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CAPÍTULO XXVII

Sitio de Puebla

San Marcos, La Cervatana, posición del Coronel González, manzana del General Llave

Del 1° al 7 de abril de 1863

Continuaban las operaciones del sitio de Puebla en la forma que he referido en los capítulos precedentes, cuando el Jueves Santo en la noche, 1° de abril de 1863, recibo orden para mover mi brigada de la Plaza de San José, uno de los lugares destinados a las reservas, para ir a ocupar la línea de manzanas que había frente al enemigo, situadas de sur a norte, y que se encontraban en esos momentos ocupadas por la Brigada que mandaba el General Don Mariano Escobedo y que había venido defendiendo sucesivamente la serie de manzanas perdidas. La línea que yo debía ocupar comenzaba por el sur con la manzana en que está el Convento de San Agustín: seguía para el norte la del Hospicio y toda esa línea de manzanas hasta La Merced, situada en el extremo norte. La manzana vecina a las mías, hacia el sur, que era la última que había al sur de la ciudad, estaba ocupada por el Batallón Sánchez Román, de la División de Zacatecas.

Ocupé toda la noche, hasta que amaneció, en recorrer la serie de manzanas que se me encomendaron para dar colocación en ellas a las tropas que debían defenderlas, lo mismo que a las trincheras que le servían de pasaje, para ligarlas entre sí y en ordenar la ejecución de todas las obras que me parecieron convenientes para poner a mi línea en mejor estado de defensa. No fui atacado durante todo el día siguiente, y lo aproveché para reforzar las fortificaciones, usando de todos los brazos disponibles.

En los momentos en que yo relevaba a la Brigada del General Escobedo, fue ocupada por el enemigo la manzana del Hospicio, porque la fuerza que la cubría se había retirado sin esperar la que debía relevarla, y conocido el caso por el Cuartel General, se me ordenó no la disputara en esos momentos, sino que ocupara prontamente las que aún quedaban en nuestro poder. En consecuencia, interrumpida la línea de manzanas que yo defendía por la del Hospicio, mi comunicación tenía que ser tardía y por dentro de nuestra línea defendida.

Como a las seis de la tarde del 2 de abril de 1863, que fue Viernes Santo, comencé a sentir trabajos de zapa procedentes de la manzana del Hospicio, dirigidos contra la de San Agustín, por el frente de la casa de Iriarte, conocida con el nombre de Cuartel de San Marcos, que no era cuartel sino su casa habitación ocupada por su dueño, y en la cual tenía una matanza de puercos y fábrica de jabón.

Al principio me parecieron subterráneos los golpes, pero a poco comprendí que se hacían perforaciones en los muros de la acera del Hospicio para sacar por ellas las bocas de los cañones y batirme en brecha el Cuartel de San Marcos. Me situé desde luego en esa casa, reforcé hasta donde era posible las obras de defensa de los puestos que daban a ese frente y coloqué tropa dispuesta a defender los balcones. Llegado el momento del ataque y listas ya las defensas construidas dentro de la casa, comenzó, a las ocho de la noche, el fuego de una batería que destruyó el muro que separaba las dos puertas de una tienda que quedaba a la derecha del zaguán, y rompió las puertas, lo mismo que los atrincheramientos que las reforzaban por dentro, y convirtió en una las dos puertas de la tienda. El techo de la tienda era de bóveda muy sólida y por ese motivo no cayó, como esperaban los franceses, puesto que le habían quitado la base.

Durante el cañoneo aplicaron los franceses un fuerte petardo a la puerta del zaguán del Cuartel de San Marcos, que previamente había yo reforzado por dentro con las baldosas del patio, las del mismo zaguán y con un gran hacinamiento de tierras. Debido a este esfuerzo, el petardo no causó efecto alguno sobre la puerta y los franceses tuvieron que asaltar por la brecha abierta en la tienda.

