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CAPÍTULO XXIII
Acultzingo
28 de abril de 1862
Muy poco después de nuestro arribo a la capital, de regreso de la acción de Pachuca y Real del Monte, tuvo noticia el Gobierno de que se había firmado la Convención Tripartita de 31 de octubre de 1861, y el 23 de noviembre siguiente organizó un Cuerpo de Ejército de cosa de 10,000 hombres, que puso a las órdenes del General Don José López Draga, del cual formaba yo parte como Mayor General de la tercera División que estaba a las órdenes del General Don Ignacio Mejía, siendo yo a la vez que Mayor General, Jefe de la segunda Brigada de esa misma División. En estas condiciones marchamos para Orizaba, y el General en Jefe ordenó que la primera Brigada de la tercera División, mandada por el General Mejía, se situara en Córdoba y como puesto avanzado la mía en El Camarón, así como una de caballería en la Soledad. El General Draga tuvo algunas entrevistas con el General Prim, y desmoralizado por el aparato de las fuerzas europeas que habían desembarcado, creyó que no tenía los elementos necesarios para hacer una defensa fructuosa y lo manifestó así francamente a sus soldados y al Gobierno por lo cual fue relevado por el General Don Ignacio Zaragoza el 21 de febrero de 1862.
Antes del relevo del General Draga habíamos hecho por su orden, un movimiento de avance hasta la Soledad con toda la masa del ejercito, porque creyó que el enemigo se movió de Veracruz sobre nosotros. No habiéndose realizado este temor, el General Zaragoza mandó que volviéramos a ocupar nuestros antiguos cuarteles respectivamente.
Entretanto se verificaron las conferencias de la Soledad, que dieron por resultado la retirada del Ejército hasta San Andrés Chalchicomula, y la ocupación pacífica por el enemigo de las Plazas de Córdoba, Orizaba y Tehuacán; el núcleo principal del Ejército Mexicano se colocó en San Andrés Chalchicomula y mi Brigada, reforzada por uno de los Batallones de la primera, se estableció como puesto de avanzado, con dos baterías de batalla, en la Cañada de Ixtapa y Cuesta Blanca.
El 6 de marzo de l862 tuvo lugar en San Andrés Chalchicomula una verdadera hecatombe, causada por imprevisión de los jefes respectivos, y de la cual fue víctima la primera brigada de la primera División, compuesta exclusivamente de fuerzas de Oaxaca. Se dejó en la Colecturía, en donde se alojó la primera brigada, una gran cantidad de municiones, las cuales se incendiaron en la noche, probablemente con alguna chispa de las fogatas que hacían las mujeres de los soldados para condimentar su rancho, causando la muerte de 1,042 soldados y 475 mujeres, quedando heridos más de 200 soldados y más de 500 entre los vecinos de la población, próximos al lugar del incendio.
Después de algunos días, durante los cuales se verificaron varias conferencias entre los aliados, el enemigo hizo su movimiento de retroceso, según se había comprometido, para volver a la zona cálida, con el fin de que el Ejército mexicano ocupara los cerros del Chiquihuite y el Pinal. En esa inteligencia marchaba yo a la vanguardia del ejército con la misma fuerza que habla tenido en la Cañada de Ixtapa.
Al llegar nuestra vanguardia a Orizaba, se me ordenó ocupar el Llano de Escamela, mientras acababan de salir de Orizaba las tropas españolas y francesas que quedaban allí y cuyo desfile presencié. Mandé seguir sus movimientos y en su observación al Teniente Coronel Don Félix Díaz, con cincuenta caballos de su regimiento, puesto que hasta allí no era de esperarse un combate, en atención a lo convenido y porque esas órdenes había yo recibido del General Zaragoza, a quien esperaba por momentos en mi campamento de Escamela. Al llegar la retaguardia del enemigo a Córdoba, se destacó una pequeña columna de tropas francesas compuesta de 200 caballos, con igual número de zuavos a la grupa de los jinetes, y vino rápidamente a chocar con mi vanguardia. Esta se defendió heróicamente, pereciendo un gran número de soldados y caballos y quedando su Jefe, el Teniente Coronel Don Félix Díaz, herido de un balazo en el pecho y prisionero en poder del enemigo.
