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CAPÍTULO XIX
Garita de Tlaxpana
4 de junio de 1861
El Gobierno Constitucional, que aún permanecía en Veracruz, ordenó, por conducto del General Jesús González Ortega, que todas las Guardias Nacionales procedentes de los Estados, volvieran a sus hogares. y dejaran las armas total o parcialmente, según dispusieran sus respectivos Gobernadores. En esa virtud regresamos a Oaxaca y en el camino encontramos al Sr. Juárez, que venía de Veracruz con todo el personal del Gobierno.
El Cuerpo de Ejército del General González Ortega, lo mismo que todos nosotros, llegamos a México infestados de tifo que contaminó a toda la ciudad y que llevamos las Guardias Nacionales a nuestros respectivos Estados.
Al llegar a Oaxaca, sufrí el tifo y cuando volví a tener el uso de la razón, supe que la Brigada había sido puesta en Asamblea, en cuya condición quedaba yo también. Supe a la vez que había sido electo Diputado al segundo Congreso de la Unión por el Distrito de OcotIán, del Estado de Oaxaca.
Estando en la sesión del Congreso, el 4 de junio de 1861, se tuvo noticia de que el enemigo, a las órdenes de Márquez, atacaba la ciudad, por la garita de la Tlaxpana. El residente de la Cámara, que lo era en ese mes Don Blas Balcárcel, recomendó a los Diputados que no se movieran de sus asientos para que en el caso de que las fuerzas enemigas llegaran a Palacio, los encontraran cumpliendo con su deber. Entonces pedí la palabra, no obstante que nada había a discusión, y manifesté que, siendo militar, suplicaba se me permitiera unirme a mis camaradas para combatir contra el enemigo. Se me concedió este permiso, lo mismo que al Mayor de Artillería Don José Antonio Gamboa, que también era Diputado.
Nos dirigimos a San Fernando en donde se encontraba la Brigada de Oaxaca a las órdenes del General Don Ignacio Mejía, que resistía a la columna invasora. El General Mejía se alegró de nuestra llegada porque estaba sin Jefes subalternos, pues unos se encontraban enfermos en sus casas y el único que le quedaba, acababa de ser herido, el Teniente Coronel Don Alejandro Espinosa. Inmediatamente me ordenó flanquear al enemigo, para lo cual puso a mi disposición la compañía de granaderos del Primer Batallón. Ejecuté en el acto esta operación marchando por un lado de los arcos del acueducto, sin ser visto por el enemigo, hasta salirle al encuentro, cuando él no me esperaba, y su sorpresa y la energía de la carga, dieron por resultado la retirada de la columna invasora, dejándonos muchos muertos y prisioneros. Una gran parte de la columna se metió, en su retirada, en una plazuela que había frente a la casa de la Sra. Pérez Gálvez, y estaba cercada por una reja de hierro, en la que ahora hay casas modernas, bien construidas y con jardines, y no teniendo salida, hicimos prisioneros a todos los que se habían refugiado en esa plazuela.
Según se supo después, el enemigo no tuvo intención de atacar formalmente la ciudad, sino que solamente se propuso hacer un simulacro de ataque con objeto de que no saliera fuerza de ella a molestar al grueso de sus fuerzas que entonces se acercaron mucho a esta capital, en su marcha hacia el sur.
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