El asalto fue resistido enérgicamente durante más de dos horas, al fin de las cuales el enemigo fue rechazado y volvió a sus posiciones, abandonando la tienda y zaguán que era lo único que había logrado ocupar.

Hubo un instante solemne en que el ímpetu de la carga de los franceses en el patio de la casa, desmoralizó a mis soldados que llegaron a huir en desorden; pero lo pequeño de la horadación por donde tenían que pasar, no permitió que se retiraran todos. En esos momentos disparé contra los franceses un obús que tenía en el patio, cargado con metralla y apuntado para el zaguán, y la descarga los desmoralizó al grado de que abandonaron el patio que ya ocupaban y se replegaron al zaguán.

Entre los soldados que huyeron del patio, se comprendió el pelotón que servía el obús, quedando solamente el cabo. Entre él y yo cargamos de nuevo la pieza, cuando se adelantó sobre nosotros un zuavo que probablemente habría matado al cabo, si yo no salgo a su defensa. Saqué al efecto mi pistola; pero era tan mala, pues mis cortos recursos no me habían permitido comprar una buena, que se me desarmó y me quedé con el puño en la mano, el cañón en el carcax y el cilindro rodó por el suelo; arrojé el puño de la pistola al pecho del zuavo y me adelanté sobre él, pero sintiendo un golpe se creyó sin duda herido, porque había muchos disparos en esos momentos y regresó al zaguán en donde estaban sus compañeros.

El disparo del obús y la retirada consiguiente de los franceses, reanimó a mis soldados que habían huído y muchos de ellos regresaron a su puesto y parapetados tras de una fuente que se hallaba en el centro del patio se defendieron con ella e hicieron fuego vivo sobre el zaguán, en donde había yo hecho una excavación para reforzar la puerta de la calle con tierra y losas, y esa excavación servía de trinchera a los franceses. Entonces mandé al Teniente José Guillermo Carbó con 50 hombres, que subiera al corredor del segundo piso de la casa para atacar desde allí a los franceses. Como los fuegos de Carbó eran de la altura para la excavación, fueron tan eficaces, que muy poco resistieron allí los franceses, que fueron desalojados y se replegaron a sus posiciones.

Como a las diez y media de la noche todo había concluido en la manzana de San Agustín. Una vez que el enemigo volvió a sus posiciones, salí con la tropa suficiente a cerrar la brecha que había abierto la artillería enemiga y a establecer allí la defenza, obra costosa para nosotros, porque la hacíamos bajo el fuego de fusilería; pero al fin la terminamos y quedamos en mediano estado de defensa para el caso de que la brecha volviera a ser atacada, como lo fue el día siguiente.

Uno de los preparativos de defensa que me ocurrió hacerle, fue una serie de diez perforaciones en la bóveda de la tienda, poniendo en cada una de ellas, a un soldado con una mecha encendida en la mano y cuatro granadas de mano con mechas unidas todas por el centro, para poderlas incendiar a la vez, con orden de hacerlo y echarlas por la perforación cuando se les mandara.

Pocos momentos después de que había terminado el ataque, vinieron a avisarme que en la calle de las Cabecitas, que pertenecía también a mi línea, era atacado el Coronel Balcázar, Jefe de esa manzana y que se me había agregado esa misma noche por lo insuficiente de mi brigada, para cubrir todas las manzanas cuya defensa se me encomendó. Me trasladé inmediatamente al sitio indicado y encontré que los franceses, habían seguido el mismo procedimiento que habían empleado horas antes contra el Cuartel de San Marcos, esto es, que después de abrir brecha con su artillería, metieron por la brecha una columna de asalto, que aunque fue resistida enérgicamente, ocupó el primer patio de una casa, que tenía el segundo muy largo y que por esa razón se llamaba la casa de la cerbatana. Llegué en los momentos en que se perdía el primer patio, y ayudado por el Lic. Don Miguel Castellanos Sánchez, atravesé un mostrador viejo de madera a la entrada del segundo patio, y coloqué allí a los soldados para que lo defendieran. El callejón que formaba el segundo patio, fue defendido con heroicidad, quedando dos pelotones de nuestros zapadores en algunas de las piezas del primer patio, y se defendieron allí por más de cinco horas que éste permaneció ocupado por los franceses, lo mismo que algunas de sus piezas. Mandé perforar los muros para comunicarme con los zapadores que habían quedado aislados en las piezas y para proveerlos de municiones.

