueblo. Cuando millares de hombres se lanzan a desafiar la muerte, abandonando su tranquilidad, su familia, sus intereses, no es seguramente por sport ni por complacer al primero que los invita a la revuelta, sino por motivos muy superiores y por serias necesidades. Con esto queremos decir que nosotros, los miembros de la Junta Organizadora del Partido Liberal, no debemos ser considerados como los únicos autores de la revolución contra Díaz; esta revolución se realiza por si misma, independientemente de la voluntad de tales o cuales individuos; es un fenómeno social que nosotros no podríamos ni producir ni evitar; es obra de todo el pueblo en general, pero de ningún individuo en particular. Nosotros simplemente encauzamos la revolución, la dirigimos hacia un fin benéfico, la organizamos para que no se produzca el caos. La lucha que desde hace seis años hemos venido sosteniendo contra la dictadura, ha hecho que el pueblo nos aprecie, tenga confianza en nosotros y nos encomiende la dirección del movimiento. No diremos que nosotros somos arrastrados por el pueblo contra nuestras propias ideas; sencillamente obramos de acuerdo con nuestros conciudadanos y, como ellos, profesamos la convicción de que la revolución es necesaria para el bien de nuestra patria. Reconocemos las responsabilidades de nuestro puesto en el movimiento, y las aceptamos sin vacilar, con la conciencia de que nuestra conducta es patriótica y honrada. Cuando una revolución no es popular, cuando la hacen algunos individuos por intereses personales, con el objeto de medrar, se necesitan enormes sumas de dinero, se compran partidarios, y la revolución es sostenida por capitalistas que esperan resarcirse con creces de los fondos que han gastado, cuando sean dueños del poder. No sucede esto en nuestro caso. Nosotros no hemos gastado ni un solo centavo en procurarnos partidarios por interés; ni siquiera hemos dado armas a los que van a levantarse. Ellos obran espontánea y desinteresadamente, y ellos mismos se han procurado los elementos que necesitan para la lucha. No es un individuo, sino el pueblo en general, el que ha contribuido desde hace seis años para sostener nuestros trabajos. Todo esto prueba patentemente que la revolución no es obra de algunas personalidades que quieran medrar, sino obra del pueblo en masa que quiere libertad y justicia para todos. Los paniaguados de Díaz hacen burla de nuestra pobreza y la quieren hacer aparecer como un motivo para el desprecio. Sin embargo, a pesar de nuestra pobreza, siempre nos han temido, lo que se prueba con las innumerables persecuciones que se nos han hecho sufrir, llegando el dictador últimamente hasta el grado de pedir a usted, señor presidente, que nos suprima y suprima nuestro periódico. Si somos tan despreciables e insignificantes, ¿cómo es que Porfirio Díaz nos teme? ¿Cómo es que millones de mexicanos están con nosotros? ¿Cómo es que hoy encabezamos esta revolución formidable que va a derribar a un gobierno que se tiene por poderoso? No decimos esto por vanidad, sino para probar que no se necesita dinero para propagar buenas ideas y ser secundado por millones de hombres en la defensa de una buena causa. Cuando los pueblos, por su propio interés, se levantan en masa contra un despotismo, no necesitan de los capitalistas. Este es el caso de México. Los que a van a levantarse no son los mercenarios de un grupo enriquecido; son ciudadanos de todas las clases sociales que obran por su espontánea voluntad y por su propio interés, y se lanzan a la lucha con sus propios elementos. Esto prueba, repetimos, que la revolución es enteramente popular, y por tanto, justa, producida por un sentimiento unánime de descontento hacia el actual estado de cosas, y poderosa, con el poder formidable que resulta de los esfuerzos de todo un pueblo, encaminados a un solo fin. FUERZA DE LA REVOLUCIÓN. A primera vista, puede parecer que una revolución que se ha hecho sin dinero, no tiene ninguna importancia ni ninguna fuerza, y será aplastada en un momento por la dictadura, que tiene millones de pesos a su disposición y cuenta con un ejército de sesenta mil hombres. Para que se comprenda la debilidad de la dictadura, debemos advertir que la mayoría de los soldados han sido llevados al ejército por la fuerza y están tan descontentos del actual gobierno, como el resto del pueblo. Los soldados mexicanos son cruelmente tratados por sus jefes superiores, y no disfrutan de ninguna libertad. Se les tiene siempre encerrados en los cuarteles, como prisioneros, pues estando en las filas contra su voluntad, se teme que se fuguen si se les deja salir. Además, por las faltas más insignificantes, se imponen a los soldados castigos feroces. Como la dictadura no cuenta con la adhesión de las tropas, considera que sólo por la crueldad podrá mantener la disciplina. Las filas del ejército han llegado a ser un lugar de castigo usado especialmente para los ciudadanos que son desafectos al gobierno. Muchos periodistas y oradores independientes han sido enviados al ejército, en