Índice de Por el poder de la cruz. Una breve reflexión sobre la Primera Cruzada de Chantal López y Omar CortésCapiítulo anteriorCapítulo siguienteBiblioteca Virtual Antorcha

1. De la toma de Jerusalén al nombramiento de Godofredo de Bouillon como gobernante.

Una vez conquistada la Ciudad Santa, hubo de reunirse el supremo consejo confederal cruzado para determinar las medidas a tomar en los aspectos sanitario, administrativo, gubernativo y militar.

De entre los temas tratados, el relativo al gobierno de Jerusalén generó una fuerte discusión, ya que las muertes del representante papal, Adhemar de Montiel y del obispo de Orange, dejaron sin representación a los intereses del papado. No obstante que al fallecimiento del obispo de Puy se envió un comunicado a Urbano II, los jefes cruzados no se habían enterado que desde el mes de septiembre de 1098, el Papa ya había nombrado como su nuevo representante al italiano Damberto, arzobispo de Pisa, el que de inmediato había partido con una flota pisana rumbo a Medio Oriente. Así, al no tener conocimiento de ello, los jefes de la cruz determinaron entregar el gobierno de la ciudad a un laico, es decir, a uno de ellos. Primero se le ofrecieron a Raimundo IV, Conde de Tolosa, mas éste, por sus diferencias con algunos jefes de los ejércitos de la cruz, y temiendo que las mismas pudieran convertirse en un lastre para la buena marcha de su gobierno, prefirió declinar la oferta. Después, el supremo consejo confederado ofreció el gobierno de Jerusalén a Godofredo de Bouillon, Duque de la baja Lorena, quien aceptó con la condición de que no se le llamara Rey, ni tampoco se le coronase, puesto que no deseaba atormentar su conciencia usurpando el título de Rey de la ciudad en la que Jesucristo había sido coronado con una corona de espinas, optando por ser Advocatus Santei Sepulchri, o sea, defensor consagrado al Santo Sepulcro.

Nadie puso reparo a las condiciones del Duque de la baja Lorena, por lo que agotado ese punto, pasaron a nombrar al representante del poder espiritual de la ciudad. El asunto tenía sus bemoles, ya que para nombrar a un Patriarca de una sede tan importante para el cristianismo como lo era Jerusalén, forzosamente se requería de la presencia de autoridades canónicas, para que en consejo nombrasen al encargado de ese puesto. Pero el problema que enfrentaban los guerreros de la cruz era precisamente la ausencia de esas autoridades eclesiásticas, y como no podía dejarse a Jerusalén sin representación canónica, decidieron nombrar a Arnulfo de Rhoes, obispo de Monturano, Patriarca de Jerusalén, y tras esa decisión, se acordó disolver al supremo consejo confederal cruzado.


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