Practicada esa operación y contando ya con el concurso de los soldados aislados que secundaban mi empuje, logré arrojar a los zuavos a la calle, cubriendo en seguida la brecha por donde habían entrado; y por medio de esas perforaciones y de aspilleras para fusil, establecí fuegos convergentes a esa brecha para el caso de que sus defensores inmediatos se vieran obligados a abandonarla. Toda esta operación acabó al amanecer del 3 de abril, y en ella se hizo notable por su valor temerario, el Lic. Don Miguel Castellanos Sánchez, auditor del Ejército.

El sábado de Gloria, 3 de abril, como a las nueve de la mañana, comenzó un cañoneo en la misma forma, frente a una casa perteneciente a la misma manzana del Cuartel de San Marcos por su frente oriental, mientras que el Cuartel de San Marcos estaba en su frente que ve al norte. Había yo encomendado al Coronel de mi Estado Mayor, Don Manuel González, la defensa de esa casa con una compañía del Batallón Morelos, de que era Capitán Don Máximo Velazco.

Como ya el sistema de ataque de los franceses comenzaba a serme conocido, la defensa me fue menos difícil. Los Cañones usados en esa ocasión fueron más poderosos que los de que se habían servido los franceses en los dos ataques anteriores, pues no solamente destruyeron el muro exterior sino dos más que le seguían paralelamente. Cuando llegué al lugar del ataque, estaba abierta una brecha en la manzana de las dimensiones de una calle ancha. No pudieron sin embargo los franceses dar el asalto, porque durante el cañoneo se les desplomaron los techos de la habitación en que habían colocado sus cañones y les taparon la batería. Mandé entonces salir a la calle al Coronel González con sus soldados, con el objeto de apoderarse de los cañones, pero esto fue imposible porque tenían encima materiales muy pesados y porque no nos permitían trabajar los fuegos transversales y muy nutridos que nos hizo el enemigo. Desistimos de la empresa y pudimos ya con alguna tranquilidad cubrir nuestra brecha. En la noche les incendiamos el edificio desplomado, perdiendo por consiguiente el enemigo los montajes de sus cañones, y algunos de ellos se dispararon por sí mismos en los momentos del incendio, por haber quedado cargados. El Coronel González fue herido al retirarse de este combate.

Apenas concluido este ataque contra las posesiones del General González, y sin que precediera cañoneo, se lanzaron dos pelotones de zuavos por la brecha del Cuartel de San Marcos, donde habían atacado la noche anterior; y como el paso por el zaguán era difícil y estaba defendido desde el patio, cuando la tienda estuvo llena de zuavos, los soldados que la cuidaban por las perforaciones del techo, lanzaron simultáneamente las 40 granadas de mano que con anterioridad estaban preparadas con ese objeto. Como la sucesión de detonaciones conmovió mucho la casa de los soldados mexicanos abandonaron sus puéstos y se replegaron al corredor, porque creyeron que esa parte de la casa se iba a derrumbar. Cuando desapareció el polvo y humo causado por la explosión de las granadas, los zuavos se habían retirado a sus posesiones, dejando a los muertos y heridos muy graves que no pudieron huir, y se limitaron a cañonearnos.

Después de este ataque, no volvieron los franceses a intentar nada contra mi línea, por todo el tiempo que duró el sitio, no obstante que dieron muy frecuentes y muy serios ataques contra los Redientes de Morelos, el Fuerte de Ingenieros y el Convento de Santa Inés, que fue uno de los más notables, y contra otros puntos.