castigo de su altivez. Estos enemigos de Díaz han hecho propaganda entre los demás soldados que sufren el yugo militar, y así los cuarteles se han ido haciendo focos de descontento. Los oficiales del ejército que en su mayoría son jóvenes y honrados, que ganan poco sueldo y reciben mal trato de los jefes superiores, también están descontentos y no tienen disposición de sostener a la dictadura. La generalidad de los soldados y la gran mayoría de los oficiales están resueltos a levantarse contra Porfirio Díaz. Los únicos adictos al autócrata -y esto con algunas excepciones-, son los altos jefes; pero es de suponerse que será de poca utilidad para la dictadura contar con muchos generales y con unos cuantos soldados. No solamente contará la revolución con una gran parte del ejército; su fuerza principal consiste en que casi no habrá ciudad o aldea en que los ciudadanos no se levanten contra las actuales autoridades. De uno a otro extremo del país, el pueblo se levantará contra los opresores. Las fuerzas revolucionarias encontrarán en todas partes simpatía y apoyo;
las pocas fuerzas que queden a la dictadura, serán, por el contrario, hostilizadas en dondequiera que se encuentren, porque la dictadura es general y profundamente odiada. Con los elementos materiales que hemos señalado y con el apoyo moral de las simpatías generales, la fuerza de la revolución es incalculable y su triunfo seguro en breve tiempo. FINES DE LA REVOLUCIÓN. La revolución no se hace por encumbrar a tal o cual personalidad, y en esto se distingue también de las revueltas que se hacen únicamente con dinero. No tenemos candidato para la presidencia de la República ni para otros puestos importantes. Al triunfo de la revolución, esta Junta se encargará provisionalmente del gobierno, y convocará al pueblo a elecciones. El pueblo eligirá sus nuevos gobernantes, y los ciudadanos favorecidos por el voto público tomarán desde luego posesión de sus cargos, mientras que esta Junta se disolverá. El nuevo gobierno tendrá la obligación de llevar a la práctica el Programa del Partido Liberal que es precisamente el objeto de la revolución. Acompañamos a la presente un ejemplar de dicho Programa (*). Como verá usted, este Programa está inspirado en principios de equidad. Con relación a los extranjeros, sólo prohibe la inmigración china y hace obligatoria la nacionalización de los extranjeros que adquieran bienes raíces. Por supuesto que esto sólo se hará efectivo con los extranjeros que adquieran dichos bienes después de que se expida esta ley; los que los adquirieron con anterioridad, no sufrirán los efectos de la nueva ley que no puede tener carácter retroactivo. Según el mismo Programa, se expedirá una ley que obliga a los propietarios de terrenos a cultivar todos los que posean, bajo la pena de perder lo que dejen sin cultivo. Como los extranjeros podrían objetar a esta ley y aún crear al gobierno de México dificultades con otros gobiernos, lo más conveniente es que, en lo sucesivo, los poseedores de la tierra sean mexicanos. Si esta condición no conviene a los extranjeros y desean, sin embargo, invertir su capital en nuestra patria, pueden hacerlo en otras muchas empresas que no sea la agricultura. El campo del trabajo es demasiado vasto, y el extranjero que en cualquier forma desee contribuir al desarrollo de nuestro país, encontrará en él todas las garantías que necesite. Porfirio Díaz, que ha acostumbrado gastar quinientos mil pesos anuales para anunciarse en el extranjero, ha hecho creer a fuerza de repetirlo, que sólo bajo su gobierno pueden tener garantías en México los extranjeros. Esto es falso de todo punto. Lo que en realidad ha hecho Díaz ha sido poner en peligro a los extranjeros, pues al tratarlos mucho mejor que a los mexicanos, ha hecho lo posible por crear odios de raza y provocar serios conflictos entre nacionales y extranjeros. Gracias a que el pueblo mexicano ha tenido cordura, esos conflictos no se han producido. En lo sucesivo, mexicanos y extranjeros serán igualmente bien tratados en México: ésta será la mejor política, porque concederá a todos las mismas garantías y dará por resultado la armonía entre el pueblo mexicano y los otros pueblos. Por no hacer más extensa la presente, nos abstenemos de hablar de algunos puntos del Programa que únicamente pueden interesar a los mexicanos y no tienen importancia para los extranjeros. LA ACTITUD QUE ESPERAMOS DE LOS ESTADOS UNIDOS. Siendo exclusivamente contra el gobierno de Porfirio Díaz la revolución de que venimos hablando, es decir, tratándose de política interior de México, salta a la vista que los Estados Unidos no tienen derecho ni motivo de intervenir en la contienda. Sin duda que esto mismo pensará usted sin que nosotros se lo indiquemos; pero Porfirio Díaz puede pensar lo contrario y solicitar en su favor la intervención americana, y en previsión de tal caso, vamos a exponer a usted brevemente algunas razones que deben ser tomadas en cuenta para desechar la solicitud del dictador, en caso de que llegue a presentarla. En