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CAPÍTULO XXVIII

Sitio de Puebla

Manzana Sánchez Román-Santa Inés

Del 19 al 25 de abril de 1863

En la tarde del día 19 de abril, hallándome de visita en la manzana que mandaba el Coronel Sánchez Román, contigua a mi línea, fue aquella atacada vigorosamente, precediendo al asalto un cañoneo en brecha que descubrió el muro de una zahurda que la limitaba con la calle. La trinchera de esa manzana estaba trazada en curva, y defendía todo el lado que ve al occidente y la mitad del que ve al sur, y se había destruido toda la construcción interior que quedaba fuera del glamís, para dar campo de tiro a la trinchera, quedando solamente como cortina o máscara de la fortificación, las tapias y algunos cuantos exteriores que daban a la calle.

Cuando la brecha estuvo abierta, me ocurrió que un pelotón de rifleros armados de revolvers, oculto en aquella zahurda, que era de las pocas piezas que quedaron sin derribar, podría contener el asalto, puesto que sólo por esa brecha podía venir, y fui personalmente, pasando el foso por una viga, a éstablecer el destacamento, a la sazón que los franceses habían penetrado por la extremidad de la misma calle sin abrir brecha y habiendo forzado una puerta por medio de un petardo. Cuando regresé de colocar el destacamento, los zuavos estaban ya dentro de nuestras trincheras, y habían hecho prisionero al destacamento que yo había colocado en la brecha, menos a dos o tres soldados, que como yo pudieron escalar las azoteas y caer a otras casas que aún estaban ocupadas por fuerzas mexicanas y al salir de allí a la calle donde hicimos una suprema defensa que impidió el paso de lo zuavos más allá de la manzana ocupada por Sánchez Román, a la que llamábamos la manzana del Mesón de la Reja.

Tuve la desgracia de presenciar y hasta de ser autor en la pérdida de esa manzana, sin que las tropas que la defendían estuvieran a mis órdenes ni fueran de las educadas por mí, solamente porque me dio pena retirarme de la manzana en los momentos en que ella sufría un ataque.

Vino después; el 25 de abril de 1863, el ataque al Fuerte de Santa Inés que mandaba el General Don Miguel Auza y fue de los más reñidos y notables, y en el cual fue rechazado el enemigo dejando más de cien muertos en los parapetos y dentro de las obras de defensa y muchos prisioneros, entre los cuales había varios Oficiales, lo mismo que entre los muertos.

El ataque de Santa Inés procedió de la manzana del Mesón de la Reja que pocos días antes le habían quitado los franceses al Batallón Sánchez Román. El lado de la manzana de San Agustín que hace frente por su costado sur a la del Mesón de la Reja, no es de altos, sino que se limita con la calle por la barda de la huerta; pero tiene una serie de piezas bajas, cuyas azoteas estaban barridas por los fuegos de fusilería procedentes de los balcones del Mesón de la Reja.

Durante el ataque a Santa Inés, los fuegos, tanto de mi trinchera que estaba en la calle con frente para donde debían pasar las columnas de los asaltantes, como los de los balcones de ambas ceras de la calle de San Agustín, eran muy eficaces sobre esas columnas, pero no me parecieron suficientes; y en los momentos en que el ataque era mas reñido, saqué por una de las puertas que daban a las azoteas de los cuartos bajos de la huerta, unos pelotones de infantes que llegaron hasta la esquina bajo los fuegos que nos hacía el enemigo, y mis pelotones de los balcones de enfrente hacían los suyos muy eficaces sobre las columnas de asalto, cooperando así, casi decisivamente a cortar la columna y que los asaltantes que habían penetrado al Convento de Santa Inés no fueran apoyados por el resto de la columna, que se vió obligada a retroceder. En este ataque se distinguió mucho el Capitán Don Timoteo Rincón que sucumbió en el con otros muchos.

Esa salida por las azoteas, en las que llevé pelotones de sargentos y cabos escogidos y los soldados más valientes, me fue muy costosa, porque los fuegos de los balcones de enfrente eran muy certeros y porque nuestros soldados no los podían contestar por ocuparse de la columna que asaltaba por la calle, al Convento de Santa Inés.