Pocos momentos después de este combate pasaba por allí, conducida en litera, la Condesa de Reus, de regreso para Veracruz, con una escolta de tropas españolas. Informada de lo que acababa de suceder, se empeñaba enérgicamente por la libertad de los prisioneros, lo mismo que el General Milans del Bosch, Jefe del Estado Mayor del General Prim, cuando el Teniente Coronel Díaz, aprovechando un descuido de los franceses, montó rápidamente su mismo caballo, que había quedado a su lado, saltó una alta barda que formaba el camino y se internó en el bosque sin recibir ninguno de los muchos disparos que le hicieron los franceses. Llegó sin novedad a Coscomatepec, donde había autoridades amigas, y dos días después se me incorporó en Acultzingo, habiendo dado vuelta por el camino del Volcán de Orizaba.
Mientras yo movía tropas en auxilio de mi vanguardia derrotada y mandaba aviso de lo ocurrido al General Zaragoza, éste venía en compañía del General Prim que aún quedaba en Orizaba, acompañado también de su escolta. Pasó en medio de nuestras tropas y fue respetado por los franceses, pues suspendieron sus fuegos, lo mismo que nosotros.
Luego que se me incorporó el General Zaragoza, ordenó otro movimiento de contramarcha, dejándome con una pequeña fuerza para defender el camino más allá del llano de Escamela. Pasada media hora, cuando se acercaba el grueso del enemigo a su vanguardia y combatía conmigo, recibí orden del General Zaragoza de incorporármele. Emprendí mi marcha a la defensiva hasta Orizaba y después de salir de este punto ya no tuve necesidad de defenderme, porque no siguió tras de mí el enemigo que pernoctó en Orizaba y nosotros en el ingenio. Al día siguiente dispuso el General en Jefe que marcharamos a Acultzingo.
Después de dos días de permanencia en dicho punto, se me ordenó que marchara con mi Brigada a Tehuacán, donde se pondrían a mis órdenes otras dos, mandadas una por el General Mariano Escobedo y otra por el General Mariano Rojo, y que con las tres marchara hacia Matamoros Izúcar, con objeto de batir a las fuerzas de Márquez, que por allí venían con el propósito de reunirse al invasor extranjero.
Pernocté en Tehuacán en donde se pusieron a mis órdenes los Generales Escobedo y Rojo y al día siguiente marchamos para Matamoros; pero al llegar a Tlacotepec recibí nueva orden en que se me prevenía contramarchara rápidamente, porque el enemigo se movía sobre Acultzingo, de donde el General Zaragoza había salido para ocupar las Cumbres, colocando el núcleo principal del ejército en el lugar propiamente llamado las Cumbres, sobre el camino carretero, y con un fuerte destacamento de infantería, en la altura que domina por la izquierda la carretera, mandado por el General Don Miguel Negrete, y otro enfrente dominando el mismo camino, mandado por el General Mariano Escobedo, que con este objeto se me había ordenado lo mandara al trote, como lo hice, por la Cañada de Rojas. Ambos destacamentos tenían artillería de montaña.
El Cuartel General me había ordenado que cubriera con mi Brigada el Puente Colorado, y que con la Brigada Rojo reforzara las Cumbres, donde estaba el Cuartel General. Así lo ejecuté y al volver a ponerme a la cabeza de mi Brigada, noté que el ejército comenzaba a retirarse en desorden. Tuve que usar de la fuerza, en el Puente, para detener a los que huían, y los mandaba sucesivamente por la Cañada de Ixtapa, según los organizaba en columnas de 500 hombres, poniéndoles Jefes y Oficiales que escogía de entre los mismos fugitivos, pues no tenía otros de quienes echar mano.
Ejecutaba yo esta operación el 28 de abril de 1862, cuando llegó el General en Jefe con su Estado Mayor, aprobó mi procedimiento y después de que pasó todo el ejército por mi puesto, menos los soldados que mandaban los Generales Negrete y Escobedo, que habían tomado diversos caminos para ir a incorporarse a las fuerzas que estaban en la Cañada de Ixtapa, me ordenó el General en Jefe detener allí al enemigo el mayor tiempo posible, mientras él podía tomar otras disposiciones. El ejército invasor apareció en las Cumbres y en un cerro que por la izquierda domina el Puente Colorado, a medio tiro de fusil. Yo había colocado mi infantería cubierta en los barrancos, en condiciones de poder hacer fuego y había dejado descubierta la única batería que tenía, y su escolta en tiradores y la caballería en segunda línea casi fuera de la Zona peligrosa. Duró el combate hasta las diez de la noche, en que emprendí mi marcha por orden del General en Jefe, hacia la Cañada de Ixtapa y dejé mis posiciones cubiertas con la caballería.
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