primer lugar, la revolución, como lo hemos repetido, no es contra los extranjeros en general ni contra los americanos en particular. En la proclama que expedirá esta Junta al iniciarse la revolución y en las que lanzarán todos y cada uno de los grupos revolucionarios que se levanten, hay una cláusula haciendo constar que los revolucionarios nada pretendemos contra los extranjeros, cuyas vidas y propiedades protegeremos en cuanto nos sea posible. Recordamos a los extranjeros el deber que tienen de ser neutrales en nuestros asuntos políticos anteriores y advertimos que sólo trataremos como enemigos a aquellos extranjeros que, faltando a la neutralidad, se pongan al servicio de la dictadura y combatan contra nosotros. Todas las fuerzas revolucionarias se sujetan a las instrucciones de esta Junta. Por lo demás, antes de que la Junta ordenara que los extranjeros fueran respetados, ya los revolucionarios, por su propia inspiración habían solicitado que se pusiera en las proclamas la cláusula de referencia. En consecuencia, los extranjeros nada tienen que temer de los revolucionarios, mientras permanezcan neutrales, pues es claro que si toman parte activa en la contienda, tendrán que atenerse a las consecuencias. Es cierto que algunos perjuicios ocasionará el estado de guerra, pues aunque se procurara no suspender el tráfico general, habrá puntos en que no se podrá evitar una paralización de trabajo y de transacciones; pero esto será transitorio, porque la revolución no tardará en triunfar, restableciéndose la paz. Porfirio Díaz comenzará por presentar la revolución como un motín sin importancia, provocado por unos cuantos trastornadores y acabará por solicitar el auxilio de los Estados Unidos para sofocar la insignificante revuelta. Llamamos especialmente la atención de usted sobre el hecho de que Porfirio Díaz tiene en este momento un ejército de sesenta mil hombres y todos los recursos con que puede contar un gobierno instituído. Si con tales elementos no puede sofocar la revolución, este simple hecho bastará para probar que la revolución es mucho más poderosa que el gobierno de Díaz, y si la revolución es tan poderosa, es porque la hace todo el pueblo. Cuando el autócrata se vea perdido, solicitará el apoyo de los Estados Unidos, asegurando que los intereses de los ciudadanos americanos en México corren peligro con los revolucionarios o con el gobierno que se establezca después de la revolución. También asegurará el dictador que el pueblo mexicano verá con gusto la intervención de los Estados Unidos y hasta les agradecerá que vayan a establecer el orden perturbado por algunos ambiciosos. Todo esto será falso. El pueblo mexicano que hace la revolución contra Porfirio Díaz no puede desear que un poder extranjero vaya a sostener al agonizante despotismo con el pretexto de restablecer la paz. Por lo demás, la intervención armada de los Estados Unidos en México, no restablecerá la paz; por el contrario, haría más terrible y más prolongada la guerra. El pueblo mexicano se sentiría ultrajado por la intervención americana armada y la combatiría con todas sus fuerzas. Lo que hubiera sido una simple intervención contra Porfirio Díaz, de corta duración y que no amenazaba los intereses americanos, se convertiría, con la intervención de los Estados Unidos, en una guerra internacional que ocasionaría perjuicios enormes a los dos países en lucha. Nos parece absurdo que los Estados Unidos, por el solo gusto de mantener al gobierno de Díaz, provocaran una guerra que, cualquiera que fuera su resultado, les costaría muchas vidas y la destrucción de intereses enormes, y por tanto, no nos extenderemos en considerar esta posibilidad. De todo lo anterior se desprende que los Estados Unidos, no sólo por respeto a la independencia de México, sino por conveniencia propia, deben permanecer neutrales ante la próxima revolución. Esperamos que usted, señor presidente, observará con sereno juicio los acontecimientos que van a desarrollarse, y abrigamos la seguridad de que los mismos hechos lo convencerán de que la revolución es enteramente popular y la caída de la dictadura inevitable en un corto plazo. Puesto que la revolución no ataca a los extranjeros y puesto que el nuevo gobierno prestará completas garantías a los ciudadanos de otros países y mantendrá cordiales relaciones con los demás gobiernos, no hay motivo alguno para que un poder extraño pretenda entorpecer los legítimos esfuerzos del pueblo mexicano por liberarse de un intolerable despotismo y establecer un gobierno honrado y justo. Nos es altamente satisfactorio subscribirnos de usted afmos. attos. S.S. Junta Organizadora del Partido Liberal Mexicano Nota (*) Véase, López, Chantal y Cortés, Omar, El programa y Manifiesto a la Nación del Partido Liberal Mexicano de 1906, México, Biblioteca Virtual Antorcha, primera edición cibernética, julio el 2005.
(1906-1908)
Mr. Theodore Roosevelt, Presidente de los Estados Unidos de América.
Washington, D.C.
Presidente: Ricardo Flores Magón.
Secretario: Antonio I. Villarreal.