Al día siguiente el General González Ortega, dió algunos ascensos a los Oficiales que habían tomado parte en ese combate, y me mandó a mí el de General Efectivo de Brigada, cuyo nombramiento fue confirmado en seguida por el Gobierno Federal.

Consigno en seguida la relación que hace el Capitán Niox en el libro citado, del asalto y rechazada de los franceses en el Convento de Santa Inés.

Ataque del Convento de Santa Inés.- A ese fin se dirigían sus esfuerzos (del General Bazaine) al dar sus órdenes para preparar el ataque del Convento de Santa Inés (manzana núm. 52), y uno de los puntos más fuertes de la nueva línea de defensa del enemigo. Dicha línea estaba entonces trazada por las manzanas números 34, 33, 32, 51, 52 y 53. La número 32 era la del grande edificio de San Agustín, cuyos fuegos cruzados con los de Santa Inés habían sido hasta entonces tan molestos.

La artillería estableció baterías de sitio en la manzana número 30, situada enfrente de Santa Inés, y el Cuerpo de ingenieros sus barrenos de mina. El ataque comenzó el 25 de abril en la mañana: la explosión de las minas destruyó una parte del muro exterior y otras partes exteriores del convento, y las baterías completaron la obra de destrucción y entonces fue cuando pudieron ser palpadas las inauditas dificultades que el ataque presentaba. Detrás del muro destrozado, existía una maciza reja de hierro que las balas de cañón no podían destruir, y cuatro trincheras colocadas, una tras de otra, de las cuales las dos últimas, con escarpas de piedras, habían sido construidas con los escombros de construcciones cercanas. Los aproches se hallaban provistos de estacadas y redes de lazos de cuero, unidos entre sí por medio de estacas; tras del último parapeto se alzaban los edificios del Convento de Santa Inés, con sus muros almenados y cuyas ventanas y azoteas estaban cubiertas por tiradores. Una ala de ese edificio, sobre la cual se hallaba colocada una pieza de artillería, blanqueaba a las trincheras. A las seis y media los cañones de sitio rompieron sus fuegos tratando de destruir las trincheras, destrozar la reja y las obras de mampostería. El fuego se prolongó durante tres horas, a pesar de lo que sufrían los artilleros con la proximidad de los tiradores del enemigo. A las nueve y media recibió el General Castagny la orden de emprender el asalto.

Se dio la señal: las ocho piezas de sitio hicieron descarga de metralla, y las columnas se lanzaron. La de la derecha, compuesta de cuatro compañías del tercer Batallón del 1° de Zuavos mandadas por el Comandante Melot; la de la izquierda, de cuatro compañías del propio Batallón conducidas por el Capitán Devaux. El enemigo había debilitado su fuego, pero, apenas las compañías comenzaron a desembocar, cuando las murallas, las ventanas y las azoteas (1), se llenaron de tiradores. Más de 2000 mexicanos concentraron sus tiros sobre el estrecho espacio en que se atumultaban los asaltantes, y cuyo trayecto ofrecía enormes dificultades, a causa de los escombros de los muros destrozados y de los obstáculos en él acumulados. Los zuavos avanzan bajo una granizada de balas: la columna de la derecha llega hasta la reja, la de la izquierda la rebasa, y llega hasta los edificios del convento, pero en ese momento el fuego del enemigo se aviva. Las columnas se detienen como anonadadas; el ataque no puede ser continuado, sin enormes e inútiles sacrificios; se da pues la orden de batirse en retirada, pero muy corto fue el número de esos valientes soldados que lograr pudieron llegar a sus líneas. Ese terrible asalto había costado en la columna de la izquierda, sobre diez Oficiales, nueve muertos o desaparecidos, y en la de la derecha un Oficial muerto, dos desaparecidos y cinco heridos; soldados, 27 muertos, 127 heridos y 176 desaparecidos. Más tarde se supo que de estos últimos 130, entre los cuales iban siete Oficiales, habían caído prisioneros. El enemigo hizo honor a su valor y los trató con consideraciones. Estos hombres habían peleado como leones decía el General Ortega en su parte.




Notas

(1) Estas azoteas son las de la manzana de San Agustín que estaba en mi línea y donde llevé mis infantes para cortar la columna enemiga con fuegos muy cercanos.

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