El día 5 de abril, comenzó un fuego en brecha procedente del lado de la manzana del Hospicio que ve al oriente sobre la manzana que defendía el General Don Ignacio de La Llave, en la calle de la Estampa de San Agustín.

Familiarizados ya con el sistema de ataque de los franceses, comprendimos que una vez practicable la brecha vendrían las columnas de asalto. Con este motivo nos preparamos a resistirlo.

El General Berriozábal puso en la trinchera que ligaba a San Agustín con su manzana vecina, hacia el oriente, dos cañones para batir a metralla la calle que debía atravesar la columna que asaltaría las posiciones del General La Llave, y cubrió los balcones de una y otra acera, con infantes que tenían igual objeto.

Yo corrí con un grupo de Cabos y Sargentos sobre las azoteas bajas barridas por los fuegos de los balcones del Hospicio, a caer a un patio de la última casa que hacía frente al Hospicio, dejando establecida al mismo tiempo una cuadrilla de zapadores que hicieran perforaciones que me abrieran una comunicación menos peligrosa.

En la caída al patio de la casa de la esquina, se me inutilizaron dos soldados; pero con los ocho que quedaron disponibles, sostuvimos por las puertas de la tienda un fuego casi a quema-ropa sobre la columna que atacaba al General La Llave, la cual fue cortada por nuestros fuegos, a más de los que recibía de la trinchera y balcones de la calle de San Agustín.

Cuando teníamos que hacer fuego a muy corta distancia en los combates de horadación, no acostumbraba yo a cargar los fusiles con una bala, sino con cartuchos preparados con veinte pequeñas balas cada uno. Así se explica la eficacia de mis fuegos sobre la columna que atacó la posición del General Llave.

En los ataques contra la manzana de San Agustín, la de la casa de la calle de las Cabecitas, y la posición del General Llave, encontraron los franceses una resistencia vigorosa, que estaban muy lejos de esperar y que los obligó a retirarse. Fue tan grande la impresión que les causó esa resistencia, que llegaron a desesperar de tomar la plaza, y celebraron un Consejo de Guerra para decidir si levantaban o no el sitio. Es muy oportuno consignar aquí la relación que hace de estos ataques el Capitán G. Niox, del Estado Mayor General francés en un libro intitulado: Expedición de México en los años de 1861 a 1867. Reseña Política Militar, tomada de datos oficiales, pues aunque su relato es inexacto en algunos puntos, como cuando supone que nuestra artillería era superior a la francesa, contiene por lo demás una narración completa de lo ocurrido bajo el punto de vista del Ejército francés.

Expedition du Mexique 1861 - 1867.
Recit politique et militaire par G. Niox, capitaine d'etat-major.
Paris.Librairie militaire de J. Dumaine.
Librairie Editeur.
Rue de Panage Daupine 30, 1874.
Página 261-267.

Ataque de las manzanas. - La toma del Fuerte de San Javier no hizo avanzar tanto como se había esperado las operaciones del sitio; los mexicanos con una tenacidad, muy lejos de esperarse, se atrincheraron en las casas vecinas, a cincuenta metros solamente de los muros de la penitenciaría; sus tiradores colocados en las azoteas hacían fuego sobre nuestras líneas de ataque, cuyos trabajos dificultaban considerablemente. Las piezas de pequeño calibre que fueron llevadas al Fuerte de San Javier, no fueron suficientes para destruir los muros de esas sólidas y macizas construcciones españolas; se intentó, aunque inútilmente, volar las puertas; un ataque de sorpresa tampoco tuvo éxito alguno; y ni la aplicación de una mina dio ningún resultado. Las masas de piedras y escombros acumuladas tras de los muros de las casas, se transformaban en fuertes parapetos de cal y canto, en contra de los cuales de nada servían los arbitrios ordinarios de los sitios. El trazado regular de las calles, cuyo paso estaba cubierto por enormes barricadas artilladas, permitía al enemigo formar de cien en cien metros, verdaderas líneas fortificadas de extrema solidez. Todas estas eran dificultades imprevistas. El General en Jefe dio orden de sitiar en regla cada una de las manzanas.

