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CAPÍTULO X

Tehuantepec

Jalapa y Las Jícaras

25 de febrero y 13 de abril de 1858

Cobos y sus oficiales derrotados, emprendieron camino para el sur de Oaxaca, llegaron hasta Miahuatlán, y de allí se fueron a Tehuantepec, por la sierra de Huamantla. En Tehuantepec encontraron mucha aceptación en el pueblo que era esencialmente retrógrado y fanático, y fueron eficazmente auxiliados por el comerciante inglés Tomas H. Woolrich, cuya goleta, La Elisa, había sido poco antes aprehendida por estar cargada con efectos de contrabando y después abandonada por el Gobierno, cuando éste se vio obligado a replegar muy violentamente a Oaxaca la guarnición de Tehuantepec. Woolrich facilitó a Cobos dos o tres mil machetes para trabajos de monte, que acababa de recibir con su contrabando, y una fuerte cantidad de pólvora que había entre sus mercancías, con la condición de que reorganizara sus tropas en Tehuantepec, aprovechando la buena acogida que allí había tenido, y le aconsejó que explotara a los principales comerciantes de ese lugar, muy especialmente Don Rafael Baquerizo, administrador de las Salinas; a Don Antonio Calzada y a Don Fernando Velázquez, cuya ruina quedó consumada por ese motivo.

Reorganizado Cobos por la decidida protección que encontró en Tehuantepec, amenazaba seriamente al Gobierno de Oaxaca, el cual se vio obligado a mandar prontamente una columna que fuera en su persecución, y cuyo mando encomendó al Coronel Don Ignacio Mejía, Ministro de la Guerra en las administraciones de los Lics. Benito Juárez y Sebastián Lerdo de Tejada. Esta columna se componía de 700 hombres, poco más o menos, y se formaba de las compañías de cazadores y granaderos del primer Batallón de Guardia Nacional del Estado, mandadas por su Teniente Coronel Lic. José M. Ballesteros, de las compañías de Granaderos y Cazadores del segundo Batallón, mandadas por mí como Capitán de Granaderos; de las compañías de Granaderos y Cazadores del tercer Batallón mandadas por su Teniente Coronel Don Alejandro Espinosa; de una sección de artillería de montaña mandada por el Teniente Don Nabor Bolaños y de un Escuadrón de Guardia Nacional mandado por el Teniente Coronel Miguel Luna.

Emprendimos la marcha hacia Tehuantepec y al llegar a la Hacienda de Tapanala, supo el Coronel Mejía que había una avanzada de infantería y caballería en un rancho llamado Las Vacas; y destacó al Capitán Francisco Cortés con su compañía, que era una de las del 3° y con un piquete de caballería. Este, como muy conocedor del terreno, batió al destacamento de Las Vacas sorprendiéndolo por veredas que le permitieron llegar al rancho sin ser sentido por los puestos avanzados y los destruyó casi por completo.

Seguimos la marcha, y al pasar por la Hacienda de San Cristóbal, tuvimos noticia de que el enemigo se movía de Tehuantepec para encontramos; y en efecto, el 25 de febrero de 1858, antes de llegar al pueblo de Jalapa, comenzamos a ser tiroteados por su avanzada. Atacamos vigorosamente a su núcleo principal que estaba en el convento, habiéndose posesionado además de dos montículos inmediatos al pueblo de Jalapa, y fue completamente derrotado, pues no pudo resistir el empuje de nuestros soldados que venían orgullosos de su reciente victoria en Oaxaca. El combate fue muy reñido, pues duró más de una hora, y el número de heridos, tanto del enemigo como nuestros, nos obligó a permanecer dos días en Jalapa.

Cobos tenía en esa batalla cosa de 3,000 hombres, la mitad de ellos armados y la otra mitad sólo con machetes; traía cuatro cañones que la guarnición liberal de Tehuantepec, al replegarse a Oaxaca, en diciembre de 1857, no pudo llevar consigo y los había dejado clavados; pero Cobos los utilizó y los perdió en la acción de Jalapa.

Cobos y sus oficiales emprendieron la fuga por el camino de Jalapa a Huamelula, en donde pernoctaron ese día, después de haber hecho una marcha muy rápida y muy penosa. Como el Coronel Mejía había dado aviso a los juchitecos partidarios del Gobierno, que habían ocupado ya Tehuantepec aprovechando el abandono que de esa plaza hizo Cobos para salir a nuestro encuentro, una partida de juchitecos se puso rápidamente en marcha por camino extraviado, para el Rancho de Garrapatero, lugar por donde Cobos debía pasar. Llegó en efecto antes que Cobos, y sin ocupar la habitación del Rancho se emboscó en el monte y encerró en el corral un buen número de vacas de ordeña, para provocar el apetito de los prófugos que a poco debían pasar por allí y seguramente con hambre. Así sucedió; el amanecer del día 26 de febrero, y cuando más de cuarenta personas de las que huían con Cobos, que casi todos eran jefes y oficiales, estaban a pie y ocupados en ordeñar las vacas, los juchitecos rodearon el corral y asesinaron a todos. Cabos, Don Manuel González y otros oficiales se salvaron de esa matanza, por no haberse detenido en el Rancho de El Garrapatero, temiendo que fueran perseguidos de cerca. Entre los muertos había algunos curas que seguían a Cobos en calidad de Estado Mayor o simpatizadores.

Continuó Cobos su marcha por toda la costa hasta San Pedro Mixtepec, en donde inclinándose al noroeste, atravesó la Mixteca en esa dirección y salió a Tehuacán para unirse con los suyos que ocupaban la capital y algunas ciudades del centro de la República.

