Índice de Memorias de Porfirio Díaz | Capítulo anterior | Capítulo siguiente | Biblioteca Virtual Antorcha |
---|
CAPÍTULO XLVII
En camino de Puebla para el rancho del Coronel Bernardo García
21 de septiembre de 1865
Una vez en mi casa donde me esperaba además de mi criado, un guía de a caballo, montamos y salimos por la garita de Teotihuacán. Estaba yo casi seguro de que sería detenido en la garita por los empleados, y me proponía forzar el paso; pero afortunadamente no fue esto así, pues la puerta de la garita estaba abierta y se veía luz en la habitación y un caballo ensillado en el portal; sin duda los empleados estaban dormidos, porque no se apercibieron de nuestra salida.
Una vez fuera de la garita, y calculando que era necesario ganar tiempo, hicimos nuestra marcha a galope durante más de una milla. Hubo un momento en que nos creímos sorprendidos por alguna patrulla, porque se nos marcó el alto con imprecaciones muy duras; pero no eran sino unos pobres indios metidos en una doble rampa, que al oir el tropel de gente a caballo y al galope, temieron que cayeran, como en efecto caímos sobre ellos, porque una vez entrados nuestros caballos en la rampa de arcilla resbalosa con la lluvia, fuimos a dar hasta el fondo sobre los burros y los indios. Después de cambiar las excusas que eran posibles, salimos por el lado opuesto y seguimos nuestro camino, evitando el paso por los lugares poblados, por cuyo motivo tuvimos alguna vez que cruzar grandes sembrados de maíz ya seco, cuyas mazorcas golpearon mucho nuestras rodillas y las cabezas de nuestros caballos.
El Coronel Bernardino García debía esperarme con su guerrilla en el Paso de Santa María del Río, situado ya en los confines del Estado de Guerrero con el de Puebla; pero como mi evasión no tuvo lugar el 15, como yo le había anunciado, sino hasta el 20, ya García no me esperaba. Entre las 8 y las 9 de la mañana del 21 de octubre, llegamos al Paso del Río Mixteco sin ningún incidente notable. Como no estaban lejos de allí las fuerzas imperialistas del Coronel Flon, yo no abandoné mi caballo ni mis armas; y mientras mi criado y mi guía pasaban en las balsas con sus monturas y los pasadores de servicio, pasaban sus caballos en pelo para volver a ensillarlos al otro lado, yo pasé a nado montado en mi caballo y esperé en el otro lado hasta que estuvieron nuevamente ensillados los de mis compañeros de viaje.
Mi temor no era infundado: después de algunas millas que recorrimos a galope, llegamos al pueblo de Coayuca donde había una fiesta y donde probablemente con ese motivo habría algunos hombres de la guerrilla de García. Con objeto de averiguarlo mandé al guía al centro del pueblo mientras yo y mi mozo lo pasamos por los suburbios, para juntarnos los tres y volver a tomar el camino del otro lado.
En esa travesía me encontré con el Alcalde del pueblo a quien conocí por el bastón que llevaba y me pareció inconveniente pasar sin decirle algo que le alejara toda sospecha, y en la corta conversación que tuve con él, le hice entender que era yo un comerciante que iba a la costa a comprar ganado; pero desgraciadamente el hombre me conoció, me felicitó por encontrarme libre y me ofreció sus servicios. Me hizo muchas instancias para que pasara un día en su pueblo, creyendo que estaría enteramente seguro, pues me protestaba que no tendría riesgo alguno. Resistí a sus ofertas y seguí mi marcha. Apenas había dado unos cuantos pasos, cuando empecé a escuchar un tiroteo muY nutrido que de pronto me pareció serían fuegos de artificio, pero no tardé en oír los silbidos de algunas balas. Entonces me dirigí a galope sobre la colina, separándome del camino que debíamos llevar, y haciendo la travesía a campo traviesa.
Desde la colina pude ver que en efecto se trataba de un combate en el centro del pueblo y con más razón apresuré mi marcha. A pocos momentos me alcanzó el guía, pues tanto él como yo conocíamos bien el terreno, y me informó que un Escuadrón de Flon había caído de improviso a la población con objeto de sorprender a los guerrilleros de García, que suponía que habrían concurrido a la fiesta, como en efecto concurrieron.
Seguimos sin ser moléstados hasta el rancho de García, que distaba de allí unas 15 o 20 millas y que queda ya en territorio del Estado de Guerrero.
García tenía un sistema de aviso que lo ponía a cubierto de toda sorpresa y con ese motivo permanecimos allí desde el medio día, que fue la hora en que yo llegué, hasta el siguiente a las siete de la mañana.
Durante la noche vinieron a cumplimentarme más de diez municipalidades de los pueblos de los alrededores, que aunque aparentemente obedecían a las autoridades imperialistas, simpatizaban con la causa de la Independencia.
Índice de Memorias de Porfirio Díaz | Capítulo anterior | Capítulo siguiente | Biblioteca Virtual Antorcha |
---|