Se subieron a las azoteas más altas de la penitenciaría, piezas de montaña para contestar los fuegos de los campanarios vecinos: se abrió una brecha en el Convento de Guadalupita (manzana núm. 2), y en la noche del 31 de marzo el 18 BatallÓn de Cazadores se hizo dueño de la posición, a pesar de una vigorosísima resistencia, y habiéndose practicado una enorme abertura con el auxilio de un saco de pólvora, en la casa vecina (manzana núm. 9) se logró ocuparla también. Los mexicanos perdieron ochenta hombres muertos y sesenta prisioneros; los franceses dos muertos y ocho heridos.

Se arreglaron en orden de defensa las manzanas tomadas; pero por su parte los defensores de la plaza constituyeron en poco nuevas barricadas más a retaguardia, abrieron troneras y cubrieron con sacos de tierra los edificios vecinos. Su nueva línea de defensa fue trazada desde el Carmen a Santa Anita, pasando por Santa Inés, San Agustín, La Merced y la Iglesia del Señor de los Trabajos. Retrocediendo paso a paso y volviendo a construir nuevas obras defensivas considerables, forzaban a los asaltantes a renovar incesantemente sus esfuerzos y sacrificios. El enemigo estrechaba el perímetro defensivo a medida del progreso de los asaltantes, y lejos de encontrarse debilitados por la pérdida de las manzanas de su línea primitiva, parecía que al contrario, juzgaba ventajoso replegarse a retagúRrdia de su segunda y tercera líneas, por causa de su menor extensión y ofrecer consiguientemente mayor facilidad de defensa. Por esto se dejó tomar sin grande resistencia las manzanas 8, 7, 6, 5, 3 y la 25, situadas fuera de su nueva área de defensa, y que poco les importaba perder; pero en la noche del 2 al 3 de abril, se tuvo que hacer un alto por causa de la manzana núm. 26 en el que se hallaba un cuartel (1).

Después de haber atravesado la calle bajo un nutrido fuego de fusilería, la columna de ataque, compuesta de un destacamento del 3° de zuavos, penetró en el edificio y dio con un departamento obscuro sin mas salida que un estrecho pórtico por el cual era necesario desfilar uno a uno, al frente de dos obuses. Treinta hombres y el Capitán Lalanne a su cabeza, se lanzaron por ese paso, y por él llegaron a un patio rodeado de muros almenados, en donde se hallaron con todas las escaleras destruidas y todas las salidas barricadeadas. Agobiados por una lluvia de metralla, de granadas y fusilería; se vieron obligados a batirse en retirada, y volvieron todos heridos.

En ese mismo instante, el Comandante de Longueville se lanzaba de la manzana núm. 7 y sobre la núm. 21 (2), con dos compañías del 51 y una sección del cuerpo de ingenieros; y después de haber penetrado en la primera casa vino a chocar con un muro paralelo a la fachada y en el que habían dos líneas de almenas. El Capitán Melot logró sin embargo sostenerse en un cuarto, en donde se hicieron esfuerzos para protegerlo, por medio de un camino cubierto al través de la calle; pero el fuego de fusilería de las azoteas y la metralla de una barricada cercaná, impidieron ese trabajo.

El General de Berthier intentó infructuosamente dar la vuelta a dicha barricada por dos compañías del 1° de zuavos, pues que acogidas por un fuego terrible se vieron forzadas a retroceder. Se dio entonces la orden de evacuar esa posición insostenible, pero para ello era preciso pasar de nuevo a descubierto bajo las descargas de metralla que barrían las calles. Todos nuestros heridos fueron sin embargo trasportados a hombros y a paso veloz; al amanecer del día la compañía de granaderos del Capitán Melot, abandonó la casa en donde había dado tan bello ejemplo de valor y fIrmeza.

