6. Las consecuencias del fracaso de la cruzada real.

Muy difícil resultaba el que los dos soberanos más poderosos de la Europa latina aceptaran humildemente su derrota. Era entonces necesario echar la culpa de su fracaso a alguien, y ese alguien terminó siendo el Imperio bizantino, contra el que, particularmente el Rey francés, descargó toda la amargura de su derrota.

En efecto, para Luis VII, los culpables del fracaso de los ejércitos de la cruz no eran otros que el Emperador Manuel Comneno y todo su séquito de mal nacidos bizantinos. Tal fue la irracional manera mediante la cual Luis VII buscó ocultar su inexperiencia e ineptitud como jefe militar. Aquél odio se regó profusamente por todos los rincones de la Europa de Occidente, y a tal grado impacto a no pocos de los integrantes de la nobleza y del clero, que a punto estuvo de organizarse una expedición militar cuyo objetivo lo sería la toma de Constantinopla. Los máximos jerarcas de las dos vertientes mas importantes del movimiento monástico, el abad de Cluny Pedro el Venerable y Bernardo de Claraval, sintiéndose heridos en su inconmensurable orgullo, se pusieron de inmediato a apoyar esa loca idea. Tan sólo la neutralidad mostrada por Conrado III pudo lograr que se retardara por medio siglo el choque entre la Europa latina y el Imperio bizantino.

Para los Estados latinos, el fracaso de la cruzada real promovió el fortalecimiento del mundo islámico, en donde rápidamente se generó un sentimiento prounificador tendiente a la expulsión de los cristianos occidentales. Los musulmanes habían logrado la hazaña de hacer correr a uno de los más poderosos ejércitos de la cruz de que se tuviese memoria, y eso les envalentonó al máximo. Las consecuencias que aquel fracaso traería para con el Reino de Jerusalén no serían, en efecto, inmediatas, pero poco a poco irían irreversiblemente manifestándose.