En cuanto a nosotros, después de tres días cargamos nUestros heridos, y materiales quitados al enemigo, y emprendimos la marcha para Tehuantepec, en donde el Coronel Mejía se ocupó de reorganizar el Gobierno del Departamento.

Permanecimos cerca de tres semanas en Tehuantepec, e hicimos algunas salidas en persecución de las agrupaciones del enemigo, salidas que no tuvieron éxito alguno, porque éste se escondía en los montes cuando lo sorprendíamos.

Entretanto el Coronel Mejía recibió orden de volver con la brigada a Oaxaca, dejando un destacamento en Tehuantepec, y se le prevenía que volviera rápidamente porque tenía que marchar a Veracruz, por la sierra, para servir de escolta al Presidente Juárez que venía por el Pacífico y el Istmo de Panamá para establecer el Gobierno Constitucional en Veracruz. El Coronel Mejía nombró Gobernador y Jefe Militar del departamento de Tehuantepec, al Teniente Coronel Ballesteros, que era el más antiguo entre los jefes de filas con mando de fuerza, pero este jefe presentó muchas excusas llegando hasta anunciar su dimisión. Hizo la misma proposición al Teniente Coronel Alejandro Espinoza, y habiendo obtenido el mismo resultado, me habló de este asunto, rodeando su indicación de muchos encomios, ofreciendo que pronto vendrían auxilios eficaces en mi favor; y que antes de dos meses estaría él mismo de regreso con una columna para protegerme.

Manifesté al Coronel Mejía que mi deber era obedecerlo; pero autorizado por la explicación que bondadosamente me hacía al respecto a la debilidad del enemigo y para que mi aceptación, hija del deber, no se atribuyera a ignorancia, le llamé la atención sobre el hecho de que de los 3,000 hombres que Cobos nos presentó en Jalapa, no habían huído con él arriba de 100: que todos los istmeños quedaban allí, que tampoco nos habían dejado arriba de 100 fusiles en el campo, que por consiguiente todas las armas y todos los hombres estaban en los pueblos y montañas del istmo y que si no se ponían en actividad, era por lo reciente de su derrota y por la presencia de la columna que él mandaba; pero que una vez retirada ésta y pasada la primera impresión de aquella derrota, se reorganizarían y constituirían un enemigo superior a la guarnición, temiendo muy fundadamente que las autoridades, tanto de la ciudad como de los pueblos del Departamento, fueran más afectas al enemigo que a nosotros, por causa de su fanatismo religioso y su hostilidad a Oaxaca. Le manifesté por último que sin embargo de estos serios peligros aceptaba el mando que me ofrecía y que haría cuanto estuviera en mi poder para sostener allí la autoridad y la honra del Gobierno. A pesar de todo, poco me imaginaba yo entonces lo difícil de la situación que aceptaba.

Fui, pues, nombrado Gobernador y Comandante Militar del Departamento de Tehuantepec, y quedaron a mis órdenes las dos compañías de mi batallón, cuyo mando se me había encomendado desde Oaxaca y cuyo personal no pasaba de 160 hombres, sin el Capitán de la de cazadores D. Vicente Altamirano, quien había quedado en Oaxaca curándose de las heridas que recibió en el asalto de esa plaza, el día 16 de enero anterior, pero se nos incorporó a poco.

Apenas se retiró de Tehuantepec la columna del Coronel Mejía, cuando comenzó a ser tiroteada la guarnición durante el día y la noche en los suburbios de la ciudad y algunas veces en las calles. Como al mes y medio de esta situación, los sublevados se aproximaron una noche más formalmente a la ciudad, dando algunos toques de maniobras que indicaban propósito de atacarla o de ponerle sitio, y en efecto, el enemigo había establecido su Cuartel General en la hacienda de Las Jícaras al otro lado del río y distante como dos kilómetros de la plaza. Después de esperar en actitud de defensa, y calculando que el enemigo reservaba sus operaciones para el día siguiente, salí sigilosamente en la noche del 12 de abril de 1858 con toda mi fuerza, dejando el cuidado del Cuartel a un pequeño destacamento al mando del Teniente Juan Omaña y protegido por el barrio de San Blas, que tenía algunas armas y era el único amigo que teníamos entre los quince barrios que forman la ciudad de Tehuantepec, y por veredas excusadas marché hacia la retaguardia del enemigo, hasta rebasar sus posiciones en más de una legua, y haciendo mi marcha a distancia de dos leguas poco más o menos de sus posiciones, con objeto de batirlo por su retaguardia, por donde indudablemente no esperaba peligro alguno. La avanzada que cubría la retaguardia de la Hacienda de Las Jícaras que fue completamente destruida, estaba mandada por el Capitán, ahora General, Don Manuel Santibáñez, quien se salvó pasando el río a nado.

Tuve la fortuna de llegar, sin ningún inconveniente, cuando comenzaba a despuntar la luz del día 13 de abril de 1858, y así pude dar un asalto rápido y vigoroso, arrollando instantáneamente a la fuerza que cubría la Hacienda de Las Jícaras, al grado de encontrar casi dormidos a muchos de los principales jefes oficiales. Este asalto fue de gran importancia porque murieron en él los jefes más capaces que tenía el enemigo para organizar una revolución, como eran el Coronel José M. Conchado, de origen español y carlista; el Teniente Coronel José M. García, el Coronel Carballo y muchos oficiales subalternos.

El Coronel Carballo fue muerto por sus mismos partidarios, quienes se imaginaron en su suspicacia que este jefe nos había facilitado la sorpresa de Las Jícaras, porque él había tenido a su cargo en esa noche la vigilancia del campamento.

El Gobierno de Oaxaca me mandó como recompensa de la victoria de Las Jícaras, el despacho de Mayor de Infantería.

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