El día 4 de abril se renovó el ataque sobre la manzana Núm. 26 (3); tres compañías de los Batallones 1 y 18 de cazadores de a pie se arrojaron con la mayor intrepidez, y después de haber penetrado por las brechas, los cazadores llegaron sin embargo hasta los cuartos interiores cuyas entradas se hallaban todas sólidamente obstruidas y los muros guarnecidos con tres órdenes de almenas y con los techos llenos de claraboyas: ante tales obstáculos insuperables, tuvieron que replegarse. Se abandonó el ataque sobre el cuartel y se trató entonces de ocupar la manzana núm. 34, mas no habiendo dado resultado un petardo que se adhirió a una puerta o cochera, se comenzó a colocar una doble línea de gaviones para poder atravesar la calle: también esta operación atrajo sobre nuestros soldados, un fuego de tal modo vivo, que todos los gaviones fueron destruidos por las balas, que hirieron a todos nuestros zapadores. Fue, pues, preciso renunciar a ello. Se taparon las aberturas trazadas en la manzana núm. 25 (Iglesia de San Marcos), que se habían hecho para la salida de las columnas de asalto, y la artillería se limitó a hacer fuego sobre San Agustín, con el fin de impedir al enemigo que extinguiera un incendio que allí se había declarado.

El General en Jefe se trasladó a la manzana de San Marcos para examinar por sí mismo los obstáculos contra los cuales se habían allí estrellado los esfuerzos de nuestras tropas. Vio por todas partes barricadas erigidas y previstas de piezas de artillería, murallas almenadas, azoteas cubiertas con sacos de tierra, las cúpulas y campanarios de las iglesias cubiertas de tiradores perfectamente a cubierto. Pudo pues convencerse personalmente de las dificultades que presentaban esos ataques a viva fuerza, en que se perdían los más valientes soldados, porque siendo éstos los que van siempre a la cabeza de las columnas, caían naturalmente los primeros. Comenzó entonces por disponer que se emprendiera la construcción de galerías de zapa; y en la noche quedó comenzado un camino cubierto en dirección de la manzana núm. 34, pero en un punto dado se dio con roca viva y el trabajo no pudo continuarse.

El día 5 de abril se trasladaron al de San Marcos algunas piezas de a 12 con el objeto de abrir brechas para lo cual las piezas de montaña no eran eficaces, ni aun en buenas condiciones. Al día siguiente seis compañías del 1° de zuavos atacaron de nuevo a la manzana núm 34 (4). A las 5 de la tarde, una descubierta de treinta hombres mandada por el Teniente Galland y un destacamento del cuerpo de ingenieros penetraron rápidamente por la brecha: otra sección siguió sus pasos con igual brío: un fuego espantoso de metralla y fusilería se cernió desde luego sobre la calle, muchos de nuestros soldados cayeron muertos y los heridos arrojándose hacia atrás paralizaron el combate de la columna. El Comandante Carteret-Trecourt, cogiendo a un zuavo por el brazo, lo arrastra consigo hasta el espacio que separa los dos cuadros y en donde la metralla barría con todo lo que encontraba a su paso: el Capitán Michelón y el Teniente Avéque se lanzan en su seguimiento, esperando por este medio arrastrar consigo a su compañía. Inútiles esfuerzos: el Capitán Michelón cae muerto y los otros dos oficiales heridos: el fuego del enemigo se concentraba sobre las aberturas de San Marcos y hace imposible la salida de la columna, forzándola a renunciar al ataque.

