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4.5. La expedición del Conde Emich de Leisingen.

La expedición comandada por el Conde Emich de Leisingen fue, sin duda, la que más consistencia y organización tuvo en el terreno militar. De hecho, constituyó la única, dentro de la pluralidad de expediciones que conforman lo que se conoce como cruzada popular, que fue dirigida por señores laicos, ajenos, hasta cierto punto, al movimiento monástico eremita. Tanto Gautier Sans-Avoir como Pedro el Ermitaño, Gottschalck y Volkmar eran, todos ellos, miembros del eremitismo. Predicadores religiosos que desconocían los conceptos de organización y disciplina propios del campo militar. No tenían la menor idea de tácticas y estrategias bélicas, ni tampoco del uso del instrumental militar, en cambio, en el caso de esta quinta expedición, sí existió todo ese cúmulo de conocimientos estrictamente militares.

Todo parece indicar que esta expedición reunió contingentes tan o más importantes en número que los reunidos por Pedro el Ermitaño, puesto que la participación de varios señores feudales, tanto alemanes como franceses, le otorgó una dimensión particular y única en el seno de la cruzada popular. Mucho más parecida a las expediciones que conformarán la cruzada señorial o de los Barones, la expedición comandada por el Conde Emich se constituirá en una especie de eslabón que unirá los conceptos de cruzada popular y cruzada señorial en un todo único denominado primera cruzada. Marcada por el criterio antisemita que caracterizó a las expediciones de Gottschalck y Volkmar, ya que su organización tendría también como uno de sus objetivos la eliminación de los practicantes de la religión mosaica, esta quinta expedición se iniciará el día 3 de mayo de 1096 con un masivo exterminio de los judíos residentes en la ciudad de Spira.

Después de la masacre de Spira, pasarían aquellos soldados de Cristo a la ciudad de Worms, a donde arribarían el 18 de mayo, y de nuevo los judíos de la ciudad serían perseguidos y asesinados, según relatan las crónicas, durante dos días consecutivos. Posteriormente, las huestes comandadas por el Conde Emich se trasladarían a Colonia, llegando el 1º de junio, y provocando de nuevo otra masacre de judíos. Pasarían después a Metz para continuar con el exterminio de los descendientes del pueblo que según ellos crucificó a Cristo. La huella de su travesía rumbo a Tierra Santa quedaría bien marcada en las ciudades de Neus, Werelinghofen, Eller y Xamen.

Para el mes de agosto el ejército de la cruz arribó a la frontera de Hungría, enviando emisarios ante el Rey Coloman con el fin de que les permitiera atravesar su territorio. Pero el Rey húngaro se negó rotundamente. Sin embargo el Conde Emich no cambió de planes y, haciendo caso omiso de la prohibición real, penetró a territorio húngaro.

Durante ese mes, pequeños combates y escaramuzas se generaron entre el ejército de Emich y las fuerzas húngaras. Finalmente, los soldados de Cristo establecieron sitio a la ciudad húngara de Wiesselburg, y cuando todo parecía indicar que no tardaría mucho en rendirse, un golpe de audacia, realizado por los sitiados al esparcir el rumor de la inminente llegada de un numerosísimo ejército encabezado por el Rey de Hungría en auxilio de la ciudad, causó nerviosismo y desorientación entre los sitiadores quienes, dando crédito a aquel insistente rumor, no tardaron mucho en comenzar a desertar dispersándose caóticamente. El Conde Emich fue incapaz de contener a aquella auténtica desbandada, por lo que los sitiados, al percatarse de lo que estaba ocurriendo en el campo enemigo, iniciaron de inmediato un poderoso contraataque, rompiendo definitivamente el sitio de la ciudad y dándose a la tarea de perseguir a las desperdigadas fuerzas de Emich. El exterminio de aquellos soldados de Cristo, cuentan los cronistas, fue terrible, sin embargo Emich, así como parte de su alto mando, logró huir y regresar a sus dominios abandonando sus bélicas aspiraciones.


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