El Teniente Galland organizó la defensa en los cuartos que había ocupado, pues que toda reiirada se había hecho imposible. A las nueve de la noche el enemigo le propUso que se rindiera, pero él rehusó: no teniendo víveres sus soldados y conociendo la imposibilidad de resistir, éstos lo abandonaron sucesivamente: no permanecieron con el más de dos Sargentos, dos Cabos y un zuavo (5). En tales condiciones tuvo que rendirse a su vez, después de haber obtenido para él y los que no lo habían abandonado, el honor de conservar sus armas: cayeron pues prisioneros en la ocasión 36 hombres. Ese ataque infructuoso costó además un oficial muerto, dos heridos, ocho soldados muertos y diez y ocho heridos.

Consejo de Guerra. - Las contrariedades sufridas en la noche del 2 al 3 de abril, en la del 4 al 5, y del 6 al 7, no habían agotado todavía la energía de nuestras tropas, y sin embargo era imposible dejar de conocer que habían producido en su moral un efecto azás penoso. Las circunstancias tenían, pues, un cariz de gravedad: el General en Jefe reunió un Consejo de Guerra de los Generales de División y de los Jefes de Servicio, con el objeto de oír su opinión respecto de la dirección de las operaciones ulteriores. En dicho consejo se discutió:

1° Si era necesario en vista de la superioridad de la artillería enemiga; suspender los ataques y esperar la llegada de cañones de grueso calibre, que se pedirían al Almirante en Jefe de la escuadra del Golfo.

2° Si era necesario suspender el sitio y mantener solamente una fuerza de óbservación sobre Puebla para marchar desde luego sobre la ciudad de México.

3° Si era necesario abandonar la circunvalación de Puebla y marchar sobre México con todo el ejército.

Estos dos últimos arbitrios o resoluciones debían tener el grave inconveniente de aumentar la exaltación de los adversarios de la intervención y la desanimación de sus sostenedores. El General en Jefe desechó, pues, todos esos dictámenes y se resolvió a proseguir el sitio.

Se abrigó la idea de dirigir contra los Fuertes de Teotimehuacán y del Carmen un ataque análogo al que había hecho caer al de San Javier. Hubiera sido ese plan tanto más oportuno, cuanto que invistiendo a la plaza por ese lado, se enfilaban los cuadros en el sentido de su menor espesor, disminuyendo en tal concepto considerablemente las dificultades; pero el Comandante de artillería expresó el temor de que las municiones existentes no fueran suficientes para ese doble ataque. fue pues preciso, resignarse a proseguir el lento procedimiento y a la vez sangriento de los avances graduales hacia el centro de la plaza. Ya no había mas que 600 kilogramos de pólvora de mina, y por otra parte no podía pensarse en hacer una guerra subterránea. Un período de suspensión iba forzosamente a imponerse a las operaciones del sitio en espera de la llegada de nuevos contingentes de municiones.

En ese primer período del sitio las pérdidas habían sido:

Un Oficial General muerto, cinco Oficiales muertos, dos Oficiales muertos a consecuencia de sus heridas, 39 Oficiales heridos, 56 soldados muertos, 443 heridos, de los cuales se hallaban todavía en las ambulancias 250.

La artillería de la plaza había hecho cerca de 25,000 tiros de cañón y lanzado unas mil bombas.




Notas

(1) La casa llamada Cuartel de San Marcos.

(2) La casa de la Cerbatana en la calle de las Cabecitas.

(3) Este ataque fue el segundo al Cuartel de San Marcos, y tuvo lugar el 3 de abril.

(4) Ataque a la posición del General Llave.

(5) No es exacto lo que dice el Capitán Niox respecto del Teniente Galland, pues aunque es cierto que era un Oficial de mucho valor, no pudo organizar ninguna defensa, ni se rindió hasta las nueve de la noche; al principio contestó con brío a las intimaciones que se le hacían, diciendo que los zuavos jamás se rendían; péro esta resistencia esforzada duró pocos momentos, y luego que comprendió que su posición era insostenible, se rindio a discreción con los treinta y tantos zuavos que lo acompañaban en la zahurda en que se había refugiado: y esto se verifico antes de que oscureCiera, cosa de tres horas antes de las nueve de la noche.

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